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Picasso empezó a retratarla en el otoño de ese año, en una serie de cuadros que se
alternan con los de MaríeThérése. Las dos mujeres son muy distintas: Dora es
morena, elegante y sofisticada, mientras que MarieThérése es rubia, fresca y
desenvuelta.
La fotógrafa aparece aquí sentada. Lleva una blusa negra adornada con bordados
fastuosos, con una falda roja a cuadros. La elegancia de Dora es subrayada por la
atención que la mujer se presta a sí misma y a su cuerpo: las manos, de largas uñas
esmaltadas, juegan con el cabello y el pendiente.
El rostro es representado de frente y perfil, al igual que los ojos, de mirada viva
gracias a la elección de colores intensos. La carnación luminosa de la modelo se
traduce, por el contrario, en tonos pastel originados en la fusión de aquéllos e
iluminados por un amarillo canario y por el colorete. Las formas puntiagudas de las
uñas y el codo, la vestimenta rebuscada y los colores vivos hacen destacar el
temperamento fuerte e independiente de la mujer.