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El derroche y los posgrados

Entre los estudiantes ecuatorianos becados la Senescyt firmó acuerdos con Harvard en el 2014,
universidad privada, por los que el gobierno ecuatoriano se compromete a pagar las matrículas,
colegiaturas y tasas de esa carísima universidad para sus becarios. ¿Es eficiente regalar el dinero
público en apoyo a instituciones como Harvard o Princeton? ¿No hay posibilidad de convenios más
baratos con excelentes universidades públicas en el mundo?

28 de Marzo del 2016

Pablo Ospina Peralta

Una vez más, en la última sabatina, el presidente trató de convencer de que es más “eficiente” que
el gobierno central controle las becas de posgrado en lugar de que lo hagan instituciones como la
Universidad Andina o la Flacso. Curiosamente siguió sin mencionar al IAEN, que está en la misma
situación legal de las otras dos instituciones de posgrado, a las que no considera “suyas”, como
dijo en una sabatina anterior. La nueva política de posgrados se basará en financiar “la demanda”
(los estudiantes) en lugar de financiar la “oferta” (las universidades). En claro, se anuncia el retiro
de los fondos que por ley se entregan a estas dos instituciones de posgrado, y en su lugar la
Senescyt financiará estudiantes para los posgrados y universidades nacionales que desee y a los
precios que le parezcan convenientes. Comparemos la “eficiencia” de las dos políticas.

Los 8 o 10 mil dólares por estudiante al año invertidos hasta ahora en las instituciones
ecuatorianas de posgrado (Flacso y Andina) no solo han servido para apoyar a los estudiantes, sino
para crear institucionalidad, para mantener revistas académicas, para fomentar el empleo y las
capacidades docentes, para producir resultados de investigación y permitir que existan
investigadores independientes en colaboración con estas instituciones.

El gobierno nacional, hace pocas semanas, anunció haber pagado a universidades españolas 8 mil
dólares por estudiante.

Por el contrario, el gobierno nacional, hace pocas semanas, anunció haber pagado a universidades
españolas 8 mil dólares por estudiante para más de 2 mil profesores de educación media y básica,
que hicieron estudios semi-presenciales y se graduaron en maestrías masivas a distancia. Nótese
que el gobierno nacional pagó aproximadamente lo mismo que el Estado entrega como aporte por
estudiante al mantenimiento de todos los servicios de las instituciones de posgrado. No discuto
que sea “bueno” que se haya permitido la especialización de docentes del sector público. Lo que
discuto es la “eficiencia” de hacerlo exclusivamente pagando a universidades del exterior, sin
promover institucionalidad local, capacidades para el posgrado local, y beneficiando a docentes,
proveedores y publicaciones académicas ecuatorianas.

El gobierno afirma haber asignado, hasta el año 2015, 11.153 becas para posgrados fuera del país.
¿No llama la atención que ni una sola de esas becas se asignara para estudiar en Ecuador? ¿De
dónde provienen esos becarios? ¿Qué tan pobres son y qué tan bien aprovechadas han sido? No lo
sabemos. Esa información, como casi todo, se maneja bajo absoluta reserva. Sin embargo, sí
sabemos que esas becas en el exterior han costado hasta ahora 360 millones de dólares. En
promedio, sin que la mayoría de estos estudiantes se haya graduado todavía (hasta inicios de 2015
habían retornado solamente 2.816 becarios), se han invertido más de 32 mil dólares por
estudiante.

De nuevo. No es “malo” que haya becas. Lo cuestionable es su “eficiencia”, comparada con otras
alternativas. Entre los estudiantes ecuatorianos becados, por ejemplo, la Senescyt firmó acuerdos
con Harvard en el 2014, universidad privada, por las que el gobierno ecuatoriano se compromete a
pagar las matrículas, colegiaturas y tasas de esa carísima universidad para sus becarios. ¿Es
eficiente regalar el dinero público en apoyo a instituciones como Harvard o Princeton? ¿No hay
posibilidad de convenios más baratos con excelentes universidades públicas en el mundo? ¿Es
“eficiente” sostener semejante costo por estudiante que, además, no hace gastos, ni sostiene
salarios, ni crea institucionalidad, ni apoya las capacidades locales? Parece más razonable un
esfuerzo más modesto y enfocado a prioridades específicas y delimitadas fuera del país junto a un
esfuerzo más amplio dentro.

Otro ejemplo. El gobierno ecuatoriano dice haber invertido el 2% del PIB en educación superior, el
más alto de América latina. Esto significa aproximadamente 2.160 millones de dólares. Sin
embargo, las asignaciones entregadas directamente a las universidades, según el Fondo
legalmente establecido, el Fopedeupo, fue de unos mil millones de dólares en el 2015. En una
palabra, el gobierno central guardó para sí, el control de más de la mitad de toda la inversión
pública en educación superior.

Una vista del edificio principal de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Flacso.

La experiencia enseña que los 32 millones de dólares entregados por el pueblo ecuatoriano a la
Universidad Andina y a Flacso ha sido positivo. Hay que entregar más fondos para posgrados a más
universidades, en distintas partes del país.

Si existe este fondo inmenso adicional al otorgado por la Ley, ¿qué objeto tiene quitarle 32
millones de dólares a dos instituciones de posgrado que han funcionado bien y han cumplido con
sobrado reconocimiento sus tareas para dárselo a otras universidades? ¿Es “eficiente” destruir –
sin fondos públicos, ese será sin duda el resultado – instituciones que han creado una
institucionalidad académica ejemplar? Son instituciones de las que se puede aprender. No son
perfectas, por supuesto, pero su experiencia es un acumulado de aprendizaje social que vale la
pena aprovechar en lugar de dejar de lado.

La lección es clara. La experiencia enseña que los 32 millones de dólares entregados por el pueblo
ecuatoriano a la Universidad Andina y a Flacso ha sido positivo. Si hay que entregar más fondos
para posgrados a más universidades, en distintas partes del país, con distintos enfoques y campos
disciplinarios, hay alternativas mucho más “eficientes” que arrebatárselos a ellas y encontrar los
fondos. Redirigir una parte, incluso modesta, pero progresiva, del fondo de becas de la Senescyt,
redirigir los inmensos fondos que controla el gobierno y que se han destinado a infraestructuras
costosas y no en inversión humana, o en programas innecesarios y sobredimensionados, como
Prometeo o Ateneo, y apoyar otros posgrados nacionales.

Un ejemplo para ilustrar el aprendizaje posible a partir de la experiencia acumulada. El presidente


Correa se burló públicamente en la sabatina de la especialización superior en acupuntura y
moxibustión que dicta desde hace muchos años la Universidad Andina. Dijo no saber qué era
moxibustión, y sin embargo, se burló. Como él no sabe de qué se trata, evidentemente debe ser
algo inútil o pernicioso. ¿No es prioritario promover terapias alternativas para las enfermedades
crónicas? ¿No ahorra medicamentos caros, importados, a veces con efectos secundarios, a veces
inútiles para asegurar una vida saludable? El presidente Correa y el secretario de Ciencia y
Tecnología, que se reían en coro de cosas que no entendían, tendrían mucho que aprender de las
opciones de formación en salud que eluden las costosas y a veces innecesarias políticas basadas en
la medicalización y la hospitalización. El despilfarro no está solo en los gastos poco meditados en
casi todos los campos, sino en la ignorancia del poder, que se viste de arrogancia y de desprecio.
Podría ser de otro modo con algo más de modestia y de disposición a aprender de las experiencias
positivas.

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