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Durante el periodo de declive, la jerarquía religiosa dentro del Imperio otomano pareció
haber renunciado a su superioridad moral a favor de los sufíes, que continuaron
expandiéndose entre 1500 y 1750. La orden Bektashi, tan extendida entre los jenízaros,
empezó a ser identificada con este cuerpo. Mientras tanto, las órdenes sufíes, más radicales,
se dirigían a las zonas rurales y a las clases más bajas. Muchos ulemas siguieron
condenando actividades como la música, la danza, beber café, fumar tabaco o hachís,
prácticas que aparecieron en el siglo XV y XVI en el contexto de las ceremonias sufíes. En el
siglo XVIII, con muchos de los ulemas asociados a la corrupción y debilidad del gobierno
central otomano, numerosos sectores de la población miraron a los líderes populares sufíes
en busca de un guía moral.
Guerras en Europa[editar]
Véase también: Guerras otomanas en Europa
Decadencia[editar]
El Estado otomano era una máquina militar fuera de lo común conducida entre 1300 y 1566
por una serie de diez monarcas. La gran habilidad y la fuerza demostrada por los sultanes a
partir de Osmán (m. 1326) a Solimán (m. 1566) son el resultado de dos tradiciones: dar a los
jóvenes príncipes otomanos responsabilidades y permitir la sucesión de acuerdo con el
principio de «la supervivencia del más fuerte». Igualmente notable es la serie de monarcas
incompetentes que acompañaron y contribuyeron al gradual declive del Imperio otomano. La
ascensión de estos monarcas incompetentes, frecuentes durante el siglo XVI, se atribuye al
cambio de estas dos tradiciones. Después de Ahmed I (m. 1617) no se les volvió a dar a los
príncipes puestos de responsabilidad; por el contrario, fueron confinados en el harén, a la
sombra de los lujos y la soledad más que de la experiencia y el reto. Al mismo tiempo se
abandonó la costumbre del fratricidio y el principio de la «supervivencia del más fuerte» se
cambió por el de que el sucesor era el miembro varón de más edad de la familia real otomana,
el que salía vencedor de las maniobras del devşirme y el harén.
Todos estos cambios se arrastraban desde el reinado de Solimán, que, cansado de las largas
campañas militares y de los arduos deberes de la administración civil centrados en su
persona, hizo todo lo que pudo por apartarse de los asuntos públicos y dedicarse a los
placeres del harem. El puesto de gran visir, ocupado entonces por su amigo Pargalı İbrahim
Paşa, fue reforzado en cuanto a poder e ingresos, llegando incluso a tener el poder de pedir y
obtener obediencia absoluta, privilegio hasta entonces reservado sólo al sultán. Este fue el
principio del fin, ya que el gran visir podía desempeñar todas las tareas del Gran Señor,
excepto la de mantener la lealtad y unidad de todos los grupos del Imperio.