Está en la página 1de 12

Peter Sloterdijk / La ira en los tiempos del

capital. O de cómo se detuvo el motor de la


historia
Meta Política 8 marzo, 2018 Teoría Leave a comment 1,638 Views

14 agosto, 2020

Por Susana Bozzetto

El polémico pensador contemporáneo Peter Sloterdijk recolecta en su libro «Ira y Tiempo»


reflexiones acerca del papel que ha jugado la ira en la historia de la humanidad como factor
político y psicológico.

A continuación se recogen las ideas centrales para indagar en lo que sucede en el mundo de
hoy que, encerrado en aquel Palacio de Cristal del que hablaba Dostoievski en
sus memorias del subsuelo,no consigue ni reanudar el curso de la historia ni saciar sus
deseos en su estado del bienestar. Todas estas incomodidades asociadas a “la crisis” que se
siguen desatando en distintos países alrededor del mundo no genera más que protestas
dispersas que hablan más del alcance tecnológico a la hora de transmitir mensajes
instantáneos que de una reactivación del colectivo iracundo en favor de un cambio del
sistema.

A modo de introducción

La evaluación de la historia de Occidente que propone el filósofo Peter Sloterdijk en su


obra Ira y Tiempo, devela el papel que ha tenido la presencia de la energía thimótica, tan
importante en la mitología antigua y tan aparentemente olvidada en la cotidianidad.
El thymos es esa parte de cada persona, una especie de órgano según el autor, del cual
provienen las emociones relacionadas con el orgullo, la dignidad y el valor de sí mismo.

En la mitología antigua, las energías thimóticas dieron lugar a epopeyas que narraban los
actos de los hombres en batalla, quienes poseídos por emociones incontrolables luchaban y
daban su vida a cambio del honor. En el verso introductorio de La Iliada, considerada como
el inicio de la tradición europea, aparece la palabra “ira”, descrita como causante del dolor
de los aqueos, que embota al héroe Aquiles de una cólera incontrolable y lo conduce en su
desenlace a la muerte. Esta historia tiene su rapsoda, Homero se encarga de cantar los
versos que se narrarán a partir de entonces para que generación tras generación se mantenga
el culto al héroe. A pesar de ello, el hombre de hoy, de oficina y corbata, está muy lejos de
verse representado por dicha tradición: “Ningún hombre moderno puede retrotraerse a una
época en la que los conceptos ‘guerra’ y ‘felicidad’ formaban una constelación llena de
sentido” (1)
Sloterdijk no pretende hacer una crítica a los impulsos thimóticos ni una búsqueda del
punto medio necesario que permitiría civilizarlo, a la manera en que lo ha propuesto
Fukuyama (2) en su libro sobre el fin de la historia, donde muestra cómo puede desatarse
el thymos y salirse de control, desplegando en el hombre su deseo de dominar. Se trata de
exponer el camino que ha llevado al hombre iracundo a cometer los actos más atroces de la
humanidad, y que luego ha desaparecido como por arte de magia. ¿Dónde se esconde esa
energía thimótica en el homo oeconomicus?

La sociedad capitalista se mueve por medio de otras energías ya no thimóticas sino eróticas,
basadas en el afecto del querer tener, la actitud heroica del dar por dar libremente no
funciona sino por medio de expiación de culpas. El consumismo permite al hombre
moverse ya no a favor de su orgullo o su dignidad sino por la posesión materialista. Aún
así, a pesar del control erótico del sistema económico, pueden verse vestigios del thymos en
la búsqueda de autoafirmación, rebelión y ambición iracunda, emociones que serán tildadas
por la psicología moderna como complejos neuróticos.

¿Dónde se oculta el thymos?

En la Grecia de Platón la aparición de la filosofía le da un vuelco a las virtudes heroico-


griegas para transformarlas en cualidades ciudadano-burguesas; de pronto la sobria manía
de la observación de las ideas –mejor conocida como filosofía- ha excluido a la ira del
ámbito cultural. No se puede atribuir esto sólo al estoicismo cuyo eje central gira en torno
al control de las emociones, es parte importante desde el inicio de los estudios éticos esa
serenidad que aplaca las fuerzas emocionales por medio de ejercicios intelectuales; es la
prudencia, la humildad, la templanza, lo que caracteriza al hombre valiente y maduro en la
sociedad civilizada. De esta manera se presenta a la filosofía como pacificadora dentro de
un mundo regido por la ley de la violencia.

En nuestros días, la psicología ha descrito la condición humana bajo la fuerza de los


impulsos eróticos, dejando de lado el estudio del thymos como promotor de emociones
tales como: orgullo, impulso de auto-afirmación, valor, dignidad, entre otros. Fukuyama,
por su parte, afirma que este sentido humano del valor de sí mismo se ha camuflado en
nuestros días bajo el término “auto-estima” y no es sino en su uso desmesurado que puede
conllevar a la megalothymia, ese deseo de ser conocido como superior a otros; es decir,
hacia un uso peligroso del mismo y que es precisamente este uso peligroso el que ha
llevado a los filósofos a creer que es la fuente fundamental del mal en el hombre.

Aún así, Sloterdijk rescata el impulso thimótico del lado oscuro del hombre y lo pone a la
luz de la historia como aquella condición de substancia de la que se ha hecho el mundo. El
querer apartarlo de la condición humana es precisamente aquello que no permite
comprender las actuaciones de los hombres en los momentos de mayor crisis de
convivencia -la represión en la Rusia comunista, la Alemania nazi, la China de Mao.

¿Por qué hacen los hombres algo y no más bien nada? Es la pregunta presente en las


primeras páginas del libro que puede llevar al lector a meditar sobre si el autor ha elegido
hacer una especie de analogía con la obra fundamental de la filosofía
Heideggeriana Ser y Tiempo, llamando a su propia obra Ira y tiempo y relacionando el
desarrollo del libro como espejo de aquella repetida
pregunta ¿Por qué el ente y no más bien la nada?, tan presente en uno de los autores
fundamentales de la filosofía del siglo XX.

¿Sloterdijk está elevando tácitamente a la ira a la condición del ser? Cuando habla del
hombre del Palacio de Cristal (3), el de la post-historia, como el hombre aburrido a quien se
le ha quitado la libertad de actuar, de hacer cualquier cosa que no sea consumir y participar
de la dinámica capitalista, no parece descabellado pensar que con esta analogía quiera
adjudicar que aquello que requiere el hombre post-histórico para volver a “ser”, sea
precisamente la ira enterrada subconscientemente en la psique de todo consumidor. Es la
thimótica lo que lleva al hombre a querer afirmar lo que tiene, lo que es y lo que puede
llegar a ser, mientras que el erotismo sólo muestra el deseo hacia aquello que nos falta y
nos complementa. Qué tipo de hombre evalúa la psicología para conseguir los prototipos de
la condición humana sino hombres sin orgullo, como Edipo y Narciso, mientras la cólera de
Aquiles permanece inaceptable:

Sólo si la meta consiste en retratar al ser humano ab ovo como títere del amor, entonces pod
rían declarar al adorador de la propia imagen y al mísero amante de la propia madre como 
modelos de existencia humana (4). Los inconvenientes de la democracia liberal presentados
por su defensor Francis Fukuyama (5)  se relacionan con el nivel de satisfacción que es
capaz de generar el sistema. En el núcleo de su orden liberal no consigue ningún problema
de fondo, sino simples reajustes que deben aplicarse para adaptarse a las apetencias de los
ciudadanos. Mientras tanto, Sloterdijk señala otro tipo de problemas presente en la post-
historia, proponiendo que la envidia es característica importante en el hombre del sistema
liberal a quien a pesar de haberle sido reconocidos sus derechos, no logra dejar de aspirar a
reconocimientos más específicos en cuanto al bienestar, ventajas sexuales y superioridad
intelectual; bienes que permanecen reducidos y que su escasez conlleva a la acumulación
de envidia ampliando el bando de perdedores que se suman a aquellos que sí son
perjudicados y marginadosde facto.

De esta manera, si cuando el mundo era guiado claramente por fuerzas thimóticas se
relacionaban los hombres bajo la dinámica del esclavo y el amo, en la modernidad ha
surgido otro tipo de relación: ganadores y perdedores. Lo que no pasaría a ser más
peligroso que un complejo neurótico tratado bajo terapias psicoanalíticas si no existieran
movilizaciones que recogen depósitos de insatisfacciones y ofrecen como recompensa la
posibilidad de venganza de los afectados. Así lo muestra Hans Magnus Enzensberger (6)
en su obra titulada El perdedor radical, en la que describe la manera en la que grupos
como Al-Qaeda recogen esta energía de resentimiento concentrada y la utilizan para
desestabilizar el sistema por medio de políticas que promueven el terror.

Vale destacar que a estos grupos no les interesa buscar soluciones a su situación de
marginalidad, su actuación se limita a negar la existencia de su enemigo y más que ganar
una guerra, apuesta por el exterminio de los habitantes del planeta, por lo que en estos casos
la herramienta del diálogo para promover la negociación no promete ninguna solución
factible:
Al contrario; el perdedor radical desconoce cualquier solución de conflicto o compromiso q
ue pueda involucrarlo en un tejido de intereses normales y desactivar así su energía destruct
iva. Cuantas menos perspectivastiene su proyecto, tanto más fanáticamente se agarra a él
(7).

El terrorismo se vale del perdedor y de la falta de valoración que tiene por su propia vida, y
por tanto, de la falta de valor por la vida de los demás. Le brinda el detonador ideológico
que hará estallar su resentimiento y lo ingresa en una lucha que no pretende conquistar al
mundo, sino exterminarlo. Le gana la batalla al sistema cuando le presenta el mayor de sus
miedos, el miedo a la muerte. El terrorista hace de su vida, un arma y de su muerte, una
carta blanca que le permite salir ileso de culpas luego del acto cometido.

Además de que encontrará en los medios de comunicación la ventaja necesaria para


conquistar a la sociedad del espectáculo, ya que los ataques terroristas superan incluso las
cuotas de audiencia de un mundial de futbol. Así la televisión publicita su acto, esparciendo
el terror de manera virulenta y conquista a potenciales adeptos al movimiento terrorista. La
ira de aquellos marginados del sistema es utilizada por este posmoderno tipo de violencia
que se vale de la adicción del aburrido hombre del Palacio hacia
el infotainment como sistema teatral de violencia para los últimos hombres; aunque se trate
de violencia real, que puede poner en peligro la propia vida, su traducción en imágenes
rutinarias, entretenidas y a la vez aterradoras, permite que este supuesto intento por volver a
lo real quede como un fallido ensayo.

Peter Sloterdijk no ve en el terrorismo islámico la vuelta al mundo thimótico, al contrario,


considera que este tipo de violencia se adapta perfectamente al mundo post-histórico en el
que vivimos. Los ataques del 11 de septiembre en Nueva York sirvieron como excusa al
sistema dominante para intensificar el régimen de seguridad incluso entre los ciudadanos
bien posicionados. Además de que la famosa guerra contra el terror no se proyecta como
una vuelta a las guerras vividas años atrás, sino que sirve como controlador universalizado
de protección del Palacio de Cristal o del mundo post-histórico, tiene la característica
fundamental de que como no puede ganarse nunca, no podrá tampoco acabarse nunca, no se
trata del retorno de la lucha entre oposiciones militantes sino de la corroboración de la
improbabilidad de una nueva guerra mundial.

“La más peligrosa de las consecuencias del terror es la infección del adversario” (8)  afirma
Enzensberger, refiriéndose a que es el pánico generalizado lo que permite al sistema
incrementar su poder y su influencia por medio de los servicios secretos, la producción de
armamento destinado a la seguridad, así como también, por medio de la implantación de
leyes cada vez más represivas que conllevan a la pérdida de derechos de libertad que ya se
habían conquistado.

En principio, el movimiento thimótico tiene que ver con el deseo de ser reconocido por los
otros, además del orgullo personal, hace falta el reconocimiento colectivo. Pero dentro del
marco de la economía capitalista, el orgullo por el propio valer no es lo que mueve a la
gente, sino más bien una satisfacción por la necesidad de poseer. Si la conciencia del viejo
mundo llegaba mediante la lógica del esclavo y el siervo, en la modernidad es la figura del
perdedor la que es capaz de movilizar al inconforme.
Con la nueva metodología comunicativa y bajo declaraciones argumentadas sobre el propio
estado de injusticia sufrido, el perdedor puede pretender hacer valer su situación de víctima
como ticket gratis a la era del reconocimiento de las culpas, el valerse del sufrimiento y
utilizar la bandera de la humillación para pretender exigir una recompensa también
consigue en los noticiarios televisados su mejor aliado. De hecho se transforma en campaña
publicitaria influencia de tal manera la opinión del ciudadano común hasta el punto de
distorsionar la magnitud del suceso, sobre todo frente a otros sucesos de igual o mayor
alcance.

Otro aparente cúmulo de ira post-histórica podría verse en las protestas, comúnmente
estudiantiles, cuyos esporádicos incendios de autos u cualquier otra violación del orden
público puede ser explicada como producto de la claustrofobia ocasionada por el ya no tan
estable estado de bienestar. La inconformidad actual se luce cual actitud estética, en
palabras de Sloterdijk: como habitus filosófico. El continuo desfile de protestas por la crisis
está conformado por: “los mismos jóvenes iracundos en los que a la doble miseria, la del
paro y la de la presión hormonal, se añade el explosivo convencimiento de su
superficialidad social” (9) .

Al parecer, los puntos de recolecta de ira no se concentran lo suficiente como para infectar
al resto de la humanidad; incluso la política, cuya tarea se regía por la monopolización de la
violencia, se ha volcado ahora como defensor de las medidas de protección del consumidor,
al final estas protestas terminan defendiendo privilegios de consumo como si se tratara de
derechos fundamentales. Pero la momentánea satisfacción de ver su propia imagen
reflejada en la pantalla de un televisor, mantiene encendida la atracción hacia este tipo de
rebelión pacificada.

¿Cuáles han sido los verdaderos bancos de ira de la historia?

Cuando Sloterdijk habla de la ira como promotora del cambio histórico se refiere a épocas
pasadas en las cuales, mediante un banco de ira que permitía recolectar resentimientos
individuales, se lograba la movilización de un grupo socialmente representativo contra otro
grupo categorizado como enemigo: “En el campo de la lucha por el reconocimiento, el
hombre se convierte en el animal surreal que arriesga la vida por un trapo de colores, una
bandera o un cáliz” (10).

El cristianismo y el comunismo han sido hasta ahora los mayores recolectores de


resentimientos, y promotores, a su vez, de la movilización hacia la venganza; vista ésta
como resultado del proyecto canalizador de sentimientos iracundos convertidos en odio.
Pero para evitar que estos proyectos pierdan fuerza y caigan en el agotamiento hay que
impedir que se subdividan o individualicen, los subgrupos o individualidades deben
subordinarse ante una dirección central que utilice sus depósitos de ira y los integre en una
sola historia unificada mediante consignas que remuevan hasta sus amarguras más
profundas, habrá que evitar perspectivas esperanzadoras las cuales desfallecen con mayor
facilidad que las emociones repletas de negatividad. Es por esto que el autor asegura que no
sirve: “destrozar cabinas telefónicas o quemar coches cuando, con ello, no se persigue un
objetivo que integre el acto vandálico en una perspectiva “histórica”. La rabia de los
destructores de cabinas y de los incendiarios se consume en su propia expresión” (11).
Todo revolucionario trabaja para un banco de ira y por tanto, debe someterse a la
regulación de su energía thimótica, debe mantener vivo su odio, pero conteniendo sus actos.

La unificación del banco de ira debe dar lugar a una revolución que obedezca a un plan
preestablecido que rechace las primeras reacciones y sepa esperar el momento indicado
para completar su venganza. Aunque en el caso del cristianismo se trata más de un camino
metafísico de la venganza porque la ira es depositada en Dios y es en él en quien recae la
responsabilidad de repartir la justicia después de la muerte sobre el comportamiento
humano que se realizó en vida. Mientras los creyentes postergan la venganza hasta el más
allá, el comunismo arranca como la toma de posesión de la batuta de la venganza ahora, en
el más acá. Lo que no realizó Dios, lo pretendió realizar la Unión Soviética, procurando
aniquilar a todo aquel que representase un modelo no figurativo para su propuesta política.

Es la “ira” uno de los atributos del Dios en el judaísmo antiguo, pero se ha mantenido
incluso luego del comienzo del cristianismo cuando se hablaba de un Dios amoroso.
Aquellas narraciones bíblicas sobre la orden de extinción de todo el género humano –
exceptuando a Noé- mediante el Diluvio, las plagas, la expulsión de Adam y Eva del
paraíso, han sido arrebatos de Ira de Dios que cesaron de darse por medio de la paciencia
divina y han sido sustituidos a largo plazo por un Juicio Final que dictaminará, con
especificaciones archivadas, lo que le deparará a cada persona individualmente después de
la muerte. Así también se profesa en la tierra la necesidad de dejar en manos de Dios la
justicia, es decir, posponer los aires de venganza hasta que Dios se encargue de ello. De
esta manera, la justicia se ha aunado a una espera en el tiempo.

El cristianismo se postula como religión del amor al enemigo, del perdón, de la renuncia a
la venganza; y aun así, guarda facturas y acumula evidencias sobre los actos cometidos en
la tierra. Vuelve a ser la presencia delthymos una piedra en el zapato para los teóricos; si en
la antigüedad era necesario para el hombre civilizado controlar sus emociones por medio de
la razón, en el cristianismo le ha quedado el trabajo a los teólogos, quienes deben conseguir
alguna salida que permita integrar la ira de Dios al resto de sus atributos bondadosos. Aun
así, la ira logra sobresalir ante cualquier otro atributo ya que el imaginario cristiano ha
generado la idea del infierno como un castigo desproporcionado –por ser un castigo
infinito- ante lo que se considera una culpa finita –cualquier pecado cometido en la tierra.

De esta manera apuesta Sloterdijk a meditar, en este discurso únicamente, sobre el título
“Dios” como el lugar de depósito de ahorros humanos de ira, helados deseos de venganza,
y como aquel que administra los saldos positivos de resentimiento. Pero, ¿qué ocurre luego
de la muerte de Dios?, ¿quién se encarga de manejar el banco de ira acumulado a lo largo
de tantos años? Se trata de una nueva etapa en la historia que podría enmarcarse desde el
comienzo de la Revolución francesa, con el desarrollo de una cultura de la indignación,
momento en el que la izquierda política toma el mando al pretender controlar la ira
almacenada de los indignados: “Fomentar la revolución significaba ahora participar en la
construcción de un vehículo para un mundo mejor que se accionara con las propias reservas
de ira y que fuera conducido por pilotos entrenados” (12).

Había llegado la hora de responder ante el llamado de la secularización del infierno y el


traslado del temido Juicio Final al presente. Anarquistas y comunistas se disputan la toma
de la revolución que debía en principio destruir cualquier forma social existente y construir
a partir de ahí una nueva configuración. Fue Carl Marx quien dio el paso teórico desde el
concepto de dignidad humana cristiana hacia una antropología histórica relativa al trabajo,
formando la llamada “conciencia de clases”: los hombres también tienen derecho a disfrutar
del producto de su trabajo.

Esto permite el arranque de la energía thimótica del proletariado, aunque precisamente es


en esa equiparación de la clase productora como si ésta conformara la totalidad de la
humanidad, lo que da pie al despliegue del genocidio contra el resto de personas que no
califican para la categoría humana. En la Rusia Soviética llega el momento de poner en
marcha la verdadera revolución, todo revolucionario debía estar activo ante la destrucción
de la burguesía, cualquier duda podría ser considerada una traición.

Los fascismos nacionalistas funcionaron de igual manera, como bancos almacenadores de


ira, sólo que sustituyeron a los enemigos de clases por los enemigos de raza. Supieron
mantener encendida la ira colectiva y se guiaron bajo la bandera del perdedor radical hacia
el exterminio. Enzensberger resalta el panorama de la República de Weimar donde la
población se veía a sí misma como perdedora; lo que llevó a Hitler al poder fue más que
una crisis económica, se estaba a la expectativa de una política con ansias de venganza;
precisamente el verdadero objetivo del nacional-socialismo alemán no era la victoria sino el
exterminio, el suicidio colectivo. Así luchó Alemania en la Segunda Guerra Mundial hasta
que Berlín quedó reducida a escombros: “Ni siquiera una mirada al mapa mundial pudo
convencer a Hitler y sus secuaces de que la lucha de un pequeño país centroeuropeo contra
el resto del mundo no tenía ninguna opción de prosperar” (13).

Sloterdijk insiste en la semejanza entre los movimientos comunistas y los movimientos


fascistas, resaltando la función de ambos como bancos de ira, aunque mientras la propuesta
comunista tenía perspectiva mundial, la fascista se limitaba a una región limitada o a un
país sin tener que pasar por la pretensión de una idea universalista: “su modus operandi es
la forja de la población en un motín thimóticamente movilizado que, unificado, enloquece a
través de la pretensión de grandeza en el colectivo nacionalista” (14). Por ello ha afirmado
el autor que detrás del movimiento comunista se esconde un fascismo de izquierdas.

Estas dos fuerzas, el comunismo y el fascismo, se vieron enfrentados en cuanto a sus


intereses y se declararon la guerra como si se tratara de su motivo prioritario de su
existencia. De aquí surge la engorrosa problemática de tildar al anti-comunista de fascista,
como si sólo pudiesen existir dos polos, el uno o el otro y no ninguno de los dos.

Si “historia” se llama aquel período durante el cual se conservan los depósitos de ira, al día
del desate de la ira le deben preceder épocas suficientemente largas de ahorro y
conservación de resentimientos: “Historia es el arco temporal que va desde las primeras
imposiciones de pago hasta el vencimiento de todos sus plazos” (15). De esta manera,
cuando se califica al momento actual como post-histórico, se descarta la posibilidad de una
nueva acumulación de ira de los perdedores del momento.

Actuales distorsiones sobre antiguos alcances de la ira


Algunas líneas atrás se mencionaba cómo a través de campañas propagandísticas
mediatizadas sobre los sucesos históricos puede llegar a distorsionarse la magnitud de lo
ocurrido. Un ejemplo de ello lo comenta el filósofo alemán cuando describe el alcance de la
violencia desatada en la Rusia Soviética contra: “el más grande colectivo de víctimas del
genocidio en la historia de la humanidad, y al mismo tiempo un grupo de víctimas que son
las que menos pueden defenderse frente al olvido de la injusticia cometida con ellas” (16).

Se trata de los “kulaks”, clase productora campesina que fue condenada por pertenecer al
universo preindustrial, el número de víctimas resultó de aproximadamente 8 millones de
personas sólo al principio de los años treinta. Esto siguiendo a la costumbre de desatar
impulsos thimóticos contra una “clase” que sólo se materializa frente a un conformado
colectivo de lucha; en este caso específico las víctimas fueron aquellos campesinos que
producían lo suficiente para mantener a su familia, a sus empleados e incluso para ganar
terreno en el comercio urbano. En otros casos de nuestra historia, se ha enmarcado al
enemigo en otro tipo de “clase”, en la China de tiempos de Mao, se alentó a la juventud a
levantarse contra la “clase” de los viejos. Y así, a lo largo de los años de historia de la
humanidad, el “clasisismo” tiene mayor cantidad de víctimas incluso que el racismo,
aunque no haya tenido tanta atención como éste.

Ya bien se ha dicho que los muertos no se cuentan de la misma forma en todas partes; hoy
en día se sentencia al fascismo y de hecho se ha prohibido en cualquier término hablar a
favor de él o incluso siquiera tratar de comprender el fenómeno sino se estudia a favor del
reconocimiento de sus víctimas. Pero aún así, gracias a la ingeniosa auto-representación del
fascismo de izquierdas como antifascismo, se permite hoy día seguir hablando del fracaso
del comunismo como una aplicación errada del concepto. Tanto en el mundo intelectual,
como en el mundo político o diplomático, se censura la posibilidad de defender el fascismo
vinculado con la política nazi, pero se permite hablar abiertamente a favor del comunismo,
llegando al punto incluso de denunciar la crítica al comunismo como un anti-comunismo y
por ende, como una provocación a favor del fascismo. Se olvida con
facilidad qué cerca se había estado de un sistema genocida de clases.

De esta manera, Sloterdijk denuncia cómo se puede evadir la responsabilidad mediante


políticas lingüísticas que permiten jugar con la terminología a favor incluso de uno de los
acontecimientos más violentos del siglo XX: “Se inventó una elevada matemática moral
según la cual tiene que pasar como inocente quien puede demostrar que otro ha sido más
criminal que él mismo” (17). Y esto sin prestarse a malinterpretaciones mediante las cuales
pudiera pensarse que se está promoviendo la culpabilidad de unos a favor de la expiación
de la culpa de los otros. Lo que se plantea en resumen es que si se ha juzgado a personajes
como Heidegger por su abierto apoyo a la política nazi, ha de ser juzgado en igual medida a
autores como Sartre quien a pesar de conocer la cantidad de prisioneros que se encontraban
en los campos soviéticos, mantuvo su apoyo al comunismo tal vez para no salir de su frente
antifascista o para purgar su pertenencia a la burguesía.

¿Por qué al hombre moderno le resulta imposible comprender la ira de Aquiles?

Luego de la mudanza del hombre al Palacio de Cristal en la era post-histórica, se ha


cambiado la perspectiva del trabajo, de los deseos o expresiones humanas hacia la
inmanencia del poder adquisitivo (18). Se rechaza cualquier emoción thimótica en favor de
la erotización sin límites; lo que reina es el deseo del querer tener, que no puede ser
satisfecho; y cualquier situación que no genere placer queda relegada del caso.

Vivimos en un mundo asegurado de ante mano, a pesar de la irónica caracterización de la


sociedad actual como “sociedad del riesgo”, cuando:

Una “sociedad” de riesgo es aquella en la que está prohibido de facto todo lo realmente arri
esgado, es decir, excluido de cobertura en caso de siniestro. Pertenece a las ironías de las ci
rcunstancias modernas quehubiera que prohibir retroactivamente todo lo que se arriesgó par
a hacerlas realidad. De ahí se sigue que la llamada poshistoria sólo en apariencia representa 
un concepto histórico-filosófico, en realidad representa unconcepto técnico asegurador. Pos
históricas se llaman aquellas circunstancias en que son inadmisibles acciones históricas (fu
ndación de religiones, cruzadas, revoluciones, guerras de liberación, lucha de clases, juntoc
on sus promesas correspondientes) a causa de su riesgo no asegurable (19).

De esta manera, lo que no se permite de entrada en el universo in-door del mundo post-


histórico es cualquier posibilidad de violencia real que pueda deteriorar la dinámica interior
del Palacio. ¿Qué pasa con lo que no entra dentro de él? Aunque se pretenda pensar este
sistema mundial, como verdaderamente mundial, queda claro que tiene límites físicos
aunque sus paredes sean visibles sólo para algunos. No son sólo muros de contención en
fronteras como la de Estados Unidos y México, también tiene que ver con las paredes que
deniegan el acceso a fondos de dinero y sobre todo a la repartición asimétrica de las
oportunidades de vida.

A los marginados del sistema se les mantiene bajo la ilusión de posibilidad de entrada a las
comodidades del Palacio de Cristal mediante la propuesta del diálogo abierto a la
comprensión de sus vicisitudes, aunque los que están dentro están conscientes de la
imposibilidad de supervivencia del Palacio si se intenta expandir su techo, al depender éste
de la energía fósil que al parecer presenta ya una fecha de caducidad.

Los medios de comunicación, quienes se encargan de transmitir las noticas sobre


acontecimientos mundiales y mantener informados a sus espectadores, tanto los que están
dentro como los que no: “neutralizan sus contenidos para someter todos los
acontecimientos a la ley de la indiferencia. Su misión democrática es la de producir
indiferencia al eliminar la diferencia entre los asuntos importantes de los que no lo son”
(20). De esta manera se mantiene informado al público y a su vez, apático ante la rutinaria
sucesión de imágenes sobre acontecimientos mundiales que distan mucho de parecer
impactantes frente a las maniobras del cine del entretenimiento especializado en el control
del factor sorpresivo.

De esta manera las epopeyas heroicas quedan permitidas sólo como posibilidades
cinematográficas del entretenimiento, aunque sin duda haya cambiado en muchos casos el
trasfondo de la idea del héroe que muere en batalla, ya que incluso en las ficciones
posmodernas resulta común dejar con vida al héroe al final de la historia, Occidente le ha
tomado repulsión a la muerte, por ello la ciencia moderna se encarga de procurar que sus
pacientes vivan hasta las últimas de sus posibilidades. Cambiando hasta su concepto de
muerte, formando subcategorías como la de “muerte cerebral”.

De la misma manera que no se le permite morir a un paciente vegetativo, extiende


Occidente al moribundo sistema del capital hasta sus últimas posibilidades, y esto es así
porque la única manera de sortear la crisis económica es mediante la
llamada huida hacia adelante o progreso indefinido, ya que el capitalismo funciona en base
a la sinergia de la expansión del mercado y la innovación en la producción. A los críticos
del sistema capitalista se les reclama la falta de propuesta alternativa con proyección a
futuro, por lo que a los expertos les sigue pareciendo más razonable continuar con la
apariencia de continuidad ilimitada del crecimiento, aunque eso implique la necesidad de
participación de un número cada vez mayor de la población mundial en prácticas de
consumo cada vez más arriesgadas:

Lo que aquí significa “consumo” designa la buena disposición de los clientes a participar e
n un juego de aceleración del placer basado en el crédito bajo riesgo de pasar una parte del t
iempo de la vida con negociosde amortización. El secreto del consumismo del lifestyle se o
culta en la tarea de producir en sus participantes un sentimiento neo-aristocrático que consi
gue la total adecuación entre lujo y derroche (21).

Mientras la política siga significando “medidas de protección al consumidor” no se podrá


esperar una alternativa planificada a la futura caía del capitalismo, mucho menos rendirá
verdaderamente el despilfarro de energías thimóticas que implica la organización de
protestas y huelgas a nivel mundial. Desear, amar y disfrutar son los mandamientos del
sistema y todo aquel que se sienta insatisfecho conseguirá sin duda algún medio de
entretenimiento que apacigüe su aburrimiento, además que Occidente ha inventado los
psicofármacos antidepresivos, ya no existe excusa alguna para dejar de participar de la
felicidad en los tiempos del fin de la historia.

Bibliografía

DOSTOIEVSKI, Fiodor. Memorias del hombre del subsuelo. Editorial el perro y la rana.


Caracas, 2006.

ENZENSBERGER, Hans
Magnus. El perdedor radical, ensayos sobre los hombres del terror. Editorial Anagrama.
Barcelona, 2007.

FUKUYAMA, Francis. El fin de la historia y el último hombre. Editorial Planeta.


Barcelona, 1992.

SLOTERDIJK,
Peter. En el mundo interior del capital, para una teoría filosófica de la globalización. Edicio
nes Siruela. Madrid, 2007. P-211.
SLOTERDIJK, Peter. Ira y Tiempo. Ediciones Siruela. Madrid, 2010.

VÁSQUEZ ROCCA,
Adolfo. Peter Sloterdijk; Esferas, helada cósmica y políticas de climatización, Colección
Novatores, Nº 28, Editorial de la Institución Alfons el Magnànim (IAM), Valencia, España,
2008.

Notas

SLOTERDIJK, Peter. Ira y Tiempo. Ediciones Siruela. Madrid, 2010. P-13.

FUKUYAMA, Francis. El fin de la historia y el último hombre. Editorial Planeta.


Barcelona, 1992.

El Palacio de Cristal fue una estructura arquitectónica que en 1851 abrió sus puertas a la pri
mera gran exposición universal que mostraba al público los grandes avances de la era indus
trial. Dostoiveski lo utilizó como metáfora para hablar delmundo moderno, el cual se recluí
a en un interior controlado y planificado.

SLOTERDIJK, Peter. Ira y Tiempo. Ediciones Siruela. Madrid, 2010. P-26.

FUKUYAMA, Francis. El fin de la historia y el último hombre. Editorial Planeta.


Barcelona, 1992.

ENZENSBERGER, Hans
Magnus. El perdedor radical, ensayos sobre los hombres del terror. Editorial Anagrama.
Barcelona, 2007.

9 SLOTERDIJK, Peter.

Ira y Tiempo. Ediciones Siruela. Madrid, 2010. P-250.

12 SLOTERDIJK, Peter.
Ira y Tiempo. Ediciones Siruela. Madrid, 2010. P-146.

13

ENZENSBERGER, Hans
Magnus. El perdedor radical, ensayos sobre los hombres del terror. Editorial Anagrama.
Barcelona, 2007. Pp 26-27.

14

SLOTERDIJK, Peter. Ira y Tiempo. Ediciones Siruela. Madrid, 2010. P-184.

17 SLOTERDIJK, Peter.

Ira y Tiempo. Ediciones Siruela. Madrid, 2010. P-201.

18

SLOTERDIJK,
Peter. En el mundo interior del capital, para una teoría filosófica de la globalización.
Ediciones Siruela. Madrid, 2007. P-211.

20

SLOTERDIJK, Peter. Ira y Tiempo. Ediciones Siruela. Madrid, 2010. P-246.

También podría gustarte