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ENSAYO SOBRE EL ENTENDIMIENTO HUMANO – JOHN LOCKE (1690).
Epístola al Lector:
Lector:
“Pongo en tus manos lo que ha sido entretenimiento de algunas de mis horas ociosas y libres. Si
tiene la fortuna de entretener otras tuyas, y si así leerlo obtienes tan solo la mitad del placer que
yo al escribirlo, darás por tan bien gastado tu dinero como yo mis desvelos. No confundas lo
que te digo con una recomendación de mi obra, no concluyas que la sobreestimo, ahora que esta
terminada, por haberme sido agradable el trabajo. Quien azuza al can tras alondras y gorriones
no saca menos placer, aunque la presa sea más vil, que quien lo suelta en la caza de algo más
noble. Del tema de este Tratado, el entendimiento, sabe poco quien ignore, que siendo la
facultad más elevada del alma, se la emplea con más frecuencia y gusto que a cualquiera de las
otras. Sus pasos en busca de la verdad son una especie de caza en que la persecución misma de
la presa constituye gran parte del placer. Cada paso que dé la mente en su marcha hacia el
conocimiento, descubre algo que no es sólo nuevo, sino lo mejor, al menos por el momento.
Porque el entendimiento, como el ojo que juzga los objetos, sólo con mirarlos, no puede por
menos que alegrarse con las cosas que descubre, sin sentir pena por lo que se le escapa, ya que
lo desconoce. De otra forma, quien esté por encima de pedir limosna y no quiera vivir
perezosamente de las migajas de opiniones mendigadas, debe hacer trabajar a sus propias ideas
para buscar y alcanzar la verdad, y no dejará de sentir, cualquiera que sea su hallazgo, la
satisfacción del cazador. Cada instante del proceso premiará su empeño con algún deleite, y
tendrá razón para pensar que no ha malgastado el tiempo, aunque no pueda jactarse de ninguna
pieza admirable. Tal es, lector, el entretenimiento de quienes dan alas a sus propios
pensamientos, siguiéndolos al correr de la pluma; entretenimiento que no debes envidiarles, ya
que te ofrecen la ocasión de disfrutar de ese gusto, siempre que emplees tus propios
pensamientos en la lectura. A éstos, si son tuyos, me dirijo; pero si los tienes prestados, a crédito
ajeno, no importa lo que sean, puesto que no les mueve el afán de verdad, sino una
consideración más mezquina. No vale la pena interesarse en lo que dice o piensa quien sólo dice
o piensa lo que otro ordena. Si tú juzgas por ti mismo, sé que juzgarás con sinceridad, y
entonces no podrá dañarme ni ofenderme tu critica, sea cual fuere”.
Libro I.
No hay principios innatos
“La forma en que nosotros adquirimos cualquier conocimiento es suficiente para probar que éste
no es innato. Es una opinión establecida entre algunos hombres, que en el entendimiento hay
ciertos principios innatos; algunas nociones primarias, (poinai ennoiai), caracteres como
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impresos en la mente del hombre; que el alma recibe en su primer ser y que trae en el mundo
con ella. Para convencer a un lector sin prejuicios de la falsedad de esta suposición, me bastaría
como mostrar (como espero hacer en las partes siguientes de este Discurso) de que modo los
hombres pueden alcanzar, solamente con el uso de sus facultades naturales, todo el
conocimiento que poseen, sin la ayuda de ninguna impresión innata, y pueden llegar a la
certeza, sin tales principios o nociones innatos. Porque yo me figuro que se reconocerá que sería
impertinente suponer que son innatas las ideas de color, tratándose de una criatura a quien Dios
dotó de la vista y del poder de recibir sensaciones, por medio de los ojos, a partir de los objetos
externos. Y no menos absurdo sería atribuir algunas verdades a ciertas impresiones de la
naturaleza y a ciertos caracteres innatos, cuando podemos observar en nosotros mismos
facultades adecuadas para alcanzar tan fácil y seguramente un conocimiento de aquellas
verdades como si originariamente hubieran sido impresas en nuestra mente. Sin embargo, como
a un hombre no le es permitido seguir impunemente sus pensamientos propios en busca de la
verdad, cuando le conducen, por poco que sea, fuera del camino habitual, expondré las razones
que me hicieron dudar de la verdad de aquella opinión para que sirvan de excusa a mi
equivocación, si en ella he incurrido, cosas que dejo al juicio de quienes, como yo, están
dispuestos a abrazar verdad dondequiera que se halle”.
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en que actúa separando cuidadosamente aquellas ideas entre las que puede encontrar la menor
diferencia, para, de este modo, evitar que por la semejanza se produzca engaño, ya que podría
tomar una cosa por otra debido a su similitud. Esta manera de actuar resulta totalmente contraria
a la metáfora y a la alusión, que resultan tan gratas a todos, por dirigirse a nuestra imaginación
de manera tan viva; y porque, además, su belleza nos deslumbra y hace inútil cualquier esfuerzo
del pensamiento por descubrir la verdad o razón que conllevan. La mente queda satisfecha con
lo agradable del cuadro y lo llamativo de la imagen, sin ocuparse de penetrar más adelante; y
supondría una especie de agravio examinar esta clase de pensamientos según las severas reglas
de la verdad y del buen razonar; de donde se infiere que el ingenio consiste en algo que no
corresponde a dichas reglas de manera exacta.”
con el ingenio plasmado en la metáfora, la mente busca relaciones, no diferencias, lo cual atañe al juicio
Libro III, 4
“Los hombres aprenden los nombres antes de tener las ideas que les pertenecen. Habiendo sido
descartes acostumbrados los hombres desde la cuna a aprender palabras que fácilmente adquieren y
retienen, antes de haber conocido o forjado las ideas complejas a las que van anejas, o que se
encuentran en las cosas que pensaron significaban, continúan a lo largo de toda su existencia
haciendo lo mismo; y, sin realizar los esfuerzos necesarios para fijar en sus mentes
determinadas ideas, emplean sus palabras para significar sus confusas nociones, contentándose
a sí mismos con las mismas palabras que los demás, como si estos sonidos llevaran
necesariamente el mismo significado. Sin embargo, aunque los hombres se ajustan a esto en los
acontecimientos ordinarios de la vida, en los que encuentran que es necesario que se les
comprenda, para lo que utilizan los signos necesarios, esta falta de significación en sus
palabras, cuando se ponen a razonar sobre sus opiniones o intereses, ocupa de manera evidente
sus discursos con una abundancia de ruidos ininteligibles y palabrería vana, especialmente en
los asuntos morales, en los que, al significar las palabras numerosos y arbitrarios conjuntos de
ideas, que no están reunidas de manera regular y permanente en la naturaleza, son con
frecuencia meros sonidos o, al menos, evocan unas nociones oscuras e inciertas anejas a ellas “
Libro III, X, 34
Sobre la retórica y el ingenio
“Desde el momento en que el ingenio y la fantasía tienen en el mundo una mejor acogida que la
seca verdad y el conocimiento real, las expresiones figuradas y las alusiones en el lenguaje
difícilmente podrán ser admitidas como una imperfección o abuso de éste. Admito que en los
discursos en los que pretendemos más el placer y el agrado que la información y el
aprovechamiento, semejantes adornos tomados de ellos no pueden pasar por faltas. Sin
embargo, si queremos hablar de las cosas como son, debemos admitir que todo el arte de la
retórica, exceptuando el orden y la claridad, todas las aplicaciones artificiosas y figuradas de las
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palabras que ha inventado la elocuencia, no sirven sino para insinuar ideas equivocadas, mover
las pasiones y para seducir el juicio, de manera que no es sino superchería y, por tanto, por muy
laudables o adecuados que puedan ser la oratoria en las arengas y discursos populares, es cierto
que en todos los discursos que pretendan informar o instruir debe ser totalmente evitada; y
cuando concierne a la verdad o al conocimiento, no puede sino tenerse por gran falta, ya del
lenguaje, ya de la persona que hace uso de ella. Cuál y cuán varias sean, es superfluo señalarlo
aquí; los libros de retórica, abundantes en el mundo, pueden instruir a los que deseen
informarse. Solamente no puedo sino observar lo poco que se preocupan de la conservación y el
aprovechamiento de la verdad y del conocimiento, ya que las artes de la falacia son las elegidas
y preferidas. Es evidente en qué gran medida los hombres aman el engaño y el ser engañados,
puesto que la retórica, ese poderoso instrumento del error y la falacia, tiene sus profesores
establecidos, es públicamente enseñada y ha sido siempre tenida en gran reputación; y no dudo
que se tenga por gran atrevimiento, sino por brutalidad, el que yo haya dicho todo lo anterior en
su contra. La elocuencia, como el sexo bello, tiene encantos demasiado atractivos para que se
permita hablar en su contra. Y resulta inútil intentar buscar los defectos de aquellas artes de
engaño cuando los hombres encuentran placer en ser engañados.”