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Ejes conceptuales del texto de Barthes La muerte del autor

Estas líneas intentan sintetizar la estructura argumentativa y los ejes conceptuales que
se despliegan en el texto de Barthes. No remplazan de ningún modo la comprensión que cada
uno/a de ustedes hace de la lectura crítica y atenta del texto. Se propone como una instancia
para dialogar y para comparar la propia interpretación y comprensión con este escrito. Luego
de leer este resumen les recomendamos que vuelvan sobre el texto original para profundizar y
revisar algunas ideas preliminares y revisar la guía de preguntas

a- El autor como origen de la escritura

El autor, es un personaje moderno, que se le atribuye una autoridad


sobre el texto y el sentido del mismo. “una tiranía que según Barthes, obstruye
la lectura. Se reduce la comprensión del texto a la vida del autor. La biografía
explica, da sentido al texto. Se comprende a partir de ese origen, del creador,
del genio creador que es el autor.

Así la persona y el autor son lo mismo. La persona del autor, su vida,


sus sensaciones y experiencias explican su escritura. Una anécdota biográfíca
se transforma en el elemento del análisis. La lectura es descifrar, decodificar
según la clave de escritura de ese autor, se su voz. Existe un único sentido,
una única forma de leer, de entender, de comprender.

Se entiende que el autor nutre el texto, es a partir de él que se puede


entender, en palabras de Barthes “ es que haya concedido la máxima
importancia a la “persona” del autor. Aún impera el autor en los manuales de
historia literaria, las bibliografías de escritores, las entrevistas en revistas, y
hasta en la conciencia misma de los literatos, que tienen buen cuidado de
reunir su persona con su obra gracias a su diario íntimo; la imagen de la
literatura que es posible encontrar en la cultura común tiene su centro,
tiránicamente, en el autor, su persona, su historia, sus gustos, sus pasiones; la
crítica aún consiste, la mayoría de las veces, en decir que la obra de
Baudelaire es el fracaso de Baudelaire como hombre;” (pag 1).

Por lo tanto, en el texto hay desde esta perspectiva solo una voz, la
misma, la del autor entregando sus confidencias.

b- El imperio del autor y la crítica


Este es el imperio del autor, imperio que sostiene y construye la crítica
quien todo el tiempo señalará las desviaciones o los modos lícitos de leer los
textos, las maneras válidas, oficiales, pertinentes de hacerlo. De ahí la crítica
se mantiene viva, legitima su lugar, su existencia, su función mientras sostiene
al autor como persona, como única voz.

“Darle a un texto un Autor es imponerle un seguro, proveerlo de un


significado último, cerrar la escritura. Esta concepción le viene muy bien a la
crítica, que entonces pretende dedicarse a la importante tarea de descubrir al
Autor (o a sus hipóstasis: la sociedad, la historia, la psique, la libertad) bajo la
obra: una vez hallado el Autor, el texto se “explica”, el crítico ha alcanzado la
victoria; así pues, no hay nada asombroso en el hecho de que, históricamente,
el imperio del Autor haya sido también el del Crítico, ni tampoco el hecho de
que la crítica (por nueva que sea) caiga desmantelada a la vez que el Autor”
(pág 4)

c- La muerte del autor

Desde la propuesta de Barthes (opuesta a la anterior) La escritura es la


destrucción de toda voz, de todo origen (...) la voz pierde su origen, el autor
entra en su propia muerte, cuando comienza la escritura, el autor no es más
propietario del lenguaje y mucho menos del sentido, a medida que el autor
escribe, a medida que la obra nace muere o desaparece el autor.

Dice Barthes El lenguaje, y no el autor, el que habla; escribir consiste en


alcanzar, a través de una previa impersonalidad, ese punto en el cual sólo el
lenguaje actúa, “performa” un yo y no “yo”:

Recordemos que la performatividad se da cuando en un acto del habla o


de comunicación no solo se usa la palabra sino que ésta implica forzosamente
a la par una acción. El acto de escritura o de enunciación implica una acción
que no excede ese acto. Además los actos del habla performativos no son
ejercicios libres y únicos, expresión de la voluntad individual de una persona,
sino que más bien son acciones repetidas y reconocidas por la tradición o por
convención social. De lo que venían leyendo géneros discursivos, Enunciar
dentro de un género implica no ser el origen de esa práctica, no hay un autor
como creador, como punto de partida, punto cero.
En palabras de Barthes “la enunciación en su totalidad es un proceso
vacío que funciona a la perfección (…) el autor nunca es nada más que el que
escribe, del mismo modo que yo no es otra cosa sino el que dice yo: el
lenguaje conoce un “sujeto”, no una “persona”, y ese sujeto, vacío excepto en
la propia enunciación, que es la que lo define, es suficiente para conseguir que
el lenguaje se “mantenga en pie”, o sea, para llegar a agotarlo por completo”
(pág 3)

Si se sostiene al autor como origen, el texto tiene una temporalidad, un


tiempo definido por él. Hay un antes del autor y un después de él. El autor
siempre es el pasado de su propio libro, quien le da vida, lo piensa, lo nutre, lo
crea, El autor y su propio libro en una misma línea, distribuida en un antes y un
después: El autor es el padre del libro y mantiene su obra,

El escritor moderno nace a la vez que su texto; no está provisto en


absoluto de un ser que preceda o exceda su escritura (no hay un yo que se
expresa, una persona); no existe otro tiempo que el de la enunciación, y todo
texto está escrito eternamente aquí y ahora. Es que (o se sigue que) escribir ya
no puede seguir designando una operación de registro, de constatación, de
representación. No hay posibilidad de copiar la realidad o lo que quiere decir,
transmitir un autor, porque al escribir las letras, el lenguaje lo distancian, hay un
sujeto, un enunciador por eso es performativo.

“Hoy en día sabemos que un texto no está constituido por una fila de
palabras, de las que se desprende un único sentido, teológico” Un solo sentido
y modo de entenderlo como si el autor fuese Dios, y el origen daría esa solo
voz esa sola dirección, sino la muerte del autor permite sostener que el texto es
“un espacio de múltiples dimensiones en el que se concuerdan y se contrastan
diversas escrituras, ninguna de las cuales es la original” No hay creación, no
hay punto cero, sino “ el texto es un tejido de citas provenientes de los mil focos
de la cultura#” las prácticas discursivas son multiplicidad de voces en un aquí y
ahora, el sujeto enuncia desde un punto, desde un presente pero trae las voces
de otros, siempre es una relación, un vínculo con otros. Hay un enunciador y un
auditorio, al menos dos.
En palabras de Barthes “el escritor se limita a imitar un gesto siempre
anterior, nunca original; el único poder que tiene es el de mezclar las escrituras,
llevar la contraria a unas con otras, de manera que nunca se pueda uno apoyar
en una de ellas” Cuando escribo un cuento, para que sea un cuento, entro a
una estructura, un género, un tema, elecciones léxicas, modos de enunciar que
no son mías, no son nuevas, no son singulares, no son originales.

d- La muerte del autor y el sentido

Entonces, muerto el autor, no hay posibilidad o no tiene sentido descifrar


un texto, pero como lo comprendo. Una vez alejado del Autor, se vuelve inútil la
pretensión de “descifrar” un texto, pero la escritura instaura sentido sin cesar,
es decir que la clausura de sentido que hacia el autor, ahora sin él, se realiza
una apertura, por el propio acto evapora el sentido, como una metonimia, una
exención sistemática del sentido.

Entonces, no es en el origen o en la escritura que está el sentido, sino


en el destino, es decir en la lectura. el texto está tejido con palabras de doble
sentido, que cada individuo comprende de manera unilateral, pero existe
alguien que entiende cada una de las palabras y ese es el lector ( el auditorio
construido tampoco es una persona)

e- Nacimiento del lector

Un texto está formado por escrituras múltiples, procedentes de varias


culturas y que, unas con otras, establecen un diálogo, una parodia, un
cuestionamiento; pero existe un lugar en el que se recoge toda esa
multiplicidad, y ese lugar no es el autor, como hasta hoy se ha dicho, sino el
lector.

El lector es el espacio mismo en que se inscriben, sin que se pierda ni


una, todas las citas que constituyen una escritura; la unidad del texto no está
en su origen, sino en su destino, pero este destino ya no puede seguir siendo
personal: el lector es un hombre sin historia, sin biografía, sin psicología; él es
tan sólo ese alguien que mantiene reunidas en un mismo campo todas las
huellas que constituyen el escrito. El nacimiento del lector se paga con la
muerte del Autor.

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