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Una vez, y dos son tres, había un matrimonio que tañía dos hijos y una hija. La
hija era lo más caritativa y buena con todo el mundo. Ella le daba limosnas de
ropa y comida a los pobres.
Cierta vez que la mamá, que era lo más avara y cruel, salió a hacer una visita,
dejó a la hija cuidando una mata de higos que la vieja adoraba, y le dijo:
Llegó la mamá y se fue a contar los higos, pues ella los contaba para ver si
faltaba alguno cuando salía. Con gran asombro vio que faltaba uno y se puso
rabiosa. No le quiso decir nada a la muchacha, y poco después empezó a
hacer un hoyo en el jardín. Dejó caer una sortija al hoyo y llamó a la niñita para
que se tirara a recogerla. La muchacha se tiró y entonces la vieja empezó a
tirarle terrones de tierra y la tapó en un momento.
Cuando vinieren el padre y los hermanos por la tarde a comer, después del
trabajo, el viejo preguntó por la muchacha y la mamá le dijo que la había
mandado a pasarse unos días al campo con su hermana, que había venido
aquel día. El padre quedó satisfecho, y comieron, y se bañaron, y se acostaron
a dormir.
Pasaron unos días, y el padre, al venir una tarde a comer, mandó al hijo mayor
a que le buscara un ají de una mata que había nacido en donde estaba la niña
enterrada.
–Es verdad, papá. La mata canta de un higo que ha faltado, y que mi madre la
ha enterrado...
El padre, para ver si había sido su esposa, la llamó; pero ella no quería venir, y
la arrastró hasta el sitio donde estaba la mata de ajíes.
–Madre, por ser mi madre, no me arranques los cabellos; que tú misma me has
enterrado por un higo que ha faltado.
El padre arrancó la mata y vio con gran asombro a su hija allí enterrada, y con
la misma zumbó a la vieja en el hoyo y la enterró para siempre.
Y se acabó mi cuento con ají y pimiento, y mi compañero, que me está oyendo,
que me cuente otro