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POR QUÉ LEER

Luis Carlos Torres Soler

El pez, ser de las profundidades del agua


si le diera por hacer investigación
de lo último que se daría cuenta, es del agua.
Provervio Chino

He iniciado el año con el traslado de mi biblioteca a un nuevo estudio. La razón me la reservo, pero no las
consecuencias que han ocurrido. Este hecho sirvió de pretexto para hojear libros y dedicar tiempo a examinar textos
para aclarar esa relación misteriosa, que alguna vez tuve con ellos. Cualquier cosa ha resultado propicia: unos
párrafos subrayados, marcados o cuestionados, vagos y absurdos comentarios a pie de página o en los bordes,
erratas inútilmente corregidas, pasajes tachados, lomos sucios a fuerza de uso, en fin. Entre otras cosas, la nostalgia
me ha impedido ordenar los libros y todavía yacen apilados en cajas. Sospecho que el arreglo del estudio tendrá que
esperar algunos meses. O años. Me aguardan cientos de buenos motivos y un par de ensayos breves que, como este,
dan cuenta fiel de una pasión nunca desmentida.

Leo, y no está mal decirlo de una vez y en el tono personal con que se han iniciado estas líneas, me dicta la
memoria: desde los seis o siete años. Existiendo semanas, meses o hasta años en que no he leído ni un cuento.
Cuento de Batman o de Condorito. Leo porque me resulta mejor que no hacerlo. Leo porque no puedo no leer. Leo
por hábito, lo que es censurable y poco inocente. Leo, incluso, porque cada lectura me ha dado motivos más fuertes
para continuar haciéndolo. Leo sin atender a manuales, ficheros, guías. Me interesan los libros como para valerme
de intermediarios y si lo he hecho, que han sido mis alumnos y algunos colegas, la decepción ha respaldado mi
escepticismo ulteriormente. Al leer se aprende, más de lo esperado; alegra la mente, se reciben consejos, se
ensancha el espíritu al encontrar nuevos mundos y formas de vivir, fortalece el corazón para el amor y templa la
personalidad para la adversidad; se consiguen estrategias para progresar.

No tengo lista de "Los mejores". Siempre noto que hay que agregar alguno que descubro a última hora. "Cada
individuo tiene una selección de libros queridos y valiosos...". Por lo general, esto es ignorado por quienes
promueven campañas para crear el hábito de la lectura: disponen de altos presupuestos y bajas ideas, por lo que
someten a niños a textos demasiado necios y pueriles en el mal sentido de la palabra o extremadamente complejos.

No soy sicólogo, pero puedo confesar que hay que dejar que la chispa surja. Los libros no deben darse a los niños;
los niños deben tomar los libros. Por curiosidad, por placer, por interés especial, porque sí. Claro que se debe de
algún modo ayudar, orientar,... pero no imponer. los niños deben poder leer lo que quieren, aunque no sea la edad.
Y en este sentido no hay claves, no hay leyes. El placer de la lectura no se decreta: se despierta. No se determina: al
igual que la vocación, es un asunto de fe.

No estoy de acuerdo con valorar a los hombres por lo que leen: no es bueno pretender que quien lee es superior a
quien no lo hace. El afecto por los libros es un privilegio místico. Tanto para aprender a pensar, para estudiar como
para aprender a investigar, es indispensable leer activamente.

Algunas veces será mejor no leer demasiado. "Cuanto más se lee, menos huellas de lo leído quedan...". Hay que
darle descanso al cerebro. Recuerdo, y no sé por qué, a un amigo que me decía que leía unos ocho libros por
semana. Yo, no temo manifestarlo, no podría nunca hacer lo mismo: hay años en que leo sólo ocho libros por año y
menos. Procuro disfrutar y asumir con todos los sentidos cada obra que cae en mis manos, sobretodo si su autor es
un verdadero creador y no el repetidor de un modelo o un mero divulgador de simplezas con alto índice de ventas.
Leo libros científicos, novelas y de variados escritos, los científicos porque los requiero para completar algo que
estoy realizando, estudiando o investigando, y las novelas porque ayudan a recrear la mente.

Leer en voz alta o en voz baja; de pie, sentado, en cuclillas, tendido en un sofá o en la cama; de día o de noche;
acompañado o solo, a la orilla del mar o en un estudio, nada de esto interesa. Si se lee bien y si el libro es excelente,
lo demás queda justificado. Sin embargo, han existido situaciones que han requerido de concentración para
comprender: silencio, buena iluminación, una silla cómoda, material de trabajo, tiempo adecuado, buena merienda y
hasta linda compañía. El fervor, los tics y las impredecibles manías, no justifican mayor consideración.

Entre las singulares categorías de lector que se han dado, suele indicarse que existe el lector supersticioso: no
atiende al placer o a las revelaciones espirituales de un libro sino a las circunstancias que rodean la lectura. Cree que
hay libros que son talismanes y también que hay obras que provocan mala suerte en su dueño. Llega hasta el punto
de abandonarlo en un closet, en una caja, lo arroja a la basura, desconfía y lo quema. Meras necedades. Los únicos
textos que pudieran definirse como pavorosos son los malos, por el tiempo que nos hacen perder.

Leer ayuda a sacar provecho que, de seguro, permite desarrollarse como persona, cultivar el espíritu. Asumir la
lectura como placer es algo que lleva a encontrar a ésta como un camino hacia el saber, hacia el conocimiento de su
propio ser, hacia la creatividad y exploración de mundos desconocidos y fantásticos. La lectura es la puerta abierta
hacia otros mundos, hacia la comprensión de la realidad, la ciencia, la técnica y el arte. Lo contrario no es cierto, es
decir, el no leer, no inhibe comprender la realidad o la ciencia, pero, será algo más difícil.

La relectura es muy exquisita porque nos lleva a caminos y paisajes extraños: llenos de experiencias o novedosos,
pero lo que interesa aquí es insistir en que enamorarse de un texto es aceptar su descubrimiento permanente y la
eterna puesta a prueba de su valor. El conocimiento de seguro crece en una segunda o tercera lectura. Los detalles
se paladean, lo mismo que las frases o situaciones. Releer es revivir el encanto de leer; reencontrar la escondida
senda por donde han ido los pocos lectores que en el mundo han sido.

No creo que sea posible responder con justeza, unanimidad o precisión por qué leer o por qué no hacerlo, si es
bueno o malo hacerlo o no hacerlo. La definición más completa está destinada a ser irrefutable e inútil. Quienes ya
leen no la necesitan y quienes no lo hacen no buscan definiciones sino libros que los convenzan de modo
fulminante. El dilema, simplemente, está ahí, como una esfinge. Si no estoy del todo equivocado y mi respuesta no
se pierde en medio de la inflación conceptual de estos años, diría que bien vale la pena leer porque de lo contrario se
expone uno a perder la más secreta y fascinante dimensión inducida de la cultura humana. La de la imaginación, la
memoria, la inteligencia y la fantasía. Y eso no es poco, la inteligencia no se nutre.

¿Por qué leer? El alumno debe leer para conocer más, no porque el profesor le impone consultar y, erróneamente le
son especificadas las páginas que únicamente debe leer. Debe leer para complementar el conocimiento y buscar la
información que el profesor no le facilita. Esto no debe seguir pasando en los alumnos por la pereza mental. El
docente en cambio debe leer para mejorar su conocimiento y así tener capacidad de extrapolar aquello que el
alumno únicamente debe aprender. El docente debe leer de aquí y allá para interrelacionar elementos que permitan
imaginar aplicaciones reales de esa teoría que hasta ahora está conociendo y así no ser un simple repetidor de un
texto. Toda persona debe leer para nutrir el cerebro.

Para finalizar debo confesar, que esto que han leído, renglones atrás, no todo es de mi cerebro, claro, algunas o
muchas frases y pensamientos han sido copiados de esos libros que leo y releo, por qué negarlo, por qué afirmar
que salieron de la imaginación y fantasía así por así. Eso no sería cierto en el más remoto valle de un desierto, todo
ser humano cuando escribe algo de seguro lo toma de aquello que en algún momento ha visto, para el caso, ha
leído.

Leer es el hilo hacia la creatividad. El leer continuamente nos lleva a tener mayor imaginación, memoria,
inteligencia y porque no, de fantasear, como algunos pueden entender estas líneas escritas.

No podemos cambiar la dirección del viento,


pero si podemos direccionar las velas
para hallar nuestro destino.

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