Está en la página 1de 19

TRANSICIÓN, SOCIEDAD Y MEMORIA EN LA ARGENTINA:

ELEMENTOS PARA EL ANÁLISIS Y PERSPECTIVAS COMPARADAS

Gabriela Aguila
Universidad Nacional de Rosario, Argentina
gbaguila@express.com.ar

Laura Luciani
Universidad Nacional de Rosario, Argentina
lauluciani@gmail.com

La cuestión de las transiciones a la democracia en América Latina y, en particular,


en los países del Cono Sur, ocupó un lugar central en los debates entre cientistas sociales y
políticos en las décadas que median entre fines de los años ‘70 y los ‘901. Esta línea de
reflexión se desarrolló a la par de los cambios político-institucionales que se estaban
verificando desde los años ‘80 en el subcontinente y que remitían a las etapas finales de las
dictaduras militares instaladas en las décadas anteriores. En ese marco, el centro de interés
había estado puesto en analizar la salida de las dictaduras y las perspectivas de las nuevas
democracias, sin omitir una caracterización de los gobiernos militares, en tanto no podían
eludirse las profundas herencias que esos regímenes legaban a las democracias que se
inauguraron entonces. Más tarde, y en el nuevo escenario político, social y económico de
los ’90 –donde las jóvenes democracias se vieron jaqueadas por el descontento social y las
crisis recurrentes-, estos debates se reformularon incluyendo cuestiones que apuntaban a las
diversas etapas de la transición, los tiempos de la consolidación democrática y un balance
de estos regímenes.
Si nos referimos específicamente a los marcos de la transición, y aún considerando
que las nuevas democracias se enfrentaron a un conjunto de problemas que concernían
tanto a cuestiones político-institucionales como a demandas económico-sociales de signo
diverso, nos interesa señalar que uno de los elementos fundamentales de las agendas
1
Digamos brevemente que en América Latina los debates intelectuales y académicos de los períodos previos
a la instalación de las dictaduras militares habían estado cruzados por las perspectivas de cambio social. La
discusión sobre la transformación revolucionaria de la sociedad, los proyectos de cambio y el compromiso
social y político del intelectual y el cientista social cedieron paso, tras las dictaduras, a una nueva agenda de
debates, donde el problema de la democracia ostentó un lugar central. Al respecto ver GARRETON, Manuel:
Hacia una nueva era de la política. Estudio sobre las democratizaciones, Santiago, F.C.E., 1995.
políticas de los gobiernos democráticos en el Cono Sur refirió a la violación a los derechos
humanos perpetrada por las Fuerzas Armadas en los años precedentes. Lo sucedido en la
Argentina en los primeros años de la transición configuró a este respecto uno de los casos
más singulares en el contexto latinoamericano –en particular en lo referido a la creación de
comisiones de verdad y al enjuiciamiento a las Fuerzas Armadas-, constituyéndose como
un referente significativo para aquellos países que pasaron por procesos similares. Sin
embargo, esa experiencia se truncó hacia fines de los años ’80, abriendo paso a un ciclo
regresivo que clausuró esos desarrollos y mantuvo vigente hasta la actualidad la demanda
de verdad y justicia, exhibiendo las limitaciones de los gobiernos postdictatoriales para
enfrentar y/o resolver cabalmente tales legados político-sociales.
Nuestra comunicación repasa algunos de los problemas planteados en la transición
democrática en la Argentina, en una perspectiva comparada con los países del Cono Sur,
focalizando el estudio en el “legado” de las violaciones a los derechos humanos. Esta
cuestión, que se reveló como ineludible y persistente, atravesó a los sucesivos gobiernos
democráticos desde los años de la transición hasta nuestros días. En este sentido,
analizamos tanto las políticas de memoria desplegadas por los distintos gobiernos
constitucionales como las disputas en torno a la memoria del pasado reciente que se
desenvolvieron en esos años en los ámbitos políticos y sociales.

Consideraciones a propósito de las transiciones latinoamericanas

Una obra ya clásica sobre las transiciones, la compilación publicada hacia mediados
de los años ’80 por Guillermo O’Donnell, Philippe Schmitter y Laurence Whitehead,
proveyó una definición aún muy utilizada. Para dichos autores la transición es “el intervalo
que se extiende entre un régimen político y otro”, un período que se encuentra delimitado
“por el inicio del proceso de disolución del régimen autoritario y (...) por el
establecimiento de alguna forma de democracia, el retorno a algún tipo de régimen
autoritario o el surgimiento de una alternativa revolucionaria”2. Tal elaboración

2
Los autores a su vez establecieron una periodización en etapas, que podían superponerse, y que incluían la
liberalización y la democratización. Ver O’DONNELL, G., SCHMITTER, P. y WHITEHEAD, L. (comps.):
Transiciones de un gobierno autoritario, Buenos Aires, Paidós, 1988, vol. 4, cap. 2.
conceptual provenía del estudio de un conjunto de procesos de transición hacia la
democracia que se habían producido en Europa mediterránea en los años ’70 (España,
Portugal y Grecia, a los que se agregaban las “democracias de posguerra” y sobre todo el
caso italiano) y los que se estaban verificando en los ’80 en diversos países
latinoamericanos, en particular en el Cono Sur. Sin embargo, y por lo menos para estos
casos, el concepto terminó ciñéndose a aquellos procesos que involucraban el primer tipo
de tránsito: de unos regímenes autoritarios, cuyos alcances y contornos podían variar
sustancialmente, hacia el establecimiento de formas democrático-parlamentarias.
El análisis de las transiciones se asentó en gran parte sobre la perspectiva
comparativa, método que poseía la indiscutible ventaja de enriquecer los estudios de caso,
permitiendo cotejar fenómenos y experiencias homólogas que se verificaban casi
contemporáneamente en espacios diferenciados. En los ’80 se volvió un tópico frecuente
comparar los procesos de transición en los países de Europa mediterránea con la evolución
del Cono Sur latinoamericano, mientras que hacia fines de esa década los cambios
producidos en el mundo del “socialismo real” incorporaron al análisis los procesos de
Europa del Este3.
El politólogo chileno Manuel Garretón ha sostenido que si bien los procesos de
democratización han recorrido distintas vías, las transiciones propiamente dichas están
configuradas por el “paso de regímenes autoritarios modernos, especialmente militares, a
fórmulas democráticas en las que están ausentes los modelos revolucionarios, pero donde
hay algún tipo de ruptura, no de corte insurreccional, entre ambos regímenes”. En estos
casos, la primacía de la esfera política se mide no sólo en que las transiciones fueron
fenómenos puramente políticos, sino en que su influencia se ha desplegado también sobre
otros ámbitos (socioeconómico, cultural, internacional), aunque manteniendo su propia
autonomía4.
Introducimos aquí, si bien brevemente, un problema reiterado en los análisis sobre
las transiciones: el de sus límites temporales. Si seguimos la perspectiva planteada por

3
Ello fue especialmente visible en América Latina. Los estudios sobre las dictaduras y los procesos de
transición a la democracia, si bien no descuidaban los análisis de caso, estuvieron fuertemente permeados por
una visión que las inscribía en un ciclo histórico de carácter regional, medido en la simultaneidad de los
procesos y en los rasgos que los definieron.
4
GARRETON, Manuel: “Repensando las transiciones democráticas en América Latina”, en Revista Nueva
Sociedad, Nº 148, Caracas, marzo-abril 1997, p. 21.
O’Donnell, Schmitter y Whitehead un proceso de transición se inicia cuando los regímenes
autoritarios comienzan a modificar sus propias reglas del juego, abriendo un paulatino
proceso de liberalización y ampliación de los derechos que, si no hay retrocesos, conduce a
una democratización creciente5. Pero es todavía más difuso situar el fin del proceso: en
particular en América Latina, los vaivenes de la transición política, y la precariedad de los
nuevos regímenes han obligado a los analistas de estas democracias “incompletas” a
realizar una distinción entre una etapa de transición propiamente dicha y una fase sucesiva,
pero diferenciada, de consolidación democrática que demandaría una mayor duración.
Si nos referimos a lo que llamaremos “puntos de llegada” esto es, al carácter de los
nuevos regímenes democráticos y a algunos de los resultados que exhibieron las
transiciones, digamos que hacia los años ’80 quedaban pocas dudas de que en América
Latina la salida de las dictaduras conduciría al establecimiento de regímenes democráticos.
Pero a medida que el proceso avanzaba, con su secuela de efectos traumáticos, el
optimismo de los inicios de la transición comenzó a contrastar con la formulación de
análisis más críticos en torno la evolución política, social y económica puesta en marcha en
estos países.
Respecto de la transición política, se ha señalado que si bien abrió paso a la
instalación de regímenes democráticos, a la vigencia del estado de derecho y al recambio
político vía elecciones libres, este retorno a la democracia se realizó sobre bases frágiles.
En América Latina no era muy consistente la herencia democrática previa, sin embargo
preexistía una estructura de partidos que no fue eliminada por las dictaduras y un cierto
ejercicio de los derechos constitucionales en la historia reciente que operó como un telón de
fondo de los reclamos democratizadores.
Tal como sostuvo Manuel Garretón, si bien las dictaduras fueron exitosas en
desmantelar la movilización social y política previa, las transiciones fueron el resultado de
la imposibilidad de los militares de instaurar un régimen político autoritario y estable –si
bien el caso chileno podría oscurecer tal afirmación- y en este proceso incidieron
numerosas fuerzas políticas y sociales que presionaban por una salida democrática. El
debilitamiento de estos regímenes se midió en la recomposición de una oposición
heterogénea que incluyó a los partidos tradicionales, las estructuras sindicales y los

5
O’DONNELL, G., SCHMITTER, P. y WHITEHEAD, L. (comps.): Transiciones..., cit., p. 20.
organismos de defensa de los derechos humanos, que operó sino como la causa
fundamental de la salida de los militares del poder político, sí como el catalizador del
proceso de crisis de las dictaduras6.
Decíamos más arriba que la constatación de la precariedad de los nuevos regímenes
democráticos obligó a los analistas de estos procesos a postular la existencia de fases
diferenciadas y sucesivas, situando a continuación de la transición propiamente dicha una
etapa de consolidación democrática, en donde los riesgos de volver a situaciones
autoritarias quedaban casi totalmente eliminados. Pero si las transiciones implicaron un
creciente grado de democratización de las estructuras políticas, la ruptura con el pasado se
caracterizó por ser gradual e incompleta en casi todos los casos. El sociólogo brasileño
Francisco Weffort 7 ha sostenido que las democracias de los ‘80/’90 constituyen “nuevas
democracias”, no sólo porque es difícil homologarlas a las democracias previamente
existentes, sino porque se trata de regímenes políticos portadores de contenidos nuevos,
entre los que destacan la pervivencia de una herencia autoritaria y la relativa permanencia
de líderes del régimen anterior. Aunque a partir de comienzos de los ‘90 parecía haberse
pasado a una fase de consolidación democrática, medida en el hecho de que este fue el
momento en el que se produjeron sucesiones presidenciales “normales” en una serie de
países, la estabilidad democrática siguió siendo frágil.
En América Latina los procesos de democratización se iniciaron durante la llamada
“década perdida”8, delineando como tareas fundamentales de los nuevos gobiernos tanto la
reestructuración político-institucional como, y fundamentalmente, la recomposición
económica. El área ostentaba el dudoso privilegio de haber sido escenario de la primera

6
Si bien las situaciones difieren en cada caso. Por citar sólo algunos ejemplos, la dictadura brasileña se
prolongó durante más de veinte años y desde mediados de los ’70 se había generado desde el Estado militar
una cierta apertura y una relajación de los controles que favoreció la actuación legal o semi-legal de la
oposición; en Argentina, la dictadura gobernó con mano dura hasta la guerra de Malvinas, y la derrota abrió
paso a una rápida crisis, una creciente movilización antidictatorial y a la salida negociada con los partidos
tradicionales en poco más de un año; en Chile, en cambio, el régimen pinochetista logró mantener la
estabilidad política y el apoyo de la clase dominante sin demasiados conflictos y la tardía transición sólo se
produjo cuando los militares anudaron los acuerdos con la oposición civil y se garantizaron un papel tutelar
sobre la nueva democracia.
7
WEFFORT, F.: "Nuevas democracias. Qué democracias?", en Revista Sociedad, Nº 2: “La democracia
latinoamericana: entre la ineficiencia y la pobreza”, Buenos Aires, Facultad de Ciencias Sociales-Universidad
Nacional de Buenos Aires, mayo de 1993.
8
Durante los años ’80, las tasas de crecimiento de la economía latinoamericana fueron negativas, se produjo
una caída drástica de la inversión y del PBI y la región se convirtió por primera vez en su historia en
exportadora neta de capital
experiencia neoliberal a nivel mundial, implementada varios años antes del gobierno
Thatcher, en el marco brindado por la dictadura de Pinochet en Chile 9. Los regímenes
democráticos que reemplazaron a las dictaduras no modificaron los rasgos fundamentales
del modelo económico vigente y fueron los encargados de aplicar con rigor la ortodoxia
neoliberal en un esfuerzo por recomponer unas economías jaqueadas por la crisis, las
altísimas tasas de inflación, el estancamiento y las protestas sociales. Hacia fines de los ’80
todos los países latinoamericanos habían puesto en marcha planes de ajuste y programas de
sesgo neoliberal. Si bien sólo en unos pocos países del área estas políticas económicas
resultaron parcialmente exitosas, las consecuencias sociales fueron dramáticas en todos los
casos, afectando la credibilidad de los regímenes democráticos que se exhibían indiferentes
o impotentes frente a los reclamos sociales 10.
Sin embargo, los problemas que se presentaron a las democracias latinoamericanas
en los años de la transición no solamente incluyeron la reestructuración político-
institucional o las consecuencias económicas y sociales de los modelos desplegados a la
sombra del neoliberalismo, sino en particular –y a ello refiere nuestra contribución- los
profundos y persistentes efectos que las prácticas represivas de las dictaduras imprimieron
y legaron a las sociedades latinoamericanas.

Transición, derechos humanos y memorias de las dictaduras: el caso argentino

Es conveniente recordar que el Cono Sur latinoamericano fue escenario a lo largo de


la década de 1970 de la instalación de las más sangrientas dictaduras militares que conoció
la región11. El exterminio masivo y el terror institucionalizado se convirtieron en las

9
Al respecto ver ANDERSON, Perry: "Balance del neoliberalismo: lecciones para la izquierda", en Revista
Viento del Sur, Nº 6, México, 1996.
10
No podemos dejar de señalar que en América Latina la revalorización de la idea de democracia en los ‘80
había estado vinculada con un mejoramiento de las condiciones de vida de las masas, que se habían visto
afectadas durante el período dictatorial. El incumplimiento de esta promesa dio lugar a una sensación general
de desencanto de la sociedad respecto de la democracia como tal, que ha sido señalada como uno de los
puntos débiles del proceso democratizador. Ver PORTANTIERO, J. C.: “Revisando el camino: las apuestas
de la democracia en Sudamérica”, en Revista Sociedad, Nº 2, cit. y GARRETON, Manuel: “Repensando las
transiciones...”, cit. Para la conflictiva relación entre democracia y pobreza, ver PETRAS, James: América
Latina: Pobreza de la Democracia y Democracia de la Pobreza, Rosario, Homo Sapiens Ed., 1994.
11
Si bien en Brasil el golpe de Estado se había producido en 1964, será en los años ’70 cuando se consolide
en el área el ciclo de dictaduras militares de nuevo tipo que incluyen a Chile (1973), Uruguay (1973) y
Argentina (1976). Ver al respecto ROUQUIÉ, Alain: El Estado militar en América Latina, Buenos Aires,
prácticas privilegiadas por los Estados militares para restablecer el orden social y político,
generando procesos represivos de vastos alcances que incluyeron muertos y desaparecidos,
campos de concentración, cárceles y exilios12.
El problema de las violaciones a los derechos humanos se configuró como una de
las demandas sostenidas por los sectores opositores ya desde los últimos años de los
regímenes dictatoriales y, asimismo, esta cuestión seguirá ostentando una particular
centralidad en los años de la transición. Por ello, los gobiernos democráticos instalados en
los años ’80 y ’90 no pudieron excluir de sus agendas políticas aquella problemática y
desplegaron un conjunto de estrategias que buscaban dar respuestas y/o clausurar esta
pesada herencia. Las limitaciones de tales estrategias o, en términos de Sznadjer y Roniger,
la incapacidad de los estados para resolver el “legado de las violaciones derechos
humanos” de las dictaduras es lo que explica la vigencia de la demanda hasta la
actualidad13.
Desde una perspectiva comparada, los casos de Chile, Brasil y Uruguay plantean
recorridos diferenciados respecto de la Argentina y ello refiere a los diversos modos en que
se produjeron las salidas de las respectivas dictaduras y el rol de las Fuerzas Armadas en
ese proceso. Los militares chilenos, brasileños y uruguayos tuvieron una mayor capacidad
de imponer un marco jurídico-legal que les garantizó la ausencia de investigación y
penalización por los delitos de lesa humanidad (leyes de amnistía) y, en particular en el
caso de Chile, el mantenimiento de espacios significativos de poder en el contexto
posdictatorial. Los gobiernos democráticos posteriores, aún cuando no negaron la violación

Emecé, 1984; BORÓN, Atilio, "El fascismo como categoría histórica: en torno al problema de las dictaduras
en América Latina", en Estado, capitalismo y democracia en América Latina, Buenos Aires, Imago Mundi,
1991; ANSALDI, Waldo, “Matriuskas de terror. Algunos elementos para analizar la dictadura argentina
dentro de las dictaduras del Cono Sur”, en PUCCIARELLI, Alfredo (coord.), Empresarios, tecnócratas y
militares. La trama corporativa de la última dictadura, Buenos Aires, Siglo XXI Ed., 2004.
12
Véase WEISS FAGEN, Patricia: “Represion and State Security”, en CORRADI, Juan et al., Fear at the
Edge. State Terror and Resistance in Latin America, Berkeley and Los Angeles, University of California
Press, 1992. La estrategia represiva incluyó la coordinación de acciones entre las dictaduras del Cono Sur: el
Plan Cóndor, una operación de contrainsurgencia organizada por los gobiernos de Chile, Argentina, Bolivia,
Brasil, Paraguay y Uruguay, con el objetivo de intercambiar información, vigilar y secuestrar y asesinar
opositores de cualquiera de los países y entregarlos a sus respectivos gobiernos. Vid. ROBIN, Marie-
Monique: “La Operación Cóndor y la Internacional Negra”, en Escuadrones de la muerte. La escuela
francesa, Buenos Aires, Sudamericana, 2005.
13
RONIGER, Luis y SZNAJDER, Mario: El legado de las violaciones de los derechos humanos en el Cono
Sur. Argentina, Chile y Uruguay, Buenos Aires, Ediciones Al Margen, 2005.
a los derechos humanos como una herencia, no sólo sostuvieron las leyes de amnistía
impuestas en dictadura sino que las reforzaron con medidas similares 14.
En contraste, en la Argentina, el desprestigio de las Fuerzas Armadas luego de la
derrota militar en la guerra de Malvinas15, precedida por el deterioro del gobierno producto
de la crisis económica y el amplio eco social que comenzaba a tener el discurso respecto de
la violaciones a los derechos humanos, limitaron la capacidad de los militares de imponer
restricciones al nuevo gobierno democrático instalado hacia fines de 1983. El gobierno del
radical Raúl Alfonsín derogó en la primera semana de gobierno la ley nº 22.924 o “Ley de
Pacificación” sancionada por las Fuerzas Armadas unos meses antes para garantizar la
impunidad de aquellos que habían violado sistemáticamente los derechos humanos en el
país a lo largo de los últimos años16.
Junto con ello se implementaron un conjunto de medidas que incluyeron el Juicio a
las Juntas militares que habían gobernado el país entre 1976 y 1982, así como a los líderes
de las organizaciones político-militares que habían actuado en la Argentina hasta mediados
de los años 70 (Montoneros y PRT-ERP); la reforma del Código de Justicia Militar -que
planteaba la posibilidad de el personal militar involucrado en violación a los derechos
humanos fuese juzgado por tribunales civiles- y la creación de la Comisión Nacional de
Desaparición de Personas (CONADEP), con el objetivo de investigar los delitos cometidos

14
En Brasil la ley de amnistía fue dictada por las Fuerzas Armadas en el poder en agosto de 1979, abriendo
un doble proceso: la posibilidad de amnistía para los exiliados y perseguidos políticos y de absolución de los
represores acusados de delitos de lesa humanidad; la disposición no se modificó en los años posteriores. En
Chile, la ley de autoamnistía de la dictadura (1978) que inhibía las instancias judiciales en el período 1973/78
no fue derogada por el gobierno constitucional, y se vio reforzada por las disposiciones de la constitución de
1980 que mantuvo a Pinochet como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y senador vitalicio. En el
caso de Uruguay, el Acuerdo Naval de 1984 entre los militares y los principales partidos políticos obturó la
investigación de las violaciones a los derechos humanos como prerrequisito para la transición. En esta misma
línea, hacia 1985 el Congreso aprobó la ley de amnistía Nº 15737 que acortaba los términos de
encarcelamiento y liberaba a los condenados por ‘terrorismo político’. Al año siguiente se sancionó la ley de
Caducidad, ratificada en 1989, que extendía la absolución a todos los militares y miembros de las fuerzas de
seguridad implicados en las violaciones a los derechos humanos.
15
La guerra contra Gran Bretaña por la posesión de las Islas Malvinas se extendió entre abril y junio de 1982
y representó un efímero intento de legitimación del régimen militar a través de la apelación al sentimiento
nacionalista, en un contexto donde las protestas sociales y políticas habían comenzado a manifestarse. La
fractura abierta en la institución militar tras la derrota de Malvinas y la abrumadora deslegitimación del
gobierno condujeron a la etapa final de la dictadura y la negociación para el traspaso del mando a un gobierno
civil, que se concretó en diciembre de 1983.
16
Según esta ley se declaraban “extinguidas las acciones penales emergentes de los delitos cometidos con
motivación o finalidad terrorista, desde el 25 de mayo de 1973 hasta el 17 de junio de 1982", y se estipulaba
que sus efectos alcanzarían “a los autores, partícipes, instigadores, cómplices, o encubridores y comprende a
los delitos comunes conexos y a los delitos militares conexos”. Ver Diario Democracia, 23/9/83.
entre 1976 y 1983, que elaboró el Informe Nunca Más. Estas medidas constituyeron un
hecho inédito, en tanto la Argentina se convirtió en el único caso de investigación y
enjuiciamento de los responsables de delitos de lesa humanidad. En el caso del Juicio a las
Juntas, sólo existía como antecedente el Juicio de Nuremberg17, y en lo referido a la
investigación de lo sucedido, la CONADEP –tanto como el Informe Nunca Más- se
configuraron como modelo y ejemplo inaugural de las comisiones de verdad que se
establecieron en varios países latinoamericanos y extra americanos18.
El Juicio a las Juntas se realizó en 1985; se trataron 281 casos de los 709
originalmente ofrecidos por el fiscal y declararon más de 800 personas. El juicio fue oral y
público, congruente con el planteo del gobierno de otorgarle un carácter ‘pedagógico’ y
estuvieron presentes todos los medios de comunicación19. Hacia fin de ese año se dictó la
sentencia por unanimidad, que establecía la prisión perpetua para algunos de los integrantes
de las Juntas, condenas de entre 17 y 3 años para otros, mientras que unos pocos jefes
militares fueron sobreseídos. También se recomendó iniciar procesos penales a cada oficial

17
La diferencia fundamental respecto del caso argentino es que el Juicio de Nuremberg, realizado a la salida
de la segunda guerra mundial y contra los criminales de guerra nazis, fue llevado a cabo por las fuerzas
aliadas y no por el propio estado alemán. Respecto del Juicio a las Juntas puede verse ACUÑA, Carlos H.:
“Lo que el juicio nos dejó”, en Revista Puentes, año 1, nº 2, La Plata, diciembre de 2000. También CAÑON,
Hugo: “Un antes y un después”, en Revista Puentes, año 1, nº 3, La Plata, marzo de 2001.
18
Las llamadas comisiones de verdad tuvieron como objetivo la investigación, relevamiento, registro y
publicidad de las más graves violaciones a los derechos humanos. Como ha sostenido Patricia Funes, su
origen, funcionamiento y carácter varió en los distintos países, pero en todos los casos los informes
elaborados son el registro más sistemático y organizado de aquellos delitos. Algunas fueron iniciativas de los
nuevos gobiernos (Argentina, Chile), otras fueron iniciativas surgidas de la sociedad civil y los organismos de
derechos humanos (el SERPAJ en Uruguay, la Arquidiócesis de San Pablo, el Comité de Iglesias para Ayudas
de Emergencia en Paraguay) o por acuerdo de partes con la mediación de organismos internacionales (El
Salvador o Guatemala). En Brasil, sectores religiosos vinculados a las Iglesias católica y evangélica inician
una investigación en 1979 que concluye en el Informe Nunca Mais, publicado en 1985. En Chile se crea en
1990 y por decreto del Poder Ejecutivo la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, que elaboró el llamado
Informe Rettig. En Uruguay y debido a la ausencia de una política estatal de búsqueda de la verdad y la
justicia, el SERPAJ, con el apoyo de la Comisión Uruguaya de DDHH, fue el encargado de elaborar una
investigación sobre la represión durante el período 1972/85. En El Salvador (1991) y Guatemala (1994/99) las
comisiones de verdad fueron producto de las negociaciones de paz luego de la salida de las guerras civiles.
Vid. FUNES, Patricia: “Nunca Más. Memorias de las dictaduras en América Latina. Acerca de las comisiones
de verdad en el Cono Sur”, en GROPPO, Bruno y FLIER, Patricia (comps.): La imposibilidad del olvido.
Recorridos de la memoria en Argentina, Chile y Uruguay, La Plata, Ed. Al Margen, 2001. Podrían incluirse
aquí los casos más recientes de la Comisión por la Verdad y Reconciliación de Sudáfrica (1995-2000), la
Comisión de Verdad creada por la Corte Suprema de Colombia en 2005 para esclarecer los hechos de la toma
del Palacio de Justicia en noviembre de 1985 y la reciente Comisión Ética Internacional por la Verdad en
Colombia.
19
Si bien no podía ser transmitido en directo, los medios de comunicación se convirtieron en los voceros e
intérpretes del juicio. Inclusive durante meses uno de los periódicos de tirada nacional editó semanalmente un
suplemento que se llamó “El Diario del Juicio” donde se extractaban testimonios, alegatos, etc. El juicio
ocupó la escena pública a lo largo de todo el año 1985.
y soldado que estuviese sospechado de ser responsable de violaciones a derechos humanos,
abriendo la posibilidad de nuevos enjuiciamientos que desbordaban la propuesta inicial del
gobierno de juzgar solamente a los integrantes de las Juntas militares, sin afectar a las
Fuerzas Armadas como institución.
Las presiones militares no se hicieron esperar, el juicio generó malestar en la
institución y corrieron rumores de golpe de Estado. Por su parte, tanto los familiares como
los organismos de derechos humanos iniciaron demandas contra oficiales de menor rango
en la justicia civil. En diciembre de 1986 el gobierno de Alfonsín intentó destrabar la
situación con la Ley de Punto Final -votada por el congreso con una ausencia del 40% de
los legisladores-, que establecía un plazo de 30 días para la presentación de nuevas causas
por violaciones a los derechos humanos y 60 días más para iniciar los juicios, limitando las
acciones penales para el resto de los oficiales.
Esta ley generó un profundo descontento en los organismos de derechos humanos,
que se movilizaron logrando un amplio respaldo social y político. A su vez, tampoco
tranquilizó a las Fuerzas Armadas, endureciendo su oposición al gobierno, y expresándose
en levantamientos militares en los primeros meses de 1987. Ello culminó con una nueva
negociación y el dictado hacia mediados de ese año de la Ley de Obediencia Debida, que
absolvía a los oficiales de cualquier responsabilidad en los hechos de represión pasados.
Las políticas estatales implementadas en el período 1983/87 son representativas de
una etapa tan significativa como efímera en la historia reciente argentina, clausurada por las
llamadas leyes de impunidad. Estas políticas permitieron, por un lado, que el Estado
asumiera la demanda de verdad y justicia sostenida por los organismos de derechos
humanos y, por otro, que la sociedad argentina conociese los delitos cometidos por las
fuerzas represivas y se configurara una particular memoria de la dictadura asociada con la
condena a estos hechos.
El informe de la CONADEP, que recopiló datos respecto de casi 9000 detenidos
desaparecidos, centros clandestinos de detención y represores, fue el primer documento
oficial en el cual se aceptaba la existencia de violaciones a los derechos humanos durante la
dictadura y tuvo un rol central en la introducción del tema en la agenda pública, tanto como
en la conformación de un amplio consenso para llevar adelante la penalización a los
responsables de delitos de lesa humanidad. En el prólogo al informe Nunca Más se plasmó
una de las representaciones dominantes respecto del pasado dictatorial, conocida con el
nombre de “teoría de los dos demonios”, que a la par del reconocimiento del terror de
Estado, postulaba que la dictadura había sido el producto de un enfrentamiento entre dos
bandos con iguales responsabilidades, donde los “excesos” y los castigos debían repartirse
en forma equitativa, mientras que una sociedad víctima y ajena había asistido pasivamente
al enfrentamiento entre los grupos en pugna 20. Esta visión devino hegemónica durante los
’80, sustentando tanto el Juicio a las Juntas como las leyes de Punto Final y Obediencia
Debida del alfonsinismo y, como veremos, persistió durante la década siguiente.
Es conveniente señalar que esta memoria “dominante” fue puesta en cuestión por
otras memorias. En primer lugar, por los propios militares, quienes sostuvieron que lo
sucedido en la Argentina había sido una “guerra”, desencadenada por una “agresión
subversiva” y en la cual las Fuerzas Armadas habían intervenido victoriosamente21. Y, por
otro lado, por los organismos de derechos humanos, los familiares y los sobrevivientes,
quienes cuestionaron la interpretación propuesta por el prólogo del Nunca Más, la
pretensión de cerrar el pasado y la deserción del Estado en la penalización de los delitos de
lesa humanidad. La clausura del ciclo abierto en 1983, las políticas diseñadas por el Estado
a partir de 1987/89 y el 20º aniversario del golpe de Estado (1996) abrieron una nueva
etapa en la cual el discurso y las prácticas de los organismos de derechos humanos se
modificaron sustancialmente, incidiendo en el escenario político y social argentino.
La asunción del gobierno peronista de Carlos Menem a principios de 1989
profundizó la política regresiva inaugurada por las leyes de impunidad. La manifestación
más clara de ello fueron los indultos otorgados a los comandantes de las Juntas Militares,
condenados en el marco del Juicio a las Juntas, y a los líderes de las organizaciones
armadas que habían actuado en los años 70, evidenciando con contundencia una

20
Ver Informe Nunca Más, varias ediciones. En este sentido debe comprenderse el juzgamiento en paralelo de
las cúpulas militares y las dirigencias de las organizaciones guerrilleras propiciada por el gobierno de
Alfonsín hacia fines de 1983. Para el tema puede verse FEIERSTEIN, Daniel: El genocidio como práctica
social. Entre el nazismo y la experiencia argentina, Buenos Aires, F.C.E., 2007, en particular el Capítulo VII y
CRENZEL, Emilio: La historia política del Nunca Más. La memoria de las desapariciones en la Argentina,
Buenos Aires, Siglo XXI ed., 2008.
21
Esta perspectiva se configuró como discurso dominante durante todo el gobierno militar, se reiteró en los
argumentos de la defensa de los imputados en los diversos procesos judiciales a partir del Juicio a las Juntas y
se mantiene vigente hasta la actualidad en el plano político y judicial, sostenido por los militares y sus
legitimadores. Ver al respecto LORENZ, Federico: ““Recuerden argentinos”: por una revisión de la vulgata
procesista”, en Revista Entrepasados, Nº 28, Buenos Aires, 2005.
perspectiva que no sólo ubicaba a los dos “demonios”, sino que los equiparaba en culpas y
perdones22. El eje del discurso gubernamental, tanto durante el período menemista como en
los años del gobierno radical de Fernando de la Rúa (1999/2001), se orientó a la
“reconciliación” y la “pacificación”, con el argumento de que las posiciones “duras” podían
llevar –en palabras de las Fuerzas Armadas- a “reabrir viejas heridas, contrariando la
voluntad de pacificación de la mayoría y la política de conciliación avalada por todos los
sectores de la sociedad a través de la historia de los últimos años”23. Ello colocó a la
Argentina en una senda similar a lo que estaba sucediendo en el resto de los países del
Cono Sur, que –como señalamos- habían eludido la penalización de los delitos de lesa
humanidad.
Se ha sostenido que la conmemoración del 20º aniversario del golpe de Estado abrió
una nueva etapa en los recorridos de la memoria en la Argentina. En ello incidieron varias
cuestiones: por un lado, las declaraciones de un militar “arrepentido”, Adolfo Scilingo,
quien reconoció la eliminación de opositores a través de los llamados “vuelos de la
muerte”24 rompiendo el pacto de silencio mantenido por las Fuerzas Armadas hasta
entonces y, más tarde, la autocrítica del comandante en jefe de las Fuerzas Armadas,
General Martín Balza, realizada públicamente en 1996, donde se reconocían las
responsabilidades y delitos cometidos por miembros de la institución. Por otro lado, el
movimiento de derechos humanos se vio conmovido por la aparición de nuevos actores,
portadores de nuevas prácticas y discursos, que respondían a la crisis de los canales
tradicionales de expresión del movimiento. Este es el caso de HIJOS –constituido por una
nueva generación, los hijos de los detenidos-desaparecidos25- y las agrupaciones de

22
En ese año se suspendieron los pocos juicios que aún se tramitaban a algunos militares por orden del
ministro de defensa, Italo Luder. Asimismo y congruente con el planteo de “reconciliación” se implementaron
medidas “reparatorias” como la ley de resarcimiento, por la cual se indemnizaba a familiares de
desaparecidos. Otras iniciativas, como el rechazado proyecto de derrumbar el edificio de uno de los mayores
centros clandestinos de detención -la Escuela Superior de Mecánica de la Armada, ubicada en Buenos Aires-,
ilustran también este recorrido.
23
Diario Clarín, 12/01/98, www.clarin.com.ar
24
Véase VERBITSKY, Horacio, El vuelo, Planeta, Buenos Aires, 1995. Los “vuelos de la muerte”
trasladaban prisioneros provenientes de centros clandestinos de detención y adormecidos por calmantes, que
eran arrojados vivos al mar. Este hecho era conocido por los organismos de derechos humanos y había sido
denunciado en el informe Nunca Más, sin embargo el impacto social y político que tuvo la “confesión” de
Scilingo se debió a que era la primera vez que se conocía un relato de esta naturaleza de boca de uno de los
perpetradores.
25
Los hijos introdujeron una nueva modalidad de protesta: el “escrache”, que implicaba señalar públicamente
a los represores que vivían en libertad en distintas ciudades del país, ubicando sus lugares de residencia y
sobrevivientes del accionar represivo, que se instalaron con fuerza en el espacio público y
social y ayudaron a configurar un relato nuevo respecto del pasado reciente argentino.
Si en los años ‘80 y vinculado con el Nunca Más y el Juicio a las Juntas, la memoria
del pasado dictatorial había estado asociada a la condena al terrorismo de Estado y a la
búsqueda de verdad y justicia como condición de profundización de la democracia en la
Argentina, en los ‘90 se incorporaron nuevos ejes. Uno de ellos refirió a repensar y
revalorizar las experiencias de los militantes revolucionarios de los años 60 y 70 –el sector
hacia el cual se dirigió primordialmente el terror estatal-, considerando que los detenidos-
desaparecidos no portaban únicamente el carácter de víctimas de la represión, sino también
identidades políticas e ideológicas definidas. Ya no se trataba entonces de una condena en
bloque a un pasado de violencia política generalizada, sino de una recuperación parcial de
las luchas sociales y políticas de los años predictatoriales. Otro de los nuevos elementos
refirió a la incorporación en el discurso de algunos organismos de derechos humanos de los
efectos sociales de las políticas de ajuste y exclusión implementadas por la dictadura y los
gobiernos democráticos posteriores (con sus secuelas de desocupación y pobreza), que
inicialmente no habían estado en su agenda.
Por otro lado, la acción de los organismos de derechos humanos se tradujo en
diversas iniciativas que tenían por objetivo preservar la memoria de la dictadura y que
incluyó la realización de conmemoraciones y homenajes, la colocación de placas en
cementerios y otros espacios públicos (facultades, escuelas, ex centros de detención
clandestinos) o los intentos de recuperación de sitios emblemáticos vinculados al ejercicio
de la represión en diversas ciudades del país26.
Estas reformulaciones en los discursos y las prácticas de sectores vinculados a la
defensa de los derechos humanos adquirieron un mayor eco social en el contexto de crisis y
conflictividad que se verificó hacia el final del gobierno de Carlos Menem y los años

denunciado su involucramiento en el accionar represivo. La consigna de tal metodología era: “si no hay
justicia, hay escrache”. Asimismo la acción no se limita al repudio frente al domicilio sino que se busca
realizar en el barrio y la ciudad un trabajo previo de información y concientización a través de afiches con la
foto, domicilio, teléfono y la descripción de actos aberrantes cometidos por los acusados a fin de señalar a la
persona que ha participado de los crímenes y no ha sido condenada judicialmente.
26
Ello se verificó, por citar algunos casos relevantes, en la instalación hacia el año 2001 del primer Museo de
la Memoria a nivel nacional en la ciudad de Rosario, iniciativa que anticipó lo que sucedería con el edificio de
la ESMA en la ciudad de Buenos Aires, o en la recuperación del edificio y los archivos de la ex Dirección de
Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (DIPPBA) en la ciudad de La Plata, gestionados por
la Comisión Provincial por la Memoria.
siguientes y, particularmente, en la coyuntura de fines del año 2001. En ese momento, los
elevados índices de desocupación y pobreza que afectaban a los sectores de menores
ingresos, se sumaron al descontento de los sectores medios perjudicados por las medidas
económicas del gobierno y produjeron una inédita y multitudinaria protesta social que
provocó la renuncia del presidente Fernando de la Rúa. La profunda crisis política, social y
económica que se desplegó entonces no se expresó en discursos antidemocráticos, sino en
una trama ideológica y política que recorrió la sociedad argentina y que, junto con el
descrédito y falta de representatividad de los partidos políticos tradicionales (el slogan fue
“que se vayan todos”), renovó la condena a la dictadura y sus herencias.
Un aspecto más que nos interesa considerar es el que refiere a los recorridos
judiciales que se habilitaron luego de las Leyes de Punto Final y Obediencia Debida -que
habían cerrado los canales para juzgar y castigar los delitos de lesa humanidad-. Desde los
organismos de derechos humanos y especialmente por acción de los abogados vinculados a
ellos, se buscaron resquicios jurídicos que permitieran la reapertura de causas penales a los
represores. Estos incluyeron distintos frentes de acción judicial.
En primer lugar, los juicios realizados en el extranjero a represores argentinos como
el caso de Adolfo Scilingo en España (1996) 27, los pedidos de extradiciones desde países
como Italia, Francia o Alemania y el impacto del caso Pinochet (1998)28, tuvieron una
fuerte repercusión en la Argentina, obligando al gobierno nacional a definir su política

27
Si bien ya había existido un proceso judicial en el extranjero -en Francia se había juzgado al ex marino
Adolfo Astiz por la desaparición de dos monjas francesas en 1990-, la causa Scilingo señalaba algunas
diferencias. La denuncia se radicó “por los delitos de genocidio, terrorismo y torturas cometidos a lo largo de
las dictadura contra decenas de miles de ciudadanos, entre los cuales había españoles y descendientes de
españoles”, ver URBANO, Pilar: Garzón. El hombre que veía amanecer, Barcelona, Plaza & Janes, 2000, pp.
485/486.
28
En octubre de 1998 y en el marco de un viaje a Londres de Augusto Pinochet, el juez español Baltasar
Garzón emitió una orden de arresto internacional contra él basándose en los distintos tratados internacionales
firmados por España. El reconocimiento de la legitimidad de ese pedido por parte de las autoridades británicas
llevó a la detención del ex dictador chileno por 17 meses, siendo liberado por “razones de salud” y regresando
a Chile en marzo del año 2000. Esta situación constituyó no sólo un punto de inflexión en la justicia chilena
respecto del tratamiento de los crímenes de la dictadura, sino que generó nuevas estrategias políticas como la
creación de la Comisión Nacional sobre la Tortura (que desarrolló el informe Valech, 2004) y la reapertura
en Chile del debate social sobre el pasado reciente. Al respecto ver PÉROTIN-DUMON, Anne: “El pasado
vivo de Chile en el año del Informe sobre la Tortura”, Nuevo Mundo Mundos Nuevos, Debates, 2005, [En
línea], http://nuevomundo.revues.org//index954.html. Cabe señalar que, a excepción de Argentina, en el resto
de los países del Cono Sur no había existido en los años inmediatamente posteriores a la dictadura un intento
de penalización a los represores en los países del Cono Sur y la demanda de justicia se vio clausurada hasta
finales de la década del ’90 cuando estas causas iniciadas en el extranjero habilitaron la acción de la justicia
internacional y propiciaron el inicio de demandas locales anteriormente inexistentes.
respecto de la extradición de los represores29 y contribuyendo a renovar los debates sociales
y políticos en torno al tema en el país. Como ha sostenido Ludmila da Silva Catela, “los
juicios internacionales cuestionan las decisiones nacionales y se oponen a la conspiración
de silencia pretendidamente creada por decretos y leyes. Así contribuyen a preservar
jurídicamente y reproducir la memoria de las víctimas, más allá de las fronteras
nacionales”30.
En segundo lugar debe reseñarse el desarrollo de estrategias jurídicas locales, como
el procesamiento de represores por la apropiación de bebés nacidos en cautiverio de sus
madres detenidas-desaparecidas, que no había estado previsto en las leyes y perdones
otorgados a los militares31. A partir de 1995 se iniciaron además los llamados Juicios por la
Averiguación de la Verdad Histórica –surgidos gracias a la reforma de la Constitución
Nacional de 1994 que en su artículo 93 incluía el derecho de habeas data- que permitía, sin
abrir causas penales, que los familiares de desaparecidos solicitaran a través de
procedimientos jurídicos la investigación de las circunstancias de la desaparición de las
víctimas32. Incluso a sabiendas de que estos juicios no tendrían imputaciones ni condenas
ya que las leyes de impunidad lo impedían, el fin último de quienes llevaron adelante tales
emprendimientos judiciales era mantener vigente el reclamo de verdad y justicia, hasta
conseguir la anulación de las leyes de impunidad y juzgar a los responsables de aquellos
delitos.

29
El argumento de los gobiernos de Menem y de la Rúa –que inclusive fue aceptado por la oposición- era que
los juicios no podían realizarse fuera de la Argentina ya que violaba el principio de territorialidad y soberanía.
En 1998 Menem firmó un decreto por el cual se dispuso la no colaboración en juicios de esta naturaleza y a
fines del año 2001, y tratando de frenar las numerosas demandas internacionales, el presidente de La Rúa
firmó un decreto en el cual estableció que a partir de ese momento la Cancillería rechazaba todo pedido de
extradición, marcando la continuidad de políticas con el gobierno anterior.
30
DA SILVA CATELA, Ludmila: No habrá flores en la tumba del pasado. La experiencia de reconstrucción
del mundo de los familiares de desaparecidos, La Plata, Ediciones Al Margen, 2001, p. 250.
31
Estas causas se iniciaron en 1996 y dos años después se dictó prisión preventiva a varios militares por ese
delito, muchos de los cuales habían sido indultados en 1989. Encabezaban la lista Jorge Videla, Reynaldo
Bignone, Eduardo Massera, Cristino Nicolaides, Rubén Franco, Jorge Acosta, Antonio Vañek y Héctor
Febres.
32
A partir del primer fallo de la Corte Suprema de Justicia en el caso Arteaga, en las distintas Cámaras
Federales -Bahía Blanca, La Plata, Córdoba, Santa Fe, etc.- se iniciaron Juicios por la Averiguación Histórica
convocándose a testigos y solicitando información a organismos públicos o privados. Respecto de estas
causas puede consultarse CELS: Derechos Humanos en la Argentina. Informe anual enero-diciembre de 1998,
Buenos Aires, Eudeba, 1999 [En línea] http://www.cels.org.ar/Site_cels/publicaciones/informes_pdf/1998,
también BRUERA, Matilde y FERNÁNDEZ ACEVEDO, Isabel: “Los Juicios de la Verdad en la
recuperación por la Verdad Histórica”, en GODOY, Cristina (comp.): Historiografía y Memoria colectiva.
Tiempos y Territorios, Bs. As, Miño y Dávila, 2002.
Los avances en la órbita judicial se expresaron con mayor firmeza a partir del año
2001, cuando el juez Cavallo declaró inconstitucionales las leyes de Punto Final y
Obediencia Debida y a la desaparición como un crimen de lesa humanidad. En el año 2003
el Congreso Nacional declaró la nulidad de ambas leyes, argumentando que el mismo
órgano que las dictó tenía facultades para anular tal acto; a su vez, en el año 2005 la Corte
Suprema de la Nación ratificó la inconstitucionalidad de tales normas. Estas medidas
posibilitaron la reapertura de causas que habían permanecido cerradas y el inicio de nuevas
acciones legales y culminaron con la imputación y, en contados casos, la condena de los
perpetradores33. A ello debe sumarse la identificación de restos óseos de desaparecidos por
antropólogos forenses en distintos lugares del país34 y, por ende, el esclarecimiento de
algunas dinámicas del accionar represivo, y a partir del año 2003, la implementación de una
política de derechos humanos que exhibe importantes contrastes con la que dominó en casi
las últimas dos décadas de gobiernos democráticos.
El gobierno del peronista Néstor Kirchner (2003/07) y la actual gestión de la
presidenta Cristina Fernández de Kirchner (iniciada en 2007), se inscriben así en una nueva
fase en las políticas de memoria del Estado argentino. Esta etapa, que se acompasa con los
recorridos judiciales y los cambios en los discursos sociales en torno a la memoria de la
dictadura, se delineó en un conjunto de medidas reparatorias que incluyeron el sacar de
exhibición los cuadros de los jerarcas de la dictadura de las paredes del Colegio Militar, la
expropiación y entrega del edificio de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) a
organismos de derechos humanos como espacio de memoria y las disculpas ofrecidas en
nombre del Estado nacional “por la vergüenza de haber callado durante veinte años de
democracia por tantas atrocidades”35.
Una de las principales novedades en este sentido fue el cambio de actitud de la
mayor parte de los organismos de derechos humanos, quienes modificaron su perfil crítico
a las diversas gestiones gubernamentales y sus políticas de memoria desde el inicio de la
transición, convirtiéndose desde el año 2003 en uno de los principales apoyos del gobierno

33
Tal es el caso del juicio al ex comisario Miguel Etchecolatz en la ciudad de La Plata, quien fue condenado
en 2006 a reclusión perpetua por delitos de lesa humanidad cometidos en el marco de genocidio; el del
sacerdote Christian Von Wernich, sentenciado a reclusión perpetua por crímenes de lesa humanidad o el
juicio, actualmente en marcha, al ex teniente general Luciano Benjamín Menéndez en la ciudad de Córdoba.
34
Ver especialmente EAAF: Annual Report 2005, Informe anual del Equipo Argentino de Antropología
Forense, Buenos Aires-New York, 2005.
35
Diario Página 12, 24/03/04.
nacional. Asimismo, estas políticas estatales y especialmente la apertura de procesos
judiciales a los represores, generaron la aparición en el espacio público de nuevos
organismos de la derecha –constituidos mayoritariamente por familiares de represores y
militares-, que se nuclearon tras la consigna de “memoria completa” y reinstalaron el
discurso militar de reinvindicación de lo actuado por las Fuerzas Armadas en los años de la
dictadura. Estos sectores, cuyos antecedentes pueden rastrearse desde las primeras etapas
de la transición en organismos como Familiares de Muertos por la Subversión (FAMUS),
representan a grupos minoritarios que lejos de instalar un debate sobre el pasado se
preocupan en particular por cerrar las nuevas instancias judiciales36.
Estas distintas fases o ciclos de memoria y de políticas de memoria planteadas en el
caso argentino, son ilustrativas de la continuidad en el presente de las herencias del pasado
dictatorial. La constante reactualización social y política de estos debates a lo largo de dos
décadas y media de gobiernos democráticos, han mostrado la imposibilidad de clausurar y
cristalizar la memoria del período. Y si bien lo sucedido en los otros países del Cono Sur
fue en varios sentidos diferente, la vigencia del problema de las violaciones a los derechos
humanos y de la demanda de verdad y justicia que emergió con fuerza en los últimos años,
permiten pensar que la pretensión de “cerrar” el pasado de horror se revela como imposible.

A modo de cierre

Las transiciones en los países del Cono Sur representaron procesos de ruptura, en
tanto implicaron cambios político-institucionales, al tiempo que exhibieron continuidades
con el pasado dictatorial que condicionaron de diversos modos a las nuevas democracias.
En el contexto general de las transiciones, se plantearon un conjunto de problemas comunes
así como recorridos diferenciados en los ritmos y etapas del proceso de democratización y,
en particular, en el modo en que enfrentaron y/o resolvieron su relación con ese pasado.
El caso de la transición argentina permite constatar que, en ese marco de ruptura con
el pasado dictatorial, la condena a las violaciones a los derechos humanos adquirió un lugar
significativo en el proceso de redemocratización. En ese sentido, ha sido vista como un

36
Ejemplo de ello son la Asociación de la Víctimas del Terrorismo en Argentina (ATV), Familiares y Amigos
de Víctimas del Terrorismo (FAViTe), Memoria Completa o Grupos de Amigos por la Verdad Histórica.
modelo de proyección internacional en cuanto al tratamiento de la problemática, tanto en el
caso del papel de los organismos (señaladamente el caso de las Madres de Plaza de Mayo)
como en lo referido a las políticas de memoria implementadas en distintos momentos por el
Estado argentino. Aún con las limitaciones mencionadas, estos recorridos se explican no
sólo por la debilidad de las Fuerzas Armadas como institución o la voluntad política de
algunos gobiernos de abordar el problema de las violaciones a los derechos humanos, sino
por el amplio eco social que la demanda de verdad y justicia ostentó desde los años de la
transición y que se configuró como una memoria socialmente “dominante”. La temprana
condena a la dictadura y sus herencias, renovadas con fuerza en los últimos años, se
establecieron, desde nuestra perspectiva, como un elemento central en la experiencia
argentina que permite comprender tales recorridos.
En contraste, en el resto de los países del Cono Sur la transición articuló otro tipo de
respuestas frente al problema de los derechos humanos. Uno de los postulados presentes en
esas experiencias -y, podríamos agregar, en el caso español- refirió a la necesidad de no
revisar el pasado dictatorial como requisito de la transición y la estabilidad democrática. En
Chile, Brasil y Uruguay predominaron unas políticas estatales que apuntaban al olvido y la
impunidad de los represores con el argumento de que, en sociedades que emergían de
procesos represivos a gran escala, era necesaria la “reconciliación” y la “pacificación”. La
posibilidad de sostener estas políticas tuvo que ver con que las violaciones a los derechos
humanos no se constituyeron, al menos en los primeros años de transición, en una demanda
social que excediera a las personas “directamente afectadas” por el terror estatal. Por otro
lado, ello daba cuenta de fracturas sociales más profundas respecto de la evaluación de ese
pasado dictatorial, en tanto porciones significativas de esas sociedades siguieron valorando
positivamente o al menos no cuestionaron o denostaron a las Fuerzas Armadas y sus
gestiones gubernamentales.
Sin embargo, y dando cuenta de la presencia del tema en la agenda política de esos
gobiernos, la demanda de verdad y justicia fue incorporada parcialmente con la creación de
comisiones de investigación –oficiales o extraoficiales-. Por su parte, la penalización de las
violaciones a los derechos humanos sólo se habilitó tardíamente –hacia finales de la década
del ‘90- cuando la justicia internacional se involucró con el argumento de que aquellos eran
crímenes de lesa humanidad, reabriendo el debate en las propias sociedades y planteando la
posibilidad de nuevas vías judiciales.
Como decíamos al inicio, y aún considerando la diversidad de experiencias
presentes en los países del Cono Sur, el problema de las violaciones a los derechos
humanos como herencia de los pasados dictatoriales se reveló como ineludible para los
distintos gobiernos democráticos y mostró su persistencia desde los años de la transición
hasta nuestros días. Por ello, el estudio de las transiciones requiere considerar –además de
las dificultades para lograr la estabilidad institucional o las debilidades que devinieron de
una coyuntura económico-social crítica- los modos en que los regímenes democráticos se
enfrentaron o asumieron ‘responsabilidades’ frente a aquel pasado. En nuestra perspectiva,
la persistencia de esos legados y las limitaciones en las respuestas gubernamentales
representan una deuda que refuerza el carácter incompleto de las experiencias
democráticas.

También podría gustarte