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Cuento el Lápiz

Estudiante: Agustín Balladares.


Todo comenzaba en un gran hospital llamado Obocallejera, era un
mundo maravilloso donde nací y que le llamaban la sala de parto, un
espectacular doctor que con toda su ayuda, logro hacer que
saliéramos al mundo de nuestra madre.

No era solo contra el mundo, venía en conjunto me muchos hermanos,


todos iguales a mí, estábamos completamente ansiosos por conquistar
el mundo y con muchas ilusiones de ser grandes lápices reconocidos.
Soñábamos con muchas incertidumbres en qué nos convertiríamos.
Sin embargo, nos cobijaron en una mantita y nos llevaron a un lugar
para conocer a nuestros dueños, siendo un negocio grande con
muchos libros y ademases. Todo esto mirando a aquel que entrara a
preguntar por nosotros.

Había una campana que nos avisaba cuando veían gente entrando y
respondíamos sintiendo que podríamos conquistar al mundo. En
consecuencia, al ser una tienda tan grande, al haber tantos objetos, la
gente no se daba cuenta de nuestra existencia y no nos miraban. se
llevaban a nuestros vecinos como: pegamento, lápices de colores y
cartulinas entre otros. No perdíamos las esperanzas de que se
acordaran de nosotros algún día. El terror, que tenía era la llegada de
él “come lápices”, dado a que tomaba a cualquiera de mis hermanos e
incluso podría ser yo y con sus dientes feroces se colocaba a triturar
hasta dejar grandes marcas a todos los lapices que se le atravesaba.

Hasta que un día, todo cambió cuando entro una anciana; la campana
mugió con una vibrante noticia, venía a buscarme entre mis
hermanos, acababa de elegirme a mí. Me pregunte miles de cosas,
entre tantas, en que me iba a usar y el para qué serviría, al llegar a
conocer mi hogar, se veía muy cálido y apacible, la anciana se veía
amable y se dedicó a pulirme y dejarme en una posadera junto al
teléfono.
Sin embargo, parecía todo una fantasía esperando a que me utilizara,
la anciana después de dejarme en la posadera, se sentó en el sofá a
ver una telenovela y yo aquí esperándola toda una tarde dejándome
en indiferencia. Pasaron días sin utilizarme junto a una hoja, hasta que
sonó el teléfono y ella se acercó a mí, con sus dedos suaves y tiernos
anotó un número, para así quedar nuevamente en la posadera
olvidado. Solamente pensé en que mis sueños se derrumbaron
especulando en que nunca me iba a usar, pero observé que solo
servía como adorno, tantos sueños desechados pensando en ser
utilizado en sinfonía, sonatas, operas y el arte o claramente trabajar
junto a un arquitecto, haciendo casas, puentes y rascacielos o ser
parte de un pintor crear cuadros o experimentar la escritura filosófica…
no lo sé, me sentí desgraciado.

Luego de tantas estaciones de años ya transcurridos, un día la


anciana ha de caer en el linving de la casa, observé que se
encontraba muy mal de salud y pálida con pocas fuerzas, se acerco a
mi muy cabizbaja y con sus tiernas manos me utiliza para marcar en
el teléfono, el número que había anotado alguna vez. Al poco tiempo
la anciana cayó en el piso y en breves instantes llega la ambulancia a
rescatar la vida de la anciana, para así en unas semanas al pasar,
vuelve nuevamente al hogar, sintiendo por primera vez en mi vida que
tenía sentido mi aporte y presencia para el mundo, si bien, no podría
cumplir el sueño de ser un lápiz de un oficio artístico o profesional.
Pero sin embargo he salvado una vida, he reflexionado que a veces
tenemos muchos sueños y no todos son realidad o se pueden lograr,
pero todos tenemos un propósito y eses es el real sentido de la vida,
para aprender a convivir con los que nos rodea, seremos más felices
por siempre.

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