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fundamento en que se apoya nuestra concienzuda per-


suasión de In criminalidad del desgra~iado que se llamó
José Raimundo Russi.

IX

OUSTODIA 6 LA EMPAREDADA

Pasados los últimos movimientos políticos produci-


dos por la revolución que conmovió al país, hnsta me-
diados del año de 1852, en1pezaron á llegar á Saubfé
los diversos batallones formados en el Norte de la Re-
pública, con reelutas, atrapados, la mayor parte, en la
entonces Provincia de Tunja, semillero inagotable de
nuestros mejores soldados, quienes entonces, como ht&
sucedido siempre y como indudablemente sucederá en
lo futuro, se batieron con bravura y disciplina en los
memorables y ~angrientos campos de batalla de Garra-
pata, Baesaco:. Angnnoy, y en muchos otros agarrones
rnús ó meuos importantes, en que se demostró, por la
milésima vez más, que los colombianos son valientes;
poro sin otro resultado práctico que el do dejar unas
cuantas viudas, huérfanos y ancianos desvalidos, aban-
donados á su propia suerte, puesto que las guerras solo
hnn producido entro nosotros el imperio de In violencia
y de la iniquidad en todns sus formns. Si la guerra com-
pusiera algo, Cvlombin sería el país más perfecto del
mundo, porque aquí In hemos hecho por habitual ejer·
cioio.

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Como íbamos diciendo: entre los batallones que tn•
traban á esta ciudad para seguir después de algún dls-
canso á sus respectivos destinos, se contaba uno en ctyo
escalafón estaba inscrito el nombre de Pedro Siachoqte,
natural de Sutamarcbán. En una tarde del mes de Ag•s·
to, pidió éste permiso á su cabo para que, en compaiía
de otro camarada, les permitiera salir á dar un paseo lOr
la ciudad, á fin de no regresar á su tierra sin conocer as
maravillas de Santafé. Concedida la licencia, empr,n-
dieron marcha nuestros dos touristas y se dirigieron its-
tintivamente á la parte Sureste de la población, .in
duda, porque en esas localidades encontraban barra.wos
y despeñaderos que les recordaban el aspecto topog·á-
fico de la comarca en que nacieron y vivieron felic.9s,
hasta el día ó mala hora, en que se les creyó útiles p¡ra
ir á atajar balas con el cuerpo por cuenta ajena.
Con la boca abierta y de asombro en asombro, .n-
daban al acaso aquellos ex-reclutas, basta que llegaon
á i11mediaciones de las paredes que servían de di visón,
entre una casa situada en la vecindad del cuartel de
Artillería y el solar en que se hallaban. Allí se le mu-
rrió á Siacboque una necesidad íntima, y sin espera· á
que su compañero le dijera como D. Quijote á Sanmo:
- ¡ Retí1•ate tres ó cuatro allá!, dio principio á su asutto,
quam tábula rasa.
En lo mejor del cuento estaba el soldado, cuatd o
sintió un raído particular, semejante al que producen los
roedores al tratar de abrir tronera en los muros: alz• la
vista con el objeto de conocer la causa de lo que oouría;

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pero sin decir palabra y con los calzones en las manos, se
retiró despavorido exclamando con voz entrecortada: San
Jerónimo 1 Ave María Purísima I Jesús me ampare y
me favorezca! Al oír el compañero de Siachoque las
invocaciones de éste, sin comprender el motivo de tanto
miedo, lo imitó y aun superó en sus expresiones de es-
panto, y se retiró hasta situarf.le á prudente distancia:
repuestos en algo del incomprensible pánico que los do-
minaba, dirigió el camarada á Siachoque, un ''¿qué es P"
que valfa un reino.
-Un alma en pena que me ha asustado !
-Dónde?
-En aquella ahojada: mÍ1·ala 1
El camarada debía ser hombre práctico en asuntos
de exorcismos, porque inmediatamente se puso á gritar
con toda la fuet·za .Je sus pulmones :
De parte de Dios ó del diablo, decinos qué querés l
Sin obtener contestación de la supuesta alma en
pena y sin ánimo para acercarse á la ahojada, resolvieron
ir al cuartel y dar parte de lo que les había sucedido.
Volvieron acompañados del c!lbo y de otros soldados,
aunque nada adelantaron aquellos hijos de Marte, porque
si bien estaban acostumbrados á hacer frente á. los ene·
migos tangibles ó corporales, no se creían con fnerzas
para acometer •Í las almas del purgatorio ó á. los vestiglos,
cosas enteram ente iguales para aquellas gentes sencillas·
Enviaron por otro refuerzo, que llegó al mando
de un oficial experimentado, provisto de armas y muni·
ciones suficientes, por cuanto ya empezaban á creer que
se trabba de a.lgún ouevo pronunoiC4mieruo.

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Ocupado el campo sobre el cual se iban á empren-
der las operaciones bélica9, y asegurádose en primer lu-
gar honrosa retirada, envió nuestro impetérrito oficial
una guerrilla de avanzada hacia el agujero que en esos
momentos hacía el papel de la Esfinge de Tabas.
Los soldados se aproximaban serenos hasta situarse
fl. dos ó tres metros de distancia de la pared enigmática ;
pero al llegar allí se detenfan como si estuvieran clava•
dos en e1 suelo y se animaban, cuando más, á estirar el
cuello á fin de ver si así lograban distinguir el objeto que
les tenía embargadas todas sus facultades y lea producía
al mismo tiempo un pánico inexplicable.
Extraño fenómeno tenía lugar en aquella localidad :
los mismos hombres que, en Garrapata resistieron el
choque de terrible caballería lanzada al combate por los
intrépidos José Vargas París (el Mocho), Vicente Ibá-
ñoz y Domingo Caicedo; los que bajo las órdenes del
bizarro General Manuel María Franco en las breñas ines-
pugnables de Pasto, vencieron en Buesaco y Anganoy
á las huestes aguerridas qu~ seguían á los insignes gue
rreros Julio Arboleda y Jacinto Córdoba ; esos mismos,
en la capital de la República, no se atrevían á afrontar
el pelig'ro imaginario de acercarse al pequeño agujero
que encerraba el misterio incomprensible.
Al fin se dio aviso al Alcalde, diciéndole que por
entre una ahojada de la casa en cuestión, se diatingaia,
á no dejar eluda, la mano de un muerto que haofa se-
fina como convidando á que se le acercaran. Nuestro hom-
bro civil que no tenia miedo á la muerte, tal vez por no

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haberla visto de cerca como los militares, se aproximó al


punto indicado _y vio distintamente nna mano descarna-
da, apergaminada y con evidentes señales de que el cuer-
po á que pertenecía debia hallarse en terrible angustia.
N o faltó quien le diera el consejo de que, á ejemplo
de lo que hicieron los vecinos de Tuluá, quienes para
introducir una viga tirante en la iglesia, derribaron la
fachada, se procediera á destruír esa parte de la casa.
En previsión de que el asunto que los preocupaba se re·
lacionara con algún hecho critninoso, el Alcalde hizo ro-
dear la casa y se introdujo á la misma, bien aoompaftado,
por lo que pudiera suceder.
Se llamó á la puerta, pero no contestaban ; visto lo
cual por el Alcalde gritó: la auto,•idad y añadió que si
no abrían inmediatamente, echarfa la puerta abajo: la
intimación hizo su efecto, y en consecuencia, oyeron los
que golpeaban un prolongado ¿quién es? recitado en voz
chillona y en un diapasón que revelaba el mal humor de
la persona que contestaba. Al fin, después de otro¿ quién
es 1 se abrió la puerta de la calle y se presentó á la vista
de los que entraban, una mujer que tendría cuarenta.
años de edad, pálida, sumamente delgada, de mediana
estatura, aprisionado el cabello por un pañuelo de seda
atado en la cab~za, vestida con traje de lanilla color de
café, zapatos de cuero y m~dias blancas, zarcillos de oro y
pedrería pendientes de dos enormes orejas, y una gar-
gantilla ele cuentas de oro que remataba en un medallón
colgado al caollo. Todo fue encontrarse nuestros hom-
bres al frente de aquella figura y estrecharse unos con·

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tra otros en actitud defensiva, como si tuvieran que ha-
bérselas con alguna fiera. El Alcalde, que por lo visto
sabfa donde le ap1·etaba el zapato, dijo al oído al oficial:
-Si esta bruja no pertenece á la raza telina, yo no
entiendo de historia natural.
Después del snludo que aquella no contestó, pregun·
tó el Alcalde quién vivía allí.
-Yo, respondió la mujer.
-¿Y quién es yu? replicó aquél.
-TRINIDAD FoRERO, dijo la interpelada.
El Alcalde expuso sin rodeos á la 'l'rinidad el moti-
vo que los llevab!J. á esa casa, para lo cual esperaba que se
sirviera permitirles practicar un reconocimiento.
-Aquí no hay nada que ver ni qué rondar y yo estoy
en mi casa, <iijo aquolla arpía; no permito que entren
sino sobre mi cadáver.
Ante semejante negativa no había término medio :
ee la amenazó con proceder á viva fuerza si se oponía al
mandato de la autoridad, visto lo cual amainó la dueña
de casa, diciendo que hicieran lo que se les antojara; pero
que ella se iba para que no la ultrajaran. Por de contado
que no se le dejó salir, y, antes bien, se le hizo presente
que debia acompañarlos en la exploración que se inten·
taba hacer.
La casa se componía de un angosto zagm\n que con-
ducía á un corredor, á In derecha del cual se encontraba
la puerta que daba entrada ll una salita que recibía la luz
por una ventana del lado de la calle, con lienzos en lugar
de cristales, y fuertes cerrojos para seguridad de la mo-

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radora ; á In izquierda de la Stala, al entrar, había otra
puerb de bastidores forrados en tela de percal rosada
que daba entrada á una alcoba estrecha y oscura.
El mueblaje de la casa se resentía de mal gusto y
gran desaseo, como es de uso y costumbre entre nues-
tras gentes de medio pelo, notándose la completa ausen-
cia de imágenes ú otros objetos que dieran muestra de
los sentimientos piadosos de aquella mujer.
Al frente del corredor principal, existía otro edifi-
cio en donde estabAn las tt·es piezas de ordenanza en
aquellas casitas de más que problemática moralidad, 6.
saber: el comedor, la ciespensa y la cocina. Otra parti-
cularidad notaron los nuevos huéspedes de esa cal:la : la
Trinidad vivía sóla.
Habiendo entrado á la sala, la dueña de casa no in.
vitó á sus visitantes para que tomaran asiento; lejos de
eso, permaneció en pie con aire amenazador: dejaba com-
prender, con toda la posible groserín, el enfado que en
ella reboStab~. Terminada la inspección de la sala, era
claro que tenían que continuarlo en la alcoba contigua,
por cuanto en esa dirección se hallaba el solar al que
correspondía. la ahojada sibilftica; pero al dirigirse el
Alcalde hacia di0ba pieza, la Trinidad se plantó en la
mitad de la !luerta, tomó un palo de escoba en nna
mano y unas grandes tijerns en la otra, y le manifestó
categóricamente, que el primero que intentara introdu·
cirse en la alcoba encontraría allí su lomba
l\Lis asombrados que temerosos por aquella baladro-
nada, los asistentes contemplaban á la mujor que tenía
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en tales momentos el aspecto de todos los pecados capi-
tales reunidos; poro no era posible que tantos hombres
juntos y armados, retrocedieran ante la ira de aquellas
faldas, y resolvieron cóute qui c6ute, entrar á la pieza
prohibida. s~ abalanzaron sobre olln y la sujetaron, no
sin tenet· antes que soportar rasguñoa y mordiscos de la
que ya parecía endemoniada, amén del tropel de injurias
y blnafernias inauditas que vociferaba, echando espuma-
rajos de rnbia y despecho, y dirigiendo miradas de
espantoso odio hacia la cama de colgadura de muselina
arrimada á In pared. Allí debía encontrarse la solución
del enigma.
Asegurada aquella furia, se procedió á retirar la cama
do junto á. la pared, con lo que quedó en descubierto el
hueco murado sin blanquear de una puerta. No se oía en
ese lugar ningún ruído que indicara la existencia de
un ser viviente; pero como había ya evidencia de
que esa parto de In casa correspondía á la pared exterior
en que se hallaba In ahojada misteriosa, se lucieron llevar
barras con el fin do derruír la pared, de adentro hacia
fuera, y de arriba parn abajo, á efecto de no causar daño
quien estuviera on la parte interior.
Al golpe del primer barrazo so produjo un ruído so-
noro, lo que significaba que la pared estaba sobre hueco
en esa parte: al segundo golpe, se desprendió un adobe que}
al caer, dejó ver con la luz que entraba por la ahojada de
In parte exterior, que los exploradores se hallaban al fren-
te de un vacío on ose pnnto de la pared, tapado en cíta-
ra por ambos Indos ; ul mismo tiempo se esparció en la
estrecha alcoba una fetidez insoportable.

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No había Juda posible: los exploradores estaban al


frente de una fosa en que debía yacer algún cadáver Eln
descomposición, y en tal virtud, cubiertas con pañuelos las
caras, con el objeto de precaverse contra los gases pesti-
lentes que casi los asfixiaban, se continnó l,¡ exploración.
No bien sa hubo derruído lo suficiente para observar
lo que existiera en el fondo de aquella cavidad, vieron-
¡ qué horror l-una momia medio envuelta en asqueroso
sudario, que yacía sobre un lecho de esti6rcol y de mi-
llares de gusanos blancos que pululaban por todas par_
tes. Lo más horrible de aqnel repugnante espectáculo
era, que eso que tenía alguna forma semejante á la especie
humana, hacía débiles movimientos con las manos en
actitud deprecatoria, implorando compasión y dirigiendo
á. todos miradas lastimosas y tiernas, con ojos apagados
pero expresivos de donde brotaban gruesas lágrimas 1
Yano había lagar á vacilación: aquella debía ser
la víctima de la nueva l\.fegera, que imitando á sn
modelo, anhelaba porque aquel ser humano no muriera
para hacer más larga la duración de los tormentos con
que afligía inaudita crueldad al desdichado cuanto inde-
fenso sor.
Entre tanto, la Trinidad lanzaba hacia aquel lugar
mirc,das espantosas, dejando comprender el odio más
fet'oz contra su víctima, al mismo tiempo que no ocul-
taba la satisfacción por verla reducida á semejante esta·
do de repugnante deformidad.
ffl\y nociones en la vidn quo para ser llevadas á
buen término, hacen necesario que quien las ejecuta, po-

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1ea gran sentimiento d~ abnegación, estoicismo y, más
que todo, caridad ardiente; tal era el caso de que nos
ocupamos. Se trntnbn nnda menos que ele recoger y sa-
car de entre aquella sepultura improvi!"rH.ln, un cue1•po
vit'O en putrefacció~, y, por consiguiente, sin parte
sana por donde asirlo : la sola idea de tener que
abrazarse con aquella momia, hacía erizar los cabellos
de los circunstantes.
Pero pasaba el tiempo y era preciso tomar alguna
determinación. Los soldados oponían gran resistencia á
prestar ese servicio humanitario, no por mala voluntad,
sino por la inven:ible repugnancia que los dominaba.
Al fin ocurriósele ú algnien salir á la calle tÍ buscar á la
primera aguadora que pasara, con el objeto de oblignrla,
por bie1t ó por m.al, á que los sacara del apuro. No fue
difícil hallar á la que buscaban, pues á pocos instantes
pasó por allí una de aquellas ?nujcrcitas, vestida de ha-
rapos, con su múcura colgada á la espalda dentro de una
red ó ca?·gador y, poco menos asquerosa que la misma mo-
mia. Se le propu~o ol negocio de p o1• buenas, metliante un
buen golpe de cldclta,-tentación alhagadora para aquella
especie de gentes-lo que fue aceptatlo sin vacilar por IR
nglladora, quien dijo que no era 'recelosa, como podía acre-
ditarlo su amo Perico, en cuya casa cortuba el sebo olis-
coso, antes de derretirlo para hacer las velas chorrea-
das y el jabón de la tierra.
Satisfechos con el hallazgo, volvieron los emisarios
á la alcoba en donde la aguado1a, de~ paés do snutigunrse
unas cuantas Teces y encomendarse IÍ Nuestra Señora de

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Chiquinquirá, so acercó resueltamente al hueco de ln
pnred, reco~ió lo que allí encontró y lo puso, sin pensar
lo que hacía, sobre la c:una de la Trinidad. Esta lanzó
un rugido parecido al del jaguar cuando se le escapa la
presa que ya cree asegurada para saciar su voraz apetito.
La imprPsión producida en las personas que pre..
senciaron aquella escena, debió ser igual á la que expe-
rimentaron los fariseos al ver salir resucitado á Lázaro,
ya fétido, de su tumba; pero aquí, en preeencia de aquel
sér indetenso, reducido á la más espantosa situación, al-
ternaban confundidos los sentimientos de horror compa-
sivo IJOr la víctima y de indignación contra sus crueles
é inhumanos verdugos. Hubo necesidad de recogerla en
una parihuela, á fin de que el cuel'po no se les disgrega-
ra entre las manos al tratar de conducirlo al Hospital,
con el objeto de ver si se podía devolverle el uso de la
palabra, ú fin de que revelara las causas y los autores
de aquel crimen inaudito. En cuanto á la presunta
autora de JI, se la condujo al Divorcio, mientras se
instruía t\l correspondiente sumario. La Forero se encas-
tilló al principio en despreciativo silencio, y se daba ín-
fLtlas de acusadora y no de acusada.
Si en alguna ocasión se manifestó interés en nues-
tra Rociedad por b conservación de la vida do una
persona, fue, sin clnda, aquella, en que se ansiaban
conocer las peripecias del e~pantoso drama. Los doc-
tores Antonio Vargas Reyes é Ignacio Antorvezn,
se disput:n01. la labor ele restablecer, como al fin lo lo-
graron, on lo posible, las fuerzas vitales de aquella iofe•

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liz víctima de los más furiosos OL!;LO~. Empezaron por
coserle In boca que tenía cortada de o?·eja cí. o?·eja, tÍ fin
do que reduciéndose á su proporción natural, pudiera
articular palabras ó hacerse entender, pues no daba se·
ñales de que supiera escribir ó leer. Conseguido ese
primer buen resultado, la emparedada, nombre que se
le dio, hizo la siguiente exposición bajo la gravedad del
juramento, la que fue confirmada por la fría confesión
de su cruel perseguidora.
La madrina de la empa'redada Custodia, la concertó
como sirvienta en casa de Trinidad Forero, mujer de ca-
rácter arrebatado y de pasiones violentas. Poco después
de vivir con aquella mujer, empezó á tratarla con dureza
y á maltratarla sin que diera el menor motivo. En una
ocasi6n, la envió su señora á un mandado por Los La-
ches, en busca de una lavandera; pero el verdadero ob·
jeto era alejarla de la casa á fin de preparar la inicua
venganza que meditaba contra ella, porque un señor
que la visitaba, y cuyo nombre no conocía la muchacha,
dijo :i la Forero, que tenía una criadita muy bonita y que
se iba n cusar con ella.
Entrada la noche volvió la sirvienta y sin de-
cirle nada su señora, le ató lv.s manos atnis, los pies ;
pt1sole un pañuelo en la boca después de introducir-
le en ella una piedm para que no pudiera gritar.
En esa posición la dejó hasta el amanecer en que
empezó á arrancarle el cabello, operación qne duró
casi todo el día, sin darlo ningún alimento. Por la noche
le puso un emplaato en la cabeza, que le produjo ardor

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insoportable, y que al fin le formó una llaga desde la nuca
hasta los ojos, pues también le arrancó las cejas y pes•
tañas.
Al segundo día se sentía agotada aquella mártir,
después do pasar dos Jías sin comer ni bebor, y como yó.
no tqnía fuerzas ni podía quejnrsG, la Trinidad, conse-
cuente con su infernal proyecto de atormentar ú la que
creía su rival, le suministró un pocillo de agua fétida
y un bocado de mogolla.
Cuando aquella nueva Medea creyó que la rnucha-
.Jha tendría más alientos para sufrir, se puso á sacarle
uno á uno, todos los dientes y muelas, y para ello se sir-
vió de unas tenazns de las que usan los zapateros. No sa-
tisfecha at'tn :tquella infame furia con lo hecho, quemó IÍ
la infeliz con planchas calientes, todas las articulaciones,
las costillas y la columna vertebral; y como si aún no
fuera suficiente, le cortó las orejas y le abrió la boca
hastn los oídos.
Terminada aquella tarea, de cuyos resultados debió
de horrorizar o el mismo demonio. la Trinidad onoendió 1

dos velas al lado de :;u víctima, le puso un espejo al


frente y le diJo con ucento de espantosa satisfacción: ya
no so casará ar¡uél cou In criadita bonita 1 En seguida
arrastró tí la muchacha hnsta el hueco de unn ulacena
que había en lu. pnrerl y, porsonnlmente, con la mayor
calma, emparedó ú la que según ella no. debía contnrso
má~ en el número do los vivientes.
Poro no era con el objeto ele matnrlu ó hacerla mo-
rir, quo ]a Forero había emparedado ú esa muchncho.:

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nó, era para gozarse en verla sufrir por la ahojada que
dejó hacia el lado del solar de In casa, y al mismo tiempo
darle en cantidades exiguas, cada tres días, el alimento
indispenAable para que aquel cuerpo no dejara escapar
el soplo de viJa que lo animaba.
¡ Ya puede figurarse el lector los tormentos y an-
gustias sin cuento que sufriría aquella pobre niña, hija
del pueblo, abandonada de los hombres y sin otra pers-
pectiva que la muerte lenta, que para mal suyo, tardaba
en llegar J
Dos meses mortales habían pasado para aquella
desdichada, teniendo por único consuelo los sarcasmos
de su cruel perseguidora ó los golpes que la Forero daba
en el tabique, cerca del cual había colocado la cama, para
gozar6e en los débiles qu.ejidos que el frío, el hambre y
el dolor arrancaban á su aborrecida supuesta rival. Sin la
casual llegada de los soldados al pie de la alwjada, ¡ Dios
sabe cuánto tiempo hubiera durado aquel espantoso su-
plicio 1
Repuesta algún tanto La e1npa'redada, llegó í>l mo-
mento de poner frente á frente In víctima y su víctima-
ría; aquel fue un acto interesantísimo: La empa1·Rda.la,
sobrecogida de terror y espanto, suplicaba que no la de·
jaran atormentar más de su sefiá Trinidad : ésta se crnzó
de brazos, recogió el pañolón en que estaba envuelta de
atrás hacia adelante, fijó uua mirada indefinible sobre su
víctima, la contempló en s ilencio y hablando cons:go
misma dejó escapar estas palabras: ¡A sí está bien I
En la declnración indagatoria, expuso aquella Jeza-

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bel santafereña, que odiaba de muerte á la muchacha,
porque ella era la causa de que se le hubiera desba-ratado
el matrimonio que hacía mucho tiempo tenía proyectado,
por lo cual había ocurrido al para ella, sencillo expe-
pediente, de desfigurarla primero, y después esconderla
en donde se muriera poco á poco, sin hacer escándalo ni
llamar la atención.
Véase cu~les son los funestos efectoa del arrebato
de los celos, en una muj¿r como la que nos ocupa,
pasada de los treinta y nueve años, que es la edad
que más temen las solteras deseosas de casarse, sin edu.
cación ni principios religiosos, edad en que se desarrolla
esa pasióa que produce monstruosas alteraciones en las fa-
cultades intelectuales, y hace aparecer como bueno::,
y lícitos todos los actos que tiendan á anonadar el ob-
jeto que motiva la pasión, con razón ó sin ella, y
pervierte el sentido moral hasta conducir á los mayo-
res excesos de crueldad, de los cuales no será primero ni
último ejemplo, el caso presente.
Convicta y confesa de los delitos de tentativa de
homicidio y maltratos personales en máximo grado, el
Jurado ~en ten ció á Trinidad Forero á sufrir la pena de
diez años de encierro en la reclusión de G uaduas, en
donde murió algún tiempo después á consecuencia de
una fiebre rnaligna. 811 víctima) reducida á completa
invalideí'. y á absoluta miseria, se hacía conducir sentada
en una silleta implorando la caridad pública en Santafé,
á fin de procurarse la subsistencia. 1 Por altos juicios de
Dios, sobrevivió algunos afios á su cruel perseguidora 1

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