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Empezar por el final. Algunas reflexiones acerca de la cuestión de la paradoja.

“Voy a empezar por el final.” Cuando se me ocurrió empezar el trabajo así, me


reconocí marcada por la lectura de estos últimos meses. Porque descubrí que la
frase es una paradoja. Supone que es posible empezar por el final y no en el
sentido de una inversión, de un recorrido al revés, de atrás para adelante; sino en
tanto que lo paradojal habilita un entrecruzamiento nuevo de categorías que se
presentan en aparente contradicción.
Empezar por el final me sitúa en un tiempo que no es ni inicial , ni punto de arribo,
y que sin embargo porta algo de ambos. Un tiempo que no es imposible.
Recordé una época en que tenía la pretensión de empezar por el principio, por
ejemplo en ese largo camino de acercarse a los textos. Pretensión, la mía, que
complicaba cualquier inicio. Decidí por suerte, en aquel momento, empezar por
alguna parte. Aunque reconozco que por aquel entonces jamás se me hubiera
ocurrido que las cosas pudieran comenzar por el medio.
Parece ser éste, un modo de salida de una alternativa dicotómica.
Lo cierto, después de esta breve introducción, es que lo que pretendía, cuando
escribí “Voy a empezar por el final”, era sencillamente, contarles qué entiendo hoy
cuando pienso en la paradoja.

Al pensar la paradoja me refiero a la posibilidad de sostener cierta ambigüedad,


una ambigüedad que no sea imprecisión. Que se soporte, se tolere. Esto es
posible precisamente porque la paradoja tiene función de soporte para el Sujeto.
Ensancha y enriquece su espacio de subjetividad. Permite sostener el juego. El
juego de la vida o el juego transferencial en esa tensión que resulta de repetición y
actualidad.
La paradoja es un modo del pensamiento que ​permite​ enunciar una antinomia y
que aunque se trata precisamente de una proposición bivalente, es posible hallar
ahí un lugar que no sea el de la confusión. Justamente las situaciones clínicas
que me impulsan a avanzar en estas cuestiones son ante todo, (pero no
solamente) situaciones clínicas donde la experiencia confusionante es central en
la transferencia. Lo que me llevó a preguntarme: ¿En qué casos una paradoja
puede funcionar orientando y cuándo no? Y en segundo lugar, ¿orientación
respecto de qué? ¿de lo que diferencia adentro y afuera? ¿realidad y fantasía?
¿Orientación a la hora de pensar ​quién​ conduce un tratamiento, o ​qué e
​ s lo que lo
orienta?

La paradoja, entendida como organizador psíquico, producto del trabajo que


impone el drang de la pulsión, es la condición que posibilita a un sujeto vivir un
tiempo y un espacio que le sean propios. Trabajo de modelación/ remodelación de
las significaciones alienantes de un sujeto.
Un pequeño recorte del trabajo con una niña: Para que la nena juegue era
necesario sacar “los bebés afuera”. ¿Qué nena entraba al consultorio cuando
salían los bebés? “La mejor del mundo”. Por supuesto que era precisamente esa
la posición que le impedía jugar con sus amigos, aprender, recibir el cariño de sus
padres y otros seres queridos. En el consultorio “la mejor del mundo” jugaba,
ganaba, perdía, se equivocaba, tenía miedo a los bebés que debían quedar
afuera, (por supuesto que siendo la mejor del mundo!), contaba chistes, me
discutía. La paradoja permite un ser que no consista. Ser la mejor sin serlo. Si yo
le ganaba un juego, no ahorraba manifestar mi alegría de ganarle.... a la mejor y
tolerar que ella lo siga siendo.
Creo que la paradojalidad ofrece una posibilidad de ​hacer, de transformar ​en
circunstancias que ponen en presencia algo del orden de lo imposible. Se me
ocurrió pensarla como la tópica de lo utópico, concediéndole así una existencia y
una localización a la utopía. Pensada la paradoja como puente, nos enfrenta con
lo que nos resulta más atípico y al mismo tiempo propio.
Los enunciados paradójicos, es decir los que ​unen dos ideas que aparecen como
contrarias, son enunciados que hacen con la discontinuidad, con la ruptura.​ De
hecho la constitución subjetiva es la puesta en marcha de un doble trabajo: uno en
relación a la ​discontinuidad ​sujeto- objeto y otro respecto de la
indiscriminación​ sujeto-objeto.

Me parece conveniente recordar ahora el planteo central de mi propuesta de


investigación para este año: se me ocurrió internarme en la problemática de las
paradojas con la hipótesis de que algunos ​conflictos planteados como dilemas
podrían ser transformados, o mejor, descubiertos como paradojas​,
encontrando allí una posibilidad de movimiento.
Me refiero tanto a los conflictos que escuchamos de nuestros pacientes, a
los conflictos que se nos plantean respecto de nuestro lugar en la
transferencia o los que surgen a la hora de teorizar sobre esta mismas
cuestiones.
Muchas veces las situaciones paradojales son conocidas por su carácter
patologizante, pero tenemos la opción de pensarlas como puentes de
inflexión.

Para comenzar mi recorrido busqué en el diccionario la definición de paradoja, me


encontré con ideas interesantes. Las diferentes acepciones de paradoja son las
siguientes:
● Idea opuesta o extraña al sentir o la opinión común​.
● Razonamiento lógico que ​conduce ​a 2 enunciados mutuamente
contradictorios.
● Figura retórica que​ ​une 2 ideas que aparecen como contrarias.
● Coexistencia ilógica ​de cosas o sucesos.
● Contradicción aparente​ que se presenta en el seno de una teoría física o
entre determinadas leyes físicas y el sentido común

Estas definiciones señalan algunas cuestiones que me gustaría destacar.


Respecto del primer punto: “idea opuesta o extraña al sentir o la opinión común”,
creo que en cualquier proceso de análisis un sujeto se encuentra con ideas y
emociones propias que son contrarias a su propio sentir y a su propia opinión. La
experiencia misma del análisis se convierte así en un encuentro con la paradoja .
Será producto del recorrido hacerle un lugar. Así se desarrolla un proceso en el
cual la paradojalidad entendida en su carácter confusionante deberá ceder a un
trabajo generador de algo nuevo. Adelanto acá que se trata de un ​tras-torno ​, de
una transformación que produce una torsión.

En la segunda acepción nos encontramos frente a la paradoja entendida en el


sentido de un callejón sin salida, es decir en su carácter patologizante para un
sujeto. (Ej. del barbero, de Sancho Panza, o del pleito de los honorarios, Sé
espontáneo!! o Divertite!!)

Me interesó la idea de que la paradoja “une dos ideas que aparecen como
contrarias.” Pongo el acento primero respecto de que ​“une”​:
La figura del losange que usa Lacan para señalar la relación del sujeto con el
objeto en el fantasma, me sirvió para pensar en que sentido entiendo yo, se unen
las ideas contrarias. Es en la medida que se combinan y articulan conjunción y
disyunción; exclusión e inclusión. La experiencia inicial de existir es
desconociendo la hiancia, la distancia entre el Sujeto y el Otro, la discontinuidad;
para vivir, sobrevivir a esa experiencia es necesario el recurso de un otro que la
haga tolerable, que posibilite conjugar lo que ahí se aísla.
Por otra parte está planteada en la misma acepción del diccionario, la cuestión de
la contradicción de las ideas como del orden de lo ​aparente​. Plantearlo de esa
manera posibilita situar más de una perspectiva. En primer término se trata de una
contradicción que tiene que ​aparecer, ​hacerse visible, pero además abre a la
pregunta: ¿aparente para quién? Compromete al Sujeto y su mirada; involucra al
otro, a la diferencia. Pone en escena distintas dimensiones posibles, aunque a la
vez abre la posibilidad de que puedan ser reunidas por la función de la paradoja.
Hace tiempo que atiendo a una pareja que después de muchas dificultades y con
la ayuda de métodos de fertilización asistida, lograron concretar un primer
embarazo. Como sucede frecuentemente, después del nacimiento de una niña, el
siguiente hijo llegó a los pocos meses y sin mediar ningún tratamiento. Consultan
a propósito de una gran crisis, de la que sitúan su inicio precisamente a partir de la
llegada de los hijos. Con el correr de los encuentros va quedando en evidencia
que sus reclamos, desconfianzas y disconformidades mutuas son ubicables en un
borde que los sitúa tanto como esposos, que como hijos. Se reprochan además no
ser buenos padres para sus hijos, no cuidarlos adecuadamente; por exceso una, y
por defecto el otro. Un día y a raíz de reiterados relatos les digo que a pesar de
todos sus desacuerdos ellos comparten el texto de una fantasía que varía según
las ocasiones. Ambos imaginan muy a menudo que sus hijos son robados, se
enferman, se caen, se mueren, desaparecen. Les planteé algo que creo fue una
comunicación paradójica, dije: “-Si logran hacer desaparecer a los hijos, tal vez
puedan re-conocerse como pareja.” Los efectos fueron interesantes.

Yo comenté en un principio que me había motivado la lectura de un libro. Quisiera


hacer algunas referencias al respecto.
Recorto algunas breves frases del texto de René Roussillon “Paradojas y
situaciones fronteriza del psicoanálisis”:

“La paradoja es siempre paradoja, sea ​patógena​ o ​maduracional​, la diferencia


entre ambas debe ser buscada más bien en el modo en que el psiquismo se
adapta a ellas.”
“Tolerada en un sentido, la paradoja se propone como modo del vínculo y símbolo
de unión: mientras que en otro sentido es impensable y por tanto inaceptable, se
presenta como una modalidad de la pulsión de muerte, de ataque al vínculo y de
escisión​.”
“Las paradojas de los procesos maduracionales hacen ​aceptables ​ las
rupturas, ​trabajan en pos de la continuidad psíquica. Las paradojas
patologizantes exacerban​ las oposiciones como dilemas, bloqueando la
elaboración de duelos y rupturas.”

Una de las características que hace que una paradoja patógena pase a tener un
carácter estructurante o creador es que pueda ser pensada. Para esto se hace
necesario en determinados casos descubrir ambos términos de la paradoja
(¿indiferenciados? ¿Informes? ¿inconsistentes?) y en otros poder incluir, formular
el término excluido (¿reprimido?) de una paradoja con efectos patógenos.

La realidad es ante todo eso que no se conoce del todo.​ Reconocemos una
necesidad del Sujeto por diferenciar qué es lo propio, qué es lo ajeno; un
permanente trabajo por distinguir mundo interno y mundo externo, situar un borde
que los divida. Nos encontramos a veces con personas que se manifiestan en
extremo rígidas, siendo fácil suponer entonces una mayor fragilidad en la
constitución y sostenimiento de ese borde, dificultad para establecer sus propios
límites y por lo tanto una gran complejidad en lo que se refiere al contacto con los
demás. El mundo para este tipo de personas se convierte en un terreno de difícil
exploración, se manifiesta esto de múltiples maneras: manteniéndose en un
estado de suspensión del movimiento pero con una hiperactividad del
pensamiento, o transitando por la vida dando muestras con su discurso que viven
como piensan: chocando contra las paredes o atravesandolas como si no
existieran.

Una paciente que en las últimas semanas manifiesta un importante incremento de


un estado de ansiedad, llega a una sesión diciendo: “estoy mal, estoy atacada”.
Preocupadísima en la sesión siguiente comenta que no puede parar de agredir a
su hijo. En su relato se evidencia cómo se borran límites internos y a su vez límites
que la distingan del niño.
Comento brevemente la situación:
Cuenta que le había prometido al hijo ir a la plaza pero que al volver de su trabajo
le propone preparar una torta, cosa que él acepta sumamente feliz ya que es algo
que le encanta. Cuando se termina de cocinar la torta ella le dice: ¡Mirá que la vas
a comer de postre!... Porque te preparé guiso de lentejas! Primero tenés que
comer eso!, - Pero yo quiero!! Insiste el niño. Primero tenés que comer toda la
comida!! Repetía ella. Así varias veces. La mujer cuenta que empezó a
desesperarse y a retar exageradamente al hijo, porque él no decía ​eso que tenía
que decir​ para frenar la situación. (para frenarla a ella). Si él hubiera dicho:
Dejame comer torta, ​yo después voy a comer la comida!...​., ella no habría
dicho todo lo que le dijo, no lo hubiera atacado diciéndole que era un tonto, que
tenía que ser más vivo, que la tenía cansada, que si le hubiera dicho.......bla, bla,
bla, bla........Pero él no dijo nada.
Yo sitúo en la escena la pérdida de un borde que le permita transitar con cierta
flexibilidad entre diferentes lugares. Y lo pienso como territorialidades,
localizaciones de lo psíquico. Me refiero en este ejemplo que traigo a un tránsito
que le permita pasar del lugar de “madre que puede hacer feliz a su hijo” a otro
lugar que llamaría el de “la madre que se ocupa del aporte nutricional”. Sin
embargo, para esta mujer tales alternativas se presentan en una oposición que la
deja ante un dilema. Cualquier opción es vivida como un ataque a su ser. No hay
un lugar que una sin abolir la diferencia de estas opciones.
Hay además otra dimensión puesta en juego (en el ejemplo creo que es la
esencial) donde el borde que se ve afectado es el que la distingue a ella de su
hijo, y por efecto de algo que pensé como “envidia al niño feliz”, o peor aún:
“inconsistencia de la niña/o”. Frente a esto, lo ataca, lo agrede y lo arrincona
sintiendo ella los efectos atormentantes de tanto desborde. Muchas veces se
define como una niña caprichosa. De su anterior pareja dice “éramos lo más
parecido a una sola persona”. De él recibió durante 12 años maltrato físico y
psicológico.
Este relato revela lo dificultoso que es para esta joven mujer transitar por el
mundo.

Roussillon propone en el texto la posibilidad de un tras-torno es decir, de un


pasaje que transforme los efectos patógenos de la paradoja en otros con potencia
creativa. Lo piensa en base a la noción de juego.
Pone en relación juego y acto y de allí abre la referencia a la transferencia.
“El juego es acción, y debe ser jugado efectivamente para alcanzar su pleno valor
, ​pero es también y simultáneamente trabajo de puesta en representación. El
acto-juego es una acción que vale por la acción misma, una acción que simboliza
el acto; supone un tipo de acto, de pasaje por el acto necesario para la puesta en
representación.”
El rasgo que da más acabada muestra del valor del juego es su ambigüedad, su
precariedad. Es en esa dimensión también que la transferencia adquiere su
efectivo valor. El juego remite siempre al no-juego. El mordisqueo como juego deja
siempre asomar la forma de la mordedura que daría por acabado el juego,
amenaza con su disolución.
Es interesante el recorrido que propone Roussillon para pensar qué es lo que da
lugar al pasaje de la mordedura al mordisqueo. Es decir qué es lo que posibilita la
instauración de la dimensión lúdica. Plantea un doble tras-torno. Uno de pasivo a
activo, y un segundo trastorno hacia sí mismo. Recorrido de la pulsión.
Sitúa allí la ​retención del acto​. Que sería algo así como la inhibición del desborde
pulsional, la presencia de cierto dominio, de un tope que retiene la descarga, de lo
contrario el juego no puede mantenerse.
En el juego del carretel que Freud describe, el hilo permite al niño retener el
carretel , si bien el ojo “finge” ignorar la presencia del objeto, la mano “sabe” que el
carretel está presente en la punta del hilo que lo sostiene. El objeto puede así ​ser
conservado en su desaparición.​ El carretel se deja agarrar en su desaparición. Se
constituye un lazo que orienta al sujeto al tiempo a la vez que a una distancia.
El carácter representativo del acto-juego nos acerca la idea de que en cierto
momento del proceso el objeto está presente y ausente simultáneamente, no sólo
que la presencia es sobre un fondo de ausencia.

¿Qué sería en transferencia la ​retención del acto ​por parte del analista? ¿de qué
acto?
Retener el acto sería algo así como ​dejarse agarrar​, dejarse tomar por la
transferencia, con los consabidos riesgos que esto conlleva. Poder en
determinados momentos de desborde, abstenerse de toda reacción, ni retorsiva ni
de retirada. Aceptar y tolerar la expresión pulsional permite al analista existir para
el sujeto, tomar cuerpo, tomar presencia y hacer tope/lazo a esa emergencia
pulsional.
La mujer de la que hablaba hace un rato ​me​ habla pero está presente también una
dimensión en la cual se hace evidente que sólo ​habla​, más al modo de una pura
descarga; dice una cosa, la contraria, pasa a otro tema, a otro más, vuelve al
anterior...sin un valor asociativo, aunque eso no está ausente. Ser quien la
escucha es para mí, allí, un doble desafío. Es necesario aceptar todo su desborde
(sin enloquecer yo) y además prestarme para que sea posible pensar allí. “Pensar
su vida con alguien más es algo que muchos no han tenido” (Radmila Zygouris.
Pulsiones de vida. El amor paradojal o la promesa de separación). Mi apuesta es
sostener la espera, tolerando por no sé cuánto tiempo que mi presencia le sirva
para empezar a pensar-se.

Para terminar: lo interesante después de todo este recorrido es que al final vuelvo
a encontrar algo del inicio. La idea que abre este trabajo, y que le da su nombre:
“Empezar ​por​ el final”, me invita ahora a pensar una lógica del final, ya no como
culminación sino de un final que incluya, conserve y también modifique los inicios.
Con cierta intuición me animaría hacia el fin del trabajo, retitularlo. Lo llamaría
“Empezar ​con​ el final”. O tal vez ese sea el título de otra historia.

Ivana Dzialoszycki
Buenos Aires, Octubre de 2005

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