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fimas. Qué me queda popfecir sobre eyo, con mas Perdén pa absuelve, mo? {Hablan con mas elocu’ elocuencia que la ley! Estap’e rae] insensato de una botal ndicen!» J Se call6, ¥ se sent. s E] presidente’ entonces, volviéndose hacia Ma: rambot, cuya deposicion habia sido excelente para su criado, le’pregunté: a «Peps, vamos a ver, sefior, aiin adyftiendo que usted/haya considerado demente g/este hombre, espyfio explica que lo haya conseryeido 2 su lado, No déhaja de ser peligroso» 4 Marambot respondi6, enjfigdndose 108 ojos: «zQ@ué quiere usted, sehior presidente? jEs tan dificil. encontrar un criado con los tiempos que co ren... No habria hallédo ninguno mejor.» he / Denis fue absuelto e internado, a expensas, a su amo; en una casi de locos. ae ritando ifimplorar / Deni Gaulois». Z 28 de juio de 1883. Una «vendetta» La viuda de Paolo Saverini vivia sola con su hijo en una pobre casita junto a las murallas de Bo- nifacio. La ciudad, construida en un saliente de la moniafia, colgada incluso en algunos puntos sobre la mar, mira, por encima del estrecho erizado de escollos, hacia la costa mas baja de Cerdefia, A sus pies, por el otro lado, contorneaincola casi por ente to, un corte del acantilado, que parece un gigantes- co corredor, le sirve de puerto, Neva hasta las p meras casas, tras un largo circuito entre dos abruptas murallas, los barquitos de pesca italianos 0 sardos y, cada quince dias, e! viejo vapor asmati 0 que hace el servicio de Ajaccio. Sobre la blanca montafia, el monton de casas pone una mancha atin mas blanca. Semejan nidos le pe si colyadas sco, domi i bie por ef que no se aver ian into, sin ota el zoia la cost desnuda, socavada por él, ape hierba; se precipita en el estreche asta. Las estelas de pilida es nt las puntas negras de las in ts que hienden por dog las Jirones de tela Nlorantes y palpitantes e dei agua. ta viuda Saeverini, solda eantilado, aby horizonte salvaje Vivia alli, sok ida al mis sus tres ventanas a y desolado, A. con su hijo Antonio y su perra imal flaco, de pelaje largo y ispero, de la raza de los guardianes de rebafios. Le vervia al joven para cazar. Una noche, tras una disputa, Antonio Saveri. matado a traicion, de un navajazo, por N. Ravolati, quien esa misma noche escapé a evden Cuando la anciana madre recibié el cuerpo de u hijo, que le Lievaron unos transeiintes, no Lloré, vero permanecio largo rato inmévil, miréndolo, lespués, extendiendo su mano arrugada sobre el addver, le prometié una vendetta, No quiso que tadie se quedase con ella, ¥ se encerré junto al 0 de la perra, que aullaba. El animal auliaba Pizpireta», un uer Una wenden 8 de manera continua, @ los pies de la cama, con la cabeza tendida hacia su amo, y el rabo apretado en: We las patas. No se movia, como tampoco ja madre gue, inclinada ahora sobre el cuerpo, mirandolo de hito en hito, Yoraba con gruesas lagrimas mudas as lo contemplaba. oven, de espaldas, vestide con su chaquets gruesc agujereada y desgarrada en el pe cho, parecia dormir; pero tenia sangre por todas partes: en la camisa arrancada para los primeros auxilios; en el chaleco, en los calzones, en la cars en las manos. Coagulos de sangre se habian cuaj1- 1a barba y el pelo. 4 anciana madre empezo a habilarle. Al ru- mor de aquella voz, ia perra se callé. «Anda, nada, seras vengado, pequefo mio, hijo mio, mi pobre nifio. Duerme, duerme, seras venga- do, ,me oyes? ;Tu madre te lo promete! Y cumple siempre su palabra, tu madre, lo sabes muy bien.» Y lentamente se inclin6 sobre él, pegando sus labios grios a los labios muerto: Entonces Pizpireta reanudé sus gemidos. Lan: zaba una larga queja monotona, desgarradora, ho rrible. Asi estuvieron, los dos, 1a mujer y el anima, hasta ia miaflana. Antonio Saverini fue enterrado al dia siguien. te, y pronto ya nadie hablo de él en Bonifacio. a Guy de Maupassant No habia dejado hermanos ni primos carnales. No habia ningtin hombre para evar a cabo la ven- detta, Slo su madre pensaba en ella, pobre vieja. ‘Al otro lado del estrecho, veia de la mafiana a la noche un punto blanco en la costa. Bra una al- dchuela sarda, Longosardo, donde se refugian los pandidos corsos acosados muy de cerca. Pueblan casi solos ese villorrio, frente a las costas de su pa- tria, y esperan alld el momento de regresar, de vol- ver para echarse al monte. En aquel pueblo, ella lo sabia, se habla refugiado Nicolés Ravolati. Comple- tamente sola, a lo largo de todo el dia, sentada a su ventana, miraba hacia alla bajo pensando en la venganza. ;Cémo se las arreglarfa ella, sin nadie, achacosa, tan cerca de la muerte? Pero lo habia prometido, lo habia jurado sobre el cadaver. No po- dia olvidar, no podia esperar. {Qué haria? Ya no dormia de noche, ya no tenia repose ni sosiego, buscaba, obstinada. La perra, a sus pies, dormita tba, y a veces, alzando la cabeza, aullaba hacia la le jania. Desde que st amo no estaba ya, a menudo aullaba asi, como si lo Hamase, como si su alma de animal, inconsolable, hubiera también guardado ese recuerdo que nada borra. Ahora bien, una nuche cuando Pizpirete re nudaba sus gemidos, la madre, de repente, tuvo una idea, uma idea de salvaje vengativo y feroz. Le medité hasta el alba; después, levantandose al re Una «vendettan 6 yar el a se ditiglo ata igesia. Ret, prosterada nto, abatida ante Dios, s . suplicéndole Que la ayudase, que la sostuviese, que diera'@ i pobre cuerpo gastado la fuerza que necesitaba ps vongar a su hijo, a Después volvié a su casa, Tenia en el : : 3 patio un ‘igi bari desfondado, que recsia el agua el ex ; ja vuelta, lo vacid, Jo sujet6 al con estacas y piedras; después encadend a Pinan a spués encadené a Pizpire. taa aguellaperrera,y entro en la cas, dan sion mina ahora, sin descanso, por su habit ctén, los ojos siempre clavados en la costa de Cer lefia. Alla abajo estaba el asesino. vie BET BUllo todo el dia y toda la noche. La "ia, por la matiana, le lev agua en un cuenca pero nada mas: ni comide, ni pan i: ranscurrido un dia entero, P fa entero, Pizpireta, e ved 1 | exte: nada, dormia. AI dia siguiente, tena os ojos bri , el pelaje eriza a Bante 0, y tiraba locamente de la sa tit tampoco te dio nada de comer. BI ani mal, enfurecido, ladraba con voz ronca, Pasé noche més, ree ae a ya amanecido, la sefora Saverini oe as de su vecino, a pedirle que le diera dos haces de paia. Copio unas viejas ropas que habe ado en tiempos su mario, y las rellend de fo. rraje para simular un cuerpo humano. ge ae Guy Habiendo clavado w en el suelo, delante de la perrera de Pizpireta, até a a aque! maniqu que asi parecia estar de pie. Después represents la cabeza por medio de un paquete de ropa vieja. La perra, sorprendida, miraba aquel hombre de paja, y callaba, aunque devorada por el hambre. Entonces la anciana fue a comprar en la salchi- cheria un largo pedazo de morcilla. Al volver a ca. encendiié un fuego de leita en el patio, cerca de Ja perrera, y a6 1a moreilla. Pizpireta, enloguect da, daba saltos, echaba espuma, con los ojos clava- dos en la parrilla, cuyo aroma penetraba en su vientre. Después la vieja hizo con aquella papilla hu- meante una corbata para el hombre de paja. La até ua buen rato con bramante en torno al cuello, co- mo para inetérsela dentro, Cuando acabs, solté a la perra. De un formidable salto el animal alcanz6 la garganta del maniqui y, con las patas sobre sus hombros, empez6 a desgarraria. Se dejaba caer, con un trozo de su presa en el hocico, y luego se lanzaba de nuevo, hundia los colmillos en las cuer- das, arrancaba algunas porciones de comida, vol- via a dejarse caer, y saltaba de nuevo, encarnizada Deshacia el rostro a grandes dentelladas, hacia ji- rones el cuello entero. La anciana, inmévil y muda, la miraba, con Una avendettay ojos encendidos. Después voivid a encadenar al animal, lo tuvo en ayunas dos dias, y recomenz6 aquel extraio ejercicio. Durante tres meses, la acostumbro a esta espe cie de lucha, a esta comida conquistada con los col millos. Ahora ya no la encadenaba, limitandose a lanzarla con un ademan sobre el maniqui Le habia ensefiado a desgarrarlo, a devorarlo, incluso sin que en su garganta se ocultara el menor alimento. A contintacién le daba, como recompen: sa, la moreilla asada por ella. En cuanto veia al hombre, Pizpireta se estre- mecia, despues volvia los ojos a su ama, que le gri- taba: «Hale!» con vor silbante, alzando un dedo, Cuando juzgo legado el momento, la sefiora Saverini fue a confesarse y comulg6 una mahana de domingo, con un fervor extatico; después, vis dose con ropas de hombre, como un pobre viejo andrajoso, trat6 con un pescador sardo, que la con- dujo, acompanada por su perra, al otro lado del es. trecho. Llevaba, en una bolsa de tela, un gran trozo de morcilla. Pigpireta estaba en ayunas desde hacia dos dias. La anciana le dejaba olfatear a cada mo- mento el oloroso alimento, y la excitaba. Entraron en Longosardo. La corsa marchaba eojeando, Se present en una panaderia y pregunté por la casa de Nicolés Ravolati, Este habia reanu- ‘6 Guy do Maupassant dado su antiguo oficio, carpintero. Trabajaba solo al fondo de su taller. La vieja empujé la puerta y lo Namo: «Eh! jNicolés'». EI se volvi6; entonces, soltando a Ja perra, ella grit: «Hale, hale, jcome, come!» E] animal, enloquecido, se abalanz6 sobre él se le enganché a la garganta. Fl hombre extendié los brazos, lo estrech6, rodé por el suelo. Durante unos segundos se retorcid, golpeando el suelo con los pies; después se qued6 inmévil, mientras Pizpi- reta hurgaba en su cuello, que arrancaba a jirones. Dos vecinos, sentados antes sus puertas, recor- daron perfectamente haber visto salir a un anciano pobre con un perro negro y flaco que comia, mien tras caminaba, una cosa marron que le daba su amo. La anciana habia vuelto a su casa por la tarde Y esa noche, durmié bien. Une vendetta, «Le Gauloi 14 de octubre de 188:

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