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LEYENDAS DE LAS AMÉRICAS

Patricia Petersen ‹ llustrado por Sheli Petersen


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Libraty of Congress Cataloging-in-Publication Datra.


VOLADORES.

Laredo Publishing Company Inc.


9400 Lloydcrest Drive
Beverly Hills, CA 90210

ISBN 1-56492-
12345678910
Agradecimientos al
Dr. Roger Dowdy, Ph.D.
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H ace muchos años, antes de que el
hombre se olvidara de sus orígenes, los elegidos
volaban para honrar al Sol. Esos hombres eran
llamados los voladores. En ciertas fechas del año, los
voladores se subían a un mástil muy alto para pedir al
Sol que les concediera una buena cosecha. Toda la
aldea se congregaba para verlos emprender su solemne
vuelo. Tras escuchar la flauta, los voladores
volaban por el cielo hasta el mediodía y luego,
regresaban a la tierra con la bendición del Sol.

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E n la aldea de los voladores vivía un niño
llamado Jun. A Jun le gustaba ver cómo su tío Akgstin
y los demás voladores se ponían las alas mientras el tío Sraku tocaba
la flauta.

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C uando Jun tuvo la edad suficiente, sus tíos lo
llevaron al bosque. El tío Sraku lo hizo elegir las mejores
ramas de un carrizo con las que hacer su propia flauta y el tío
Akgstin lo ayudó a juntar plumas multicolores para que
construyera sus alas. Cuando se las colocaron sobre sus hombros,
Jun supo que él también, algún día, sería un volador. Jun contenía su
impaciencia mientras el tío Sraku le enseñaba a tocar la flauta. Cuando
terminaba, corría hacia la colina para contemplar el vuelo del águila.

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P or aquel entonces, los hombres eran
felices. Vivían en armonía con los animales y
hablaban con los pájaros como si fueran hermanos.
El Sol los iluminaba y con sus rayos calentaba los
campos de maíz. Los hombres no pasaban hambre y
tampoco tenían miedo.

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P ero un buen día, el volcán despertó de un largo sueño. Vio
regresar a los voladores de un largo vuelo y empezó a envidiar la amistad
que les unía con el Sol. Entonces el volcán se acercó a las nubes que
adornaban su cima. En ellas habitaba el dios de la lluvia.
—Mira cómo esta gente ama al Sol —le dijo el volcán al dios de la
lluvia—. Somos tan importantes como él, pero a nosotros, nadie nos honra.
—Tienes razón —contestó el dios de la lluvia—, pero nosotros no
podemos luchar contra el Sol. Es demasiado fuerte para nosotros.
—Si no podemos luchar contra el Sol, destruiremos a sus amigos los
voladores —propuso el volcán—. Durante veinte días, cubriré la tierra de
lava y de humo. Cuando los voladores quieran volar, quemaré sus alas y se
caerán al suelo. Entonces, pensarán que el Sol se ha enojado con ellos y que
no quiere darles su bendición.
—Durante veinte días haré que llueva —asintió el dios de la lluvia—.
El cielo y la tierra se cubrirán con mi agua y los hombres pensarán que el Sol
se ha olvidado de ellos. Así, los hombres nos honrarán.

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Y así sucedieron las cosas. Durante veinte días, el cielo se llenó
de humo negro y la gente, asustada, se escondió en sus chozas.
Pero los voladores sabían lo que tenían que hacer. Volarían para
pedir ayuda al Sol.

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L os voladores se subieron al mástil y mientras emprendían el
vuelo, pidieron al Sol que hiciera desaparecer el humo del cielo. Volaron
sobre el volcán pero cuando se acercaron a su cima, vomitó fuego y les
quemó sus alas. Al verlos caer, el volcán se alegró. Los voladores no
pudieron luchar contra él.

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D espués de veinte días, el volcán se calmó. El dios de la lluvia
cumplió su promesa. Durante veinte días, el agua cubrió el cielo y la tierra. El
lago se desbordó y los peces nadaban por las copas de los árboles. Los campos
de maíz se cubrieron de lodo y las cosechas se arruinaron.
De nuevo, Jun observó cómo su tío Akgstin y los demás
voladores se ponían las alas. Pensó en las largas horas que
había pasado observando el vuelo del águila. Deseaba con
todas sus fuerzas irse con los voladores.
Entonces reunió todo su valor y dijo:
—Me gustaría poder volar como tú, tío Akgstin. He
practicado todos los días y sé volar. Pero ustedes tan
sólo me dejan tocar la flauta.
—Algún día te alegrarás de saber tocar la flauta —
respondió el tío Akgstin, acariciando con su mano el
hombro de Jun—. Ahora toca una melodía para que
tengamos un buen vuelo.

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E l tío Akgstin y los voladores se subieron de nuevo al mástil para emprender
su vuelo y pedir ayuda al Sol. Pero el dios de la lluvia había cubierto el cielo de nubes.
Las hermosas alas de los voladores se empaparon de agua. Pesaban tanto que los
voladores se cayeron al lago.
Cuando paró la lluvia, el cielo seguía cubierto de oscuras nubes. Los aldeanos
miraban hacia el horizonte pero el Sol no aparecía. Jun y su gente empezaron a pasar
hambre y frío. Algunos pensaron que el Sol se había enojado con ellos o que, a lo
mejor, se había ido a vivir a un lugar lejano.

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L os más ancianos de la aldea decidieron reunirse en una de las
chozas para discutir la terrible situación.
—Hay que ir a casa del dios del viento para pedirle que despeje las
nubes —propuso el más sabio—. Sólo con su ayuda podrá volver el Sol.
Digan a todos los voladores que se presenten inmediatamente ante este
consejo. Elegiremos al más valiente.
Pero el tío Akgstin, que era el más valiente de los voladores, se había
caído al lago y estaba enfermo.
Los voladores escucharon a los ancianos y guardaron silencio. Nadie
se atrevía a llevar a cabo tan peligrosa misión. Nadie sabía tampoco que,
desde lo alto de la choza, Jun había presenciado la reunión.
—Mi tío Akgstin habría ido pero como está enfermo, yo iré en su
lugar —gritó Jun desde su escondite.

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— M e ha parecido oír un grillo allí
arriba —dijo uno de los ancianos.
Los que vieron a Jun encaramado en lo alto de la
choza, lo agarraron y lo bajaron.
—¡Acércate, chiquillo! Dime, ¿qué sabes tú de
volar? —le preguntó el más sabio de todos.
—Practico todos los días con las alas que el tío
Akgstin me ha hecho. Un día seré un volador como él
y tomaré su lugar en el cielo —contestó Jun con
orgullo.

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—Un chiquillo como tú ha de tener alas
de colibrí —dijo sonriendo el más viejo—.
Además, la casa del dios del viento está muy
lejos. ¿Quién te va a acompañar?
—Mi hermana el águila me guiará. Ella
vuela alto y ve más allá en el horizonte —
respondió Jun sin titubear.

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Y así fue cómo los ancianos decidieron que Jun sería el más joven de
todos los voladores. Al amanecer, Jun se encaminó hacia el zócalo. Tocó una
hermosa y triste melodía con su flauta y luego, la guardó entre su ropa. Se
subió al mástil y cuando la brisa sopló sobre sus alas, emprendió su vuelo.
Tal y como lo había soñado, Jun voló con su hermana el águila todo el
día y toda la noche. Cuando Jun se cansaba, el águila lo llevaba sobre sus alas
y tras un largo vuelo, llegaron a la casa del dios del viento.

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— ¿Q ué quieren ustedes? ¿No ven que estoy durmiendo? —les
preguntó el dios del viento encolerizado.
—Venerado dios del viento —se inclinó Jun en señal de reverencia—. Durante
muchos años hemos honrado al Sol y él, con sus rayos nos sonreía. Nuestro maíz crecía
alto y dulce. Nuestra gente era feliz. Pero ahora unas nubes grandes y grises cubren
nuestras tierras. Mi pueblo tiene hambre y está asustado. Piensa que el Sol lo ha
olvidado.
El viento miraba a Jun frunciendo el ceño.
—Niño, yo soy muy fuerte pero el Sol es más fuerte que yo. Si se ha olvidado de
ustedes, yo no puedo hacer nada.
—Pero Señor Viento, usted es el único que nos puede ayudar —rogó Jun— porque
si usted despejara las nubes…

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— ¿Q ué va a darme un niño tan pequeño como tú por un
favor tan grande?— interrumpió el viento.
Jun se quedó pensativo y tras una pausa respondió:
—Tengo esta flauta que me hizo mi tío Sraku. Su música es muy
hermosa.
—¡Tócala, ahora mismo! —dijo el dios del viento, que ya estaba
perdiendo la paciencia.
Jun tocó la melodía más bonita que conocía. El dios del viento volvió a
fruncir el ceño y le dio la espalda cuando un sirviente le trajo el desayuno.
Pero Jun siguió tocando.
Cuando terminó de tocar la melodía, Jun se acercó al dios del viento.
—Ahora dime qué es lo que quieres —le dijo el dios del viento,
limpiándose la boca.
—Quiero saber su respuesta, por favor —dijo Jun.

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— E stá bien. Dame tu flauta y te daré lo que deseas —dijo el dios
del viento sonríendo ante el valor de Jun, cuya hermosa melodía lo había
enternecido—. ¡Y ahora, márchate!
A Jun le apenaba perder su flauta pero se la entregó al dios del viento. Sabía
que gracias a ella su pueblo se salvaría. Entonces, emprendió el vuelo de regreso a
la aldea junto al águila.

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A l día siguiente Jun posó sus alas en el
zócalo, vio que los aldeanos y sus tíos Akgstin y Sraku,
lo estaban esperando. No había nubes en el cielo y
el Sol brillaba con fuerza en el horizonte. El dios de la lluvia
y el volcán gruñían en silencio. Jun se encontraba muy cansado
pero su corazón rebosaba de alegría. Su pueblo volvería a ser feliz y
seguiría honrando a su amigo el Sol para que les concediera una buena
cosecha. Pero por encima de todo, vio en los ojos de su tío Akgstin una mirada
32 de orgullo y Jun comprendió que se había ganado un lugar entre los voladores.

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