Está en la página 1de 3

Gentileza de 

www.capuchinos.cl para la
BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL

EL CREDO DE NUESTRA FE EN DIOS PADRE


CREADOR
(CIC 185-421)

INTELIGENCIA DEL CREDO PROFESADO (CIC 185-231)

                Quienquiera se pregunte con naturalidad y cordura por


lo ilimitado, se topará muy pronto en el mundo civilizado de hoy -
cual algo sabido -, con el testimonio cristiano y católico: "Creo en
Dios Padre todopoderosa, creador del cielo y de la
tierra".  Esta síntesis que se nos brinda de la fe, no ha sido
concertada según las opiniones humanas, sino que recoge, como
en una pequeña semilla de mostaza que contiene en germen todo
su posterior proceso y florescencia, lo que hay de más
importante en las Escrituras, para dar en su integridad el
conocimiento único de la fe (S. Cirilo de Jer, Catech. ill. 5,12).  Ella nos
permite entrar en comunión con Dios y con toda la Iglesia que nos
la transmite, y en el seno de la cual creemos (CIC 197).

Profesar:    "Creo en Dios Padre todopoderoso creador


del cielo y de la tierra", es como fijar el clavo del que pende todo
el organigrama de nuestra cultura creyente, y todo nuestro saber
sobre los misterios de la vida más allá de la experiencia
física.  En efecto, Dios creador y Padre es el punto focal de la fe,
y de este pende toda la estructura del edificio de nuestra
religión o todos los demás artículos del Credo (CIC 1991).  Esta
primera afirmación es también la más fundamental de la
religión, de tal modo que cualquiera otra utilidad que a ésta se
quisiera asignar, como por ejemplo, transformarla en el
instrumento útil del trabajo social, político o institucional (Cf. Ratzinger
, cae de su peso frente a esta resolución de
Conf. prensa, Stgo.11.07.88)
carácter más bien inspiracional, intelectiva o contemplativa.

El único sentido que puede tener profesar: Creo en Dios


creador, es el acatamiento gratuito y sencillo, esto es, sin
otros intereses, al que gratuitamente nos da todo: "toda la vida,
toda el alma, todo el cuerpo y todos los bienes" (S. Fco, l Re 23,8).

Aquel que dice: Creo en Dios..., no constituye sólo por


ese hecho un conocedor y ejecutor cabal de lo que encierra el
concepto; sino que básicamente al menos, alguien que teniendo
suficientes razones respecto a su credibilidad, toma el Credo que
se le plantea y lo abraza como pronunciamiento muy
personal. Como marco estatutario o fundacional de la propia
personalidad, de la propia realización en la vida. Profesar el
Credo tiene de por sí carácter de una opción fundamental, de
algo definitivo, sin alternativa de vuelta atrás; de 'metanoia' =
cambio de mentalidad, y de "conversión de vida". Y suele suceder
en personas que han abandonado a la dejación o repudiaron
abiertamente por cualquier causa la estructura corporativa o la
"institucionalidad de la religión; que en su yo íntimo conserven
en algún grado - incluso ignorando o vacilando respecto a este
mismo hecho -, el Credo, que íntimamente llegó a ser parte
suya: "creo a mi manera".

En realidad la vivencia íntima del Credo personaliza al


hombre definiendo y robusteciendo la
subjetividad, individualidad y particularidad de su ser.  Le
permite sobreponerse a la pérdida de sí en el acaso y la fatalidad;
sobreponerse al acoso de la masa, al gregarismo fatuo y a la
despersonalización del ciudadano número. El Credo constituye
efectivamente la opción fundamental del hombre frente a aquella
Conciencia personal, libre y creadora que lleva al mundo y lo
precede (Cf. Ratzinger, Intr. Ctmo. p 129s). Endereza su yo al objetivo
absoluto y soberano de la fe, que profesa.
 

El Credo apostólico presenta la paradójica unidad del


Dios de la fe: el Dios sumo Bien, Padre providente, y el Dios
de los filósofos: el Dios Altísimo, todopoderoso, creador del
cielo y de la tierra. Nos plantea la yuxtaposición del Dios cercano,
personal y entrañable y del Dios escondido, inaccesible, del 'que
es' (Ibid p.107).

También podría gustarte