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vídeo: “Caso de estudio: 

convivencia escolar”

El bullying no es un juego

El fenómeno del bullying es algo común en nuestras instituciones educativas y


su diario acontecer no hace distingos entre sus víctimas porque cualquier niño,
niña o adolescente puede ser el objetivo elegido. Pero es cierto que existen
personas que por sus características personales son elegidos por el agresor y
sus cómplices para ejercer contra ellos prácticas repetidas de burlas,
humillaciones y golpizas, ante una casi completa indiferencia de los “buenos”
que no actúan en su defensa principalmente porque no existe una cultura de la
solidaridad. Por el contrario, el modelo que domina el escenario social está
saturado de violencia relacional e inequidad como garantía de alcanzar
objetivos personales, lo que además le otorga al agresor cierto prestigio y
reconocimiento social.

Los niños, niñas y adolescentes aprenden de estos modelos para resolver las
naturales diferencias que entre ellos existen, y si logran sus objetivos y nadie
les hace saber que están procediendo equivocadamente, es poco probable que
ellos tomen posturas de respeto a los derechos de los demás. Estos modelos
sociales nos han enseñado a ser insensibles al dolor del otro, a tal grado que lo
ignoramos e invisibilizamos como una forma de abuso mucho más corrosivo de
lo que se cree.

En estas condiciones los niños, niñas y adolescentes sufren una doble


alienación: reciben una crianza y educación fundada en el autoritarismo y la
inequidad, que en el colmo del cinismo social la presentan como naturales y
necesarias en el hogar y en la escuela y su inescrupulosa difusión llega a
convencer a los niños, niñas y adolescentes que la interiorizan, que se trata de
una regla social de conducta que debe ser aceptada pasivamente. Pero cuando
los niños, niñas y adolescentes replican los modelos aprendidos contra otras
personas son inmediatamente reprendidos y se les castiga, lo que está mal y
les sorprende que los maltraten por hacer lo que ven en su entorno; o en su
defecto los padres y docentes se mantienen al margen de los acontecimientos
de violencia que perpetran sus hijos o los alumnos, lo que es peor porque
configura una tácita aprobación y aceptación de sus acciones de violencia
contra sus pares.

En consecuencia, el acoso escolar no es un problema individual. La


responsabilidad del acoso no recae exclusivamente sobre el agresor. Tampoco
se puede atribuir la conducta agresiva a la existencia de una perturbación
psicológica en el acosador ni la familia debe ser sentenciada como la mayor
responsable de la existencia de estudiantes turbulentos.

El acoso contra los escolares se nos presenta como un acontecimiento


individual y, por esa razón, la idea inmediata para intervenirlo es el castigo.
Puede haberse dado casos en que las medidas disciplinarias han dado
resultado, lo que no debería extrañarnos, por el prestigio de que aún gozan los
estilos represivos, no obstante, aquello no tiene por qué ser la medida
adecuada para abordar el bullying en las escuelas. La facilidad de su empleo y
la rapidez de sus efectos nos anima a ser castigadores y propiciar de esa
manera un creciente distanciamiento afectivo con los menores.

Sin embargo, no podemos pasar por alto algo muy cierto: ninguno de los
agentes educativos está dotado de la debida información para actuar
preventivamente, de allí que esta sea la tarea que se debe emprender
prioritariamente. La sensibilización y la formación sobre el acoso en la escuela
nos debe conducir al entendimiento de que abordar el bullying es una tarea de
todos, y para ello hace falta que el Estado incorpore la seguridad de la escuela
en un lugar preferente de su agenda política.

Una mano más una mano, no son dos manos, son manos unidas. Une tu mano
a nuestras manos para que el mundo no esté en pocas manos, sino en todas
las manos. Esta es la filosofía que se propone: el acoso en la escuela no se
puede afrontar exitosamente si las iniciativas son excluyentes y las propuestas
se formulan con ánimo de posicionamiento y vedetismo.

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