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Los higos de la madrastra 

es un cuento popular español recopilado


por Constantino Cabal.

Una vez, y dos son tres, había un matrimonio que tañía dos hijos y una hija. La
hija era lo más caritativa y buena con todo el mundo. Ella le daba limosnas de
ropa y comida a los pobres.

Cierta vez que la mamá, que era lo más avara y cruel, salió a hacer una visita,
dejó a la hija cuidando una mata de higos que la vieja adoraba, y le dijo:

–Como le des un higo a alguien o lo dejes robar, te voy a enterrar viva.

La muchacha teníale bastante respeto a su mamá y le obedecía mucho. Se fue


la señora y en eso llegó un viejito a pedir limosna. La muchacha, que era tan
buena, le dijo:

–Perdone, que no está mamá en casa.

Y el viejíto vio la mata de higos y le preguntó si podía coger uno. La muchacha


dijo que no, y agregó:

–Espérese, que le voy a buscar un pedazo de pan y un poco de agua.

Al irse la muchacha para arriba, el viejito no pudo resistir la tentación y arrancó


un higo a la mata, y se lo comió. Al llegar, la muchacha le dio el pan y el agua,
y el viejito completó su almuerzo.

Llegó la mamá y se fue a contar los higos, pues ella los contaba para ver si
faltaba alguno cuando salía. Con gran asombro vio que faltaba uno y se puso
rabiosa. No le quiso decir nada a la muchacha, y poco después empezó a
hacer un hoyo en el jardín. Dejó caer una sortija al hoyo y llamó a la niñita para
que se tirara a recogerla. La muchacha se tiró y entonces la vieja empezó a
tirarle terrones de tierra y la tapó en un momento.

Cuando vinieren el padre y los hermanos por la tarde a comer, después del
trabajo, el viejo preguntó por la muchacha y la mamá le dijo que la había
mandado a pasarse unos días al campo con su hermana, que había venido
aquel día. El padre quedó satisfecho, y comieron, y se bañaron, y se acostaron
a dormir.
Pasaron unos días, y el padre, al venir una tarde a comer, mandó al hijo mayor
a que le buscara un ají de una mata que había nacido en donde estaba la niña
enterrada.

Al ir el hijo mayor a arrancar un ají, oyó que la mata cantaba:

–Hermano, por ser mi hermano, no me arranques los cabellos; que mi madre


me ha enterrado por un higo que ha faltado.

El muchacho fue corriendo donde el padre y le dijo:

–¡Padre! ¡Si la mata canta!

–¡Qué! ¿Estás creyendo en brujas? ¿Cómo va una mata a cantar?

Y mandó al más pequeño.

A! ir a arrancar un ají, la mata empezó a cantar de nuevo:

–Hermanito de mi vida, no me arranques los cabellos, que mi madre me ha


enterrado por un higo que ha faltado.

El niño fue, sorprendido, a donde el padre y le dijo:

–Es verdad, papá. La mata canta de un higo que ha faltado, y que mi madre la
ha enterrado...

--¡Cállate! Yo voy a ir.

Al ir el padre, la mata empezó:

–Padrecito de mi vida, no me arranques los cabellos, que mi madre me ha


enterrado por un higo que ha faltado.

El padre, para ver si había sido su esposa, la llamó; pero ella no quería venir, y
la arrastró hasta el sitio donde estaba la mata de ajíes.

Al arrancar la madre un ají, la mata empezó a cantar:

–Madre, por ser mi madre, no me arranques los cabellos; que tú misma me has
enterrado por un higo que ha faltado.

El padre arrancó la mata y vio con gran asombro a su hija allí enterrada, y con
la misma zumbó a la vieja en el hoyo y la enterró para siempre.
Y se acabó mi cuento con ají y pimiento, y mi compañero, que me está oyendo,
que me cuente otro

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