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Había una campana que nos avisaba cuando veían gente entrando y
respondíamos sintiendo que podríamos conquistar al mundo. En
consecuencia, al ser una tienda tan grande, al haber tantos objetos, la
gente no se daba cuenta de nuestra existencia y no nos miraban. se
llevaban a nuestros vecinos como: pegamento, lápices de colores y
cartulinas entre otros. No perdíamos las esperanzas de que se
acordaran de nosotros algún día. El terror, que tenía era la llegada de
él “come lápices”, dado a que tomaba a cualquiera de mis hermanos e
incluso podría ser yo y con sus dientes feroces se colocaba a triturar
hasta dejar grandes marcas a todos los lapices que se le atravesaba.
Hasta que un día, todo cambió cuando entro una anciana; la campana
mugió con una vibrante noticia, venía a buscarme entre mis
hermanos, acababa de elegirme a mí. Me pregunte miles de cosas,
entre tantas, en que me iba a usar y el para qué serviría, al llegar a
conocer mi hogar, se veía muy cálido y apacible, la anciana se veía
amable y se dedicó a pulirme y dejarme en una posadera junto al
teléfono.
Sin embargo, parecía todo una fantasía esperando a que me utilizara,
la anciana después de dejarme en la posadera, se sentó en el sofá a
ver una telenovela y yo aquí esperándola toda una tarde dejándome
en indiferencia. Pasaron días sin utilizarme junto a una hoja, hasta que
sonó el teléfono y ella se acercó a mí, con sus dedos suaves y tiernos
anotó un número, para así quedar nuevamente en la posadera
olvidado. Solamente pensé en que mis sueños se derrumbaron
especulando en que nunca me iba a usar, pero observé que solo
servía como adorno, tantos sueños desechados pensando en ser
utilizado en sinfonía, sonatas, operas y el arte o claramente trabajar
junto a un arquitecto, haciendo casas, puentes y rascacielos o ser
parte de un pintor crear cuadros o experimentar la escritura filosófica…
no lo sé, me sentí desgraciado.