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Para Qué Son Los Negocios

¿PARA QUÉ SON LOS NEGOCIOS? ¿Será posible que los capitalistas derrumben al capitalismo?.
Un periodista del New York Times formuló esa pregunta durante los escándalos contables en las
empresas estadounidenses y concluyó que los mercados separarán las manzanas podridas. A
principios de este año, un periodista del New York Times formulaba esa pregunta a medida que
se acumulaban uno tras otro los escándalos contables en algunas grandes empresas
estadounidenses. Unas pocas manzanas podridas no lograrían contaminar al resto, los mercados
sabrían separar las buenas de las malas y luego el mundo seguiría marchando como antes.

No todo el mundo es tan complaciente. Si la gente común y corriente encuentra otros lugares
donde poner su dinero –quizás en su casa o bajo el colchón–, los mercados se quedarán vacíos y
los precios de las acciones se derrumbarán. Estos escenarios extremos habrían sido para la risa
hace pocos años, cuando parecía tan evidente el éxito del capitalismo al estilo estadounidense,
pero nadie debería reírse ahora. En los últimos escándalos, la verdad fue sacrificada en aras de
la conveniencia y la necesidad de asegurar a los mercados que se iban a alcanzar las utilidades
anunciadas.

May, analista bursátil de un servicio estadounidense para inversionistas, puntualizó que los
anuncios proforma de utilidades que hicieron las 100 mayores empresas del Nasdaq en los
primeros nueve meses de 2001 sobrepasaron las ganancias efectivas y auditadas en US$
100.000 millones. Y la confianza depositada por la gente en las empresas, y en quienes las
lideran, se está resquebrajando. Muchas personas sienten que los directivos no dirigen sus
empresas en beneficio del consumidor, ni siquiera en el de sus accionistas o empleados, sino
sólo por ambición personal y buscando su propio beneficio económico. Una encuesta realizada a
principios de este año por Gallup descubrió que 90% de los estadounidenses sentía que no podía
confiar en que la gente al mando de corporaciones cuidara de los intereses de sus empleados, y
sólo 18% pensaba que las corporaciones se preocupan mucho de sus accionistas.

El capitalismo es la convicción increíble de que los hombres más malvados harán las cosas más
malvadas por el máximo bien de todos, escribió una vez Keynes. En la versión anglo-
estadounidense actual del capitalismo bursátil, el criterio para medir el éxito es el valor para los
accionistas, expresado en el precio de las acciones de una empresa. Reducir o aplazar los gastos
orientados al futuro más que al presente incrementa las utilidades inmediatamente, aunque
hace peligrar las de largo plazo. La compraventa de empresas es otra estrategia utilizada.

Es una manera mucho más rápida que confiar en el crecimiento orgánico para dar un impulso
al balance general y al precio de las acciones, y puede resultar mucho más interesante para los
que están arriba. Una de las consecuencias de la obsesión por el precio de las acciones es el
inevitable estrechamiento del horizonte. Paul Kennedy no es el único que cree que las empresas
hipotecan su futuro a cambio de un aumento en el precio presente de las acciones, aunque se
muestra optimista al presentir que la obsesión por el valor para los accionistas está llegando a
su fin. También han tenido una gran culpa en esto las opciones de compra de acciones ,
convertidas en las nuevas hijas predilectas del capitalismo bursátil.

En 1980 sólo 2% del salario de los ejecutivos estaba vinculado a las opciones de acciones, y
ahora se cree que ese porcentaje puede ser superior a 60%. Como es hasta cierto punto natural,
los ejecutivos quieren hacer efectivas sus opciones de acciones lo más rápidamente posible, en
vez de confiar en la gestión que emprendan sus sucesores. Europa, al salir a la bolsa cada vez
más empresas. Muchos europeos piensan, sin embargo, que las opciones de acciones baratas
son sólo una forma más de permitir que los directivos roben a sus empresas y a sus accionistas.

En Europa, la gente alza las cejas –a veces de envidia, casi siempre de indignación– cuando ve
lo que ganan los ejecutivos en el capitalismo bursátil. los CEO ganan más de 400 veces el salario
de sus empleados de más bajo sueldo es una burla del ideal de Platón, según el cual –en un
mundo más pequeño y simple, es verdad– ninguna persona debería valer más de cuatro veces lo
que otra. Esta desconfianza se alimenta de la sospecha, cierta o no, de que las empresas se
ocupan mucho más de sí mismas que de los demás. Por un lado, admiran el dinamismo, la
energía emprendedora y la insistencia de que todo el mundo tiene el derecho a trazar su propia
vida, pero ahora que ven cómo las bolsas europeas siguen el camino descendente emprendido
por Wall Street, también les preocupa que los defectos del modelo capitalista estadounidense
sean contagiosos.

Este mal estadounidense no tiene que ver sólo con una dudosa ética personal o con el hecho de
que haya empresas deshonestas distorsionando su contabilidad. durante toda una generación,
descansaba en la doctrina de que el mercado es rey, siempre daba prioridad al accionista y creía
que las empresas eran el motor clave del progreso, por lo que tenían preferencia en las
decisiones políticas. No cabe duda de que logró activar el espíritu emprendedor en ese país,
pero también contribuyó a que se deteriorara la sociedad civil y a que se erosionara la atención
y el dinero para los sectores no corporativos, como la salud, la educación y el transporte, en una
negligencia cuyas consecuencias acosan al gobierno británico actual. Los europeos no hallaban
sitio en el capitalismo bursátil para muchas cosas que ellos dan por sentadas por el hecho de ser
ciudadanos, tales como la salud gratuita y la calidad educativa para todos, la vivienda para los
más desfavorecidos y la garantía de un estándar de vida aceptable en la ancianidad, la
enfermedad o el desempleo.

Ahora que también han surgido en Europa ejemplos de malos manejos por parte de algunos
directivos y que una política de adquisiciones excesivamente ambiciosa causó el derrumbe de
un par de grandes corporaciones, muchos europeos se preguntan si no se viró en exceso hacia
el capitalismo bursátil. Hoy, con la perspectiva de los años, se puede ver que, durante el boom
de los años 90, Estados Unidos creó valor donde no existía, empujando al alza la capitalización
bursátil de empresas hasta 64 veces su utilidad o incluso más. Ahora han cambiado las
condiciones de los negocios. La inversión ha sustituido a la propiedad y los activos de una
empresa están cada vez más en su personal y no en sus edificios o maquinaria.

Por eso hace falta, a la luz de este cambio, repensar los supuestos hasta ahora válidos sobre el
sentido de los negocios. Y también hace falta que, al hacerlo, nos planteemos si los negocios
estadounidenses pueden aprender algo de Europa, del mismo modo que los europeos han
absorbido lecciones muy valiosas del dinamismo estadounidense. Ambos lados del Atlántico
estarían de acuerdo en que hay, primero, una necesidad clara e importante de cumplir con las
expectativas de los accionistas, que son los propietarios teóricos de la empresa. No tienen ni el
orgullo ni la responsabilidad que confiere la propiedad, y a decir verdad sólo están ahí por el
dinero.

Es cierto que si la dirección ejecutiva no consigue cumplir con sus expectativas financieras, el
precio de la acción caerá, exponiendo a la empresa a predadores no deseados y dificultando sus
posibilidades de encontrar nuevo financiamiento. Pero pensar que las necesidades de los
accionistas son el propósito de la empresa es caer en una confusión lógica, que consiste en
confundir una condición necesaria con una suficiente. En otras palabras, el propósito de un
negocio no es obtener utilidades y punto, sino lograr utilidades para que el negocio pueda hacer
algo más o mejor. Las sospechas que despierta el capitalismo están ancladas en la sensación de
que sus instrumentos, las corporaciones, son inmorales, porque no tienen más propósito que
satisfacerse a sí mismas.

Es posible que esta afirmación sea muy injusta para muchas empresas, pero ha sido su propia
retórica y conducta la que las ha rebajado. La respuesta tendría que ser «sólo si pudiera hacer
algo mejor o más útil que nadie», y la obtención de utilidades sería el medio para ese fin más
amplio. La idea de que quienes financian una empresa no sólo son sus financistas, sino sus
legítimos propietarios, se remonta a la época de las primeras empresas, cuando el propietario
era quien efectivamente financiaba, y era, normalmente, además el CEO. Una segunda idea
también anticuada, y relacionada con la anterior, es que la empresa es una propiedad, sujeta a
las leyes de propiedad.

Esto tuvo su razón de ser hace dos siglos, cuando surgió el derecho corporativo y una empresa
se constituía a partir de un conjunto de activos físicos. Ahora que el valor de una empresa radica
fundamentalmente en su propiedad intelectual, en sus marcas y patentes, y en la habilidad y
experiencia de su personal, parece inverosímil tratarla como si fuera propiedad de financistas
que pueden disponer de ella a su gusto. La contabilidad y la ley tratan a los empleados de las
empresas como si fueran propiedad de los dueños, y se les registra como costos y no como
activos. Una buena empresa es una comunidad que cuenta con un propósito, y una comunidad
no es algo que se pueda «poseer».

Las comunidades están formadas por miembros y esos miembros tienen ciertos derechos,
incluido el derecho a votar o a expresar sus puntos de vista en los temas importantes. Es irónico
que los países que más presumen de sus principios democráticos deriven su riqueza de
instituciones antidemocráticas, en las que el verdadero poder está en manos de gente de
afuera, y el poder de adentro lo ejerce una dictadura o, en el mejor de los casos, una oligarquía.
Ya no se ajusta a la realidad de los negocios en la economía del conocimiento. Quizá ni siquiera
se ajustaba a los negocios en la era industrial.

« La asociación que el derecho reconoce –la asociación de los accionistas, acreedores y


directores– es incapaz de producir o distribuir, y la ley no espera que desempeñe esas funciones.
» Sin embargo, los países de Europa continental siempre han considerado a la corporación como
una comunidad cuyos miembros tienen derechos legales, incluido, por ejemplo, en Alemania, el
derecho de los empleados a tener la mitad menos uno de los asientos en el consejo de
administración, así como numerosas garantías contra el despido sin causa justificada y un
conjunto de prestaciones legales. Estos derechos limitan la flexibilidad de la gestión, pero
ayudan a crear un sentido de comunidad y generan el tipo de lealtad y compromiso que pueden
ayudar a que una empresa supere momentos difíciles, así como también hacen posible la
sensación de seguridad que favorece la innovación y la experimentación. Los accionistas son
vistos como fideicomisarios de la riqueza heredada del pasado.

Un enfoque de este tipo resulta más fácil para las empresas del continente. No obstante, ambas
culturas deben restablecer la confianza en las posibilidades que ofrece el capitalismo para la
creación de riqueza, así como en sus instrumentos, las corporaciones. Pero ahora que son tantos
los activos invisibles, y por lo tanto no contables, de una empresa y cuando resultan tan
complejas las redes de alianzas, joint ventures y sociedades de subcontratación, nunca va a ser
posible ofrecer una imagen financiera sencilla de una gran empresa o encontrar una cifra que lo
englobe todo. CEO y directores financieros se responsabilicen de la veracidad de los informes
contables de sus empresas, puede ayudarles enormemente a concentrarse, pero difícilmente se
puede esperar que revisen el trabajo de sus contadores y auditores.

Si una empresa se toma en serio la idea de que es una comunidad creadora de riqueza,
formada por miembros y no tanto por empleados, entonces sus miembros considerarán
razonable validar los resultados de su trabajo antes de presentarlos a los financistas, quienes a
su vez podrán tener una mayor confianza en la exactitud de esos informes. Y si la caída del
mercado bursátil logra que disminuya el culto a las opciones de compra de acciones y, en lugar
de ello, las compañías deciden recompensar a su personal clave con una parte de los beneficios,
entonces la probabilidad de que esos miembros tengan un auténtico interés en la veracidad de
las cifras será aún mayor. De hecho, parece justo que no sólo se repartan dividendos a quienes
han aportado dinero, sino también a quienes contribuyen con su capacidad. Al fin y al cabo, la
mayoría de los accionistas no ha dado dinero alguno a la empresa, sino únicamente a los
anteriores propietarios de las acciones.

De hecho, algunos, cuyos activos personales son altamente valorados – banqueros, corredores
de bolsa, actores de cine, deportistas, etcétera– ya obtienen una parte de las utilidades, o un
bono, como condición de su empleo. En el floreciente mundo de los negocios basados en el
talento, los empleados van a estar cada vez menos dispuestos a vender el fruto de sus activos
intelectuales por un salario anual. Estos cambios en las remuneraciones pueden ayudar a
solucionar el déficit de democracia que hay en el capitalismo, aunque no lograrán reparar la
imagen de los negocios en la sociedad. Para curar al capitalismo de la enfermedad que padece
en la actualidad hace falta que sucedan otras dos cosas más, y hay señales de que ya vienen en
camino.

Lo que reclaman los manifestantes antiglobalización de hoy en día es que los negocios globales
no sólo hacen daño, sino también que ese daño es mayor que su beneficio. Para rebatir estas
acusaciones, así como para restablecer la reputación de la empresa como aliada y no como
enemiga del progreso en el mundo, hace falta que los líderes de esas empresas hagan un
juramento semejante. Las empresas deben tomar la delantera en áreas como la sustentabilidad
ambiental y social, y no dejar que se las arrincone en una posición defensiva. En una conferencia
transmitida por la BBC en 2000 afirmó que la actividad empresarial no se opone al desarrollo
sustentable, sino que, de hecho, es esencial para lograr la sustentabilidad, porque sólo las
empresas pueden producir las innovaciones tecnológicas y ofrecer los medios para que se
progrese de verdad en este campo.

Muchos otros líderes empresariales están de acuerdo ahora con Browne y han comenzado a
tomar medidas para que sus acciones sean consistentes con sus palabras. Incluso hay algunos
que se han dado cuenta de que se puede ganar dinero creando los productos y servicios
necesarios para alcanzar la sustentabilidad. Desgraciadamente, la mayoría de las empresas
todavía ve los conceptos de sustentabilidad y responsabilidad social como objetivos únicamente
al alcance alcance de los ricos. Argumentan que si la sociedad quiere restringir más la operación
de las empresas debe aprobar más leyes y hacer que se cumpla más estrictamente la
reglamentación.

Se corre el riesgo de 7 llenar las empresas de gente que resulte ser el equivalente moderno de
los monjes, es decir, personas que renuncian a todo por su profesión. Para que pueda sobrevivir,
la empresa actual –basada en los activos humanos– debe hallar una forma de proteger a la
gente de las exigencias del trabajo. Desatender el medio ambiente puede hacer que una
empresa pierda clientes, pero no atender a la vida de las personas puede provocar la renuncia
de empleados clave. Una vez más, las empresas saldrán ganando si logran verse a sí mismas
como comunidades, cuyos miembros tienen necesidades individuales así como habilidades y
talentos individuales.

El ejemplo europeo –que supone cinco a siete semanas de vacaciones al año, permiso posnatal
para padres y madres a la vez, el creciente recurso de períodos sabáticos para altos ejecutivos y
horarios laborales inferiores a las 40 horas semanales– ayuda a mover la idea de que trabajar
mucho no es necesariamente trabajar bien, y que la empresa vela por sus propios intereses
cuando protege de sí mismos a quienes trabajan en exceso. Muchas empresas francesas se
sorprendieron al comprobar que la productividad aumentaba cuando el gobierno anterior exigió
limitar el horario de trabajo a un promedio de 35 horas semanales . no contiene ninguna
cláusula de este tipo, aunque es un sentimiento que encuentra eco en la filosofía de ciertas
empresas. « Aunque no pongo en duda que ésa sea una consecuencia importante de la
existencia de una empresa, hace falta profundizar aún más y hallar las auténticas razones por
las que existimos. »
Y tener la misión de mejorar el mundo tampoco convierte a la actividad empresarial en una
oficina de asistencia social. El mundo de los negocios ha sido siempre un agente activo del
progreso, al crear nuevos productos, difundir la tecnología e incrementar la productividad,
impulsar la calidad y mejorar el servicio. Ayuda a que las cosas buenas de la vida estén
disponibles y al alcance de cada vez más gente. Merck, hijo del fundador de la empresa
farmacéutica del mismo nombre, insistió siempre en que la medicina era para los pacientes, no
para las utilidades.

La medida probablemente no fue consultada a los accionistas, pero de haberlo sido, muchos de
ellos se habrían sentido orgullosos de formar parte de ese gesto. Los negocios no siempre
pueden permitirse el lujo de ser tan generosos con tanta gente, pero hacer el bien no excluye la
posibilidad de obtener ganancias razonables. Se puede ganar dinero, por ejemplo, sirviendo a los
pobres al igual que a los ricos. Algunas empresas, como Unilever y Citicorp, están comenzando a
adaptar sus tecnologías para entrar en ese mercado.

Citicorp ya puede proveer servicios financieros, también en India, a gente con sólo US$ 25 para
invertir, y esto también ha sido posible porque se ha replanteado la tecnología utilizada. Estas
empresas están ganando dinero en ambos casos, pero el motor que impulsa sus acciones surge
de la necesidad de atender a consumidores hasta ahora olvidados. Hay más historias de
negocios iluminados como éstos, en empresas estadounidenses y europeas, pero siguen siendo
minoría. Mientras no se conviertan en la norma, el capitalismo seguirá siendo visto como un
juego de ricos, que se sirven principalmente a sí mismos y a sus agentes.

Quizás la gente de mayor talento empiece a rechazarlo y los clientes a abandonarlo. Paradoja,
La Edad de la Insensatez, Los Nuevos Alquimistas - Cómo la gente visionaria hace algo a partir
de la nada, entre otros.

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