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La intimidad de la persona

Por: Emmanuel Martínez Sáenz 

La persona tiene características como auto movimiento, unidad, inmanencia,


organicidad y autorrealización. En este texto solo se expondrá una de ellas: la
inmanencia o intimidad. Con “intimidad” se hace referencia al mundo interior de la
persona; es decir, aquello que el ser humano conoce y sólo él, a menos que este lo
quiera dar a conocer. De manera precisa en este ensayo se tratará cómo la intimidad se
manifiesta al otro.

La intimidad, en una primera intuición, aparece como estática, pero no es así, es


todo lo contrario, es dinámica. En este sentido, Ricardo Yepes le gusta presentar a la
intimidad como un manantial. De él surge y brota lo que antes no mostraba, por
ejemplo, sentimientos, pasiones, ilusiones, filosofías, etc.[1] Yepes de manera
metafórica hace ver como el mundo interior de la persona- la intimidad- puede ser
vertida hacia fuera, como la interioridad se convierte en exterioridad. Esto denota una
profundidad y una superficie en el hombre, donde la intimidad personal es lo profundo,
mientras la superficie es lo mostrado.

Cabe mencionar también a la intimidad no como algo cerrado al otro, sino como
lo que se abre como personas. No es un espacio cerrado en el cual nadie puede entrar, al
contrario, es abierto, se muestra al otro, es relacional. De tal modo que no hay otro
modo de apertura personal total que la realizada en la intimidad. Esto se demuestra tanto
en el lenguaje corporal como en el lenguaje hablado. Puesto que, una persona al hablar
con otra, a través de sus expresiones faciales y del contenido de su mensaje se está
dando a conocer, está expresando su ser mismo, en su identidad y en su mismidad. A
propósito de esto, Martin Heidegger, en su libro “Hörlderlin y la esencia de la poesía”,
manifiesta que por medio del lenguaje se desvela al ser, pues en él, el ser se da y es
necesario saber escucharlo. Por tanto, para Heidegger el lenguaje se convierte en la
morada del ser[2]. Por lo dicho anteriormente queda claro, entonces, que la intimidad no
está cerrada herméticamente al otro, sino es un abrirse en un nivel más alto.

Llegado a este punto, es importante subrayar que ya que al mostrar la intimidad


una persona se da a la otra, el amor sería entonces un medio capaz de abrir la intimidad
del otro. Esto teniendo en cuenta que el amor es principalmente la capacidad de darse.
Sin embargo, es necesario distinguir entre el amor de donación y el amor de posesión.
El amor de donación es aquel que ama a la persona del otro por sí misma. En cambio, el
amor de posesión es cuando se ama a las personas y a las cosas no por sí mismas, sino
por mi bien propio. Es necesario aclarar que sólo el amor de donación es capaz de salir
de sí para unirse a otra persona. O en palabras de Juan Cruz Cruz, sólo el amor de
donación abre la intimidad para abrazar la intimidad de la persona amada[3]. Aquí la
intimidad adquiere otra característica más, ya no sólo es dinámica, abierta y relacional,
sino también es unitiva, pues une al amante y al amado.

Por otro lado, el cristianismo ve con otros ojos a la intimidad, la mira de una
manera más trascendente. Para el cristiano la intimidad es un lugar de encuentro con
Dios – un Dios personal –. San Agustín en su libro “Confesiones” tiene una plegaria
que ilustrará lo dicho: “¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua tan nueva, ¡tarde te
amé! y Tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba (…)”[4]. De esta
manera, expresaba el Doctor de la gracia como en la interioridad se logra el
recogimiento interior, el cual lleva a un encuentro con Dios. Tanto es así que sólo a
través del recogimiento interior profundo se puede alcanzar el nivel más alto de oración:
la contemplación. Por esto, la intimidad para el cristiano se transforma en un vehículo,
el cual te eleva hasta Dios.

En suma, la intimidad no puede ser observada como estática, sino ha de verse


con un carácter dinámico, del cual constantemente está emergiendo algo de la persona.
Además, no es un mundo en el cual sólo su dueño puede entrar, al contrario, es abierta y
relacional, pues se muestra y se da al otro. El amor, por tanto, se configura como la
forma más sublime de manifestar la intimidad, pues el verdadero amor se caracteriza
por su capacidad de entrega. Por último, la intimidad, vista desde el cristianismo, se
transforma en un lugar propicio para relacionarse con Dios.

[1] Cfr. YEPES R., La persona y su intimidad, Pamplona, Cuadernos de anuario filosófico, 1998.


[2] Cfr. MARIANO F. y  FERNÁNDEZ F., Historia de la filosofía IV. Filosofía contemporánea, 2
ed, Madrid, Palabra, 2009.
[3] Cfr. CRUZ J., El éxtasis de la intimidad ontología del amor humano en Tomás de Aquino,
Madrid, Ediciones Rialp, 1999.
[4] SAN AGUSTÍN, Confesiones, Iquitos, OALA, 2004.

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