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Evolución histórica del concepto de arte[editar]

En la antigüedad clásica grecorromana, una de las principales cunas de


la civilización occidental y primera cultura que reflexionó sobre el arte, se consideraba el
arte como una habilidad del ser humano en cualquier terreno productivo, siendo
prácticamente un sinónimo de ‘destreza’: destreza para construir un objeto, para comandar
un ejército, para convencer al público en un debate, o para efectuar
mediciones agronómicas. En definitiva, cualquier habilidad sujeta a reglas, a preceptos
específicos que la hacen objeto de aprendizaje y de evolución y perfeccionamiento técnico.
En cambio, la poesía, que venía de la inspiración, no estaba catalogada como arte.
Así, Aristóteles, por ejemplo, definió el arte como aquella «permanente disposición a
producir cosas de un modo racional», y Quintiliano estableció que era aquello «que está
basado en un método y un orden» (via et ordine).4 Platón, en el Protágoras, habló del arte,
opinando que es la capacidad de hacer cosas por medio de la inteligencia, a través de un
aprendizaje. Para Platón, el arte tiene un sentido general, es la capacidad creadora del ser
humano.5 Casiodoro destacó en el arte su aspecto productivo, conforme a reglas,
señalando tres objetivos principales del arte: enseñar (doceat), conmover (moveat) y
complacer (delectet).6

Alegoría de la pintura (1666), de Johannes Vermeer.

Durante el Renacimiento se empezó a gestar un cambio de mentalidad, separando los


oficios y las ciencias de las artes, donde se incluyó por primera vez a la poesía,
considerada hasta entonces un tipo de filosofía o incluso de profecía –para lo que fue
determinante la publicación en 1549 de la traducción italiana de la Poética de Aristóteles–.
En este cambio intervino considerablemente la progresiva mejora en la situación social del
artista, debida al interés que los nobles y ricos prohombres italianos empezaron a mostrar
por la belleza. Los productos del artista adquirieron un nuevo estatus de objetos
destinados al consumo estético y, por ello, el arte se convirtió en un medio de promoción
social, incrementándose el mecenazgo artístico y fomentando el coleccionismo.7 Surgieron
en ese contexto varios tratados teóricos acerca del arte, como los de Leon Battista
Alberti (De Pictura, 1436-1439; De re aedificatoria, 1450; y De Statua, 1460), o Los
Comentarios (1447) de Lorenzo Ghiberti. Alberti recibió la influencia aristotélica,
pretendiendo aportar una base científica al arte. Habló de decorum, el tratamiento del
artista para adecuar los objetos y temas artísticos a un sentido mesurado, perfeccionista.
Ghiberti fue el primero en periodificar la historia del arte, distinguiendo antigüedad clásica,
periodo medieval y lo que llamó “renacer de las artes”.8
Con el manierismo comenzó el arte moderno: las cosas ya no se representan tal como
son, sino tal como las ve el artista. La belleza se relativiza, se pasa de la belleza única
renacentista, basada en la ciencia, a las múltiples bellezas del manierismo, derivadas de
la naturaleza. Apareció en el arte un nuevo componente de imaginación, reflejando tanto lo
fantástico como lo grotesco, como se puede percibir en la obra
de Brueghel o Arcimboldo. Giordano Bruno fue uno de los primeros pensadores que
prefiguró las ideas modernas: decía que la creación es infinita, no hay centro ni límites –
ni Dios ni hombre–, todo es movimiento, dinamismo. Para Bruno, hay tantos artes como
artistas, introduciendo la idea de originalidad del artista. El arte no tiene normas, no se
aprende, sino que viene de la inspiración.9
Los siguientes avances se hicieron en el siglo XVIII con la Ilustración, donde comenzó a
producirse cierta autonomía del hecho artístico: el arte se alejó de la religión y de la
representación del poder para ser fiel reflejo de la voluntad del artista, centrándose más en
las cualidades sensibles de la obra que no en su significado. 10 Jean-Baptiste Dubos,
en Reflexiones críticas sobre la poesía y la pintura (1719), abrió el camino hacia la
relatividad del gusto, razonando que la estética no viene dada por la razón, sino por los
sentimientos. Así, para Dubos el arte conmueve, llega al espíritu de una forma más directa
e inmediata que el conocimiento racional. Dubos hizo posible la popularización del gusto,
oponiéndose a la reglamentación académica, e introdujo la figura del ‘genio’, como atributo
dado por la naturaleza, que está más allá de las reglas.

El tribunal de los Uffizi (1772-1778), de Johann Zoffany.

En el romanticismo, surgido en Alemania a finales del siglo XVIII con el movimiento


denominado Sturm und Drang, triunfó la idea de un arte que surge espontáneamente del
individuo, desarrollando la noción de genio –el arte es la expresión de las emociones del
artista–, que comienza a ser mitificado.11 Autores como Novalis y Friedrich von
Schlegel reflexionaron sobre el arte: en la revista Athenäum, editada por ellos, surgieron
las primeras manifestaciones de la autonomía del arte, ligado a la naturaleza. Para ellos,
en la obra de arte se encuentran el interior del artista y su propio lenguaje natural. 12
Arthur Schopenhauer dedicó el tercer libro de El mundo como voluntad y representación a
la teoría del arte: el arte es una vía para escapar del estado de infelicidad propio del
hombre. Identificó conocimiento con creación artística, que es la forma más profunda de
conocimiento. El arte es la reconciliación entre voluntad y conciencia, entre objeto y sujeto,
alcanzando un estado de contemplación, de felicidad. La conciencia estética es un estado
de contemplación desinteresada, donde las cosas se muestran en su pureza más
profunda. El arte habla en el idioma de la intuición, no de la reflexión; es complementario
de la filosofía, la ética y la religión. Influido por la filosofía oriental, manifestó que el hombre
debe liberarse de la voluntad de vivir, del ‘querer’, que es origen de insatisfacción. El arte
es una forma de librarse de la voluntad, de ir más allá del ‘yo’. 13
Richard Wagner recogió la ambivalencia entre lo sensible y lo espiritual de Schopenhauer:
en Ópera y drama (1851), Wagner planteó la idea de la “obra de arte total”
(Gesamtkunstwerk), donde se haría una síntesis de la poesía, la palabra –elemento
masculino–, con la música –elemento femenino–. Opinaba que el lenguaje primitivo
sería vocálico, mientras que la consonante fue un elemento racionalizador; así pues, la
introducción de la música en la palabra sería un retorno a la inocencia primitiva del
lenguaje.14
A finales del siglo XIX surgió el esteticismo, que fue una reacción al utilitarismo imperante
en la época y a la fealdad y el materialismo de la era industrial. Frente a ello, surgió una
tendencia que otorgaba al arte y a la belleza una autonomía propia, sintetizada en la
fórmula de Théophile Gautier “el arte por el arte” (l'art pour l'art), llegando incluso a
hablarse de “religión estética”.15 Esta postura pretendía aislar al artista de la sociedad, para
que buscase de forma autónoma su propia inspiración y se dejase llevar únicamente por
una búsqueda individual de la belleza. 16 Así, la belleza se aleja de cualquier
componente moral, convirtiéndose en el fin último del artista, que llega a vivir su propia
vida como una obra de arte –como se puede apreciar en la figura del dandi–.17 Uno de los
teóricos del movimiento fue Walter Pater, que influyó sobre el
denominado decadentismo inglés, estableciendo en sus obras que el artista debe vivir la
vida intensamente, siguiendo como ideal a la belleza. Para Pater, el arte es “el círculo
mágico de la existencia”, un mundo aislado y autónomo puesto al servicio del placer,
elaborando una auténtica metafísica de la belleza.18

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