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y gobernar
Hacia una sociología
de la cárcel.
La gobernabilidad
penitenciaria bonaerense
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Castigar y gobernar
Castigar y gobernar: hacia una sociología de la cárcel. La goberna-
bilidad penitenciaria bonaerense
Alcira Daroqui ... [et.al.].
1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: CPM y GESPyDH, 2014.
516 p. ; 22x15 cm.
ISBN 978-987-28642-7-9
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6. El gobierno del encierro: notas sobre
la cuestión carcelaria
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técnicas de gestión securitaria para el gobierno de los presos y las presas,
y que en su despliegue estructuran una subjetividad de la sobrevivencia
y la degradación.
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nales y a la relación del sistema penal con la estructura socio-económica
(economía de la pena).
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aun cuando en ambas dimensiones puedan identificarse componentes
punitivos. Esta interrelación penal-asistencial (Wacquant, 2010) en el
gobierno de poblaciones se corresponde también con la extensión mate-
rial del sistema penal formal: aun en el marco de una tendencia de am-
pliación hiperinflacionaria de la cantidad de personas encarceladas que
se sostiene en las últimas décadas, la captura penal se observa limitada
en comparación al campo global de producción y regulación de poblacio-
nes empobrecidas, es decir, la cárcel no puede contener segregativamen-
te a la totalidad de las personas atravesadas por estos procesos, pero sí
puede constituirse como un eje central en el gobierno de las poblaciones
empobrecidas. Por ello, resulta innegable su funcionalidad inmediata
sobre determinados sectores y su funcionalidad mediata para el conjun-
to de los pobres como escenario habitual, espacio institucional conocido
y reconocido tanto en términos de posibilidad -latente- de destino insti-
tucional, como de parte -concreta- de las trayectorias vitales socio-fami-
liares-comunitarias de amplios sectores sociales que habitan los ángulos
más pronunciados de la desigualdad social persistente. Poblaciones que
transitan en forma sostenida por diversos planos de la segregación (ur-
bana, institucional, cultural, económica) en un interjuego de separacio-
nes, exclusiones e inclusiones precarias en/sobre los márgenes del orden
social, posición que implica siempre un “adentro” del campo social, pero
visiblemente periférico y colmado de incertidumbres vitales y violencias
estructurales.
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dominación en las que se profundizan las asimetrías. Se instala entonces
un campo de conflicto en el que se confrontan estrategias de lucha y
resistencia por parte de los sectores sociales violentados, con estrategias
de producción de subordinación, sometimiento e incapacitación por parte
de los sectores dominantes del orden social.
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ción de los recursos públicos en grupos predefinidos como “vulnerables”,
mientras el sector privado se extendía hacia los planos de la educación, la
salud y la previsión social.
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modo que el precariado (Castel, 1995) producto de las políticas activas
de desposesión y marginación, se reproduce a través de tecnologías de
individuación responsabilizantes y con el recurso estratégico de la culpa-
bilización individual por “sus” fracasos se invita a revisar y revertir “sus”
penurias sociales, reinterpretadas en términos “psi” y de “sus” biografías
individuales, así como se promueven los “esfuerzos” y la “voluntad de
adaptación”, tendientes a la naturalización y conformidad con cualquier
forma de trabajo precario, en tanto la inactividad resulta la mayor car-
ga de estigma y reprobación para regímenes sociales que promueven la
“aceptación” de un lugar subordinado.
Así, durante las últimas décadas se extiende una compleja red puni-
tivo-asistencial que enlaza una lógica de prebendas y castigos como for-
ma de conducción y gobierno de los sectores subalternos del orden social,
y que en el plano más amplio delimita una progresiva “penalización de
la precariedad” (Wacquant, 2010:67). En este sentido, el neoliberalismo
como concepto sociológico, que excede a los términos estrictamente tec-
nocráticos de la economía formal y alcanza en cambio al orden de las con-
cepciones, subjetividades y relaciones sociales, así como fundamental-
mente a la relación estado-sociedad-mercado, es un proyecto ideológico y
una práctica gubernamental (Wacquant, 2010) que aboga por garantizar
la dinámica del mercado, celebrar la responsabilidad individual y aplicar
severidad sobre la dificultad (Young, 2003). Esta “severidad” se nutre de
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una enfática gestión regulatoria sobre grupos e individuos peligrosos/en
peligro y excedentes, dinámica que en su extremo encuentra la realiza-
ción de la hipertrofia del Estado Penal: “ampliación y fortalecimiento de
la red policial, un endurecimiento y aceleramiento de los procesos judi-
ciales y, al final de la cadena penal, un aumento absurdo de la población
carcelaria” (Wacquant, 2010: 31).
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dos a dirigir la conducta de los hombres que articula aspectos de las polí-
ticas sociales y penales en el gobierno de los pobres y que constituye una
“innovación política genuina” (Wacquant, 2010:60) de la biopolítica, aun
cuando represente un complejo ensamble de viejos elementos que persis-
ten, de nuevos elementos que innovan y de otros que son re-significados.
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y pobres no aptos (inútiles o deficientes) junto con un progresivo rechazo
por parte de la iglesia católica a la vagancia (vaga-mundos) como estatus
reprobable de aquellos carentes de sujeción al orden comunitario labo-
ral de reproducción, así como una condena simbólica hacia la pobreza,
atribuyéndole características negativas y denostando los hábitos mora-
les que se le asociaban. La incipiente modernidad, entre los siglos XV y
XVI, inauguraría una creciente “desconfianza” hacia los pobres, dando
inicio a una organización administrativa de la pobreza, con énfasis en su
rechazo, tanto desde el ámbito católico como protestante. Nacen en este
contexto las penas de destierro, galera o reclusión. Es definitivamente
en el siglo XVII con el despliegue del Gran Encierro donde las prácticas
represivas se anudan con las de caridad. Surgen Hospitales Generales,
Casas de Trabajo y Leyes de Pobres y Vagabundos, se realizan censos de
pobres y se crean congregaciones dedicadas a abordar la mendicidad de
modo correctivo-productivo. Aunque es definitivamente en el siglo XVIII
el momento en el que se consolida la centralización formal de la pobre-
za, adquiriendo las funciones económicas de ejército de reserva y siendo
blanco de los circuitos de tutela y filantropía social.
En este sentido, debemos tener en cuenta que a finales del siglo XVIII
nos encontramos frente al despegue del capitalismo y por lo tanto con
un nuevo orden social económico, político y cultural. A las sociedades de
soberanía les sucederá un nuevo orden social, aquel propio de un sistema
de producción agrícola de supervivencia en el que el poder era un poder
de muerte: disponía del cuerpo y de la vida, tanto a través de los castigos
despóticos (mutilación, muerte y deportación), como a través de las gue-
rras, hambrunas y epidemias que afectaban a las mayorías. El cuerpo
era el fin mismo de todo acto político del soberano, para esclavizarlo o
para eliminarlo. Es la violencia del poder descarnada, es el derecho a
dar muerte, a lastimar, a marcar, es la expresión de la conquista de la
subordinación por el terror, por la certeza misma de la muerte desligada
de cualquier pretensión tratamental: “(…) el poder se ejercía esencial-
mente como instancia de deducción, mecanismo de sustracción, derecho
de apropiarse de una parte de las riquezas, extorsión de productos, de
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bienes, de servicios, de trabajo y de sangre, impuesto a los súbditos. El
poder era ante todo derecho de apropiación: de las cosas, del tiempo, de
los cuerpos y finalmente de la vida; culminaba en el privilegio de apode-
rarse de esta última para suprimirla” (Foucault, 1987:128).
110 Además de los métodos de coerción explícita y el castigo, los sistemas educati-
vos modernos, la estructura sanitaria de salubridad, las fuerzas militares y el dispositivo
familiar serán también soporte de tan radicales transformaciones del orden social y
económico.
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naria del biopoder para sujetar la vida, y en particular la fuerza de tra-
bajo, al proceso de producción capitalista. Así, se despliegan y consolidan
los territorios en que se articulan el disciplinamiento de los individuos
y la regulación de las poblaciones: la familia, el hospital, la escuela, la
fábrica, el cuartel, la policía y también los asilos, manicomios, orfanatos,
reformatorios y la prisión. Son los espacios de emergencia y gobierno de
la cuestión social.
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sufrimiento. La exclusión como representación del espacio social y el su-
frimiento como representación de la condición humana, se corresponden
hoy como se correspondían anteriormente la pobreza y la piedad. Este
cambio debe entenderse, por supuesto, más como una inflexión progresi-
va que como una transformación radical. El discurso sobre los pobres y
la ideología humanitaria clásica no desaparecen totalmente 111. Al revés,
la lógica de la exclusión y del sufrimiento no se impone completamente,
en tanto hay sectores de resistencia a estas representaciones del mundo
social. Sin embargo, la inflexión es marcada, rápida y decisiva.
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Presenciamos un proceso de contención y cristalización de “un estado
de precariedad”, en el cual se mantiene un mínimo de inserción social
no ya como estrategia de preservación de amplios sectores sociales en la
franja de vulnerabilidad, víctimas de las políticas neoliberales, sino, en
este presente, como una forma de gobierno de aquellos no-integrables
que se constituyen en una amenaza en términos de orden y seguridad.
Una relación compleja entre precarización productiva y vital y tecnolo-
gías del control y del castigo (De Giorgi, 2006:29).
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Gobernar la cárcel
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Si el programa formal de la cárcel está marcado por las normativas
vigentes (Constitución nacional y ley de ejecución de la pena) en clara
clave rehabilitadora, sus efectos en cuanto a la producción de degrada-
ción y muerte son funcionales a un uso de producción y reproducción (en
clave de cristalización de la degradación y subordinación) de los pobres.
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vidad. El paso por estas instituciones provoca marcas, es decir, inscrip-
ciones que tipifican, categorizan y establecen líneas de circunscripción,
definen a quienes allí se penaliza como un colectivo problemático, un
“otro” claramente identificado sobre el cual se requiere desplegar estra-
tegias específicas durante la vida en el encierro. Ese “otro” será un otro
delincuente, peligroso, destinatario y protagonista de violencias múlti-
ples como códigos de supervivencia en un ámbito hostil y lejano al ideario
rehabilitador y a la aspiración humanista de la pena moderna.
112 Sobre los modos en que el espacio es estructurado por la violencia puede verse
también “Los usos de la violencia en el gobierno penitenciario de los espacios carce-
larios” (Motto, 2012b).
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igual, en tanto humano, aun en una relación asimétrica, sino a un “otro”
animal o “animalizado” y por ello, la acción misma pierde ciertos atri-
butos de fiereza o atrocidad. Así, el castigo, esa capacidad de producir
sufrimiento y dolor, de someter y de subordinar, de producir obediencias
fingidas en una relación de asimetría en la que los presos y las presas se
constituyen en víctimas silenciadas, además pasa un umbral, sube un
escalón que conduce a la crueldad. Una crueldad que no es producto de
actos extremos y extraordinarios, sino que es parte de una administra-
ción de actos cotidianos que el poder penitenciario ejerce.
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reconociendo en la actualidad una expresión más descarnada y violenta
porque se inscribe en la “gestión” y “gobierno” de un residuo social de
personas expulsadas del mercado productivo por el modelo capitalista
neoliberal.
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cuerpos de las personas detenidas, prácticas que lesionan, que
dejan marcas, que producen intensamente sufrimiento físico, y
que se producen en forma sistemática, regular y generalizada,
en diversas y variadas circunstancias, en todas y cada una de las
cárceles. En ese sentido es que las agresiones físicas deben ser siempre
consideradas prácticas de tortura, no sólo por el daño que producen
sino básicamente por la certeza de que se ejercerán y, por lo tanto, se
tornará “inevitable” su padecimiento en alguna circunstancia de la de-
tención de una persona en el ámbito carcelario bonaerense, impactando
así productivamente en la subjetividad de la persona detenida en tanto
la posibilidad de su despliegue siempre se encuentra presente.
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El gobierno penitenciario: la regulación del tiempo y la
diferenciación del espacio. El modelo de seguridad
demarcador de tiempos de encierro
y territorios sociales carcelarios
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licos que cumplen con la cuota disciplinaria y “aceptan” participar en la
ficción de un proceso de “moralización selectiva evangélica”. En el otro los
territorios de castigo, los sectores RIF y los sectores de aislamiento y
los traslados -los camiones y la Unidad 29- como territorios suspendidos.
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control -de esta forma de administración de los castigos- a través de la
regulación y distribución de poblaciones pero también de dispositivos de
un poder soberano, con una capacidad ilimitada de hacer morir, tanto
a nivel material como simbólico. En los traslados y la rotación por las
unidades se despliegan las peores condiciones materiales, se producen
los robos y los despojos, las violencias físicas institucionales, las violen-
cias entre detenidos/as y se “suspende” por un tiempo “indeterminado” la
fijación del sujeto a una cárcel, es una instancia de “violencia en tránsito”
del poder penitenciario.
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to incapacitante y neutralizante sobre las personas encarceladas, propio
del avance del Estado Penal y de Seguridad de las últimas décadas.
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Así, el programa de gobierno penitenciario reconoce múltiples combina-
ciones y complementariedades entre la violencia física, el aislamien-
to y los traslados, las malas condiciones materiales de detención,
el despojo y robo de pertenencias, la vejación y humillación, las
requisas sobre los cuerpos y las pertenencias. Pero en el ámbito
bonaerense los ritos de obediencia y sujeción y las prácticas de-
legativas de la violencia se constituyen en otras prácticas peni-
tencias claves a la hora de “comprender” el gobierno carcelario.
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Es decir, podemos pensar que si es posible gobernar la cárcel del siglo
XXI con su crecimiento exponencial en términos de personas detenidas y
de estructuras edilicias que responden a regímenes diversos, ello es posi-
ble estableciendo una lógica binaria, penitenciarios versus presos, sin te-
ner en cuenta una circulación de sentidos en la que se reconocen procesos
de gestión de los/as propios/as presos/as en articulación y complemento
con el poder penitenciario, y siempre subordinado al mismo. Una gestión
en relación al espacio, a los bienes y a la violencia que en tanto “habili-
tada y delegada” por el poder penitenciario convoca a la “coparticipación
de algunos” sobre “los otros” en cuanto a la administración de premios y
castigos, verdadero programa de gobierno penitenciario cuyo horizonte
inmediato está signado por la sobrevivencia tanto en términos de repro-
ducción material como de preservación de la vida.
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