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Cursillo de Ingreso
Tipos de narradores
El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que
llegaba el obispo. Había soñado que atravesaba un bosque de higuerones donde caía una llovizna tierna, y por un
instante fue feliz en el sueño, pero al despertar se sintió por completo salpicado de cagada de pájaros.
[…] Tampoco Santiago Nasar reconoció el presagio. Había dormido poco y mal, sin quitarse la ropa, y
despertó con dolor de cabeza y con un sedimento de estribo de cobre en el paladar, y los interpretó como
estragos naturales de la parranda de bodas que se había prolongado hasta después de la media noche.
Había ido yo a visitar a mi amigo el señor Sherlock Holmes cierto día de otoño del año pasado, y me lo encontré
muy enzarzado en conversación con un caballero anciano muy voluminoso, de cara rubicunda y cabellera de un
subido color rojo. Iba yo a retirarme, disculpándome por mi entremetimiento, pero Holmes me hizo entrar
bruscamente de un tirón, y cerró la puerta a mis espaldas.
Estoy sentado junto a la alcantarilla aguardando a que salgan las ranas. Anoche, mientras estábamos
cenando, comenzaron a armar el gran alboroto y no pararon de cantar hasta que amaneció. Mi madrina también
dice eso: que la gritería de las ranas le espantó el sueño. Y ahora ella, quisiera dormir. Por eso me mandó a que
me sentara aquí, junto a la alcantarilla, y me pusiera con una tabla en la mano para que cuanta rana saliera a
pegar brincos afuera, le pegara tablazos… Las ranas son verdes de todo a todo, menos en la panza. Los sapos son
negros. También los ojos de mi madrina son negros.