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INTRODUCCIÓN

Necesito disculparme. Este libro está empapado de recuerdos, de recuerdos lejanos. Procede,
por consiguiente, de una fuente sospechosa, y como tal debe ser defendido contra sí mismo.
Por lo tanto está preñado de consideraciones más que de recuerdos, se apoya más en las
circunstancias tal como hoy están que la crónica retrospectiva. Además, los datos que contiene
están reforzados en gran medida por la imponente literatura sobre el tema del hombre hundido
(o «salvado») que se ha ido formando, incluso con la colaboración, voluntaria o involuntaria de
los culpables de entonces; y en ese «corpus» las concordancias son abundantes, las
discordancias despreciables. En cuanto a mis recuerdos personales y a las pocas anécdotas
inéditas que he citado y citaré, las he cribado todas diligentemente: el tiempo las ha decolorado
un poco, pero están en estrecha armonía con el fondo del tema y me parecen indemnes a las
desviaciones que he descrito.
Primo Levi (1986): Los hundidos y los salvados.

Si mi memoria no me engaña, me parece recordar que fue Ramón del Valle-Inclán quien escribió que las cosas no
son como las vemos, sino como las recordamos. Lamentablemente, he olvidado en cuál de sus obras hace esta
afirmación. O ¿tal vez era en una entrevista?... No tiene demasiada importancia. Lo relevante, quizás, es que ésta
afirmación podría haberla subscrito Frederic C. Bartlett sin apenas objeciones...

Estoy persuadido que, en el marco de la Psicología Social, la verosimilitud que ostenta la afirmación de Valle-Inclán,
para muchos psicólogos y psicólogas sociales, empieza a estar bajo sospecha cuando se identifica al enunciador. No
expreso ninguna novedad al decir que la validez de las enunciaciones no sólo se desprende de su formulación, sino
también de la posición desde la que se produce la enunciación. Asumiendo el riesgo de la simplificación, considero
que la diferencia entre un enunciador y otro consiste, en este caso, en establecer su posición en el ámbito de lo
científico o en el ámbito de lo literario. Sin embargo, ambas posiciones no vienen avaladas por su mayor o menor
aproximación a la realidad o a la verdad sino por su vínculo con modalidades discursivas y por las relaciones de
poder. Tanto lo científico como lo literario está condicionado por exigencias poéticas y retóricas. Ninguno de los dos
discursos puede acreditar el privilegio de hablar desde un metanivel que le permita reivindicar un más alto grado de
objetividad. Tampoco pueden demostrar su mayor verosimilitud entre la palabra y el objeto de que tratan. Sin
embargo, ambos discursos son diferentes y la veracidad que denotan es distinta.

En este instante, mi posición es la de encontrarme en tierra de Nadie. Pero, en este caso, nadie, no es un pronombre
indefinido, no se refiere a ninguna persona, sino al territorio en el que se autorizan o desautorizan los discursos, en
cuyo espacio no se manifiestan las personas, sino las palabras y las disciplinas. Debo acreditar si mi discurso es
valleiclaniano o es bartlettiano. Podría hacer una declaración de principios y alinearme en uno de los dos. Sin
embargo, no es éste mi deseo. Pero, aunque lo fuese, creo que tampoco sería posible. En efecto, si la observación de
Michel Foucault es adecuada existe un tipo de procedimientos de control de discursos que tratan de "...determinar las
condiciones de su utilización, de imponer a los individuos que los dicen un cierto número de reglas y no permitir de
esta forma el acceso a ellos, a todo el mundo. Enrarecimiento, esta vez, de los sujetos que hablan: nadie entrará en el
orden del discurso si no satisface ciertas exigencias o si no está, de entrada calificado para hacerlo." (Foucault, 1970:
32). En esto deviene, de algún modo, el arduo proceso de elaboración y escritura de un libro: intentar franquear la
entrada que permita la incorporación al orden del discurso.

Hay efectos no previstos en el proceso de reflexión y análisis que conduce a la escritura de un texto. Mi interés por el
estudio de la construcción de la memoria y el deseo de compartir mis argumentos a través de la escritura, me han
convertido autor. Etimológicamente, un autor o autora es un/a creador/a, es el/la responsable o el/la causante de una
obra. Pero también, no debemos olvidarlo, el/la ejecutor/a de un delito. No es una prevención el recurrir a la etimología
para clarificar el concepto. Más bien al contrario: sé que debo asumir que, de algún modo, con mi trabajo, con el
conocimiento que he elaborado, contribuyo, no sólo, a la creación de una realidad social mediante la producción y
reproducción del saber sino que, asimismo, contribuyo a la sofisticación de los dispositivos de poder. Si bien es cierto
que mi pretensión es cuestionar determinadas versiones de la realidad, no soy menos responsable, no soy menos
autor.

Huyendo de toda pretenciosidad, engreimiento y clasismo, sé que no soy cualquier persona. Sé que se me permite el
acceso a esta región del discurso porque se supone que soy un psicólogo social. También sé, que mi único aval es mi
declaración: soy psicólogo social porque con mis prácticas hago Psicología social. Pero, ¿qué implican estas
prácticas? Sería demasiado prolijo dar una respuesta a esta cuestión. Creo que la mejor manera de hacerlo es que el
lector o la lectora trate de componer por sí mismo/a una respuesta tras el recorrido o recorridos que pueda o quiera
hacer a través del texto.

Sin embargo, ser psicólogo social no significa, para mí, marcar distancias entre la sociedad y mi trabajo. Más bien al
contrario. Si se me pide que prescinda, por unos instantes o cuando realizo mi labor, de mis valores, de mis creencias,
de mi ideología; que, en definitiva, me aleje de las relaciones humanas, debería concluir aquí; o bien, obrar
recurriendo a esas otras estrategias que también nos configuran como genuinamente humanos: la desobediencia, la
indisciplina, la resistencia...

- Buscando una metáfora en la literatura


De argumentar, de justificar... del lenguaje se trata, de su carácter formativo y de la virtualidad que tiene para crear
realidades. Por ello no me resistiré a la tentación de establecer una analogía entre la literatura y la memoria. Más
concretamente, entre una obra literaria y la memoria.

Habitualmente se define el conocimiento científico como aquel que trata de dar cuenta, adecuada y cabalmente, de la
realidad. O dicho de otra manera, la función del conocimiento científico es representar correctamente la realidad,
distanciándose de cualquier condicionamiento ideológico, afectivo o axiológico. En contraposición, se ha presentado a
la literatura (la novela, la poesía o el teatro) como medio idóneo para la representación de emociones, pasiones y
otras circunstancias humanas. En mi opinión, ambas categorizaciones carecen de sentido. De manera sumaria puede
decirse, que ni la ciencia está tan desprovista de ideología, valores, creencias y pasiones como tampoco la literatura
los contiene como elementos constitutivos que le confieran su identidad. No obstante, incurriría en un exceso
uniformizador si tratase de equiparar o igualar ambos discursos; aunque, conviene precisarlo, las diferencias no
radican en la verdad o autenticidad que se comunica con cada uno, sino en la utilización de toda una gama de
procedimientos retóricos que los singularizan y, sobre todo, en los efectos que mediante esta utilización consiguen
producir. LA ESCRITURA SOBRE LA MEMORIA SE ENCUENTRA EN UN LUGAR ENTRE LA CIENCIA Y LA
LITERATURA. CREO QUE NO EXPLICITA BIEN PORQUÉ.

Entre las características diferenciales de lo que convencionalmente se denomina literatura, destaca la utilización
inhabitual o inusual del lenguaje y el aprovechamiento de las posibilidades formativas que éste permite. Mediante el
lenguaje, no sólo se pueden crear y recrear mundos verosímiles, reales, posibles e imposibles, sino que,
precisamente, es mediante la literatura como mejor se pone de manifiesto el funcionamiento y las operaciones que
permiten las prácticas comunicativas «en la realidad» (por ejemplo, a través de la creación de la referencialidad,
elaboración de sentido, la producción de efectos de verdad, etc.) dejando al descubierto las formas cómo se
construyen y de cómo funcionan las consideradas producciones naturales. La literatura puede descansar sobre la
ficción y/o sobre la realidad, puede ser ficción o puede ser realidad: poco importa. La utilización que del lenguaje se
hace en la literatura puede intentar tratar de crear una representación exacta y/o aproximada de la realidad o, puede
prescindir de esta pretensión, pero favorece el tensionamiento entre discursos y, eventualmente, puede colaborar en
la ruptura (aunque, en ocasiones, no sea más que otra forma de contribuir) de las certidumbres de la convención a
través de la creación de otros mundos, de otras realidades...

Con independencia de los argumentos que contiene y las lecturas que puedan hacerse 1, Rayuela me sugiere una gran
similitud a cómo se desarrolla, se desenvuelve, se organiza y funciona la memoria. Admito que desde hace muchos
años Julio Cortázar me tiene incondicionalmente fascinado. Creo que fue a mediados de los setenta cuando descubrí
Rayuela y, desde entonces es una de las novelas que más veces he leído y que más veces he regalado, persiguiendo
poder compartir emociones, conocimientos y prolongar las conversaciones con mis amigos/as más allá de los
habituales encuentros. Con frecuencia, releo sus páginas y, a pesar de ello, siempre acaba sorprendiéndome.
Incluso he llegado a pensar que esta novela sería un estupendo manual de Psicología Social o una excelente
introducción al estudio de la metodología cualitativa. Sin embargo, debo reconocerlo, hasta este momento nunca se
me había ocurrido asociarla con la memoria2.

Rayuela es una novela explícitamente intertextual3, tanto en sus contenidos como en su estructura formal. Las
referencias directas e indirectas a otras obras, la diversidad temática, las relaciones y vinculaciones entre los asuntos
que incorpora, etc., así lo dejan patente. Pero además, lo es, por su estructuración como obra abierta, en la que Julio
Cortázar opta por seguir un orden surgiendo del caos que obliga al lector/a a comprometerse en y con la lectura, a
tomar parte activa. Asimismo, es notable el margen de indeterminación, la permanente incógnita sobré qué
acontecerá, no únicamente en lo que se refiere a la evolución de los acontecimientos, sino al papel que el/la lector/a
(¿interlocutor/a?) tiene en la obra4.

1
Estoy en deuda con la edición y la introducción que ha hecho Andrés Amorós de esta novela.
2
Confío que esta asociación no sea el resultado de un delirio producto de una fijación obsesiva con el tema.
3
Julio Cortázar no comenzó a escribir la novela por el primer capítulo, sino por el 41. Asimismo, fue a partir del capítulo 62 de
Rayuela que escribió 62, modelo para armar.
4
La novela está dividida en dos partes (según Julio Cortázar, la novela son muchos libros, pero, sobre todo son dos). La primera
parte está conformada por los capítulos 1 al 56 (Del lado de allá) y se lee conservando el orden de los capítulos, establecido de la
forma correlativa habitual. La segunda parte, se inicia en el capítulo 73 y, siguiendo un tablero de dirección y/o la numeración que
figura al final de cada capítulo, permite organizar un orden de lectura que incluye capítulos nuevos (del 57 al 155: De otros lados -
capítulos prescindibles) y la relectura de todos los capítulos de la primera parte, excepto el 55, que aparece incorporado en el 133 y
¿Por qué establezco ahora esta analogía? Las razones son múltiples e intentaré exponerlas con el máximo de
brevedad, casi telegráficamente, porque ilustran lo que intentaré desarrollar en las próximas secciones.
Pero es intertextual por otras razones. Además de desarrollar un argumento y producir una novela, Rayuela es una
reflexión de cómo Julio Cortázar va escribiendo la obra. Con otras palabras, explica lo que hace y lo hace. Como la
memoria, en la que no sólo se compone una narración o se establece una conversación sobre el pasado, sino que, se
justifica cómo se construye, cuáles son las claves para interpretarlo, cómo debe entenderse y cuáles son las
credenciales que avalan su verosimilitud. LA ESCRITURA SOBRE LA MEMORIA NO SOLO ES CONTAR SOBRE EL
PASADO, SINO CÓMO SE LLEGA A CONTAR ESE PASADO.

En Los capítulos prescindibles de la obra es donde Julio Cortázar explica lo que hace, pero también incorpora
extractos, citas, poemas, anotaciones de las obras de otros/as autores/as o de noticias de periódicos. Estos capítulos
no son, en modo alguno, un cajón de sastre donde todo cabe. Forman parte del discurso, de la obra y contribuyen a la
generación de un contexto. No son retazos, sino que, al igual que la memoria, son elementos que ayudan a dar
sentido y a construir con materiales variados un discurso y una composición. LA IMPORTANCIA DEL CONTEXTO EN
LA ESCRITURA SOBRE LA MEMORIA.

Uno de los argumentos permanentemente presentes en Rayuela son las paradojas de la realidad: el encuentro
confrontado de perspectivas diferentes. Situación común y familiar a todo proceso social, como muy bien nos han
mostrado Michael Billig y Susan Condor, Derek Edwards, Mike Gane, David Middleton y Alan Radley (1988) y que
adquiere especial relevancia cuando de lo que se trata es de la multiplicidad de versiones que puede adquirir un
mismo acontecimiento referido a la memoria. En efecto, múltiples versiones en las que las relaciones sociales y la
pericia en el uso del lenguaje son determinantes para hacer buena memoria. El lenguaje y las diversas formas de
discurso; sus componentes retóricos y literarios.

Rayuela es una celebración del lenguaje y de su utilización, de su invención constante. Pero también es una invención
en otro sentido. En efecto, Julio Cortázar inventa un lenguaje, el glíglico, donde lo relevante no es lo qué se dice, sino
cómo se dice. El glíglico es una invención y una burla sobre la utilización del lenguaje, que permite descubrir muchos
aspectos respecto al discurso, a las relaciones y a los efectos del lenguaje. Lo relevante es la participación del lector/a
5
en la interpretación. Utilizando un escrito corriente introduce palabras imaginarias .

el 131 que se lee dos veces. El lector o la lectora, como no podía ser de otra manera, tiene la facultad de abandonar la lectura de
cualquier obra. Sin embargo, en Rayuela, es el propio autor el que ofrece esa posibilidad desde el principio, sugiriendo
que, tan sólo, se lea la primera parte.
5
Esto es un ejemplo del glíglico: "Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en
hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se
enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las
arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de
ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en
un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios.
Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el
clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del
merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé!. Volposados en la cresta del murelio, se sentían
balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo
La manera en que el lector o la lectora pueda entender lo que dice el texto y llegar a concluir que se trata de una
escena erótica se explica, obviamente, por su socialización en el significado de este tipo de escenas, porque posee un
conocimiento que le permite identificarlas. Esto nos sitúa, de nuevo, al lado de Ramón del Valle-Inclán "o" de Frederic
C. Bartlett; o bien, al lado de Ramón del Valle-Inclán "y" de Frederic C. Bartlett.

- La relevancia de la memoria social en el estudio de los procesos sociales


Una de las críticas dirigida a las ciencias sociales, en general, y a la Psicología Social, en particular, es la excesiva
importancia que conceden a lo que podríamos denominar lo instituido en detrimento de lo instituyente.
Afortunadamente, después de la crisis de la Psicología Social, se ha producido una inversión en estos términos
(Armistead, 1974; Ibáñez, 1989, 1990; Gergen, 1982, 1994; Shotter, 1984, 1993; Parker, 1989; Montero, 1994) que ha
llevado a asumir la complejidad, la historicidad, la trascendencia de la naturaleza simbólica e intersubjetiva de la
realidad, la reflexividad, el no-representacionismo, la relevancia de la agencia humana, las dimensiones axiológicas
del conocimiento y la asunción de las consecuencias que se desprenden del trabajo que se desarrolla. En la
actualidad, las ciencias sociales no tratan de buscar respuestas holísticas por lo que evitan el establecimiento de
paradigmas unitarios y globalizadores. Algunas orientaciones concentran su atención, interés y esfuerzo en el estudio
de los procesos microsociales, las acciones sociales, la pragmática, la dinaminación de la razón práctica, etc. donde lo
relevante no son tanto las producciones propias de un ámbito disciplinar concreto como la interdisciplinariedad y la
conversación entre diferentes áreas de producción de conocimiento. Como señala François Dosse (1995) el giro que
se ha producido se caracteriza por el énfasis depositado en el estudio de los lazos débiles o lazos invisibles con la
intención de reubicar todo el conocimiento en el marco de las producciones humanas, en un deseo de distanciamiento
de cualquier apelación a lo suprahumano. No se trata, porque cada vez resulta más difícil, de mantener una visión de
la realidad social como un objeto reificado, sino de considerarla una construcción conjunta de los seres humanos que
comparten significados vehiculados a través de la comunicación (Ibáñez, 1989). O dicho con otras palabras, la
realidad social es producto de las prácticas sociales.

La memoria social puede ser considerada como uno de estos lazos débiles, un componente indisociable que
impregna buena parte de los fenómenos y procesos sociales y que posibilita, en algún sentido, la continuidad de lo
social. Bajo ningún concepto puede ser considerada como una ramificación o un subproducto inerte en relación a lo
social y en relación al conocimiento. Lamentablemente, esta no es la consideración que, en general, ha recibido.

La realidad social es procesual: no se puede concebir como un resultado. El presente es un proceso en continua
construcción y el pasado también. Entre ambos pivota la memoria que dota de continuidad a la realidad social.
Mediante la memoria se construyen y resignifican los acontecimientos. Sin embargo, la realidad social no se detiene
en la construcción del pasado y del presente: se proyecta en el futuro. La memoria, como vínculo que provee de
continuidad, permite la proyección en el futuro. El futuro se construye con elementos del presente y del pasado que se
consideran con un especial significado, con el significado del pasado y del presente. No se trata únicamente de

pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las
gunfias." (Cortázar, 1963: 533).
proyectar el futuro, el pasado y el presente, sino de considerar y, eventualmente, crear las posibilidades a través de
las cuales el futuro podrá desarrollarse. No es concebible señalar el desenlace, pero queda abierta la posibilidad...
Los seres humanos construimos la realidad social. Al hacerlo, nos cargamos con todo un conjunto de
constreñimientos imaginarios que se nos acaban imponiendo (Wittgenstein, 1958; Shotter, 1984, 1989, 1993) y que
dificultan que podamos prescindir de determinadas visiones de la realidad. Mediante el lenguaje y con nuestras
prácticas hemos construido y nos obstinamos en mantener una realidad dentro unos confines cuyo mantenimiento
depende exclusivamente de nosotros/as.

No obstante, aunque los seres humanos nos hayamos autoimpuesto estos y otros constreñimientos imaginarios para
categorizar la realidad, no significa en forma alguna, que sean legítimos, ni que resulten incuestionables. Pero no por
esta razón es menos cierto que
sea sencillo liberarnos de ellos. Se manifiestan con la misma contundencia que cuando experimentamos eso que
hemos dado en llamar culpa, o se presentan como ese impulso de ser audaces ante la defensa de lo que
denominamos honor.

La memoria implica referirse a elementos que están vivos en el imaginario o que pueden ser rescatados para el
imaginario. No se trata de apelar a lo que pudo haber sido y no fue sino de generar la posibilidad de que con nuestras
prácticas se produzca alguna perturbación o algún cambio.
Pero incluso podríamos ir un poco más lejos y extraer consecuencias mediante la analogía de lo que sostienen Ilya
Prigogine e Isabelle Stengers, respecto de la ciencia "Se subraya, a menudo de manera demasiado exclusiva, el
poder innovador de las ciencias. Sin embargo, éstas no innovan sin recrear al mismo tiempo el sentido de su pasado,
sin reinterpretar su tradición. De hecho, es la tradición de una ciencia la que basa su andadura, orienta sus preguntas,
confiere su interés a sus elecciones y sus problemas. Pero esta tradición no constituye tanto un límite como una
condición que provoca y fecunda el presente. Una obra científica no puede crear una ruptura que anule el camino que
la ha hecho posible; ella mira a la vez hacia el pasado del que hereda y hacia el futuro que propone" (Prigogine y
Stengers, 1988: 192).
En mi opinión, la importancia del estudio de la memoria y del olvido sociales reside en su carácter de procesos que
contribuyen, definiendo y articulando, el orden social. Vivir en sociedad implica hacer memoria y hacer olvido.
Sin embargo, hay voces que señalan que la memoria está en crisis y que, en un futuro más o menos mediato, no sólo
su estudio sino la pervivencia de la memoria misma topará con innegables dificultades. Creo que esta advertencia
debe ser tomada con ciertas precauciones.
Efectivamente, las nuevas tecnologías y la sociedad de consumo, apuntan hacia la necesidad de reconsiderar la
memoria. No obstante, al menos de momento, sólo se puede afirmar que la memoria, como todos los procesos
sociales, cambia en cuanto a concepción, consideración y uso que hacemos los seres humanos. Sin embargo,
también puede abundarse más en este argumento afirmando que, quizá, estas opiniones tienen mucho que
ver con la posición social de las personas que las emiten. En efecto, no todos/as tenemos el mismo acceso a los
medios de producción ni a los medios de consumo, por lo que podría decirse que una considerable parte de
población, se verá afectada, tal vez, aunque es difícil estimar en qué magnitud. Reparemos sino en la efervescencia
del nacionalismo, con su construcción memorial, o en los movimientos sociales de los países del Este, de África, de
Latinoamérica o de Asia... Por otra parte, quizás hacer una afirmación de este tipo respecto a la memoria social,
pueda dejar entrever, de algún modo, que lo que subyace en estos asertos son determinadas concepciones de la
memoria que la identifican con la acumulación, la individualidad y la retención. Aspecto éste que, conviene no omitirlo,
se asemeja bastante a las concepciones liberales que imperan en las sociedades occidentales. IMPORTANTE
Otros argumentos que se podrían esgrimir, tienen que ver con la predominancia del discurso democrático, en el que
prevalece la idea de una progresión orientada hacia un futuro perfectible que, de ningún modo, debe reparar en el
pasado y que reduce el presente a simple presencia, en la medida en que se considera que todo presente es presente
necesario. No obstante, baste señalar cómo el sistema democrático, al menos con las manifestaciones que lo
conocemos, basa su funcionamiento en la memoria. Pensemos en las dicotomías que establece entre dictadura y
democracia (relación dialéctica que presentifica lo que muchas personas no conocen) o cómo los/as políticos/as
profesionales durante sus campañas venden futuro, apoyándose, inevitable y necesariamente, en el pasado y
construyendo una memoria sobre éste.

- Los nombres de la memoria


En el habla cotidiana y en los medios de comunicación es frecuente oír hablar de memoria colectiva, memoria
histórica, memoria social, memoria pública, etc. para hacer referencia a lo que se presupone es una memoria
compartida por la gran mayoría de la población, prescindiendo de especificaciones o de cualquier matización en torno
al significado otorgado a cada uno de los términos.
Sería de esperar que en el ámbito académico la terminología fuese un poco más precisa. Sin embargo, tampoco es
así. Los conceptos utilizados son los mismos, aunque las acepciones son polisémicas.

Desde que Maurice Halbwachs creó y dio a conocer la noción de memoria colectiva con la publicación de Les cadres
sociaux de la mémoire (1941), ésta ha corrido desigual suerte. Incluso, como señala Gérard Namer (1987, 1991,
1994) el propio Maurice Halbwachs la utiliza con diferentes acepciones, por lo que es casi imposible saber qué
significado le asigna. INTERESANTE
Lo mismo puede decirse de la noción de memoria social, menos utilizada, pero también con un significado altamente
disperso. Generalmente, se suele utilizar para marcar diferencias con la noción de memoria colectiva (Halbwachs,
1941, 1950; Namer, 1987, 1991, 1994).
Atención separada merece la noción de memoria histórica, al menos por los términos aparentemente paradójicos que
incorpora. También su significado es bastante laxo. A juicio de Maurice Halbwachs (1950), esta expresión no es
excesivamente afortunada por cuanto incorpora dos términos que se oponen en más de un punto.
Como se verá, la concepción de la memoria que adopto y trato de elucidar en las diferentes secciones que configuran
el análisis que he realizado, no tiene que ver con una capacidad individual que poseemos todas y cada una de las
personas de manera privativa, sino que la considero en tanto que proceso y producto construido a través de las
relaciones y prácticas sociales, donde el lenguaje y la comunicación ostentan un papel fundamental. De este modo,
estudiaré la memoria definida por su carácter social, es decir, por ser proceso y producto de los significados
compartidos engendrados por la acción conjunta de los seres humanos en cada momento histórico. MEMORIA
DEFINIDA POR SU CARÁCTER SOCIAL, ES DECIR, POR SER PROCESO Y PRODUCTO DE LOS SIGNIFICADOS
COMPARTIDOS ENGENDRADOS POR LA ACCIÓN CONJUNTA DE LOS SERES HUMANOS EN CADA MOMENTO
HISTÓRICO. NOCIÓN DE ACCIÓN COMO PREDOMINANTE DE LA CONSTITUCIÓN DE MEMORIA.

En contraste con lo que suele ser más habitual en las diferentes obras que estudian las memorias compartidas,
prescindiré de hacer uso de términos como memoria histórica o memoria colectiva y utilizaré, cuando lo crea
necesario, el de memoria social, ya que, en mi opinión, denota un sentido más satisfactorio. ¿POR QUÉ? No
obstante, lo habitual a lo largo del texto, será la utilización del vocablo memoria, sin otras precisiones, ya que, como
trataré de argumentar en la segunda sección, la expresión memoria social es redundante. A pesar de ello, cuando
utilice dicha expresión, debe ser entendida como una diferenciación interna al propio discurso que, transitoriamente,
me permitirá fijar un determinado sentido. Con la utilización de las nociones de memoria y/o memoria social, lo que
pretendo es establecer una distinción entre lo colectivo, las relaciones interindividuales y las actuaciones conjuntas
frente a lo social (Ibáñez, 1989, 1990), en la medida en que asumo que lo social es aquello que “...es instituido como
tal en el mundo de significados comunes propios de una colectividad de seres humanos. Es decir en el marco y por
medio de la «intersubjetividad». Esto implica que lo social no radica «en» las personas sino «entre» las personas, es
decir en el espacio de significados del que participan o que construyen conjuntamente..." (Ibáñez, 1989: 118-119).
Asimismo, a lo largo del trabajo emplearé indistintamente los términos memoria o recuerdo ya que concedo a ambos
idéntico significado. No obstante, debo reconocer mi mayor inclinación por la utilización del primero. El motivo que ha
hecho que me decante por éste, aunque puede parecer banal, creo que reviste su importancia. En efecto, en el habla
cotidiana es de uso frecuente la locución hacer memoria que, en mi opinión, permite ilustrar el carácter constructivo e
intersubjetivo que ésta posee6. MEMORIA Y RECUERDO: MISMO SIGNIFICADO.
No trataré la memoria y el olvido por separado, sino que los consideraré como integrantes del mismo proceso que es
la construcción del pasado a partir del presente. En este sentido, deben entenderse dentro del marco de la acción
social, incorporadas a las prácticas sociales y comunicativas. Por ello, no me preguntaré por procesos cognitivos que,
en la concepción predominante sobre la memoria, se asumen como intervinientes, ni por cómo las personas nos
representamos el mundo o si nuestra memoria reproduce correctamente el pasado.
Me interesaré por cómo se construye conjuntamente la memoria, qué papel juega la relación en esta construcción y el
significado que tiene dentro de los procesos sociales.
Trataré de poner de manifiesto la importancia que revisten las diferentes versiones que las personas construimos de
los acontecimientos y su carácter de versiones pragmática y retóricamente construidas.

- Encaminándonos hacia el futuro mientras se está de vuelta


El somero repaso que he hecho a través de diversas dimensiones de la memoria y el olvido, así como las indicaciones
que he tratado de destacar respecto a los procesos y fenómenos que se ven involucrados en su estudio implican,
ineludiblemente, la formulación de los propósitos que guían este trabajo. Estos propósitos, solamente pretensiones
antes de iniciar la andadura que supone la redacción de un texto, son ahora presencia más o menos consumada. Lo
sé ahora, cuando escribo esta introducción y anuncio, al amable lector o lectora que ha accedido a dialogar con este
texto, qué se va a encontrar en las páginas siguientes. Estoy delineando el itinerario de un viaje de ida, estando ya de
regreso7. Estoy haciendo memoria de un viaje, construyendo un pasado que remite a lo que fue un presente, el
momento de la acción, de creación de futuro; futuro que ha modificado aquel pasado... y vuelta a empezar: la
ocurrencia de acontecimientos posteriores transforma interminable y persistentemente la memoria.

6
Es decir, producir la existencia de cualquier «objeto» en sentido amplio, crearlo, engendrarlo, reproducirlo, alterarlo.
7
Aunque el viaje que propongo no finalice nunca ya que, como decía Edgar Morin, el único pensamiento con vida es
el que consigue mantenerse a la temperatura de su propia destrucción.
Los seres humanos, seamos conscientes de ello o no, participamos en y de procesos de construcción continua de
nuestro pasado (Bartlett, 1932; Halbwachs, 1925, 1950; Billig, 1990; Middleton y Edwards, 1990). En este sentido, se
puede afirmar que, en buena medida, la continuidad y el mantenimiento de la sociedad está propiciada por la memoria
y el olvido. De ello se desprende que la memoria y el olvido son actividades eminentemente sociales, y no simples
procesos o contenidos psicológicos que, en el mejor de los casos, contemplan lo social como contexto facilitador o
inhibidor de los mismos.
Como intentaré mostrar en las próximas secciones, el estudio de la memoria y el olvido sociales requiere,
paradójicamente, de la atención prioritaria al presente y no, al pasado. IMPORTANTE. Dicho con otras palabras, la
memoria y el olvido sociales responden primordialmente más a intereses del presente que del propio pasado (Mead,
1929; Bartlett, 1932; Halbwachs, 1925, 1941, 1950; Douglas, 1986; Ricoeur, 1986a; Yerushalmi, 1982, 1988;
Middleton y Edwards, 1990; Shotter, 1987a, 1990). En efecto, la memoria y el olvido están en estrecha relación con
las posibilidades de memoria y olvido que constituyen el propio orden social. Cada orden social, vehicula valores,
normas, creencias que posibilitan o inhiben determinadas memorias o recuerdos, y en este sentido, es plenamente
ideológico (Billig y otros/as, 1988; Billig, 1990). Como sostiene Mary Douglas (1986), "Las historias justificativas del
pasado se aglutinarán o racionalizarán como parte integrante del proceso social en la medida que exista una presión a
favor de principios sociales de organización. La coherencia y la complejidad de la memoria pública tenderán a
corresponder a las que se dan a nivel social." (Douglas, 1986: 118-119).

La memoria no es, entonces, una restitución anacrónica del pasado, sino que es una reconstrucción del presente
realizada y actualizada a través del lenguaje y las prácticas sociales. Pero tampoco el olvido puede relegarse a un
depósito en el pasado. Mario Benedetti titula uno de sus libros de poemas El olvido está lleno de memoria, lo que
podría traducirse por la afirmación de que la posibilidad de olvidar supone el ejercicio pleno de la memoria (Rabossi,
1989). Las personas sólo podemos olvidar nuestro presente, difícilmente nuestro pasado, ya que sólo lo presente
pertenece al ámbito de nuestra experiencia, entendida ésta no sólo como vivencia directa, sino también como legado
activamente transmitido e incorporado a nuestras relaciones e interpretaciones de la sociedad. Como afirma Yosef
Hayim Yerushalmi, "un pueblo jamás puede «olvidar» lo que antes no recibió." (Yerushalmi, 1988: 18).
Por ello, evidentemente, la memoria puede devenir olvido. Se pueden producir indiferencias, se puede rechazar la
memoria, puede ser interferida, puede surgir una circunstancia catastrófica que reclame la amnesia o puede darse el
silencio, que ya no sería olvido sino memoria, efervescencia sumergida. No obstante, lo olvidado también puede ser
recuperado.
Estas son algunas de las premisas, sucintamente esbozadas, que orientarán los argumentos de las próximas
secciones. Concretamente, lo que pretendo con el desarrollo de este trabajo estriba en:

- Estudiar cómo la memoria, en tanto que proceso constitutivos de la realidad, confiere y ampara la
reproducción y el cambio social, asegurando la continuidad social.

- Analizar cómo la memoria, construida, actualizada y desenvuelta a través del lenguaje y otras prácticas
sociales, es un proceso de presente que reconstruye el pasado en una evolución hacia el futuro.

- Examinar la relación dialéctica que existe entre pasado, presente y futuro, y el papel que juega en ella la
memoria y el olvido.
- Reflexionar cómo la memoria, así como los discursos y prácticas sobre ella son, en gran medida, reflejo de
cómo concebimos lo social y conforma ideologías.

- Analizar cómo la memoria tiene incidencia sobre las concepciones del futuro.

- Examinar la dimensión pragmática de la memoria y sus vinculaciones con la acción social.

- Examinar la relación que la memoria y el olvido sociales mantienen con el imaginario social y en qué medida
ésta puede concebirse como discurso y práctica proyectados en el futuro.

En Les lieux de mémoire, Pierre Nora, señala que "La memoria es la vida, siempre llevada por los grupos vivos a esta
rúbrica, está en evolución permanente, abierta a la dialéctica del recuerdo y de la amnesia, inconsciente de sus
deformaciones sucesivas, vulnerable a todas las utilizaciones y manipulaciones, susceptible a largas latencias y a
repentinas revitalizaciones." (Nora, 1984: XIX). No sé si Primo Levi conocía estas palabras de Pierre Nora, pero es a
su cita, con la que iniciado esta introducción, a la que quiero volver para finalizar.
Creo que no deberíamos recibir, sin reparo, las disculpas que Primo Levi expresa. Son muchas las razones para ello.
Cualquier lector o lectora de su obra podrá encontrar más de las que yo aquí podría ofrecer con una glosa. Sólo deseo
resaltar sus palabras en cuanto afectan a la cuestión de la que trata este trabajo.

En mi opinión, involuntariamente, Primo Levi nos ha legado una excelente exposición del significado y funcionamiento
de la memoria. Pocas líneas para dar cuenta, de una forma tan extraordinaria, de la construcción social de la
memoria, y de otros fenómenos sociales que en ella se ven implicados... como son los esfuerzos ingentes en aras de
despojarse de la más leve sospecha de subjetividad: búsqueda de una verdad trasparente, alejada de contaminación
de cualquier marca humana... quizás en un intento desesperado por mantenerla viva, presente en su ausencia, pero
olvidando que la presencia sólo se asegura con la acción, tan sólo con la acción humana.

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