Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Mujica Lainez, Manuel - La Fundacion
Mujica Lainez, Manuel - La Fundacion
-1-
______________________________________________________________________________________
El Autor de la Semana
______________________________________________________________________________________
Selección, diagramación: Oscar E. Aguilera F. © 1996-2000 Programa de Informática, Facultad de Ciencias Sociales,
Universidad de Chile.
El Autor de la Semana
______________________________________________________________________________________
_____________________
Selección, diagramación: Oscar E. Aguilera F. © 1996-2000 Programa de Informática, Facultad de Ciencias Sociales,
Universidad de Chile.
D
os veces trescientos sesenta y cinco días, con ciento once días más, habían transcurrido desde
que Don Nufrio inició su marcha en pos del Hombre Dorado. Durante tan largo tiempo, toda
índole de amarguras acosó a su diezmada hueste. Narrarlas sin callar pormenores, es trabajo
que solicitaría volúmenes en los que el esplendor de lo horrible se tomaría monótono. Quedará tarea de
tal pesadumbre para historiadores menos nerviosos que los que escriben estas páginas, como el repasarlas
y almacenaras en la mente se reservará para un lector más rico de paciencia. Sólo se consignará aquí
que mientras se arrastró el expedicionario desaliento de esos dos años, tres meses y veinte jornadas (en
el curso de los cuales la versátil actitud de Don Nufrio osciló entre la imploración reverente a Santiago
Apóstol y la memoria blasfema de muchas malas madres que parieron), el anciano capitán padeció con
igual rigor las crueldades que emanaban del morbo con que Venus premió su constancia, y del laberinto
siempre polifurcado que le proporcionó la América misteriosa.
Buena parte del viaje se fue desarrollando, en lo que atañe al jefe conquistador, a hombros de indígenas
taciturnos. Transportaron ellos su hamaca balanceada, a través de páramos de hielo y de selvas ardientes,
de quebradas malévolas y de cornisas cuya delgadez exigía a los indios la fila india tradicional; en
ocasiones, a alturas que atacaban al viejo corazón de Don Nufrio mediante martilleos feroces; en otras,
vadeando ríos de tumultuaria pasión, o desgarrándose los caminadores lo flaco que del calzado subsistía,
en pedregales y espinos; o corriendo detrás de ilusos espejos de agua; o luchando a brazo partido con
monos atléticos que, al descargar puñetazos sobre los hispanos morriones, huían aullando y lamiéndose
los dedos.
Más vale no recordar lo que en ese período ingirieron por imposición del hambre alerta. ¿Cómo no
apuntar, sin embargo, el íntimo detalle de los duros caimanes devorados con fuga de dientes; el de la
tortilla de piojos y huevos de buitre? ¿Cómo no tener en cuenta la semana pegajosa, a lo largo de la cual
únicamente se alimentaron de miel, que almacenaban en los yelmos, como en abollados tarros y marmitas,
y con la que untaban hojas de plátano para originar postres aberrantes? En esa oportunidad dieron caza
también, con fines culinarios, a las moscas que los perseguían y que, de noche, mientras los empalagados
cabeceaban, se detenían en sus barbazas chorreantes de miel, hasta que por golosas morían, presas de
patas en su pringue. Fue aquel lapso especialmente desagradable. Ahítos de dulzura, se miraban los unos
a los otros, con repugnancia esencial, y Don Nufrio despertaba de sus sueños melifluos, hecho una
viscosa melaza, un mosquero arrope, gimiendo la triste palabra «puta», como referencia a Cristóbal
Colón, a los hermanos Martín Alonso y Vicente Yañez Pinzón, al maldito Rodrigo de Triana, y hasta a
Américo Vespucio, sin los cuales la tierra que recorrían no sería más que un quimera de cartógrafos
visionarios, y Don Nufrio hubiera permanecido en la paz de Toledo.
Pero no nos adelantemos a los episodios, en nuestro afán de dejar atrás una época de hondas melancolías.
Comencemos por el principio, y tracemos el cuadro de la expedición, tal como lo vieron las tribus
atónitas, los guanacos, las llamas dóciles, las águilas de vuelo imperial, los colibríes, los jaguares.
Iba adelante, en su hamaca que sostenían cuatro aborígenes, Don Nufrio de Bracamonte. Lo seguía, en
una segunda hamaca de similar conducción pero de más arduo transporte pues Don Nufrio era
enfermizamente magro, mientras que ella triunfaba con la insolencia de su obesidad Doña María de la
Salud, su amante india. Luego, llevado por un paje sonámbulo del cabestro, el caballo del conquistador
(uno de los pocos que habían sobrevivido a los reclamos famélicos de las entrañas guerreras), con la
armadura, el espadón y la lanza del jefe, distribuidos en hatos y alforjas. Después aparecía, como una
® Editorial Sudamericana