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UN HÉROE PAGANO Y UN SANTO CRISTIANO

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En otro tiempo vivieron un rey mítico y su reina, el rey Conn de Irlanda y la reina Eda
de Britania; y su matrimonio era una unión tan perfecta, que igualaba a la del Cielo y la
Tierra, que es el arquetipo macroscópico de todos los connubios. Los historiadores
declaran que la perfección del carácter y conducta de los soberanos se reflejaba en las
gracias que recibía su reino: "La tierra producía cosechas exuberantes y los árboles
daban fruto nueve veces; ríos, lagos y el mar abundaban en peces elegidos; las vacadas
y los rebaños eran desusadamente prolíficos".
Tales descripciones de la abundancia natural no son inusuales en las leyendas de los
reinos benéficos; porque cuando dos gobernantes impecables se adecuan a la ley divina
del universo y guían a su pueblo mediante la propia conducta, ponen en funcionamiento
el poder vivificante de la perfección. El rey y la reina consumados hacen manifiesto
juntos lo que los chinos llaman Tao: la virtud del orden universal. Hacen que el Tao se
manifieste como Teh: la virtud de la propia naturaleza. Y esta virtud refulge por sí
misma. Su influencia penetra como magia hasta los centros vitales de todo lo que hay a
su alrededor, de manera que hasta los espíritus de la tierra parecen afectados. La
armonía y la beatitud emanan de ella. Los campos producen, las vacadas se multiplican
y las ciudades florecen, como en la Edad de Oro.
Y el rey Conn y la reina Eda tuvieron un hijo, y como los druidas pronosticaron en su
nacimiento que habría de heredar las buenas cualidades de ambos progenitores, le
dieron ambos nombres y se lo llamó Conn-eda. Y, en verdad, era un niño
extraordinario. Cuando creció, se convirtió en el ídolo del rey y de la reina y el orgullo
de su pueblo. Lo honraron y amaron en gran manera.
Pero hubo un hecho triste de contar: durante los años de su juventud, las grandes
esperanzas que ofrecía la carrera de Conn-eda quedaron oscurecidas; porque su madre
murió, y su padre, nuevamente por consejo de los druidas, tomó otra mujer. Era la hija
del archidruida real., tenía hijos propios, previo que Conn-eda sería el sucesor en el
trono, y movida por los celos y el odio, comenzó a tramar su ruina. Deseó su muerte, o
por lo menos su exilio del país, y para conseguir que su mal propósito tuviera efecto,
comenzó a circular informes calumniosos. Pero el joven estaba por encima de cualquier
sospecha. Y por ello, pronto apeló a recursos sobrenaturales y acudió a una bruja
celebrada.
La perversa reina se vio obligada a satisfacer una cantidad de requisitos extraños y muy
costosos, pero al término de ellos recibió un tablero de ajedrez milagroso, cuyo
encantamiento consistía en que su poseedor ganaba siempre la primera partida. Debía
desafiar al desprevenido príncipe, proponiéndole que el ganador de cada juego tuviera
derecho a imponer el geis * o condición que desease; y cuando ella hubiera ganado,
tenía que obligarlo, bajo pena de exilio, a que le trajera en el término de un año ciertos
trofeos míticos: tres manzanas de oro del reino de las hadas y el corcel negro y el
sabueso con poderes sobrenaturales que eran propiedad del rey de las hadas. Tan
preciosos eran y tan bien custodiados estaban estos animales, que si el príncipe
intentaba adueñarse de ellos, sin lugar a dudas encontraría la muerte.
La partida quedó concertada. El príncipe no tenía sospecha ninguna del mal que se le
preparaba, y la reina ganó. Pero se entusiasmó tanto de tenerlo completamente en su
poder, que lo desafió a hacer un segundo intento, y esta vez, para su sorpresa y
mortificación, perdió. No quiso jugar más. Anunció su geis, y cuando Conn-eda lo
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escuchó, comprendió que había sido traicionado. Pero a él le correspondía poner el
segundo geis. Decidió mantener inmóvil a la reina mientras él estuviera ausente. Y

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exigió que se sentara en el pináculo de la torre del castillo y se quedara allí, expuesta al
sol y las tormentas y nutriéndose con los alimentos más magros, hasta que él regresase,
o hasta la expiración del año más un día estipulado.
Conn-eda tenía ahora una desesperada necesidad de consejo. Recurrió a un poderoso
druida, pero cuando el sabio consultó a la divinidad que veneraba de manera especial,
resultó que ni el druida ni su dios tenían poder alguno para ayudarlo. Existía, empero -
así lo manifestó el gruida -, cierto Pájaro con Cabeza Humana, un animal especialísimo.
que tenía renombre de conocer el pasado, el presente y el futuro, que vivía oculto en un
peligroso yermo y que, supuesto que se le encontrara, era difícil de seducir. La opinión
del druida era que, si se lo inducía a hablar, este pájaro podía ser de valiosa ayuda.
"Toma ese caballito hirsuto que ves allí", dijo, "y móntalo inmediatamente, porque en
tres días el pájaro se mostrará y el caballito hirsuto te llevará a su morada. Pero, por si
acaso el pájaro se niega a contestar tus preguntas, toma esta piedra preciosa y
ofrécesela, y no temas ni dudes que deje de responderte prestamente".
* Vocablo celta, que significa algo que no debe hacerse por miedo a consecuencias desastrosas, o una
obligación que un individuo le impone a otro. En ocasiones su sentido es equivalente al del término tabú.
[E.]
Conn-eda montó el poco llamativo corcel y le dejó sueltas las riendas sobre el cuello,
para que el animal tomara el camino que le pareciese. Era un caballo mágico, dotado del
don de la palabra, y llevó a su jinete sin riesgo alguno a través de una serie de aventuras.
A su debido tiempo, el príncipe llegó al escondrijo del extraño pájaro, le ofreció la
piedra y le hizo su pregunta sobre la búsqueda. Entonces, el animal, como respuesta,
voló a una roca inaccesible situada a cierta distancia, y desde esa alcándara ordenó con
voz potente, graznante, humana: "Conn-eda, hijo del rey de Cruachan, levanta la piedra
que tienes debajo de tu pie derecho y toma la bola de hierro y la copa que encontrarás
debajo de ella; monta luego tu caballo, arroja la bola delante de ti, y una vez que lo
hayas hecho, tu caballo te dirá las otras cosas que necesitarás saber".
Conn-eda levantó la piedra, tomó la bola de hierro y la copa, montó en el caballo y
arrojó la bola hacia adelante. Esta rodó con regular velocidad, y la hirsuta jaca comenzó
a seguirla.
De esta manera, llegaron a la orilla del Loch Erne. Pero la bola no se detuvo: rodó
dentro del agua y desapareció.
En esa coyuntura, el caballo dio su primer consejo: "Desmóntate ahora", dijo, "y mete
tu mano en mi oreja; saca el frasquito de 'curalotodo' y la canastilla que encontrarás allí,
y monta otra vez rápidamente; porque es ahora que comienzan tus grandes peligros y
dificultades".
Penetraron en el agua, siguiendo el camino que había tomado la bola de hierro, y el
lago fue tan sólo como su atmósfera sobre sus cabezas. Descubrieron otra vez la bola,
que rodaba tranquilamente. Llegó a un ancho río, cruzado por un vado, pero defendido
por tres terribles serpientes, las cuales tenían bocas desmesuradamente abiertas que
emitían silbos aterradores y mostraban colmillos formidables.
"Abre ahora la canastilla", dijo el caballo hirsuto, "saca de allí tres trozos de carne y
arrójalos uno en la boca de cada serpiente; cuando lo hayas hecho, aferrate bien en la
silla, para que podamos hacer todo lo necesario para abridnos paso entre ellas. Si arrojas
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los trozos de carne en la boca de cada serpiente sin marrar ninguno, pasaremos entre
ellas sin peligro; de lo contrario, estamos perdidos".
Conn-eda lanzó los trozos sin errar. "Recibe una bendición y un presagio de victoria",
dijo la jaca, "porque eres un mancebo que triunfará y medrará". Y luego dio un brinco y
de un solo y poderoso salto atravesó el río y el vado. "¿Sigues en tu silla, príncipe
Conneda?"

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"Necesité emplear sólo la mitad de mi fuerza", replicó Conn-eda.
Siguieron adelante tras la bola, hasta que llegaron a la vista de una gran montaña que
arrojaba llamaradas de fuego. "Apréstate", advirtió el caballo, "para otro salto
peligroso". Y se elevó de un salto sobre la tierra y voló como un saeta por encima de la
ardiente montaña. "¿Estás aún vivo, Conn-eda, hijo del rey?"
"Sí, estoy vivo, pero nada más, porque estoy muy chamuscado", replicó el príncipe.
"Puesto que vives", dijo el caballito, "tengo la seguridad de que eres un mancebo
destinado a tener un éxito y bendiciones sobrenaturales. Nuestros peligros más grandes
han terminado, y hay esperanzas de que podamos superar el próximo, que es el último".
Conn-eda, por consejo del druídico corcel, aplicó el elixir "curalotodo" a sus heridas y
quedó íntegro y sano como nunca. Luego emprendieron nuevamente el camino señalado
por la bola de hierro, y finalmente llegaron a la fortaleza de las hadas: una vasta ciudad,
rodeada de altas murallas, y defendida no por mesnadas sino por dos torres de llamas.
"Desmonta en este llano", dijo el caballo, "y saca un cuchillito de mi otra oreja, y con
ese cuchillito me matarás y desollarás. Cuando lo hayas hecho, envuélvete en mi pellejo
y podrás pasar la puerta sin daño ni molestia. Cuando estés adentro, lograrás dejar la
piel cuando lo desees, porque una vez que hayas entrado, no habrá peligro, y puedes
pasar y repasar la puerta siempre que quieras; y permíteme decir que todo lo que tengo
que pedirte como recompensa es que, una vez que hayas franqueado la puerta, vuelvas
inmediatamente y espantes las aves de rapiña que puedan estar revoloteando alrededor
para alimentarse con mi cadáver; y algo más, que vuelques sobre mi carne las gotas de
'curalotodo' que queden en el frasquito, para preservarla de la corrupción".
El príncipe se sintió profundamente horrorizado. "¿Cómo dices eso, corcel mío, noble
cual ninguno?", dijo, "pues has sido hasta aquí fidelísimo conmigo y aún quisieras
prestarme más servicio; considero tu propuesta insultante para mis sentimientos como
hombre y totalmente en desacuerdo con el espíritu capaz de sentir el valor de la gratitud,
por no hablar de mis sentimientos como príncipe. Pero como príncipe puedo decir:
venga lo que viniere - aunque venga la misma muerte bajo su forma y terrores más
horrendos - nunca sacrificaré la amistad al interés personal. Desde ahora estoy, lo juro
por mis armas de valor, preparado para afrontar lo peor - hasta la misma muerte - antes
que violar los principios de la humanidad, el honor y la amistad!"
El animal insistió en su pedido: "¡Jamás, jamás!", repitió el gentil príncipe.
"Pues bien, entonces, ¡oh hijo del gran monarca de Occidente!", dijo el caballo con
tono de tristeza, "si te niegas a seguir mi consejo en esta ocasión, te hago saber que
ambos, tú y yo, pereceremos y nunca volveremos a encontrarnos; pero si actúas de
acuerdo con las instrucciones que te di, las cosas tomarán un aspecto más feliz y más
placentero de lo que puedes imaginar. Hasta aquí no te he descarriado, y si no lo hice,
¿por qué has de dudar sobre la parte más importante de mi consejo? Haz exactamente lo
que te digo, pues de lo contrario serás la causa de que me sobrevenga un destino peor
que la muerte. Y además te digo que, si persistes en tu resolución, he terminado contigo
para siempre".
El príncipe, finalmente, sacó con renuencia el cuchillo de la oreja del caballo y, con
mano temblorosa, dirigió, para probar, la punta del arma hacia la garganta de aquél.
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Tras lo cual, la lámina, como impulsada por un poder mágico, se hundió por sí misma
en el cuello, y la obra letal quedó cumplida. El joven, fuera de sí, se arrojó al suelo junto
al cadáver y lloró a gritos hasta que perdió la conciencia.
Cuando se recuperó, se aseguró de que el caballo estaba efectivamente muerto, y luego,
aunque con recelos y abundantes lágrimas, comenzó la tarea de desollarlo. Hecho eso,
se envolvió en la piel, y en un estado semidemencial atravesó la puerta de la fortaleza.

3
Ni lo molestaron ni le opusieron resistencia. Pero el esplendor de la ciudad de las hadas
no tuvo encanto alguno para él; se movía en una bruma, absorbido enteramente en su
pesar.
Cuando el último pedido del caballo se abrió paso en su mente, volvió junto al cadáver,
puso en fuga a las aves de rapiña, y con el precioso ungüento embalsamó los ahora
lacerados restos. Para su sorpresa, la carne inanimada comenzó a experimentar un
cambio extraño, y en pocos minutos, para inexpresable alegría suya, asumió la forma
del joven más hermoso y noble que imaginarse pueda, y cobró vida.
"Nobilísimo y poderoso príncipe", declaró el joven recién formado, "eres el espectáculo
mejor que he visto con mis ojos, y yo soy el ser más afortunado que existe por haberte
encontrado. Contempla en mi persona, devuelto a su forma natural, tu caballito hirsuto.
Soy el hermano del rey de la ciudad de las hadas, y fue el perverso druida quien me tuvo
tanto tiempo en servidumbre; pero tuvo que renunciar a mí cuando fuiste a consultarlo,
porque la condición, el geis de mi servidumbre, quedó entonces quebrada. Pese a ello,
no podía recuperar mi forma y apariencia prístinas hasta que tú actuaras con la bondad
con que lo hiciste. Fue mi propia hermana la que urgió a la reina, tu madrastra, para que
te enviara a buscar las manzanas, el corcel y el poderoso cachorro de sabueso, que mi
hermano tiene ahora en su poder. Mi hermana, puedes estar seguro, jamás pensó en
acarrearte el menor daño, sino un gran bien, como comprobarás luego, porque, si tuviera
alguna inclinación maliciosa contra ti, podría lograr su objetivo sin ningún
inconveniente. En una palabra, sólo quería liberarte de todo peligro y desastre futuro y
rescatarme de mis implacables enemigos mediante tu ayuda. Ven conmigo, amigo y
liberador mío, y el corcel y el cachorro de sabueso de extraordinarios poderes y las
manzanas de oro serán tuyos, y encontrarás una cordial bienvenida en la mansión de mi
hermano.
El final feliz es fácil de narrar. Conn-eda logró los tres trofeos y tuvo que acceder a
pasar el resto de este período de prueba en el reino de las hadas como huésped del rey.
Cuando llegó el tiempo de su partida, le rogaron que volviera por lo menos una vez cada
año. En su jornada de regreso no se presentaron dificultades, y a su debido tiempo
divisó a la perversa reina. Seguía aún posada en su incómodo pináculo, pero llena de
esperanzas, porque el último día de la prueba había amanecido. El príncipe,
seguramente, no lograría llegar, y con ello perdería todos sus derechos al reino.
¡Pero, ah! ¡Catad que viene allí! Regresaba, en efecto, montado en un corcel negro y
llevando un sabueso entraillado con una cadena de plata. La reina se lanzó desde lo alto
de la torre en un arrebato desesperación, y se hizo pedazos contra el suelo. Y cuando el
rey se enteró de su mezquina conducta, ordenó que se quemaran sus restos.
El príncipe plantó sus tres manzanas de oro en el jardín. Instantáneamente brotó un
magnífico árbol, que daba frutos de oro, y que hizo que todo el reino produjera cosechas
exuberantes. Si los años del padre de Conn-eda habían sido grandes, los de él fueron
aún mayores, y su largo reinado es famoso hasta la fecha por su abundancia. El reino
que Conn-eda gobernó lleva todavía su nombre: es la provincia irlandesa occidental de
Connacht. 1
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Esto es lo que refiere el viejo mito pagano, tal como ha llegado hasta nosotros en el
lenguaje sencillo de las cabañas campesinas del siglo xix; y aunque ha sobrevivido a
muchas centurias de cambio, sus imágenes todavía contienen en sí la fuerza de su saber
primitivo, precristiano, tradicional, sobre el alma. Estas imágenes se ajustan a esquemas
que nos son bien conocidos por muchos otros mitos y cuentos fantásticos, esquemas
adaptados del rico tesoro mundial de formas simbólicas, y, al igual que el caballito
hirsuto, cuando se los disecciona y se los examina con simpatía, sufren una notable

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transfiguración.
El joven príncipe Conn-eda es el retoño sin tacha del varón y la hembra míticos ideales,
que encarna las virtudes de ambos progenitores; este hecho está representado en su
nombre doble. Se lo saluda como el sucesor perfecto de su padre, porque es
virtualmente la encarnación humana del Tao. Las energías de la vida, tanto en el hombre
como en la naturaleza, tienen que funcionar con armonía y producir abundantemente
bajo su influencia; la conjunción ideal de procesos cósmicos y humanos tiene que
hacerse manifiesta en las condiciones de su reino. Ha de ser el gobernante perfecto, a la
vez benéfico y enérgico, que contrarresta, equilibra y coordina todos los elementos
antagónicos que constituyen la vida, tanto los creativos como los destructivos, los malos
como los buenos.
Sin embargo, aunque nadie tiene conciencia del hecho (y Conn-eda menos que nadie),
aún no está realmente capacitado; porque, si bien es irreprochable en lo que respecta a
las virtudes de los jóvenes, ignora aún las posibilidades de mal que están presentes por
doquier en su reino y en el mundo: tanto en la naturaleza como en las fuerzas
subhumanas, elementales, del cosmos. La pureza y esplendor de la naturaleza del
mancebo han preservado su corazón de todos los motivos más lóbregos de la existencia.
1 "The Story of Conn-eda; or the Golden Apples of Lough Erne", traducida al inglés por Nicholas
O'Kearney, del relato irlandés original del narrador de cuentos Abraham McCoy, y publicado por W. B.
Yeats, Irish Fairy and Folk Tales, Nueva York, Modern Library, sin fecha. El cuento se publicó por
primera vez en el Cambrian Journal, de 1855.
Un romance paralelo, que versa sobre un príncipe de Irlanda y un caballo hirsuto, se encontrará en
Jeremiah Curtin, Myths and Folk-lore o} Ireland, Boston, Little Brown and Co., 1890: "The King of
Ireland and the Queen of the Lonesome Island".
No sabe nada de la otra siniestra mitad, nada de las fuerzas crueles, destructivas, que
contrapesan la virtud, las violencias egoístas, disolventes, demoníacas de la ambición y
la agresión. Estas, bajo su gobierno benévolo, hubieran aflorado para desarticular la
armonía del reino. Hasta tal punto es inocente, que ni siquiera percibe la malicia de la
madrastra que vive bajo su mismo techo.
Conn-eda, en una palabra, tiene que aprenderlo todo. Antes de poder manejar la
multiplicidad de las fuerzas de la vida, tiene que ser instruido en la ley universal de los
opuestos coexistentes. Tiene que aprender que la integridad consiste en que los opuestos
cooperen mediante el conflicto, y que la armonía es esencialmente una resolución de
tensiones irreductibles. Porque todavía no comprende que el patrón de la existencia está
tejido con la cooperación antagónica, con la alternación de ascenso y declinación; que
está construido con lo claro y lo oscuro, con el día y la noche, el Yang y el Yin, según la
fórmula china. Para llegar a ser el rey perfecto, pues, necesita completarse, y, para
hacerlo, tiene que enfrentar e integrar la realidad más contraria y antagónica a su
carácter. Tiene que trabarse en combate con las fuerzas del mal; de ahí la necesidad de
seguir el camino oculto de la dolorosa búsqueda. Su mito, su cuento fantástico, es una
alegoría de la agonía que supone el autocompletamiento por medio del dominio y
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asimilación de los opuestos en conflicto. El proceso se describe mediante los términos
típicamente simbólicos de los encuentros, los peligros, las ordalías y las hazañas.
Conn-eda enfrenta en primer término el principio contradictorio bajo la forma de la
obstinación y ansia de poder de la cruel madrastra, que lo saca de su reino, es decir, del
reino de los vivientes. Su anterior intriga y sus calumnias deberían haberle servido de
advertencia, pero con juvenil buena fe cae en la trampa de la partida amistosa. 2
Demostrada así su incapacidad de reconocer y afrontar el mal en el plano de la vida
humana, se ve obligado a enfrentarlo bajo la forma mucho más cruda, sin disfraz,
subhumana, de los elementos destructivos de la naturaleza. Tal es el sentido de su

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descenso al lago milagroso. Allí soporta la ciega furia de las fuerzas de la vida bajo su
forma no pacificada, puramente destructiva, el aspecto exactamente opuesto al de su
armoniosa colaboración en el reino terrestre de su padre, donde estaban temperadas por
la influencia mágica de la virtud humana. La interacción de los opuestos conflictivos
sometidos al control soberano del rey perfecto no era de ninguna manera desastrosa,
sino enteramente creativa, manifestación de las contrariedades del Yang y del Yin, tal
como se integran en la plenitud del orden del Tao.
2 Respecto del ajedrez en su aspecto original de un conflicto en el cual los jugadores se
juegan a sí mismos, véase Otto Rank, Art and Artist, Nueva York, 1932, capítulo X,
"Game and Destiny".
Las fuerzas en el nivel infrahumano están representadas por los elementos del agua y
del fuego. Son indispensables y útiles cuando se las enjaeza al servicio de la necesidad
humana y se las sujeta a un control inteligente, pero ciegas y coléricamente indiferentes
en sí mismas y por sí mismas. El agua y el fuego, energías mutuamente antagónicas de
la naturaleza, son ambos conspicuos por sus efectos ambivalentes. A la vez
sostenedores de la vida y destructivos de ella (en forma más obvia que los otros dos
elementos, la tierra y el aire), representan la totalidad del reino y de la fuerza del mundo
extrahumano y de su carácter creador y disolvente, a la vez propicio y desastroso.
Representan la totalidad de la energía vital y la integridad del proceso vital, la acción e
interacción constantes de los opuestos en conflicto.
Conn-eda, pues, tiene que cumplir su viaje a través de la cólera y del miedo propios del
agua y del fuego, como iniciación en el aspecto caótico, inhumano de la vida. De
manera similar, en los antiguos misterios de Isis y Osiris se exigía al iniciado que pasara
por el agua; es decir, tenía que atravesar el peligro y la experiencia de la muerte, de
donde emergía renacido como "Conocedor", "Comprendedor", más allá del miedo y
liberado de toda atadura a la perecedera personalidad de su yo. Esta es la vía tradicional
de la iniciación, vía atestiguada abundantemente en las mitologías y las literaturas
folklóricas del mundo.3
Conn-eda escapa de la destrucción tanto mediante su propio valor y virtud como
mediante el apoyo y consejo de auxiliadores milagrosos. Los poderes letales del agua
están muy adecuadamente representados en este relato (como es muy común en la
mitología) por las serpientes gigantescas. Las propicia ejecutando - sin temor, con
destreza, cuidadosamente - un ritual de ofrendas; como sustitutos sacrificiales de su
propia carne y vida arroja en sus fauces trozos de carne. Esto equivale a un
reconocimiento de la realidad de las fuerzas caóticas, una aceptación de su carácter
divino en cuanto presencias demoníacas con derecho a ser reverenciadas. En vez de
resistir, luchar o escaparse, el héroe afirma. Enfrenta su tremenda realidad y trata con
ella, con lo cual se convierte en un Conocedor, que no elude su carácter demoníaco sino
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que le presta la debida atención en lo que respecta a su naturaleza ambivalente; porque
son implacables, y sin embargo susceptibles de ser propiciadas – diabólicas- aunque
necesitadas de que se las comprenda y se las trate como divinas.
Al crecer interiormente, pues, Conn-eda deja atrás su inocencia. Este estado infantil de
gracia tiene que ser sobrepasado mediante la experiencia, la experiencia, precisamente,
del carácter intrínsecamente doble, ambivalente, de todo lo que constituye la trama y la
urdimbre de la vida. Este despertar entraña el peligro de la pérdida de toda fe en la
virtud y en los valores del bien - el peligro de la indiferencia o encallecimiento respecto
de la distinción entre el bien y el mal y respecto de su lucha interminable -; o puede
entrañar el desastre espiritual opuesto: la desesperación impotente, la desilusión
absoluta de la capacidad del hombre para realizar los ideales perennes, grandiosos.

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Conn-eda, sin embargo, es superior a esos dos peligros; porque es, por nacimiento, por
naturaleza, el héroe elegido, preordinado para esa búsqueda que es revivificante de la
vida. Es "un mancebo destinado a tener éxito y bendiciones sobrenaturales".
3 Mozart presenta una alegoría de esta misma vía de iniciación en La flauta mágica,
obra inspirada por la descripción de los misterios de Isis y Osiris en la novela latina de
Apuleyo, El asno de oro.
Con todo, "apenas vivo" y "muy chamuscado" es como logra escapar de las llamas de
la ígnea montaña, que constituye su segunda prueba. Esta vez, es él mismo quien, en
forma simbólica, es librado a las fuerzas caóticas; pero atraviesa las llamas y emerge
para ser ungido con el bálsamo mágico. El "curalotodo" es el mismo elixir que la
"ambrosía" griega, la "amrita" védica. Es el licor de la vida, la poción y el alimento de
la eternidad, del que los dioses disfrutan en sus moradas: se sustentan de él en su
inmortalidad y lo conceden a dos héroes elegidos por ellos, a los que conforta y
restaura. La fuerza milagrosa que guía y sustenta a Conn-eda ha mantenido este elixir en
reserva para él, y cuando se lo unge con él, renace simbólicamente "en el agua y en el
espíritu". La muerte del viejo Adán y la resurrección del nuevo tienen lugar, y el elegido
se convierte en el "nacido dos veces". Como sus ojos han sido lavados por la muerte, se
vuelve apto para ver la ciudad de las hadas, es decir, el reino de Dios, que está dentro de
todos los hombres y todas las cosas.
Durante sus probaciones, Conn-eda es asistido por seres milagrosos que vienen a
rescatarlo y lo guían, bajo la máscara de animales. Tenemos aquí un ejemplo del tema,
siempre recurrente en los cuentos folklóricos y en el mito, de los “animales
auxiliadotes”. Estas figuras simbólicas encarnan y representan las fuerzas instintivas de
nuestra naturaleza, en la medida en que son distintas de las cualidades humanas
superiores del intelecto, la razón, la fuerza de voluntad y la buena voluntad. Y
constituye ya un signo de que el héroe está maduro para la conquista el hecho de que
estos extraños e inverosímiles colaboradores aparezcan y que él se someta a su consejo.
Las facultades humanas superiores habrían sido inadecuadas para guiar y apoyar a
Conn-eda en sus pruebas, que son de carácter esencialmente incompatible con la
credulidad o las facultades de discernimiento del intelecto humano consciente. Empero
tiene humildad y fe; y precisamente debido a esta disposición de su corazón es que las
"otras fuerzas", encarnadas en los "animales auxiliadores", están a su disposición. El
joven príncipe coloca una confianza intrínseca en las sugerencias crípticas, no
demasiado alentadoras, del viejo druida, y tiene una humilde fe en el poco atractivo
caballito hirsuto. Con esos talismanes extravagantes, y montado en su peludo caballejo,
triunfa donde un héroe más llamativa y racionalmente equipado hubiera fracasado. No
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era aquél el corcel de reyes, no era el semental luciente que hubiera correspondido al
valor principesco de Conn-eda; sin embargo, confía implícitamente en su sagacidad y su
vigor.
En el lenguaje icónico del folklore y el mito, la figura simbólica de la caballería y el
jinete representa el carácter centáurico del hombre, fatalmente compuesto de instinto
animal y virtud humana. El caballo es el aspecto "inferior", puramente instintivo e
intuitivo del ser humano; el caballero que lo monta, la parte "superior": el valor
consciente, el sentimiento moral, el poder de la voluntad y la razón. Normalmente, el
jinete es considerado como el miembro guiador, fijador de las metas, discriminador, de
la pareja de asociados, y el corcel sólo como el vehículo servil, aunque no exento de
dignidad. En cambio, aquí, en este mito irlandés pagano, es el caballero el que se
somete, con humildad, con confianza, dejando las riendas sueltas sobre el cuello del
animal.4 Conn-eda, este héroe de héroes, en su pasaje erizado de pruebas a través del

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reino impredecible de las fuerzas caóticas de la naturaleza (el pasaje de su iniciación en
los oscuros secretos del fundamento de los mundos, cósmico y humano-social, de las
formas), sigue sin vacilación la guía de su sabiduría "inferior", el aspecto subalterno y
menospreciado de su naturaleza centáurica, los impulsos no razonables, instintivos, de
su ser híbrido. Y este consejo le llega no sólo por intermedio de su caballería sino por
intermedio, asimismo, del Pájaro de Cabeza Humana y de la bola de hierro rodante.
El druida al cual se remitió Conn-eda en primer lugar, era sabio más allá de la sabiduría
de sus conocimientos, porque sabía con precisión qué era lo que no sabía. Y es, por
cierto, muy sabio tener claros los límites de la propia información; es sabio conocer
dónde, y de quién, obtener el conocimiento faltante; y es sabio conocer qué rituales, qué
requisitos de acercamiento hay que satisfacer para adueñarse de la inteligencia deseada.
Esa sabiduría era la sabiduría del druida, el Viejo Sabio, el maestro arquetípico, el gurú
amigo de Conn-eda.
El Pájaro de Cabeza Humana debe interpretarse como el aspecto animal del
conocimiento del druida enteramente humano, del mismo y exacto modo como, en el
símbolo del caballo y el jinete, el animal es el aspecto "inferior" del caballero. Esta "ave
rara" sabe más que el Viejo Sabio, porque es directamente una parte de la naturaleza, la
voz del yermo no tocado por la cultura humana, el señor del secreto de la selva donde
habita.5 Cabeza humana colocada sobre un cuerpo destinado al aire; muy difícil de
tratar; elusiva; propiciable mediante dones, pero veloz para retirarse, esta voz
subhumana encarnada en un ser extraño, que grazna consejos mesurados, perentorios,
exige sumisión - sumisión ciega y absoluta - a las fuerzas más mudas: ella instituye a
Conn-eda guardián de la bola de hierro que rueda.6
4 ["Ahora los Dioses, en su ascensión, no conocían el camino hacia el mundo celestial, pero el caballo sí
lo sabía" (Satapatha Brahmana 13.2.8.1). Véase René Guénon, A percus sur l'initiation, París, 1946. -
AKC.]
NOTA DEL COMPILADOR: El doctor Ananda K. Coomaraswany tuvo la amabilidad de brindar
algunas notas al pie para completar el material dejado por el doctor Zimmer. Se las incluye entre
corchetes, con las iniciales AKC.
5 [Hay que recordar que "el lenguaje de los pájaros" es el lenguaje de la comunicación angélica. - AKC.]
6 Esta bola rodante recuerda la rueda y la manzana rodadoras que el héroe épico irlandés Cuchullin sigue
en su jornada hacia el reino de Scathach, el de más allá del "puente".
La bola sigue a la gravedad y por ello rueda hacia el centro de todas las cosas, al reino
feérico de las fuerzas universales, al seno de Dios. Sigue, y al seguirla la hace visible, la
más general de todas las leyes, la ley que controla los movimientos de los cuerpos
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celestes, la ley que dirige la órbita de cada esfera en exacta concordancia con el peso de
su masa, y de manera tal, que la tierra infaliblemente gira en torno del sol, y la luna
alrededor de la tierra. La bola abre el camino directo hacia el Motor Inmóvil - ese
Primer Principio del que trata Giordano Bruno en su Della Causa, Principio e Uno -,
ese centro del que todo procede, alrededor del cual todo gira y al que todo debe,
finalmente, regresar.
Poder, como el héroe Conn-eda, abandonarse, cediendo confiadamente a la ley
fundamental que es el sentido secreto de la propia pesantez, y que, sin embargo, canta
por todas partes - en la armonía de las esferas, la melodía primigenia del Todo, "el
concertado canto de los planetas-hermanos", el "trueno-pasaje" del sol; en el himno
perenne del pulso del corazón y la circulación más íntimos del organismo mundanal -,
significa resolverlo absolutamente todo de un solo golpe. Porque eso es entrar en
consonancia con el vasto ritmo del universo y moverse junto con él. Es seguir el
impulso más ciego, más obtuso, más mudo - la pura gravedad - y sin embargo calar
hasta el centro de las cosas: hasta ese centro donde mora la mayor quietud; ese punto en
torno del cual todo tiene que circular, simplemente porque se mantiene en silencio.7

8
Conn-eda consiente en cada etapa los dictados de la sabiduría de la naturaleza.
Reconoce y acepta la guía de los instintos, cualesquiera sean la máscara o el indumento
con que se presenten ante él: jaca parlante, pájaro hablante o bola de hierro que rueda. Y
esta apertura hacia lo no racional es la causa de que sea apto para seguir la difícil senda.
Por ser irlandés - y además de un período arcaico - se ha visto exento de la falta
característica del hombre moderno, apoyarse de manera demasiado exclusiva en el
intelecto, razonamiento y poder de voluntad conscientemente dirigido. Por lo que hace a
Conn-eda, la base para el problema moderno no existe; no ofrece ninguna clase de
resistencia a la guía del inconsciente. Con espontaneidad y de todo corazón, se somete a
todos los mandamientos inescrutables y a los agentes forasteros que lo guían en su
avance.
7 Este es el secreto de la fórmula china del Wu Wei: la evitación de la resistencia y de la autoafirmación.
Todas las estrellas tienen que girar en torno de la Estrella Polar, porque ella permanece quieta. Todos los
vasallos y las criaturas, en sus respectivos círculos, se mueven espontáneamente sometidos al emperador,
porque él sabe cómo vaciar e inmovilizar su corazón mientras está sentado en perfecto recogimiento sobre
su trono. No comete acto alguno de interferencia. No sabe nada de manejo ni de plan. Su semblante
sereno está dirigido hacia el sur, e irradia hacia la humanidad y todo el mundo natural la virtud de su
armonización con la ley del juego circular del cielo y de la tierra.
Pero retrocede ante una acción de ingratitud y crueldad. Entre sus virtudes figura un
rasgo de gentileza humana, que tiene que ser contrarrestada para que no se destruya a sí
misma y destruya a su reino; porque todo impulso a la violencia es tan ajeno a su
naturaleza, todo motivo de injusticia tan alejado de su comprensión, que está inerme
ante ellos. Ya lo tomaron enteramente desprevenido. Su última prueba, por consiguiente
- la prueba suprema, la más necesaria - le exigirá dar muerte, con fría, inhumana
ingratitud, a su amigo más íntimo, ese caballito hirsuto y guía fiel, mediante el cual
obtuvo lo que sus poderes humanos de acción y comprensión nunca le hubieran
conquistado.
Las pruebas fueron creciendo en dificultad hasta llegar a este clima. En la primera, las
serpientes fueron aplacadas mediante un ofrecimiento sustitutivo; en la segunda, el
héroe mismo se convierte en la víctima simbólica y es peligrosamente chamuscado.
Pero en esta última prueba es imposible burlarse de la muerte, y, además, el propio
Conn-eda tiene que convertirse en su agente. Se le exige que sea ingrato, despiadado e
Pá gina 23
inhumano; se le exige que viole su virtud caballeresca, esa virtud caballeresca, humana,
por la cual, durante su niñez y mocedad ejemplares, se lo alababa tanto. Se le exige, en
efecto, ser no sólo el sacrificador sino la víctima; porque lo que tiene que aniquilar es un
propio y muy apreciado carácter, y no existe conquista más ardua para quien es
verdaderamente virtuoso que ésta de recrearse para alcanzar una naturaleza superior, el
sacrificio del ideal, la negación del papel de modelo que uno se ha esforzado siempre
por representar.
Conn-eda tiene que transar con la necesidad de ser cruel. Porque ¿de qué otra manera
podría el príncipe llegar a ser alguna vez el rey perfecto sin comprender, desde adentro,
el crimen y la calidad de lo inhumano? ¿De qué manera podría el rey presidir como juez
supremo a menos que fuera capaz de superar sus sentimientos personales más caros, su
propensión a la clemencia y compasión indiscriminadas? El mancebo inocente tiene que
consumar su iniciación en la sabiduría del mal llevando a cabo un crimen; y este acto
simbólico, sacramental, lo capacitará para dispensar no sólo la clemencia sino la
justicia, lo convertirá en un verdadero Conocedor, capaz de dominar las fuerzas de las
tinieblas. Careciendo de ello, nunca habría sido competente para instaurar, preservar o
representar él mismo la armonía del Tao. Ignorante de lo oscuro, el joven rey nunca
hubiera comprendido la interacción de la oscuridad con la luz, el mutuo antagonismo

9
cooperativo de las dos, que es universal tanto en el cosmos como en la sociedad: el
juego recíproco del día y la noche, del crecimiento y de la decadencia. Y como signo de
su transformación, de que ha alcanzado mediante el crimen una nueva y sobrehumana
naturaleza y poder, el inocente mancebo es finalmente obligado aún a cubrirse con la
piel imbuida en sangre de su inmaculada víctima. Luego, con aquélla como vestimenta
protectora, puede pasar desarmado entre las torres llameantes, las torres de la cólera de
la furia de la naturaleza, las torres que custodian la entrada al reino de las hadas, donde
tienen su fuente las energías eternas de la naturaleza, que lo sostienen todo, lo disuelven
todo.8
8 Sobre el tema de la desolladura, véase Ananda K. Coomaraswamy, "Sir Gawayne and the Creen
Knight", Speculum XIX, enero 1944, pág. 108, nota 3; también Paul Radin, The Road of Life and Death,
Nueva York, Pantheon Books, The Bollingen Series V, 1945, pág. 112.
Pero el significado del sacrificio no se reduce a esto. Al deshacerse del caballo
druídico, Conn-eda aniquila no sólo su virtud humana, sino también aquel poder
instintivo, intuitivo, que hasta ese momento ha sido su guía indispensable: la naturaleza
animal sabia y bondadosa representada por la caballería del jinete. La valerosa bestia,
con su omnisapiente ingeniosidad y fuerza sobrenatural, le hizo superar dos pruebas
terribles. Saltó por encima del abismo de las aguas, pasó sin arredrarse entre las
serpientes y cruzó como un cohete entre las llamas del cráter flamígero, todo ello con la
felicidad maravillosa de un sueño. Sin embargo, ahora, tras el salto final, el animal
reclama su propia inmolación.
Conn-eda nunca alcanzará la perfección (eso es lo que se dice) a menos que cambie
radicalmente la porción instintiva de su carácter centáurico. Tiene que efectuarse una
separación crítica del yo responsable, racional, y de la parte instintiva, inconsciente.
Hasta el presente, la guía del inconsciente profundo no ha tenido un contrapeso moral:
la personalidad consciente, moral, no ha desempeñado ningún papel ni en la
formulación ni en el enjuiciamiento de los actos del héroe. Tiene que darse ahora, por
tanto, una desintegración momentánea del compañerismo unitivo de los amigos ideales,
una separación decisiva de los aspectos racional e instintivo de esta única naturaleza
Pá gina 24
humana. Por eso es que el gentil guía reclama su propia y fría inmolación. Esta es la
razón de que Conn-eda tenga que convertirse en la mano sacrificial, caldeada por la
sangre del ser que amó y de quien es deudor de su vida. Al apuñalar el velludo
garguero, aniquila no sólo su virtud humana sino también su sabiduría y apoyo
animales. Por más criminal, despiadado, irrevocable e irrazonable que sea el sacrificio,
efectúa una transformación y renacimiento milagrosos.
Nada muere, nada perece, nada sufre el aniquilamiento total. Ni la virtud ni la energía
se pierden. La destrucción —la muerte— es tan sólo una máscara externa de la
transformación en algo mejor o peor, superior o inferior.
El sacrificio milagroso se consuma en una víctima voluntaria, que lo pidió y que se
somete a él como servicio supremo. Y la obra se ejecuta con profundo pesar y temor
reverencial: éste es el detalle importante. Aunque aparentemente despiadado, egoísta e
ingrato, el acto está contrapesado por acciones y disposiciones diametralmente opuestas,
compensadoras: la contricción y la misericordia y la aspersión con el precioso elixir
"curalotodo". El príncipe logra efectuar un integración de antítesis. Aunque conquistó
su propia bondad, no la perdió, sin embargo. Al contrarrestarla, no permitió que
muriera. Y precisamente esto - esta ambilateralidad - es lo que permitió que se
produjera el milagro.
Una vez resucitado, el guía asume la apariencia de un príncipe de las hadas muy
semejante al propio Conn-eda heredero aparente del trono del reino feérico de la vida. Y
en la medida en que tiene figura humana, el príncipe es el igual de Conn-eda, pero en la

10
medida en que posee un carácter sobrenatural, es su superior. Por otra parte, el caballejo
era inferior en cuanto figura, aun cuando superior en su sabiduría instintiva, vigor
incansable y alegría en las pruebas, como también en la posesión de los implementos de
la curación y la salvación, que lleva dentro de sus orejas. Lo que la auspiciosa
transformación significa es la integración de esta superioridad en un plano superior.
Mientras se encontraba aún bajo su forma animal, el principio guiador estaba obligado
a operar en el nivel inconsciente, lúcido, pero mudo e instintivo, como el ingenio de un
sonámbulo que hace equilibrios por el borde de un tejado. Oscuro, posiblemente
demoníaco, irresponsable, indiferente (aunque no se mostró así al servir al jinete
elegido); estaba disminuido en su esplendor potencial. Merced a la muerte y a la rotura
del encantamiento, la "sub" se convierte inmediatamente en "super" conciencia.
Habiendo dejado de ser animal y convirtiéndose en humano por su carácter y expresión,
el poder feérico es restaurado en la plenitud de su gloria. La naturaleza pone de
manifiesto la presencia que está embozada en su raíz. Y Conn-eda es saludado por un
hermano cortés, tan consciente como él mismo, pero superior aún en poder y sabiduría.
La moraleja de la historia, a esta altura, es la misma que generalmente formulan los
mitos y cuentos de hadas irlandeses: sigue ciegamente y con fe confiada tus fuerzas
intuitivas inconscientes; ellas te harán atravesar las pruebas peligrosas. Cultívalas; cree
en ellas; no las frustres con la desconfianza y la crítica intelectuales, sino permíteles que
te impulsen y te sostengan. Te llevarán a través de las barreras, a través de umbrales y
más allá de peligros que no podrían afrontarse con ningún otro guía ni superarse sobre
ninguna otra caballería. Y hasta que ellas mismas no te pidan que consumes lo que
sentirás como una penosa separación, no las mates. Cuando llegue el tiempo, te
señalarán el momento y te indicarán la manera; porque, mejor que el jinete, esas fuerzas
mudas comprenden que esa muerte, el doloroso apartarse, es un preludio para el
renacimiento, la transmutación y la reunión, y saben cuándo se halla presente la
posibilidad del milagro. Saben lo que nuestro yo consciente y racional nunca
Pá gina 25
comprenderá, y que ni siquiera debe intentar comprender antes del instante en que se
produce el suceso mismo: saben, en una palabra, que la muerte no existe.
Muerte, aniquilación: ésta es una de esas concepciones básicas, limitadas y
delimitadoras que circunscriben nuestra conciencia, constituyen el fundamento de
nuestro mundo del yo, y proporcionan la motivación para organizar nuestra
personalidad. La personalidad, la conciencia y el mundo del yo surgen y crecen en el
tiempo y en el espacio; están expuestas a la destrucción, y por consiguiente tienen razón
en temer a la muerte. Pero si suponemos que eso que son constituye la totalidad de
nuestra existencia, nos equivocamos. Su auto percepción y el ámbito de su acción son
sólo una fase, una expresión, reflejo o manifestación de la energía del yo dentro del ser
compuesto que es el individuo.
Hay dentro de nosotros otro ser, que está por debajo del yo nacido y perecedero, y que,
por desconocer la aniquilación, se siente perfectamente seguro en el valle de las
serpientes y al dar el salto por encima del torrente peligroso. Es su presencia la que, de
una manera amable, ocasional, pregunta al jinete que se aferra a la montura, aun en el
momento de pasar volando por encima de los obstáculos aterrorizantes: "¿Estás aún en
la silla?... ¿Estás todavía vivo?" Sin arredrarse por los peligros de los elementos, sin
chamuscarse en las llamas de la montaña, sacrificado, renacido, virtualmente
imperecedero, ese ser inapreciable participa de la virtud de lo inmortal. Ostenta las más
excelsas expectativas para su jinete: "Eres un mancebo que vencerá y prosperará. . . un
joven destinado a tener éxitos y bendiciones sobrenaturales". Pero la realización del
jinete dependerá del acto sacrificial. Nuestra energía vital inconsciente, que subsiste

11
aparte de la conciencia del yo, infaliblemente instintiva, refleja la porción divina de
nuestra naturaleza humana; pero sólo transmutándola mediante nuestro trabajo
consciente en la forma superior de la superconciencia intuitiva alcanzaremos los dones
mágicos que son las recompensas de la búsqueda.
Las manzanas de oro, el cachorro de sabueso con poderes extraordinarios y el corcel
negro son los dones y signos de las virtudes del reino feérico de la vida inmortal. Las
manzanas son las mismas que las manzanas nórdicas del jardín de Freya, las manzanas
clásicas de las Hespérides y el fruto bíblico del árbol de la vida perdurable, que nuestros
progenitores descuidaron recoger. 9 Afrodita, la Diosa del Amor, la del Trono de Oro,
dio tres de estos talismanes, procedentes de su jardín en la isla sagrada de Chipre, al
joven Hipómenes, luego que éste hubo arriesgado la vida en su carrera con la doncella
Atalanta. Cada vez que la milagrosamente alípede doncella, desdeñosa y casta como la
diosa virgen Artemisa, se adelantaba algo en su carrera, el joven arrojaba esos
talismanes áureos, irresistibles, uno a uno, delante de ella, y ella se detenía para
recogerlos. De esa manera fue cómo él ganó y la joven perdió su cerril doncellez.
Porque las manzanas de oro rompan el hechizo del miedo a la muerte - el miedo a pasar
uno mismo junto con el paso del tiempo - y unen a la voluntad con su objetivo
adecuado. Son el alimento que hace mudar y desprenderse de la piel de la mortalidad.
Son el sustento de los inmortales. Quienes las prueban, se identifican con la parte
imperecedera de su naturaleza y son como dioses.
9 Génesis 3:22.
El cachorro de sabueso con poderes extraordinarios, que ventea, persigue, nunca pierde
el rastro y que infaliblemente logra su fin, es el perro de caza ideal, encarnación de la
sabiduría y la percatación instintiva, y su presa es cualquier clase de venado que habite
en la selva virgen de la vida y del inconsciente. Es otra encarnación del instinto y la
Pá gina 26
intuición del caballejo hirsuto. Y el corcel negro, también, magnífico caballo de batalla,
es una encarnación más: una transformación elevada, caballeresca, de la muy modesta
bestia de silla anterior. Tal es la forma adecuada para el corcel y compañero del
héroerey.
10
Por consiguiente, Conn-eda no pierde ningún derecho por separarse del lago de las
hadas y de su príncipe; porque no existe una separación, ni una muerte, ni una pérdida
en el plano superior de la existencia superpersonal. Bajo la forma de las manzanas, el
perro y el corcel negro, conserva consigo los poderes que anteriormente, por intermedio
del humilde servicio del caballito hirsuto, lo habían apoyado y guiado. Representan ese
otro aspecto "inferior" de su naturaleza centáurica, que ahora se ha revelado en su forma
preeminente. Hacen entender el excelso significado del guía anterior, el caballito
hirsuto, que no había sido ni negro, ni blanco, ni alazán, sino la perfecta unión de todas
las cualidades y contrariedades, el vehículo más modesto de la misma fuerza vital que
ahora ha revelado su poder.
En su jornada hacia el reino superior, el héroe emplea el período ritual de un año, que
es el símbolo de una vida o una encarnación, un ciclo completo de existencia: de la
primavera al invierno, del nacimiento a la muerte. Durante éste comparte la vida de los
inmortales. Es aceptado por ellos como alguien de la misma progenie, [kin] mediante el
sagrado rito de la hospitalidad, y ello lo convierte, finalmente, en uno de su misma
especie [kind]. Se instala en las cualidades del modo superior de ser de los inmortales y
queda imbuido de ellas. Al ser activada así la otrora durmiente, divina esencia, que está
en su interior, él adquiere un carácter dual y es convertido en un habitante de las dos
esferas, la mortal y la divina.11 Tal es el carácter doble y la ciudadanía binaria que

12
confiere al perfecto iniciado el sacramento último de la Asunción, o la Transfiguración,
que simbolizan, ambas, y producen la Apoteosis del Hombre.
Cuando el hombre-dios regresa finalmente, renacido y portando los signos de su
sabiduría y poder, las fuerzas del mal se desmoronan automáticamente y por sí mismas.
La reina madrastra se lanza al vacío y se estrella contra el suelo. Un final como éste es
la única verdadera derrota que pueden sufrir las fuerzas del mal: la autodisolución, la
auto aniquilación ante una superioridad cualitativa (no cuantitativa): superioridad que se
ha logrado mediante el auto sacrificio, la auto conquista y una integración efectiva, en
una forma reconciliada y reconciliable, de la esencia del poder mismo del mal. Porque
cada falta de integración en la esfera humana simplemente provoca la aparición, en
algún punto del espacio y del tiempo, del opuesto faltante. Y la personificación, la
corporificación, de este antagonista predestinado mostrará inevitablemente su rostro.
10 "No hay caballo tan recio como el caballo negro", dice la abuela del héroe Finn McCool, cuando huye
junto con él de una carga que le llevan unos caballeros. "Un caballo blanco no tiene resistencia; .. .no hay
caballo alazán que no sea de cascos inseguros". Jeremiah Curtin, op. cit., págs. 208-209.
11 ["Esta persona se entrega a aquella persona, aquella persona se entrega a esta persona. De tal manera
cada una gana la otra. En esta forma él gana aquel mundo; en esta forma él experimenta este mundo"
(Altareya Arayanka II. 3.7). -AKC.]
Esta es la manera como el dragón presta servicio a la vida. Hace que el poder del factor
faltante, aún no integrado, se convierta en un enunciado innegable y obliga a los
custodios de la sociedad a tomar en cuenta ese factor. Esta es la manera de la
"cooperación antagónica" del dragón. Para que pueda ser anulada, el héroe mismo, el
héroe-sociedad, tiene que sufrir una transformación, una crisis de desintegración y luego
la reintegración sobre una base más amplia, en la que habrá sido superada la raison
d'étre del dragón, y, desesperado de su propia inanidad, ahora vana, puramente
Pá gina 27
destructiva, se desvanecerá, estallará y desaparecerá. Pero, en cambio, si se lo conquista
solamente por el peso de las armas, la necesidad de su reaparición no se habrá
eliminado, y después de un tiempo de recuperación se soltará de los grilletes del
calabozo, cualquiera éste sea, en que pueda haber sido confinado, se abrirá paso por la
grieta de la pared del sistema en vigor y precipitará "otra guerra".
Los inocentes siempre se esfuerzan por excluir de sí mismos, y por negar en el mundo,
las posibilidades del mal. Esa es la razón de la persistencia del mal, y éste es el secreto
del mal. La función del mal es mantener en actividad la dinámica del cambio.
Cooperando" con las fuerzas benéficas, aunque antagónicamente, las del mal colaboran
de esta manera en el tejido del tapiz de la vida; de aquí que la experiencia del mal - y, en
cierto sentido, sólo esta experiencia - produzca la madurez, un vivir real, el verdadero
dominio de las fuerzas y tareas de la vida. El fruto prohibido - el fruto de la culpa a
través de la experiencia - tuvo que ser ingerido en el Jardín de la Inocencia para que la
historia humana pudiera comenzar. El mal tuvo que ser aceptado y asimilado, no
evitado. Y ésta es la segunda gran lección de este cuento pagano.
Hay un muy profundo sentido en el hecho de que el reino de las hadas necesite la gesta
de un héroe humano perfecto para recuperar su príncipe perdido y ser rescatado del
infortunio; es decir, para recuperar la plenitud de su esplendor. En virtud de un desastre
mitológico anterior, que no se relata plenamente en nuestro cuento, el hermano del rey
de la región de los poderes feéricos, en cierto modo el rey mismo en duplicado, se vio
alejado de su hogar trascendental y condenado a la existencia inferior del caballejo
hirsuto. De esa manera, su dominio quedó en cierta forma privado de rey (aunque
gobernado, de todos modos, por su rey), impotente, invalidado y huérfano.
El príncipe de las hadas desea ser liberado de su exilio, y su reino aguarda su regreso;
no obstante, se le permite realizar la jornada necesaria para ello sólo cuando lleva al

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jinete humano sobre su espalda. Sólo ayudando al héroe mortal para que alcance la vida
inmortal puede el príncipe superhumano efectuar su propia salvación. El ser humano
alcanza también con ello la salvación, su completamiento y el poder de superar el
infortunio, a la vez que el reino de las hadas, al recuperar su príncipe, reintegrando a su
sistema a aquel que se había perdido, es curado de su aflicción, restaurado a la
perfección e inundado de gozo.
El significado es, como hemos visto, que es necesaria una cooperación entre las fuerzas
conscientes e inconscientes para llegar a conocer el estado de perfección
superconsciente. En la peligrosa búsqueda de los símbolos divinos de la vida, las
facultades mudas, instintivas, de la psiquis cooperan con la personalidad consciente.
Libradas a sí mismas, tratan inmediatamente de retornar a la esfera superior,
superhumana, de donde proceden; ansían, esperan y se esfuerzan por lograr su propia y
durante mucho tiempo pospuesta restauración. No obstante ello, necesitan la acción del
ser humano. Como amonesta el animal: "Si tú no sigues mi consejo, tanto yo como tú
pereceremos". La opción queda en manos del héroe. Como protagonista del principio
consciente, es él quien tiene que ejecutar los actos decisivos. Conn-eda tiene que
encontrar y conciliar al pájaro que habla, desenterrar los talismanes, utilizar los
implementos mágicos que hay en las orejas del caballo. Pero no es él el principio
directivo. Su papel consiste en ser sólo un instrumento. Su destino es salvar y redimir
aquellos mismos poderes del reino divino que lo guían y lo salvan a él.
Este motivo paradójico abre una perspectiva tremenda, que revela uno de los mayores
problemas de la mitología y la teología. De hecho, es idéntico al tema fundamental de
nuestra creencia judeo-cristiana: la redención del dios por el salvador humano.
Jesucristo, el Mesías, la segunda y humana persona de la Trinidad, traen la redención
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apaciguando al dios vengador, Jehová, que está absorbido por una actitud estrictamente
negativa para con la humanidad, su pueblo elegido. El héroe universal se somete a la
propia inmolación, muere, pero surge transfigurado de la tumba. Y, por virtud de la
sangre, que todo lo lava, de ese Cordero, el Padre mismo se transforma. El Jehová tribal
de Israel, liberado del hechizo de su ira, se convierte en el Espíritu Santo universal, y la
bendición cristiana se extiende a todo el mundo, activando la vida humana para la nueva
dispensación.
Richard Wagner presenta y desarrolla este mismo tema como el problema cardinal de
sus últimas obras. Y lo que encontramos allí es que el salvador, el Jesucristo del Nuevo
Testamento, tiene ahora que ser salvado él mismo: Parsifal restaura el poder del
principio divino de la sangre de Cristo en el cáliz del Grial. Lo que se había vuelto
letárgico e ineficaz, lo lleva a la efusión, y el coro de los ángeles se regocija. Erlösung
dem Erlöser, "¡Redención para el Redentor!" Tales son las últimas palabras de la obra
mística. El héroe en forma humana ha activado la esencia activante del Espíritu Santo.
Lo humano ha restaurado una vez más el poder de lo divino.
La Brunilda de Wagner - que simboliza la humanidad encarnada, la "diosa caída",
sufriente y compasiva - redime de manera análoga al Padre de Todo, Wotan u Odín, del
ensalmo de su impotencia espiritual. Renunciando a sí misma, autoinmolándose, se
lanza a la llama purificadera, y, antes de su acto de autoextinción, canta su última
canción: Ruhe, ruhe, du Gott!, "¡Descansa, descansa, oh Dios!", palabras que son a la
vez un réquiem y un conjuro liberador.
La cruel divinidad tribal, Jehová, era la proyección arquetípica del impulso paternal a la
descendencia del propio Abraham, padre de patriarcas, que ansiaba una multitud de
descendientes, numerosos como las arenas del mar. Fue tal vez un deseo compensatorio
que se apoderó de él cuando Sara, su mujer, permaneció estéril tantas décadas. El

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Jehová de Abraham, muy personal y particular de él, hasta exclusivamente familiar -
celoso, susceptible, irascible, puntilloso y vengativo - tenía que transfigurarse en el
Espíritu Santo universal, superpersonal, más allá de todos los límites de raza y de
lenguaje, para que el dulce rocío del cielo pudiera ser dispensado a todos. La progresión
fue desde una religión tribal, nacional, chauvinista, llena de autocomplacencia (¡como si
alguna nación fuera el pueblo elegido; como si todas no hubieran sido elegidas por la
Providencia para cumplir sus tareas singulares de acuerdo con sus particulares
virtudes!), hasta una religión que tenía que ser universal: transformación comparable al
desarrollo del hinduismo en budismo mahayana. El maravilloso milagro de la
metamorfosis se ha consumado para nosotros en el plano espiritual por mediación de
Jesucristo. En el plano mítico de las naciones de nuestra civilización cristiana, sin
embargo, los efectos todavía son apenas perceptibles, a pesar de la Pascua de
Resurrección, la comunión semanal, el "¡Adelante, soldados de Cristo!" y la redención
del Redentor cantada por Wagner.
2
El problema de nuestra redención por medio de la integración del mal se ilumina desde
otro ángulo sorprendente por una leyenda germánica medieval del siglo xv, una versión
oscura e inquietante de la vida de san Juan Crisóstomo, "Juan Boca de Oro", que nació
en Antioquía alrededor del 345 d. C. Conquistó el amor de su pueblo con el don de su
elocuencia y el odio de muchos de la corte y el claustro por su celo en la reforma
ascética. Tras haber disciplinado sínodos, emperadores y papas, murió en el exilio a la
edad de sesenta y dos años.
Pá gina 29
El extraño relato cuenta que hubo una vez en Roma un papa que solía viajar a caballo
con sus caballeros. Y era su costumbre, durante esas excursiones, apartarse de su cortejo
y, sin bajarse de la silla, recitar sus oraciones a solas. En una de esas piadosas
ocasiones, oyó una voz que se quejaba, y pensó: "¡Qué voz patética!" Cabalgó en esa
dirección. Pero cuando la escuchó otra vez y miró a su alrededor, no había nadie a la
vista.
El papa comprendió que debía haber escuchado los lamentos de un alma en pena.
Entonces ordenó al espíritu, en nombre de Dios, que dijese quién era. "Soy un alma
desdichada", respondió la voz lastimeramente, "que arde en las llamas del infierno".
Movido por la piedad, el papa inquirió cómo podía el desventurado recibir alivio de su
pena. "No puedes ayudarme", fue la respuesta. "Pero hay en Roma un hombre piadoso,
casado con una esposa llena de virtud, y yo sé que ésta ha concebido un hijo, llamado
Juan, y que será sacerdote. Si el sacerdote dice dieciséis misas en mi favor, seré liberado
de los fuegos del infierno". El alma le dijo luego en qué calle podía encontrar a los
padres y cuáles eran sus nombres, y con un último alarido, como para coagular la
sangre, se marchó.
El papa retornó a la ciudad y averiguó por el piadoso matrimonio. Cuando los hubieron
encontrado, les rogó que le dijeran cuándo había de nacer el hijo. Hizo llevar al infante a
su corte, donde lo bautizó con el nombre de Juan y lo tomó bajo su protección,
ocupándose de él como si fuera su propio hijo.
A los siete años, Juan fue enviado a la escuela, pero era notoriamente deficiente en sus
estudios. Los otros niños comenzaron a burlarse de él, y se sentía avergonzado. Por ello,
cuando iba a la iglesia todas las mañanas, oraba delante de la imagen de Nuestra Señora
para que lo ayudara en su trabajo. Un día, los labios de la imagen se movieron y la
Virgen habló: "Juan, bésame en la boca", dijo, "y serás henchido de conocimiento y te
convertirás en maestro de todas las artes. Serás más erudito que ningún hombre de la
tierra". El muchacho tuvo miedo, pero la imagen le infundió valor: "Bésame, Juan, ven,

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no tengas miedo". El apretó su boca temblorosa contra los labios de la Virgen Bendita,
la besó, y mediante ese beso absorbió en sí la sabiduría y un milagroso conocimiento de
las artes.
Juan regresó a la escuela y se dedicó a escuchar y aprender. Pero se advirtió que sabía
más que todos los otros juntos y que no necesitaba ya que le enseñaran. Alrededor de su
boca había un anillo, y. brillaba como una estrella. Sus compañeros estaban atónitos:
"¿Cómo puede ser que lo sepas todo?", preguntaban. "¡Ayer mismo, ni una zurra podía
hacerte entender!" El les relató el milagro mediante el cual había adquirido su signo
áureo, y ellos lo llamaron "Boca de Oro". "Mereces ese título", decían, "porque las
palabras que salen de tu boca son como el oro". Y desde entonces fue Juan Crisóstomo
el que se encargó de la enseñanza en la escuela.
El buen papa quería mucho a Juan Boca de Oro, y como estaba impaciente por liberar
del infierno al alma en pena, hizo que se ordenase al joven lo antes posible. Juan celebró
su primera misa a los dieciséis años. Pero al encontrarse en el altar lo acometió un
pensamiento inquietante: "¡Oh, señor, soy todavía demasiado joven! Ser sacerdote y
comulgar con Dios antes de estar realmente preparado, tiene que ser contrario a la
voluntad divina. Voy a lamentar este día para siempre". Continuó rezando la misa, pero
una resolución se iba formando en su mente: "Las posesiones temporales son nocivas
para el alma; por consiguiente, me comprometo a ser pobre, por amor de Dios. Cuando
termine el banquete en honor de mi primera misa, me retiraré al yermo y allí me
quedaré de ermitaño mientras viva. ¡Ojalá esta misa hubiera ya terminado!", pensó,
"¡Ah, pero es larga!"
Pá gina 30
El papa, lleno de gozo, dio un banquete en honor de Juan Boca de Oro, y todos se
alegraron de que hubiera sido ordenado siendo de tan poca edad, pero el joven sacerdote
se mantuvo firme en su resolución. Cuando los asistentes se dispersaron, se escabulló
vestido con ropas pobres y llevando escasamente una rebanada de pan.
Cuando el papa se enteró de esto, se perturbó mucho, y junto con su séquito buscó por
todas partes al desaparecido prodigio. Pero Juan se había construido una choza de
corteza y hojas en una oculta fragosidad del yermo, junto a una fuente y al borde de una
peña. La ermita no fue descubierta. Alimentándose de hierbas y raíces, permaneció allí
y servía a Dios día y noche. Oraba, ayunaba, se mantenía constantemente despierto,
asiduo en sus devociones.
Ahora bien; cerca del bosque en que Juan había construido su cabaña vivía un
emperador en su castillo, y un día la hija de este emperador salió con las doncellas de su
cortejo a juntar flores. Una súbita tormenta se levantó, barrió la región, y era tan
terriblemente fuerte, que arrebató por el aire a todas las atemorizadas doncellas. Cuando
las posó otra vez en el suelo, descubrieron que la princesa ya no estaba entre ellas, ni
podían imaginar hacia qué dirección la había llevado. El emperador, por supuesto,
quedó muy apenado cuando se lo dijeron, y buscó con diligencia y por muchas partes.
Pero la hermosa doncella real no pudo ser encontrada.
Lo que realmente había sucedido fue que la tormenta la había dejado en la puerta
misma de la ermita de Juan, pero con pocas lesiones. Estaba perdida y desorientada,
pero al ver la chozuela - y dentro de ella a Juan, que estaba rezando de rodillas - se
tranquilizó. Llamó. Al oír su límpida voz, el santo joven volvió su cabeza, y cuando la
vio, se alarmó. La aparición le rogó que no la dejara afuera, porque moriría de hambre o
sería presa de los animales del bosque, y finalmente él se dejó persuadir a admitirla en
su celda; porque consideró que se haría culpable ante Dios si la dejaba morir.
Pero Juan tomó su cayado y, trazando una línea sobre el suelo de la celda, la dividió en
dos. Uno de los lados lo asignó a la muchacha. Y le ordenó que no cruzara la línea, sino

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que llevara, en su parte de la celda, la vida que cuadraba a una buena reclusa. Siguieron
así por un tiempo, el uno al lado del otro, orando, ayunando y sirviendo a Dios, pero el
Tentador les envidió su vida y santimonia. Una noche logró impulsar a Juan para que
cruzara la línea y tomara a la joven en sus brazos, con lo cual cayeron en el pecado. Y
después de ello fueron corroídos por el remordimiento.
Juan temió que si la joven se quedaba, él volvería a caer en el Pecado, y entonces la
llevó al borde de la peña y la empujó al vacío. Pero al instante de hacerlo, comprendió
que había pecado aún más gravemente que antes. “! Ay de mí, desdichado, execrable!”,
exclamó: “Ahora he dado muerte a esta joven inocente. Ella nunca hubiera pensado en
pecar si yo no la hubiera seducido. Y ahora la he privado de su vida. Dios vengará en mí
este terrible pecado por toda la eternidad”.
Juan abandonó la ermita presa de desesperación y huyó del yermo. “Señor y Dios mío”,
se lamentaba, “Tú me has abandonado”. Después de un tiempo sintió algo de esperanza.
“Me confesaré”, decidió; y se dirigió al palacio del papa, manifestó su pecado y profesó
su arrepentimiento, pero su padrino, que no lo había reconocido, lo despidió con un
terrible estallido de indignación. “!Fuera de mi vista, pues trataste de una manera bestial
a esa inocente niña!” dijo el papa, “y el pecado se cierne sobre tu cabeza”.
“No dudaré de Dios”, pensó Juan; y regresó profundamente afligido a su choza, donde
se hincó de hinojos e hizo su plegaria y voto solemnes: “!Sírvase Dios, cuya
misericordia es mayor que mi pecado, aceptar graciosamente la pena que voy a
imponerme a mi mismo. Hago voto de caminar en cuatro patas, como un bruto, hasta
Pá gina 31
que haya logrado la gracia de Dios. Dios, en su misericordia, me hará saber cuándo he
expiado mi culpa”.
Y se puso de rodillas y apoyó sus manos sobre el suelo, caminando así de un lado a
otro; cuando se cansaba, se arrastraba hasta la choza y yacía en ella como una bestia. De
esa manera pasó muchos años, sin jamás erguir su cuerpo. Sus vestidos se pudrieron y
se desprendieron; su piel se hizo áspera y velluda, y se tornó irreconocible como ser
humano.
Entre tanto sucedió que la esposa del emperador dio a luz a otro hijo y se le pidió al
papa que lo bautizara. Vino éste y tomó al niño en sus brazos , pero el pequeño gritó:
“No eres tú quien debe bautizarme”. El papa quedó atónico y amedrentado, y trató de
tranquilizar al infante, pero éste persistió en su resistencia, y cuando se le preguntó qué
era lo que quería, replicó: “San Juan, el santo varón, es el que me bautizará. Dios lo
enviará desde el yermo”. El papa devolvió la criatura a la nodriza y, dirigiéndose a la
emperatriz, inquirió: “¿Quién es ese San Juan que ha de bautizar al niño?” Pero nadie lo
sabía.
Poco después, los cazadores del emperador tropezaron con una bestia muy curiosa. Los
hombres no pudieron imaginar qué era. Pero no ofreció ninguna resistencia, la
capturaron con facilidad, y, cubriéndola con una capa, le ataron las piernas. Luego la
llevaron al castillo del emperador. Corrió la voz, y vino mucha gente para mirarlo, pero
el animal se arrastró debajo de un banco y trataba de ocultarse.
La niñera con el niño se encontraba entre los visitantes, y asimismo estaban presentes
muchos caballeros y damas. El niño ordenó: “Mostradme la bestia”. Un servidor la
aguijoneó para que saliera de su escondrijo, y dos veces volvió a ocultarse, pero la
tercera quedó ante la vista.
Entonces el infante de pocos días la interpeló: “Juan, reverendo padre”, dijo con voz
clara y firme, “tengo que recibir el bautismo de tu mano”.
La tosca alimaña, cuadrúpeda, hirsuta, inquietante, alzó su voz, que resonó firme y
clara: "Si tus palabras son veraces, y ésa es la voluntad de Dios, habla otra vez".

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El infante recién nacido replicó: "Amado padre, ¿por qué demoras? Tengo que ser
bautizado por tu mano".
Entonces Juan clamó a Dios en alta voz: "¡Oh Señor, hazme, saber por la voz de este
niño si mis pecados han sido purgados!"
Y el niño prosiguió: "Querido Juan, alégrate, porque Dios te ha perdonado todos tus
pecados. Álzate, pues, y en el nombre de Dios, bautízame".
Juan levantó su cuerpo del suelo y se irguió como un ser humano. El cieno y la
inmundicia pegados a su piel se desprendieron inmediatamente, como una corteza ajada,
y su cuerpo se tornó limpio otra vez, luciente y suave. Le trajeron vestidos. El papa y
los nobles le dieron la bienvenida. Cuando Juan hubo bautizado a la criatura, el papa lo
invitó a sentarse.
"Padre amado", preguntó Juan, "¿no me conoces?"
"No", replicó el papa, "no te conozco".
Juan dijo: "Yo soy tu ahijado. Tú me bautizaste con tus propias manos, me enviaste a la
escuela, y cuando yo era un mozo muy joven aún, me ordenaste. Pero mientras
celebraba mi primera misa me pareció inconveniente tomar la hostia en mis manos, que
aún no estaban preparadas, y por ello, después de la misa y del banquete posterior, me
escurrí del palacio y me fui al yermo, donde oré, sufrí, pequé y me arrepentí durante
todos estos años". Juan describió con toda candidez cómo había seducido a la doncella y
la había asesinado, y confesó sus pecados al propio papa.
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El emperador fue informado de lo sucedido y su corazón se llenó de pesadumbre: "Esa
joven era mi hija amada", pensó; y rogó a Juan que lo llevara a la peña desde donde
había dado muerte a la joven. Tal vez pudiera recuperar sus huesos y darles una
sepultura honesta, cristiana. Entonces Juan guió a los cazadores a la choza donde lo
habían capturado, y luego cruzó a caballo con ellos el bosque, hasta llegar a la peña.
Cuando miraron hacia el abismo, vieron a una muchacha que estaba sentada
tranquilamente en el fondo.
Juan interpeló a la solitaria figura: "¿Por qué estás sentada así, sola en la base de la
peña?"
Ella respondió: "¿No ves quién soy?"
"No", dijo Juan, "no lo sé".
"Soy la que vino a tu celda", dijo, "y tú me arrojaste al precipicio".
Juan quedó atónito.
"El Señor me sostuvo", dijo ella, "de manera que no sufrí daño alguno". Y, por un gran
milagro, era tan hermosa allí abajo como lo había sido siempre, y estaba vestida con un
atuendo real.
El emperador y la emperatriz la estrecharon contra su corazón, agradeciendo a Dios
haberla recobrado, y el papa luego partió para Roma, pidiéndole a Juan que lo
acompañase.
"¿Cuántas misas has dicho, hijo mío querido;", preguntó el papa.
"Ninguna, fuera de aquélla", replicó Juan.
"¡Ay de mí!", dijo el papa.
"¿Qué te aflige, padre mío bienamado?"
"Estoy lleno de dolor ante el pensamiento de aquella alma desdichada, que sufre en las
llamas del infierno".
Juan dijo: "Santo padre mío, ¿qué quieres decir?"
Entonces el padrino de Juan le refirió el encuentro con la voz sufriente, y Juan se enteró
de que podía redimir el alma diciendo dieciséis misas. "Por eso", dijo el papa, "es que te
crié para que fueras sacerdote".

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Juan ofreció una misa diaria durante dieciséis días, y el alma doliente fue rescatada de
su tormento. El papa, en su debido momento, designó a Juan obispo, y él ejerció el
cargo con humildad, sirviendo a Dios con la más profunda devoción. Sus sermones eran
como rosarios de oro que se desgranaran, y volvieron a llamarlo "Boca de Oro". Y
escribió muchos libros sobre Dios. Cuando la tinta se le acababa, mojaba la pluma en
sus labios, y las letras que entonces fluían de ella eran del oro más puro.12
12 Richard Benz (compilador), Alte deutsche Legenden, Jena, 1922. Esta colección se basa sobre una
fuente medieval, una colección popular de leyendas, que aparece en muchos manuscritos, con ediciones
numerosas a partir de 1471, aumentada por extractos de las Vitae Patrum [Vidas de los padres] y las
Heiligeleben [Vidas de santos], compiladas por Hermann de Fritzlar.
Una versión diferente de la biografía y leyenda de san Juan Crisóstomo aparece en la Leyenda áurea de
Jacobo de Vorágine (Iacobus a Vorágine), cap. cxxxviii, "De Sánelo Johanne Chrysostomo", Legenda
Áurea, vulgo Histórica Lombardica dicta ["De san Juan Crisóstomo", Leyenda áurea, vulgarmente
llamada historias lombardas], Th. Graesse, compilador, Breslau, 1890, págs. 611-620. Véase también:
The Golden Legend of Jacobus de Vorágine, traducida y adaptada del latín por Granger Ryan y Helmut
Ripperberger, Nueva York, Longmans, Green and Co., 1914, vol. I, págs. 137-145. Al santo, tal como se
lo describe aquí, le falta una sola cosa para que resulte fascinador, a saber, una biografía interior, una
evolución del carácter a través de pruebas y triunfos, la tentación, la caída y la redención final por la
gracia divina. Es tan sólo un soldado ideal de la iglesia militante, cuando la Cristiandad ha ganado ya la
batalla por conquistar un imperio terrenal y su "vida" es tan sólo la historia de un funcionario clerical que
se encuentra en medio del estrépito y el clamor de rencillas partidistas ya olvidadas, que no revelan
ningún secreto del alma humana. El momento de los primeros mártires ya había pasado. Como el nuevo
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orden cristiano había prevalecido, el idealismo agresivo y la furia sacrosanta se canalizaron ahora hacia
adentro, y los celosos eclesiásticos se denunciaban y se hacían objeto de "purgas" recíprocas acusándose
de herejías. En medio de esos altercadores, san Juan Crisóstomo pugnó valerosamente, sin rehuir ningún
desafío de los adversarios de fuera de su grey, o de sus propios rivales, intrigantes, celosos, de adentro de
aquélla. En suma, fue tan sólo un dignatario altamente exitoso, rígido e incapaz de concesiones,
entremetido, contencioso, cortado con la misma tijera que sus intrigantes rivales. Para el amante de
relatos extraños que cuenten las experiencias del alma en su búsqueda sempiterna y hablen de vidas
ejemplares llenas de significado, la figura de este altivo eclesiástico, represor y militante, carece
totalmente de interés. La biografía de Juan que aparece en La leyenda áurea, no sugiere nada del versículo
presagioso del Gradual: "Bendito sea el hombre que sufre tentaciones, porque cuando haya sido probado,
recibirá la corona de la vida que el Señor ha prometido a quienes lo aman".
Es éste un cuento muy germánico (como .muchos de los cuentos fantásticos de la
colección de Grimm), siniestro, pero lleno de una significación profundamente
confortante. La primera vez que apareció impreso fue en 1471,1 dieciocho años antes
del nacimiento de Martín Lutero, pero formula ya ciertos motivos luteranos. Estos
estaban ya en el aire para esa época, difundidos por el espíritu de la época. Y Martín
Lulero fue la mente magistral, el corazón ardiente, el gran individuo, que sintonizó,
amplificó y proyectó esas ideas hacia el futuro. Su doctrina es una de las expresiones
históricas más tempranas, significativas y explosivas mediante las cuales el hombre
occidental moderno se ha afirmado y descubierto a sí mismo: un cuestionamiento
radical del charisma de la religión tradicional, heredada, tal como la representaba el
sistema sacerdotal católico romano: esa transferencia automática, mágica del poder
sacerdotal para absolver los pecados, comunicar la gracia y liberar las almas del
purgatorio.
El papa, en el presente relato, es incapaz de rescatar el alma en pena o de bautizar al
niño; la magia institucionalizada, canalizada, de los sacramentos, aun cuando la
administre el representante supremo de la rutina eclesiástica —el benévolo,
bienintencionado sumo sacerdote de Roma—, no produce su efecto en las grandes
emergencias de la vida. San Juan, el héroe, prefigura la osada y paradójica máxima de
Martín Lutero: Fortiter pecca!, "Peca con denuedo". Nadie sino el pecador puede
convertirse en santo; porque sólo mediante la experiencia individual, un proceso de
pecado personal, sufrimiento y arrepentimiento, se puede adquirir el poder para
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dispensar la gracia de Dios, conjurar mediante el agua bendita del Espíritu Santo y la
sangre del Cordero. La gracia tiene que ganarse. Y las potencialidades mismas de
nuestra naturaleza humana que denominamos "diabólicas" son las alas batientes del
águila que nos elevan hacia el reino supernatural de la gracia.
Al Juan de la leyenda se lo había hecho avanzar con demasiada rapidez por la senda de
la perfección de los santos; los poderes del cielo y del infierno habían colaborado con
las autoridades de la tierra para trabajar milagrosamente en su favor, pero de una
manera que no implicaba ni tentación ni experiencia. El camino le fue abierto a Juan
mediante el grito urgente de la desventurada ánima del infierno; la erudición y la
sabiduría religiosas le fueron otorgados por gracia de María; el papa lo adoptó como
hijo espiritual, con el presto consentimiento de sus padres, supervisó su carrera y lo
ordenó sacerdote no bien le fue lícito. No obstante, estas autoridades no estuvieron
acertadas, y el propio Juan no pudo menos que sentirlo. Comprendió que el supremo
oficio humano - el de comulgar a Dios y dispensar la gracia de Dios bajo la forma de la
eucaristía - estaba destinado a ser ejecutado no por un "inocente" sino por alguien que
tuviera "experiencia". "¡Todavía soy demasiado joven! Esto no puede menos que ser
muy contrario a la voluntad celestial". Es decir, esto tiene que ser contrario a las leyes
de la vida, las reglas de ese juego al que hemos sido desafiados por poderes
Pá gina 34
inescrutables. Y la experiencia requerida, como aprendió posteriormente Juan, era una
experiencia de las oscuras y perversas fuerzas que es virtud del Santísimo Sacramento
superar. El sentimiento de indignidad del joven sacerdote lo envió al yermo, pero este
yermo era el de la vida.
Juan Boca de Oro, el santo cristiano, es superior a Conn-eda, porque, en tanto que el
héroe pagano fue puesto accidentalmente en el camino de la aventura, cuando se hallaba
en la ignorancia, y por inadvertencia, Juan fue impulsado por su propio sentimiento de
insuficiencia personal. Oficialmente, el sacramento es válido cuando lo dispensa un
sacerdote debidamente ordenado dentro de la línea ortodoxa de la sucesión apostólica,
independientemente de cuál sea su carácter personal, digno o indigno, conocedor o
ignorante. Pero Juan siente qué el sacerdote de Dios tiene que ser un Conocedor, y que
él mismo, a pesar de la unción de sus manos, es inadecuado. Se supone que debe
absolver del pecado; pero no sabe qué es el pecado: nunca pecó. A pesar de la
aprobación del mundo, es realmente inelegible. Eso es lo que él siente. Y este sentir lo
salva del destino común del titular del oficio clerical, mero dignatario de la iglesia; su
sentimiento lo rescata y abre para él la senda que lleva a la santidad.
Si bien el favor del papa y la admiración popular que su erudición y capacidad de
lenguaje han suscitado podía muy bien fomentar en él ilusiones halagüeñas, la
comprensión intuitiva que Juan tiene de su estado espiritual presente y la sincera
humildad de su carácter impiden que sea seducido. Su genio comprende lo importante
que es integrar la sabiduría de los poderes oscuros de los que estuvo defendido tanto por
su crianza clerical como por la inocencia de su naturaleza modesta. Mas no puede
prever las humillaciones, sufrimientos e iniquidades que el áspero camino de la
integración mediante la experiencia ha de entrañar. Nadie puede ni siquiera imaginar
tales cosas. Y en este aspecto es tan ignorante como el príncipe pagano, Conn-eda,
quien simplemente puso su suerte en manos de la bola de hierro y confió sin preguntar
nada en el consejo del caballito hirsuto. Tal ignorancia es básica; más que básica, de
hecho es salutífera; porque sin ella la experiencia no puede ejercer ningún efecto
fructificante, no puede existir ninguna "cosa nueva" que eche raíces, crezca y madure a
lo largo de la vida hasta convertirse en sapiencia. Sólo aquel que es honradamente
ignorante puede crecer hasta hacerse realmente sabio.

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Juan está más avanzado que Conn-eda, sin embargo, en la medida en que él mismo es
quien prescribe el tratamiento del que tiene necesidad. Mientras trastabilla a lo largo de
su camino de peligros, está protegido por las cualidades morales, irracionales, de la
humildad, sinceridad, honestidad y desprendimiento de sí mismo. Gracias a ellas, las
instrucciones de su intuición pueden ser escuchadas, y el instinto de su corazón puede
avanzar a tientas, imaginando el castigo auto infligido y la reparación conveniente para
su propia curación. Juan se comisiona a sí mismo para la indispensablemente necesaria
búsqueda de experiencia, y se encamina al yermo de la vida. Luego, tras haber seguido
el impulso de la bestia que estaba agazapada debajo de su vestimenta de inocencia,
inventa su propia cura reparadora. Actúa literalmente el papel de la apariencia misma de
esa bestia, hasta que la palabra de Dios le ordena detenerse. Entonces, las fuerzas
guiadoras, que en el mito pagano estaban plenamente externalizadas bajo diversas
máscaras, se funden en esta leyenda cristiana con el actor en el cual operan. Su instinto,
intuición, reacciones morales y las fuerzas de su sentimiento proceden todas de una raíz,
única, profunda e interior.
Conn-eda aceptó y asumió su aspecto humano al revestirse de la piel imbuida en sangre
del inocente y amable caballejo, y mediante este significativo gesto simbólico de
asentimiento y de identificación, las virtudes divinas de su naturaleza humana animal
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quedaron libres de los vínculos de -la oscuridad. La sabiduría de la doctrina pagana
representada en esta imagen estaba fundada en una intimidad con las virtudes
instintivas, subhumanas, del hombre, y de esta intimidad habían aflorado la simpatía y
la fe. Pero para el santo cristiano no podía darse la posibilidad de tal aceptación directa.
Las fuerzas elementales de la naturaleza habían estado mucho tiempo, y
deliberadamente, excluidas de su sistema de integración; nunca se las había invitado a
participar como guías respetadas. Juan inició su marcha desde el último peldaño de la
escala de la evolución espiritual, donde permaneció (gracias a la cooperación en su
beneficio del favor humano y sobrehumano) en el papel que configura la dignidad
humana más elevada, el de sacerdote. Se encontró dispensando la gracia del
Todopoderoso, renovando el sacrificio del Redentor, por medio del poder mágico que se
le confirió en el acto de su ordenación. Y este poder estaba fuera de proporción con su
merecimiento individual. Derivado del tesoro del mérito superabundante del propio
Salvador, Jesucristo, y canalizado a lo largo de los siglos por medio de la sucesión
apostólica de los obispos de la Iglesia Católica Romana, ese poder le había sido
sencillamente brindado y echado sobre él. Pero, intrínsecamente, ¿quién era él para
contener y dispensar el tremendo misterio de la gracia que subyuga el pecado? ¿Quién,
exactamente, era él para operar mediante su palabra la transmutación alquímica de la vil
materia en lo Más Exaltado, sacando mediante ello al hombre del abismo del exilio para
llevarlo ante la presencia inmediata del Señor su Dios? A pesar de estar dotado con el
don del lenguaje melifluo y de haber recibido la bendición de toda la ciencia clerical,
Juan sabía, en lo íntimo de su alma cándida, que, sin embargo, no sabía nada. Y tenía
perfecta razón; porque la sabiduría realmente conmensurable con la eficacia del
sacramento no se obtiene, mediante una evitación monástica - en el celibato -, del
impacto de los poderes de la vida, sino mediante un valeroso compromiso con el mundo
creado, una aventura en el yermo de la vida, un descenso a los abismos infernales del
alma.
Juan desciende, pues, del peldaño de oro, se hunde en las subregiones, depone su
máscara insustancial de santidad, y se convierte en una bestia. Y entonces, las fuerzas
primarias de su existencia, desconocidas para su anterior actitud de inocencia, se
desencadenan sobre él con furia irresistible. Sabiendo que pecará, y volverá a pecar, si

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no se separa de la doncella, resuelve su problema de la forma más tosca posible: la
expulsa físicamente de su esfera vital, en un gesto brutal de desesperación impotente,
con lo cual se limita a sacar del medio el objeto de atracción, la ocasión inmediata de la
tentación, y lleva a cabo una especie de auto castración. Después de ello, le va aún peor,
experimenta el pleno impacto de lo elemental, descubre las profundidades últimas de lo
diabólico que hay dentro de él, y. se coloca la máscara de la bestia repugnante que
descubrió ser. El hábito sacerdotal se pudre, la santa ermita se convierte en el cubil de
un monstruo siniestro. Juan se atiene a la existencia inmunda, brutal, hasta que las
fuerzas más elevadas le hablan un vez más con una persuasión igual a la de la
revelación que tuvo en el momento de su primera misa.
En el momento de su concepción, Juan había sido saludado como un redentor aún por
nacer, pero tenía que convertirse en algo para poder satisfacer su misión. Tenía que
pasar por una irracional, demencial, vil y subhumana iniciación en la derrota. Las
fuerzas superiores no lo abandonaron. Se anunciaron la segunda vez por medio de la
voz de un infante todavía no bautizado, que, hasta entonces, por decirlo así, no estaba
plenamente humanizado aún, y el sacerdote se vio liberado de la penitencia
purificadora, que se había impuesto a sí mismo, de su torpe encarnación animal, para
renacer como un santo.13
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13 Juan Crisóstomo provocó conscientemente la crisis de transformación que acometió al rey
Nabucodonosor en el Libro de Daniel: "Habló el rey y dijo: ¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué
para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad? Aún estaba la palabra en la boca
del rey, cuando vino una voz del cielo: A ti se te dice, rey Nabucodonosor; El reino ha sido quitado de ti;
y de entre los hombres te arrojarán y con las bestias del campo será tu habitación, y como a los bueyes te
apacentarán; y siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que reconozcas que el Altísimo tiene el dominio en el
reino de los hombres, y lo da a quien él quiere. En la misma hora se cumplió la palabra sobre
Nabucodonosor, y fue echado de entre los hombres; y comía hierba como los bueyes, y su cuerpo se
mojaba con el rocío del cielo, hasta que su pelo creció como plumas de águila y sus uñas como las de las
aves. Mas al fin del tiempo yo Nabucodonosor alce mis ojos al cielo, y mi razón fue devuelta; y bendije al
Altísimo y alabé y glorifiqué al que vive para siempre, cuyo dominio es sempiterno, y su reino por todas
las edades. Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en
el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano y le diga: ¿Qué
haces? En el mismo tiempo mi razón me fue devuelta, y la majestad de mi reino, mi dignidad y mi
grandeza volvieron a mí, y mis gobernadores y mis consejeros me buscaron; y fui restablecido en mi
reino, y mayor grandeza me fue añadida". (Daniel 4, 30-36). [Traducción de Casiodoro de Reina, revisada
por Cipriano de Valera, nueva revisión de 1960]: Tales metamorfosis y eclipses temporarios siempre
amenazan a los grandes en el momento de su exceso de confianza. Compárese también, Apuleyo, El asno
de oro.

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