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Asunción: el paraíso de Mahoma o la Sodoma del Plata

Loreley El Jaber
Universidad de Buenos Aires/ CONICET

“No he visto en mi vida un país más malsano que éste”


Ulrico Schmidl

Hambre, sed, carencias; las posesiones prometidas en los discursos de los viajeros no son
más que fútiles palabras en el Río de la Plata. La riqueza buscada por los europeos se diluye ante
un espacio que destruye los ideales y los sueños de grandeza, que no ofrece reparación alguna a
semejante viaje emprendido. No hay oro ni plata, no hay ganancias a extraer de un suelo que
apenas puede satisfacer las necesidades físicas de sus nuevos pobladores.
Según Joan-Pau Rubiés, el principal paradigma para la apropiación del Nuevo Mundo fue
el lenguaje de las maravillas, el cual permitía inscribir la expansión territorial y la búsqueda de
beneficios dentro de un plan providencial que lograba ampliar el horizonte de la diversidad
natural y humana del proyecto conquistador (“Futility in the New World” 75). En este sentido el
Río de la Plata coloca a los españoles ante una encrucijada: cómo apropiarse de un espacio que
impide poner en funcionamiento dicho lenguaje, es decir cómo hacer que el proyecto
conquistador logre llevarse a cabo si los principales paradigmas europeos se ven resentidos ante
esta tierra distópica. El concepto mismo de maravilla se ve modificado por las carencias que
ofrece este suelo americano. Es así como la asimilación que se produce entre los europeos y la
naturaleza salvaje, se convierte en uno de los hechos asombrosos digno de ser narrado. El cambio
total de los paradigmas sociales y culturales que desaparecen ante el hambre es lo que maravilla
al cronista y al lector.
Los españoles se han vuelto antropófagos, se comen unos a otros; saciar su hambre es el
único objetivo y los lazos de parentesco así como las reglas religiosas y morales se pierden ante
la inminencia de la muerte.
“Fue tal la pena y el desastre del hambre –cuenta Ulrico Schmidl en Derrotero y viaje a España y
las Indias- que no bastaron ni ratas ni ratones, víboras ni otras sabandijas; también los zapatos y

1
cueros, todo1 tuvo que ser comido. (...)Aconteció en la misma noche por parte de otros españoles
que ellos han cortado los muslos y unos pedazos de carne del cuerpo y los han llevado a su
alojamiento y comido. También ha ocurrido entonces que un español se ha comido su propio
hermano que estaba muerto.”(41)2

La disolución de los paradigmas trae aparejada la tragedia de la identidad religiosa,


política y social de los europeos. Ya no se reconocen, el cambio de la escala de valores traída
desde España se vislumbra en el exceso; en este nuevo espacio incluso se ha redefinido el
concepto de límite y en su afán por detentar un poder, un dominio que la propia tierra parece
arrebatarles, los españoles atacan los frutos de ésta para intentar así reconstruir su identidad.
Las mujeres indígenas más que un “despojo de guerra”, como las define Alberto Salas,
son el objeto que supone poder y reinstala las jerarquías que otorga la posesión, son el producto
natural, la riqueza de un suelo que permite que siga funcionando el imaginario conquistador,
aunque con algunos cambios.
Lo europeo se resiente ante este espacio que lima las diferencias, ahora el poder de los
conquistadores se detenta en la cantidad de mujeres que poseen.

“Es (este caso) muy a favor de Mahoma y su Alcorán, y aun me parece – opina el presbítero
Francisco Gonzalez Paniagua- que usan de más libertades, pues el otro no se extiende más de siete
mujeres, y acá tienen algunos a setenta.”3

Parece que finalmente alejándose de Buenos Aires, los españoles encontraron un modo de
resarcir el fracaso y Asunción se convierte así en el espacio de la reparación, en el paraíso
terrenal4.

1
El subrayado es mío.
2
Todas las referencias a Derrotero y viaje a España y las India de Ulrico Schmidl aparecerán en el texto sólo con el
número de página entre paréntesis.
3
Carta del presbítero Francisco Gonzalez Paniagua, 30 de marzo de 1545.(Salas, Crónica florida del mestizaje de las
Indias 190.)
4
C. Assadourian señala que el traslado hacia Asunción se explica por circunstancias que atañen a los intereses de los
conquistadores: por un lado, en su afán por obtener oro, Asunción estaba inmejorablemente situada por su presunta
proximidad a la Sierra del Plata; por el otro, esta ciudad ofrecía un importante sustrato indígena como fuente
potencial de mano de obra. Además el aislamiento de Asunción era propicio para “la aparición de formas culturales
autóctonas y de un ritmo avasallante de mestizaje”.( Assourdian, C., “La conquista”24).

2
La exaltación sexual que define las conductas de estos hombres excede toda analogía, no
sólo en relación con otras conquistas5, sino también en vinculación con la mayor invasión vivida
por España. Como lo señala Gerónimo Ochoa de Eizaguirre:

“es tanta la desvergüenza y poco temor de Dios que hay entre nosotros en estar como estamos con
las indias amancebados que no hay Alcorán de Mahoma que tal desvergüenza permita”6.

La tensión establecida entre la proyección de los ideales y, lo que Rubiés denomina, el


“descubrimiento de la futilidad”, no hace más que colocar a los españoles ante la necesidad de
que el imaginario de éxito a alcanzar con el que zarparon no se resienta por completo.La tierra no
les ha otorgado la riqueza por la que emprendieron el viaje pero les ha dado la posibilidad de
vivir en el paraíso, una recompensa nada desdeñable si tenemos en cuenta que las mujeres
indígenas no sólo son mancebas de los españoles sino que también sirven como mano de obra al
abastecer de alimento mediante su trabajo agrícola. El imaginario fabuloso y mercantil del
conquistador ha encontrado un lugar donde realizarse.
Pero aún así, los europeos continúan su peripecia en busca del oro y de la plata; deseos de
poder que son alimentados por historias míticas, antiguas leyendas que los españoles intentas
verificar en América.
El mito de las Amazonas, por ejemplo, es una de éstas. Una fábula en la que confluyen
riqueza y mujeres, la conjunción perfecta de los distintos modos de adquirir poder. Este mito se

5
El ritmo de mestizaje que define a la conquista española sirve también como punto de referencia del cual
diferenciarse y distanciarse para los conquistadores ingleses. Sir Walter Ralegh en su texto The discoverie... of
Guiana señala “ Not any man to take from any of the nations so much as a Pina, or a Potato roote, without giving
them conttentment, nor any man so much as to offer to touch any of their wives or daughters: which course so
contrary to the Spaniards (who tyrannize over them in all things) drewe them to admire her Majesty, whose
commaundement I tolde them it was, and also wonderfully to honour our nation”. De acuerdo con el análisis de
Louis Montrose, lo que es crucial en el texto de Ralegh no es el progreso sexual masculino o el poder que supone la
posesión de mujeres indígenas sino la habilidad de los europeos para gobernar sus apetitos concupiscentes. Para
Ralegh la conducta sexual no está inscripta dentro de un discurso autónomo sobre la sexualidad humana, masculina o
personal sino más bien dentro de concepciones fundamentales éticas, sociales y políticas. (Louis Montrose, “The
work of gender in the discouse of discovery” 196.)
El hecho de que los ingleses se rehusen a abusar de su posición de poder sobre los indígenas, por un lado los
diferencia de los españoles y de sus deseos incontrolables, los coloca en un estadio superior de gobernabilidad de
sus pasiones y, por el otro, da cuenta de la conciencia de beneficio de la nación en nombre de la cual conquistan.
En los textos de estos conquistadores europeos se enuncia desde una identidad social que parte del género en tanto
forma significativa de las relaciones de poder. En ambos discursos la práctica ejercida sobre el cuerpo femenino
determina una jerarquización masculina: en un caso la concepción del cuerpo de la indígena como inviolable pone en
evidencia el honor, la nobleza y la autoridad reglada que define al hombre, en el otro la cosificación del cuerpo
femenino simboliza poder en base a la acumulación realizada.
6
Carta de Gerónimo Ochoa de Eizaguirre, (Salas 190).

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sostiene en todas las crónicas del Río de la plata y a lo largo del viaje de la mayoría de los
españoles, quienes encuentran en él la posibilidad de confirmar la validez de las esperanzas de
aquel descubrimiento maravilloso que prometía el Nuevo Mundo.
De acuerdo con lo señalado por Stephen Greenblatt, la maravilla llama la atención sobre
el problema de la credibilidad y al mismo tiempo insiste en la exigencia de la experiencia
(Greenblatt, “Marvellous possessions”20). En este sentido Ulrico confirma esta historia
maravillosa al describir minuciosamente a las amazonas, sus costumbres, al dar especificaciones
geográficas para acceder a ellas, como si las hubiese hallado.

“Entonces marchamos hacia las sobredichas amazonas; ésas son mujeres con un solo pecho y
vienen a sus maridos tres o cuatro veces en el año y si ella se embaraza por el hombre y es un
varoncito, lo manda ella a casa del marido, pero si es una niñita, la guardan con ellas y le queman
el pecho derecho para que éste no pueda crecer; el porqué le queman el pecho es para que puedan
usar sus armas, los arcos contra sus enemigos; pues ellas hacen la guerra contra sus enemigos y
son mujeres guerreras. También viven estas mujeres amazonas en una isla y está rodeada la isla en
todo su derredor por río y es una isla grande. Si se quiere viajar hacia allá, hay que llegarse a ellas
en canoas....” (87)

El cronista verifica esta historia increíble mediante la narración de la peripecia del viaje,
no de su encuentro efectivo. La maravilla femenina del oro que nos transmite se basa en otros
relatos de viaje que la crearon y (re)produjeron. Por eso los europeos, desconfiando de todos los
contratiempos que señalan los indígenas, marchan a pesar de las inclemencias del clima, de las
complicaciones para recorrer el terreno, de la carencia de alimento por las inundaciones, en
busca de las amazonas hasta que la realidad de la sed y el hambre los hace retroceder. Y si bien
ya para 1554 - cuando Ulrico Schmidl regresa a Alemania- todavía no las han encontrado, su
relato nunca pone en duda la existencia de estas mujeres poderosas dado que el desencuentro se
explica por las dificultades que se generaron en el viaje hacia su territorio. La imposibilidad del
hallazgo más que cuestionar la veracidad del mito, lo refuerza; ésta es la historia que
sobredimensiona la experiencia del viaje y en tanto tal convierte a las amazanonas en una suerte
de legado: son mujeres que aun esperan un europeo que las conquiste, que siempre estarán
aguardando un aventurero que las descubra.

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El discurso ha logrado una victoria que no se pudo levar a cabo mediante las armas, la
agresividad masculina de las amazonas se diluye en la actitud de recepción, de espera.Dado que
según Pierre Bourdieu,”el mundo social construye el cuerpo como realidad sexuada y como
depositario de principios de visión y de división sexuantes” desde una perspectiva claramente
androcéntrica (Bourdieu, “La dominación masculina”22), el mundo de las amazonas construye su
propio orden social que revierte las divisiones sexuales del trabajo y del espacio. La masculinidad
de estas mujeres, determinada por su ánimo guerrero, las lleva a hacer desaparecer dos emblemas
de la femineidad, por un lado una conducta, la actitud pasiva, por el otro una parte del cuerpo
directamente ligada con la maternidad, el seno. Ahora los hombres son los depositarios de la
sexualidad en tanto reproductores; las mujeres quienes “utilizan” su fuerza de dominación sobre
ellos para procrear nuevas guerreras.
El mito de las amazonas aparece en la crónica de Ulrico en tanto estas mujeres significan
la posibilidad de adquirir oro y plata. No se comenta ni refiere el hecho de que en este nuevo
orden social son las mujeres las productoras de “capital”, las que poseen una riqueza sexuada.
Para acceder a ellas no sólo hay que enfrentarse a las dificultades del terreno, lo que las hace
difícilmente accesibles, sino también a sus dotes militares ya que son grandes guerreras que se
entrenan en el manejo de las armas. Llegar a ellas es claramente una hazaña, una proeza que
glorifica y enaltece en tanto supone la reconfiguración de las fuerzas de dominación trastrocadas;
triunfar en la lucha y tomar sus metales es un modo de imponer la huella del más fuerte;
poseerlas, una forma de manifestar la virilidad, la supremacía masculina.
Ulrico insiste en que los próximos aventureros continúen la búsqueda, penetren en el
espacio de estas mujeres desviadas para que legitimen, así, una relación de dominación que está
inscripta en la insoslayable naturaleza biológica.

La mercantilización del cuerpo

“ El padre vende a su hija, y el marido su mujer cuando ella no le place,


y el hermano su hermana; una mujer cuesta una camisa o un cuchillo
con el cual se corta o una pequeña hacha u otro rescate más”
Ulrico Schmidl

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Las mujeres indígenas les permiten a los españoles incurrir en un mecanismo de
intercambio conocido, que los reinstala en un sistema económico que valoriza el objeto. ¿Pero
qué es lo que determina el valor de estas nuevas mercancías?. Evidentemente el régimen de
intercambio practicado en Europa no puede aplicarse ampliamente en América; de ahí que, para
dar cuenta del nuevo sistema económico y de poder que el espacio americano permite
implementar, los conquistadores deban reconstruir un paradigma clave: el estético.
En su crónica, Ulrico Schmidl describe constantemente los elementos que componen este
nuevo mundo, especifica cada uno de los alimentos de las tribus que conoce, cada uno de los
accidentes del terreno. En su afán por nombrarlo todo, Ulrico también posa su mirada sobre las
mujeres indígenas. Las primeras descripciones de las indias son muy objetivas y por cierto
también escuetas. El ojo descriptor del cronista apela a la distancia de la observación como
garante de la veracidad de aquello que ha sido visto.

”Las mujeres (de los indios Charrúas) tienen un pequeño trapo hecho de algodón, esto lo tienen
delante de sus partes desde el ombligo hasta las rodillas” (37).

La economía textual a la que recurre para describir a las indias llama la atención respecto
de la exhaustividad descriptiva observable en lo que hace a alimentos, animales o
particularidades geográficas. Pero en esa suscinta descripción primera, Ulrico deja en claro que si
de algo hay que hablar cuando se trata de mujeres es de sus cuerpos. La desnudez, el modo de
cubrirse, aquellos que se oculta a la vista, es lo que merece un espacio en esta crónica, lo que
llama la atención del europeo. A medida que avanza el relato y junto a él su travesía por estas
tierras, la escala de valores de este conquistador entra en juego. Las mujeres indígenas entonces
dejan de ser simples objetos a describir; comienzan a adquirir femineidad y, entonces, en tanto
sexuadas, Ulrico no puede más que ofrecerle al lector (también masculino y europeo) su propia
consideración estética sobre ellas: “las mujeres (de los indios Timbús) son toscas” (45) “feamente
arañadas bajo los ojos y ensangrentadas” (49). La fealdad de las mujeres Timbús o Mocoretás,
por citar sólo algunas, exige un comentario que excede la descripción y pone en juego la
valoración estética europea.
La necesidad determina la reconstitución de los paradigmas religiosos y sexuales: es el
hambre el que genera la asimilación, es la carencia la que determina la unión sexual, la que

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objetiva y mercantiliza a la mujer indígena.De ahí que a medida que avanza el relato y por ende
la necesidad, la fealdad de las mujeres indígenas comience a declinar y a cambiar. A mediados
del relato las indias adquieren un dejo de belleza digno de ser comentado en una crónica que
apela a la descripción como base de un discurso verídico y verificable.
La mujer indígena comienza a ser vista “con otros ojos”, empieza siendo “linda”, luego es
“muy linda” y finalmente termina logrando la anulación del discurso con su belleza. En medio de
la descripción de las costumbres de los indios Jarayes, Ulrico comenta:

"Cuando uno de nosotros los cristianos las ve bailar, uno ante esto se olvida entonces de cerrar la
boca y hay que ver este baile de los Jarayes” (85).

La boca no puede cerrarse ante la fascinación que provocan estas mujeres, pero debe
hacerlo y Ulrico sabe cuándo callar.

“Las mujeres están pintadas en otra linda manera desde los senos hasta las partes en color azul,
muy bien hecho. Un pintor afuera tendría que esforzarse para pintar esto y ellas van
completamente desnudas y son bellas mujeres a su manera. Pero aunque ellas pecan en caso de
necesidad, yo no quiero mayormente contar de estas cosas en esta vez.” (84)

La mujer indígena supone una redefinición de los valores estéticos imposible de transmitir
a través de la palabra europea, ni siquiera un pintor del otro espacio podría captar en su total
dimensión este nuevo tipo de belleza, porque hay algo del orden estético que este nuevo espacio
genera que es intrasladable y que, por lo tanto, exige la enunciación del desafío sostenido en la
experiencia: “Quien quiere verlo, que marche hacia adentro, quien no quiere creerlo” (108)7.
En Derrotero y viaje a España y las Indias, Ulrico posa su ojo descriptivo8 sobre el
espacio que se le ofrece, intenta abarcarlo en toda su amplitud, pero su mirada no sólo sirve para
introducir sino también para clausurar aquella descripción que atenta contra el orden en la
nomenclatura léxica. Ulrico apenas refiere el mestizaje (“estas mujeres son muy lindas y grandes
amantes y afectuosas y muy ardientes de cuerpo, según mi parecer”86), pero no lo narra ni lo

7
Para un análisis de la estética del cuerpo de la mujer indígena, ver el artículo de Cristina Iglesia, “El botín del
cronista. Cuerpos de mujeres en las crónicas de conquista del Río de la Plata”. 46-53.
8
He trabajado esta temática en “Ulrico Schmidl: el afán de nombrar”, en Actas de las XIV Jornadas de Investigación
del Instituto de Literatura Hispanoamericana, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, 1998.

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describe, porque en tanto él legitima la conquista, desde tal lugar de enunciación, elige no
argumentar ni describir aquello que no genere ganancia textual ni provecho en la lectura. La
unión sexual no es descriptible, no hay lista posible que construir a partir de ella, no hay modo de
transmitir a un lector europeo un saber adquirido en esta tierra mediante el encuentro con la
indígena: no hay rédito posible a extraer de la mezcla.
El cuerpo de la mujer indígena es concebido como una porción de espacio, es pensado
como un territorio, es éste un elemento central en la conquista material de los españoles.
El espacio americano provee un cuerpo femenino que delinea una escala jerárquica, la
mujer ha trocado propiedad privada, es el oro que cada uno ha ganado en la peripecia, pero como
es una riqueza que sólo funciona como tal dentro del espacio de adquisición, la Corona queda
fuera de todo control sobre estos objetos de valor.
Por eso cuando Alvar Nuñez Cabeza de Vaca arriba a Asunción y realiza un dictamen por
el cual prohibe a los cristianos llevarse a las indígenas en la prosecución del viaje, así como
elegirlas libremente sin su autorización, se coloca a toda la gente en su contra. Cabeza de Vaca es
el nuevo Adelantado del Río de la Plata y mediante las cartas traídas desde España que le otorgan
tal poder, intenta restituir un orden quebrado ante el mestizaje desenfrenado con el que se
encuentra. La ordenanza no hace más que enfrentar a los españoles ante aquello que se quiso
eludir con el cuerpo de la indígena, el fracaso. Tal vez por eso nunca se pudo poner en práctica,
porque en sí mismo dicho dictamen ponía en escena distintos órdenes en pugna: por un lado el
nuevo orden creado en el espacio americano que redefine los conceptos de honor, gloria y poder
y por el otro el orden español signado por una concepción moral y religiosa que no tiene asidero
en el Nuevo Mundo.
Ante la derrota que significó la conquista del Río de la Plata, las pequeñas ganancias
(sean brazaletes, alimentos o mujeres) se sobrevaluaron y adquirieron de hecho un valor: éstas les
pertenecían a los españoles porque ellos las habían obtenido en su viaje a tierra de indios. Cabeza
de Vaca atenta, por lo tanto, contra los intereses individuales de los soldados al quitarles lo que
traían de su expedición, perjudicando así su rédito personal.
En tanto alemán, Ulrico cataloga tal hecho de robo, como extranjero se permite poner en
entredicho la autoridad española sobre sus cosas así como cuestionar la actitud de Cabeza de
Vaca que se perfila más como codiciosa que como leal al rey.

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“El, nuestro capitán, Alvar Nuñez Cabeza de Vaca, nos quitó todo lo que habíamos traído con
nosotros desde la tierra (...). Pero cuando nosotros supimos esto, hicimos un gran motín con otros
buenos amigos que teníamos en tierra contra nuestro capitán (...) que él debió (...) entregarnos lo
que él a nosotros había quitado y robado”(91)9.

“Dios está en el cielo, el Rey está lejos, yo mando aquí”, parece ser la divisa de los
conquistadores según Ruggero Romano (“Los conquistadores” 51). Y, en efecto, en el nuevo
espacio habitado, con el nuevo sistema de valores, jerarquías y poder implementado, la pérdida
de las mujeres supone no sólo un robo, un detrimento del patrimonio personal sino también un
intento de desterritorialización de un suelo del cual es difícil extraer provecho. Aún más, la
pérdida del objeto de valor resiente el reconocimiento social generado en este nuevo espacio, ya
no hay modo de distinguir las relaciones de poder sin el cuerpo femenino, cuya posesión debe
leerse como el punto de pasaje hacia la adquisición de un dominio territorial que establece
diferencias.

“...el cristiano que está contento –dice el presbítero Paniagua- con cuatro indias es porque no
puede haber ocho, y el que con ocho porque no puede haber dieciséis y ansí de aquí arriba de dos
y de tres, sino es alguno muy pobre no hay quien baje de cinco y de seis” (449).

El poder no sólo se representa en la cantidad que se ha logrado acumular, en la serie que


se ha llegado a construir sino también en el modo en que ese poder se ha inscripto en los cuerpos
dominados. Ante el proceso de conversión erótica que sufre el cuerpo de la indígena , la práctica
sexual sobre ella ejercida determina, desdibuja y reconfigura jerarquías entre los hombres.

“Cuando se hubo establecido la guardia y todo el mundo se hubo acostado a reposar, nuestro
capitán hacia la media noche había perdido sus tres mozas. Tal vez él no pudo haber contentado
en la misma noche a las tres juntas, pues él era un hombre viejo de 60 años; si él hubiere dejado a

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Hacia el final del texto Ulrico opina y confirma su posición al referir las historias de Pizarro y de Ramallo. “Yo
creo que si su Cesárea Majestad en propia persona hubiere tomado preso a este susodicho Gonzalo Pizarro, le
hubiere perdonado la vida, porque a uno le duele cuando se instituye dueño sobre los bienes de otro” (122); “Y este
Juan Ramallo no quiere estar sometido al rey de Portugal o a su lugarteniente del rey en este concepto, pues él dice y
declara que él ha estado cuarenta años en esta tierra en Las Indias y la ha habitado y la ha ganado ¿por qué no ha de
gobernar él la tierra como cualquier otro?” (135). (El subrayado es mío).

9
estas mocitas entre nosotros los peones, ellas tal vez no se hubieran escapado; en total hubo un
gran alboroto en el real.” (109)

Ulrico, el peón fiel a la autoridad de Irala por sobre la de Cabeza de Vaca, el que sostiene
constantemente que el mal desempeño del adelantado se debía a su falta de experiencia y su
condenable modo de vincularse con sus subalternos, es el que por primera y única vez en el texto
se dirige hacia Irala despreciativamente: es sólo un hombre viejo que, al no poder satisfacer,
quiebra la verticalidad que impone el acto de posesión del invasor sobre las mujeres del pueblo
conquistado.La no inscripción de estos cuerpos femeninos, el acto no ejercido, cuestiona el lugar
que mediante las armas Irala se ha ganado entre su gente. La fuga de tres “mocitas” pone en
entredicho la capacidad viril de dominación del superior, permite la irreverencia del subordinado;
aún más, la exige. La violencia simbólica que representa la huida de tres cuerpos sin marca del
lado del conquistador europeo y masculino socava cualquier autoridad.
El discurso económico de la apropiación y dominación de la conquista se circunscribe en
el Río de la Plata a la mujer indígena, la cual se ha convertido en el nuevo botín de guerra a
repartir entre los conquistadores (Iglesia, “Cautivas y misioneros”; “El botín del cronista”)g; su
cuerpo, en una porción de espacio fácil de conquistar y de explorar y, por último, en el nuevo
móvil del viaje.
La tentación que produce el mensaje que Domingo de Irala deja en Buenos Aires al
despoblarlo, consiste precisamente en la posibilidad de simple acumulación de este nuevo fruto
que se ofrece para ser explotado.

“(Los Carios) sirven a los cristianos, así en sus personas como con sus mujeres en todas las cosas
del servicio necesarias, -dice la carta de Irala- y han dado para el servicio de los cristianos
setecientas mujeres para que los sirvan en sus casas y en las rozas, por el trabajo de las cuales y
porque Dios ha servido de ello principalmente, se tiene tanta abundancia de mantenimientos que
no sólo hay para la gente que allí reside mas para más de otros mil hombres encima.” (Lafuente
Machain, “El gobernador Domingo Martínez de Irala” 386).

Irala construye su propia serie de mujeres: las que cautiva, las que lleva como botín de
guerra de cada lugar conquistado y las que le “regalan” los propios indígenas; mujeres que
adquieren interés en tanto diferentes representaciones del espacio, cada una con sus propias

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costumbres, características y usos. Irala recopila así diversos especímenes que la nueva
naturaleza le ofrece realizando un estudio completo de las diversas especies encontradas.
El conquistador inventa un tipo de esquema clasificatorio que permita que el mundo
americano se vea representado mediante los elementos que componen el conjunto, realiza una
colección de estos objetos naturales y, a través de ella, logra que la historia del viaje, del
recorrido, de la peripecia en estas tierras, se transforme en propiedad.
Irala escribe la carta porque sólo mediante la textualización de la conjunción posible, el
objeto se resignifica; sólo al ser escrito, leído e interpretado, el espacio que esos cuerpos
representan comienza a existir. Apela a la letra porque a través de ella se aprehende la imagen de
los distintos modos de posesión que este espacio detenta.Domingo de Irala es quien inaugura y
legaliza con su texto la nueva práctica que otorga valor al, hasta entonces, derrotado
conquistador.
Los españoles consumen a boca llena estos frutos como trofeo entre sus conciudadanos
porque no pueden llevar estos nuevos objetos de riqueza como muestra del botín. Fuera del
espacio donde se han encontrado, cada una de estas muestras pierde su referente específico o
asignado, la capacidad significativa de las mismas desaparece en el traslado porque en el espacio
europeo no hay modo de reterritorializar la significación del objeto. El cuerpo de la mujer
indígena se ha convertido en un souvenir trasladable sólo dentro del espacio americano en tanto
es sólo su relación material con el lugar lo que determina su valor, lo que lo significa.
Susan Stewart señala que “the souvenir is by definition always incomplete. (...) The object
is metonymic to the scene of its appropiation in the sense that it is a sample.” (“On longing” 136).
En este sentido, cada cuerpo recorrido es una muestra de un espacio conquistado que pierde su
valor aisladamente y recupera su significación en el conjunto: es la cantidad de mujeres lo que
determina la dimensión de la experiencia.
Las crónicas de la conquista del Río de la Plata no son la narración del objeto (léase éste
como mujer indígena o como espacio americano) sino la narración de quien lo posee. Es
finalmente la experiencia del conquistador en su viaje hacia la adquisición del souvenir y su
modo de conseguirlo, de exhibirlo, lo que es digno de ser narrado. De ahí que la india tenga un
escenario realmente limitado donde desarrollarse en el devenir de las crónicas, es un cuerpo
apenas descripto en su desnudez, como si se intentara controlar la propiedad a través de la
representación.

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Los españoles construyen un discurso de apropiación de un objeto que autentifica lo
vivido y, por lo tanto, revierte el signo de la conquista revalorizando la experiencia por sobre los
resultados.
El poder europeo encuentra su modo de realización haciendo del cuerpo de la mujer
indígena el centro de lucha porque sólo por medio de éste, los conquistadores logran llevar a cabo
una “redituable” explotación económica e ideológica del erotizado espacio americano.

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