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Luis Pérez

Historia de Pancho Lugares

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Luis Pérez

Historia de Pancho Lugares

En nombre de Dios comienzo


y la virgen del Rosario,
para referir mi vida
como gaucho del Salado

Nací de Juana Contreras,


mujer de Pedro Lugares;
en el Monte aprendí a lér
por mandato de mis padres,

Y supe lér y escribir,


luego que cumplí doce años.
A domador aprendí
por tener de qué vivir.

A los quince años cabales


me alisté de miliciano,
por cierto en la compañía
del capitán D. Juan Chano.

Luego que supe domar


salí buscando conchavo;
y en las estancias de Rosas
siempre juí pión afamado.

Bajé a la Guardia del Monte


buscando vicios un día,
cuando en esto se aparece
un sargento con partida.

¡Güenas tardes! dice, amigo.


¡Muy güenas se las dé Dios!
¿No me dirá en qué se ocupa?
Yo, señor, soy domador.

Muéstreme su papeleta
a ver si es hombre ocupado;
porque, amigo, si no tiene,
tendrá que entrar de soldado.

Yo le contesté: ¡Por Cristo!


que en casa se me ha quedado,
traslomemos esta loma
que aquí no más la he dejado.

Mas no queriendo el sargento


dar crédito a mi razón;
ahí no más me acomodaron
enancado a un mancarrón.

A la ciudad me trajeron
con otros criollos del pago,
que de leva en esos días
de uno en uno habían tomado.

Aquí comienza lo güeno


de la vida de Lugares:
más bien no hubiese nacido
para ver rigores tales.

A retiro me llevaron,
y sas trás en un cuartel
me samparon como a pobre
que nadie se acuerda dél

Después de pasar dos días


sin comer, ni echar un trago,
nos arriaron en tropilla
entre un cuadro de soldados.

Lo que llegamos al río


en un barco nos metieron;
Y ahi no más eché las tripas
así que la vela dieron.

De soldado al otro lado


disque a todos nos llevaban.
¡Mire qué diablos de modos
de juntar la paisanada!

¿No era mejor, nos decíamos,


que para hacernos soldados
nos hubieran a las güenas
convidado en nuestros pagos?

¿Pues qué hombre, que tenga sangre


de patriota en las venas,
a peliar no iría con gusto
viendo atacada su tierra?

Vaya que estos mandarines


tienen muy bonita laya:
han de encontrar mucha gente
que llevar a la batalla.

Toda la noche anduvimos


aquí caigo aquí levanto:
mozos todos domadores
en aquel diablo de barco.

Pero al fin al otro lado


al día siguiente llegamos,
y como yeguas ariscas
a tierra todos saltamos.

En un arenal de Cristo
nos paramos en rodeo;
y así como quien trasquila
nos arreglaron el pelo.

Luego llegó un capitán,


y a éste quero, a éste no quero
nos jueron entresacando
como vacas del rodeo.

A mí me tocó por suerte


ser soldado de a caballo:
y así las horas no veía
de acomodármele a un bayo.

Arrimaron unos pingos


al parecer novatones;
diciendo los de a caballo:
enlacen los redomones.

Ahi no más salí yo al frente,


y le dije a un compañero:
empriésteme, amigo, el lazo,
verá enlazar a un guardiero.
Hice cortita la armada,
como siempre he presumido,
y codo vuelto enlacé
un alazán mala cara.

Lo que tomamos caballos


nos juimos al campamento
y luego que nos apiamos
yo me juí a mi regimiento.

Lo que me vieron la laya


caballerizo me hicieron;
y a cuidar una tropilla
con un cabo me pusieron.

Lo que me vi tan suelto


a matreriar empece;
y muchas veces confieso
que en resertar me pensé.

Pero yo saqué mis cuentas,


y dije: el dirme no es nada;
¿pero este diablo de río
cómo será la pasada?

Y así es que en estos momentos


tomé por fin el partido
de seguir mis compañeros
hasta que Dios sea servido.

Hice toda la campaña


voluntario de un cordel;
siempre de caballerizo
de mi señor coronel.

Estuve en Ituzaingó,
como todos por supuesto,
y también mojé mi corbo
en un rabudo por cierto.

Y por fin en las aiciones


donde me cupo ir a mí,
de los más lerdos por cierto
me parece que no juí.

Luego que se hizo la paz


volvimos a Buenos Aires,
y aquí comienza lo güeno
de la vida de Lugares.

Pa recibirnos en triunfo,
ajustarnos y pagarnos,
a la Recoleta a todos
resolvieron el llevarnos.

El día treinta por cierto


caballos nos arrimaron;
nos mandaron a ensillar
pero nunca nos formaron.

El primero de Diciembre,
día muy bien señalado,
nos trajeron a la plaza
para el mayor atentado.

Dos años casi han pasado


de este maldito suceso,
y al recordarlo, paisanos,
que me estremezco confieso.

Pero seguiré mi asunto,


y diré lo que entendí,
cuando en la plaza formados
a todos los cuerpos vi.

Conocí que a D. Dorrego


(No me quisiera acordar)
estos diablos revoltosos
del juerte lo iban a echar.

Pero yo saqué mi cuenta,


y dije: en escureciendo
Pancho Lugares irá
más de diez leguas huyendo.

Así no más sucedió:


pues pasada la oración
le hice una pregunta al pingo,
y lo sujeté en Morón.

Llegué a lo de D. Marcos Rivas,


que había sido mi patrón,
a quien todo le conté,
y me dijo esta razón.
Mira, Pancho; en mi sentir,
y, acá en mi corto entender,
partida de hombre cristiano
es la que acabas de hacer.

Ojalá muchos soldados


se portaran como vos,
desensillá tu caballo,
y tené confianza en Dios.

Ahí en la cocina hay leña,


y en aquella chuspa yerba,
voy a sentir hacia el pueblo:
tomá mate hasta que vuelva.

Un cimarrón había echado,


cuando ya el patrón de vuelta
llega y me dice: ño Pancho,
la revolución es cierta.

Pero descanse no más,


que tuavía no hay cuidado:
Dorrego y Rosas, me dicen,
que del pueblo han escapado,

y si esto es cierto, Lugares,


ese ejército no es nada;
porque dando un grito Rosas,
hay gente como yeguada.

Así sucedió por cierto,


pues creo en la madrugada
ya se veía bien clarito
a la gente alborotada.

Una voz no más se oía,


y los gauchos en tropel
hacia Navarro tiraban
a unirse a D. Juan Manuel.

Todo nuestro sentimiento


era vernos desarmados:
pero Dios no falta a nadie
en los lances apurados.

Y así fue que cada cual,


como Dios le dio a entender,
enastaba su cuchillo
para hacer frente con él.

Ya la división tendría
poco más de mil y ciento;
cuando el Sr. La Madrí
nos vino de parlamento.

El gobernador finado
le dijo a D. Juan Manuel,
que saliese a recibirlo,
y que tratase con él.

El patrón salió solito,


confieso contra mi gusto,
y así es que hasta volvió,
no se me quitó a mí el susto.

Llegó ande estaba el difunto,


diciendo: ¡Gobernador,
nuestra patria está perdida;
defendamosla, Señor!

Vueselencia sabe bien,


que yo en toda mi carrera
siempre sostuve las leyes
contra mi padre que fuera.

A La Madrí le he propuesto
que se nombren diputados
por ambas partes, y todo
quedará neutralizado.

Pero por su resistencia


a tratar racionalmente
ya me parece imposible
domesticar esta gente.

Sin embargo, esperaremos


con la gente preparada;
siendo, a mi ver, lo mejor
ponernos en retirada,

porque, Señor, si estos hombres


cargan con toda su fuerza,
son en número y en armas,
superiores a la nuestra.

Y así yo soy de opinión


que antes de la madrugada,
mueva usté su división
poniéndose en retirada.

Yo con cincuenta o cien hombres,


me quedaré a entretenerlos,
y usté hará las divisiones
con que hemos de defendernos.

En la inteligencia, amigo,
que, según mis circulares,
antes de cinco o seis días
tendremos gente a millares.

Gente que por su voluntad


vendrá a mostrarle a Lavalle,
que a un pueblo libre a la juerza
no se le manda que calle.

Sí, señor; yo estoy seguro


que la causa de las leyes
ha de triunfar sin remedio
de ese puñado de aleves.

Y así es que en treinta batallas,


en que nos puedan ganar,
con los libres en campaña
no han de poder acabar.

El patrón tomó cien hombres


entre los que vine yo;
y con la división grande
el gobernador quedó.

Dicho y hecho, D. Lavalle


lo que a La Madrí escuchó,
atacarnos ese día
al momento resolvió.

Hizo cuatro divisiones


y a Navarro enderezó;
y ahi no más a la rompida
con nosotros se topó.
Tendió unas cuantas guerrillas,
que a la carga se vinieron;
pero no pintaron mucho
lo que nos reconocieron.

D. Juan Manuel poco a poco


los venía trabajando;
mientras el gobernador
pudiera irse retirando.

Toda esa noche a una vista


nos vinimos tiroteando,
y algunos pingos por cierto
siempre le juimos mangeando.

Ahi cerquita de Navarro


D. Juan Manuel me llamó,
para mandarme a saber
si Dorrego se movió.

Diciéndome: usté, ñor Pancho,


váyase y vuelva volando
a ver cuál es el camino
que los nuestros van tomando.

Ahi no más di vuelta el pingo


si aclaraba o no aclaraba;
y antes de sudar el bayo
si a nuestra juerza formada.

Llegué y la reconocí;
y así que me cercioré
volví ande estaba el patrón,
y se lo comuniqué.

Entonces, D. Juan Manuel,


como que no le gustó,
un oficial dejó al frente
y así a Navarro tiró.

Diciéndome: usté, ñor Pancho,


se ha de haber equivocado;
no ha de ser de nuestra jente
con la que usté se ha topado,

Venga conmigo y verá


cómo en todo se ha engañado,
no es posible que Dorrego
no se haya ya retirado.

Porfiándole iba el patrón


sobre si era o no la juerza;
cuando en esto divisamos
a Dorrego a la cabeza.

Velay lo tiene, Señor,


le dije a D. Juan Manuel;
y así que lo conoció
enderezó a hablar con él.

¿Cómo es esto dijo, amigo,


que usté no se ha retirado?
La gente toda en camino
sin habérsenos juntado.

A mas de eso, ni las armas


siquiera nos han llegado;
y Lavalle ya aquí encima
perfectamente montado.

En fin, Señor, yo he cumplido


con cuanto usté me ha mandado,
mas a mi no me haga cargos
si el suceso es desgraciado.

El gobernador le dijo:
Todo está ya preparado;
con el rebenque es bastante,
no hay de qué estar apurado.

Así preparado todo


a Lavalle lo esperamos,
y en cuatro divisiones
a toditos nos formaron.

El coronel D. Pinedo
a la derecha formó,
y, Don Izquierdo en seguida
ahi no más se le paró.

Luego pegadito estaba


otra güena división,
que trujo D. Espinosa
casi al empezar la aición.
El coronel D. Ramírez
mandaba la artillería,
con unos cuantos soldados
morenos de infantería.

La indiada de los Cerrillos


a un lado de la laguna
con las otras divisiones
formaban la media luna.

El patrón de arriba abajo


arreglando caballadas,
tan pronto estaba en la punta
como en nuestras avanzadas.

Yo como soldado viejo


en la línea me fijaba,
y al verla formada en ala
confieso no me gustaba.

Pero esperanzado en Dios,


y en que la causa era güena,
todo lo disimulaba
y desechaba mi pena.

Esa noche se nos vino


con dos pingos parejeros
la ordenanza de D. Raus
que Dios conserve en el cielo.

Como el caso era apurado


no era de fiar en cualquiera,
aunque engañar no sea fácil
a la gente montonera.

Este mozo nos decía


que si la cosa duraba,
la gente toda en tropilla
en resertarse pensaba.

Se presentó D. Lavalle
con sus cuatro divisiones,
amenazando cargar
con sus bravos escuadrones.

Lo que nos reconocieron


se vinieron arrimando,
y como a quien no le gusta
los pingos venían sentando.

Rompieron nuestros cañones


un juego tan acertado,
que al infierno hubieran ido
si ahi hubiéramos cargado.

Pero por nuestra desgracia,


a pie firme nos tuvieron;
y ansí jue que sin trabajo
ahí no más los reunieron.

Se volvieron a venir
por nuestro costado izquierdo,
y como faltaban armas
consiguieron envolverlo.

Ya lo que estos se enredaron


a los demás envolvieron,
menos a la división
del coronel D. Pinedo.

Porque el hombre pudo en tiempo


con su cuerpo hacerse a un lado;
pero al fin cedió también
por hallarse desarmado.

Los indios de los Cerrillos


también dos cargas sufrieron;
pero al fin como eran pocos
resistirse no pudieron.

Así mismo los pingos


nos hubieran ayudado,
no era Lavalle se me hace
quien nos hubiese ganado.

Pero, amigo, por desgracia


todo jué una confusión;
pues ni mudarnos mandaron
antes de empezar la aición.

Los artilleros y infantes


estaban tan mal armados,
que las armas que tenían
eran palos de duraznos.

Y ansí jué que casi todos


quedaron en la estacada.
Mire que hazaña tan grande!
matar gente desarmada.

Pero Dios tenga en el cielo


a D. Paroli el teniente,
bien haiga el hombre cabal;
ese sí era hombre valiente.

A pie firme en el cañón


dos lanzazos le atracaron;
y él gritando: no me rindo,
en su ley murió peleando

No quiero decir por esto


que él solo se distinguió,
porque como él, otros muchos
mostraron ser de valor.

Así que nos redotaron


cada uno jué por su lado;
después verán en mi historia
cuál ha sido el resultado.

Yo por supuesto ahi no más,


siempre al lado del patrón
lo seguí; porque soy firme
en nuestra federación.

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