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Cholitos Militares y Activistas La Socie
Cholitos Militares y Activistas La Socie
Valenzuela Márquez
(Editor)
AMÉRICA
EN DIÁSPORAS
Esclavitudes y migraciones forzadas en
Chile y otras regiones americanas
(siglos xvi-xix)
Instituto de Historia
FACULTAD DE HISTORIA, GEOGRAFÍA
Y CIENCIA POLÍTICA
Jaime Valenzuela Márquez
(Editor)
América en diásporas
Instituto de Historia
FACULTAD DE HISTORIA, GEOGRAFÍA
Y CIENCIA POLÍTICA
325.283 Valenzuela Márquez, Jaime
V América en diásporas. Esclavitudes y migraciones
forzadas en Chile y otras regiones americanas (siglos xvi-
xix)/ Editor: Jaime Valenzuela Márquez. – – Santiago :
RIL editores - Instituto de Historia, Pontificia Universidad
Católica de Chile, 2017.
542 p. ; 23 cm.
ISBN: 978-956-01-0320-8
1 esclavitud. 1. chile-emigración e inmigración-histo-
América en diásporas.
Esclavitudes y migraciones forzadas en Chile
y otras regiones americanas (siglos xvi-xix)
Primera edición: diciembre de 2016
Sede Santiago:
Los Leones 2258
cp 7511055 Providencia
Santiago de Chile
(56) 22 22 38 100
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valparaiso@rileditores.com
ISBN 978-956-01-0320-8
Derechos reservados.
Índice
Presentación ..................................................................................... 11
Diáspora africana
y movilidades afrodescendientes
Abolición y continuidad
de las esclavitudes amerindias
La cruzada antiesclavista
y las fronteras del imperio español, 1660-1690
Andrés Reséndez ............................................................................... 295
José Ragas
*
Quiero agradecer a Martín Monsalve por compartir sus agudas observaciones
sobre la «Sociedad Amiga de los Indios» y la sociedad civil del siglo XIX. De
igual modo, Patricia Palma me proporcionó bibliografía sobre la historia de
la infancia y leyó una versión previa del manuscrito, realizando importantes
observaciones a la misma. Deseo agradecer también a Ada Arrieta Álvarez y al
Instituto Riva-Agüero, por haberme dado las facilidades y el permiso correspon-
diente para incorporar una de las imágenes que acompañan el presente ensayo.
511
José Ragas
podía ser vendido por una buena cantidad en las ciudades, debido a la
necesidad de las familias acomodadas por contar con sirvientes dóciles
que ayudaran en las tareas de la casa.
La circulación forzada de niños indígenas hacia Lima no solo era
conocida sino hasta aceptada como algo natural. Esta articulaba una
vasta zona del país, desde la sierra sur y central hasta la capital, y se
trataba de una práctica cuyos orígenes se remontaban a los primeros
años de la sociedad colonial, pero que había cobrado nueva fuerza desde
mediados del siglo XIX. Avisos de sirvientes menores de edad que se
encontraban fugitivos aparecían en la prensa como parte de los anun-
cios cotidianos, señalando los rasgos físicos de estos, de modo que ello
contribuyera a su rápida captura. La sociedad parecía responder con
indiferencia a este tráfico humano infantil. Según lo refiere Sebastián
Lorente –educador y fundador de un importante colegio en la capital–,
transportar niños desde la sierra era una práctica habitual. Su opinión
proviene de quien por experiencia personal ejercía este tráfico. De acuer-
do a él, llevar «cholitos» para que trabajasen como sirvientes en alguna
casa limeña no implicaba ningún riesgo, pues «nadie os perseguirá ni
nadie os ha de censurar»1. Pero no todos permanecerían impasibles. Las
escritoras peruanas denunciaron este hecho, pero a veces con resultados
adversos –incluyendo el ataque a sus propiedades– tal como ocurrió con
Clorinda Matto de Turner, autora de la aclamada novela Aves sin Nido
(1889). Al igual que ella, muchas otras escritoras incluirían el tema del
rapto de niños y niñas indígenas en sus obras2.
La «Sociedad Amiga de los Indios», una corporación formada por
militares y civiles en 1867 –y la principal protagonista de nuestro ensa-
yo–, compartía la misma indignación y preocupación por el comercio
humano de los «cholitos» que Matto de Turner y otras plumas de ese
entonces. No obstante, a diferencia de estas últimas que llevaron la de-
nuncia al terreno de la narrativa y la ficción, los miembros de la Sociedad
decidieron intervenir directamente y encabezar un rescate masivo de
niños indígenas que se encontraban en poder de prominentes familias
en la capital. El presente ensayo utiliza la información generada por la
misma Sociedad para explorar uno de los episodios menos conocidos,
pero que tuvo un profundo impacto en la política peruana. La decisión
de un grupo de personas de desafiar al ejército y denunciar los abusos
1
Lorente, 1967 [1855]: 29.
2
Para un análisis a profundidad sobre el tratamiento de este tema por las escri-
toras peruanas, véase Denegri, 2004: 126-131.
512
Cholitos, militares y activistas
3
Para un balance sobre la transición de Colonia a República, véase Contreras,
2012.
4
Si bien carecemos de trabajos sobre migración interna, existen otros sobre la
abolición de la esclavitud y la llegada de coolies asiáticos: Aguirre, 2005; Ro-
dríguez Pastor, 1989, entre otros.
513
José Ragas
5
Para una interpretación sobre la ausencia –o fracaso, según se quiera ver– de
proyectos industrializadores en el siglo XIX, véase Gootenberg, 1998.
6
El servicio doméstico ha sido analizado para el caso peruano por Aguirre, 2008,
y Cosamalón, 2012, entre otros. Un trabajo que merece destacarse, dado que
analiza el tema para el interior del país, es el de Christiansen, 2005.
7
García-Bryce, 2008: cap. 2.
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Cholitos, militares y activistas
Es cierto que existía un sueldo de por medio, pero eso no convertía las
relaciones laborales entre patrón y sirviente en un sistema económico
donde ambas partes pudiesen entrar y salir del mismo o disolver el vín-
culo laboral por voluntad. En realidad, además de estar inserto en un
sistema pre-capitalista, el principal rasgo que caracterizaba al servicio
doméstico de estos años fue la inestabilidad. Las denuncias sobre sir-
vientes que habían huido inundaban la prensa, junto con las peticiones
de los patrones –hechas en un tono más bien amenazante– para que
aquellos fuesen devueltos a la brevedad posible, como si se tratara de
posesiones y no de trabajadores que veían en la fuga la única manera
de romper el vínculo con la casa y sus ocupantes.
Uno de los grupos más visibles dentro de las casas fueron los
«cholitos», nombre que recibían los niños indígenas que entraban al
servicio doméstico8. Su presencia no era desconocida para ese entonces
y –como lo señala Teresa Vergara– ya era posible encontrarlos desde
la temprana sociedad colonial, especialmente en Lima, a donde llega-
ban traídos por sus propios padres o por encomenderos9. Este patrón
continuó aún en períodos más tardíos, cuando la clase encomendera
se encontraba próxima a desaparecer, momento en que otros agentes
–como apoderados o curas– tomaron su lugar, haciendo las veces de
nexo entre las áreas rurales y los tempranos centros urbanos. Es difícil
precisar el número exacto de cuántos de ellos existían en Lima, pero los
primeros censos modernos «casa por casa» –en reemplazo de aquellos
basados en criterios fiscales– y la información de la prensa dan cuenta
de que se trataba de un sector numeroso y que no estaba confinado al
interior del espacio doméstico10.
8
Ver el artículo pionero de Alberto Flores Galindo sobre este tema: Flores Galindo,
1994. La historia de la niñez apenas ha comenzado a ser explorada en el país.
Para una aproximación bibliográfica en el Perú, véase Vergara, 2012: 95, n. 144.
Ya a inicios de la década de 1980, Flores Galindo llamaba la atención sobre la
necesidad de contar con una historia de la niñez: Aguirre y Ruiz Zevallos 2011:
205.
9
Vergara, 2012.
10
Cosamalón, 2012.
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José Ragas
11
Un texto clave para entender el sistema forzado de trabajo infantil en América
Latina es el de Milanich, 2011. Asimismo, el ensayo de Eugenia Bridikhina
aborda un caso similar de tráfico infantil para La Paz, Bolivia: Bridikhina, 2007:
288.
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Cholitos, militares y activistas
conseguir que los niños les fuesen entregados por sus padres –de modo
voluntario o usando la coerción– para luego trasladarlos a la capital, o
entregándolos a otras personas que hacían las veces de intermediarios
en este comercio humano. La década de 1860 representó un momento
particular de esta práctica, amparada en la impunidad y la ausencia de
denuncias. La aparición de una organización civil como la «Sociedad
Amiga de los Indios», en medio de la difícil coyuntura de 1867-1868,
permitiría exponer la red de traficantes de niños y tratar de revertir
esta experiencia al retornar a los niños secuestrados a sus familiares.
La pluma y la espada:
Juan Bustamante y la «Sociedad Amiga de los Indios»
La fundación de la «Sociedad Amiga de los Indios» articuló dos
fenómenos que se estaban produciendo en el país en la década de 1860.
Por un lado, su aparición se inserta dentro de los cambios en las prácticas
de sociabilidad que condujeron a la creación de cientos de organizacio-
nes y asociaciones en el Perú. Carlos Forment, quien ha estudiado este
fenómeno en diversos países de América Latina, considera que entre
1830 y 1879 se crearon no menos de seiscientas asociaciones en el Perú,
de las cuales 371 surgieron entre el Combate del 2 de Mayo (1866) y
la Guerra del Pacífico (1879)12. La Sociedad se ubica precisamente en
esta coyuntura, marcada por una mayor participación de cierto sector
de la población en las asociaciones, en la prensa y en las elecciones.
Sus fundadores incluían sesenta personas que vivían en la capital y que
provenían de un grupo heterogéneo de abogados, maestros, militares,
políticos, hacendados, comerciantes y dueños de bancos13. Algo que ha
llamado la atención de los estudiosos de la Sociedad es la participación
de militares; y no en puestos menores, sino a la cabeza de la misma, ya
sea como su principal entusiasta –el coronel Juan Bustamante– o como
su líder –el general José Miguel Medina.
Por otro lado, la conformación de la Sociedad fue una respuesta
a los conflictos que se venían produciendo en el interior del país a raíz
de la reimplantación del tributo indígena. Abolido en 1854 debido a
los ingentes ingresos que el guano producía a las arcas estatales, hacia
12
Forment, 2003.
13
El estudio más completo sobre la Sociedad lo ha realizado Martín Monsalve,
2009. Para otras aproximaciones a esta organización, véase Forment, 2003:
297-298.
517
José Ragas
14
Para conocer más sobre Bustamante, véase el reciente libro de Jacobsen y Do-
mínguez, 2011; y el estudio de Mc Evoy, 1999.
15
El término «tempestad en los Andes» hace referencia a un conocido libro del
escritor indigenista y etnólogo Luis Valcárcel, con prólogo de José Carlos Mariátegui:
Valcárcel, 1927. El «Prólogo» a cargo de Bustamante fue publicado en el diario El
Comercio (Lima) [en adelante, EC], nº 9393, 12 de julio de 1867: 3.
518
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16
EC, nº 9393, Ibidem.
17
La Sociedad también publicó artículos en El Nacional, pero El Comercio sería
su principal medio de comunicación.
18
Sobre el diario en sí, véase Peralta, 2003. En cuanto a circulación de información
y patrones de lecto-escritura: Ragas, 2007.
19
Sobre el alcance nacional de la organización, véase Muecke, 2004: 57.
519
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20
Ragas, 2003. Para un panorama más amplio sobre el fenómeno del asociacio-
nismo, véase Monsalve, 2005 y 2009; Forment, 2003; Muecke, 2004.
21
Muecke, 2004: 58; Monsalve, 2009: 242.
22
La lista de los niños y niñas secuestrados se encuentra en la sección «Comuni-
cados», EC, nº 9456, 3 de septiembre de 1867: 3.
23
Ibidem.
520
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José Ragas
La campaña de recuperación
Los miembros de la «Sociedad Amiga de los Indios» tenían ante sí
una tarea que pocos podrían envidiar. No siempre las noticias sobre el
paradero de los niños indígenas secuestrados eran exactas y en el sub-
mundo de la servidumbre doméstica infantil la reconstrucción de cómo
habían llegado los niños a las casas de los patrones no siempre debió
haber sido clara. Ello dificultó hasta cierto punto la labor inicial de los
integrantes de la Sociedad, quienes debieron haber recibido abundante
información por medio del diario. Los esfuerzos coordinados de esta
organización se unieron entonces a los emprendidos por los padres de
las criaturas. Algunos de ellos realizaron desesperados esfuerzos por
ubicar a sus hijos e hijas una vez que los soldados abandonaron sus
pueblos, como sucedió con la madre de Petronila, quien se dio cuenta
de que no tenía tiempo que perder y marchó tras la tropa que se había
llevado a su hija. Fue así que llegó por primera vez al puerto del Callao,
donde, no obstante, perdió el rastro de la niña, confundida entre la
multitud que se agolpaba para tomar el tren en dirección a la capital27.
Cuando los padres hicieron pública la denuncia por el secuestro
de sus hijos, tuvieron el cuidado de incluir el nombre de los oficiales
responsables de dicho acto. Sabemos que entre los involucrados esta-
ban oficiales de apellido Araníbar, Alcázar y Baldeón, así como un tal
comandante Gutiérrez. La información permitió saber que los niños se
hallaban retenidos tanto en las casas de sus captores como en estableci-
mientos militares. Uno de ellos permanecía en el domicilio del coronel
que había sido parte de la expedición punitiva, mientras otro había
sido entregado a su esposa28. La exposición pública no debió haber
sido del agrado de los uniformados, pues a los pocos días de haberse
hecho público el tema, Elías Suárez –a cargo de la expedición que entró
en Parinacochas– escribió una furibunda carta a El Comercio, donde
deslindaba su responsabilidad y la de sus hombres a cargo en las acu-
saciones que le imputaban los «anarquistas». Su defensa, en realidad,
27
EC, nº 9457, 4 de septiembre de 1867: 3.
28
EC, nº 9460, 6 de septiembre de 1867: 3.
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dejaba mucho que desear. Luego de narrar las penurias que tuvieron
que pasar para llegar a la zona rebelde, Suárez trataba de justificar dos
hechos concretos: el reclutamiento de campesinos y la apropiación de
sus bienes. Esto último lo hizo señalando que «culpa fue de la falta de
fondos» y que no es «vez primera que se procede de este modo». Y en
cuanto al reclutamiento forzoso y la captura de personas de las zonas
vencidas, consideraba que estaba justificado por cuanto se trataba de
enemigos y espías. Así, toda sombra de acusación o duda sobre el des-
empeño de su liderazgo debía ser desestimado y su «humilde nombre»
reivindicado públicamente29.
La tarea de ubicación y recuperación no fue sencilla, por varias ra-
zones. Quizás la principal haya sido la información disponible, dado que
pocos se atrevían a denunciar a los militares ante posibles represalias.
Si bien además de los nombres y la edad, los padres habían incluido
el nombre del oficial que había secuestrado a sus hijos, los datos eran
insuficientes para su localización exacta. La información era actualizada
a diario para poder tener un perfil más exacto de a quiénes se debía
buscar. A uno de los secuestrados inicialmente se le había adjudicado
una edad mayor a la que tenía, posiblemente para evitar su búsqueda,
lo cual fue rápidamente aclarado por la Sociedad30. Asimismo, se hizo
saber que la hija de una tal Luisa García había sido raptada por los
efectivos militares y entregada a una familia. Pero luego esta noticia
tuvo que ser desmentida ante el detalle de que tanto la madre como
la hija habrían llegado voluntariamente a Lima acompañadas por un
soldado31. ¿Presiones para cambiar la versión? Los datos no permiten
dilucidar esta posibilidad, por más que la versión de un arribo voluntario
a la capital con un soldado sea poco creíble.
La Sociedad sirvió de intermediaria entre la Intendencia de Policía y
los padres de las criaturas. Una vez recuperadas, el intendente procedía a
entregárselas a la Sociedad y estas a sus padres. Cada caso era asignado
a una persona en particular, la cual se comprometía a hacer un segui-
miento y devolver al niño o niña secuestrada con sus progenitores32. No
obstante, aun cuando tuviesen la mejor de las voluntades, el esfuerzo
de la Sociedad estaba limitado por la acción de las autoridades. Por
los comunicados que hicieron públicos, podemos saber que el «celoso»
29
EC, nº 9467, 12 de septiembre de 1867: 3.
30
EC, nº 9461, 7 de septiembre de 1867: 3.
31
EC, nº 9460, 6 de septiembre de 1867: 3.
32
EC, nº 9530, 5 de noviembre de 1867: 3.
523
José Ragas
33
EC, nº 9460, passim. El calificativo de «celoso» en EC, nº 9461, passim.
34
EC, nº 9557, 30 de noviembre de 1867: 3.
35
EC, nº 9548, 21 de noviembre de 1867: 3; EC, nº 9485, 27 de septiembre de
1967 (segunda edición): 2-3; EC, nº 9567, 9 de diciembre de 1867: 4.
36
Parece que el cobro de recompensas por retornar personas extraviadas era una
práctica usual desde la década de 1830.
524
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José Ragas
tener con las altas esferas del gobierno, los reclamos de un pequeño
grupo de liberales debieron parecerles, si es que no ridículos, más bien
inofensivos37. Después de todo, la Sociedad no era un grupo político
de presión sino una suerte de colectivo que se estaba enfrentando a los
militares y al sector conservador de la sociedad. Para el momento en
que esta confrontación ocurría, ambos oponentes se sentían seguros de
su alcance: el uno basándose en la emergente esfera pública nacional,
y el otro en la tradición y los recursos del Estado. Esta pugna de fuer-
zas contribuiría a la tensión entre los sectores civiles y militares, cuyo
desenlace se resolvería pocos años después de manera sangrienta con
la rebelión de los hermanos Gutiérrez en 1872, considerado como un
desesperado intento para evitar que un civil asumiese la presidencia de
la República.
Puede que por escrúpulos, o ante la noticia de la toma de acciones
por parte del intendente en la búsqueda de los niños secuestrados, al-
gunas familias hubiesen decidido devolverlos por voluntad propia. Es
el caso de una señora que tenía a uno de estos niños y que lo entregó a
dicha autoridad «bajo la persuasión de que había sido adquirido de otro
modo», pero que las noticias publicadas en El Comercio la habían pues-
to al tanto del verdadero origen de su flamante compra38. Por supuesto,
no todos tuvieron la misma consideración. Cuando Luisa Aguilar llegó
a Lima y averiguó el paradero de su hija, se dirigió apresuradamente
a tocar la puerta de la casa donde esta se encontraba, solo para que
el jefe de familia –un comandante– la emprendiera a puntapiés contra
ella y le increpara el costo económico que habría supuesto traer a la
pequeña hasta la ciudad39.
Vicente Contreras, uno de los niños raptados, tuvo la oportunidad
de contar cómo había llegado a Lima desde el poblado de Mirmac, en
Parinacochas. Según su testimonio, un grupo de soldados entró de ma-
nera violenta a su casa y procedió a registrar el interior de esta, luego
de enviar a los animales al patio. Al ver que no había nada de valor
en la humilde vivienda, decidieron tomar como botín al niño, a quien
luego entregarían a una casa necesitada de sirvientes, en la capital40.
Otro de ellos, Lucas Narrea –de cuatro años–, contó una historia si-
milar: dos uniformados entraron a su choza en el poblado de Ccasa y
37
EC, nº 9460, passim.
38
EC, nº 9461, 7 de septiembre de 1867: 3.
39
EC, nº 9457, passim.
40
EC, nº 9461, passim.
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Epílogo
Después de varios meses de intensa búsqueda, hacia fines de 1867
la campaña a favor de los niños indígenas secuestrados parecía haber
llegado a su fin. No sabemos cuántos de estos fueron traídos de ma-
nera forzada a Lima ni cuántos lograron ser llevados de vuelta al sur.
Hacia septiembre solo se había podido ubicar a tres de los niños y en
los meses siguientes hicieron lo propio con otros más. Los infantes se
encontraban en distintas condiciones: en tanto unos fueron hallados
en una situación lamentable, otros habían sido cuidados y vestidos con
ropas nuevas. Mientras se encontraban en custodia en la imprenta del
diario, los niños recuperados recibieron alimentos y ropa de otros do-
nantes, algunos de ellos niños también43. Sin embargo, incluso cuando
se habían invertido enormes esfuerzos en la campaña, otros asuntos
más urgentes reclamaban la atención de la Sociedad.
En efecto, cuando esta organización estaba recogiendo información
sobre los niños secuestrados y haciendo las gestiones para que su recu-
peración y devolución llegasen a buen puerto, su miembro más visible,
Juan Bustamante, había continuado con su cruzada personal. Un mes
después de fundar la Sociedad se había dirigido a su Puno natal, desde
donde encabezó la defensa del régimen presidido por el debilitado pre-
sidente Mariano Ignacio Prado ante un levantamiento que pretendía
derrocarlo. Las fuerzas de Bustamante fueron derrotadas a inicios de
1868 y la región fue asolada por completo44. Los líderes fueron ence-
rrados en chozas y quemados vivos en su interior. Pero Bustamante
no fue ejecutado junto con ellos. En vez de eso, el anciano coronel fue
41
EC, nº 9496, 7 de octubre de 1867: 3.
42
EC, nº 9457, 4 de septiembre de 1867: 3.
43
«Indios. Dos niños restituidos», en Ibidem.
44
González, 1987: 15.
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Periódicos
El Comercio (Lima), 1867.
alguna casa por un sueldo muy bajo y sin ningún tipo de regulación: Ardito,
2012.
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