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Catón sobre la codicia y la lujuria

[34,4] "Muchas veces me habéis oído quejarme de los caros hábitos de las mujeres y a menudo,
también, de los de los hombres, no solo ciudadanos particulares, sino incluso magistrados; y a
menudo he dicho que la república sufre de dos vicios opuestos, avaricia y despilfarro,
enfermedades pestilentes que han demostrado ser la ruina de todos los grandes imperios. Cuanto
más brillante y mejor es la fortuna de la república a cada día que pasa, y cuanto más crecen sus
dominios -que justo ahora acaban de penetrar en Grecia y Asia, regiones llenas de todo cuanto
pueda tentar el apetito o excitar el deseo, poniendo incluso las manos sobre los tesoros de los
reyes, más temo la posibilidad de que estas cosas nos cautiven a nosotros, en vez de nosotros a
ellas. Creedme, las estatuas traídas de Siracusa fueron banderas enemigas introducidas en la
Ciudad. He oído a demasiadas personas alabar y admirar las que adornan Atenas y Corinto, y
riéndose de las antefijas de arcilla de nuestros dioses en sus templos. Por mi parte, prefiero las de
estos dioses, que nos son propicios, y confío en que seguirán siéndolo mientras les permitamos
seguir en sus actuales moradas.
En los días de nuestros antepasados Pirro intentó, a través de su embajador Cineas y mediante
sobornos, ganarse la lealtad no solo de los hombres, sino de las mujeres. Aún no se había
aprobado la ley Opia para moderar la extravagancia femenina y, sin embargo, ni una sola mujer
aceptó un regalo. ¿Cuál creéis que fue la razón? La misma por la que nuestros antepasados no
tuvieron que hacer ninguna ley al respecto: no había despilfarro que restringir. Se deben conocer
primeramente las enfermedades antes de poder aplicar los remedios; así, aparecen antes las
pasiones que las leyes que las limitan. ¿Qué originó la ley Licinia, que ponía un límite de quinientas
yugadas, sino el afán desmedido de unir tierras y tierras? ¿Qué llevó a la aprobación de la Ley
Cincia, relativa a los regalos y las comisiones, sino la condición de los plebeyos que ya habían
empezado a convertirse en tributarios y estipendiarios del Senado? Por ello, no es de extrañar que
no fueran precisas en aquellos días ni la Opia ni cualquier otra ley destinada a poner coto al
despilfarro de mujeres que rechazaban el oro y la púrpura que libremente se les ofrecía. Si Cineas
viniera a la Ciudad en estos días con sus regalos, se encontraría por las calles a mujeres de pie y
bien dispuestas a aceptarlos.
Hay algunos deseos de los que no puedo penetrar ni el motivo ni la razón. Que lo que está
permitido a otro no se te permita a ti, naturalmente, debe provocar un sentimiento de vergüenza
o indignación; pero cuando todos están al mismo nivel por lo que respecta al vestido, ¿por qué ha
de temer alguna que en ella se vea escasez o pobreza? Esta ley os quita ese doble motivo de
humillación, pues no poseéis aquello que se os prohíbe poseer. Dirá la mujer rica: "Precisamente,
es esta igualación lo que no soporto. ¿Por qué no he de ser admirada por mi oro y mi púrpura?
¿Por qué se cubre la pobreza de las otras bajo esta ley, de modo que puedan aparentar poseer lo
que, de estar permitido, no poseerían?
¿Deseáis, Quirites, provocar una rivalidad de esta naturaleza en vuestras esposas, donde las
ricas quieran poseer lo que nadie puede pagar y las pobres, para no ser despreciadas por su
pobreza, se excedan en sus gastos más allá de sus medios? Dependiendo de ellas, en cuanto una
mujer empieza a avergonzarse de lo que no debe, pronto deja de sentir vergüenza por lo que sí
debe. La que esté en condiciones de hacerlo, obtendrá lo que quiere con su propio dinero; la que
no, se lo pedirá a su marido. Y el marido estará en una situación lamentable tanto si da como si
niega, pues en este último caso verá a otro dando lo que él se negó a dar. Ahora piden a los
maridos de otras y, lo que es peor, están pidiendo el voto para la derogación de una ley,
obteniéndolo de algunos contra vuestros intereses, vuestras propiedades y vuestros hijos. Una vez
la ley haya dejado de fijar un límite a los gastos de vuestras esposas, nunca lo fijaréis vosotros. No
penséis, Quirites, que las cosas serán iguales a como eran antes de aprobar una ley sobre este
asunto. Es más seguro no acusar a un malhechor antes que juzgarlo y absolverlo; el lujo y el
despilfarro serían más tolerables si nunca hubieran sido excitados de lo que será ahora si, como
bestias salvajes, se les irrita con las cadenas y luego se les libera. Yo en modo alguno pienso que se
deba derogar la ley Opia, y ruego a los dioses que sea para bien lo que decidáis".

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