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Su oposición contra la dictadura de Porfirio Díaz le llevó a la cárcel (1910); se evadió a Texas y
allí organizó la Revolución mexicana de 1910. Derrotado el gobierno por las tropas de Orozco y
de Zapata, se celebraron elecciones presidenciales, en las que triunfó Madero (1911).
En sus quince meses de gobierno, Francisco Madero quiso reconciliar a la Revolución con los
restos del antiguo régimen; pero la división del movimiento revolucionario puso fin a sus planes.
Madero había establecido un régimen de libertades y de democracia parlamentaria; pero no
había satisfecho las aspiraciones de cambio social que latían en las masas revolucionarias.
Zapata, Reyes y Orozco se sublevaron contra él; y Huerta, comandante de las fuerzas que
debían defender México, le traicionó, le depuso y le mandó asesinar alegando que había
intentado escapar (1913). Quien no había conseguido en vida mantener unidos a los
revolucionarios, se convirtió tras su muerte en un símbolo eficaz de la unidad de la Revolución
contra el usurpador Huerta.
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Durante las presidencias del dictador Victoriano Huerta (1913-1914) y del presidente
constitucionalista Venustiano Carranza (1914-1920), Zapata siguió manteniendo sus actividades
guerrilleras en contra del gobierno, extendiendo su poder por todo el sur de México. Junto con
Francisco (Pancho) Villa, que había aceptado el Plan de Ayala, entró en la ciudad de México en
1914. Al año siguiente, Zapata se retiró a Morelos, donde continuó defendiendo sus posiciones,
frente a las tropas constitucionalistas.
En 1919 murió asesinado en una emboscada organizada por un agente de Carranza, lo que
causó una enérgica condena de la opinión pública y de gran parte de los propios sectores
constitucionalistas. Considerado por sus enemigos un simple saqueador, Zapata ha sido
idolatrado por los campesinos y por la gente del pueblo como reformador revolucionario y héroe;
su vida ha inspirado innumerables leyendas y corridos populares