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Ramón TAMAMES

CONGRESO DE HISTORIA
de los protagonistas del libro
LA MITAD DEL MUNDO
QUE FUE DE ESPAÑA
Una historia verdadera, casi increíble

UNA PIEZA DRAMÁTICA


EN CATORCE ACTOS
Ramón TAMAMES es conocido
sobre todo como economista,
pero también ha trabajado en
las áreas de la Historia, Política,
Ecología, etc. Nació en Madrid en
1933, y es Doctor en Derecho y
en Ciencias Económicas por la
Universidad de Madrid, ha-
biendo seguido cursos adicionales en el Instituto de Estu-
dios Políticos y en la London School of Economics. Técnico
Comercial del Estado (1957), desde 1968 es Catedrático de
Estructura Económica en la Universidad Autónoma de Ma-
drid. Autor de libros y artículos sobre economía española e
internacional; así como ecología, historia y cuestiones po-
líticas. Ha sido consultor económico de las Naciones Unidas
(PNUD) y también del Banco Interamericano de Desarrollo
(BID).
Ramón Tamames es Cátedra Jean Monnet de la Unión Eu-
ropea desde 1993, Premio Rey Jaime I de Economía de
1997, y Premio Nacional de Economía y Medio Ambiente en
2003. En 1977/81 fue miembro del Congreso de los Dipu-
tados, y es firmante de la Constitución Española de 1978.
Ingeniero (ad honorem) de Montes (1998) y Agrónomo
(2009) por la Universidad Politécnica de Madrid, desde
2013 es miembro de la Real Academia de Ciencias Morales
y Políticas.
Con presencia en estudios de Historia (La República. La era
de Franco, Una idea de España, Hernán Cortés, gigante de
la Historia, etc.), Ramón Tamames es un viajero asiduo de
las Américas y el Pacífico, el escenario de este libro, La mi-
tad del mundo que fue de España.
Ha dictado conferencias en Nueva York, Saint Louis, La Ha-
bana, Santo Domingo, México, toda Centroamérica y Pa-
namá, y todas las capitales de Sudamérica; así como en
Sídney, Canberra, y la Polinesia Francesa (Tahití). Ha tra-
bajado en instituciones iberoamericanas como INTAL,
ALALC, y Pacto Andino; siendo Doctor Honoris Causa de las
Universidades de Buenos Aires y Lima.
Ramón TAMAMES

CONGRESO DE HISTORIA
de los protagonistas del libro
LA MITAD DEL MUNDO
QUE FUE DE ESPAÑA
Una historia verdadera, casi increíble

UNA PIEZA DRAMÁTICA


EN CATORCE ACTOS

Madrid, 4 de junio de 2021


ÍNDICE GENERAL
PREFACIO: EL CONGRESO DE HISTORIA,
UNA PIEZA DRAMÁTICA EN CATORCE ACTOS ............................... 1
1. La súbita inmersión en la Historia ........................................................ 3
2. La viva figura de Don Fernando el Católico ........................................ 5
3. Colón y el Papa Alejandro VI, en escena ............................................. 6
4. Balboa, Magallanes y Elcano. La Mar del Sur y el Pacífico ................ 7
5. Entran el vencedor de Tenochtitlán y otros conquistadores ................. 9
6. Irrumpen el Rey Emperador y el Padre Las Casas ............................. 11
7. El rey prudente no quiso conquistar China ......................................... 13
8. El Conde Duque y su fiasco de la Unión de Armas ........................... 14
9. La inmensidad del Pacífico y la grandiosa América del Norte .......... 15
10. Llegan hispanistas diversos................................................................. 17
11. Los historiadores españoles dictaminan ............................................... 8
12. La emancipación de la América y la Constitución de 1812 ............... 20
13. El perdón solicitado y el reencuentro pendiente ................................. 22
14. Se despide Don Fernando el Católico. Exit de Autor e Interlocutor............. 23
BREVE HISTORIA DEL SALÓN DE REINOS:
LOS BLASONES DE LA MONARQUÍA HISPÁNICA ............................. 25

Casón del Buen Retiro, sede del Salón de Reinos, Madrid


PREFACIO: EL CONGRESO DE HISTORIA,
UNA PIEZA DRAMÁTICA EN CATORCE ACTOS

Uno piensa que, normalmente, un


libro se ha terminado cuando sale
al mercado y se reciben los prime-
ros comentarios en los medios.
Pero muchas veces, no es así, por-
que tras la publicación del escrito,
en la mente del autor se produce
una continua ebullición de ideas,
en relación con los contenidos y
expresiones de la obra recién ter-
minada.

Incluso antes, en el momento de


entregar al editor el texto que an-
tes llamábamos manuscrito origi-
nal, nos damos cuenta de que muchos pasajes podrían haberse
enfocado de otra manera. Y se siente la necesidad de afinar
observaciones e incluso de formular algunas tesis de manera
explícita.

Claro es que la introducción de esos


cambios posibles en el texto inicial,
requiere, como poco, esperar a la se-
gunda edición –que ya se ha produ-
cido en este caso, pero sin aún mo-
dificaciones—, para insertar, en inci-
sos, las innovaciones más inquietan-
tes.

En cualquier caso, ya en la senda de


la 3ª edición, el autor ha venido lu-
cubrando sobre ciertos comentarios
de los lectores; en la idea de desa-
rrollar más ampliamente el Epílogo,
con casi lo que son las Actas del Con-
greso de Historia, cuyo primer es-
quema se presentó en el Epílogo del
libro.

1
El citado Congreso se escenifica aquí y ahora, tal como fue ima-
ginativamente concebido por los propios protagonistas de La
mitad del mundo…, como una reunión virtual, en que brillaron
por su elocuencia desde Fernando el Católico hasta Álvaro Fló-
rez Estrada: es, por tanto, algo así como el alfa y omega del
relato de cuatro siglos de lo que fue siendo España.

Así las cosas, el Congreso de la Historia se ha transformado en


una pieza dramática de catorce actos. Con un Dramatis Perso-
nae de excepción, cuyas figuras defienden sus respectivas po-
siciones, con puntos de vista que entran en conflicto unos con
otros, siempre en busca de un cierto consenso.

Ramón TAMAMES
Madrid, 4 de junio de 2021

NOTA.- Cualquier apreciación del lector sobre esta pieza dra-


mática, puede dirigirse al autor a través del correo electrónico
ramontamames@castellanacien.com.

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1. La súbita inmersión en la
Historia

Estaba el Autor, ya tan tranquilo,


después de haber repasado, se-
guramente por última vez, el Epí-
logo del libro –con sus reflexiones
sobre el Océano Pacífico al día de
hoy tan lleno de tensiones de to-
das clases—, y pensaba que la
palabra fin estaba al caer defini-
tivamente. Era muy de mañana,
y de pronto notó algo extraño,
que hubiera entrado en su
mente, como un mensaje onírico.

Fue la sensación de haber sido invocado por una instancia su-


perior, y de pronto vio ante sí, con un brillo especial de pies a
cabeza, a su Interlocutor de los quince capítulos de La mitad
del mundo que fue de España: era un robot avanzado, a quien
sin mediar más introducciones dio noticia del mensaje inexpli-
cablemente recibido:

— Se necesita –dijo el Autor— un diálogo o coloquio final para


el Epílogo del libro. Sería como un debate de distinta natura-
leza, con la participación de personajes históricos que de al-
guna manera han manifestado su deseo de estar en una suerte
de fiesta final, antes de cerrar definitivamente la obra en cues-
tión…

Así las cosas, y sobre la marcha, el Autor escuchó al Interlocu-


tor:

— Volvemos a vernos mucho antes de lo que podría haber


supuesto, Sr. Autor… ¿De hecho es Vd. quien me ha lla-
mado de manera presurosa? ¿Es que no está cansado de
tanta Historia?

Al ver al Interlocutor un tanto excitado, el Autor le aclaró con


toda suavidad:
— De la Historia, nunca me cansaré. Además, y entiendo que
como muchos de los personajes históricos pasaron por el libro

3
como en un torbellino, al llegar el Epílogo quieran aclarar mejor
sus propias ideas. Han salido de sus nichos respectivos en mu-
seos y archivos, y han organizado, ellos mismos, un Congreso
de Historia… Dicen que para despedir la obra del Autor como
se merece…

— Pero ¿qué me dice Vd.? ¿No puede controlarlos? –preguntó y


exclamó a la vez el Interlocutor—. Son figuras históricas, y no
tienen ningún derecho a revivir. Sobre todo, por su posible in-
tento de cambiar lo ya sucedido. Dígales que se apacigüen y que
vuelvan a sus lares…

— Imposible. Ya están reunidos en un lugar concreto, y ni sé cómo


lo sé yo mismo. En sitio no está tan lejano, y su solo enunciado ya
evoca el escenario crucial de toda nuestra Historia…

— ¿Dónde, dónde…?

— Me dicen que en el Salón de Reinos…

— ¿Quiere decir la gran sala del Casón del Buen Retiro, que
ordenó construir Felipe IV?

— Allí mismo, efectivamente. Sin duda, porque ese lugar sigue


siendo el más representativo de la Monarquía Hispánica, y se-
gún parece, allí han dado cita a varios historiadores. Está claro
que no se disolverán si no hacemos acto de presencia y les
escuchamos, y tal vez quieran levantar acta de lo que nos di-
gan. Allí hemos de ir…

— Sin más dilación, pues, Sr. Autor –reaccionó positiva-


mente el Interlocutor—. Escucharemos a los personajes
principales de su lista onomástica, como un grito de la His-
toria que nos llega de lejos.

Y como cabalgando una centella, uno de esos rayos relámpagos


que van de una nube a otra sin tomar tierra, Autor e Interlocu-
tor se vieron trasladados en un instante a la propia entrada del
Casón del Buen Retiro, la puerta al Salón de Reinos, con sus
tres grandes arcos en la parte baja de su fachada y seis grandes
columnas en la parte superior.

4
2. La viva figura de Don Fernando el Católico

Asombrados por tan inusuales hechos, Autor e Interlocutor


subieron las escalinatas al pórtico del Casón; donde de inme-
diato pudieron ver nada menos que a Don Fernando el Católico,
de recia figura y gran apariencia, salvo por la leve luminiscencia
de su persona. Parecía datar de 1500, la mejor época de su
vida, la de las guerras en Italia ganadas a Francia por el Gran
Capitán. El rey saludó al Autor y al Interlocutor, con no poco
afecto, pero sin ceder un ápice en sus maneras de grandeza:

— Señores –dijo—, los que nos hemos reunido aquí, sabemos


bien de qué va este libro intitulado La mitad del mundo que fue
de España, del que hemos tenido una especie de colectiva cog-
nición infusa, disfrutando grandemente del relato; especial-
mente de los llamados colofones, esos largos diálogos al final
de cada capítulo en los que parecen pretenderse dar con el
sentido de grandes historias. Y enterados hace muy poco de
que está por terminarse tal obra, hemos resuelto ofrecerles los
mejores parabienes, y también expresarles algunos de nues-
tros pareceres…

5
— Don Fernando, lo que Vd. diga –manifestó el Autor, que pa-
reció súbitamente descargado de una gran preocupación por
cuál sería la actitud del gran Rey—. Aquí estoy con mi Interlo-
cutor, que me ha seguido a lo largo de los 15 capítulos del libro.
Somos todo oídos…

— Pues más que agradecidos les quedamos –dijo Don Fer-


nando—, y lo primero de todo, es expresarle al Autor la más
sublime admiración por haber hecho un libro con la parte prin-
cipal de la Historia de España, referente a la Monarquía Hispá-
nica y al Imperio de ultramar… Yo mismo recuerdo que intuí el
formidable despliegue histórico que íbamos a tener, cuando
casé con Isabel en 1469. Recuerdo que le dije a la Reina: “Hoy
no se unen simplemente un hombre y una mujer, sino que lo
hacen dos grandes Coronas, Castilla y Aragón, para formar un
nuevo Reino mucho mayor, que va a ser toda la España y tal
vez medio mundo…”.

Esas frases las pronunció Don Fernando con un deje premoni-


torio de cuando se pronunciaron, como intuyendo grandes ini-
ciativas. Y en ese trance de evocación nos hallábamos cuando
tras unos breves segundos de silencio resonó cada vez más
próxima una voz que parecía exigente: ¿de qué?

— Yo mismo fui quien redimensionó los ámbitos de ese gran-


dioso Reino de medio mundo que decís…

3. Colón y el Papa Alejandro VI, en escena

Quien de ese modo tomó la palabra era Cristóbal Colón, que


con rostro un tanto provocativo siguió hablando:

—Sí, bueno es recordarlo, yo les di a los católicos monarcas el


Nuevo Mundo, para llegar –reconoció— no a las especias, pero
sí a otras muchas riquezas… Y lejos de agradecerme por todo
ello, me fueron arrebatadas las potestades de Almirante de la
Mar Océana y Virrey de las Indias...

Tras escuchar tan triste disquisición, el Rey Fernando pronunció


unas palabras que sonaron tranquilizadoras y cabales:

6
— Almirante, su papel en la Historia
universal está asegurado, por mu-
cho que ahora algunos enloquecidos
estén desmontando las estatuas que
le recuerdan en tantos sitios… Son,
ya lo sé, avatares de la diferente
manera de interpretar la Historia en
cada momento, surgiendo ahora el
pseudoindigenismo, una actitud an-
tihistórica que arrecia más que
nunca: quieren cambiar el pasado y
eso es imposible… Por lo demás,
debo disentir de su señoría, pues
Vd. no dio nada a los Reyes Católi-
cos, a Isabel y a mi persona. Fue el
Papa Alejandro VI, con sus bulas de
1493. Y luego vino el Tratado de
Tordesillas, principio y fin de todas
las cosas: la donación del Nuevo
Mundo y también del Océano Pacífico. Que luego se completó
con el Tratado de Zaragoza de 1529, por el que se quiso fijar
el Antimeridiano…

4. Balboa, Magallanes y Elcano.


La Mar del Sur y el Pacífico

No habían pasado ni tres segundos,


después de que Don Fernando hu-
biera intentado apaciguar a Colón,
aclarándole al tiempo la función
fundamental de Alejandro VI, en
ese preciso instante, sin la venia de
nadie, tomó la palabra otro perso-
naje que salió de la semisombra cir-
cundante, para hablar. Y pronto pu-
dimos ver, por su atuendo y as-
pecto, y sobre todo por lo que fue
diciendo, que se trataba de Vasco
Núñez de Balboa, que mirando al
Almirante de la Mar Océana, dijo:

7
— Sea Vd. razonable, Don Cristóbal,
porque no llegó Su Ilustrísima ni a la
India, ni a Catay ni a Cipango. No pasó
de las Antillas y el Caribe, con cuatro
largos viajes. Teniendo que ser yo
mismo quien avistara la Mar del Sur. Y
digo más: si yo no hubiera sido decapi-
tado por el malvado Pedrarias, tal vez
hubiera arribado a los más lejanos con-
fines, navegando por el nuevo Océano
hasta la China inclusive…

Nada más pudo decir Balboa, en la con-


ciencia de que eran muchos los que es-
peraban tomar la palabra. Así, una voz
un tanto alterada, y con acento luso
bien perceptible, irrumpió en escena,
con tono más que pretencioso, casi re-
tador…

— Esa fue mi verdadera labor, y así lo


propuse a Carlos I: descubrir un paso
entre nuestro Atlántico y la nueva Mar
del Sur… al Océano Pacífico que yo le di
por nombre.

Quien en la ocasión así habló fue Maga-


llanes, muerto en la Isla de Mactán, Fi-
lipinas, a manos del cacique Lapu
Lapu… así perdió el protagonismo abso-
luto en la navegación que él postuló y
no llegó a culminar.
— No se excite Vd., Don Hernando –re-
convino el Rey Católico, siempre ecuá-
nime, pero también muy preciso—,
pues no fue Vd. el primero en diseñar
ese viaje que Vd. pretende fue sólo idea
exclusivamente suya… La verdad es
que la imaginé yo mismo, cuando envié
a Juan Díaz de Solís en busca del paso
interoceánico, del Atlántico al Mar del
Sur, y ya sabe que Solís murió en el Río

8
de la Plata. Como Vd.: fue abatido
por los indígenas… Por lo demás, la
ruta Magallanes atravesando su Pa-
cífico de Vd., es la más alta gloria, y
puede estar orgulloso de ella… Y na-
die va a retirar el nombre de su Es-
trecho…

— Sí, sí, todo eso es verdad –se es-


cuchó una voz con clara entonación
vascongada—. Como también debe
quedar claro que al final, fuimos no-
sotros, 17 hombres conmigo, los
que volvimos a España desde la Es-
peciería, en lo que fue la primera
vuelta al mundo, decidida por noso-
tros solos, dictándonos la razón lo que nadie antes había pre-
visto. Y quien les habla es Juan Sebastián Elcano, marino de
Guetaria, para que conste aquí de una vez y para siempre, lo
que fue la decisión más importante señalable de aquella gran
expedición: la primera vuelta al mundo.

— Tampoco se extralimite Vd. mi buen Elcano –terció el Rey


Católico, otra vez conciliador—. A la postre, lo principal que
Vds. hicieron fue levantar el mapa del nuevo imperio español,
el primero ultramarino de toda la Historia, que yo mismo con-
tribuí a diseñar idealmente en Tordesillas en 1494: la América
entera y el hasta entonces ignorado Océano Pacífico. ¡Cuánta
envidia se extendió en todo el universo por semejante queha-
cer!, siendo así como empezó lo que los historiadores llaman la
Leyenda Negra…

5. Entran el vencedor de Tenochtitlán y otros conquista-


dores

Súbitamente, en el escenario en que estaba produciéndose la


sucesión de declaraciones históricas tan altisonantes de que
vamos dando cuenta, resonó, quebrando por un instante el pro-
tagonismo de Don Fernando; una voz potente que se levantó
con la fuerza que respaldaban sus hechos legendarios:

9
— Vd. hizo ese primer diseño, ciertamente, Don Fernando –
Cortés era quien se hizo con su turno—, y yo quiero representar
aquí a los que efectivamente fuimos instrumentando ese di-
seño, los verdaderos creadores del Imperio, los conquistadores
que hubimos de bregar con Cuauhtémoc en la Nueva España,
con los Incas en Perú, los Araucanos en Chile, los Chibchas en
el Reino de la Nueva Granada, con todos los valerosos guerre-
ros de las nuevas tierras…

— No se me desborde Vd., Don Hernán –manifestó Don Fer-


nando el Católico marcando su pauta a Cortés—. Porque sí, Vd.
creó la Nueva España con las conquistas que todos valoramos,
igual que hacemos con las de los otros conquistadores… Por
cierto, según mis noticias de los tiempos actuales, México está
pidiendo que España pida perdón por lo que Vd. y sus capitanes
pudieran haber hecho de malo en aquellos tiempos. A lo que el
actual Rey Felipe VI se ha negado, si no en rotundo, sí de forma
suficientemente clara. Pero ya veremos ese tema más ade-
lante, y permita que ahora tome la palabra Don Francisco Piza-
rro aquí presente.

— Descuide, Don Fernando, que Don Hernán Cortés sabe per-


fectamente que no fue él el único héroe de la raza. Pero también
está claro que mi pariente carnal de la Extremadura fue quien
marcó la hoja de ruta, como Vds. dicen ahora, a seguir… Yo
hice lo que pude en el Perú con mi anterior socio y luego
enemigo Almagro, y lo propio acometió Valdivia en Chile…

— Y los demás también hicimos lo posible en cada momento –


manifestó con énfasis un bien atildado personaje que resultó
ser Gonzalo Jiménez de Quesada—. Toda la América del Sur
devino española por quienes están aquí presentes en este Sa-
lón de Reinos: Federmann el alemán de Venezuela, Belalcázar
en Quito, Ñuflo de Chávez en Santa Cruz de la Sierra, Martínez
de Irala en Paraguay, y Pedro de Mendoza y Juan de Garay en
el ancho territorio del Río de la Plata … Todos supimos cumplir
con nuestro deber, ofreciendo al Emperador los territorios que
el Papa Alejandro VI le había consignado en sus bulas, a lo que
siguió Tordesillas, que sancionó, años después, el Papa Julio II.

10
La Iglesia era, así, el gran tras-
fondo. El Nuevo Mundo fue una
donación de naturaleza divina,
primero de todo para ser evange-
lizada… pero antes había de ser
conquistada

6. Irrumpen el Rey Empera-


dor y el Padre Las Casas

El silencio subsiguiente confirmó


aún más la solemnidad del mo-
mento, y también fue como un
previo a la presencia de quizá la
persona más esperada, Carlos V,
vestido al modo de la Dieta de
Worms, a la española. E hizo gala de una lengua de altísima
calidad, que había perfeccionado definitivamente a su vuelta de
Aquisgrán, tras ser coronado rey de romanos y César del Sacro
Imperio Romano Germánico.

— Con sumo gusto vengo a esta especie de concilio histórico –


dijo el hijo de Juana mal llamada la Loca, y Felipe dicho el Her-
moso—, y no olviden que yo convoqué el gran episodio de
Trento. Y en el asunto que ahora nos ocupa, no tengo ninguna
duda al rechazar lo que dicen de mí, de que apenas me interesé
por las Indias: conocí a todos los grandes conquistadores, salvo
Pizarro, para quien delegué en mi esposa la Emperatriz Isabel.
Y puedo recordar que las principales leyes de Indias, de 1544,
fueron de mi factura, con base en las ideas de aquel clérigo, el
Padre Las Casas… Europa era entonces un mar de quebraderos
de cabeza, mientras que mis capitanes de Indias hicieron su
labor de manera no sólo valiente, sino también siguiendo mi
singular administración, con capitulaciones y quintos reales…

No se habían apagado todavía las palabras de Don Carlos,


cuando hubo una intervención de alguien que surgió del fondo
de la Sala de Reinos, con rostro iluminado y palabra vehe-
mente. Y por sus hábitos pronto pudo inferirse que el nuevo
orador era el recién mentado padre Bartolomé de las Casas:

11
— Algo ha dicho el Emperador sobre
la conquista de las Indias, pero más
tendría yo que decir todavía sobre
su decidida destrucción, según re-
laté en un libro traducido a todos los
idiomas [“Y que tanto daño ha hecho
por su contribución a la leyenda ne-
gra”, se oyó decir desde el fondo de
la gran sala], y creo que todavía no
se me ha dado razón suficiente en
mi protesta…

Sólo los gestos y las palabras que si-


guieron, de Don Fernando el Cató-
lico, acallaron al reivindicante Don
Bartolomé, que se prestaba a anatematizar a conquistados y
encomenderos. Pero en ese momento, Don Fernando, volvién-
dose a Carlos V, hizo ademán de dejarle proseguir en sus re-
flexiones. Parecía como si el Emperador, precisamente por su
condición de tal, tuviera todo el tiempo del mundo para hablar.
Pero al final no fue así, porque Don Fernando era, se ha dicho
ya, ecuánime señor, y sin más le retiró la palabra a su nieto-
emperador, con las siguientes frases:

— Mucha razón tenéis, mi preclaro nieto –manifestó el Rey Ca-


tólico—, pero no olvidéis que en vuestro tiempo de largo
reinado, se fijaron propósitos que luego no se alcanzaron.
— Querido abuelo –dijo casi indignado Don Carlos en réplica
que él mismo se tomó—, bien que intenté lograr mi máxima
aspiración, la de entrar en Constantinopla, en un caballo
blanco, junto al rey Francisco I, tras sentar la mano a los infie-
les del Imperio Otomano y recobrar la Tierra Santa. Y si no lo
conseguí, vos sabéis que fue por las traiciones y felonías del
monarca francés. De quien tenía que haber dado buena cuenta
cuando lo tuve encerrado en la Torre de los Lujanes en Madrid…

— Y otro tanto tendrías que haber hecho con Lutero –le señaló
el Rey Fernando como castigando de palabra al inagotable Car-
los—, porque le diste salvoconducto para salir libre de esa
misma Dieta de Worns, antes recordada.

12
— Y ahora os diré –dijo el emperador en voz muy baja, casi
inaudible— que allí cometí mi principal error. Tendría que haber
acabado con el hereje, y evitar de raíz que con su veneno de
serpiente quebrara la Cristiandad para siempre…

7. El rey prudente no quiso conquistar China

Carlos V cesó definitivamente en su largo parlamento, y al


tiempo surgió una voz pausada, como si fuera la expresión de
la prudencia misma:

— Bien está todo lo mencionado por mi padre, Carlos I de Es-


paña y V de Alemania –quien ahora hablaba era, obviamente,
Felipe II—. Y oído lo que le hemos oído, recordaré que fui yo
mismo quien dispuso el gran Océano Pacífico para España, con
la esforzada labor de mis dilectos Legazpi y Urdaneta en las
Islas Filipinas, y bien que doy las gracias más expresivas a Ruy
López de Villalobos, por haberle dado ese nombre, el mío, a tan
hermosas y lejanas ínsulas: una gran incorporación al Imperio,
por haberse iniciado entonces la ruta
marítima de la seda entre la China y
la Nueva España, llegando a Sevilla y
a toda la Europa las bellas produccio-
nes chinescas, pagadas con la plata
novohispana… Todo se movilizó con
mi mejor moneda, el Real de a Ocho,
que sirvió de base para luego confi-
gurar el dólar de EE.UU., según se ha
documentado debidamente…

— Querido bisnieto –llamó la aten-


ción el Rey Católico a Felipe II—, está
bien que valores tus méritos, pero
seamos realistas verdaderos. Yo con
Isabel de mi brazo hice la unidad de
España, y no ocultare mi admiración
por la grandeza de emprendimientos
ulteriores. Pero permíteteme decirte
que tú, Felipe el Dos, no conseguiste
promover el Imperio Universal que
pensabas, junto con la China de la

13
dinastía Ming. También tenemos do-
cumentado todo eso…

— Pero sí me lo permites, querido bi-


sabuelo –musitó Felipe II, para luego
ir alzando más la voz—, mi padre y
yo, ya te lo ha dicho él, intentamos
las mayores grandezas. Pero los dos
percibimos que ya estábamos en los
límites del Imperio, con Castilla,
dentro de España como pieza funda-
mental de la Monarquía, que en un
momento dado no pudo dar más de
sí. Resistí el acoso de Inglaterra, a la
que devolvimos, ciento y raya, des-
mantelando la Contra-armada in-
glesa de 1589, mayor en barcos y
hombres de la que entonces fue nuestra Felicísima Armada de
1588. Y si no acabamos con los rebeldes holandeses en los Paí-
ses Bajos fue por la ayuda que siempre recibieron de anglos y
galos. Por lo demás, yo abrí el Siglo de Oro para la Literatura y
el Arte, como no hubo otro tiempo igual en toda Europa…

—Tienes toda la razón, mi bisnieto Felipe: ni la Invencible fue


el final de nuestros mares, ni Rocroi el de nuestros Tercios. Mi
tataranieto Carlos II no fue en manera alguna el colapso de la
Monarquía: además de cazar lobos, el tan hechizado rey supo
mantener el Imperio casi incólume, acabar con los altos precios
de los bienes más preciosos para el pueblo, y organizar una
Hacienda que rebajó los tributos…
Nuevamente se extendió silencio, esta vez entre admirativo y
polémico… hasta que nuevamente se levantó una voz por en-
cima de todas. Desde luego, se veía que el Congreso de Historia
en el Salón de Reinos nadie quería dejar el hueco de su espacio
y tiempo por revisar.

8. El Conde Duque y su fiasco de la Unión de Armas

— Bastante hizo la Monarquía Hispánica para mantener su do-


minio fuera de Europa, en el hemisferio de Tordesillas, durante
tres o cuatro siglos, según las zonas… En tres centurias sólo
se perdieron islas como Jamaica y Trinidad. Pero el resto se

14
mantuvo en la Corona. Habrán visto
Vds. que quien les habla ahora, soy
el propio Conde Duque de Olivares.

Efectivamente, era el valido de Fe-


lipe IV, con más títulos nobiliarios
que nadie, dispuesto a defenderse
con valedores estudiosos que le de-
dicaron grandes escritos, como fue-
ron los casos de Gregorio Marañón y
de John Elliot. Con voz más modu-
lada, el Conde Duque prosiguió:

— Pretendí hacer de Felipe IV el ma-


yor monarca de la Historia. Pero con
mi propuesta de la Unión de Armas,
de un ejército conjunto de todos los
reinos de la Monarquía Hispánica.
Pero por esas mis exigencias, todo acabó por desbaratarse. Con
rebeliones sin fin en Flandes, Italia y Portugal, e incluso hubo
que luchar dentro de la propia España, por el Corpus de Sangre
en Cataluña en 1640, y para someter a los andaluces subleva-
dos. Así las cosas, la hegemonía europea fue pasando a Francia
e Inglaterra…

9. La inmensidad del Pacífico y la grandiosa América del


Norte

Apagado el eco de las intervenciones


del Conde Duque de Olivares y de los
inevitables comentarios que siguie-
ron del Rey Católico, se oyó la voz de
una persona que desde un principio
no quiso arrogarse más méritos de
los debidos en presencia de quienes
estaban evocando tantas situaciones
grandiosas del pasado:

— El Océano Pacífico antes nom-


brado no fue empresa de un solo
monarca y de pocos años, sino de
muchos esfuerzos en el Sur con

15
marinos como Mendaña, Quirós, los
navegantes del Virrey Amat. Y en el
Norte, quisimos hacerlo nuestro,
muy por encima de California, el lla-
mado Oregón y el Territorio de Nu-
tka. Los virreyes de la Nueva España
construimos catedrales, hospitales,
y universidades en México, es ver-
dad. Pero también nos ocupamos de
tomar posesión de más de media
América con la gran ampliación que
significó la Luisiana… Llevamos los
límites del Imperio hasta lo que hoy
es Canadá y Alaska y a toda la línea
del Misisipi y el Misuri. Y lo digo yo,
Antonio María de Bucareli, Virrey de
la Nueva España durante ocho años,
de 1771 a 1779.

— Muy cierto lo que dice el Virrey, y que ahora tanto se ignora


por los mismos españoles. Soy Bernardo de Gálvez –se escuchó
su voz con un timbre de gloria—, gobernador de la ya citada
Luisiana, que en 1800 se entregó a Francia por la pérfida rela-
ción de Godoy con Napoleón… En la Historia más de dos tercios
del territorio actual de EE.UU. fue posesión de España, algo que
casi nadie menciona y que los llamados yanquis y gringos ig-
noran paladinamente…

Se produjo entonces un cierto revuelo, y de entre los asistentes


emergió Carlos III, que parecía haber salido del célebre cuadro
de Goya en que tanto se anotó su afición a la caza. “Debió dejar
la escopeta a uno de los ujieres al llegar al Salón de Reinos”,
pensó para sí el Autor.

— He de anotar –fueron las palabras del monarca con solemni-


dad tranquila— que cuando se habla de duración de imperios,
España tiene mucho que decir. Inglaterra llegó a la Tierra de
Esteban Gómez, la costa Este de los EE.UU. de hoy, con el
Mayflower en 1620, y retuvo sus Trece Colonias hasta 1776, es
decir 156 años. En tanto que nosotros mantuvimos la Nueva
España por tres siglos, y Cuba durante más de 400 años. Y mis
ministros más ilustrados trabajaron por los pueblos de los

16
virreinatos, que no colonias. Hicimos
universidades, hospitales, escuelas y
también grandes expediciones cientí-
ficas del más alto renombre, como la
del Barón von Humboldt (sí, también
esa) por toda la América española. Y
después surcaron más de medio
mundo las naves de Malaspina y Bus-
tamante, que durante cinco años na-
vegaron por los siete mares del Im-
perio.

10. Llegan hispanistas diversos

Una vez más, pareció como si en me-


dio del congregado tan diverso de
pensantes y oradores hubiera cru-
zado un ángel misterioso, generán-
dose un silencio profundo. Fue entonces cuando tomó la pala-
bra uno de los historiadores invitados por el cónclave, no se
sabe si para el asesoramiento de los próceres históricos, o si
para dar su propia opinión sobre los temas debatidos. Quien
habló entonces, con un español trémulo, fue el historiador in-
glés Lord Hugh Thomas, gran cronista de la triste historia de la
civil española 1936/39. Pero también gran conocedor del Im-
perio español de ultramar:

— Sí, sí que admiro ese gran Im-


perio. Se creó y se mantuvo en
contra de la voracidad perma-
nente de todo el entorno europeo,
de ingleses, franceses y holande-
ses, con no pocas insidias portu-
guesas … Grandes hitos de ese
dominio hispano fueron la con-
quista de Nápoles y Sicilia por el
Gran Capitán, las batallas gana-
das en Pavía, San Quintín, Le-
panto, Tenochtitlán… y Caja-
marca. Y hubo defensas que fue-
ron grandes victorias, como la
que mencionada por Don Felipe II

17
sobre la Contra-armada inglesa de 1589, desmantelada para
infortunio de Drake… También es mencionable la victoria de
Blas de Lezo en Cartagena de Indias contra el mendaz Almi-
rante Vernon, en 1741. Y más tarde llegaron las de Baton
Rouge y Pensacola cuando Bernardo Gálvez ganó a los ingleses
en 1781, durante la guerra de independencia de EE.UU. Sin
olvidar que Santiago de Liniers llegó a virrey del Río de la Plata
tras rechazar dos invasiones británicas de Buenos Aires y Mon-
tevideo en 1807 y 1809, con recursos solo platenses clara-
mente prohispanos, que impidieron que el Cono Sur de las
Américas pasara a ser inglés… Quedó británico Gibraltar desde
1704… Y bien se acordará el Autor que en nuestro último en-
cuentro en Panamá, en 2013, hablamos de un posible encuen-
tro de hispanistas para que Inglaterra devuelva Gibraltar a Es-
paña, siguiendo el sabio consejo de Adam Smith en 1776. Pero
antes de celebrar ese encuentro hube de emprender mi último
viaje…

— Lo que quiero agregar –dijo en tono discreto otro historiador


británico muy hispanista, John Lynch—, es que el Imperio fun-
cionó, y durante mucho tiempo. Y la América se gobernó mejor
de lo que se cree, como constató el Barón von Humboldt en su
viaje ya mencionado, cuando admiró la magnificencia de la ciu-
dad de México y dijo que podría ser la capital del mundo… Los
españoles no tienen por qué sufrir la carencia que ellos mismos
se asignan de autoestima, al pensar que toda su Historia fue de
fracasos y decepciones. mucha conquista y mucha gobernanza…
Cosa distinta fue el siglo XIX, pero esa época ya no corresponde
a este cónclave en torno a la mitad del mundo que fue de España.

11. Los historiadores españoles dictaminan

El tono de las intervenciones últimas resultó ser más sosegado


que antes. Se hizo reflexivo, con la entrada en escena de los
historiadores invitados…

— Bueno, bueno… —se oyó una voz muy pensarosa—. Mi nom-


bre es Claudio Sánchez Albornoz y he sido convocado a este
cónclave, al igual que Lord Hugh Thomas y el Prof. Lynch, como
historiador, y quiero decir algo no muy largo, con todos mis
respetos, ante figuras tan excelsas como el Rey Don Fernando
el Católico que nos preside. El caso es que tuve hace tiempo

18
una célebre polémica con mi distin-
guido colega Américo Castro, sobre
si nuestro devenir histórico como es-
pañoles estaba más influido por ára-
bes y judíos, o si lo principal de nues-
tra fuente nutricia fueron íberos, cel-
tas y romanos y godos. Y ¿saben
Vds.? Creo que ganó mi postura…

— Un momento, Don Claudio… —se


oyó ahora una voz firme. Quien en
ese momento tomó la palabra fue Ri-
cardo Majo Framis, un gran iberoa-
mericanista del siglo XX—. Yo tam-
bién, mucho más modestamente que
Vd., soy historiador invitado, tal vez
porque me pasé la vida biografiando
a toda clase de navegantes y con-
quistadores del Imperio de Ultramar. Y aparte de que Vd. tiene
razón, Don Claudio, diré hic et nunc que también la tiene Amé-
rico Castro en su controversia: negar la influencia de árabes y
judíos en España, no es posible. Pero, y ahora viene lo nove-
doso, hemos de incorporar una tercera parte al ADN de nuestro
sentir histórico, que llamaría factor Tordesillas…

Majo Framis parecía cansado, pero


siguió en su disquisición, interesante
de verdad:

— En otras palabras, la expansión de


España en su hemisferio del Nuevo
Mundo y del Pacífico nos ha marcado
para siempre. Sin esa gran proeza
del Imperio de Ultramar, cuyo entra-
mado se formó en sólo siete décadas
(1492-1565), el nuestro sería un
país de menor entidad. Por la con-
quista y todo lo demás que vino, te-
nemos hoy la segunda lengua del
mundo, con casi 600 millones de
hispanohablantes, y una continuidad
de nuestro habla desde California a

19
la Tierra del Fuego, más de 12.000
kilómetros sin solución de continui-
dad, como no hay nada parecido en
el planeta: ni siquiera en Rusia, el
mayor país del mundo: 6.416 km. en
línea recta entre Moscú y Vladivos-
tok, y 8.976 km. en la ruta terrestre
más utilizada…

La iluminada e inesperada interven-


ción de Majo Framis fue como un eu-
reka: la tercera pieza del ADN de la
Historia de España…

— Está bien lo que dice Framis… –


habló Salvador de Madariaga, autor
del libro Ascenso y caída del Imperio
español—. Con Trastamaras, Aus-
trias o Borbones, lo cierto y verdad
es que entre los siglos XV y finales
del XIX, los hechos del Imperio de Ultramar son nuestra Histo-
ria más universal… parte de nuestro ser, en gran medida reali-
zada por el propio pueblo, con el denodado esfuerzo de con-
quistadores, encomenderos, frailes, curas y sabios. Habrá que
agregar esa tercera pieza al díptico de Don Claudio y Don Amé-
rico para hacer un tríptico con lo que dijo Framis. ¿No les pa-
rece?

12. La emancipación de la América y la Constitución de


1812

Hubo como un consenso sobre la mentada tercera pieza del


tríptico, y ya ir al final de la historia del gran debate sobre el
Imperio de Ultramar, surgió el tema de las emancipaciones de
la América, con todo el dolor indudable de una separación tan
estéril de los españoles de ambos mundos. Tras auténticas gue-
rras civiles entre criollos indepes de un lado y peninsulares rea-
listas del otro lado, se produjo una gran desorganización, todo
un salto atrás en la economía y otras cosas de la antes América
española.

20
— Una triste historia que yo pretendí se resolviera, cuando pro-
puse independizar los virreinatos españoles, poniendo al frente
de cada uno un infante real…

De inmediato se reconoció por su prestancia y brillante vesti-


menta que las palabras oídas eran de Aranda, ministro de Car-
los III. Pero enseguida intervino otro prócer, que puso la idea
del Conde en su contexto.

— Habría sido toda una operación fastuosa. Pero la Historia


tiene su marcha ineluctable y los libertadores, que yo llamaría
más bien destructores del Imperio, los Bolívares y Sanmartines
se vieron favorecidos por la intrusión napoleónica en España, y
acabaron por salirse con la suya: fragmentar la América espa-
ñola en casi una veintena de países…

Quien así habló era el Diputado Flórez Estrada, gran figura de


las Cortes de Cádiz, que continuó su oración:

— El fraccionamiento del Imperio fue inevitable. Las distancias


eran enormes todos querían mandar en su propio territorio te-
niendo como horizonte las Audiencias, más que la mayor am-
plitud de los virreinatos. El Imperio podría haber durado más
sin las guerras napoleónicas y las subsiguientes de emancipa-
ción, que impidieron madurar los vi-
rreinatos y convertirse en reinos
como había preconizado el propio
Conde de Aranda.

Flórez se detuvo un momento, y para


terminar:

— Es más: invitamos a los diputados


en Cádiz americanos y filipinos a que
se unieran a una nueva España de
libertades, en torno a la Constitución
de 1812. Pero ya era demasiado
tarde. Todo estaba ya convenido: los
criollos se habían convertido en li-
bertadores, y arrastraban consigo
una masa heterogénea, y para domi-
nar aquellos países de tan enorme

21
belleza, con riquezas tan inconta-
bles. Así las cosas, las guerras civi-
les de españoles de aquí contra es-
pañoles de allí acabó con la separa-
ción… 1824, Ayacucho, fue el final
de la América española continental.
Y luego llegó el desastre de 1898,
con la guerra hispano-norteameri-
cana: murió el Imperio español y
nació el de EE.UU.

13.El perdón solicitado y el reen-


cuentro pendiente

Y cuando se pensaba que todo estaba


acabado, llegó otra intervención de
historiadores, Enrique Krauze, del Colegio de México, quien diri-
giéndose al auditorio pareció querer tranquilizarlo con unas pa-
labras casi finales:

— No sé preocupe Vd., señor Flórez Estrada, y ya sé que Vd. lo


tiene claro, Rey Fernando. En cuanto al tema de antes, del Rey
de España solicitado para pedir perdón a estas alturas por los
pretendidos males de la conquista y
de toda la era virreinal, es algo que
carece de sentido… Por muchas razo-
nes que ya he expuesto en otros lu-
gares y que no voy a relacionar aquí
y ahora una vez más… Es un pro-
blema de cultura y de trasparencia
histórica, y creo que poco a poco en
México y en otros países hispanos ire-
mos resolviendo el tema: la Historia
tiene que inocular a la propia educa-
ción. Siento haber entrado en el de-
bate de este Congreso Histórico muy
al final, y no disponer ya del tiempo
suficiente, Vds. me dispensarán…

—Dichas esas palabras, precisas para


no olvidar un contencioso y su futuro,

22
Enrique Krauze se retiró de la zona más iluminada de la escena.

Estaba claro que el Congreso de Historia estaba en su fase final.


Y por el Salón de Reinos se extendió un cierto sosiego, en la idea
de ir a mejor en el futuro en el conocimiento e interpretación de
la parte más universal de la Historia de España.

14. Se despide Don Fernando el Católico. Exit de Autor e


Interlocutor

Se hizo un silencio final y general dentro de lo que había sido


el areópago, el tribunal mítico de la Historia que formaban to-
dos los presentes, y que finalmente estaban alcanzado un
cierto consenso: la Monarquía Hispánica y el Imperio de Ultra-
mar fueron dos piezas únicas, el núcleo de la Historia de la
propia España. Ni más ni menos, como una imagen duradera
para propios y ajenos; siendo la ignorancia histórica de los es-
pañoles mismos el peor legado intoxicado por las diversas olea-
das de la tergiversación histórica de la célebre Leyenda Negra.

— Pues ya que Vd. ha sabido moderarnos tan bien Don


Fernando de Trastamara –dijo el Interlocutor, con no poca
extrañeza del Rey, ante un robot de última generación—,
lo cierto es que estoy contento de haber participado en el
libro “La mitad del mundo…” y más aún si cabe, en el propio
Congreso de Historia que ahora termina. En los colofones
de cada capítulo del libro, a veces me sentí en una atmós-
fera que aspiraba a dominar el Autor, pero la verdad es que
siempre estuvimos prestos a dar con el propio sentido de
la Historia… Y con el Congreso creo que hemos asistido a
una controversia harto fecunda. Nos sentimos supervisados
y valorados, creo que tanto el Autor como yo mismo.

— Si me lo permite, Don Fernando –dijo ahora el Autor— creo


que mi Interlocutor tiene su razón y parte de la mía. Su Majes-
tad ha puesto el dedo en la llaga varias veces con su modera-
ción. Y aunque podríamos seguir hablando indefinidamente,
todo tiene su principio y su fin. Y como dijo Don Quijote, ya en
su lecho de muerte, como Quijano el bueno, yo le propongo
ahora a mi Interlocutor: “Vámonos yendo, que todavía hay sol
en las bardas”, y mejor que vinimos nos vamos, porque el Con-
greso Histórico ha sido como un realce de la Historia Verdadera,

23
casi increíble de la España más grande. De la que deberían es-
tar enterados todos.

Después de tantas intervenciones, en el Salón de Reinos, se


notaba una gravedad especial. Los personajes, que habían se-
guido tan atentamente las intervenciones relatadas, ahora pa-
recían flotar, en la senda de hacerse invisibles. Fue entonces
cuando el Rey Católico se expresó por última vez:

— Muy bien, Señores, hora es de que volvamos a nuestras pági-


nas recónditas de la Historia, con agradecimiento máximo al Au-
tor y al Interlocutor. Casi diría aquello de Ite Misa Est: hemos
acabado… por ahora— Dio a continuación un medio abrazo real
a los dos que ya eran casi sus colegas, y el cónclave se desvane-
ció, quedando vacía otra vez la Sala de Reinos con sus impresio-
nantes muestras pictóricas en derredor.

Ambos bajaron las escalinatas del Casón del Buen Retiro a la


calle desierta de Alfonso XII, frente al gran parque. Y como
después de un largo sueño, los dos volvieron a sus realidades.
Bueno, por lo menos así lo hizo el Autor que retornó a su vida
casi normal … Porque del Interlocutor nada nunca más se supo.

24
BREVE HISTORIA DEL SALÓN DE REINOS:
LOS BLASONES DE LA MONARQUÍA HISPÁNICA

El Salón de Reinos fue instalado en el gran edificio conocido


como el Casón, y actualmente, cuatro siglos después, es la más
notable muestra arquitectónica de lo que fue la Monarquía His-
pánica. Era parte del Palacio del Buen Retiro creado por Felipe
IV; entre otras cosas, para albergar grandes obras pictóricas
que ahora son visitables en el Museo del Prado1.

El Salón de Reinos funcionó mucho tiempo, con una magnifi-


cencia que impresionaba a embajadores y miembros distingui-
dos de otras cortes europeas en su visita a Madrid.

En la bóveda del Salón se ven los escudos representativos de


los veinticuatro reinos en que rigió Felipe IV. Se reproducen por
orden alfabético, en las dos páginas que siguen.

1El Palacio del Rey Planeta. Felipe IV y el Buen Retiro, Museo del Prado,
Madrid, 2005, catálogo de la exposición, pp. 91-111. Jonathan Brown y J.
H. Elliot, Un palacio para el rey. El Buen Retiro y la corte de Felipe IV,
Alianza Editorial, Madrid, 1985.

25
BLASONES DE LOS 24 REINOS DE FELIPE IV

26
27
NOTAS
PRINCIPALES OBRAS DE RAMÓN TAMAMES
⎯ “Estructura Económica de España”, Alianza Editorial, 25ª ed., Madrid,
2008 (1960; entre paréntesis, la fecha de la primera edición).
⎯ “Introducción a la Economía Española”, Alianza Editorial, 26º ed., Ma-
drid, 2004 (1967). Hay traducciones inglesa (C. Hurst) y francesa (CE-
DES).
⎯ “Estructura Económica Internacional”, Alianza Editorial, 21ª ed., Ma-
drid, 2009 (1971). Hay traducción portuguesa, Universidade Mo-
derna.
⎯ “La República. La Era de Franco”, Alianza Editorial, Madrid, 12ª ed.
Revisada y ampliada, 1987 (1973).
⎯ “Ecología y desarrollo sostenible”, Alianza Editorial, 7ª ed., Madrid,
1995 (1974). Hay traducción portuguesa, Universidade Moderna.
⎯ “Historia de Elio” (Novela), Planeta, Barcelona, 1976; edición también
en el Círculo de Lectores, 1977.
⎯ “Una idea de España”, Plaza y Janés, Barcelona, 3ª ed., 1986 (1985).
Hay traducción alemana de Klett-Cotta.
⎯ “La Reconquista del Paraíso”, Temas de Hoy, 2ª ed., Madrid, 1993
(1992). Hay traducción portuguesa de la Editorial Diario de Noticias.
⎯ “La España Alternativa”, Espasa Calpe, Madrid, 9ª ed., 1994 (1993)
Premio Espasa de Ensayo.
⎯ “La Unión Europea”, Alianza Editorial, Madrid, 5ª ed., 2002 (1994).
⎯ “La segunda vida de Anita Ozores”, Sial Ediciones, 2ª ed., Madrid,
2000 (novela).
⎯ “Diccionario de Economía y Finanzas”, Alianza Editorial, Madrid, 13ª
ed., 2006 (1988).
⎯ “Ni Mussolini ni Franco. La dictadura de Primo de Rivera y su tiempo”,
Planeta, 2008.
⎯ “El grito de la Tierra”, 2ª ed., RBA, Barcelona, 2010.
⎯ “Breve historia de la Guerra Civil Española”, Ediciones B, Madrid,
2011.
⎯ “China tercer milenio. El dragón omnipotente”, Planeta, Barcelona,
2013.
⎯ “Más que unas Memorias”, RBA, Barcelona, 2013.
⎯ “¿Adónde vas, Cataluña? Cómo salir del laberinto independentista”,
4ª ed., Península (Grupo Planeta), Barcelona, 2014.
⎯ “Frente al apocalipsis del clima”, Profit Editorial, Barcelona, 2016.
⎯ “Capitalismo. Un gato de más de siete vidas”, Erasmus, Barcelona,
2017.
⎯ “Comprender la economía española”, Ediciones 2010, Madrid, 2017.
⎯ “Buscando a Dios en el Universo”, Erasmus, 7ª ed., Barcelona, 2018.
⎯ “Hernán Cortés, gigante de la Historia”, Erasmus, 6ª ed. Barcelona,
2019.
⎯ “Más allá de la maldita pandemia. El Informe Tamames para la recu-
peración económica de España”, Erasmus, Barcelona, 2021.
⎯ “La mitad del mundo que fue de España. Una historia verdadera, casi
increíble”, Espasa, 2ª edición, Madrid, 2021.
LA MITAD DEL MUNDO
QUE fue DE ESPAÑA
RAMÓN TAMAMES

SINOPSIS
En otro tiempo España estuvo al frente de naciones, con títulos de
posesión y conquista, de lo que geográficamente fue medio mundo.
Algo que no sucedió por casualidad: al término de ocho siglos de
reconquista en la Península, los españoles llegaron al Nuevo
Mundo (1492), cuya ulterior dominación no fue ningún milagro,
sino un hecho histórico bien conocido, pero no suficientemente va-
lorado por propios y ajenos.
Los gestores de esa gran expansión eran, en su mayoría, gente del
pueblo que, más allá del oro y la gloria, buscaban emular a sus
héroes de libros de caballería, dejando sus nombres para la Histo-
ria; generaciones asombrosas de navegantes, conquistadores, cris-
tianizadores… que además no operaron con «pólvora del rey», sino
con su propia financiación convenida en capitulaciones muy preci-
sas con la Corona.
España desarrolló todo un proyecto de globalización histórica entre
los siglos XVI y XVIII que alcanzó sus puntos álgidos en las Amé-
ricas, así como en todo el inmenso océano Pacífico (Molucas, Fi-
lipinas, Formosa, Carolinas, Marianas, archipiélagos del Sur), que,
durante muchas décadas, configuraron el Spanish Lake. El mismo
Pacífico que hoy está en disputa más que nunca, entre las dos su-
perpotencias, China y EE.UU. Que un día tendrán que ponerse de
acuerdo -es la idea de muchos politólogos desde Kissinger hasta
Allison-, con un nuevo tratado al modo del de Tordesillas. Cierta-
mente, no para dar paso a una nueva hegemonía, sino a un mundo
multipolar en busca de la paz perpetua que preconizó Inmanuel
Kant en su Ensayo sobre la paz perpetua en 1795.
AUTOR
Nació en Madrid en 1933. Doctor en Derecho y en Ciencias Eco-
nómicas. Catedrático de Estructura Económica. Fue diputado en
las Cortes Constituyentes. En 2013 ingresó en la Real Academia
de Ciencias Morales y Políticas, presidiendo la sesión la Reina So-
fía. Autor de varios libros de Historia (La República, La era de
Franco; Una idea de España; Hernán Cortés, gigante de la histo-
ria, etc.), es un viajero asiduo de las Américas y el Pacífico. Ha
dictado conferencias en Nueva York, Saint Louis, La Habana,
Santo Domingo, México, Centroamérica y Panamá y en todas las
capitales de Sudamérica; así como en Sídney, Canberra, Macao,
Hong Kong, Kuala Lumpur, y la Polinesia Francesa (Tahití) en el
Pacífico. Ha trabajado en instituciones iberoamericanas como IN-
TAL, ALALC, y Pacto Andino, y es Doctor Honoris Causa de las
Universidades de Buenos Aires y Lima.

LA FORMA MÁS RÁPIDA DE ADQUIRIR EL LIBRO es en plataformas digitales (Amazon, Casa del
Libro, Fnac, Todostuslibros.com), o pidiéndolo a tu librero habitual para que lo solicite
a la editorial Espasa

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