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La misericordia, don divino y tarea de los creyentes

Walter KASPER, La misericordia: clave del Evangelio y de la vida cristiana, 247 pp., Sal Terrae,
Santander 2012.

La obra que reseñamos no ha podido tener mejor padrino: como es sabido, el papa Francisco,
en su primer ángelus, hizo referencia a un libro de uno de sus cardenales, un «gran teólogo»,
que le había reforzado en su convicción de que la misericordia cambia el mundo y de que Dios
no se cansa de perdonar. Y celebró este oportuno recordatorio de que la misericordia se
cuenta entre los más importantes nombres de Dios. Dado lo inusitado de que un papa
recomiende públicamente un libro, cabe pensar que el tema de la misericordia constituirá una
de las claves del nuevo papado, como ya lo fue de los dos anteriores.

La tesis principal del libro es sencilla. La sociedad y la Iglesia actuales precisan que
vuelva a hablarse de Dios. Pero si se quiere que el protagonista sea el Dios de Jesucristo, no un
Dios abstracto, es necesario poner en el centro la misericordia de Dios, su ilimitado amor por
sus criaturas; un amor que, antes que estar reñido con la justicia divina, es su máxima
realización. La misericordia tiene que ser entonces norma y medida de la doctrina sobre Dios,
así como de la vida de la Iglesia y de su doctrina y acción social. Todo esto, que parece tan
obvio, ha sido olvidado con demasiada facilidad en la historia reciente de la Iglesia y la
teología.

Aquí vamos a fijarnos solo en una reflexión que sin duda generará un interesante
debate. Retomando una propuesta de Juan Pablo II y Benedicto XVI, Kasper aboga por
impulsar una civilización del amor, en la que las relaciones sociales no estén signadas solo por
la justicia, sino sobre todo por la misericordia. El contrato social vigente en la actualidad tiene
uno de sus pilares en la idea de justicia, pero esta resulta en exceso formalista; sola la
misericordia es capaz de insuflar vida verdadera y calor humano a las estructuras que intentan
plasmar ese ordo iustitiae. La actual crisis económica, que ha revelado los límites del Estado
del bienestar, obliga a renovar –sin renunciar a sus principios– la doctrina católica sobre el
Estado social de derecho, aceptando la necesidad de una reducción de la intervención estatal
en beneficio de la sociedad civil. Lo positivo de ello sería que la misericordia podría ganar en
protagonismo.

Este análisis suscita dos serios interrogantes. Como punto de partida de sus
consideraciones, Kasper acentúa la crisis de la deuda pública europea y apenas menciona que
esta fue consecuencia del intento de contener la crisis financiera desencadenada por las
hipotecas basura. Obviar esto (como hoy es frecuente en Alemania) lleva a una lectura parcial
de la realidad. El segundo interrogante afecta a la relación entre la justicia y la misericordia
como principios rectores de la vida social. La misericordia incluye en sí la justicia y la desborda.
Pero ¿qué significa eso exactamente en sociedades tan plurales y con tantas desigualdades
económicas y sociales como las nuestras? A fin de no reincidir en viejos paternalismos, parece
ineludible especificar criterios objetivos para dirigir y evaluar la praxis de la misericordia.

Permítasenos señalar por último que este libro, lejos de ser un tratado teórico, se
esfuerza por presentar a los ojos del lector una misericordia encarnada, vivida, practicada. Es
verdad que ofrece un magnífico estudio sobre la imagen bíblica de la misericordia, así como
una penetrante síntesis de la reflexión filosófica y teológica más actual sobre el tema. Pero
también alcanza momentos de gran hondura espiritual: por ejemplo, cuando propone a
algunos santos como modelos de la misericordia cristiana o cuando en el último capítulo
ensalza a María como arquetipo de la misericordia, extraordinario colofón para un libro
palpitante de vida.

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