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CONFERENCIAS EN COSTA RICA

OCTUBRE 2008
TENER UN CORAZÓN
PARA CONOCER A CRISTO

Quiero compartir esta semana acerca de “Conocer al Señor”. La realidad de que


Dios se haya permitido a Sí mismo ser conocido a través de la Persona del Señor
Jesucristo es algo verdaderamente asombroso. Juan 17:3 dice: “Y esta es la vida
eterna: Que me conozcan, que conozcan a Dios, que en verdad conozcan al Señor”.
Es un gran don que ninguno de nosotros comprende; aun así, conocerlo a Él
verdaderamente, es algo que pocos llegan a hacer. Hay muchas ideas equivocadas,
malentendidos e imaginaciones que rodean la idea de “Conocer al Señor”.

Quiero compartir esta noche, en primer lugar, acerca del tipo de corazón que hay
que tener para conocer al Señor. Si nosotros no tenemos un corazón para conocer
al Señor, todo lo que se vaya a decir en estas conferencias no será de provecho. Si
no tenemos un corazón para conocer al Señor verdaderamente, ni siquiera podemos
empezar. Las siguientes dos noches compartiré más acerca de lo que he visto con
respecto a cómo se conoce al Señor y cómo no se conoce. Mi esperanza y mi
oración es que humillemos nuestros corazones y le permitamos al Señor
enseñarnos por medio de Su Espíritu esta semana.

Permítanme decirles algo que yo sé es verdad: Dios no está esperando un momento


específico para revelar a Su Hijo. A Él no le importa si es joven o viejo, martes o
domingo; el tiempo es irrelevante para Dios. Dios está esperando corazones que se
inclinen y se quiten de Su camino. Dios está esperando que soltemos nuestro apego
a las doctrinas, a nuestras ideas, a nuestras suposiciones y a nuestras propias vidas.
Cuando haya espacio en nosotros para llevar la verdad, Él rápidamente nos
mostrará a Su Hijo. Dejemos que así sea esta semana.

Permítanme hacerles una pregunta. ¿Cómo llega una persona a conocer al Señor?
Diremos mucho acerca de eso esta semana; pero al menos déjenme darles, por
ahora, una respuesta resumida de diferentes maneras, y luego regresaremos. Puedo
resumir la respuesta diciendo que, conocemos al Señor al llevar en nuestra alma la
realidad y experiencia de Su muerte, Su sepultura y Su resurrección. Puedo decir
esto de otra forma: Conocemos al Señor en la misma medida en que Su vida haya
sido formada en nosotros. Conocemos al Señor conforme participemos y
experimentemos Su vida resucitada como la vida de nuestra alma. Conocemos al

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Señor sólo cuando participamos de su mente, cuando participamos en Su
naturaleza; cuando somos parte de Él. Conocemos a Señor conforme
experimentemos Su vida como propia.

Puedo decir lo mismo desde una perspectiva diferente: No conocemos al Señor si


estamos viendo, observando y buscando Su Vida externamente. Ahora bien, no
estoy tratando de iniciar una discusión con algo de lo que estoy diciendo. Yo creo
en todo tipo de milagros, sanidades, sueños y visiones. Creo en ello y lo he
experimentado. No estoy tratando de quitar algo de ustedes, sólo estoy tratando de
hablarles acerca del verdadero “conocer a Dios”.

Por tanto, habiendo dicho eso, permítanme decir que no conocemos al Señor a
través de la oración y del ayuno. Yo creo en la importancia de la oración y del
ayuno, pero la gente de todas las religiones ora y ayuna, y lo hacen sin conocer al
Señor. La oración es relevante e importante en la vida cristiana, pero todas las
oraciones y ayunos del mundo no harán que conozcamos al Señor.

Tampoco conocemos al Señor al mirar Su poder. Aunque podamos observar


externamente algo de la naturaleza de Su poder y bondad cuando sana o habla,
tales cosas no nos llevan a conocerlo a Él.

Yo creo que Dios puede dar sueños y visiones, y aprecio esas cosas en su contexto
apropiado. Existe un gran movimiento en la iglesia de hoy que tiene que ver con la
profecía, visiones y sueños; sin embargo, los sueños y las visiones no hacen que
crezcamos en el verdadero conocimiento de Cristo. Las visiones y sueños son lo
que la Biblia llama “figuras”; ellos son tipos y sombras, imágenes y probaditas...,
pero no son sustancia. Hablan de la sustancia, pero a menos que esa sustancia sea
comprendida en Cristo, con frecuencia no seremos mejores por tener esas
experiencias. No estoy diciendo esto a la ligera, yo pasé muchos años de mi vida
buscando, y hasta cierto punto, experimentado tales cosas; no soy indiferente a
ellas. Lo que estoy diciendo es que un corazón con solo esas cosas puede
básicamente permanecer ajeno a Dios.

Dios le advirtió a Pablo en varias ocasiones por medio de sueños, pero Pablo no
aprendió a Cristo a través de sueños. Dios confrontó a Pablo con una luz natural
que cegó sus ojos naturales, pero le enseñó a Cristo al alma de Pablo, cuando la luz
del conocimiento de Su gloria llenó los ojos de su entendimiento. Hablaremos más
acerca de estas cosas.

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No conocemos al Señor a través de la lectura de libros; es más, no conocemos al
Señor a través de la lectura de la Biblia... A MENOS QUE esos libros, o esa
Biblia, sean usados por el Espíritu de Dios para revelarnos a Aquel de quien dicen:
dónde está Él y cómo es Él. A menudo yo comparo la Biblia con una ventana.
Usted y yo podemos ver, estudiar y memorizar una ventana todo lo que queramos,
pero hasta que miremos a través de ella y veamos lo que está detrás, entenderemos
el propósito de la ventana. Jesús les dijo a los fariseos: “Ustedes escudriñan las
Escrituras diligentemente pensando que en ellas tienen vida..., pero Yo Soy la vida,
y ustedes francamente no me conocen”.

Entonces, les pregunto de nuevo: ¿Cómo conocemos al Señor? Conocemos al


Señor dónde Él está y cómo Él es. Lo conocemos como la vida de nuestra alma. Lo
conocemos como la resurrección. Lo conocemos conforme Su vida empieza a ser
formada en nosotros, conforme Su mente empieza a obrar en ustedes y en mí.
Conocemos a Cristo conforme Su mente, la fe del Hijo de Dios, empieza a operar
en nuestra alma; cuando empezamos a caminar en Su perspectiva, en Su fe. Lo
comprendemos conforme Su propia vida se apodera de nuestra alma con Su
sabiduría, Su entendimiento y Su conocimiento espiritual; conforme Su vida se
apodera de nuestra muerte. Conocemos al Señor conforme Su palabra crece en
nuestra alma, conforme su semilla crece en nuestro suelo. Así es como llegamos a
conocer al Señor.

Recuerdo que cuando yo tenía como 20 años escuché una noche un poderoso
sermón en una conferencia, en el que un hombre estaba enseñando sobre el
conocimiento de Dios. Él habló acerca de “conocer al Señor” y eso caló mi
corazón; todo lo que yo quería era conocerlo a Él. Lo que escuché esa noche sonó
como el propósito mismo de mi existencia. Entonces dediqué los siguientes 6 u 8
años de mi vida a conocer a Dios de corazón, el problema era que lo estaba
haciendo por medio de diferentes maneras en las cuales Él no puede ser
verdaderamente conocido.

Mi celo era fuerte, mi corazón apasionado y mi disciplina era admirable para


muchos; supongo. Y aun así, aunque llegué a estar muy familiarizado con la Biblia
y muy disciplinado en la carne, no estuve cerca de conocerlo a Él, pues no lo
conocía como la vida de mi alma. Y si soy completamente honesto con ustedes,
ahora me doy cuenta de que yo lo estaba buscando para ser grande ante Sus
propios ojos. Lo estaba buscando por lo que Él haría conmigo, para mí, o por mí.
Por lo que Él me haría, en cuánta autoridad espiritual caminaría o cuánto poder

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manifestaría yo. Lo estaba buscando para mis propios fines. Yo no veía eso (no lo
vería hasta que el Padre tuviera libertad para revelar a Su Hijo en mí); pero era
verdad.

Yo lo estaba buscando para llegar a ser algo por mí mismo. Lo estaba buscando
para y en conformidad con lo que yo quería que Él fuera para mí. Lo estaba
buscando a fin de ganar Su aprobación para mi vida. Lo estaba buscando para
poder cumplir MI destino, el cual, en mi mente, consistía en la realización de las
llamadas tareas espirituales. Lo busqué diligentemente, con tiempo y lágrimas y...
y como dice Pablo: “siempre estaba aprendiendo pero nunca llegando al
conocimiento de la Verdad”.

Consecuentemente, toda mi búsqueda casi no produjo nada sobre conocerlo a Él.


Toda mi búsqueda fortaleció mis propias vanas imaginaciones. Mis imaginaciones
eran como bloques de construcción que se apilaban más y más alto, conforme yo lo
perseguía a Él para mis propios fines; conforme buscaba conocerlo a Él aparte de
experimentarlo como muerte, sepultura y resurrección. Yo lo llamaba celo por
Dios, pero detrás de ello estaba todo el celo por mí mismo. Ahora puedo darme
cuenta de eso claramente; ahora puedo reconocer mi orgullo espiritual y mi codicia
por mi propio beneficio.

¿Qué tiene que suceder para conocer al Señor? Bueno, conocer al Señor ocurre
cuando Cristo, quien es nuestra vida, es revelado en nuestra alma. Espero tener
tiempo para hablar más de esto. La revelación de Él como nuestra vida tiene el
efecto de conformarnos a Su muerte; somos conformados a Su muerte para
alcanzar Su resurrección. Pero ahora quiero devolverme un paso aquí, porque antes
de que podamos siquiera empezar, debemos hablar sobre el terreno que debe haber
para que Él pueda trabajar en nosotros.

Es cierto que el crecimiento espiritual es el incremento de Cristo dentro de nuestra


alma, pero no es el incremento de Él en cantidad, no es tener más de Él; es el
incremento de la medida de Su plenitud que obra en y a través de nosotros.
También es cierto que dicho incremento viene a través de la revelación de Él y de
Su obra consumada para el crecimiento en el conocimiento de Dios, el crecimiento
en fe, crecimiento en la mente de Cristo, para tener nuestras mentes renovadas, etc.
Sí, todo eso es verdad, pero permítanme antes que nada, retroceder aquí y decir que
debe haber cierto terreno en nuestros corazones para que Él pueda revelar a Su
Hijo. Dios revela a Su Hijo en usted y en mí basado enteramente en el terreno que

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le presentamos. Tenemos que presentarle terreno a Él; tenemos que convertirnos en
el tipo de terreno en el cual algo de esto pueda suceder.

Amigos míos, sí existe un buen terreno. Sí existe un terreno en el que Su Semilla


puede ser incrementada. Hay multitud de maneras por las que usted y yo podemos
ser engañados al pensar que le estamos ofreciendo a Él ese tipo de terreno, cuando,
de hecho, el terreno que le estamos presentando no está en condiciones para Su
incremento.

Pensemos por un minuto en la parábola del sembrador y la semilla que se registra


en Mateo y Marcos. Jesús está hablando de cuatro tipos diferentes de corazones
que están buscando conocerlo a Él. Cuatro tipos diferentes de corazones que están
queriendo escuchar y recibir la Palabra plantada. Cuatro tipos diferentes de
terrenos que representan diferentes condiciones del corazón.

Ahora bien, tenemos que reconocer que en las cuatro situaciones no hay
absolutamente nada malo en la semilla. La semilla que se lanzó a los cuatro suelos
es exactamente la misma. El agricultor no lanzó cuatro semillas diferentes; tiró una
semilla a cuatro terrenos diferentes. El sol es el mismo sol, el agua nunca es
mencionada y la semilla es la misma semilla. Por lo tanto, el terreno no puede
culpar a la semilla si no hay crecimiento. El terreno no puede culpar al agua o al
sol. En esta parábola el terreno es el único que determina si va a haber incremento
de la semilla o no. Tres de los terrenos no produjeron ningún incremento, y uno dio
origen a un incremento del 30, 60 o 100 por ciento.

Ahora, y por supuesto, dicho incremento es el incremento de Cristo, el incremento


de la Palabra que es lo Único plantado; pero lo que estoy señalando en este
momento es, que aunque es Su Semilla y es Su crecimiento, es nuestro suelo el que
permite o no el incremento.

No cometamos un error con respecto a esto: no es el terreno el que crece. Nosotros


no podemos hacer que la semilla crezca, no podemos hacernos crecer, producir
crecimiento o producir vida; lo único que podemos hacer, como la habitación de la
Semilla, es permitir el crecimiento. Escuchen, por favor, no estoy hablando de
trabajar duro por el Señor, no estoy hablando de religión y de hacer o no hacer; de
lo que estoy hablando es de que nuestro corazón puede ser un buen o mal terreno.
La condición de nuestro corazón puede ser ese en el que la Semilla desarrolla
raíces y tiene su incremento. Esto es lo que esta parábola enseña.

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Entonces, la gran pregunta es: ¿Qué tipo de terreno es usted? Alguien me dijo una
vez: “Jason, sólo dígame qué quiere Dios de mí”. Al oír eso, lo que vino a mí decir
fue: “La pregunta es: ¿Qué quiere usted de Dios?” La semilla que es lanzada a cada
corazón es la misma, y la expectativa de Dios es su incremento al 30, 60 o 100 por
ciento. Esa es Su expectativa, ¿cuál es la suya? ¿Qué quiere usted? Cada terreno
fue alcanzado con la misma semilla; ¿qué tipo de suelo desea ser usted?

Hermanos y hermanas, ¿cuánto desean ustedes conocerlo a Él? Esta es mi


pregunta: ¿Tiene usted un plan B en su corazón en caso de que conocerlo a Él
nunca funcione realmente? ¿Habrá algo más que hacer o que sea suficiente en esta
vida, si conocer a Dios no parece que vaya a suceder? ¿Habrá otras cosas, que
aunque tal vez no sean tan buenas, al menos nos den una vida decente? Si las hay,
usted muy probablemente se conformará con ellas.

No estoy diciendo que usted ya haya calculado un plan B en su cabeza; usted y yo


no tenemos que calcular otro camino, porque si hay algo más a lo que nos podamos
volver si nunca llegamos a conocerlo a Él, con eso generalmente terminaremos.
¿Cuánto deseamos conocerlo? ¿Cuánto lo necesitamos?

Esto me ha pasado múltiples veces en mi vida, cuando he pasado tremendas crisis


espirituales del corazón. Realmente no puedo describirlo, pero supongo que para
muchos de ustedes no tengo que hacerlo. Estas crisis son diferentes para cada
quien y son diferentes cada vez. Puede ser el momento cuando no podemos ver la
verdad, o no entendemos nada: “¿Dónde estás Dios? ¿Qué estás haciendo Dios?” O
tal vez, cuando nos parece que las cosas no están avanzando. O tal vez, cuando en
nuestra mente tropezamos con dudas y temores irracionales y perdemos el gozo, el
reposo y la paz en el Señor. Tal vez es cuando los obstáculos espirituales nos
parecen imposibles de superar. Cuando las luchas, ofensas, muerte, confusión,
temor, dudas, enojo, o lo que sea...es demasiado. Es, sencillamente, demasiado, y
es como si en nuestro corazón estuviéramos atascados; es un dolor en el corazón
difícil de describir. Es como si fuéramos hacia adelante con Dios, y que de repente
fuera imposible hacerlo.

Este tipo de cosas me han sucedido en varias ocasiones. Inevitablemente me llevan


a un lugar, donde pareciera, que el Señor me coloca contra una pared gigante de
ladrillo, me deja mirando esa impasible e insuperable pared, para luego decirme:
“¿Ahora qué, Jason? ¿Ahora qué dices? ¿Qué vas a hacer?” Esas cosas siempre me
llevan al lugar donde todo lo que puedo hacer es clamar al Señor diciendo: “Dios,

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esto parece absolutamente imposible; seguir hacia adelante contigo parece
totalmente inútil. Que Tú cambies esto, sanes, arregles, enseñes o reveles esto,
parece completamente inalcanzable. El único problema es que no tengo plan B; no
tengo otra opción”. En mi país decimos: “Lo he apostado todo a esto; he puesto
todos los huevos en esa canasta”. “Continuar contigo, Señor, crecer para conocerte
no es una opción de vida para mí, es en lo que se ha convertido toda mi vida. No
tengo ningún otro lugar adónde ir... Supongo que me quedaré aquí y miraré esta
pared”. Entonces, todas las veces es como si Dios dijera: “Bien, hijo, ahora
podemos avanzar”.

En Juan 6 podemos ver esta misma situación. Aquí está Jesús tratando de descifrar
quién tiene plan B; quién se decidiría por algo menos que la plenitud de Cristo.
Está rodeado de una enorme multitud a la que claramente les dice: “Yo soy el pan
de Dios que descendió del cielo y da vida al mundo”. Luego sigue el relato bíblico:
“Entonces los judíos murmuraban de Él diciendo: Cómo puede decir éste...”

Entonces Jesús, sabiendo que ellos estaban ofendidos dijo: “Bien, gente, déjenme
tratar de explicarles esto de manera que no los ofenda”. NO; Él no dijo tal cosa. Lo
que realmente está por decir es: “El pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré
por la vida del mundo”. Y luego dice: “Entonces los judíos contendían entre ellos
diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”

Entonces Jesús dijo: “Bien, lo que quiero decir es que... Cuando yo hablo de comer
mi carne, lo que realmente estoy diciendo es...”. NO; lo que Él dice es: “De cierto
les digo, que si no comen la carne del Hijo del Hombre y beben Su sangre, no
tienen vida en ustedes”.

Ahora sí estaban enojados y desilusionados. Sin duda muchos de ellos, habiendo


visto sus milagros y la multiplicación de los panes y los peces, esperaban que Él
fuera el Mesías. La Biblia dice que casi todos lo dejaron en ese momento. Estoy
seguro que muchos de ellos lo dejaron diciendo cosas como: “Bueno, yo pensaba
que él era un buen sujeto... pero aparentemente está loco”. O, “Bien, él pudo hacer
algunos estupendos milagros, pero no puede predicar un buen sermón”. O, “Este
tipo está sencillamente chiflado; debí haber escuchado a los fariseos”.

Así llegamos a los versículo 60 y 66: “Al oírlas, muchos de sus discípulos dijeron:
Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?” “Desde entonces muchos de Sus
discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con Él”.

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Jesús los miró alejarse y justo entonces se volvió a Sus doce... y sin nunca explicar
algo, nunca definir algo, simplemente dijo: “¿Quieren irse ustedes también?” ¿Qué
de ustedes, muchachos? ¿Tienen ustedes algún plan B? ¿Tienen algo más en el
caso de que este asunto de Jesús no les funcione?

Aquí es donde aprecio mucho la respuesta de Pedro. No existe forma en la tierra,


donde en este punto Pedro tuviera alguna idea de lo que Jesús estaba hablando
acerca del pan que descendió del cielo, de comer Su carne y beber Su sangre. Estoy
seguro de que él estaba alterado, ofendido y confundido por estas declaraciones.
Sin embargo, dijo: “Señor, no tengo idea de lo que estás hablando; no tengo idea
hacia dónde estás llevando todo esto; no tengo idea del porqué las cosas no van en
la dirección que yo pienso deben ir; no tengo idea del porqué estás dejando que
todas estas personas se vuelvan y se vayan si tú eres el Mesías... SIN EMBARGO,
Señor, yo, sencillamente, no tengo plan B; yo lo he apostado todo a ti”.

Hermanos y hermanas, a Dios el Padre le complace revelar a Su Hijo en nosotros.


El desea muchísimo darnos el reino... introducirnos al reino de Su amado Hijo. Ese
es el verdadero propósito de nuestro nacimiento y del nuevo nacimiento. La obra
está consumada. La cruz de Cristo lo ha cumplido todo y el Espíritu de Dios le ha
sido dado a todos aquellos que lo reciben. Se nos ha concedido toda provisión para
crecer en la plenitud Dios...para que tengamos, literalmente, a Cristo mismo
formado en nuestra alma.

Aun así, todo esto depende del terreno que le presentemos a Él. Yo le garantizo
que nos ofenderemos, confundiremos, dudaremos y enredaremos cientos de veces
en el camino. Habrá cientos de paradas a lo largo del camino, por medio de las
cuales podremos salirnos de este tren. Habrá todo tipo de rampas de salida, en las
cuales encontraremos una razón perfectamente “legítima” para no crecer en el
conocimiento de Él..., lugares donde pegaremos contra esa pared, y desearemos
regresar y no seguir más, cuando en realidad NOSOTROS siempre somos esa
pared. Esa pared consiste en algo de nuestra propia voluntad, de nuestras propias
imaginaciones, de nuestros propios conceptos y de nuestros propios deseos que se
interponen entre nosotros y el conocimiento de la Verdad. ¡Así es siempre esa
pared!

Necesitamos hacerle frente a esto y ser sobrios. Nosotros somos la pared; somos
nuestra propia piedra de tropiezo. No estoy diciendo esto de manera que suene que
no tenemos esperanza, porque definitivamente HAY esperanza, es el propósito de

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nuestra existencia. No obstante, algunos crecemos hasta que algo ofende nuestra
mente natural y entonces nos regresamos. Otros crecemos hasta el punto donde la
idea que teníamos de lo que “se suponía iba a ser, o como se iba a sentir...” no se
alinea y buscamos otro camino. Es cierto que no tiramos la Biblia, ni dejamos la
iglesia, pero ya no lo seguimos a Él como el camino, la verdad y la vida. Otros
terminan sintiendo lástima por sí mismos: “¿Por qué Dios no trata conmigo como
lo hace con fulanito?” Entonces volvemos nuestros corazones hacia algo más
familiar.

Todo lo que estoy tratando de decir es que debe haber un corazón para conocerlo a
Él; conocerlo a Él en todo lo que eso significa. Significará la conformación a Su
muerte y removerá toda nuestra religión, nuestra fuerza, nuestro pensamiento,
nuestra comprensión y nuestra misma VIDA a lo largo del camino. No se engañen
al pensar que no habrá confrontación contra NOSOTROS mismos en cada paso del
camino, porque ustedes y yo somos el velo que nos impide ver. Ustedes y yo
somos la pared que impide que Él conquiste nuestra alma. Ustedes y yo somos la
razón de Su confrontación. ¡Por supuesto que seremos confrontados!

Seremos confrontados con nuestra incapacidad de ver algo. Seremos confrontados


con nuestra incapacidad de ser algo. Seremos confrontados con el hecho de que
sólo en nuestra ausencia Él está presente, y en nuestra presencia Él está ausente. Se
nos mostrará que esta muerte debe ser obrada en nosotros. Esto primero nos
confundirá, luego nos confrontará, y luego cortará. Sí, así es: confusión,
confrontación, corte. En cada paso del camino tendremos la oportunidad de saltar
del altar para tratar de encontrar otro camino. Pero Jesús dice que sólo aquellos que
pierden su vida, la hallan; sólo aquellos que aborrecen su propia vida, ganan la de
Él, y aunque eso confunde, confronta y corta... nuestros corazones continuarán
diciendo: “Dónde más podemos ir, Señor, si sólo tú tienes palabras de vida eterna”.

¿Queremos realmente conocer al Señor? Quiero dejarlos con esta pregunta dando
vueltas en su corazón. Esta pregunta parece que nunca se aparta de mi corazón. He
visto suceder esto varias veces. He visto que personas que comienzan en la
revelación de Cristo, en un momento dado se salen por una “rampa de salida”, a la
cual, por supuesto, no llaman rampa de salida. En un momento dado, algo que ellos
persiguen no se mezcla con la verdad conforme está en Cristo. ¡Es tan tentador
querer añadirle a Cristo las cosas del cristianismo de las que nos hemos
enamorado! Una vez el Señor dijo a mi corazón: “Jason, voy a quitar del
cristianismo todas las cosas, excepto a Cristo”. Y yo respondí: “Amén, Señor”.

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¿Soy un hombre o una mujer que verdaderamente desea conocer al Señor? Si la
respuesta es sí, entonces tenemos mucho de qué hablar, y yo estaré listo para pasar
más tiempo con ustedes los próximos días. Pero no respondamos muy rápido esa
pregunta, démosle al Señor la oportunidad de que la responda por nosotros.

Verán, yo hablo con la gente todo el tiempo, y si hay una cosa que he aprendido es,
que hacer preguntas sobre la verdad, no es lo mismo que querer conocer la verdad.
La gente hace preguntas por muchas razones. Muchas personas le hicieron a Jesús
preguntas, pero sólo unas pocas estaban dispuestas a escuchar la respuesta. La
respuesta verdadera siempre nos va a costar algo de nosotros mismos, porque
nosotros somos la mentira.

En realidad, nuestro problema no es la ignorancia, es el engaño. Con esto quiero


decir que nuestro problema en verdad es, que nosotros no somos pizarras en blanco
que sólo necesitan información, o vasijas vacías que sólo necesitan ser llenadas con
la verdad. ¡NO! Nosotros ya estamos completamente llenos y rebosantes de ideas,
pensamientos y oscuridad, y por lo general, nos gusta que así sea. Por tanto, para
que la verdad tenga alguna oportunidad de trabajar en nosotros, debe sustituir algo
que ya está ahí. No sólo estamos mal informados, estamos llenos de la mentira que
contradice la verdad en todo sentido.

Yo fui parte de un gran ministerio por seis años de mi vida. Durante ese tiempo me
dediqué a la oración, ayuno, lectura de la Biblia y a ministrar a los pobres. Hasta
donde recuerdo, cada día de mi vida lo pasé clamando a Dios que me mostrara la
verdad. Ayuné por días y semanas enteras con ese único propósito. Ayuné comida,
ayuné sueño, ayuné relaciones. Rendí todas las cosas naturales para que Dios me
enseñara la realidad espiritual. Yo lo deseaba, y pensaba que lo quería más que
cualquier cosa. Oré por horas enteras para que la verdad fuera hecha real en mi
corazón; oré pidiendo el Espíritu de sabiduría y de revelación; oré pidiendo el
conocimiento de Dios... y puedo decirle sin ninguna duda y vacilación, que a lo
largo de esos seis años Dios me habría mostrado gustosamente la verdad. Él no
estaba esperando un momento correcto; no estaba esperando la cantidad correcta
de lágrimas, oraciones o ayunos. Lo que estaba esperando era, el más pequeño
indicio de verdadera disposición interna por desprenderme de las ideas que yo
amaba más que la verdad. Estaba esperando mi disposición de soltar las mentiras
que contradecían lo que Él deseaba revelar. Estaba esperando algo más profundo
que mis palabras y más real que mis emociones. Él sabía que yo no entendía lo que
estaba pidiendo. Él vio que la verdad eliminaría todas mis presuposiciones, junto

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con todo aquello que me motivaba a orar. Él sabía, que a pesar de mi celo,
disciplina y oraciones, no había espacio en mi corazón para mostrarme algo
excepto más de lo que yo ya pensaba que sabía. La verdad no se mezclaría con mis
pensamientos; la verdad no se mezclaría conmigo.

Durante esos seis años prácticamente no vi nada de la verdad; no me avergüenza


admitirlo, sólo es un hecho. Y quiero decir, además, que Dios tenía toda la razón,
no se le puede culpar, era bueno y estaba totalmente justificado que no me
mostrara nada, porque yo era un tonto. Yo estaba pidiendo algo que era imposible;
estaba pidiendo conocer la verdad, y a la vez quería mantener mi vida. Estaba
pidiendo conocer la verdad, y a la vez quería mantener mis ideas, propósito y
motivaciones. Estaba pidiendo que un espacio fuera lleno con oscuridad y luz
simultáneamente.

Hermanos y hermanas, no podemos conocer la verdad, y a la vez conservar nuestra


vida. Conocer la verdad es encarar la obra consumada de Dios, es encarar la
realidad de lo que Dios ha quitado, y vivir en la realidad de que Cristo es nuestra
vida. No es “con Cristo estoy juntamente crucificado, y ahora... ya regresé”. Muy a
menudo así lo interpretamos. Para conocer la verdad tenemos que enfrentarnos a lo
que Dios ha hecho. Estamos tan ocupados por hacer cosas para Jesús, que no nos
quedamos quietos para ver la Salvación del Señor. Estamos ocupados tratando de
consumar algo que Dios ya consumó, en lugar de conocer y habitar en lo que Dios
ha hecho en Su Hijo.

Hay una historia de un hombre en la Segunda Guerra Mundial. Aparentemente los


soldados norteamericanos estaban bajo fuego de mortero; bombas y armas
explotaban por todo el bosque. Entonces el ejército norteamericano llamó a sus
tropas a retirada, así que todos corrieron con todas sus fuerzas hacia el lugar donde
estarían a salvo. Había explosiones, gritos y las ramas de los árboles volaban por
todo lado. Nuestro hombre se levantó y empezó a correr con todas sus fuerzas,
ignorando todo lo que estaba sucediendo a su alrededor. Al inicio de su retirada
algo lo punzó en su brazo izquierdo, pero él no lo determinó, sólo quería salvar su
vida, así que siguió corriendo. Al final llegó al lugar de reunión... sobrevivió, pero
todos los que estaban ahí lo miraban de manera extraña y apuntaban a su brazo.
Por primera vez, desde que corrió, vio que no tenía brazo, hacía rato se lo habían
cortado.

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Esta historia me hace pensar en nosotros. Estamos tan ocupados tratando de
salvarnos a nosotros mismos que no nos damos cuenta de lo que Dios cortó hace
mucho tiempo. No nos quedamos quietos para ver Su perspectiva de la cruz. No le
preguntamos qué significa: “Consumado es”. En vez de eso tratamos de hacer lo
que Él ya ha hecho. Nuestra alma conocerá a Cristo conforme Su luz ilumine
nuestro corazón y nos lleve a la experiencia y entendimiento de lo que Dios ha
hecho en Cristo. No hay nada que tengamos que completar, pero sí mucho por
conocer. Hay mucho a lo que tenemos que despertar. Este es un mundo de
sombras, pero nuestros corazones han sido levantados y sentados con Él en lugares
celestiales. Si tan solo dejáramos de estar tan ocupado por Jesús aquí en la tierra, y
le permitiéramos obrar en nuestros corazones la verdad y la realidad de donde
estamos, lo que Él ha hecho y consumado, lo que hacemos saldría de la realidad de
que no soy yo, sino Cristo.

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LA MANERA EN QUE CRISTO
PUEDE SER CONOCIDO

Anoche compartimos que lo primero que debemos tener es un corazón para


conocer al Señor. Así es como se debe comenzar. Debemos tener un corazón sin
plan B; un corazón que está con Él y para Él en la confusión y en la confrontación,
a sabiendas de que nosotros somos la fuente de esa confusión y la razón de esa
confrontación. Nosotros somos la pared que está frente a nosotros. Somos el velo
que impide que nuestros ojos vean. Somos los que a menudo insistimos en vivir
“para Él”, y así nos impedimos a nosotros mismos experimentar Su vida (porque el
cristianismo no consiste en que nosotros vivamos para Jesús, sino en que Jesús
viva en nosotros). Somos aquellos cuyo entendimiento entenebrecido, bloquea que
la luz de la gloria de Dios resplandezca en NUESTROS corazones.

Debemos apropiarnos de esto. El Hijo de Dios no está velado en este pacto; Él no


está alejado del alma del hombre por un velo como lo estaba en el Antiguo Pacto.
El único velo que todavía existe es el corazón ciego y terrenal del hombre natural.
Este es el velo que yace sobre su corazón y el mío. Esta es la barricada que se
interpone en el camino del conocimiento de Él. Por lo tanto, debemos tener un
corazón que esté dispuesto a decir con Pedro: “Señor, no tengo idea de lo que
acabas de decir, qué significa o cómo eso hace referencia a algo, pero tú tienes
palabras de vida eterna, por lo tanto, no me muevo de aquí”.

Como dijimos anoche, tendremos muchas rampas de salida a lo largo del camino,
por si nos queremos bajar; aunque aquellos que toman esas rampas nos las llaman
“salidas”, las llaman “el camino estrecho y angosto”. Siempre existen lo que a
nuestro parecer son, “razones legítimas y motivaciones justificadas”, las cuales nos
alejan del único propósito de Dios, aunque nosotros nunca admitiremos que nos
hemos desviado...porque en nuestras mentes nuestras decisiones y sendas son
justificadas siempre. Aquellos que se sienten ofendidos por Jesús, ¿en algún
momento se vuelven y dicen: “No estoy interesado en el Mesías? NO. Lo que
dicen es: “Esto, en definitiva, no es Él; no puede ser el Señor, es demasiado
confuso, no lo entiendo. Esto no puede ser el Señor, no es lo que escuché en la
escuela dominical. Esto no puede ser el Señor, no es lo que la mayoría de los
cristianos dicen”.

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Por eso hablamos anoche de tener un corazón para conocer al Señor, y aquí es
donde vamos a iniciar hoy.

Entonces, sí existe una manera por medio de la cual el Señor es conocido; sí existe
una manera por medio de la cual Él debe ser conocido. Aparte de la manera por
medio de la cual Él es conocido, no hay otra cosa más que un páramo de
imaginaciones.

Ustedes pensarán que conocer a Dios comienza cuando el alma es enseñada sobre
algo que no sabe acerca del Señor, pero en realidad, conocer a Dios inicia cuando
el Espíritu nos enseña algo que no sabemos acerca de cómo conocer. Dios no
puede dirigirnos hacia lo que no conocemos, hasta que primero nos haya dirigido
al hecho de que no sabemos cómo conocer. Mi fracaso en conocer a Jesús la mayor
parte de mi vida, no fue falta de información; mi fracaso fue un malentendido de lo
que significa conocer a Dios.

Aquí es donde nosotros, la iglesia, estamos profundamente engañados. Aquí es


donde hemos pasado muchas cosas por alto. No es que creamos en un puñado de
doctrinas equivocadas, ni tampoco que creamos que Jesús no es el Cristo, no; no es
ahí donde nos engañamos. Nos engañamos al confundir los hechos con la Verdad.
Nos engañamos al pensar que creer en palabras verdaderas y emocionarnos por
versos verdaderos, hace que el alma conozca a Dios. Nos engañamos al pensar que
conocer cosas verdaderas es lo mismo que conocerlo a Él, Quien es la Verdad. La
Verdad no son palabras; las palabras describen la verdad, pero nunca conoceremos
la Verdad como palabras, sencillamente. Nos engañamos en la manera en que
buscamos conocerlo a Él. ¡En la manera!; ahí es donde nos engañamos.

Anoche nuestra pregunta fue: ¿Tenemos un corazón para conocer al Señor? Esta
noche nuestra pregunta es: ¿Cuál es la manera en la que el Señor puede ser
conocido?

Antes de que yo trate de describir lo que involucra aprender a Cristo, por lo general
encuentro muy útil decir unas cuantas cosas acerca de lo que NO es aprender a
Cristo. Dado que no hay nadie a quien yo conozca mejor que a mí mismo, a
menudo me gusta usar mi vida como ejemplo de ignorancia. La mayor parte de mi
vida como cristiano, les había dicho ya, lo único que quería era conocer al Señor.
Mencioné algo de esto anoche. Yo amaba al Señor y amaba las Escrituras; el
problema era que tenía una idea errada acerca de lo que significaba conocerlo a Él.

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Si ustedes me hubieran preguntado en ese momento, cómo iba yo a conocer al
Señor, probablemente les habría respondido, que yo conocería al Señor cuando me
emocionara por las Escrituras, o cuando decidiera seguirlo, o cuando trabajara duro
en el ministerio, o aprendiera algo nuevo, o experimentara un don del Espíritu u
oyera profetizar una profecía. Para mí, estas eran algunas de las maneras por las
que llegaría a conocer al Señor.

La idea básica en mi cabeza era que Dios se reuniría conmigo, por así decirlo,
durante la oración o el ayuno. Que Él me acompañaría durante el ministerio, y me
mostraría su amor a través de las cosas que me daría y de las que me protegería.
Que Él me ungiría para enseñar y sanar a su pueblo, y que me daría el
entendimiento correcto de las Escrituras. Yo estaba buscando conocerlo a Él en
todas estas formas y aprender a Cristo así. Por esta causa, y no porque estuviera
siendo impulsado por una mentalidad de obras, serví, oré, ayuné y estudié.
Dediqué mi tiempo, energía y corazón a lo que creía me pondría en Su camino. Yo
pensaba que lo llegaría a conocer conforme lo encontrara día a día. ¡La mayoría de
la gente supone de la misma manera!

Tal vez ustedes se están preguntando: “¿Qué hay de malo en todo eso?”. Bueno, no
hay nada inherentemente malo en la oración, el servicio y el estudio; yo continúo
haciendo esas cosas hoy. Lo que estaba mal era la idea de que Dios estaba en algún
lugar externo a mí, y que Él se me acercaba desde afuera, con el fin de instruirme a
través de palabras, lecciones, encuentros y ministerio. Lo que estaba mal era que
yo estaba buscando conocer a Dios de manera diferente, a la ÚNICA forma en la
que Él debe ser conocido para que un corazón sea cambiado. Yo no sabía lo que
eso significaba, ni tenía a alguien para que me explicara (salvo las páginas de la
Biblia que yo malentendía) que yo necesitaba conocer a Cristo como mi vida.

Yo le agradecía y alababa como mi Salvador, lo adoraba como mi Esposo, le servía


como mi Rey, le temía como mi Juez...pero no lo había aprendido como mi vida.
¡Yo ni siquiera sabía que significaba eso! La triste realidad con la que más tarde
me encontré fue, que yo en realidad no entendía nada acerca de lo significa para Él
ser Salvador, Esposo, Rey y Juez, hasta que comencé a verlo todo en relación al
hecho de que Él es mi vida. Él es mi Salvador, porque es mi vida. Él es mi Esposo,
porque “aquel que se une al Señor, un espíritu es con él”. Él es mi Rey, porque
reina en mi alma llevando cautivas todas las cosas contrarias a Él, castiga la
desobediencia y conforma mi alma a Sí mismo. Él es mi Juez, porque hace
separación en mí entre lo vivo y lo muerto.

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Jesús es muchas cosas para ustedes y para mí, pero solamente en aquello donde Él
es nuestra vida. Él tiene muchos títulos, pero cada uno de ellos corresponde a la
experiencia interior en nuestras almas de la vida resucitada de Cristo.

Él no es su Rey, porque le dice a usted qué hacer después de cenar; no funciona


así. Él no es su Salvador, porque abrió una puerta para que usted pueda entrar al
cielo; esa es una forma muy superficial de verlo. Él no es su Esposo, porque usted
lo está esperando para casarse en el cielo. Verá, todos estos malentendidos surgen
por no entender en primer lugar, la naturaleza de nuestra relación con Cristo.
Primero y principalmente...el fundamento mismo de la realidad debajo de todo...es
el hecho de que hemos muerto y que ya no vivimos más, que es Cristo el que vive
en nosotros. Sólo en este contexto, en esta realidad, el Espíritu de Dios puede darle
sentido a los títulos de Rey, Esposo, Salvador, Juez, Señor, etc. Estos dejarán de
ser cosas externas a nosotros que sólo estudiamos, y se convertirán en cosas
internas que iremos comprendiendo conforme lo vemos a Él en cada uno de
ellos. Nuestra alma debe encararlo en todo lo que Él es, y será cuando lo
conozcamos como nuestra vida.

Entonces... ¿cómo llegamos a conocer a Cristo como nuestra vida? Primero que
nada, Él tiene que SER nuestra vida, y Él ES nuestra vida...si hemos nacido de
nuevo. Él es la vida de Su cuerpo, y desde ella, el proceso de conocerlo se da
cuando Él se revela a Sí mismo; no en que las cosas acerca de Él nos sean
mostradas desde el exterior. Tenemos que entender algo acerca de Cristo y el
Nuevo Testamento lo dice una y otra vez: Él ya vive en nuestra alma. A los
cristianos les gusta esto como una idea y estamos familiarizados con el
concepto...pero, por lo general, no sabemos qué hacer con ello. Puede que
digamos que “lo sentimos a Él” de vez en cuando, o que nos “da una idea” de
tiempo en tiempo, pero en realidad no sabemos qué hacer con el hecho de que las
Escrituras dicen una y otra vez, que el Dios vivo reside en el alma de la humanidad
redimida.

Por tanto, cuando enseñamos acerca de Él, enseñamos acerca de Él como el


hombre que caminó por los campos de Judea; eso es fácil de imaginar para
nosotros. Fácilmente podemos pintar a Jesús con barba y sandalias caminando por
los caminos y hablando. O, cuando enseñamos acerca de Él, hablamos de Él en un
lugar llamado cielo, gobernando con cetro de hierro y cabalgando en un caballo
blanco; esto tampoco es difícil de imaginar para nosotros. Estas son imágenes que
la mente natural puede evocar muy fácilmente. Pero, ¿quién puede imaginar al

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resucitado Hijo de Dios que reside en el alma del hombre y se enseña a Sí mismo a
través de la llegada de la luz espiritual? ¿Quién puede imaginar eso? ¡Nadie! Por
eso, y aunque las Escrituras lo describen, muy a menudo lo ignoramos. Nos
aferramos a la barba y a las sandalias, al caballo blanco y a las puertas de perlas;
encontramos que eso es mucho más fácil de entender y muchos más interesante de
predicar.

Alguien podría decir: “¿Dónde describen las Escrituras a Cristo de esa manera?”
Mi amigo, en todo lugar donde Él es mencionado en las epístolas del Nuevo
Testamento. Él es “la Luz de la Vida que alumbra a todo hombre”. Él es “la luz
que resplandece en nuestro corazones para iluminación del conocimiento de la
gloria de Dios en la faz de Jesucristo”. Él es el “lucero de la mañana que se levanta
y el día que se esclarece en nuestros corazones”. “Mirando como en un espejo la
gloria del Señor, somos transformados...” conforme el corazón se vuelve al Señor y
el velo es removido. “Cuando Cristo vuestra vida se manifieste, vosotros seréis
manifestados con él en gloria”.

Se conoce a Cristo, cuando el alma del hombre es inundada con la Luz de Su


aparición. Conocemos a Cristo, cuando la Vida que está en nosotros viene, es
revelada, vista y conocida como la Vida de nuestra alma. En esta venida somos
confrontados por, llegados a conocer por, constreñidos por y conformados a la
nueva Vida que reside en el interior. Conocer a Cristo no sucede por el esfuerzo,
diligencia, disciplina, estudio o experiencia. Dichas cosas tienen su lugar, pero
conocer a Cristo ocurre en la Luz de Su aparición. Sucede cuando el Espíritu que
está en nosotros resplandece en la oscuridad del alma humana.

Aquí tenemos tres círculos concéntricos: El


círculo externo es el cuerpo, el alma es el del
CUERPO medio y Cristo es el círculo del interior. Nada que
ALMA
proceda del exterior, incluso las experiencias de
Dios en el reino natural, va a enseñar a Cristo. Se
CRISTO
conoce a Cristo cuando el círculo del interior,
que es Cristo mismo, puede brillar, conquistar
y consumir el círculo del medio. Se conoce a
Cristo cuando la Vida que está en nosotros, se
enseña a Sí misma al alma a través de la
venida del Señor.

18
Este es el porqué con frecuencia insisto, en que la verdad no es algo que usted lee
para luego aplicar, pues eso en realidad no logra nada.

CUERPO

ALMA

CRISTO

Ese tipo de aplicación es como poner una capa de pintura; puede que cubra algo,
pero no cambia nada. NO podemos aplicar verdad a nuestra vida. Primero que
nada, porque no nos ha quedado vida donde aplicarla, y segundo, porque lo único
que transforma nuestra alma es que sea llena, literalmente, con la luz de Su Vida.

En necesario que entendamos algo acerca de cómo se aprende. Dios nos ha dado
cinco sentidos para aprender el mundo natural. Estos son los sentidos con los que
comenzamos a familiarizarnos desde que somos bebés. Aquellos de ustedes que
han tenido o tienen bebés, han tenido el placer de observarlos cuando descubren
que tienen ojos, o descubren diferentes texturas conforme sienten las cosas con sus
deditos. ¡Es hermosísimo verlo! Los bebés tienen sentidos que ellos no entienden
todavía, pero que por el uso, se llegan a familiarizar con ellos; por ejercitarlos,
aprenden a percibir el mundo natural.

Bien, Dios le ha dado al cuerpo natural estas cinco maneras de percibir la realidad
natural. Tenemos el sentido de la vista, oído, tacto, gusto y olfato, y todos son
usados para descubrir, funcionar, habitar y conocer al mundo natural en el que nos
hallamos desde que nacimos. Cuando usted nació, nació en una creación que le era
completamente desconocida, pero Dios le dio a su cuerpo la habilidad de sentir y
aprender dicha creación para que pueda habitar en ella. ¿Ve adónde quiero llegar
con todo esto? Cada uno de los sentidos nos fue dado por Dios, para que podamos
conocer y vivir a plenitud en el lugar donde hemos nacido.

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El problema es que nosotros fallamos al no entender como cristianos, que los
sentidos naturales tienen sus limitaciones, precisamente porque son naturales. Lo
que quiero decir es, que sin importar cuál sentido sea, usted y yo siempre estamos
viendo, oyendo o tocando algo externo a nosotros; siempre estamos observando o
experimentando algo que está fuera de nosotros. Eso NO es nosotros, tal cosa no es
parte de nosotros. Es más, no sólo es externo a nosotros, sino que después de que
lo percibimos con nuestros sentidos, todavía nos quedan dos pasos más antes
de que podamos realmente interiorizarlo y aprenderlo. Primero lo percibimos,
luego tenemos que entender qué es lo que estamos viendo, y luego tenemos que
hacer la aplicación personal. Así, por ejemplo, cuando vemos fuego, nuestros
sentidos dicen que es hermoso, brillante, caliente y que huele bien, pero cuando lo
tocamos, entendemos algo de él, y entonces hacemos la aplicación de que no debe
ser tocado.

No me estoy poniendo filosófico, estoy tratando de establecer un punto muy


sencillo: Que cuando aprendemos las cosas naturales, primero que nada,
aprendemos algo que está FUERA de nosotros; y segundo, después tenemos que
suministrarle a ese algo, comprensión y aplicación. El problema es que así es
cómo todo ser humano asume que llega a conocer a Dios también. Estamos
tan familiarizados con dicha manera de aprender, que sin siquiera darnos
cuenta, aplicamos ese tipo de aprendizaje a nuestra relación con Dios.

¿Qué quiero decir con esto? Que vemos una de las obras de Dios, y dicha obra es
externa a nosotros. No importa cuál, podría ser un milagro o una hermosa puesta
de sol, pero es algo que hizo Dios fuera de nuestro ser. Luego, necesitamos tratar
de interiorizar nuestra experiencia de Dios, suministrándole entendimiento a lo que
hemos visto y su correspondiente aplicación. Así, por ejemplo, luego que vemos a
un amigo nuestro sanado de una enfermedad, nos decimos: “¡Guau! He visto el
poder de Dios. Eso significa que Dios ama a las personas, por lo tanto, Dios debe
amarme”.

¿Entiende lo que hicimos antes? Ahora bien, no estoy diciendo, en este caso
particular, que la conclusión sea falsa. Es definitivamente cierto que Dios AMA a
las personas, pero no hemos aprendido nada acerca del amor de Dios. Creemos que
sí, pero es nuestra observación, entendimiento y aplicación natural. Por esta misma
razón, cuando la próxima vez vemos a Dios hacer algo diferente, lo que hemos
aprendido de Él puede que se sacuda un poquito. Las circunstancias pueden hacer
que nos sintamos de manera diferente con respecto a su amor. Por ejemplo, si la

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siguiente vez el que necesita ser sanado es usted o alguno de sus hijos, y Dios no lo
hace, de nuevo usted trata de entender y aplicar lo que ha visto, y esta vez su
conclusión y aplicación hacen que se sienta muy poco amado.

Todo esto lo estoy diciendo con el único propósito de hacer una comparación.
Aprender a Cristo no sucede a través de este tipo de experiencias. No es como
aprender o conocer algo más. Conocer a Cristo no es como conocer a tu mejor
amigo. Es un tipo diferente de aprendizaje; un diferente tipo de conocer. No
podemos conocerlo a Él al mirar algo que haya hecho, o al leer algo que haya
dicho. Ambas cosas, milagros y palabras, claramente lo apuntan a Él, pero
conocerlo a Él es algo diferente. Conocerlo a Él ocupa de algo llamado fe.

¿Qué es fe? Fe no es creencia. Fe es cuando el alma percibe, accede y experimenta


la realidad espiritual. Fe es ver a Aquel que no se ve, oír a Aquel que habla desde
el cielo, gustar la bondad del Señor, el verdadero toque de Dios, etc. Fe es la
sensación espiritual de aquello que señalan todas las sensaciones naturales. Fe no
es algo que la mente natural tenga o haga; es la mente del Señor obrando en
nuestro corazón. La fe ve la realidad espiritual en Cristo, tal como los sentidos
naturales ven las realidades naturales en el mundo. Si tomamos la vista, el oído, el
tacto, el gusto, el olfato...y lo juntamos todo, tendremos la contraparte natural del
magnífico sentido espiritual llamado fe. La fe es el cumplimiento de todos los
sentidos naturales combinados.

Por mi experiencia sé, que la mayor parte de las iglesias enseñan fe como una
creencia, esperanza o confianza; pero eso no es verdad. La fe puede originar
creencias, puede traer esperanza o hacer que confiemos, pero no son lo mismo. Fe
es la perspectiva dada por el Espíritu que permanece en el alma conforme Cristo va
siendo revelado. Es la percepción de la realidad espiritual, conforme el Espíritu de
Verdad escribe el Nuevo Pacto en nuestra alma. Fe es ver a Aquel que no se ve. Es
poseer la sustancia de lo que Dios prometió y la evidencia de lo que no se puede
ver.

Lo que estoy tratando de mostrarles es, que aunque Dios nos ha dado esta increíble
habilidad de percibir la realidad espiritual a través de la fe, la mayoría de nosotros
seguimos tratando de conocer al Señor por medio de los sentidos naturales. La
mayoría de nosotros seguimos tratando de aprender y conocer a Cristo a través de
los cinco sentidos, que son útiles solo para las cosas naturales.

21
Por tanto, leemos Sus palabras
CUERPO
con nuestros ojos naturales y
tratamos de oír Su voz con
ALMA nuestros oídos naturales.
Queremos sentir Su toque en
CRISTO nuestra piel natural o sentirlo a
Él remediando los dolores
naturales que nos aquejan.
Deseamos gustar Su bondad en
el ámbito natural; y más que
nada, queremos entender con la
mente natural al Señor. El
problema es que pensamos que
estamos aprendiendo a Cristo a través de todas estas formas, que si lo
experimentamos con los sentidos naturales, estamos conociendo al Señor.

¿He dicho hasta el momento que Dios no puede ser experimentado a través de los
cinco sentidos naturales? ¡Por supuesto que no! Dios puede ser experimentado en y
a través de dichos sentidos naturales, pero no importa cuán increíble e
impresionante sea el encuentro, el impacto es SOBRE nosotros, y no puede
transformar nuestra alma ni enseñarnos la Verdad.

Esto lo experimentó Pedro un día con respecto a Jesús. Él había visto a Jesús hacer
milagros y sanidades, lo había visto transfigurarse ante sus propios ojos, pero
cuando comenzó a percibir y a comprender algo de la realidad espiritual, Jesús
inmediatamente le dijo cuál era la fuente de ese entendimiento; le dijo que se lo
había revelado el Padre.

Lo que estoy tratando de decirles es que Cristo no se aprende a través de la sangre


y de la carne, ni a través de nada de este ámbito. Se aprende como la vida de
nuestra alma cuando es revelado por el Padre. Tal como dice 2 Corintios 4:6,
“Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que
resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la
gloria de Dios en la faz de Jesucristo”. A diferencia de los sentidos naturales, este
ver, esta revelación, esta fe no ve algo que está fuera de nosotros. Más aún, no nos
deja tratando de descifrar el significado o haciendo la aplicación; no. Así es como
aprendemos las cosas naturales, con lo más débil de los sentidos de la carne; pero
la fe viene completa, con las tres partes. Todo es parte del paquete.

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• Primero, la fe ve la Vida DENTRO de nosotros, no algo que está fuera de
nosotros.
• Segundo, la fe viene con el entendimiento, es decir, la fe ES el
entendimiento del Señor; no se pueden separar. No podemos venir con
nuestra propia comprensión; a través de la fe participamos de Su
comprensión.
• Tercero, la aplicación es hecha A NOSOTROS, no por nosotros. Lo que la fe
ve se aplica a nuestra alma, pues ella nos conecta con lo real, con lo que
Dios ha hecho. Ella accede a la realidad, y por consiguiente, lo cambia todo.

Por lo tanto, la revelación de Cristo como nuestra Vida, la verdadera venida de la


fe, es una percepción mucho mayor, un conocer mucho más real que ningún otro
tipo de conocer. El don de fe es el ver a Dios cara a cara, de la manera que los
santos del Antiguo Pacto nunca pudieron. Moisés deseaba ver la gloria de Dios de
ESTA manera; anhelaba que los ojos de su alma contemplaran la sustancia del
Señor. No obstante, a él sólo se le permitió ver tipos y sombras de dicha sustancia;
sólo se le permitió ver la espalda de Dios. Luego Pablo nos cuenta que cuando la
luz de Cristo resplandece en nuestro corazón, hemos visto el rostro de Jesucristo.
La fe es el ver verdaderamente a Dios.

Con frecuencia, los cristianos opinan que fe es creer en Dios y que un día la vista
lo verá, pero eso no es cierto. Fe es el verdadero ver a Dios y puede que la vista
nunca lo capte. La fe es una perspectiva mayor, una mayor comprensión y
experiencia. De hecho, la vista es una sombra tenue de la fe. El problema es que
nuestra experiencia de fe es tan minúscula, que suponemos que la fe es sombra de
la vista. Queremos que la vista reemplace la fe, cuando en realidad la fe ve
mucho más claramente que la vista.

Además de ser el verdadero ver, la fe es el verdadero oír al Señor. Pablo dijo: “...si
en verdad le habéis oído, y habéis sido por él enseñados, conforme a la verdad que
está en Jesús” (Efesios 4:21). Aquí Pablo está describiendo el oír de la fe y
menciona lo mismo en Gálatas 3. Fe es la luz espiritual irrumpiendo en el alma del
hombre.

Todo esto está muy bien comunicado en Corintios:


• “Antes bien, como está escrito: COSAS QUE OJO NO VIO, NI OÍDO OYÓ,
NI HAN SUBIDO EN CORAZÓN DE HOMBRE, SON LAS QUE DIOS HA
PREPARADO PARA LOS QUE LE AMAN. Pero Dios nos las reveló a

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nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo
profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre,
sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las
cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el
espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos
lo que Dios nos ha concedido” (1 Corintios 2:9 - 12).

Veamos de nuevo la frase: “...porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo


profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino
el espíritu del hombre que está en él?” En otras palabras, yo no conozco lo
profundo de ustedes, porque yo no soy el espíritu que está dentro de ustedes.
Ustedes no conocen lo profundo de mí, porque ustedes no son mi espíritu. Sólo
ustedes se conocen a sí mismos y yo me conozco a mí mismo. Las personas dicen
todo el tiempo cosas como: “¿Cómo puede usted decirme que por qué hice eso?
¡Usted no me conoce! ¡Usted no sabe lo que estaba sucediendo en mi corazón!”
Bueno, ahí es donde Pablo inicia este argumento: “Sólo el espíritu del hombre
conoce al hombre, nada externo a él”.

Luego hace el paralelismo con Dios: “Así tampoco nadie conoció las cosas de
Dios, sino el Espíritu de Dios”. Entonces Pablo dice que es lo mismo con Dios;
nadie externo a Dios puede conocerlo realmente. Sólo el Espíritu de Dios conoce a
Dios, sólo el Espíritu de Dios conoce las cosas escondidas de Su corazón. Ahora, si
Pablo se hubiera detenido ahí, nos habríamos visto tentados a darnos por vencidos
y decir: “Bien, entonces...supongo que no puedo conocer a Dios”; pero Pablo
continua.

“...nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene
de Dios”. A nosotros, en realidad, nos ha sido dado el Espíritu que conoce las
entrañas, lo profundo de Dios. Él ha hecho lo que ningún hombre hace por otro.
Nos ha invitado a su círculo, ha hecho que participemos en el conocimiento de Sí
mismo, nos ha introducido en Su Espíritu, por lo tanto, nos ha hecho partícipes de
Su entendimiento, de Su comprensión, de Su perspectiva, de Su vista, de Su oír, de
Su experiencia de Sí mismo. ¿Puede usted ver lo que Pablo está diciendo? Veamos
lo que dice: “...no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que
proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido”. ¡Esto es
fantástico!

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Dios nos da a Cristo como nuestra vida. ¡Cuán increíble e inefable don! Y junto
con el don de la Vida, nos permite participar y experimentar Su conocimiento; nos
introduce en Su Luz, revela a Su Hijo en nosotros. ¡Este es un puro y maravilloso
ver!; pues es el ver de Dios siendo compartido con nosotros. En Su Luz vemos la
luz. En Su entendimiento tenemos entendimiento. En Su Palabra conocemos Su
Verdad. Hemos sido injertados en Su Vida...y como si eso fuera poco, también se
nos ha ofrecido la Luz de esa Vida. Esta Luz ve con perfecta consciencia, con
comprensión pura. Esta es la Luz que debe resplandecer en nuestra alma y
mostrarnos a Cristo nuestra Vida. Este es el día que debe amanecer en nuestro
corazón. El día al que hemos llegado, aunque a menudo andamos en tinieblas. “Y
esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las
tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas”.

Debemos estar dispuestos a llevar la muerte que esta Vida representa. ESTO es lo
que significa mirar el rostro del Señor. ASÍ es como venimos a conocer al Señor.
Si usted no está familiarizado con el lenguaje: “Que Cristo sea revelado”, también
se puede decir: “Que el Espíritu de Dios nos enseñe la realidad de Cristo nuestra
Vida”. Si no le gusta ese, puede decir: “Que crezcamos en el verdadero
conocimiento de Dios”. Si tampoco le gusta ese, puede decir: “Que
experimentemos la mente de Cristo obrando en nuestra alma”. También se puede
decir: “Que caminemos en la fe del Hijo de Dios”. Si no le gusta ninguna de estas,
probablemente usted está en la conferencia equivocada.

No importa cuál sea el lenguaje bíblico que usemos para describirlo, conocer a
Cristo empieza cuando la Luz de Su vida resplandece en nuestro corazón, cuando
vemos que “ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí”. Se conoce a Cristo cuando
Su Luz desplaza nuestra oscuridad, cuando Su Vida llena nuestra consciencia,
cuando Su Verdad nos confronta y nos hace entender que nosotros somos la
mentira.

Para los que tenemos a Cristo viviendo en nosotros, es absolutamente necesario


que el Espíritu nos revele a Cristo. Es necesario que entendamos lo siguiente:
NADA DE LA VOLUNTAD DE CRISTO SUCEDE SI LA MENTE DE CRISTO
NO OBRA EN EL CUERPO DE CRISTO; y nosotros somos el cuerpo de Cristo.
¿Acaso algo de nuestra voluntad sucede sin que nuestra mente obre en nuestro
cuerpo? NO. ¡Entonces, por qué sería diferente con Cristo!

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La manera en que esto empieza a obrar en nosotros, es al develarse Su sabiduría,
entendimiento, conocimiento, percepción, consciencia... Verá, desde el nuevo
nacimiento tenemos la Vida de Dios, lo que no tenemos es la mente de Dios
obrando en nosotros, no tenemos Su entendimiento, Su perspectiva, Su
consciencia. La Vida puede nacer, pero la comprensión se desarrolla en la Luz.
Cuando nosotros nacimos de nuestros padres terrenales, nacimos completamente
vivos; no necesitábamos más vida, no habríamos podido recibir más vida. La vida
no es problema para el bebé; el principal problema y debilidad del bebé es que no
tiene comprensión de la vida y del ámbito en el que ha nacido. Es exactamente lo
que sucede con nosotros cuando nacemos del Espíritu. El problema no es que
necesitemos más vida, eso no tiene sentido, lo que necesitamos es que la Vida que
hemos recibido nos sea revelada, de lo contrario no la conoceremos, no
habitaremos en ella, no seremos transformados por ella.

Pensemos por un momento en lo qué sucede cuando nacemos de nuevo. Venimos a


Dios por medio del arrepentimiento. Por lo general, nos acercamos a Dios y le
pedimos que perdone nuestros pecados. Eso es todo lo que vemos y entendemos.
Esa es toda la consciencia espiritual que obra en nosotros en ese momento:
Tenemos un enorme problema, que tiene una solución maravillosa; a esto se reduce
toda nuestra inteligencia espiritual al momento del nuevo nacimiento. Nadie nace
de lo alto e inmediatamente después está pensando en cómo se habita en Cristo.
Nadie llega a Cristo comprendiendo que “para mí el vivir es Cristo”. Estas
realidades no han entrado aún en nuestras mentes, y sin embargo, siguen siendo
realidades. Lo único que sabemos y que vemos es que lo necesitamos a Él. Aún
cuando es una perspectiva muy pequeña de la salvación, es verdad; por sí misma es
verdad y producto de que el Espíritu de Dios nos ha mostrado algo de Cristo. Es
una experiencia real de fe, una pequeña experiencia de fe, pero suficiente para que
Dios obre el increíble milagro de la nueva Vida en nuestra alma.

Ahora, no se supone que nos quedemos con ese entendimiento, no se supone que
ese sea nuestro pensamiento más elevado con respecto a la salvación; sólo se
supone que sea el comienzo. Desafortunadamente es muy común en el cuerpo de
Cristo y terriblemente trágico, que esa medida de entendimiento, esa perspectiva
verdadera dada por el Espíritu, termine siendo el encuentro más significativo que
lleguemos a tener con el Espíritu de Verdad. Luego, todo lo que aprendemos y
hacemos para Dios descansa sobre la memoria de la experiencia del nuevo
nacimiento. A menudo hablamos de lo real que se sintió el día que recibimos a
Cristo, de lo gozoso que fue, de cómo podíamos tener una vista interna, de cómo

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lloramos y supimos que Dios era real. Tristemente, después de ese verdadero
encuentro con el Espíritu de Verdad, levantamos por años y décadas un montón de
religión, doctrinas y actividades. Ideas de hombres; una sobre otra y otra y otra. Y
después de haberle entregado a esas ideas nuestra vida, tiempo, lágrimas, dinero y
oración, resulta una gigantesca torre de Babel. ¡Cómo no nos dimos cuenta que no
era el Señor! ¡Cómo pudimos edificar un monumento tan grande! ¡No debería ser
así!

Cuando nacemos del Espíritu, el Espíritu de Verdad está allí presente deseando
derribar todas nuestras imaginaciones, destruir todo pensamiento que se levante
contra el conocimiento de Dios. ¡Cuánto hubiera deseado el Espíritu de Dios tomar
las cosas de Cristo y revelárnoslas! Por lo general, el problema es que somos
dirigidos a una iglesia y enseñados a cómo ocuparnos de Jesús, cómo disciplinar
nuestra carne, cómo seguir a un líder cristiano, cómo seguir la visión de un
hombre; se nos enseña a involucrarnos y a servir, a que limpiemos nuestras vidas.
¿Dónde quedó la idea de que Cristo debe ser revelado en nuestra alma?
Frecuentemente, el concepto mismo de conocer a Cristo como nuestra vida ni se
menciona. Por tal razón, cristianos de todas las denominaciones terminan
caminando en la carne, a pesar de que han nacido del Espíritu de Dios. Acabamos
completamente preocupados por la tierra, cuando Pablo nos ha dicho que nuestra
alma ha sido levantada y sentada juntamente con Cristo en lugares celestiales.

Una vez pensé en la analogía de una computadora. Supongamos que alguien le da a


usted una computadora increíble: 1000 gigas de disco duro, 20 gigas de memoria
Ram, alta velocidad en todo, todo inalámbrico, increíbles gráficos, increíbles
programas...y usted se sienta frente a la computadora y por el resto de su vida sólo
juega solitario. ¿Por qué? No es porque la computadora esté incompleta, ni
tampoco porque todo lo que la computadora es y puede hacer no esté frente a
usted; pero escuche esto: Es porque la comprensión de lo que usted tiene se
vuelve la limitante de lo que usted experimenta.

No conocemos nada de esa vasta salvación que tenemos. Lo único que tenemos
cuando somos salvos es la percepción de nuestra necesidad de ser perdonados, pero
el Espíritu de Dios conoce lo profundo de esa computadora, conoce todo lo que
Dios nos ha concedido en Su Hijo, y quiere mostrarnos las cosas que nos han sido
concedidas. Es cierto que nos lanza una carnada con el solitario, porque Él sabe
que usted y yo pensamos que eso es todo lo que necesitamos, y por supuesto, el
perdón es parte del cuadro, pero Él quiere mostrarnos la plenitud de lo que nos ha

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dado. Él nos ha entregado un manual, y en él sólo buscamos lo referente al solitario
porque eso es todo lo que nos interesa, y aún aquello que no tiene nada que ver con
el solitario, hacemos que tengan que ver con lo que nos interesa.

Lo que quiero decir con todo esto es, que primero Dios nos convence de pecado.
Primero que todo el Espíritu viene y nos dice que Cristo es la respuesta, Cristo es
el Salvador, usted lo necesita. Luego ese mismo Espíritu desea comenzar a obrar y
a mostrarnos la verdad de lo que hemos recibido. Hemos aceptado un Salvador, sí,
pero el Espíritu quiere mostrarnos que Él es nuestro Salvador porque es nuestra
Vida, que Él es nuestra Vida porque ha habido una gran muerte y que esa muerte
no es simplemente que Jesús murió por nosotros, que esa muerte es nuestra muerte.
¿Ven lo que estoy diciendo? Uno no entiende esto al nacer de nuevo, pero esta
Salvación que tenemos, es mucho más grande de lo que alguna vez podamos
comprender.

¿Cómo llegamos a conocerla? Primero, tenemos que darnos cuenta que la


Salvación es Él. La Salvación es Él y no “algo” que hayamos recibido; la
Salvación es Cristo siendo dado a nosotros. El Espíritu de Dios desea revelar esa
Salvación como la Vida de nuestra alma.

Yo conozco gente, al igual que ustedes, que han nacido de nuevo genuinamente.
Ellos han nacido del Espíritu de Dios, y aún así décadas después, no tienen, o no
tienen más, comprensión de Cristo que la que tenían cuando nacieron de nuevo. Lo
triste es, que la mayoría de las veces en algún punto del camino se enamoran de
algo de la religión y le sirven a eso. Otros, parece que verdaderamente desean más,
pero mucho de lo que oyen es contraproducente para su propio crecimiento. Dios
dice: “Ustedes han sido crucificados juntamente con Cristo”, y ellos oyen: “Vé, y
haz lo mejor que puedas para Jesús”. ¡Esto puede ser muy, muy frustrante! Dicha
frustración termina, si estamos dispuestos a volvernos al Espíritu de Dios que una
vez nos mostró que Cristo es la respuesta. ¡Regresemos al principio! ¡Regresemos
antes de que tanta religión, doctrina y obra se acumule sobre nosotros! Debemos
estar dispuestos a volver nuestro corazón a Dios y decirle: “Padre, muéstranos a
Cristo. Muéstranos lo que esta computadora realmente puede hacer”; y Dios estará
ahí listo para revelar a Su Hijo.

Hermanos y hermanas, es tiempo de que el cuerpo de Cristo se dé cuenta de que


necesitamos que el Padre revele a Su Hijo. Nada de la voluntad de Cristo se
cumple sin que Su mente opere en Su cuerpo. ¿Puede usted imaginar su cuerpo

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tratando de hacer su voluntad separada de su mente? A esto se le podría llamar
enfermedad; algún tipo de desorden.

Yo tuve un amigo en la universidad que tenía parálisis cerebral. Él estaba en una


silla de ruedas y no tenía control sobre sus brazos. Los brazos constantemente
hacían cosas que no eran de acuerdo a su voluntad. Todo el tiempo tenían
espasmos musculares y se disparaban de un lado a otro. A menudo golpeaba y
botaba cosas en contra de su propia mente. Él me dijo en un par de ocasiones, que
si hubiera tenido el permiso de sus padres, se habría amputado los brazos años
atrás. Esto me recordó algo que dijo Jesús: “Si la rama no está conectada a mí, no
sirve para nada, solo para ser cortada y echada al fuego”.

Eso era lo que mi amigo quería hacer. Él quería, literalmente, cortar sus miembros
muertos, porque había algo peor en sus miembros que la muerte: ellos tenía mente
propia, movimiento propio, voluntad propia. Amigos, tenemos que llegar a darnos
cuenta que somos miembros muertos. Que tenemos mente por nuestra propia
cuenta, voluntad por nuestra propia cuenta, movimiento por nuestra propia cuenta,
ministerio por nuestra propia cuenta, gloria por nuestra propia cuenta, todo por
nuestra propia cuenta...HASTA que Cristo sea revelado en nosotros.

¿Saben que era lo peor de lo que le sucedía a mi amigo? Que todos los
movimientos de sus brazos se hacían con su nombre asociado a ellos. No era su
voluntad, pero él no podía escapar al hecho de que aquellos eran sus brazos. ¡Qué
terrible lo que hacen los miembros de Cristo separados de Su mente!

No se imaginan ustedes las veces que la gente se acerca y me pregunta: “Jason,


¿cuándo vas a predicar algo práctico? Lo que dices, probablemente es la verdad,
pero no veo cómo esto sea práctico”. Eso me exaspera. ¡Qué puede ser más
práctico que el cuerpo de Cristo llegue a compartir la mente de Cristo! ¡De qué otra
manera vamos a hacer que el cuerpo de Cristo sepa cualquier cosa de Su voluntad!
Cualquier cosa que ese cuerpo haga fuera de Su voluntad, de Su mente o de Su
vida, es un espasmo muscular. Nosotros tratamos de entrenar y disciplinar esos
espasmos musculares, pero nunca expresarán a la Cabeza.

¿Cuál creen ustedes que sería la solución práctica que recomendaría mi amigo a
este problema? ¿Se pegaría los brazos a la silla de ruedas con cinta adhesiva? No;
esa sería la perspectiva religiosa para que Adán se comporte. ¿No sería más
práctico que la mente de Cristo moviera, regulara y controlara todo lo que sucede

29
en el cuerpo? Mi voluntad no es enseñarle a las diferentes partes de mi cuerpo
cómo hacer diferentes cosas. Sin embargo, nosotros actuamos como si la voluntad
de Jesús fuera darle órdenes a las diferentes partes del cuerpo, cuando en realidad
es que compartan Su mente, Su verdad, Su perspectiva, a fin de que todo lo que se
hace, sea la plenitud y expresión de la Cabeza.

Hermanos y hermanas, todo crecimiento espiritual; toda madurez cristiana tiene


que ver con Aquel que está siendo formado en nuestra alma, llenándola e
inundándola hasta que para nosotros el vivir sea Cristo. ¡Aleluya! Para que junto
con Pablo digamos: “No yo, sino Cristo”; “yo lucho y trabajo de acuerdo a Su
poder que actúa poderosamente en mí”; “yo puedo hacerlo todo a través de Él, que
me da el poder”.

Si hemos nacido de nuevo tenemos la Vida de Dios en nuestra alma, ahora


preocupémonos absolutamente de ver en la Luz de esa Vida.

La primera noche vimos algo de lo que significa tener un corazón para conocer al
Señor. Hoy analizamos la manera en que el Señor es conocido: Él es conocido
como la Vida de nuestra alma, según es revelado por el Padre. Mañana
continuaremos al mirar la absoluta necesidad de que Cristo sea revelado.

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EL EFECTO EN NUESTRA ALMA
AL CONOCER A CRISTO

Quiero comenzar aclarando algo que dije anoche. Recordemos que dibujé tres
círculos representando a Cristo, el alma y el cuerpo. También hablé acerca de
cómo Cristo no es verdaderamente conocido, por la lectura de libros, por la lectura
de la Biblia y por la consiguiente aplicación de lo leído a nuestra vida. La razón es,
tal como dije, que no tenemos vida a la cual aplicar lo leído. Ahora bien, lo que
quiero aclarar es que yo, en definitiva, no tenía la intención de minimizar el papel y
la importancia de las Escrituras; a veces olvido que ustedes no me conocen. Sólo
para que sepan, yo tengo un gran respeto y aprecio por la palabra escrita de Dios.
Por lo que a mí respecta, las Escrituras son inerrantes, infalibles y enteramente
inspiradas por el Espíritu mismo de Dios. Yo las leo constantemente, las estudio y
las llevo conmigo adondequiera que voy. Por lo tanto, por favor no piensen que
cuando hablé de la realidad y necesidad de la revelación de Cristo, estaba tirando la
Biblia. ¡Nada más lejos de la verdad!

Hay una manera correcta y otra incorrecta de usar la Biblia. Jesús les dijo a los
fariseos que Él sabía que ellos escudriñaban las Escrituras. Los fariseos, según
entiendo, tenían si no todas, muchas de las Escrituras memorizadas. Sin embargo
Él les dijo: “Ustedes creen que la Vida está en esas palabras, pero no. Ellas son las
que dan testimonio de mí, pero ustedes no quieren venir a mí para encontrar Vida”.

Hablé de esto el martes en la noche, pero permítanme explicarlas de nuevo, por


una o dos preguntas que me hicieron anoche. Las Escrituras son una ventana
perfectamente clara. Ellas son la mejor y más clara ventana que existe en la tierra.
A través de dicha ventana, ustedes y yo podemos ver al Señor; pero si estamos
viendo a través de esa ventana por las razones incorrectas, también podemos ver
nuestro propio reflejo. Las Escrituras son las palabras que dan testimonio de Él,
por esta razón yo las leo y medito en ellas todos los días. Sin embargo, las palabras
por sí mismas no son suficientes para conocer al Señor. Aprender, amar,
memorizar y enseñar las palabras, no es lo mismo que conocer a Cristo, pero
cuando las palabras que leemos se tornan la ventana por la que vemos al Cristo
vivo como nuestra Vida...es cuando ustedes y yo entendemos realmente las
palabras que leemos.

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Déjenme decir algo que puede que suene un poco extraño, pero que es cierto.
Hemos creído que entender la Biblia es conocer a Jesús, pero en realidad, conocer
a Jesús es lo que hace que entendamos la Biblia. Mis amigos, yo amo la Biblia; no
puedo decirlo suficientemente para enfatizar su necesidad e importancia. En casa
yo enseño 5 veces a la semana, y 3 de esas 5 clases, son estudios versículo por
versículo de un libro particular de las Escrituras. No obstante, debemos ver a Aquel
de quien hablan...o nunca entenderemos las palabras que testifican de Él. ¿Está
claro?

La primera noche hablamos acerca de tener un corazón para conocer al Señor.


Anoche hablamos sobre la manera en la que Cristo es conocido. Hoy quiero
hablar del efecto que tendremos en nuestra alma al conocer a Cristo.

Algunas personas me han preguntado: “¿Cómo sé que he visto al Señor?” Bueno,


no hay manera de que yo entre a su alma y revise por usted, ni tampoco tengo un
test para ver si usted lo pasa o no. Lo que sí sé, es que cuando los ojos de nuestro
corazón empiezan a ver al Señor, algo nos empieza a suceder, y no es resultado de
nuestro intelecto ni una conclusión a la que llegamos; es la consciencia de que no
podemos evitar ver.

En una palabra podríamos llamarlo juicio. ¿Qué es juicio? Al menos en


Norteamérica, cuando escuchamos la palabra juicio, la mayoría de las personas
inmediatamente piensan en algún tipo de castigo; pero juicio y castigo no son lo
mismo. La palabra juicio significa “dividir”; división, corte. Y si nos ponemos a
pensar en eso, nos vamos a dar cuenta de que es verdad. Si usted está haciendo un
juicio, está haciendo una división entre dos cosas: Lo bueno y lo malo, lo correcto
y lo incorrecto, lo justo y lo injusto, etc. Hay una decisión, una división, una
separación entre dos cosas. El juicio es más que castigo; es una realidad, una
división. Acudimos a la corte para tener un juicio, una decisión, una división, pero
vamos a la cárcel como castigo. ¡Son diferentes! Hay castigo como resultado de un
juicio.

Yo estoy hablando de la división que ocurre en el corazón. Cuando comenzamos a


ver al Señor, somos enfrentados a una división increíble. Somos enfrentados a la
división que Dios ha establecido, que Dios ha conocido y con la que Él se ha
relacionado con el hombre por un largo, largo tiempo. Este juicio, esta división es
nueva para NOSOTROS, pero no es algo nuevo, es la obra consumada de la cruz,
es la división de Dios siendo revelada en nuestro corazón.

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Conforme la luz de la Vida, la persona de verdad, aparece en nosotros...somos
confrontados con dicha división. Somos confrontados con un fin y un principio,
somos confrontados con una noche y un día; hay un usted y hay un Él. Esto es lo
que la Biblia llama lo primero y lo segundo, y usted ve una división severa entre
ello.

Primera creación Nueva creación


Primer hombre Nuevo hombre
Antiguo Pacto Nuevo Pacto
Noche Día
Lo primero Lo segundo

¿Qué es lo primero? Lo primero es el primer hombre, la primera creación, el


primer pacto. Lo primero es todo lo que apuntaba a lo segundo, y que sin embargo,
se quedaba corto. Lo primero es toda la primera creación, la cual es terrenal,
natural y conocida por medio de los sentidos; lo primero es la carne. Lo primero es
del hombre, para el hombre...Adán; el hombre que estaba atado por la ley del
pecado y de la muerte. Lo primero es todo un orden; un orden por medio del cual
Dios trataba con el primer hombre. Este primer orden estaba en concordancia con
el primer pacto iniciado por Dios, el cual consistía en la Ley, sacrificios y el
tabernáculo terrenal, además del servicio y obra del hombre.

Todo lo primero apuntaba a lo segundo y testificaba de lo segundo, pero nunca


experimentó lo segundo. Todo lo primero era tipo y sombra, promesa y profecía,
figuras, planos y bocetos de lo segundo. Todo lo que vino primero, vino como
testimonio de lo que Dios iba a traer en Cristo. Todo lo primero era un testimonio
que declaraba a la sustancia eterna, a la realidad eterna, a la experiencia espiritual
de lo segundo que vendría en Cristo.

Todo lo primero, de Génesis a Malaquías, era como una enorme pila de planos que
detallaban una casa. Era una enorme pila de planos, fotografías, estudios de
terreno, descripción de materiales de construcción, regulaciones de zona, mapas de

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cableado eléctrico...una enorme pila que describía una casa...Todo testificaba de
una casa, la casa que es el cumplimiento de todo esto. La casa es lo segundo. El
Padre construyó la casa a través de la muerte, sepultura y resurrección de Su Hijo.
Cristo es esa Casa, y nosotros estamos en dicha casa; estamos en lo segundo.

Lo que estoy tratando de decir es, que cuando Cristo empieza a ser revelado en
nosotros, comenzamos a ver la división. Puede que usted no use las mismas
palabras que yo estoy usando, pero cuando Cristo empieza a ser revelado en
nosotros, somos conscientes de un hombre, una creación y un pacto que Dios
ha alejado de Sí mismo. A esto me refiero con juicio.

Mucha gente, cuando inicialmente toma consciencia de esta división, siente que se
ha vuelto una persona con muchos prejuicios. Mucha gente me dice: “Jason,
repentinamente mucho de la religión cristiana me parece tan muerto, tan vacío y
tan irrelevante. Me siento tan criticón”. Amigos míos, hay una diferencia entre
hacer juicios y ver el juicio de Dios. Hay una diferencia entre hacer una división
que procede de su propio corazón y tomar consciencia de la división que Dios ha
establecido en la cruz. Uno sale de usted, el otro es HECHO en usted. Ni usted ni
yo podemos discutir el juicio de Dios con respecto a nosotros mismos, ni con
respecto a otros.

Ahora, eso no significa que usted siempre DIGA lo que está viendo. Yo aprendí
eso por la vía difícil; en algunas ocasiones usted sólo se sienta y cierra su boca.
Usted no puede luchar contra la división que Dios ha establecido en su alma; no
puede y no debe luchar contra ella.

Cuando Cristo empieza a ser revelado en nosotros, lo que en realidad sucede es que
somos llevados a la perspectiva de Dios. No estoy diciendo que nos VOLVAMOS
Dios; eso es totalmente absurdo. Lo que estoy diciendo es que Dios obra Su
perspectiva, entendimiento, manera de ver y propósito en nuestra alma, hasta que
eso es lo único que usted y yo vemos. Esto es entendimiento espiritual. Aprecio
mucho la manera en que el hermano Luman lo dice: Entendimiento espiritual no es
nuestro entendimiento de las cosas espirituales; entendimiento espiritual es el
entendimiento que nos da el Espíritu, cuando Dios nos permite participar de Su
Luz, y en Su Luz vemos la luz.

¿Recuerdan que anoche les dije que el viaje para conocer a Dios inicia, cuando
Dios nos muestra que nosotros ni siquiera sabemos cómo conocer? Así es. Cuando

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usted y yo comencemos a conocerlo a Él por Su Espíritu...les prometo que seremos
confrontados con Su juicio, Su división.

Vamos un momento a Efesios 4.

• “Mas vosotros no habéis aprendido así a Cristo, si en verdad le habéis oído,


y habéis sido por él enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús. En
cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está
viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de
vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia
y santidad de la verdad” (Efesios 4:20 - 24)

Amigos, muchos cristianos han dedicado sus vidas a algo que es imposible. Están
intentando ser transformados, están buscando ser como Cristo y están haciendo su
mejor esfuerzo para separarse de su pecado, oscuridad y estilo de vida, pero todo
este esfuerzo es infructuoso porque están tratando de escapar del mal con el mal.
Estamos tratando de cambiar al viejo hombre con la fuerza del viejo hombre.
Estamos tratando de cambiar la carne, disciplinando la carne, pero ¿qué dice Pablo
acerca de esto en Colosenses? “Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los
rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a
preceptos tales como: No manejes, ni gustes, ni aún toques (en conformidad a
mandamientos y doctrinas de hombres), cosas que se destruyen con el uso? Tales
cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en
humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los
apetitos de la carne” (Colosenses 2:20 - 23). Hubiera deseado haber entendido
estos versos mucho antes en mi vida.

Regresemos a Efesios. Pablo nos habla sobre ser renovados en el espíritu de


nuestra mente, despojándonos del viejo hombre y revistiéndonos del nuevo. ¿Qué
significa eso? ¿Cuál es la realidad de esta declaración? Bueno, permítanme
empezar diciendo que no significa nada, a menos que el versículo 21 sea la
realidad de nuestra experiencia. Despojarse del viejo hombre y revestirse del nuevo
no tiene sentido, si no “...le habéis oído, y habéis sido por él enseñados, conforme
a la verdad que está en Jesús”. La traducción correcta dice: “...enseñados en Él,
conforme a la verdad que está en Jesús”.

¿Qué es este despojarse y revestirse? ¿Qué es esta renovación de la mente? Más de


una persona me ha dicho que la renovación de la mente ocurre por medio de la

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memorización de las Escrituras. Otros me han dicho que involucra aprender a
pensar con una cosmovisión bíblica; otros que es tratar de purificar la mente de
pensamientos, imágenes o experiencias perversas; pero nada de esto es de lo que
Pablo está hablando aquí.

Cuando Cristo empieza a ser mostrado por el Espíritu de Dios, inmediatamente


empezamos a estar conscientes de dos cosas distintas. (Ver el diagrama). En la luz
de Su aparición en nuestra alma, en el encuentro real con la Verdad de Cristo,
siempre hay una división entre dos cosas: En un lado está Cristo, y en el otro
todo lo demás. Nosotros somos parte de ese “todo lo demás”. Yo sé que en la
salvación fuimos unidos a Cristo, pero cuando vemos por fe, nos damos cuenta de
que todo lo que somos por naturaleza, está en el lado opuesto a Cristo, del lado
que lo contradice a Él. Cuando Dios nos muestra a Su Hijo por fe, delante de
los ojos de nuestro corazón está el hombre que Dios ha aceptado, y del otro
lado está el hombre, el género o la creación que Dios ha quitado.

Simplemente, no hay argumento que valga. No podemos cambiar el hecho, no


podemos luchar contra él, no podemos alterarlo en modo alguno, no podemos
ignorarlo a menos que cerremos los ojos. La obra consumada de Dios en Cristo
permanece absolutamente independiente del hombre. Si NI UN SOLO ser humano
llegara a verla o entenderla, ésta permanecería perfecta, hermosa y completamente
intacta en la mente de Dios. La única pregunta por hacer es: ¿Vamos a aceptar lo
que Dios ha terminado? ¿Vamos a dejar que lo que Dios ha consumado sea
establecido en nuestras almas? No hay otra pregunta.

Es un poco como despertarse de un sueño. Mientras estamos en él, el sueño puede


sentirse extremadamente real, en eso uno de sus hijos salta sobre la cama en medio
de la noche porque está asustado y usted se despierta de repente. El sueño ha
terminado, pero los sentimientos, los efectos o los residuos del sueño pueden
continuar por algún tiempo. Yo he tenido sueños que han afectado la manera como
me siento por horas. Sin embargo, cuando abrimos los ojos y vemos donde
estamos, no podemos discutir con lo que es real, no podemos sólo decidir que
queremos el sueño de regreso. La única manera de luchar contra lo que es real, es
volver a dormirnos y esperar que el sueño regrese, pero incluso si tuviéramos éxito
en esto, no estaríamos cambiando lo que es real.

Es que cuando vemos algo en la Luz de la manifestación de Cristo, vemos la


división establecida por Dios. Podemos intentar volver a dormir y esperar que la

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religión sea real, pues nos gusta cómo nos hace sentir, pero eso no cambia nada.
Nada, al menos en lo que a Dios respecta.

Ver a Cristo por fe involucra la consciencia de la división. De nuevo, puede que


usted no use el mismo lenguaje, puede que usted no la llame “división”, pero la
reconoce. Reconoce lo increíblemente equivocadas que son sus ideas y lo distinto
de su naturaleza, percibe y reconoce lo muerto de su alma, la inutilidad de sus
esfuerzos, la futilidad de su llamada “sabiduría” y el egoísmo que motiva todo lo
que usted hace. Ver a Cristo es tanto mirar la luz, como hacerle frente a las
tinieblas.

Cada vez que veo al Señor con una visión clara, hay una renovada e incrementada
comprensión de la división. No podemos ver a Cristo por fe sin ser incómodamente
conscientes de todo lo que no es Cristo. Conforme un lado crece en nuestra
comprensión, también lo hace el otro. Esto necesariamente es así, ya que el
verdadero conocimiento de Dios siempre confronta y contradice al hombre natural.
Es MUY importante que entendamos esto. Nunca veremos Su verdad al lado de
alguna de nuestras ideas; la fe nunca complementa las ideas de la mente del
hombre. En Su luz nunca tendremos uno de nuestros pensamientos, actos u
opiniones validadas. Su verdad siempre desplaza y sustituye nuestras ideas.
Su luz siempre reta y se opone a nuestras opiniones. Están divididas por un
gran abismo llamado cruz, y la fe siempre nos mostrará la diferencia.

Alguien podría objetar... “Jason, ¿cómo sabe usted que la luz de Dios siempre va a
contradecir mis ideas? ¿Y si yo supusiera correctamente? ¿Y si yo lo descifrara
antes de que Él me lo mostrara?” Eso es como decir: “Jason, ¿cómo sabe usted que
todo lápiz rojo en esta caja no es azul? ¡Usted no sabe cuántos lápices rojos tengo
aquí! Usted no los ha visto todos. De todos estos lápices rojos, estoy seguro que al
menos uno es azul”. No, hay una división entre lo azul y lo rojo, son contrarios
entre sí, son mutuamente excluyentes. Es rojo o azul, pero nunca ambos.

Adán y Cristo, lo viejo y lo nuevo, la noche y el día, lo primero y lo segundo... es


como esos dos colores; en la oscuridad de la mente no renovada podemos
confundirlos, pero la luz nos mostrará la diferencia. Por favor, escuchen
cuidadosamente lo siguiente: La luz del Señor siempre dividirá en nosotros lo
que ya está dividido para Dios. La fe siempre separará en nuestro corazón lo
que Dios ha separado de Sí mismo.

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La luz siempre nos costará todo aquello que no es Cristo. Esto suena como una
idea o como un concepto muy bonito, hasta que comprendemos que nosotros y lo
que llamamos nuestra vida, es exactamente “lo que no es Cristo”. Nosotros somos
“lo que no es Cristo”, los que seremos cortados en esta luz, los que veremos que
estamos en el lado equivocado de la división. Conocer a Cristo nos costará siempre
algo de esa oscuridad, algo del hombre equivocado, algo de la creación
equivocada. Con esto, no estoy diciendo que nosotros tendremos que hacer grandes
sacrificios para Dios, ni tampoco estoy diciendo que Dios nos va a quitar cosas;
lo que estoy diciendo es que Dios va a quitar nuestro corazón de las cosas.

Cuando la luz se incremente en nuestro corazón, la división se hará más y más


clara. Esta juzga entre lo vivo y lo muerto...y usted y yo nos veremos ser lo
muerto; aquellos que necesitan desesperadamente al Hombre que se llamó a Sí
mismo Resurrección. Es como una espada que corta entre el alma y el espíritu; ella
divide en dos.

En la luz encaramos la exclusividad de Cristo. Cristo es el todo y en todos; no


podemos mezclar nada con Él. Esa es la razón por la que había tantos tipos y
sombras en la ley que proclamaban esto. No se mezcla la simiente de Abraham con
ninguna otra simiente. No se puede mezclar a Cristo con nada más, salvo en la
oscuridad de la mente no renovada.

Yo a veces uso una analogía. Imagine que usted está sentado en una sala de cine
viendo una película a través de una pajilla. Un ojo está cerrado, el otro está viendo
la película a través de la pajilla. Usted puede ver algo de la película, pero se está
perdiendo mucho de ella; hay mucho que usted tiene que completar con su
imaginación. Ve destellos de la película, de personas, una mano aquí, un carro por
allá...sólo destellos delante del campo de visión de la pajilla.

Lo que estoy diciendo es, que aunque usted está viendo algo de la película, es muy
posible que se esté perdiendo la trama de la película. Su campo de visión es tan
pequeño, que podría estar ignorando por completo quién es el personaje principal,
cuál es la historia principal, el punto principal de la película. Luego, una persona
muy amable sentada a su lado, le alcanza el tubo de cartón de un rollo de papel
toalla. Ahora usted está viendo la película a través de un mayor campo de visión;
puede ver más de la película. Usted puede ver lo que veía antes, pero la pequeña
perspectiva que le permitía la pajilla fue absorbida por una mayor. Esto trae como
resultado, que algo de lo que usted imaginó que estaba ahí...ya no calza. Era algo

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que usted había añadido en su ceguera, algo que suponía acerca de la trama de la
película, de los personajes, etc., y que estaba equivocado.

Luego, alguien le alcanza un fragmento de tubería con mayor diámetro y se repite


el proceso. Lo que usted había visto aún está ahí, pero de nuevo, su perspectiva es
absorbida por una mayor, y al ser absorbida se da cuenta de cuánto había añadido a
la película con su imaginación. Así, su perspectiva se va haciendo más grande, y
más grande, y más grande...De alguna manera usted pasó algo de lo primero a lo
segundo, pero en la luz se da cuenta de que aquello no tiene derecho a estar ahí,
entiende que ha sido dividido, juzgado y quitado por Dios, y empieza a salir de su
alma.

¿Por qué estoy hablando de esto? Porque por un tiempo usted ha visto tan poco de
Cristo, que no está seguro de lo que es Cristo y de lo que no es. Una de las
primeras preguntas que me hacen cuando predico a Cristo de esta manera es:
“¿Cómo sé si soy yo o es Cristo?” Esta pregunta se desvanece cuando alguien le
alcanza un rollo de cartón, cuando Cristo se incrementa en nuestra perspectiva.
Esta es una pregunta que brota de la oscuridad, es una pregunta que tiene sentido
en un cuarto oscuro. Verán, el Señor no responde la mayoría de mis preguntas, las
destruye con la llegada de Su luz.

Hace algún tiempo el Señor me mostró en mi mente la imagen de un hombre


orando en un cuarto oscuro. Él le rogaba al Señor una y otra vez, que le dijera el
color del sillón que estaba en ese cuarto oscuro. Oraba, ayunaba y le clamaba al
Señor: “Oh, Señor, sólo necesito saber el color del sillón que está en este cuarto.
Debes mostrármelo. Haré lo que sea. No me moveré de aquí hasta que me lo
muestres”. Así pasaron los años. Finalmente, un día, se enciende la luz, y adivinen
qué, no había sillón en el cuarto.

Muchas de mis preguntas no tienen verdad suficiente en ellas, para que valgan la
respuesta. Cuando empezamos a ver a Cristo, no estamos seguros de qué es lo
primero, qué es lo segundo, qué es lo viejo, qué es lo nuevo. La línea divisoria de
la cruz es borrosa en nuestra comprensión, pero con la llegada de la luz...cuando la
luz resplandece en nuestro corazón para darnos el conocimiento de la gloria de
Dios en la faz de Jesucristo...bueno, entonces vemos el juicio de Dios.

Cuando la fe empieza a incrementarse en nuestro corazón somos golpeados por la


comprensión. Podemos ver que el lado en el que estamos por naturaleza, no

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mejora. Dicho lado no puede cambiar, nunca podría ser algo más de lo que ya es.
Enfrentamos en la luz, tal como dice Pablo en Efesios 4, que “el viejo hombre es
corrupto conforme a los deseos engañosos”; y no dice: que “el viejo hombre FUE
corrupto”. No, ese hombre, ese género no mejora; es el hombre equivocado.
Entendemos por fe, entendemos en la luz, vemos...que nuestra única esperanza
de transformación del alma NO es tratar de cambiar dicho lado, sino escapar
de él. Nuestra única esperanza de transformación es ser completa y totalmente
liberados de ese hombre, y ser puestos en, llenos de y revestidos del Hombre
en el otro lado. En la oscuridad, todo esto suena como teología, pero cuando llega
la fe, es una clara y abrumadora realidad.

Adán, el hombre, el género que no puede ser cambiado debe ser circuncidado del
alma, debe ser despojado, y Cristo, el nuevo hombre, el nuevo género, debe ser
revestido. Esto es lo que la iglesia a menudo malentiende. Este es el porqué
dedicamos nuestras vidas a algo que no tiene esperanza. El cuerpo de Cristo ha
inventado innumerables maneras, pasos y secretos para transformar al hombre
natural (el del lado izquierdo en el diagrama), y sin embargo, dicho hombre no
puede cambiar. Hemos procurado enseñarle, entrenarlo, disciplinarlo, regañarlo,
castigarlo, darle poder y motivarlo a ser algo diferente de lo que es, a hacer algo
diferente a lo que siempre ha hecho. No obstante, estos intentos, planes, pasos,
claves y discursos motivacionales...solamente tienen sentido en la oscuridad. Un
programa de auto ayuda no convertirá un lápiz de color rojo en uno de color
azul.

Hablando en términos generales, nosotros realmente no queremos entender esto.


“Por favor no enciendan la luz, interrumpiría mi programa de auto mejora;
arruinaría la idea de que estoy mejorando. No enciendan la luz de la fe, pues lo que
podría ver en la luz, amenazaría mis ideas acerca de propósito, crecimiento,
transformación y servicio a Dios. Prefiero mantenerme adivinando y fallando en la
oscuridad, que encarar la división de Dios que vería en la Luz. La división por la
que siempre diría: No yo, sino Cristo”.

Procuramos asistir a campamentos cristianos para aprender a ser como Pablo. Hace
un tiempo conocí a un joven en Ohio que acababa de regresar de un campamento
cristiano, y me dijo que los habían hecho quedarse despiertos toda la noche, los
habían rociado con mangueras de bomberos, los habían dejado con hambre, los
hicieron dormir a la intemperie en una bolsa de dormir fría y húmeda...todo con el

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fin de prepararlos para el campo misionero; para hacerlos como Pablo. ¡Las cosas
que hacemos en nombre del conocimiento de Dios!

Hacemos cualquier cosa para hacer que Adán viva para Dios. Marchamos
alrededor de una ciudad haciendo guerra espiritual. Seguimos líderes y
movimientos alrededor del mundo, esperando que algo de la “unción” nos alcance.
Pagamos clases, programas, libros y conferencias. Castigamos nuestra carne a
través de la disciplina y penitencias, y la motivamos por medio de ejercicios
emocionales. Estas sólo son algunas de las cosas que hacemos en nombre del
conocimiento de Dios, pero raramente nos quedamos quietos para que Dios nos
muestre la división entre lo vivo y lo muerto. La fe es poco común, pues la
verdadera fe es una amenaza al hombre natural.

Lo que estoy tratando de decir simplemente, es que la revelación de Cristo nos


lleva a encarar la división, el juicio, la espada que corta entre dos hombres, dos
mundos, dos géneros. Primero que nada, la división nos impacta; no teníamos idea
de que Cristo fuera un hombre TAN DISTINTO. Es decir, puede que usted haya
repetido las palabras un millón de veces, pero nunca lo había entendido hasta que
llegó la luz. Al principio nos sorprende, porque, a pesar de que estamos de acuerdo
en que Cristo y el hombre son dos géneros diferentes, de repente en la luz se puede
ver que nuestra vida ha estado en contradicción con este Hombre.

Conforme permanezcamos y miremos la división, como ya dije, la comprensión


empieza a obrar en nosotros, a fin de que el crecimiento espiritual NUNCA sea
nuestra transformación. Lo que quiero decir es, que Adán nunca cambiará; no
podemos mejorarnos, no podemos SER mejores. Comprendemos que lo que
necesitamos que suceda es, que ese hombre sea destruido y que el otro sea ganado.
Uno debe menguar, el debe otro incrementarse...de lo contrario, todos los esfuerzos
del mundo no lograrán nada.

Recuerdo el día cuando dicha comprensión me golpeó como si un ladrillo me


hubiera dado en la cara. Supe que mi vida había sido un intento de mezclar lo que
Dios había separado para siempre. ¿Ve lo que estoy diciendo? NO PODEMOS
MEZCLAR LO QUE DIOS HA SEPARADO. No podemos fusionar lo que Dios
ha dividido. Amigos míos, la división siempre obrará en sus almas; nunca piensen
que han visto lo profundo de ella, ni imaginen que han entendido la vastedad de
esta división. Conforme encaramos la división, empezamos a hacer las preguntas
correctas. Antes de que Cristo comenzara a ser revelado en mi alma, yo tenía

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muchas preguntas para Dios. Preguntas que ni siquiera tenían suficiente verdad en
ellas para justificar una respuesta. Preguntas que eran tan oscuras como el corazón
del que procedían. No obstante, en la Luz de Su aparición realmente solo había una
pregunta que necesitaba ser contestada. Mi pregunta dejó de ser: “¿Qué puedo
hacer para que Dios me acepte?” No, ésta ya no tenía sentido. Mi pregunta ya no
era: “¿Cuáles son las claves para comenzar a ser un buen cristiano?” No, muy
pronto todo eso se tornó vacío y ridículo. La pregunta es sencilla: “¿Cómo
puede ser un hombre despojado y el Otro revestido?”

Bueno...la respuesta es tan exageradamente maravillosa para nosotros, que casi no


la aceptamos; usualmente no la creemos, normalmente peleamos contra ella y
queremos añadirle algo. ¡Es demasiado buena para ser verdad! La respuesta es:
Que Dios, a través de la cruz, nos ha trasladado de uno y nos ha hecho habitar en el
Otro. Para Dios nosotros ESTAMOS en Cristo Jesús. La verdad es, que por la obra
de Su Hijo y nuestra aceptación por fe, estamos, de hecho, muertos a uno y vivos
para el Otro. Estamos muertos al pecado, somos aceptos en el Amado, estamos
sepultados con Él, resucitados con Él y sentados con Él. Hemos muerto y nuestra
vida está escondida con Cristo en Dios.

Por lo tanto, Pablo exclama: “¿O no sabéis que todos los que hemos sido
bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos
sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como
Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros
andemos en vida nueva” (Romanos 6:3 - 4). Esta declaración es verdad con
respecto a todos aquellos que han nacido del Espíritu de Dios. Esta declaración no
es una experiencia futura, sino una presente y eterna realidad. Esta es la obra
consumada de Dios en Cristo. Solo UNA cosa necesitamos para vivir como
corresponde; solo UNA cosa se necesita si queremos experimentar este don de la
salvación.

Pablo dice: “...pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y
extendiéndome a lo que está delante...” En griego la palabra “atrás” no hace
referencia a tiempo. Pablo no está hablando acerca de olvidar el ayer o el año
pasado; la palabra “atrás” significa “atrás de nosotros” (no mirarme a mí mismo).
La palabra “delante” significa “en la presencia de”. Esto era lo ÚNICO que Pablo
hacía. Él procuraba olvidar y dejar atrás lo que Dios había puesto atrás, y se
proponía asir, o comprender lo que Dios había dado. Él buscaba morir a todo lo

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que Dios llamaba muerto, y vivir en todo lo que Dios llamaba Vida. Pablo tenía
una sola cosa en su corazón.

Ustedes podrían decir esto en un sin fin de maneras diferente, pero sólo es una
cosa. Podrían decir que necesitamos la luz de Dios para ver la vida que Dios ha
dado a nuestra alma. Podrían decir que necesitamos fe para comprender la obra
consumada de Dios. Podrían decir que necesitamos ser renovados en el espíritu de
nuestra mente. Podrían decir que necesitamos aprenderlo a Él y ser enseñados en
Él, conforme a la verdad que está en Jesús.

Cualquiera que sea el lenguaje escritural que escojamos, el hecho es, que todo lo
que Dios alguna vez podría haber hecho por nosotros, con nosotros y en nosotros,
lo ha hecho. Lo que queda para ustedes y para mí es, que Cristo nuestra vida, sea
revelado en nosotros.

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