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B.- SOCIEDAD.

6.- LA SITUACION DE LA MUJER.

1.- LA MUJER ATENIENSE.

En las sociedades patriarcales griegas , de claro predominio masculino, las


mujeres ocupaban un lugar postergado en la comunidad, inferior legalmente, que
podemos asimilar a una categor ía social dependiente. De esta manera, a lo largo de
toda su vida la mujer estaba sometida a un tutor (κύριος) que ejercía sobre ella una
autoridad soberana. Exentas del servicio militar en una sociedad que vinculaba
estrechamente la participación en la milicia con los derechos, las mujeres recibían
una educación elemental, reducida prácticamen te a saber leer, escribir, hacer cuentas
y al conocimiento de sus obligaciones domésticas, carecían de derechos políticos y
tenían limitadas sus capacidades económicas y civiles .
La mujer se integraba en la vida comunitaria mediante el matrimonio, que
concertaban los hombres, y la religión, ámbito en el que se la considera ciudadana
con plenos derechos. En el matrimonio imperaba una doble moral sexual, de modo
que a las mujeres no les estaba permitido el adulterio mientras que los hombres
podían tener relaciones extraconyugales con ambos sexos (excepto con una
ciudadana casada). Pero no debemos imaginarnos a las mujeres griegas recluidas
completamente en el gineceo (habitaciones de la cas a destinadas a las mujeres). Sus
salidas, por varios motivos, visita a una vecina o pariente, determinadas fiestas o un
funeral, parecen frecuentes. Las mujeres nobles no vivían desde luego encerr adas y
muchas de clase baja comp raban y vendían en el ágora y desempeñaban los más
variados oficios como taberneras, panaderas, ven dedoras de fruta, etc.
La mujer, en su casa, solía estar ocupada en numerosas tareas domésticas. Ella
se encargaba de la cocina, la limpieza, el lavado de la ropa, el abastecimiento de
agua y el llenado de las lámparas de aceite. Parte importante de su tie mpo se
consumía en el telar. Era normal que estuviera ayudada por alguna esclava. Sus
obligaciones iban más allá de estas ocupaciones, y, de hecho, sobre ella recaían
graves responsabilidades: debía or denar toda la vida de la casa, v igilar a los
sirvientes, cuidar de que todo estuviera en orden, ocuparse de la crianza y las
necesidades de los hijos y, sobre todo, administrar y regular el consumo con mesura
y previsión, sin que una excesiva parquedad provocara tensiones y reproches y sin
caer tampoco en el d espilfarro, era la “oikonomía” (la administración de la casa), sin
la cual era imposible el funcionamiento normal de las familias y de la vida griega.
Su trabajo dentro de la casa le dejaba poco espacio para el ocio y el aburrimiento.
En cambio, las fiesta s, procesiones y celebraciones religiosas suponían ocasiones
muy especiales para apartar momentáneamente sus preocupaciones cotidianas,
mostrar su belleza y su posición.

El tema 6 daría mucho de qué hablar, pero como hay que sintetizar lo h emos d ejado en 3 páginas, y vas p or la 1
Con todo, la mujer ateniense del período clásico estaba excluida de los asuntos
de la pólis. Madre y mujer de ciudadanos , ella misma podía ser ciudadana o no
ciudadana, esclava o libre, pero cabría decir que mantenía un tono menor con
respecto al hombre. En el fondo, era considerada una eterna menor de edad,
controlada siempre por un varón, relegada a las labores del interior del hogar y al
gobierno de la hacienda (aunque en otros estados, como Esparta, Tebas, Lesbos o
Corinto parece ser que la mujer gozaba de mayor libertad e independencia con
respecto a su padre, marido o tutor).
El papel principal de la mujer, desde el punto de vista político, fue, por tanto,
el de proveer a su patria de los futuros ciudad anos necesarios para el buen
funcionamiento de la misma. Su función era, sin duda, importante y debía
completarse propocionándoles a los hijos varones una buena educación.
Por ello, la fidelidad del varón respecto a su esposa radicaba en respetarle su
condición de mujer legítima, conforme a la promesa del matrimonio. Las otras
mujeres con las que el marido podía intimar, la παλλακή o concu bina, la ἑταίρα
(hetera) o compañera de reuniones sociales, y la πορνή o prostituta, no atentaban
contra su situación de esposa principal y de madre. Ella, en cambio, sí debía ser
totalmente fiel. El incumplimiento de esta cláusula le podía costar su posic ión en el
hogar.

2.- EL MATRIMONIO.

El acto fundamental de matrimonio era la “engyesis”, un acuerdo entre el


pretendiente y el “kírios” de la chica, donde se estipulaba la dote; al acto asisten
testigos, pero seguramente la futura esposa no estaría pres ente. El esposo, si es
mayor de edad, no necesita la representación de su padre, si bien tal vez lo
consultara y eligieran juntos la esposa, de acuerdo con las relaciones sociales que
más les interesen mantener o reforzar. No había una edad fija para el ma trimonio: las
mujeres pueden casarse desde la pubertad (aunque lo normal son los 15 ó 16 años) y
los hombres no antes de los 20 (aunque los 30 se consideraba la edad ideal).
La “engyesis”, que es un acto ritual de fuerza sagrada, es a todos los efectos
un matrimonio legal, aunque el matrimonio propiamente dicho, la “écdosis”, se suele
celebrar después. La ceremonia principal del γάμος (matrimonio) es el traslado de la
esposa a casa del marido. Las fechas elegidas suelen ser las de luna llena de un mes
de invierno, normalmente el séptimo mes, Gamelion (febrero -marzo), dedicado a
Hera.
La víspera de la boda se ofrece un sacrificio a los dioses del matrimonio:
Zeus, Hera, etc., y se consagran los juguetes de la novia a los dioses. Sigue un baño
ritual de purificación, común para el novio y la novia.
El día de la boda las casas de los contrayentes se decoran con olivo y laurel.
El sacrificio y el banquete se celebran en casa de la novia. Ella se presenta coronada
de flores, con velo y acompañada por el “pároco”. El banquete nupcial lo celebran
separados hombres y mujeres, y en él se consumen platos tradicionales, como las
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tortas de sésamo. Al final del banquete la novia recibe los regalos y al anochecer se
forma la comitiva hacia la casa del marido; normalmente van juntos en un carro. La
novia lleva consigo un telar y un tamiz, símbolos de su actividad doméstica. La
comitiva de familiare s y amigos los sigue cantando el “himeneo” (himno nupcial).
Al llegar a casa, la novia es recibida por los padres del marido; sobre su cabeza se
extienden nueces e higos secos (símbolo de bienvenida) y se le ofrece la tarta
nupcial de sésamo y miel, y un membrillo o un dátil (signo de fecundidad).
Después, los esposos se encerraban en la cámara nupcial, y al día siguiente los
padres de la novia iban a llevar la dote prometida.
Como todos los ritos del matrimonio están destinados a la pro speridad de la
casa y no a la de la pareja, el marido siempre puede repudiar a la mujer, y debe
hacerlo obligatoriamente (bajo pena de “atimía”) en caso de adulterio o, en menor
medida, de esterilidad de ella, aunque el embarazo no es un obstáculo para el
repudio. En cualquier caso, debe devolverle la dote. Si es la mujer quien desea
separarse debe acudir al arconte con un pliego de cargos (aunque la infidelidad del
marido no era causa suficiente); con todo, no está bien visto abandonar al marido.
En cuanto a la viuda, tenía que casarse con quien hubiera dispuesto el marido
antes de morir, si así lo había hecho; o con quien decidiera su nuevo tutor legal.

Extraído, en parte, de: A.


D O M ÍN G U E Z y J. PASCUAL. Atlas
histórico del mundo griego antiguo. Síntesi s.
Madrid, 2006.

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