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Escuela Comun para Todos
Escuela Comun para Todos
J. G. VIDAL
UNIVERSIDAD DE SEVILLA (ESPAÑA)
I.- INTRODUCCIÓN
Hablar de una escuela común para todos los alumnos y alumnas, supone hablar
de la atención a la diversidad desde las estructuras escolares ordinarias, una idea que se
sustenta en una serie de pensamientos que no quiero dejar de mencionar:
En tercero, porque los cambios habidos en los últimos tiempos, tanto en el terreno
conceptual como legal, exigen un planteamiento unitario del tratamiento que debe darse a
la diversidad, que sólo puede producirse agrupando las diferentes cuestiones en un capítulo
como el que ahora abordamos.
Y, finalmente, porque en unos momentos en que la reforma del sistema educativo
está en su punto más álgido (a punto de completarse la generalización de los nuevos ciclos
de la Educación Primaria y de iniciarse en la Educación Secundaria Obligatoria), es preciso
que los diferentes sectores que trabajamos y/y/o estudiamos el tema de la atención a la
diversidad planteemos respuestas globales y coherentes con las sociedades modernas y
democráticas..
A pesar de ser la diversidad un hecho natural y propio de todas las especies vivientes,
no sólo del hombre, la atención a la diversidad que presentan los alumnos en la escuela
tiene una historia que resulta de lo más tétrico hasta tiempos muy recientes, algunos de
cuyos hitos fundamentales pueden ser los siguientes:
3) Durante todo el siglo XIX se van extendiendo las escuelas dedicadas a los
deficientes sensoriales y comienzan a surgir otras dirigidas a las personas con
deficiencias intelectuales, produciéndose una generalización de la educación de
ambos grupos en centros especiales a lo largo de la primera mitad del siglo XX.
Dicho sencillamente, tal modelo escolar viene a sostener que buena parte de los
sujetos que habitualmente reciben una educación especial segregada podrían beneficiarse
de una educación también especial, pero llevada a cabo en el contexto físico de los centros
escolares a donde asiste el resto de la población infantil. Si tenemos en cuenta que buena
parte de ésta última también presenta diversas dificultades de aprendizaje, no llegando a
alcanzar los niveles mínimos previstos, podríamos imaginar un tipo de situación intermedia
entre el aula ordinaria y el aula especial: la escuela ordinaria podría introducir medidas
capaces de compensar el déficit que presentan los primeros, al memos parcialmente,
beneficiando a los segundos.
Es necesario destacar el papel medular que ha jugado en el camino hacia la escuela
común que reclamamos el modelo de escuela compensadora, así como la mayoría de las
técnicas de individualización nacidas a su sombra: agrupamientos flexibles, monitorización,
programas de desarrollo individual, etc.
En relación con esta cuestión, a lo largo de los últimos años han sido cada vez más
los investigadores y educadores que, desde una perspectiva crítica, han venido a señalar que
el modelo de escuela compensadora encuentra una de sus mayores limitaciones en el
mantenimiento de la idea de base de un modelo de escuela selectiva, con respecto al cual no
supone en realidad más que una mejora de tipo tecnocrático (se incrementan los recursos y
se redefine la estrategia de escolarización con el fin de incorporar al sistema escolar a una
población antes excluida del mismo), pero sin alterar los supuestos ni las estructuras
previas: se sigue sosteniendo una visión profundamente clasificatoria de las necesidades
educativas de la población escolar y considerando el curriculum educativo como una
colección de contenidos inalterables que la escuela debe transmitir y a los cuales sólo
algunos pueden acceder en función de sus capacidades:
"Existen diseños curriculares para la educación normal en cada uno de sus ciclos y
existen diseños curriculares para la educación especial. Referidos a la educación especial,
habrá diseños válidos para toda la población especial y los habrá válidos exclusivamente
para la población de niños sordos, invidentes, psicóticos" (GARRIDO, 1988).
Y obsérvese, además, que la cuestión va más allá y supone toda una manera de ver la
sociedad, la educación y las relaciones entre ambas, pues tal modo de proceder con
respecto a los "alumnos" no difiere en esencia del modo de proceder con respecto a la
población en general, también dividida en diversos sectores sociales y profesionales, dando
la «casualidad» de que con cierta frecuencia ambos tipos de clasificaciones coinciden, de
modo que son los alumnos procedentes de los sectores sociales más desfavorecidos los que
en mayor número conforman los subsistemas escolares que requieren menor capacidad (y
que dan acceso a los mismos tipos de estatus de los que proceden). Desde luego, ésto no
supone descubrimiento alguno por nuestra parte, pero tampoco parece aconsejable dejar de
recordarlo.
Frente a este tipo de planteamientos, hemos aprendido, entre otras cosas, que la
diversidad forma una parte inherente de todo proceso educativo, que los individuos difieren
entre sí por numerosas razones (que obligan a asumir esta diversidad como un elemento
enriquecedor... ¡e inevitable!) que exponemos a continuación resumidamente.
En este sentido, la expresión una escuela común para niños diferentes (GARCÍA
PASTOR, 1993) resulta un hallazgo afortunado para expresar nuestra convicción creciente
de que los procesos de aprendizaje y desarrollo implican antes que la búsqueda de grupos
supuestamente homogéneos, el diseño de situaciones de intercambio social entre personas
que difieren las unas de las otras en muchos sentidos, pero que resultan gracias a ello
capaces de ayudarse a crecer, lo que es algo más que un bello deseo, si tomamos en cuenta
la perspectiva que sobre tales fenómenos nos aportan la psicología evolutiva y de la
educación actuales, en las que todo parece apuntar en la dirección de ratificar la intuición
vygotskiana (VYGOTSKY, 1979) de que el desarollo de las funciones superiores del ser
humano es ante todo un proceso de apropiación progresiva de las herramientas
(conocimientos, habilidades, destrezas, valores...) elaboradas por la propia cultura en
situaciones sociales y gracias a la interacción con los demás en lo que se ha dado en llamar
Zona de Aprendizaje Potencial o Zona de Construcción del Conocimiento. Una situación,
en definitva, en donde la heterogeneidad es la norma y la base del aprendizaje, no su
obstáculo.
Por último, hablar de normalización de las actitudes es poner el dedo sobre la llaga:
muy certeramente, Wolfensberger señala la necesidad de que, para una adecuada
integración social de las personas con hándicaps de cualquier tipo, comencemos a trabajar
directamente sobre la valoración que la sociedad (todos nosotros) hace de la persona con
minusvalía y de los servicios que recibe. Hablar de la integración social y escolar de las
personas con minusvalía es hacerlo de los derechos de personas normales y corrientes, no
de favores, compasión ni componendas más o menos altruistas y voluntariosas. Como bien
nos recuerdan Hegarty y sus colaboradores en más de una ocasión, refiriéndose a la
integración educativa de las personas con necesidades especiales, también ellas van a la
escuela para que se les enseñe y para aprender, como todos los demás, de modo que el
fracaso en este intento debe consignarse, sin paliativos, como un fracaso de la escuela, lo
hayamos hecho de uno u otro modo y lo expliquemos como lo expliquemos.
Este es el esquema básico que muchos hemos seguido durante bastante tiempo como
"diagnosticadores" de alumnos, sin tomar una referencia diferente (y a veces ni siquiera
complementaria) a la que nos proporcionaba el síndrome que el alumno presentaba, como
si el ámbito o contexto (incluidos los medios y los recursos materiales) donde el alumno se
desarrolla, o en el que se va a desarrollar, no tuviera nada que decir respecto a las carencias
evidenciadas durante el análisis psicopedagógico del alumno.
Desde que surgiera la Educación Especial, allá por la Revolución Francesa, hasta la
actualidad, las actuaciones respecto a los sujetos que han presentando alguna diferencia se
han caracterizado por las medidas segregacionistas que se han tomado respecto a ellos. Esta
prolongación en el tiempo de las ideas segregadoras encuentra las razones que ya hemos
enumerado.
Estas ideas segregacionistas de los "diferentes" se han prolongado hasta nuestros días
y resulta muy fácil encontrarlas en nuestro entorno más inmediato, ya sea en su versión
dura, que mantiene que "los deficientes son así porque han nacido así y no van a cambiar
por mucho que hagamos por ellos", o la versión "light" que, manteniendo la misma idea de
"ineducabilidad" de los déficits, plantea sus orígenes en factores ambientales: "con las
condiciones que tiene en su familia es prácticamente imposible hacer nada por este
alumno". Pero en cualquier caso queremos insistir en que ambas posiciones implican
básicamente la misma idea educativa: no podemos hacer nada con aquellos sujetos que son
diferentes y por tanto es preciso tomar las medidas necesarias para segregarlos en grupos
especializados.
7) Los limitados resultados que gran parte de las escuelas especiales obtenían con
un importante número de alumnos, cuya heterogeneidad obligó a replantearse
sus objetivos, funciones y relaciones con el sistema educativo ordinario, al
tiempo que las dificultades de integración social de sus alumnos cuestionó el
modelo de escolarización en centros específicos.
8) El aumento de experiencias positivas de integración escolar contribuyó
también a que la valoración de nuevas posibilidades educativas se hiciese a
partir de datos concretos. Experiencias que han contado, y cuentan, con un
apoyo progresivamente mayor cada día, entre amplios sectores de la población
y de la Administración.
Este conjunto de factores a partir de los años 70 (en España avanzada la década de los
80), van a generar una nueva concepción de la atención a la diversidad, de marcado carác-
ter integracionista y que es asumida por el Sistema Educativo resultante de la LOGSE.
Como señalan MARCHESI y MARTÍN (1990) estas críticas se han visto reforzadas
porque en ocasiones el proceso de integración se ha constituido en un fin en sí mismo y en
otras se ha planteado como si la integración fuera un proceso que afecta solamente a los
alumnos con alguna minusvalía. Y como señalan HEGARTY, POCKLINGTON y LUCAS
(1981), el objetivo principal del proceso de integración no es otra cosa que la educación de
los alumnos que presentan dificultades educativas especiales, o como más explícitamente
expresa recientemente este mismo autor y que comentamos hace un momento(1988): "del
mismo modo que otros alumnos, los que tienen necesidades educativas especiales acuden a
las escuelas para que les enseñen y para aprender".
Sin embargo, la claridad que parece reflejarse en las citas anteriores no convierte al
término integración en inequívoco ya que su práctica ha demostrado, algo que ya se
indicaba en el Informe Warnock (WARNOCK,1978), que la integración puede tener
caracteres diferentes en función de los objetivos perseguidos:
Es evidente para cualquiera que la verdadera dimensión del proceso integrador de los
alumnos con hándicaps sólo se adquiere con la llamada por Mary Warnock integración
funcional y a la que se debe, y se puede, aspirar en la inmensa mayoría de individuos que
presentan N.E.E.
3.- Una perspectiva integradora que pone el acento en el propio centro y sus
elementos constitutivos y no sólo en los alumnos con determinados hándicaps o
dificultades.
4) Aula ordinaria como base con tiempo parcial en aula especial. En este
nivel el alumno está escolarizado la mayor parte del tiempo escolar en la unidad
ordinaria pero acude con regularidad a la unidad especial, no para recibir apoyo
al currículo ordinario (el que cursa en el aula ordinaria) sino para cursar un
currículum especial.
Tanto desde una perspectiva teórica, como ejemplo tómense los casos anteriores,
como desde una perspectiva práctica, por las numerosas experiencias de integración que
existen, es obvio que la integración de un alumno con hándicaps en un centro ordinario no
es una cuestión que deba plantearse en términos absolutos y/o mecánicos sino que debe
surgir del análisis de dos variables que resultan determinantes:
b) Características del centro, entre las que es preciso destacar y calibrar las
siguientes:
- Concepción currícular: nivel de flexibilidad.
- Actitud del profesorado.
- Recursos humanos especializados.
- Recursos y medios técnicos y didácticos.
- Etc.
- Optar por una perspectiva integracionista de los sujetos que no son "capaces"
se seguir los "programas" establecidos, lo que supone necesariamente una
apuesta firme y decidida por la individualización de los procesos de
aprendizaje.
- Ser Flexible: que permita adoptar las formas organizativas que favorezcan el
alcance de los fines educativos en los centros y grupos escolares, al margen
de estereotipos predefinidos.