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NORBERTO BOBBIO

EL FUTURO
DE LA DEMOCRACIA
Traducción de
JOSÉ F. FERNÁNDEZ SANTILLÁN

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA


méxico
Primera edición en italiano, 1984
Primera edición en español, 1986

Título original:
IIfuturo delta democrazia
(6/ 1984, Giulio Einaudi Editore, s.p.a, T u r í n
"ISBN 88-06-05754-5

D. R. © 1986, F O N D O DE CULTURA ECONÓMICA, S. A. DE C. V.


Av. de la Universidad 975; México, D. F.

ISBN 968-16-2250-2
Impreso en México
INTRODUCCIÓN

Reúno en este pequeño volumen algunos escritos que hice en los últimos años
sobre las llamadas "transformaciones" de la democracia. Uso el término "trans-
formación" en sentido axiológicamente neutro, sin atenerme a un significado
positivo o a uno negativo. Prefiero hablar de transformación más que de crisis,
porque crisis hace pensar en un colapso inminente: en el mundo la democra-
cia no goza de óptima salud, y por lo demás tampoco en el pasado pudo dis-
frutar de ella, sin embargo, no está al borde de la muerte. A pesar de lo que
se diga, ninguno de los regímenes democráticos nacidos en Europa después
de la segunda Guerra Mundial ha sido abatido por una dictadura, como su-
cedió en cambio después de la primera. Al contrario, algunas dictaduras que
sobrevivieron a la catástrofe de la guerra se transformaron en democracias.
Mientras el m u n d o soviético está agitado por sacudimientos democráticos, el
mundo de las democracias occidentales no está seriamente amenazado por
movimientos fascistas.
Para un régimen democrático, estar en transformación es el estado natu-
ral; la democracia es dinámica, el despotismo es estático y siempre igual a sí
mismo. Los escritores democráticos de fines del siglo XVIII contraponían la
democracia moderna (representativa) a la democracia de los antiguos (directa);
pero no hubieran dudado en considerar el despotismo de su tiempo de la
manera que el que describieron los escritos antiguos: piénsese en Mon-
tesquieu y Hegel y en la categoría del despotismo oriental. Hay quien ha usado,
con razón o sin ella, el concepto de despotismo oriental para explicar la situa-
ción de la Unión Soviética. Cuando hoy se habla de democracia occidental
se hace referencia a regímenes surgidos en los últimos doscientos años, des-
pués de las revoluciones norteamericana y francesa. A pesar de ello, un autor
muy leído en Italia, C. B. Macpherson, creyó poder ubicar por lo menos cuatro
fases de desarrollo de la democracia moderna, desde sus orígenes decimonó-
nicos hasta hoy.
Entre los últimos escritos sobre el tema seleccioné ios que me parecieron
de una cierta actualidad, aunque no estuvieran vinculados a sucesos cotidianos.
Coloco al inicio, en orden cronológico, el último, que es el que da el título a
todo el volumen. Este estudio nació como una conferencia sostenida en no-
viembre del año pasado (1983) en el Palacio de las Cortes de Madrid, la cual
fui a impartir por invitación de su presidente, el profesor Gregorio Peces-
Barba; posteriormente, corregido y aumentado, sirvió para la disertación
introductoria que presenté en el Congreso internacional Ya comenzó el futuro,
que tuvo lugar en Locarno en mayo pasado (1984) y cuya realización se llevó
al cabo gracias al profesor Francesco Barone. En síntesis, este escrito repre-
8 INTRODUCCIÓN

senta las transformaciones de la democracia dentro de la línea de las "falsas


promesas" o de la diferencia entre la democracia ideal como fue concebida
por sus padres fundadores y la democracia real como la vivimos, con mayor
o menor participación, cotidianamente.
Después del debate en el Congreso de Locarno considero que es útil preci-
sar mejor que de aquellas falsas promesas —la sobrevivencia del poder invisible,
la permanencia de las oligarquías, la supresión de los cuerpos intermedios, la
reivindicación de la representación de los intereses, la participación interrum-
pida, el ciudadano no educado (o maleducado) —, algunas no podían ser
sostenidas objetivamente y, por tanto, eran ilusiones desde el principio, otras,
más que promesas, esperanzas mal correspondidas, así como aquellas que se
encontraron con obstáculos imprevistos. Todas son situaciones por las cuales
no se puede hablar propiamente de "degeneración" de la democracia, sino
más bien se debe hablar de la adaptación natural de los principios abstractos
a la realidad o de la inevitable contaminación de la teoría cuando es obliga-
da a someterse a las exigencias de la práctica. Todas, excepto una: la sobrevi-
vencia (y la sólida consistencia) de un poder invisible, como sucede en nuestro
país, al lado o abajo (o incluso sobre) del poder visible. La democracia se puede
definir de muchas maneras, pero no hay definición que pueda excluir de sus
connotados la visibilidad o transparencia del poder. Elias Canetti escribió:
"El secreto está en el núcleo más interno del poder." Los constructores de los
primeros regímenes democráticos se propusieron dar vida a una forma de
gobierno en la que este núcleo duro fuese destruido definitivamente (véase La
democracia y el poder invisible). Es indiscutible que la permanencia de las
oligarquías, o de las élites en el poder, se opone a los ideales democráticos.
Esto no evita que siempre existan una diferencia sustancial entre un sistema
político, en el que hay muchas élites en competencia en la arena electoral, y
un sistema en el que existe un solo grupo de poder que se renueva por coopta-
ción. Mientras la presencia de un poder invisible corrompe la democracia, la
existencia de grupos de poder que se alternan mediante elecciones libres per-
manece, por lo menos hasta ahora, como la única forma en la que la demo-
cracia ha encontrado su realización concreta. Lo mismo sucede con respecto
a los límites que ha encontrado el uso de los procedimientos propios de la
democracia al ampliarse hacia centros de poder tradicionalmente autocrá-
ticos, como la empresa o el aparato burocrático: más que de un fracaso se
trata de un desarrollo interrumpido. Por lo que toca a la representación de los
intereses, que está erosionando paulatinamente el campo que debería haber
sido reservado exclusivamente para la representación política, ella es ni más ni
menos, incluso para quienes la rechazan, una forma de democracia alterna-
tiva que tiene su terreno natural de expansión en una sociedad capitalista, en
la que los sujetos de la acción política son crecientemente los grupos organi-
zados, por tanto, es muy diferente de aquélla prevista por la doctrina demo-
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crática que no estaba dispuesta a reconocer algún ente intermedio entre los
individuos específicos y la nación en su conjunto. Si se puede hablar de u n a
crisis a raíz del avance de la representación de los intereses y de su consecuente
fenómeno, el aumento de decisiones tomadas mediante acuerdos entre las par-
tes, ésta se refiere menos a la democracia que a la imagen tradicional del
Estado soberano ubicado por encima de las partes (véase Contrato y contrac-
tualismo en el debate actual). En fin, más que u n a falsa promesa, el estan-
camiento de la educación de la ciudadanía, según la cual el ciudadano investido
del poder de elegir a sus gobernantes habría seleccionado a los más sabios,
honestos e ilustrados de entre sus conciudadanos, se puede considerar como
el efecto de u n a ilusión derivada de una concepción excesivamente optimista
del hombre como animal político: el hombre persigue el propio interés lo
mismo en el mercado económico que en el mercado político. Pero, hoy ninguno
piensa confutar a la democracia, como se sostiene desde hace años, que el voto
es una mercancía que se puede ofrecer al mejor postor.
Naturalmente, todo este discurso solamente es válido si nos atenemos a lo
que llamo la definición mínima de democracia, de acuerdo con la cual inicial-
mente se entiende por régimen democrático un conjunto de reglas procesales
p a r a la toma de decisiones colectivas en el que está prevista y propiciada la
más amplia participación posible de los interesados. Sé bien que semejante
definición procesal, o formal, o, en sentido peyorativo, formalista, es dema-
siado pobre p a r a los movimientos que se dicen dé izquierda. Pero, por encima
del hecho que no existe otra definición tan clara, ésta es la única que nos
ofrece un criterio infalible p a r a introducir u n a primera gran distinción (in-
dependientemente de cualquier juicio de valor) entre dos tipos ideales opues-
tos, de formas de gobierno. Es conveniente agregar que si se incluye en el
concepto general de democracia la estrategia del compromiso entre las partes
mediante el libre debate p a r a la formación de una mayoría, la definición que
aquí se propone refleja mejor la realidad de la democracia representativa, no
importa que se trate de la representación política o de la representación de los
intereses, que la de la democracia directa: el referéndum, que no puede poner
los problemas más que en forma dilemática, obstaculiza el acuerdo y favorece
el conflicto; y, precisamente por esto, sirve más para dirimir controversias
sobre los principios que p a r a resolver conflictos de interés (véase Democracia
representativa y democracia directa). Asimismo, es oportuno precisar, espe-
cialmente p a r a quien pone las esperanzas de u n a transformación, en el naci-
miento de los movimientos, que la democracia, como método, está abierta a
todos los posibles contenidos, pero a la vez es muy exigente en el pedir respeto
p a r a las instituciones, porque precisamente en esto reposan todas las ventajas
del método; entre estas instituciones están los partidos, únicos sujetos autori-
zados p a r a fungir como mediadores entre los individuos y el gobierno (véase
Los vínculos de la democracia).
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No excluyo que esta insistencia en las reglas, es decir, en consideraciones


formales más que sustanciales, derive de la deformación profesional de quien
enseñó durante décadas en una facultad de Derecho. Sin embargo, un funcio-
namiento correcto de un régimen democrático solamente es posible en el ámbito
del modo de gobernar que, de acuerdo con una tradición que se remonta a
los antiguos, se llama "gobierno de las leyes" (véase ¿Gobierno de los hombres
o gobierno de las leyes?). Retomo mi vieja idea de que el Derecho y el poder
son dos caras de la misma moneda: sólo el poder puede crear Derecho y sólo
el Derecho puede limitar e) poder. El Estado despótico es el tipo ideal de
Estado de quien observa desde el punto de vista del poder; en el extremo
opuesto está el Estado democrático, que es el tipo ideal de Estado de quien
observa desde el punto de vista del Derecho. Los antiguos cuando exaltaban
el gobierno de ias leyes contraponiéndolo al gobierno de los hombres pensa-
ban en las leyes derivadas de la tradición o planteadas por los grandes legis-
ladores. Hoy, cuando hablamos de gobierno de las leyes pensamos en primer
lugar en las leyes fundamentales, que establecen no tanto lo que los gober-
nados deben hacer, sino la forma en que las leyes deben ser planteadas, y son
normas que obligan a los mismos gobernantes más que a los ciudadanos:
tenemos en mente un gobierno de las leyes a un nivel superior, en el que los
mismos legisladores son sometidos a normas ineludibles. Un ordenamiento de
este tipo solamente es posible si aquellos que ejercen los poderes en todos los
niveles pueden ser controlados en última instancia por los detentadores origi-
narios del poder último, los individuos específicos.
Jamás será exagerado sostener contra toda tentación organicista recurrente
(no extraña al pensamiento político de izquierda) que la doctrina democrática
reposa en una concepción individualista de la sociedad, por lo demás seme-
jante al liberalismo (véase Liberalismo antiguo y moderno), lo que explica
por qué la democracia moderna se ha desarrollado y hoy existe solamente
allí donde los derechos de libertad han sido reconocidos constitucionalmente.
Observando el asunto atentamente, ninguna concepción individualista de la
sociedad, lo mismo el individualismo ontológico que el individualismo metodo-
lógico, excluye el hecho de que el hombre es un ser social y no puede vivir, ni
objetivamente vive, aislado. "Las relaciones del individuo con la sociedad son
vistas por el liberalismo y por la democracia de diferentes maneras: el primero
separa al individuo del cuerpo orgánico de la comunidad y lo hace vivir, por lo
menos durante gran parte de su vida, fuera del seno materno, y lo introduce
en el m u n d o desconocido y lleno de peligros de la lucha por la sobrevivencia;
la segunda lo integra a otros hombres semejantes a él para que de su unión
artificial la sociedad sea recompuesta ya no como un todo orgánico, sino como
una asociación de individuos libres. El primero pone en evidencia sobre todo
la capacidad de autoformarse del individuo; la segunda exalta sobre todo la
aptitud de superar el aislamiento mediante .diversas habilidades que permiten
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instituir finalmente u n poder no-tiránico. En el fondo se trata de dos indi-


viduos potencialmente diferentes: como microcosmos o totalidad completa en
sí misma, o como parte indivisible, pero componible o recomponible de diversas
maneras con otras partes semejantes en una unidad superior.
Todos los textos reunidos aquí tratan problemas generales y son (o mejor
dicho quisieran ser) elementales. Fueron escritos para un público que se interesa
por la política, no p a r a los especialistas. Son textos que en otros tiempos se ha-
brían llamado de filosofía popular. Fueron dictados por una preocupación
esencial: hacer descender la democracia del cielo de los principios a la tierra
donde chocan fuertes intereses. Siempre pensé que esta es la única manera de
darse cuenta de las contradicciones en las que se mueve una sociedad demo-
crática y de los difíciles caminos que debe seguir para salir de ellas sin perderse,
para reconocer sus vicios congénitos sin desanimarse y sin perder la ilusión
de poder mejorarla. Si m e imaginara a los interlocutores que quisiera, no
precisamente convencer, sino hacer menos desconfiados, no serían aquellos
que desdeñan y se oponen a la democracia como el gobierno de los "malo-
grados" —la derecha reaccionaria perenne, que resurge continuamente bajo
las más diversas vestimentas, pero con el rencor de siempre contra los "prin-
cipios inmortales"— sino aquellos que quisieran destruir nuestra democracia
—siempre frágil, vulnerable, corrompible y frecuentemente corrupta— para
hacerla más perfecta; serían aquellos que, retomando la famosa imagen hob-
besiana, se comportan como las hijas de PeÜas, que hicieron pedazos al viejo
padre para hacerlo renacer. Abrir el diálogo con los primeros puede ser tiempo
perdido, continuarlo con los segundos permite confiar en la fuerza de las
buenas razones.

NORBERTO BOBBIO
Turín, octubre de 1984

Los escritos que aparecen en esta recopilación fueron publicados: "II futuro della democrazia",
en Civiltá delle macchine, 1984; "Democrazia reppresentativa e democrazia diretta", en AA. VV.,
Democrazia e participazione, Stampatori, Turín, 1978, pp. 19-46; "I vincoli della democrazia", en
La política possible, Tulio Pironto, Ñapóles, 1983, pp. 39-61; "La democrazia e il potere invisibile",
en Hivista italiana di scienzu política, x 1980, pp. 181-203: "Liberalismo vecthio e nuovo", en
Mondoperaio, núm. 11, 1981, pp. 86-94; "Contrallo e comratlualismo nel dibattilo auuale",
Ibidem, núm. 11, 1982, pp. 84-92; "Governo degli uomini o governo delle leggi?", en Nuova
antología, núm. 2145, enero-marzo 1983, pp. 135-52.
I. EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA

1. I N T R O D U C C I Ó N NO PEDIDA

INVITADO a presentar una disertación sobre el porvenir de la democracia, tema


por demás insidioso, me defiendo con dos citas. Hegel, en sus lecciones de
filosofía de la historia en la Universidad de Berlín, ante la pregunta hecha por
un estudiante de si los Estados Unidos de América debiera ser considerado
como el país del m a ñ a n a , respondió, muy molesto: "Como país del mañana
los Estados Unidos de América no me competen. El filósofo no tiene que ver
con las profecías [...] La filosofía se ocupa de lo que es eterno, o sea, de la
razón, y con esto ya tenemos bastante."' Max Weber, en su famosa conferencia,
sostenida ante los estudiantes de la Universidad de Munich al final de la guerra,
sobre la ciencia como vocación, respondió al auditorio que le preguntaba
insistentemente su opinión sobre el futuro de Alemania: "La cátedra no es ni
para los demagogos ni para los.profetas." 2
Aun quien no acepte los argumentos utilizados por Hegel y Weber y los
considere un pretexto, no podrá dejar de reconocer que el oficio de profeta es
peligroso. La dificultad de conocer el m a ñ a n a también depende del hecho
de que cada uno de nosotros proyecta en el futuro las propias aspiraciones
e inquietudes, mientras la historia sigue su camino, desdeñando nuestras
preocupaciones, un camino formado por millones y millones de pequeños,
minúsculos, hechos humanos que ninguna mente, por fuerte que pueda ser,
jamás ha sido capaz de recopilar en una visión de conjunto que no sea dema-
siado esquemática para ser admitida. Por esto las previsiones de los grandes
señores del pensamiento se han mostrado equivocadas a lo largo de la historia,
comenzando por las de quien parte de la humanidad consideró y considera aún
fundador de una nueva e infalible ciencia de la sociedad: Carlos Marx.
Para darles rápidamente mi opinión si me preguntan si la democracia tiene
un porvenir y cuál sea éste, en el supuesto caso de que lo tenga, les respondo
tranquilamente que no lo sé. En esta disertación mi intención es pura y simple-
mente la de hacer alguna observación sobre el estado actual de los regímenes
democráticos, y con ello, retomando la idea de Hegel, creo que ya tenemos
bastante. Tanto mejor si de estas observaciones se pueda extrapolar una ten-
dencia en el desarrollo (o involución) de estos regímenes, y por tanto intentar
algún pronóstico cauteloso sobre su futuro.

1
G. W . F. Hegel, Vorlesungen über die Phílosophie der Geschichte, I: Die Vernunft in der
Gesc/iichle, Meiner, Leipzig, 1917, p . 200 [hay una edición en español con el Ululo de Lecciones
sobre la filosofía de la historia universal, Alianza, Madrid].
" M. Weber. "La scienza eomo prefessione", en // lavoro iníellctíua/le como prefessiono,
Einaudi. T u r i n , p . 64.
13
14 E L F U T U R O DE LA D E M O C R A C I A

2 . U N A D E F I N I C I Ó N M Í N I M A DE D E M O C R A C I A

Hago la advertencia de que la única manera de entenderse cuando se habla


de democracia, en cuanto contrapuesta a todas las formas de gobierno' auto-
crítico, es considerarla caracterizada por un conjunto de reglas (primarias
o fundamentales) que establecen quién está autorizado para tomar las deci-
siones colectivas y bajo qué procedimientos. Todo grupo social tiene necesidad
de tomar decisiones obligatorias para todos los miembros del grupo con el
objeto de mirar por la propia sobrevivencia, tanto en el interior como en el ex-
terior. ' Pero incluso las decisiones grupales son tomadas por individuos (el
grupo como tal no decide). Así pues, con el objeto de que una decisión tomada
por individuos (uno, pocos, muchos, lodos) pueda ser aceptada como una
decisión colectiva, es necesario que sea tomada con base en reglas (no importa
si son escritas o consuetudinarias) que establecen quiénes son los individuos
autorizados a tomar las decisiones obligatorias para todos los miembros del
grupo, y coh qué procedimientos. Ahora bien, por lo que respecta a los sujetos
llamados a tomar (o a colaborar en la loma de) decisiones colectivas, un
régimen democrático se caracteriza por la atribución de este poder (que en
cuanto autorizado por la ley fundamental se vuelve un derecho) a un número
muy elevado de miembros del grupo. Me doy cuenta de que un "número muy
elevado" es una expresión vaga. Pero por encima del hecho de que los discur-
sos políticos se inscriben en el universo del "más o menos" o del "por lo demás",
no se puede decir "todos", porque aun en el más perfecto de los regímenes
democráticos no votan los individuos que no han alcanzado una cierta edad.
Como gobierno de todos la omnicracia es un ideal límite. En principio, no
se puede establecer el número de quienes tienen derecho al voto por el que se
pueda comenzar a hablar de régimen democrático, es decir, prescindiendo
de las circunstancias históricas y de un juicio comparativo: solamente se p u e d e -
decir que en una sociedad, en la que quienes tienen derecho al voto son los
ciudadanos varones mayores de edad, es más democrática que aquella en
la que solamente votan los propietarios y, a su vez, es menos democrática que
aquella en la que tienen derecho al voto también las mujeres. Cuando se dice
que en el siglo pasado en algunos países se dio un proceso continuo de demo-
cratización se quiere decir que el número de quienes tienen derecho al voto
aumentó progresivamente.

Por lo que respecta a la modalidad de la decisión la regla fundamental


de la democracia es la regla de la mayoría, o sea, la regla con base en la cual
se consideran decisiones colectivas y, por tanto, obligatorias para todo el grupo,
las decisiones aprobadas al menos por la mayoría de quienes deben de tomar
la decisión. Si es válida una decisión tomada por la mayoría, con mayor razón

3
Sobre este punto véase mi ensayo "Decisioni individuali e co.llettivo", en Richerche politiche
due lldentitá, interessi e scelte collettivo). II saggiatore, Milán, 1983, p p . 9-30.
EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA 15

es válida una decisión tomada por unanimidad. 4 Pero la unanimidad es posible


solamente en u n grupo restringido u homogéneo, y puede ser necesaria en
dos casos extremos y contrapuestos: en u n a decisión muy grave en la que cada
uno de los participantes tiene derecho de veto, o en una de poca importancia
en la que se declara condescendiente quien no se opone expresamente (es el
caso del consenso tácito). Obviamente la unanimidad es necesaria cuando
los que deciden solamente son dos, lo que distingue netamente la decisión
concordada de la decisión tomada por ley (que normalmente es aprobada
por mayoría).
Por lo demás, también para u n a definición mínima de democracia, como
es la que adopto, no basta ni la atribución del derecho de participar directa
o indirectamente en la toma - de decisiones colectivas para un número muy
alto de ciudadanos ni la existencia de reglas procesales como la de mayoría
(o en el caso extremo de unanimidad). Es necesaria una tercera condición: es
indispensable que aquellos que están llamados a decidir o a elegir a quienes
deberán decidir, se planteen alternativas reales y estén en condiciones de selec-
cionar entre una u otra. Con el objeto de que se realice esta condición es nece-
sario que a quienes deciden les sean garantizados los llamados derechos de
libertad de opinión, de expresión de la propia opinión, de reunión, de aso-
ciación, etc., los derechos con base en los cuales nació el Estado liberal y se
construyó la doctrina del Estado de Derecho en sentido fuerte, es decir, del
Estado que no sólo ejerce el poder sub lege,* sino que lo ejerce dentro de los
límites derivados del reconocimiento constitucional de los llamados derechos
"inviolables" del individuo. Cualquiera que sea el fundamento filosófico de
estos derechos, ellos son el supuesto necesario del correcto funcionamiento
de los mismos mecanismos fundamentalmente procesales que caracterizan
un régimen democrático. Las normas constitucionales que atribuyen estos
derechos no son propiamente reglas del juego: son reglas preliminares que
permiten el desarrollo del juego.
De ahí que el Estado liberal no solamente es el supuesto histórico sino tam-
biénjurídico del Estado democrático. El Estado liberal y el Estado democrático
son interdependientes en dos formas: 1) en la línea que va del liberalismo a la
democracia, en el sentido de que son necesarias ciertas libertades para el co-
rrecto ejercicio del poder democrático; 2) en la línea opuesta, la que va de la
democracia al liberalismo, en el sentido de que es indispensable el poder
democrático para garantizar la existencia y la persistencia de las libertades
fundamentales. En otras palabras: es improbable que un Estado no liberal

4
Me ocupé más ampliamente de este tema en el artículo "La regola della maggioranza: limiti
e aporie", en AA.VV. Democrazia, maggioranza e minoranza, II Mulino, Bolonia, 1981,
pp. 33 72; y en "La regola di maggioranza e i suoi limiti", en AA.VV., Soggeti e potere. Un
dibattito su societá civile e crisi della política, Biblioplis, Ñapóles, 1983, pp. 11-23.
* Sometido a la ley.
16 EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA

pueda asegurar un correcto funcionamiento de la democracia, y por otra parte


es poco probable que un Estado no democrático sea capaz de garantizar las
libertades fundamentales. La prueba histórica de esta interdependencia está
en el hecho de que el Estado liberal y el Estado democrático cuando caen,
caen juntos.
3 . LOS IDEALES Y LA "CRUDA REALIDAD"

Esta referencia a los principios me permite entrar en materia, de hacer, como


dije, alguna observación sobre la situación actual de la democracia. Se trata
de un tema que tradicionalmente se debate bajo el nombre de "transforma-
ciones de la democracia". Si se reuniese" todo lo que se ha escrito sobre las
transformaciones de la democracia o sobre la democracia en transformación
se podría llenar una biblioteca. Pero la palabra "transformación" es tan vaga
que da lugar a las más diversas interpretaciones: desde la derecha (pienso por
ejemplo en el libro de Pareto, Trasformazione de lia democrazia, 1920,5 verda-
dero arquetipo de una larga e ininterrumpida serie de'lamentaciones sobre la
crisis de la civilización), la democracia se ha transformado en un régimen
semi-anárquico que tendrá como consecuencia la "destrucción" del Estado;
desde la izquierda (pienso por ejemplo en un libro como el de Johannes Agnoli,
Die Transformationen der Democratie, 1967, típica expresión de la crítica
extraparlamentaria), la democracia parlamentaria se está transformando cada
vez más en un régimen autocrático. Me parece más útil para nuestro objetivo
concentrar nuestra reflexión en la diferencia entre los ideales democráticos y la
"democracia real" (uso esta expresión en el mismo sentido en el que se habla
de "socialismo real"), que en la transformación. No hace muchos días un
interlocutor me recordó las palabras conclusivas que Pasternak hace decir a
Gordon, el amigo del doctor Zivago: "Muchas veces ha sucedido en la historia.
Lo que fue concebido como noble y elevado se ha vuelto una cruda realidad,
así Grecia se volvió Roma, la Ilustración rusa se convirtió en la Revolución
rusa," 6 De la misma manera agrego, el pensamiento liberal y democrático
de Locke, Rousseau, Tocqueville, Bentham, John Stuart Mili, se volvió la
acción de... (pongan ustedes el nombre que les parezca, no tendrán dificultad
en encontrar más de uno). Precisamente es de esta "cruda realidad" y no de
lo que fue concebido como "noble y elevado" que debemos hablar o, si ustedes
quieren, del contraste entre lo que había sido prometido y lo que se realizó
efectivamente.
Señalo seis de estas falsas promesas.

5
V. Pareto, Trasformazione della democrazia, Corbaccio, Milán, 1920, que es una recopila-
ción de artículos publicados en la Rivista di Milano entre mayo y julio de 1920. El libro de
Agnoli, aparecido en 1967, fue traducido al italiano por Feltrínelli, Milán, 1969.
6
Boris L. Pasternak, II dottor Zivago, Feltrínelli, Milán, 1977, p. 673.

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