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Dilemas del México Profundo frente a la pobreza extrema

y la desterritorialización.

Los seres humanos nos hemos conducido siempre


como invitados a un banquete gratuito;
sin embargo, nada hay gratis en la vida,
como no se cansan de decir los economistas.
Hawking, Stephen.

La antropología, y en su caso, la sociedad en general, suele asignar al


concepto de etnia tantos significados diferentes, que en ocasiones es difícil
entenderlo. Así, no resulta extraño escuchar o leer sobre pueblos indígenas,
grupos étnicos, pueblos de matriz cultural prehispánica, pueblos de tradición
civilizatoria mesoamericana, herederos de la primera raíz, pueblos indios,
unidades etnolingüísticas, y muchas otras adjetivaciones más.

Pero habitualmente se enfoca a las etnias desde una perspectiva culturalista,


definiéndolas por sus rasgos lingüísticos, raciales, folklóricos, religiosos,
políticos o regionales y buscando, por esa vía, describir la presencia de los
otros entre nosotros.

Los antropólogos solemos abogar por una conciencia de la multiculturalidad,


y más recientemente por una conciencia de la interculturalidad, pero se nos
olvida fácilmente que, cuando menos en potencia, todos somos otros para
alguien. Que la base fundamental de convivencia de una nación multicultural
como la nuestra es la confluencia de muchas identidades culturales

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contrastivas a partir del reconocimiento de la alteridad cultural, de la
existencia de una notredad como oposición binaria a la otredad.

Esto es, la cuestión Žétnica no concierne tanto los demás, a los otros, como a
nosotros mismos.

Estarán de acuerdo conmigo que todos pertenecemos a un grupo social, sea


étnico o su equivalente, que decide por nosotros lo que se ha de producir y
reproducir (por lo que hemos de vivir) y lo que quedarᇠfuera de sus
fronteras. El caso más prototípico es, sin duda, la familia, el grupo familiar.

Para enfrentar las contradicciones de la presencia de grupos étnicos diversos


en la sociedad moderna, el antropólogo norteamericano Richard N. Adams
propone un significado unitario del concepto de etnia: la etnia es una
comunidad de gentes que se identifican entre sí a partir de su descendencia
de un ancestro común a partir de lo cual se define su identidad.

En esa perspectiva, las etnias desempeñan un papel central en la evolución


social y en las relaciones políticas en la mayor parte del mundo
contemporáneo, si no es que en todas las naciones actuales.

La emergencia y la relevancia contemporánea de la etnicidad, la también


llamada conciencia étnica, deriva, en gran parte, del fracaso histórico del
Estado-nación como organización social humana (Adams, 1995: 32).

El Estado moderno, y no sé si estén de acuerdo conmigo, no ha sido capaz de


garantizar derechos mínimos a su población, a toda su población. Y para
quienes dentro de ese Estado Moderno suscriben el estado de derecho, los

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derechos humanos individuales, la ciudadanía y la democracia, la conciencia
étnica supone un regreso a la época tribal.

Sin embargo, todos compartimos de algún modo la experiencia de que no


somos nadie como individuos aislados frente al todopoderoso aparato del
Estado y su nomenclatura.

¿Es de extrañar que los pueblos indígenas se refugien en comunidades


corporativas y traten de enfrentar el mundo como grupos étnicos exigiendo
la autonomía?

Para no ir lejos, nosotros como académicos, ¿no mostramos la propensión de


evocar ancestros intelectuales o de escudarnos detrás de la autonomía
universitaria?

Entendamos que los grupos étnicos no son una herencia del pasado o un
rezago cultural, sino una cuestión de supervivencia biológica y cultural aquí y
ahora.

El Estado moderno, y parece ser que el estado mexicano por allí viene
queriendo transitar, está copado por grupos de empresas trasnacionales,
élites bancarias, mafias empresariales, monopolios de telecomunicación, el
clero, los militares, los paramilitares, el crimen organizado y las redes de
narcotráfico. Si no se pertenece a alguna de esas “familias” o a un conjunto
social equivalente que enarbola un tótem común, no se es nadie.

Bajo esta óptica ¿cómo es que los grupos indígenas experimentan el proceso
de globalización en asuntos relativos al buen vivir, el medio ambiente, los

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derechos humanos y las alianzas de clase, cuando no pertenecen a ninguna
de esas familias?

Diversidad y contrastes, unidad y analogías, son las marcas constantes que


permean la existencia de la sociedad mexicana en su conjunto, y el marco de
referencia ineludible en que se debe explicar y comprender la vida de los
pueblos indígenas que se asientan en el territorio nacional reproduciendo su
ancestral patrimonio biocultural.

A lo largo y ancho del territorio mexicano, la presencia de esos pueblos se


hace evidente a través de múltiples expresiones que, sin embargo, la mayoría
de las veces sólo pueden ser percibidas en los limitados espacios geográficos
en que se han establecido; esos espacios que en el ámbito de la antropología
fueron denominados por el Dr. Gonzalo Aguirre Beltrán como Regiones de
refugio.

Nuestro país es un mosaico étnico en que reproducen su existencia, de


acuerdo con el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (INALI), 68
Agrupaciones Lingüísticas que implícitamente refieren a 68 pueblos indígenas
-y que cómo lo señala el mismo INALI, que INDÍGENA tiene como referente,
en el presente contexto, un conjunto de pueblos, conocimientos, lenguas,
tradiciones y prácticas altamente diversificados, en nada homogéneos ni
uniformes, como lo hacen suponer las interpretaciones reduccionistas
dominantes-.

Sesenta y ocho Pueblos indígenas altamente diferenciados, y esto hay que


subrayarlo, para poder lograr comprender que como nación somos un
entramado de culturas y no una categoría, la de indio, o la indígena, que
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tanto han pesado desde su origen como categorías sociales descalificadoras,
estigmatizantes, que implícitamente niegan la diversidad en aras de la
construcción de un proyecto de homogeneidad cultural mal entendido: lo
mexicano.

Y son esos pueblos indígenas los que le dan cara y voz al llamado México
Profundo; pero no solo ellos, también son rostro y figura de ese México
Profundo millones de pobladores de centros urbanos y rurales.

Como categoría de análisis nos revela el pasado y presente de la realidad


india y mestiza, tanto del campo como de la ciudad, considerando en ella la
infinidad de rasgos culturales que dan fe de su presencia en la mayor parte
de la población mexicana.

El México profundo cuestiona la razón de ser de un “México Imaginario”,


montado sobre una negación, que al proponer un proyecto civilizatorio
occidental, exalta un ser que no somos, provocando una nación escindida.

Nos señala que mientras nuestro país no se reconozca en su diversidad


cultural, en su multiplicidad y alteridad civilizatoria, no le será posible superar
“la esquizofrenia a que ha dado lugar el desencuentro entre el México
profundo y el México imaginario”.

El México profundo de cara a la pobreza.

Desde estas consideraciones, podemos señalar entonces que el México


profundo de Bonfil Batalla es un amplio, amplísimo núcleo poblacional, que

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en conjunto se integra en una estadística deplorable: forman parte esencial
de los 55.3 millones de mexicanos (46.2% de la población total del país) que
para 2014 son considerados por el Consejo Nacional de Evaluación de la
Política de Desarrollo Social (Coneval) como parte de la Población en
situación de pobreza y de los cuales 11.4 millones se encuentran en pobreza
extrema y 28.0 millones en pobreza alimentaria.

Conforme al Censo de Población y Vivienda 2010, el Instituto Nacional de


Estadística y Geografía (INEGI) estima una población de 15.7 millones de
indígenas en México.

Existen 11.1 millones que viven en un hogar indígena, son ubicables


geográficamente y son el entorno poblacional de las políticas públicas en
materia indígena.

De los 15.7 millones, 6.6 millones son hablantes de lengua indígena y 9.1
millones no hablan lengua indígena y 400 mil de los hablantes no se
consideran indígenas.

Lo que implicaría que el grueso de la población que integra el México


profundo se encontraría conformado por los llamados pobres urbanos y los
pobres rurales, es decir, 39.6 millones de personas.

La mayoría de los asentamientos de la población indígena, sea por razones


históricas, económicas, sociales, por persecuciones o bien por los
desplazamientos que han padecido y que los han excluido del desarrollo, se
caracterizan por su gran dispersión territorial.

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De las poco más de 192 mil localidades del país, en 34 mil 263, 40% y más de
sus habitantes es población indígena y, de ese total, casi 22 mil localidades
tienen menos de 100 habitantes.

Desde hace centurias se puede observar que las áreas de mayor


concentración de población indígena son las regiones interiores del país,
regiones de difícil acceso y en zonas desérticas, montañosas o selvas, esas
que hemos referido como Regiones de Refugio, expuestas a procesos
dominicales de represión y caciquismo político y económico.

Se identifican regiones indígenas como La Tarahumara, Huicot o Gran Nayar,


la Maya, la Huasteca, La Montaña de Guerrero, la Lacandona, los Altos de
Chiapas, así como la Mixteca, la Sierra Negra y norte de Puebla, la sierra de
Zongolica y Chicontepec de Veracruz, la Sierra Juárez y Valles Centrales de
Oaxaca como las más notorias.

De los 624 municipios donde más del 40% de la población es indígena, en 426
los porcentajes de población en situación de pobreza son superiores al 80%.

Asimismo, 271 municipios indígenas presentan condiciones de pobreza


extrema en más del 50% de su población, concentrados en los estados de
Chiapas, Guerrero, Oaxaca y Veracruz.

La diversidad implica fragmentación, ello genera condiciones de debilidad


política, económica y social. La diversidad viene acompañada de la iniquidad,
la exclusión, la marginación social, la injusticia y la discriminación.

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Ello también conduce a un debate inacabado sobre su condición de
mexicanos y los mecanismos para atender sus necesidades y promover su
desarrollo.

La condición de pobreza en la que se encuentra la mayor parte de la


población indígena reproduce condiciones de atraso y limita alternativas de
desarrollo.

Como ha quedado asentado, los asentamientos de población indígena, en su


mayoría se encuentran ubicados en zonas de difícil acceso, aisladas y sin
acceso a los servicios básicos.

Asimismo, cuando la población indígena migra a las ciudades, se ubica en las


zonas periféricas, en cinturones de miseria y exclusión alrededor de los
grandes centros urbanos, por lo que gran parte de “los pobres urbanos”
resultan ser indígenas.

De acuerdo con el PROGRAMA ESPECIAL DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS 2014-


2018 publicado en el Diario Oficial de la Federación de fecha 30 de abril del
2014,

El país lleva décadas de políticas de apoyo al desarrollo de los Pueblos Indígenas


con escasos resultados. Cada institución, e incluso, cada programa público
orientado a la atención de la población indígena ha operado bajo sus propios
criterios para caracterizar a su sujeto de atención y desplegar diversos tipos de
acciones, lo que desarticula la presencia pública, reduce su eficacia y muchas veces
no considera la participación de las comunidades indígenas lo que afecta la
definición de prioridades y acciones.

La discriminación y la exclusión social, así como la pobreza que padecen las


comunidades indígenas tienen determinantes históricos, multidimensionales y
multiculturales. Resolver esta situación exige de un gran compromiso social que no
es sólo del gobierno, sino de la sociedad en su conjunto, que conlleva nuevas
formas de intervención pública, donde la coordinación intergubernamental y la
participación de las comunidades indígenas organizadas, es fundamental.

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Y abunda:

La problemática que enfrentan los Pueblos Indígenas se puede plantear desde los
ámbitos siguientes:

Derechos. La población indígena padece una falta de cumplimiento de los Derechos


Humanos plasmados en la CPEUM, lo cual agrava sus condiciones de marginación,
pobreza y exclusión social.

Desarrollo Social. La mayor parte de la población indígena no cuenta con el acceso a


la alimentación, la salud, la educación, la vivienda digna y sus servicios de agua
potable, drenaje y electrificación a los que tiene derecho todo mexicano.

Desarrollo Económico. La pobreza y pobreza extrema que padecen familias y


comunidades indígenas no se resuelve con el simple aprovisionamiento de bienes y
servicios públicos, para garantizar la superación de la condición de pobreza se
necesita que la población indígena tenga acceso a fuentes de ingreso permanentes
vinculadas con trabajos productivos y éstos con el desarrollo de las capacidades y
vocaciones productivas de la misma población y de sus regiones.

No creo que haya más que decir al respecto…

*Tomando como base el criterio establecido por el Convenio 169 sobre pueblos indígenas y
tribales en países independientes de la Organización Internacional del Trabajo, la Organización de
las Naciones Unidas estima en poco más de 300 millones la cantidad de indígenas que habitan en
el mundo (5,000 pueblos asentados en 70 países), de los cuales, como ya se dijo, entre 40 y 60
millones residen en América.

*Una cuidadosa revisión de los censos de América realizada por el Programa Universitario México
Nación Multicultural, de la UNAM, permitió obtener la cifra de 38 504 026 de indígenas
registrados en esos instrumentos oficiales, y de 782 pueblos indígenas en todo el continente
americano (PUMC-UNAM, 2007: 22 y 150).

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Desterritorialización y/o deslocalización un asunto ancestral.

Como lo señala Gilberto Gimenez, muchos son los analistas sociales que han
venido afirmando la tesis de que la globalización socio-económica ha
acarreado la "desterritorialización" o "deslocalización" de los procesos
económicos, sociales y culturales.

Pero también son muchos quienes han venido interpretando de otro modo,
sin negarlo, el fenómeno de la globalización.

La mundialización, argumentan, antes que borrar definitivamente del mapa


los territorios interiores, como las regiones, por ejemplo, los requiere como
soporte y estación de relevo de su propia expansión.

Los territorios, señala Gimenez, se transforman y evolucionan


incesantemente en razón de la mundialización geopolítica y geoeconómica.
Pero esto no significa su extinción.

Los territorios siguen siendo actores económicos y políticos importantes y


siguen funcionando como espacios estratégicos, como soportes privilegiados
de la actividad simbólica y como lugares de inscripción de las "excepciones
culturales", pese a la presión homologante de la globalización.

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Pero qué es un territorio? En una primera y enciclopédica definición se
podría decir que es "cualquier extensión de la superficie terrestre habitada
por grupos humanos" o, para el caso, como lo señala el diccionario de la RAE
“Porción de la superficie terrestre perteneciente a una nación, región,
provincia, etc”.

Pero para esta charla resulta necesario trascender esta definición puramente
descriptiva y considero que una manera de hacerlo es partiendo de la noción
de espacio. El territorio sería el espacio apropiado y valorizado -simbólica e
instrumentalmente- por los grupos humanos, es decir, el territorio se refiere
a los espacios geográficos culturalmente modelados que son reconocidos en
términos de límites y fronteras.

Y aún más, es un espacio nombrado y tejido con representaciones,


concepciones y creencias de profundo contenido emocional, lo que da paso
entonces a señalar que los territorios ocupados, culturizados, por los pueblos
indígenas o grupos étnicos podrían ser mejor caracterizados, en la
perspectiva señalada por la Dra. Alicia M. Barabas, como etnoterritorios,
entendiéndolos como

el territorio histórico, cultural e identitario que cada grupo reconoce como propio,
ya que en él no solo encuentra habitación, sustento y reproducción como grupo sino
también oportunidad de reproducir cultura y prácticas sociales a través del tiempo.

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Luego entonces, lo que yo parezco advertir es que detrás del concepto
académico de desterritorializacion se esconde una realidad más cruel: el
despojo, el desalojo forzado, la intimidación jurídica, el desplazamiento de la
gente que valoriza los territorios, la enajenación territorial por parte de
intereses que hacen del territorio un valor de cambio, una entidad mercantil.

Y son precisamente los etnoterritorios los que han enfrentado y continúan


enfrentando con mayor fuerza esas acciones por parte del Estado-Nación en
colusión con las fuerzas transnacionales y el capital privado interno.

La antropología ha documentado estas prácticas del estado mexicano de


manera fehaciente.

 Por la construcción de la presa Miguel Aleman en 1954 se erradicó de sus tierras a


20,000 mazatecos.
 Construcción de la Presa Cerro de Oro, más formalmente llamada Presa Miguel de la
Madrid, una presa ubicada en el cauce del Río Santo Domingo en el municipio de San Juan
Bautista Tuxtepec, Oaxaca, inician los trabajos en 1981 y es inaugurada en 1988. Su
construcción provocó el reasentamiento involuntario, también llamado desplazamiento
inducido, de 26,000 personas.

 Desplazados de otras presas, lo zoques en Chiapas, por la construcción de las presas La


Angostura, Chicoasén y Malpaso.

Y la acción de despojo y desalojo forzado se vuelve cada día cosa común, bajo
el amparo de un estado de derecho que declara esos etnoterritorios como
bienes de la nación de utilidad pública. Y seguirá…

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