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COMISIÓN DE LAS COMUNIDADES EUROPEAS

Dirección General Sector Audiovisual, Información, Comunicación, Cultura


Servicio Información Mujeres

N? 33

Las Mujeres
en la Revolución Francesa
Bibliografia

t "Mio]

Rue de la Loi, 200 · B-1049 Bruselas · Tél. 235.97.72 / 235.28.60


El contenido de esta obra no refleja necesariamente las
opiniones oficiales de las instituciones comunitarias.
Se autoriza su reproducción, siempre y cuando se cite la fuente.
En este caso, agradeceremos el envío de un justificante.

N.B.- Para una mejor comprensión de este documento, se aconseja la lectura simultánea del
léxico de las páginas 27 a 31.
L/\S MUJERES El\l I_/\ R E V O L U C I Ó N F R A N C E S A

1789

Β i b li o g r a f í a

Y v e s B e s s i ères

Patricial N i e d z w i e c k i

del Instituto de Investigación para el


Desarrollo del Espacio Cultural Europeo.

Enero de 1991
Ha habido que esperar hasta la celebración del Bicentenario para
llamar la atención de los historiadores sobre el papel desempe-
ñado por las mujeres en la Revolución Francesa.
La mayoría de las veces, la historia escrita por los hombres
sitúa a las mujeres en oscuros rincones, las difumina o ignora
su presencia. Este estudio ha querido devolverles su legítimo
lugar en la historia.

Fausta Deshormes La Valle


I N D I C E

Página IM0

Introducción 1

El Juicio de ia historia 2

Las mujeres y la historia 4

Orígenes dei movimiento feminista 10

Las mujeres y el "feminismo" político 13

Declaración de los Derechos de la mujer de Olympe de

Gouges 15

La aportación de las mujeres a la Revolución 19

Después de la Revolución 24

Léxico 27

Cronología sucinta 32

Bibliografía 34
Pag. 1

I N T R O D U C C I Ó N

Ningún otro período de la historia de Francia ha sido tan controvertido como la Revolución
de 1789: lo ha sido y lo es. Para convencerse, no hay más que acordarse de la reciente
celebración del Bicentenario y de la polémica que provocó. Sin duda porque seguimos sin-
tiendo sus efectos, como una trayectoria inacabada que se perpetúa en nuestros días cuando
evocamos los derechos del ser humano (término que engloba mujeres y hombres y que es
mucho menos restrictivo que el término "derechos del hombre") y de la libertad, principios
fundamentales en los que se basan las democracias europeas. Entre otras cosas, la Revolu-
ción francesa enseñó a los pueblos que no basta con conquistar la libertad, sino que se
necesitan aftas de sufrimientos para aprender a vivir en comunidad.

Nacidas de la tormenta revolucionaria, las nociones de "derechos" y "libertad" engendraron


un mecanismo de percepción del "yo": el individuo es una persona, esta persona pertenece
a un género, a un sexo, las mujeres empiezan a reivindicar derechos específicos sobre
su persona, su función y el puesto que quieren ocupar en la nueva sociedad que está na-
ciendo.

De hecho, las mujeres sirvieron rápidamente como "coartada". Después, acusadas de "exceso"
de libertad, fueron las verdaderas víctimas de la tragedia revolucionaria, tardando muy
poco en perder los derechos obtenidos. En efecto, en un primer momento se les liberó
de las servidumbres de! antiguo régimen en el que sin embargo disfrutaban de ciertos dere-
chos, para situarlas bajo la total dependencia de sus maridos, quienes, habiendo derrocado
a un rey, instalaron un imperio aún más represivo para sus esposas.

En 1989, surgió un evidente interés por estudiar el paralelismo existente entre la Revolu-
ción de 1789 y nuestro fin de siglo, analizando principalmente la diferencia entre "derecho"
masculino y femenino. Examinada doscientos años después, la Declaración de los Derechos
de la Mujer de Olympe de Gouges (1791), suscitando un replanteamiento revolucionario
de la sociedad, nos permite constatar la ausencia de una historia social de la mujer después
de la Revolución.

Con este fin, hemos intentado ofrecer a investigadoras e investigadores una importante
bibliografía (unos 1.000 títulos) sobre la historia social de la mujer, desde el antiguo
régimen hasta el imperio, demostrando así que la gran historia se ha fijado sobre todo en
las mujeres que odiaron la Revolución, olvidándose de aquéllas que sirvieron a sus ideales.
En 1989 se escribieron numerosas obras sobre la Revolución francesa, entre ellas se in-
cluyen importantes estudios feministas. Lejos de escribir una historia complementaria, hemos
preferido aportar nuestra modesta contribución proponiendo una amplia recopilación de estu-
dios, tesis y obras sobre la Revolución y su historia general.

Por consecuente, la publicación de este estudio ha debido retrasarse, a la espera de que


vieran la luz las cerca de 1.000 obras publicadas entre 1986 y 1990 y de las conclusiones
de los ochocientos congresos europeos que se celebraron sobre el tema.

Nuestro objetivo no ha sido el de analizar las consecuencias europeas de los movimientos


nacidos de la Revolución, por el contrario, hemos querido evocar, como hicimos en Mujeres
y Música (Suplemento N° 22 de Mujeres de Europa) el lugar y el papel de las mujeres
en la historia. Hemos resaltado especialmente las obras relativas al feminismo y a la polí-
tica, a las artes y a la cultura, a ias costumbres y a la sociedad, y a la vida religiosa,
con el deseo de despertar el interés de la investigación europea por la realización de
nuevos estudios, principalmente sobre la aportación europea de las mujeres de la Revolución
francesa.
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Esta bibliografía ayudará, al menos así lo esperamos, a todas aquéllas y a todos aquéllos
que quieran profundizar, por medio del estudio de los textos relacionados, en uno de los
períodos más agitados de la historia de un pueblo y su conquista de los derechos del
ser humano.
* * *

EL J U I C I O DE L/\ H I S T O R I A

Existen unos 1.500 documentos redactados por testigos de la Revolución. De éstos, muy
pocos se refieren a las mujeres, dado que los 17.500 reos que perecieron en la guillotina
-oficialmente 166 mujeres- no siempre tuvieron tiempo para escribir sus memorias y sus
últimas cartas raramente llegaron a destino. En consecuencia, no podemos más que alegrar-
nos por poder disponer de, entre otras, las memorias de Madame Roland, quién, juzgando
su época escribió: "Todo es drama, novela, enigma, en esta existencia siempre revolucio-
naria". Por lo tanto, ¿Podemos soprprendernos por la contradicciones, incluso escritas,
de aquéllos que testificaron sobre la historia que les tocó vivir? Los primeros historiadores
de la Revolución se basaron en estos documentos llenos de juicios apasionados (emitidos,
a veces, 70 años después, en los albores de la revolución de 1848) de los actores de
la Revolución de 1789, quienes revelaron todo aquello que pudiera servir a sus propios
ideales o a sus simpatías políticas.

De hecho, en la época de Michelet, uno de los más importantes historiadores de la Revolu-


ción francesa, se superponen dos lecturas de los acontecimientos: el nacimiento del análi-
sis científico de los documentos y la interpretación psicológica de los hechos. "Se sabía
todo, no se sabía, se quería explicar todo, adivinar todo, se veían causas profundas aún
en las cosas más nimias", escribió Michelet.

Por tanto, no es de extrañar que esta época inspirara a los historiadores románticos de
la Restauración y de la Monarquía de Julio. Todos ellos evidenciaron en sus obras, tanto
una evidente hostilidad política, como Burke o Taine, historiadores contrarevolucionarios
que execraron "las bandas de salteadores, ladrones, asesinos, la hez del pueblo" y todo
lo que éste representaba, como Mortimer-Ternaux, quien trató a la Revolución como un
aristócrata de 1792 que no hubiera retenido más que el Terror y sus exacciones. La Revo-
lución de 1789 estaba demasiado presente en los espíritus de la época como para no servir
para aclarar el porvenir inmediato de Francia ¿Por qué, en 1847, publica Michelet sus dos
primeros volúmenes de la Historia de la Revolución? ¿Por qué publica Lamartine el mismo
año la Historia de los Girondinos; Luis Blanc el primer volumen de su Historia de la Revo-
lución y Alphonse Esqulros, en 1848, la Historia de los Montañeros?

Porque estamos en vísperas de la Revolución de 1848 y que los historiadores no escriben


únicamente sobre el entramado de la historia política o lo que aconteció, sino que presentan
el sombrío destino de un pueblo que, olvidando su pasado, enmascara sus cicatrices.

Escribiendo durante los acontecimientos de 1847 la historia de la Revolución de 1789,


los historiadores testigos de su tiempo dirigen esta nueva revolución hacia su inevitable
fracaso, únicamente por medio de la historia política puesto que, hasta entonces, la Revolu-
ción francesa no había inspirado ningún estudio de costumbres. Por lo demás, en 1848,
Balzac se lo reprochaba en su prefacio de la Comedia Humana, por dejar de lado lo que
fué el auténtico motor revolucionario de 1789: la muchedumbre y el pueblo, constituidos
principalmente por mujeres, con todo lo que tenían de trágico y de humano. ¿Quién tomó
la Bastilla? "El pueblo, el pueblo entero", responde Michelet. Este pueblo que para Taine
es una "bestia que se revuelca sobre una alfombra de púrpura" esta compuesto, en su
mayoría, por mujeres desesperadas. Es de destacar que, históricamente, los términos muche-
Pag. 3

dumbre y masa se asimilan irremediablemente a mujeres, aunque en aquellos días fueran


los hombres los que utilizaran las armas de fuego.

Sin embargo, ¿quienes componían las masas que marcharon sobre Versal les y que derrocaron
a la monarquía? en su mayoría mujeres. ¿Quién las dirigía? Mujeres de la Halle (Merca-
do). El 20 de junio de 1791, después de la fuga del rey, las mujeres declararon: "Han
sido las mujeres las que han traído al rey a París y los hombres los que le han dejado
escapar". ¿Fueron efectivamente las mujeres el vector del levantamiento popular revolucio-
nario? ¡Sí!, sin la menor duda. Michelet, que admiraba a las mujeres y exaltaba tanto
sus virtudes como su valor, comprendió sus potentes motivaciones: "Las mujeres estuvieron
en la vanguardia de nuestra Revolución", escribió. "No hay que extrañarse; ellas sufrían
más. Las grandes miserias son feroces y golpean a los más débiles, maltratando a los
niños y a las mujeres bastante más que a los hombres".

A pesar de esto, muy pocas son las mujeres recordadas por la historia, aunque se haya
escrito mucho sobre el papel que desempeñaron durante la Revolución, o sobre sus arrebatos
pasionales. Sublimes, groseras, heroínas o "Venus de encrucijadas", ardientes o histéricas,
si fueron todo eso, también fueron madres y esposas que sufrieron bajo el antiguo régimen
la condición de ser mujer.

Como hemos dicho, la Revolución fué una epopeya romántica y no es de extrañar que
las mujeres exacerbaran la pluma de los historiadores del siglo XIX, hasta el punto de
que, reservándoles la historia anecdótica, hicieron que la mujer se convirtiera, alternativa-
mente, en víctima de la Revolución y en víctima de la Historia.

¿Qué quedará del Repertorio de esbozos de derechos sociales conquistados a precio de


sangre? ¡Nada! O casi. Solo una gran lección que aprenderse: las mujeres intentaron, ellas
solas, la revolución de las mujeres; la historia de los hombres no se lo perdonó.

* * *

(2)
Pág. 4

L/\S M U J E R E S V l_/\ H I S T O R I A

Leamos pues la historia. Mirabeau, queriendo ofrecer el trono al Duque de Orleans, fomenta
disturbios y paga con el dinero del duque a los cabed I las que Choderlos de Lacios eminen-
cia gris del duque, recluta en el Palacio Real. "Tenemos, solía decir Mirabeau, un precioso
motín por veinticinco luises...". Mientras sugerían a la guardia francesa que fuera a buscar
al rey a Versal les y le llevara a París, tuvieron la idea de paralizar durante dos días
el reabastecimiento de la capital para lanzar a las mujeres al asalto de Versal les: no
se dispararía contra las mujeres. El mismo Luis XVI respondió a la insistencia del señor
de Narbona y del duque de Guiché que querían enviar a la guardia: "¡Vamos! ¿Ordenes
de guerra contra las mujeres? ¿Se burla usted?"

El lunes 5 de octubre de 1789, marcharon sobre Versal les unas cinco o seis mil mujeres,
encabezadas por las mujeres del mercado; detrás de ellas los hombres, los más jóvenes
disfrazados de mujeres. Cubiertas de lodo, empapadas de lluvia y de sudor, agotadas,
borrachas, en su mayoría verduleras que amenazaban a gritos a María Antonieta. De hecho,
la historia la hicieron unas 100 o 150 mujeres enfurecidas. Dirigidas por Maillard, las
mujeres de la calle Pélican y de Porcherons insultaban a las burguesas, a las beatas,
a las que habían abandonado a sus maridos, o a las amas de casa forzosas, porque a
ellas no se les maltrataba ni se les amenazaba con cortarles el pelo. Las jóvenes reunidas
en el Palacio Real provocaban a los soldados dei regimiento de FI andes. Una desconocida
repartía escudos y luises de oro.

Estas pobres hambrientas despedazaron inmediatamente a un caballo que cayó muerto sobre
la plaza de armas.

Una multitud de mujeres, a las que se unieron los hombres, armados con hachas, ganchos,
barras de hierro y 700 fusiles que las cabecillas robaron de las tiendas de armas del
Hôtel de Ville, invadió la asamblea nacional situada por aquel entonces en el Hôtel des
Menus-Plaislrs. Los diputados se esforzaron por apaciguar a aquellas que les empujaban,
les abrazaban, les insultaban, se despojaban de sus vestidos para ponerlos a secar, se
acostaban en los bancos, vomitaban, cantaban o gritaban "¡Abajo el clero, menos discursos,
pan, la carne a seis sueldos!"

Taine las describe como una tropa de "lavanderas, mendigas, descalzas, verduleras recluta-
das a precio de oro". En cuanto a los hombres, "eran vagabundos, fugitivos de la justicia,
la escoria del Faubourg Saint-Antoine", algunos eran suizos y alemanes según ei conde
de Fersen. Numerosas fuentes (unas 400) indican que un buen numero de hombres estaban
disfrazados de mujeres, con el fin de desacreditarlas.

Finalmente, hacia las seis el rey recibió en delegación a cinco o seis representantes de
las "verduleras" encabezadas por Louise Chabry, que no pertenecía a esta profesión puesto
que era obrera escultora y de una evidente sensibilidad. Cuando le presentaron al rey
se "encontró mal" y éste hizo que le sirvieran vino y las escuchó. Louise Chabry pidió
al rey lo que todas las mujeres del reino reclamaban: pan y víveres para el pueblo, mien-
tras que Louison y Rosalie, pescaderos del Mercado de Saint-Paul, reclamaban a gritos
la cabeza de María Antonieta. Las demás mujeres, proporcionalmente muchos menos numero-
sas que las verduleras, se comportaban de una manera radicalmente diferente.
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Si Burke reclama el oprobio público para las mujeres que marcharon sobre Versal les en
octubre de 1979, es porque olvida intencionadamente que éstas acuaron bajo el impulso
de una espontaneidad movilizada por sus abominables condiciones de vida. En ningún caso,
durante los acontecimientos de Versal les, las mujeres reclamaron otra cosa que no fuera
volver a París con el más precioso de los bienes: el pan. ¿Acaso no fueron a buscar,
en la persona del Rey, la Reina y el Delfín, "al panadero, la panadera y el aprendiz"?
Por io tanto, durante las fiestas del 10 de agosto de 1793, se descubrió un arco del triunfo
en honor de las "heroínas" de las jornadas de octubre.

En este sentido, es conveniente enterrar una de las numerosas leyendas de las que la
mujer es la principal víctima. Aquéllas que destacaron en los disturbios no estaban ni
harapientas, ni despechugadas, como la historia quiere, demasiado a menudo, hacemos
creer.

En la marcha hacia Versal les del 5 de octubre de 1789, hubo testigos que vieron a "burgue-
sas bien vestidas", "mujeres con sombrero" según Hardy, quien añade, en su descripción
de las mujeres concentradas en la Asamblea de Versal les: "este extraño espectáculo lo
era aún más por los trajes de algunas de ellas que, vestidas con bastante elegancia, colga-
ban de sus faldas cuchillos de caza o medios sables". Ese mismo día en el Faubourg Saint-
Antoine, las mujeres forzaron al bedel de la Iglesia de Sainte Marguerite a tocar a rebato.
Este se fijó en una mujer bien vestida "que no parecía ser de la plebe". Seis mujeres
fueron delegadas para presentar sus respetos al Rey y, según cuenta el marqués de Paroy
"dos de entre ellas estaban bastante bien". Lo cual no implica que las otras estuvieran
"descamisadas", "harapientas", o, como afirma Taine que "la capital parece abandonada
a la última plebe y a los bandidos, vagabundos, andrajosos casi desnudos", puesto que
los testimonios oculares que hablan de "vestimentas groseras de las mujeres y hombres
del pueblo" se refieren más a la calidad de los tejidos con los que están confeccionados,
por falta de medios, que al corte o al estado andrajoso.

Durante los "motines de subsistencia" de 1793, un informe del comisario del Arsenal habla
de "una mujer, bastante bien... vestida con un traje de fondo azul con un dibujo corriente,
un mantón de tafetán negro y un reloj de oro con cadena de acero". Agnès Bernard era,
sin embargo, "verdulera" en el mercado de "Halles". En cualquier caso, de 1683 arrestos
efectuados como consecuencia de los 11 motines parisinos acontecidos entre 1775 y 1795,
ninguna de las aproximadamente 148 mujeres arrestadas se adapta a la descripción de
Burke: "todas las indecibles abominaciones de las furias del infierno encarnadas en la
imagen descamada de las mujeres más envilecidas". Estas descripciones de mujeres, de
su vestimenta y de sus modales, incluido el del pueblo -"la canalla" según Taine- aportarán
el más vergonzoso e injusto descrédito a las masas revolucionarias y, particularmente,
a las mujeres. A pesar de las pruebas, de los numerosos testimonios y, sobre todo, de
los informes de la policía, "las malas costumbres" escribe el historiador George Rudé " t i e -
nen larga vida y el historiador, en generai, se inclina demasiado a suplir sus insuficiencias
utilizando un vocabulario ciertamente cómodo y consagrado por la tradición, pero poco
adecuado y que induce al error".

Con ocasión de los estados generales de 1789, las mujeres escribieron una treintena de
documentos que contenían quejas y reclamaciones, denunciaban la situación de las mujeres
y expresaban sus reivindicaciones, a menudo de forma anónima y en estilos muy diferentes
los unos de los otros
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Las mujeres reclamaron el derecho al voto, al divorcio, a representarse ellas mismas, pero
sobre todo, insistieron en sus condiciones de vida y en los sufrimientos que soportaban.

El panfleto "Carta al Rey" revela el verdadero móvil de la Revoución, el hambre: "Sire,


nuestras últimas desgracias hay que atribuirlas a la carestía del pan". Teniendo en cuenta
que París albergaba en aquella época a más de 70.000 parados y que el pan de cuatro
libras se pagaba a 12 perras chicas el 8 de noviembre de 1788, a 13 el 28 del mismo
mes, a 14 el 11 de diciembre y a 14,30 en el mes de febrero de 1789, el juicio queda
claro. El pan seguirá al mismo precio hasta la caída de la Bastilla. Un obrero ganaba
entre 18 y 20 perras chicas al día y una mujer entre 10 y 15. El precio del pan era la
mayor reivindicación de las mujeres, ya que, a pesar de las apaciguadoras rebajas de
una y luego de dos perras chicas, había que dedicar entre el 40 y el 80% del sueldo para
comprar pan.

Los hombres perdían su tiempo en largas colas de espera y echaban la culpa a las mujeres,
según nos dice George Rudé, citando el diario de Hardy: "para conseguir pan, los hombres
con más prisa intentaban desembarazarse de las mujeres, llegando incluso a maltratarlas
para llegar los primeros". Las mujeres no podían soportar estas privaciones por más tiempo:
no había combustible y el Invierno de 1788/89 fué uno de los más rigurosos.

Cada vez que hubo que pedir pan o que disminuyera su precio, las mujeres estuvieron
en primera fila, exponiéndose las primeras a la inevitable represión. Por otra parte, los
médicos constataron que un gran número de enfermedades encontraban su causa en el terror,
y que éstas afectaban sobre todo a mujeres y niños. Los abortos fueron numerosos.

A finales del siglo XVIII, del 16 al 18% de la población francesa vivía en la capital.
Cada año, se instalaban en la capital 14.000 personas más (los franceses eran 28 millones,
los ingieses 9 millones y los rusos 7 millones). De éstos, unos 20 millones eran campe-
sinos y 10 millones eran mujeres. El 80% de la población francesa era analfabeta. Es de
destacar que las mujeres estaban entre las personas más cultivadas del 20% restante.
Veinte mil transportistas de ambos sexos circulaban por las 900 calles de París, entre
unos 200.000 gatos y otros tantos perros, pero los franceses bebían una media de 122
litros de vino por persona y año y comían tres veces más pan que en Inglaterra. Hay que
decir que no había otra cosa y que la situación no era nueva. Más de 300 revueltas prece-
dieron a la Revolución. En Grenoble, se denominó el 7 de junio de 1788, el "día de las
calamidades" porque las mujeres, encolerizadas, se lanzaron contra las tropas de la guarni-
ción. Sthendal oyó a una mujer vieja decir: "yo me sublevo"; esta mujer tenía hambre.
Por si fuera poco, el poco dinero que les quedaba a los franceses perdió todo su valor
con la aparición, en noviembre de 1789, de ios billetes de banco o "papel moneda", que
se cambiaban de la siguiente manera: por 50 libras de monedas se recibían 100 libras
de papel moneda.

En el momento en que Luis XVI abolió la censura, Axel de Fersen escribió a su padre:
"La fermentación de los espíritus es general. Solo se habla de constitución. Muchas mujeres
se implican, y usted sabe como yo la influencia que tienen en este país".

Es cierto que los movimientos insurreccionales y populares estaban en gran parte compues-
tos por las clases que hoy en día llamamos las más desfavorecidas y que, por consiguiente,
las mujeres, que siempre se han encontrado entre las capas más pobres de la sociedad,
se situaron a menudo en el corazón de movimientos reivindicativos que degeneraron, las
más de las veces, en batalla, aunque aquéllas que encabezaron levantamientos inspeccióna-
les fueron mucho menos numerosas.
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Hoy en día disponemos de las listas de los Vencedores de la Bastilla. La Asamblea Consti-
tuyente aprobó estas tres listas en 1790. Ellas contienen los nombres de aquéllos a los
que se les reconoció, con pruebas a su favor, una participación activa en la toma de la
Bastilla. En una de estas listas, confeccionada por el secretario de los vencedores, Stanis-
las Maillard, en la que se encuentra el nombre, la dirección y la profesión de los 662
inscritos, se encuentra una mujer: Marie Charpentier, de Hansa, lavandera de la parroquia
de Saint Hippolyte en el barrio de Saint Marcel. Michelet habla de otra mujer que más
tarde y disfrazada de hombre será capitana de artillería pero su rastro ha desaparecido.
Las mujeres y los niños se encuentran entre las víctimas. Fuera del combate, aseguran
el abastecimiento de armas y alimentos.

No se conocen ni el número de insurrectos ni el número de muertos de la insurección del


28 de abril de 1789, conocida por el nombre de "Réveillon" y que precedió a la toma de
la Bastilla. Los historiadores nunca se han puesto de acuerdo sobre las cifras, que varían
entre 25 y 900 muertos según unos u otros. Por el contrario, no nos queda ninguna duda
sobre el papel desempeñado por los provocadores a sueldo del duque de Orleans. Aquel
día, en el barrio de Saint Antoine, calle Montreuil, la muchedumbre atacó la fábrica de
papeles pintados Réveillon. En general, esta revuelta se atribuye al alza del precio del
pan, pero de paso, se aclamó a la duquesa de Orleans, mientras que se atacaba y demolía
a los demás nobles. Sean cuales sean las causas de esta revuelta, solo se encuentra
un nombre de mujer, Marie Jeanne Trumeau, reconocida como una de los cabecillas de
la insurección y condenada a ser ahorcada en la plaza de Grève. Después se la indultó
por estar embarazada.

Durante la insurección del 10 de agosto de 1789, murieron o resultaron heridos 90 federales


y unos 300 seccionarlos parisinos; entre ellos, solo tres mujeres entre las que se encuentra
Louise Reine Audu a quien ya se vio el 5 de octubre. 600 suizos perecieron ese día. Sin
embargo, no sería justo concluir que las mujeres se abstuvieron de combatir, que no fomen-
taron ningún motín ni que fueron testigos pasivos de la Revolución. Nadie creería que
fué posible escapar a la legítima venganza de las verduleras del mercado de Halle. ¿Se
puede ni siquiera imaginar que alguien pudiera frenar el odio contenido de 70.000 prostitu-
tas (sin contar aquéllas que se entregaron a una "promiscuidad" temporal justificada por
el hambre), de las paradas, de las pobres y las enfermas, de las mendigas o de las mujeres
apaleadas? Si bien hay que lamentar actos de vandalismo y crueldad, hay que reconocer
que las mujeres salvaron, por su abnegación, muchas más vidas de las que se llevaron.

Las mujeres escondieron a los curas refractarios, alimentaron a los ejércitos, a todos los
ejércitos: realistas, confederados y católicos. De palabra, de voto y de gesto, incitaron
al pillaje y al asesinato, pero las atrocidades que se les atribuye son tan raras que la
historia las recuerda. En Montauban las mujeres alcanzaron el límite de lo concebible,
pero este es el único ejemplo de toda la Revolución. De este episodio hablaremos más
tarde.

Resulta sorprendente comprobar como la historia y la leyenda se entrelazan cuando se


trata el tema de las mujeres revolucionarias. Théroigne de Mérlcourt es, sin duda, el ejem-
plo más desgraciado de este fenómeno. La famosa "arrazona" no estuvo en la toma de la
Bastilla como escribieron los hermanos Concourt, ni en los invalides como asegura Lamarti-
ne, probablemente tampoco participó en ia marcha hacía Versal les, y no es seguro, como
afirma Michelet, que desempeñara papel alguno en los acontecimientos de octubre, loque
ella misma negó siempre.
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Excéntrica y buena oradora, se atrajo muchas enemistades, pero fueron sobre todo
los periódicos realistas los que la vapulearon, a ella y a la mayoría de las patriotas.

El asesinato del periodista Suleau (10 de agosto de 1789) quien la cubrió de sarcasmos
en el periódico "Actes des Apotres", más comparable a un ajuste de cuentas de derecho
común que a un acto revolucionario, al que no obstante Théroigne de Méricourt incitó,
testifica, no sobre la "histeria de las mujeres", sino exclusivamente de los extravíos de
una sola. Su influencia política se limitará a fundar el Club des amis de la Loi (Club
de amigos de la Ley) que nunca contó con más de doce miembros. Théroigne de Méricourt
murió loca. Víctima ante todo de la contrarevolución, lo será también de la injusticia de
la historia.

Tanto ella como muchas otras mujeres fueron calificadas de histéricas, término nada sor-
prendente ya que en la época esta manifestación psíquica se consideraba como una crisis
de mórbido erotismo femenino. Sin embargo, Michelet y Carlyle escribieron largas páginas
sobre las crisis de fiebre histérica masculina.

El 10 de agosto de 1792, Claire Lacombe, actriz cómica venida de provincias ese mismo
año y Pauline Léon, ex chocolatera, recibieron, junto con Théroigne, una corona cívica
por haber participado en la toma de las Tul lerias. En mayo de 1793, estas mujeres crearon
la SOCIETE DES CITOYENNES REPUBLICAINES-REVOLUTIONNAIRES, el más célebre club
de mujeres de la revolución, con Pauline Léon a la cabeza, como Presidenta. El club se
instaló en la biblioteca del Club Jacobino. Las Republicanas Revolucionarias se dedicaron
sobre todo a desbaratar los planes de los enemigos de la República. Su reglamento fué
muy estricto. Su poder se hacía sentir en la calle. Participando en las manifestaciones
populares que terminaron con la caída de los Girondinos, estas mujeres, ardientes partisanas
de los Jacobinos, desfilaban por las calles con sombrero y pantalón rojos, desafiando
a los Girondinos, cerrándoles el pico en las galerías de la Convención nacional y en reu-
niones públicas.

El 2 de junio, día en que los Jacobinos, ayudados por la multitud, expulsaron a los 29
diputados Girondinos de la Convención nacional, ellas montaron la guardia ante las puertas
del edificio para que ninguno de los Girondinos, que querían salir protestando, pudiera
escaparse.

Para los Girondinos, estas mujeres eran personajes horribles. En sus memorias, Buzot las
describe como parias, mujeres de la calle, "mujeres monstruosas con toda la crueldad de
la debilidad y todos los vicios de su sexo".

En julio y en agosto, las Republicanas Revolucionarias participaban plenamente en ios


consejos sectoriales parisinos, incluso hicieron que se aprobara una ley, después de una
atronadora campaña, que obligaba a las mujeres a vestir la escarapela revolucionaria en
público. Junto con Théroigne, Claire Lacombe reivindicó el derecho a llevar armas. Sus
frecuentes intervenciones en los debates del club jacobino y de la asamblea nacional le
valieron las indignadas protestas de uno de sus miembros: esta mujer se mete en todo.
Otro miembro estaba seguro de que ella era agente de la contrarevolución. Todas estas
mujeres, como Constance Evrard (23 años, cocinera, del Club des Cordeliers), arrestada
el 17 de julio de 1791 por haber insultado a la mujer de un miliciano de la Guardia Nacio-
nal, eran peligrosas por sus palabras. La Revolución, después de haberles dado la palabra,
les hizo callar.
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En 1793, solo hubo un voto centra la supresión de los clubes de mujeres, consideradas
corno un peligro para la república. Los diputados tuvieron que contestar a estas tres pregun-
tas:

- ¿Debemos permitir las agrupaciones de mujeres en París?

- ¿Pueden las mujeres poseer derechos políticos y tomar parte activa en los asuntos del
gobierno?

- ¿Pueden las mujeres deliberar, reunidas en asociaciones políticas o sociedades populares?

La respuesta de los miembros de ia Convención a estas tres preguntas fué un no masivo


que instauró la "muerte política" de las mujeres, mientras que el Código Civil preparaba
su "muerte c i v i l " .

La reacción de las mujeres no se hizo esperar. Tocadas con los famosos gorros rojos,
una delegación presidida por Claire Lacombe compareció ante el consejo de la comuna
de París. Pero su presidente, Pierre Chaumette, las denunció en estos términos: "Es horrible,
es contra natura para una mujer el querer convertirse en hombre...¿Desde cuando es decente
el ver a las mujeres abandonar los piadosos trabajos de su hogar, las cunas de sus hijos,
para presentarse en los lugares públicos para arengar desde las galerías?

... Desvergonzadas que quereis convertiros en hombres, ¿No tenéis bastante con lo que
ya tenéis? ¿Qué más quereis? Vuestro despotismo es el único al que no podemos resistir,
puesto que es el despotismo del amor y, en consecuencia, obra de la naturaleza. En nombre
de esta misma naturaleza, quedaos donde estais. En lugar de envidiarnos los peligros
de una vida agitada, contentaos con hacérnoslo olvidar en el seno de nuestras familias,
al reposar nuestros ojos en el encantador espectáculo de nuestros hijos, felices gracias
a vuestros cuidados".

Retórica feroz, sabiendo la suerte que se reservaba a las mujeres, a las que se quería
dar una lección. Madame Roland y Olympia de Gouges habían sido silenciadas, Claire La-
combe y Pauline Léon no podían sino callarse si no querian correr la misma suerte. Y
es lo que hicieron. Durante un tiempo, las mujeres de los clubes de provincias o de ciertas
sociedades siguieron ocupándose de los pobres, de los enfermos y de los necesitados,
pero se les vigilaba, se les disuadía de tomar iniciativas: el Terror ejecutaba ciegamente.

La "república virtuosa" de Robespierre cortó por lo sano: se proscribió a las prostitutas


de las calles de París y todas las mujeres tuvieron que volver a sus casas. Sólo algunas
excepciones escaparon a este ostracismo de la vida pública: las diosas de la Razón, nom-
bradas según la nueva religión de estado que acababa de instalarse, se convirtieron, en
toda Francia, en predicadoras del nuevo "culto al Ser supremo". Durante este período,
salió a la luz el calendario revolucionario de Fabre d'Eglantine.

Sin embargo, durante una fiesta decenal celebrada en Castres se cantó por primera vez,
probablemente después del arresto de Luis XVI (el 10 de agosto de 1791), ante la estatua
de la república, la canción "la Garrisou de Marianno" compuesta por el zapatero/trovador
Guillaume Lavabre.
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La estatua poseía unas formas tan macizas que se la apodó " l a " (pronombre femenino)
"Mariarmo" (nombre propio masculino)convirtiéndose en la alegoría de la primera república,
con las formas de una mujer.

La primera "Déesse de la Raison" (diosa de la razón) de la primera fiesta revolucionaria


que se celebró en Notre Dame, fue la célebre actriz cómica Mademoiselle Maillard.

Mademoiselle Maillard iba vestida de blanco, con una larga capa azul y con el gorro
de la libertad.

Mientras se cantaba el "ça ira" y la "Marsellaise" la diosa fué llevada en procesión e


instalada en el trono. En "Les Femmes de la Révolution", Michelet comenta ia ceremonia
en estos términos: "Ceremonia casta, triste, seca y aburrida". La revolución de las mujeres
había muerto.

O R Í G E N E S D E L M O V I M I E N T O FEIV1 I N I S T A *

No fué un azar que la época del primer entusiasmo por la Emile de J. J. Rousseau coinci-
diera con el nacimiento y la infancia de los héroes de la revolución, Robespierre, Danton,
Desmoulins y muchos otros. El "Pacto social" formaba parte del legado de sus madres,
a las que Rousseau enseño el poco valor que se concedió a la maternidad durante el siglo
XVIII. Estos héroes fueron educados por sus madres en el amor por la libertad y la igual-
dad: "El hombre nació libre... Renunciar a su libertad es renunciar a su calidad de hombre,
a los derechos de la humanidad e incluso a sus deberes...". Estas páginas de Rousseau,
como los escritos de Voltaire y de los enciclopedistas Diderot y D'Alembert, tuvieron entre
las mujeres una resonancia, tanto más grande cuanto que llevaban el germen de la reforma
de la condición femenina, aunque Voltaire y Montesquieu no fueran particularmente feminis-
tas, ni haya que exagerar en absoluto su influencia.

No es menos verdad que, saturada de placeres, la clase dominante aspiraba a otros ideales
filosóficos, así como que la clase obrera, hundida en la más horrible de las miserias,
encontrara en los filósofos las primicias de la revolución cultural que engendraría después
la tormenta revolucionaria. Las teorías de los pensadores, los sueños de los filósofos,
apelaban a los sentimientos "como si nunca antes se hubiera hecho", escribió Lily Braun;
las mujeres fueron las más ardientes partisanas de estos ideales. Nació pues un "romanti-
cismo revolucionario" que exaltó en las mujeres de la revolución la antigua tragedia que
une la naturaleza y la libertad, la muerte y el terror.

Manon Phi lipon, la futura Madame Roland, ¿No era acaso ferviente lectora de la historia
romana de Collin y, sobre todo, de Plutarco? Sophie de Grouchy, marquesa de Condorcet,
leyó las Meditaciones de Marc Aurèle.

* Aunque la palabra "feminismo", nacida en 1837, no existiera en ia época de la Revolu-


ción francesa, la utilizaremos aquí en su acepción actual.
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Las mujeres de la Revolución aprendieron, en motines y revueltas, el significado de la


acción colectiva. También, según Sheila Rowbotham, "aprendieron a pensar en términos
de movimientos sociales" y a defender su sexo en tanto que grupo discriminado y no como
destino individual.

Otra influencia, esta vez procedente de América, marcará también el carácter del naciente
movimiento feminista. Las mujeres americanas atizaron la resistencia contra el esclavismo,
de la que Olympe de Gouges fué una de las más vehementes protagonistas, y contra la
soberanía británica. Mercy Otis Warren, la hermana del independentista americano James
Otis, solicitó la independencia a líderes como Washington, en una época en la que todavía
no eran partidarios de separarse de la metrópolis.

Mercy Otis mantuvo relaciones estables con Thomas Jefferson y la declaración de indepen-
dencia contiene pruebas de su influencia. Abigail Smith Adams (1744/1818), feminista y
patriota, esposa del Presidente de ios Estados Unidos, fue, junto con Mercy, una de las
primeras mujeres que reivindicó la igualdad para el sexo femenino.

En 1776, con ocasión de las deliberaciones del Congreso sobre la Constitución, Abigail
escribió a su esposo: "Si la futura Constitución no dedica una atención especial a las
mujeres, estamos decidias a la insurección, y no nos consideraremos obligadas a sometemos
a unas leyes que nos niegen el derecho al voto y a elegir una representación de nuestros
intereses".

En consecuencia, las escuelas se abrieron a las mujeres y dos Estados solamente, New
Jersey y Virginia, les concedieron el derecho al voto. Esta disposición jurídica hizo mucho
ruido en Francia y contibuyó a inflamar el entusiasmo "feminista".

En 1786 se fundó un Liceo abierto a las mujeres, a las que se unió un pequeño grupo
de hombres, para alcanzar rápidamente las 700 personas. Los últimos enciclopedistas impar-
tían clases que se transformaron rápidamente en violentas diatribas. Bajo la tutela de Con-
dorcet y de Laharpe, que aparecían con gorro frigio, las alumnas se convirtieron rápidamente
en las actrices del drama que se desarrollaba fuera del Liceo. Entre ellas, se encontraban
Madame Roland y ia Marquesa de Condorcet. Con la fundación del Liceo, se había reconoci-
do a ias mujeres el derecho a la instrucción. Estas solicitaron pues a la Asamblea Nacional
que este derecho fuera reconocido por el Estado. La Constitución de 1789 lo tuvo en cuenta
y Talleyrand, responsable de la reorganización de la instrucción pública, dedica en su
proyecto un párrafo a la cuestión de la educación y la enseñanza de las mujeres, aunque
tomando la precaución de limitar al mínimo su cultura, arguyendo que la naturaleza ha
creado a las mujeres para la vida doméstica y el cuidado de sus hijos: cualquier violación
de las leyes naturales sería un grave error. La Asamblea Nacional decidió admitir a las
mujeres en las escuelas públicas sólo hasta ios ocho años y confiar después su educación
a sus progenitores. En 1793, todos los niños entre 5 y 12 años serían educados en las
"casas de igualdad". De hecho, estas preocupaciones eran el fruto de un puñado de intelec-
tuales que desde hacía poco se apasionaban por la política y que, según seescr ibió.se
entregaban a "goces intelectuales".

Muy diferente era la situación de las mujeres de la clase obrera, quienes vivían en una
indigencia total. Veinte años antes de la Revolución, se calculaba que en Francia había
unos 50.000 mendigos. En diez años de Revolución, Louis Blanc estima que existen un
millón y medio de mendigos. En París, de un total de 680.000 habitantes, 116.000 se encon-
traban encarcelados por medicidad, mientras que a las mendigas se las flagelaba y encerra-
ba.

(3)
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A la miseria y el odio sucedieron el escorbuto y la disentería, provocando la muerte de


gran cantidad de niños. Otra plaga, que rápidamente alcanzó proporciones terroríficas se
instaló: la prostitución. El Padre Havel estimó que en 1784 el número de prostitutas parisi-
nas se elevaba a 70.000. Los textos que describieron la situación surgieron generalmente
de plumas anónimas. En la moción de la Pauvre Javotte (pliego de quejas), la joven mujer
no pudo trabajar honorablemente, describiendo dolorosamente su caída en el vicio.

Pero, y esta no es la única paradoja de la situación, se reprochó a las mujeres el procurar-


se ganancias fáciles por medio de la prostitución, llegando incluso al matrimonio con un
ánimo de lucro. Se solicitó que los oficios de mujeres les fueran restituidos y, en una
petición dirigida al Rey, éstas se comprometían a no manejar "ni la brújula ni la escuadra"
porque, según dijeron, "nosotras queremos un trabajo, no para usurpar la autoridad a los
hombres, sino para poder vivir". De esta forma, las mujeres influyeron en la supresión,
en 1791, de las corporaciones que las excluían.

A finales de 1792 un nuevo grupo de mujeres, más radicales y más feministas, iba a reco-
ger la antorcha. Las mujeres del pueblo exigían vela en el entierro de los asuntos políticos
de la época, principalmente en lo que se refería a los medios de subsistencia. En febre-
ro de 1793, organizaron motines contra el precio abusivo del azúcar, de las velas y del
café, invadiendo las tiendas de comestibles y de velas de toda la ciudad. Las mujeres
no tenían ni la más remota intención en esta época de defender ningún privilegio, puesto
que ninguno poseían. Si pusieron fuego a la pólvora es porque no hay motor más eficaz
para una revuelta que la desesperación, el envilecimiento y el odio reprimido durante mucho
tiempo.

Aunque el movimiento "feminista" de la Revolución pudiera parecer carente de resultados,


cierto en el caso de Francia, siguió creciendo en silencio y encontró discípulas en varios
países de Europa. La reacción más importante, procedente de Inglaterra, fué el libro de
Mary Wollstonecraft "Vindication of the Rights of Women". Mary Woilstonecraft (1759-1797)
Feminista y autora de novelas, traducciones, documentos históricos, libros para niños y
antologías, escribió en 1792 el primer manifiesto feminista: "La justificación de los dere-
chos de las mujeres", al que precedió, en 1790, otro libro suyo sobre la Defensa de los
Derechos del Hombre, en el que replicaba a las "Reflexiones sobre la Revolución francesa"
de Burke. Esta era su opinión sobre los derechos del hombre: "El derecho del hombre al
nacer, ... es el derecho a la libertad civil y religiosa siempre y cuando sea compatible
con la libertad de cualquier otro individuo al que se esté unido por un contrato social...".

En sus "Derechos de la mujer", Mary Wollstonecraft desarrolla esta misma idea: "No puede
haber sociedad entre desiguales y un estado de igualdad para toda la humanidad (mankind
en inglés), debe existir sin tener en cuenta la diferencia de sexo". Derecho fundamental
a la igualdad compartido por otra inglesa, Catherine Macauley, autora de "Cartas sobre
la educación", del que Mary sacará las opiniones desarrolladas en su panfleto, en el que
por lo demás rinde un emotivo homenaje a su inspiradora. No hay que olvidar la influencia
del Rousseau de "Confesiones" y de "Emilia" leídas durante unas vacaciones en Irlanda.

En 1792, la escritora dejó Inglaterra para buscar en Francia la sociedad igualitaria con
la que soñaba. Pero el Terror era implacable con los librepensadores y ella tuvo que vivir
aislada con el fin de escapar a un posible arresto.
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Mary Wollstonecraft murió un mes después del nacimiento de su hija, Mary Godwin, quien,
antes de casarse con el poeta Shelley, se hizo famosa al escribir Frankenstein a los 16
años.

En Alemania, Theodor von Hippel escribió el libro titulado "De la mejora cívica de las
mujeres" que apareció el mismo año que el de Mary Wollstonecraft (1972). En Italia, se
destaren Giulia y Mariantonia Carata y Luisa Molina Sanfel ice, pero fué la Marquesa Jacobi-
ne Eleonora Fonseca Pimentel la que se convertirá en cantora de la Revolución y Rosa
California la que escribirá en la ciudad de Asís, en 1794, un resumen sobre los derechos
de la mujer. La historia se cerrará para el movimiento feminista y para estas valientes
mujeres a las que la humanidad debe reconocer, también, por haber sido pioneras de los
derechos humanos, al suscitar la toma de conciencia de los espíritus de la época.

L / \ S M U J E R E S V EL " F E M I N I S M O " P O L I T I C O

Aunque las mujeres de París se unieran a la masa insurrecta y las "tejedoras"increparan


a los diputados desde las tribunas de la convención nacional, sería erróneo deducir que
la verdadera revolución se gestó en los salones, si bien es cierto que suscitó las veleida-
des políticas de algunas mujeres, como Madame Roland y Madame de Stäel, quienes se
dejaron llevar por las ideas de la época y la pasión por el cambio. No existe lugar a
dudas sobre el hecho de que las mujeres de la nobleza y de la burguesía ignoraban las
dramáticas condiciones en las que vivían las mujeres del pueblo. Antes de la Revolución,
estas mujeres no se conocían, ni siquiera habían cruzado entre ellas una palabra, y su
deseo de emancipación era, ciertamente, muy diferente. En los salones se hablaba de cultura
y de educación, educación de élite, mientras que las mujeres del pueblo reclamaban mucho
más: el derecho a v i v i r . Además, Madame de Stäel se desinteresaba bastante por su
sexo, situándose por encima de él. En cuanto a Madame Roland, "consejera" de los Girondi-
nos, de admirable valor, pero mala política y sin ideas claras en este terreno, no ejerció
ninguna influencia directa en la organización del movimiento "feminista", del que se distan-
ció radicalmente.

Una de las más importantes figuras del pre-feminismo de la Revolución que se convertiría
en la primera inspiradora, instigadora y organizadora del movimiento fue Olympe de Gouges.
Gracias a ella, toda la nación tomó conciencia de que las aspiraciones de las mujeres
eran comunes a todas,burguesas o mujeres del pueblo. Ella fue la primera que reclamó
"derechos políticos" para las mujeres, más allá del derecho a la "opinión política" que
parsimoniosamente habían conquistado durante la Revolución.

Condorcet enunció los derechos de la persona humana, término que empleamos actualmente:
"O ningún individuo de la especie humana tiene verdaderos derechos o todos tienen los
mismos y el que vote contra el derecho de otro - sea cual sea su religión, su color o
su sexo - abjura, en ese mismo instante, de los suyos" y defendió abiertamente la igualdad
de los sexos en sus "Cartas de un burgués de New-haven" y, de forma más radical, en
su obra "Sobre la admisión de las mujeres al derecho de ciudadanía". ¿Acaso Olympe
le había escuchado? Su verdadero nombre era Marie Gouze y sus padres simples burgueses
de Montauban. Se casó muy joven y a los pocos años se liberó de las cadenas de un
matrimonio muy desgraciado. Olympe se fue a París donde, a pesar de su descuidada ins-
trucción, se convirtió, por su brillante espíritu y su belleza, en el centro de la sociedad
parisina de la época.

* Tejedoras: Del francés "tricoteuses", llamadas así porque hacían punto durante las ejecucio-
nes públicas.
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Olympe de Gouges tuvo una vida sentimental bastante tormentosa antes de convertirse
en una ferviente "feminista" y explotar su rica imaginación en la literatura dramática. A
pesar de sus espirituales ensayos, el éxito no la acompañó. La única excepción fue, quizás,
la pieza representada en el aniversario de la muerte de Mirabeau en el Teatro Italiano,
titulada "La sombra de Mirabeau en los Campos Elíseos" (1791).

Rápidamente, influenciada por el avance de la Revolución, abandonó sus tentativas teatra-


les y su anterior forma de vida. "Ardo, escribió, por dedicarme a trabajar por el bien gene-
ral". Y lo hizo con toda la energía de su carácter. La miseria del pueblo y de su sexo,
que conocía por experiencia, le dieron una fuerza extraordinaria, sorprendiendo a su época
por la riqueza de sus ideas y por la potencia de su discurso.

La misma Asamblea nacional, normalmente poco inclinada a prestar atención a la opinión


de las mujeres, la escuchó, sorprendida por esta brillante oradora, y siguió muy a menudo
sus prácticos consejos. En todo lo que dijo y escribió, el carácter femenino se expresaba
en sus formas más vivas: "No hablemos de mi sexo. Las mujeres también son capaces de
generosidad y heroísmo, la Revolución lo ha probado en innumerables ocasiones". "Mientras
que no se haga nada para elevar el alma de las mujeres, mientras que los hombres no
sean suficientemente generosos de espíritu para ocuparse seriamente de la gloria de las
mujeres, el estado no prosperará jamás". Tanto en la "Advertencia urgente a la Convención",
como en el "Pacto Nacional" dirigido a la Asamblea nacional, o en el panfleto "Unión,
Valor, Vigilancia y la República está salvada", Olympe emplea un discurso vibrante pero
de una gran reserva. Contraria a toda violencia, llamará al combate, pero jamás al asesinato
ni al pillaje. "Mirad la más brillante Juventud de ia generosa tierra de Francia partir hacia
las fronteras para derramar su sangre pura y sin mancha. ¿Por quién, gran Dios? ¡Por la
Patria, y no para complacer vuestras egoístas pasiones y colocar un tirano más sobre el
trono!". ¿Pensaba acaso en Marat, al que trato de "aborto de la humanidad"?

Luchó contra el hambre ;por medio de un llamamiento público y de su propio ejemplo, lleno
de sacrificio y valor, convenció a numerosas mujeres para que donaran sus joyas al Estado.
Humanista, hizo una pasmosa descripción de la miseria del hospital de Saint Denis y,
consciente de lo que hay de envilecedor en la mendicidad, pidió para combatirla la creación
de cajas de socorro público y la apertura de talles modelo del Estado reservados a los
pobres, reivindicación que se realizó en parte.

En su "Adresse aux femes", exclamó: "¿No es hora de que una revolución empiece también
por nosotras, las mujeres?". Cuando la Declaración de los Derechos del Hombre (adoptada
el 26 de agosto de 1789) se convirtió en el preámbulo de la Constitución de 1791, Olympe
de Gouges escribió otra declaración, en respuesta a las lagunas de la Declaración de los
Derechos del Hombre, con el mismo estilo y corrigiendo sus debilidades. En ella, exige
la igualdad de derechos y deberes para las mujeres ante la ley y en cualquier otra circuns-
tancia de la vida pública o privada.

Aunque en la época aparecieron numerosas publicaciones en pro y en contra de las reivin-


dicaciones de Olympe, éstas no se reeditaron posteriormente y la historia sólo retendrá
un pedazo del artículo décimo: la mujer tiene el derecho de subir al patíbulo; igualmente,
debe tener el derecho de subir a la tribuna.

A continuación reproducimos el texto integral de la Declaración de Olympe de Gouges.


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DECLARACIÓN DE LOS DERECHOS DE LA MUJER


DEDICADA A LA REINA
1791

Artículo primero
La Mujer nace libre y permanece igual al hombre en derecho. Las diferencias sociales
solo pueden basarse en la utilidad común.

Artículo segundo
La finalidad de toda asociación política es la salvaguardia de los derechos naturales e
inalienables de la mujer y del hombre: estos derechos son la libertad, la propiedad, la
seguridad, y sobre todo la resistencia a la opresión.

Artículo tercero
El principio de toda soberanía reside esencialmente en la nación, que no es más que la
reunión de mujeres y hombres: ninguna corporación, ningún Individuo, puede ejercer una
autoridad que no emane expresamente de la nación.

Artículo cuarto
La libertad y la justicia consisten en devolver todo lo que pertenezca a otro; así el ejercicio
de los derechos naturales de la mujer no tiene más límites que los que la perpétua tirania
del hombre le ha impuesto; estos límites tienen que ser reformulados por las leyes de
la naturaleza y de la razón.

Artículo quinto
Las leyes de la naturaleza y de la razón condenan cualquier acto perjudicial para la socie-
dad: todo aquello que no esté prohibido por estas leyes, sabias y divinas, puede hacerse,
y nadie puede ser obligado a hacer aquello que las leyes no ordenan.

Artículo sexto
La ley debe ser la expresión de la voluntad general; todas las Ciudadanas y los Ciudada-
nos deben contribuir personalmente o por medio de sus representantes, a su formulación;
la ley debe ser igual para todos: todas las ciudadanas y todos los ciudadanos, siendo
iguales ante ella, deben ser igualmente admisibles a toda dignidad, cargo y empleo público,
según su capacidad y sin otra distinción que la de su virtud y su talento.

Artículo séptimo
Ninguna mujer esta excluida; ésta es acusada, arrestada y encarcelada en los casos deter-
minados por la ley. Las mujeres obedecen como los hombres a esta rigurosa ley.

Artículo octavo
La ley no debe establecer penas si éstas no son estricta y evidentemente necesarias,
y nadie puede ser castigado si no io es en vitud de una ley establecida y promulgada
con anterioridad al delito cometido y legalmente aplicada a las mujeres.

Artículo noveno
Toda mujer declarada culpable sufrirá todo el rigor ejercido por la ley.
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Artículo décimo
Nadie puede ser molestado por sus opiniones, ni siquiera por las fundamentales; la mujer
tiene el derecho de subir al patíbulo; igualmente debe tener el derecho de subir a la tribu-
na, siempre y cuando sus manifestaciones no disturben el orden público establecido por
le ley.

Artículo undécimo
La libre comunicación de pensamientos y opiniones es uno de los más preciados derechos
de la mujer, puesto que esta libertad garantiza la legitimidad de los padres respecto a
sus hijos. Toda ciudadana puede pues decir libremente: soy la madre de un hijo que os
pertenece, sin que un prejuicio bárbaro la fuerce a disimular la verdad; !a mujer deberá -
responder del abuso de esta libertad en los casos determinados por la ley.

Artículo duodécimo
Los derechos de la mujer y de la ciudadana deben asegurar el interés general garantizado;
esta garantía debe ser instituida en beneficio de todas y no para el uso particular de
aquéllas a las que se les confía.

Artículo decimotercero
Para el mantenimiento de la fuerza pública y para los gastos de la administración, las
contribuciones de mujeres y hombres son iguales; éstas participan en todas las faenas
y en todos los trabajos pesados; por lo tanto, tienen derecho a repartirse la distribución
de cargos, empleos, nombramientos, dignidades e industrias.

Artículo decimocuarto
Las ciudadanas y los ciudadanos tienen el derecho de comprobar por ellos mismos, o por
medio de sus representantes, la necesidad de la contribución pública. Las ciudadanas no
pueden aceptar más que la admisión de un reparto igual, no sólo en la fortuna, sino también
en la administración pública, y el derecho de determinar ia cuota, la base tributaria, la
recaudación y la duración del impuesto.

Artículo decimoquinto
Todas las mujeres, coaligadas por la contribución a todos lo hombres, tienen el derecho
de pedir cuentas, a todo agente publico, de su administración.

Artículo decimosexto
La constitución en la que la garantía de los poderes no esté asegurada, ni la separación
de poderes determinada, es inconstitucional; la constitución no es válida si la mayoría
de los individuos que componen la nación no ha cooperado en su redacción.

Artículo decimoséptimo
Las propiedades son de todos los sexos, unidos o separados; éstas son para cada uno
un derecho inviolable y sagrado; nadie puede ser desposeído salvo en caso de necesidad
pública evidente y legalmente constatada, y a condición que una justa y previa indemniza-
ción sea pagada.
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Las reivindicaciones políticas incluían tambien el sufragio universal para las mujeres;
la nueva constitución sólo se lo reconocía a los hombres. Se publicaron muchas otras
reivindicaciones que, muy poco escuchadas, terminaron en su mayoría en la papelera y
la Asamblea no se dignaba ni a responder a sus redactoras.

Olympe no se contentó sólo con escribir, también quiso defender al rey, ofreciéndose para
defender a Luis XVI al lado del muy débil Malesherbes, de 71 años de edad. Olympe resu-
mió los cargos contra el rey con estas palabras: "Era débil; se dejaba engañar; nos engaña-
ba; se engañaba a sí mismo". La Revolución de París no le perdonará esta iniciativa, reac-
cionando así a su iniciativa: "¿Quén se cree que es? ¿Por qué no se dedica mejor a tejer
calzones para nuestros valientes 'sans-culottes'?".

El 20 de julio de 1793 fué detenida, el 28 de octubre de ese mismo año fué encerrada
en la Conciergerie y el 2 de noviembre compareció ante el tribunal revolucionario del muy
célebre Fouquier-Tinville. Cinco días antes de la muerte de Madame Roland, el 3 de no-
viembre, Olympe de Gouges murió en la guillotina por haber "intentado sabotear la repú-
blica con sus escritos", principalmente con "Les trois umes ou le Salut de la patrie".
En su carta de adiós a su hijo, al que adoraba, escribió: "Muero, hijo mío, víctima de
mi idolatría por mi país y su pueblo. Sus enemigos, detrás de su máscara aparente de
republicanismo, me conducen sin remordimientos al cadalso... Adiós, hijo mío, cuando reci-
báis esta carta yo ya no estaré".

Pero ya, al día siguiente del 10 de agosto de 1792, Camille Desmoulins se reveló contra
la autoridad del marido: "No hay que conservar por más tiempo la potencia marital, creación
del gobierno despótico. Es importante que las mujeres lleguen a amar a la República. Este
objetivo se alcanzará dejándolas disfrutar de sus derechos".

Las mujeres reclamaban, de hecho, su derecho a la felicidad, el Código les respondió,


inspirado por el filósofo Jouffroy: "Pero la felicidad misma nos decepciona por su insufi-
ciencia". Así, el 1 de abril de 1792, una delegación de ciudadanas tocadas con el gorro
rojo desfiló ante la tribuna de la Asamblea legislativa para suplicarle que pusiera, por
medio de la ley del divorcio, "el último sello a la libertad francesa". La idea estaba en
el aire desde hacía algún tiempo y, en efecto, ese mismo año apareció el nuevo "código
conyugal establecido según las bases de la constitución".

El autor de este código, un revolucionario llamado Bonneville quería, en nombre de la liber-


tad de la que era un feroz defensor, que el matrimonio fuera obligatorio, incluso para los
curas.

Según é l , se trataba de un deber social que el Estado debía exigir a todos los ciudadanos.
Por supuesto, suprimía el matrimonio religioso, "vestigio bárbaro de siglos de oscurantismo".
Esta es la ceremonia civil que Bonneville había imaginado: los matrimonios debían celebrar-
se en gran número, a la vez y en día fijo, por grupos y delante del pueblo reunido expre-
samente para la ocasión. El oficial del estado c i v i l , con una mano sobre la Constitución,
debía decir a todos los futuros esposos: ¡Salud! ciudadanos libres. ¡Conservad siempre
ante vuestros ojos la ley que os une en legítimo matrimonio por los nudos que sólo la
amistad y vuestros intereses pueden volver indisolubles! Todas las parejas respondían
al unísono: ¡Viva la libertad! ¡Viva la nación! ¡Que los buenos ciudadanos bendigan nuestra
unión!
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El Directorio se inspiró de estas ideas al instituir que los matrimonios se celebrarían todos
a la vez, con fecha fija, el día de las fiestas decadarias, en las que un personaje oficial
leía un discurso repleto de efusiones líricas y de metáforas resplandecientes.

He aquí varias muestras de discursos pronunciados el 10 de Floreai (octavo mes del calen-
dario republicano) del año VI de la República (29 de abril de 1798) en la fête des Epoux
(fiesta de los esposos): "Es por las manos de la belleza, por las manos de las mujeres
que la naturaleza nos ofrece la felicidad; ella (la naturaleza) ha querido que la (la f e l i c i -
dad) podamos cosechar libremente y nos ha dado el poder de alejamos de los seres infortu-
nados que no podrían ofrecérnosla". "Nuevos esposos, tened el uno por el otro todos los
sentimientos de la amistad".

El hombre, a pesar de su gran sed de libertad, no se olvida de sus "intereses": "la mujer
es la compañera del hombre en su juventud, su amiga en la madurez y su nodriza en la
vejez".

No deja de ser curioso el hecho de que en todos los discursos nupciales nunca se dejara
de alabar, ante los futuros esposos, las ventajas del divorcio, al tiempo que se les reco-
mendaba evitarlo. Mary Wollstonecraft fué la primera mujer que calificó el matrimonio de
"prostitución legal".

Lo que es seguro es que un gran número de mujeres revolucionarias pidieron el divorcio


cantando ¡Viva ia libertad! Por el contrario, también es verdad que para salvar su vida,
otras se divorciaron de su marido (fugitivo) para volver a casarse con él después de la
tormenta.

El 20 de septiembre de 1792 se votó la ley de divorcio que admitía, no sólo el mutuo


consentimiento, sino también la demanda de un sólo cónyuge que alegara simplemente in-
compatibilidad de caracteres. "Por ejemplo, explicó un diputado, se puede considerar que
la incompatibilidad de caracteres es tener opiniones diferentes sobre la Revolución".

Los partidarios del matrimonio indisoluble tuvieron sus dudas, pero Aubert Dubayet conven
ció a los indecisos con un argumento clásico en casos parecidos: "Sólo se os pide
un voto teórico, puesto que la posibilidad de obtener el divorcio suprimirá para siempre
la envidia, la amenaza de divorcio volverá a los esposos más pacientes, más interesa-
dos el uno por el otro, el divorcio será beneficioso sobre todo para la felicidad de las
mujeres" (y ellas lo aprovecharon). Su colega Sèdi Hez expresó una opinión contraria: "Yo
creo que será, por el contrario, una gran desgracia para la mujer el verse obligada a buscar
un segundo marido, cuando haya perdido, con el primero, tanto su juventud como la mayo-
ría de sus atractivos".

Esta opinión, de un cruel realismo, no prevaleció y las mujeres se divorciaron en masa.


Una carta, fechada el 2 de Mesidor (décimo mes del calendario republicano francés) del
año IV (20 de junio de 1796) declara: "Las mujeres parecen estar particularmente autorizadas
en su "libertinaje" y la mayoría de las demandas de divorcio están firmadas por este "sexo
voluble" que no cesa de jurar fidelidad eterna". Si bien la mujer podía solicitar el divorcio,
sus razones se consideraban "sospechosas". Durante la Revolución, es cierto, el divorcio
y el matrimonio se convirtieron en una especie de negocio que permitía hacer fortuna y
engañar a los acreedores. También dieron lugar a verdaderas comedias judiciales, con falsos
testigos y falsas asambleas de familia, en las que los padres supuestamente impedidos
fueron reemplazados, a sus espaldas, por amigos complacientes o por figurantes asalariados.
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Los matrimonios y los divorcios se sucedían con tal velocidad que se argumentó que ya
no era necesario perseguir a los bigamos quienes, decían, no hablan cometido un crimen
sino que simplemente no habían cumplido con una simple formalidad. Un diputado declaró
que esa formalidad servía para esconder los actos de poligamia. Situando en un mismo
plano de igualdad a mujeres y hombres, el divorcio se declaró legal en 1792: incompatibili-
dad, por consentimiento mútuo y por el abandono de uno de los esposos durante más de
dos años.

Pero planteemos a la Historia la verdadera cuestión: ¿Qué es lo que ia Revolución francesa


aportó a las mujeres? Como respuesta, se podría considerar que, a partir de septiembre
de 1792, las mujeres adquirieron la dignidad de persona libre, puesto que ia institución
del divorcio les permitió escapar a las desastrosas consecuencias del "matrimonio forzado"
y de la esclavitud doméstica. El Código napoleónico acabó brutalmente, en 1804, con este
derecho adquirido. Pero si la Revolución no hubiera existido, el feminismo que hoy conoce-
mos no hubiera podido nacer ni desarrollarse. La actual emancipación de las mujeres proce-
de directamente de su semi-emancipación anterior.

L/\ A P O R T A C I Ó N DE L / \ S M U J E R E S
/\ L/\ R E V O L U C I Ó N

Al final de la Revolución, las mujeres eran conscientes de las conquistas que aún quedaban
por hacer, además de haber adquirido la experiencia necesaria para realizarlas. Por otro la-
do, las mujeres aportaron a la Revolución mucho más de lo que la imaginería romántica
quiere hacemos creer. Se necesitará aún mucho tiempo para realizar un verdadero estudio
histórico sobre la aportación de las mujeres, no sólo a la Revolución y a los derechos
del ser humano, sino a la historia social de Francia.

Dado que bajo el antígulo régimen las mujeres no podían pronunciarse sobre los asuntos
públicos, un estudio histórico bajo el punto de vista feminista nos obligaría a examinar
de cerca la vida cotidiana para poder abordar las verdaderas cuestiones: la educación,
la salud, el trabajo, la religión y las guerras.*

Como las mujeres del pueblo no tenían "casa", la problemática del ama de casa si siquiera
se planteaba. Pero ¿qué pasaba con la vida asociativa, afectiva, la higiene, la salud,
la imaginación y la creatividad? Lejos de limitarse a una historia específica de la mujer,
la postura sería, bien ai contrario, construir una historia social en su conjunto, a través
de la observación y el estudio de la condición de las mujeres.

Por ejemplo, si abordamos ia cuestión del sufragio universal olvidando, como ha sido el
caso hasta ahora, a las mujeres, perderemos el concepto mismo de sufragio universal tal
y como se concibe. Son las razones invocadas para denegar el derecho al voto a las muje-
res las que nos permitirán comprender el sentido de este derecho y porqué Francia fué
después uno de los países que más tardó en concederlo, después de la Segunda Guerra
mundial y gracias al General de Gaulle, que no era particularmente feminista, mientras
que el Frente Popular de 1936, vehículo de ideas feministas, ni siquiera lo planteó (fenóme-
no que se repitió en varios países de Europa).

* Estas cuestiones fueron planteadas inteligentemente, sin duda por primera vez en su
dimensión global, en el congreso de Toulouse, celebrado del 12 al 14 de abril de 1989.
Les femmes et la Révolution française, Colloque international/ 12-13 avril 1989, Université
de Toulouse-le-Mirail.

(4)
Pág. 20

La salud, el hambre, los estragos de la mortalidad infantil, las condiciones en las que
se daba a luz, las condiciones de hospitalización y también el vacío afectivo -consecuen-
cias directas de las múltiples guerras- tomarían otra dimensión si se diera la palabra
a las mujeres de la historia. ¿Porqué en Francia, así como en los "Estados belgas" (1789-
1790), la criminalidad femenina parece mucho más elevada que bajo el Antiguo régimen,
y cuáles son sus causas? ¿Podemos contentarnos con invocar la miseria, la ausencia de
apoyo y la soledad?

Sabiendo que la Revolución poseyó un marcado carácter antifeminista, es lógico que las
mujeres fueran excluidas del militantismo político. Si Chaumette invitó a las esposas a
consagrarse únicamente al cuidado doméstico, no es más que para recordarles la verdadera
función social que se les atribuía debido a la ausencia de los hombres, que hacían la
Revolución, emigraban, se les ejecutaba, se fugaban a otro departamento, se escondían
o se les encerraba. Las mujeres tenían además la carga de los hijos, de los viejos, del
comercio o de la tierra y asumían la dolorosa búsqueda de comida. Cuando se sabe que
entre 1780 y 1789 hubo 2.408.000 matrimonios, 10.618.000 nacimientos y 9.442.000 muertes,
se concluye fácilmente que entre la educación de los hijos y el cuidado de ios enfermos,
las mujeres tenían poco tiempo para dedicarse al combate revolucionario o a la militância
política.

Marie Claire Berti, de 39 años, viuda y madre de tres hijos, fué denunciada por el comisario
del Directorio como "la persona más peligrosa del departamento". Fué acusada de ser una
intrigante, una enemiga de ia República que había protegido a los curas insumisos y que
había organizado colectas en su favor. Detenida por medida de seguridad pública y traslada-
da al Templo de París donde estuvo encerrada tres meses, declaró en un interrogatorio
celebrado en enero de 1789: "Sabed, ciudadanos, que la Revolución no me interesa ni poco
ni mucho, yo no me ocupo más que de mi hogar y de mis pequeños intereses".

Las tareas de la mujer aumentaron más aún con las consecuencias directas de la Revolución
y especialmente con la ausencia de hombres, que ies obligaba a asumir un papel econó-
mico y social. "Ellas se ocuparon de los campos y las cosechas, del comercio y de los
negocios", escribe Marie Sylvie Dupont-Bouchât*. Al mismo tiempo, salvaguardaron el patri-
monio eclesiástico que en ia época era el encargado de registrar los nacimientos, los
matrimonios y los entierros.

Las sirvientas de los curas, en su ausencia, conservaron celosamente los registros parro-
quiales y las cuentas de la parroquia, negándose a entregarlos a las autoridades civiles.
También salvaron a un gran número de curas y frailes. En Bélgica, las únicas manifesta-
ciones en las que participaron las mujeres fueron las de carácter religioso, como en Namur,
en julio de 1789, donde llevaron sobre sus espaldas la estatua de la Virgen a través de
las calles de la ciudad aunque la procesión estaba prohibida.

Las mujeres de la Revolución compartieron los ideales revolucionarios de los hombres,


incluso el idea! republicano. Aunque en porcentaje ínfimo, algunas dispararon contra los
ejércitos y en las guerras de Vendée se comprometieron de una forma mucho más generali-
zada (varios centenares de mujeres se enrolaron) principalmente entre los "blancos" (rea-
listas) que huían ante las doce columnas infernales de "azules" (republicanos), reunidas
bajo las órdenes de Turreau para "exterminar sin reserva a todos los individuos de cualquier
edad y sexo convictos de participar en la guerra".

* M. S. Dupont-Bouchât, Histoire de la prison en Belgique (XIXe - XXe siècles), Univ.


de Louvain-la-Neuve.
Pág. 21

Verdadero genocidio, la guerra de Vendée revelará también el heroísmo excepcional de


las mujeres y la fuerza de sus convicciones.

Es importante resaltar que estas "mujeres guerreras" jamás abandonaron la dependencia


de sus maridos y que tuvieron que adaptarse a las peores situaciones al tiempo que asu-
mían su servidumbre cotidiana. Anne Quatresols se incorporó al ejército con 16 años y
Magdeleine Petit-Jean tenía cerca de 49 cuando se enroló en el ejército del Oeste, después
de haber perdido a sus quince hijos.

En noviembre de 1793 el periódico "l'Echo des Pyrénées" exaltó, en un artículo titulado


"Héroïsme d'une femme soldat", a Liberté Barrau que luchó en el 2a batallón de Tarn, entre
su marido y su hermano. Durante el ataque a un reducto enemigo su marido resultó herido.
Ella continuó luchando, quemó diecinueve cartuchos, se deshizo de sus adversarios y alcan-
zó el objetivo: "Entonces, la ciudadana Barrau volvió al lado de su esposo, le abrazó,
le consoló, le puso en pié y, en una carreta, le llevó hasta el hospital, donde, prodigándole
todos los dudados que la esposa debe al esposo demostró que no había renunciado a
las virtudes de su sexo, brillando por todas aquéllas que no tuvieron su valor".

En cuanto a las "tejedoras", capitaneadas por Aspasfe y apodadas así por su costumbre
de hacer punto durante las ejecuciones, debemos reconocer que su actitud no habla, cierta-
mente, en favor de su sensibilidad, pero se podría justificar por el deber patriótico que
las impulsaba a trabajar sin descanso para un ejército totalmente desprovisto. También
se puede reprochar la "crueldad" de las "azotainas" que las "flagelantes" administraban
a las "beatas" que continuaban frecuentando los oficios de los curas rebeldes y a las
que se negaban a llevar la escarapela tricolor.

En cuanto a las atrocidades que se atribuyen a las mujeres de la Revolución, debemos


clasificarlas como leyendas, puesto que el único ejemplo real fué la masacre del 10 de
mayo de 1790 en Montauban, donde las mujeres se situaron a sí mismas al margen de
la humanidad. Este altercado les valió también la famosa "Adresse aux femmes de Montau-
ban" de Louise de Keralio (Madame Robert), en la que expresa toda su indignación: "Ver
a las mujeres llamar a los hombres al combate en una plaza pública, provocar a los unos,
excitar a los otros, ordenar el asesinato ¡Y dar el ejemplo! Ni en los siglos de los bárba-
ros se vio algo parecido". Este dramático ejemplo merece algunas líneas.

La rendición de Montauban, antigua plaza fuerte protestante que Richelieu había sitiado,
como en la Rochelle, invirtió los poderes civiles y religiosos. En 1790, la minoría protes-
tante, excluida de responsabilidades públicas y mejor organizada que la mayoría católica,
controlaba prácticamente toda la economía, entre otros, el comercio, las propiedades y
los hoteles particulares de la ciudad. Las mujeres católicas utilizaron el Día de la Oración,
coincidente con el inventario de las iglesias suprimidas, para arreglarles las cuentas a
los protestantes con una barbarie sin parangón en la Historia de Francia (si se exceptúan
los 3500 ahogados de Nantes, debidos a la locura asesina de un Carrier).

Este acontecimiento único tiene poco que ver con la Revolución, salvo que es el primer
incidente grave provocado por el tema religioso. Se trata, sobre todo, del resultado de
odios ancestrales entre católicos y protestantes.
Pág. 22

La mayoría de los historiadores que estudiaron a estas "harpías revolucionarias" olvidaron,


curiosamente, la impresionante obra social de la Convención que ellas inspiraron. Destaque-
mos la ley de beneficencia de fecha 4 de mayo de 1794. Las mujeres solicitaron locales
para "servir a ia costura y al remiendo de la ropa" que posteriormente utilizarían los solda-
dos de la nación.

Las mujeres crearon las sopas populares, vendieron sus joyas por la República (7 de sep-
tiembre de 1789) luego, arruinadas, organizaron innumerables colectas en toda Francia.
El 22 de brumario*de 1792 escribieron a un empresario de provincias para significarle que
tenían un gran número de pobres que socorrer y muy pocos fondos, de lo cual "se lamenta-
ban enormemente".

La esencial acción de solidaridad de las mujeres hacia los pobres y los soldados salvó
numerosas vidas al crear, principalmente en París, los centros de cuidado y atención para
heridos y enfermos, centros que permanecieron abiertos hasta 1870. A partir de 1790 las
mujeres fueron víctimas de una paradójica misoginia tanto más terrible cuanto se les dictaba
una conducta "revolucionaria" y que su actitud de rechazo no les culpabilizaba directamente
porque "débiles, se ven seducidas y arrastradas al crimen". Los curas, decían, manipulaban
invariablemente a las mujeres: son espíritus débiles de los que los curas hacen lo que
quieren, argüían en todos los discursos.

Michelet no se privó de hacer suya tal afirmación, seguida por otros e invocada para dene-
gar a las mujeres el derecho al voto. En realidad, las mujeres no querían que se les dicta-
se su conducta o que se les impusiera, por ejemplo, la manera de vestirse. El fenómeno
de la "toilette" (vestimenta femenina) fué objeto de violentos debates, sobre todo por parte
de los hombres, quienes querían obligarlas a llevar el gorro rojo y la escarapela tricolor.

En su mayoría, las mujeres no querían, en absoluto, cambiar su forma de vestir y así lo


dijeron en la tribuna de la Asamblea: "Ciudadanas, sed hijas honestas y trabajadoras,
esposas tiernas y púdicas, madres sensatas y sereis buenas patriotas... Llevar el gorro
y la pica, el pantalón y la pistola... dejadlo para los hombres, nacidos para protegeros
y haceros felices". No deja de ser interesante constatar que cada sexo se devuelve la
imagen que el otro tiene de él.

Jean Bon Saint-André, Diputado de la Convención, declaró el 8 de septiembre de 1792:


"Puesto que estamos en el imperio de la Libertad, no debemos contrariar al bello sexo,
que debe continuar vistiéndose según su gusto". Sin embargo, la Asamblea votó el 21 de
septiembre de 1793 que: "las mujeres que no lleven la escarapela tricolor serán castigadas,
la primera vez con 8 días de prisión; en caso de reincidencia, se les declarará sospe-
chosas" (metáfora de una inevitable condena a muerte).

Contrariamente a lo que se tiende a creer, la Revolución aportó muy pocos cambios a la


moda femenina, salvo el uso generalizado de los colores nacionales (tejidos, zapatos,
cintas, sombreros) o la chaqueta "a la Carmañola", o las modas contrarevolucionarias lanza-
das por los aristócratas después del Terror: "a la guillotina" o "a la víctima", todas de
corta duración. La moda dominante, aparecida en 1780, fué la de la simplicidad y, a partir
de 1790, una cierta tendencia a la moda "pastoral", copiada del traje popular.

* Brumário: mes del calendario republicano francés que va del 23 de octubre al


21 de noviembre.
Pág. 23

Por lo que respecta a las artes, un decreto de la Convención de 1791 proclamó la libertad
en los espectáculos. Inmediatamente se abrieron en París más de 60 teatros en los que
se representaron, sólo durante el Terror, 250 obras de 140 autores, entre ellos un gran
número de mujeres. Se estima que las mujeres escribieron durante el periodo revolucionario
unas 900 piezas de teatro, inspiradas en los acontecimientos de la época o en sus propias
reivindicaciones. Muchas fueron representadas, como Olympe de Gouges o Isabelle de Cha-
rrlère, por no citar más que dos.

Si bien la producción de todos estos autores, tanto mujeres como hombres, raramente fué
de calidad, el análisis de las obras femeninas sacaría a la luz la sensibilidad de sus
autoras y su percepción de los acontecimientos que vivieron.

Entremezcladas con obras de Mozart y de Haydn, las 18 salas de conciertos parisinas ofre-
cían siempre las mismas banalidades. Las músicas, más numerosas que los artistas mas-
culinos, desarrollaron el naciente gusto por el piano, como Hélène de Montgeroult quien,
conducida ante el tribunal de salud pública y condenada a la guillotina, fué indultada
in extremis después de haber aceptado tocar la Marsellesa. Entre tanto, Marie Grosholtz,
la célebre Madame Tussaud, preparaba su museo de cera.

Hubo compositorias, como Emile Candeille y EdméeSophie Gali (ver Mujeres y Música, Su-
plemento de Mujeres de Europa N° 22) y pintoras, como la célebre Madame Vigée Le Brun
o Adélaïde Labille-Guiard. Otras, cantantes y actrices como Mademoiselle Maillard, la
mejor actriz de la Opera, ilustraron con su excepcional talento el periodo más floreciente
de la historia del arte de finales del siglo XVIII. Aún así, la Revolución cerró en 1792
la Real Escuela de Danza.

La educación, encerrada en la arcaica carcasa de los "deberes" femeninos, suscitó muy


poco interés, al menos entre las mujeres del pueblo. Las clases burguesas la convirtieron
por un tiempo en su caballo de batalla pero, siguiendo las ideas de Rousseau, amigo pérfi-
do, para el que las mujeres debían dedicarse a su papel de madres y esposas, el tema
de la educación se olvidó por completo al llegar el Imperio. Impregnadas del sentido del
deber y a pesar de algunos tímidos esfuerzos (Mme. de Rémusat), las mujeres se mantuvie-
ron en su condición de dependencia del marido y de la sociedad.

En el pensionado de las ciudadanas Bruté, madre e hija, se repartía un prospecto impreso


en 1792 que no necesita comentarios: "El fin de la educación, particularmente la de las
chicas, es desarrollar su razón, ejercitar su memoria, iluminar su espíritu y dirigir su
juicio, con el fin de ponerlas en situación de ser utiles a la patria, a ellas mismas, y
de convertirlas en madres de familia veneradas por sus virtudes, respetadas por sus costum-
bres, apreciadas por su talento, estimadas por su conducta, amables por su carácter y
encantadoras por el adorno de su espíritu".

De hecho, la Revolución produjo en las mujeres un espíritu de independencia creadora.


Quizás esta sea la única adquisición que ellas conservaron más allá de la Revolución,
abriendo así la ruta literaria de una Georges Sand o de Marie d'Agoult. Así mismo, si
bastantes se pronunciaron sobre la política de su tiempo, como Madame de Staei, o juzgaron
su época, como Madame de Duras: "esta sociedad cruel que me hace responsable del mal
que, ella sola, ha hecho", otras escribieron sobre casi todos temas del espíritu, incluso
los de la ciencia y la educación, como así lo testifican las obras de la Condesa de Genlis.
Pág. 24

D E S P U E S DE L/\ R E V O L U C I Ó N

Recordemos que el 2 de septiembre de 1791, la Asamblea Constituyente decretó por unani-


midad esta resolución: "se hará un código de leyes civiles comunes para todo el reino".
La unificación legislativa fué una feliz medida. Bajo el antiguo Régimen, las leyes variaban
de provincia en provincia, e incluso de unaaldea a otra. Siempre bajo la influencia de J.
J. Rousseau, no se hablaba más que de "derecho natural".

Toda la legislación, simplicada al extremo, debía fundarse sobre este "derecho natural"
y aplicarse indistintamente a la humanidad entera.

La persona encargada de readactar este "código de la Naturaleza, sancionado por la Razón


y garantizado por la Libertad" fué Cambacérès. De retoque en retoque, de actualización
en actualización, a finales del año 1799 la Nación seguía sin Código Civil...

Bajo la influencia de Napoleón, las leyes sobre el divorcio fueron modificadas en favor
de los hombres. No se volvió a hablar de igualdad en la educación y cuando la constitución
fué a parar a los cajones de la historia, cualquier esperanza de ver reconocidos los dere-
chos de las mujeres se desvaneció.

En 1810 no sólo no quedaba nada de los efímeros derechos de las mujeres adquiridos du-
rante la Revolución, sino que éstas tuvieron que soportar el ostracismo por un comporta-
miento que, en otros tiempos, hubiera provocado la admiración. Durante la Revolución,
vestirse de hombre se consideraba prueba de patriotismo, pero bajo e i Imperio esta actitud
"las expone a los insultos y puede, según los casos, servir de pretexto para atacar sus
intenciones, así como sus costumbres", escribió el 24 de Septiembre el Conde Decazes,
Ministro Secretario de Estado del Departamento de la Policia General en el año 1818.

Convertido en primer Cónsul, Bonaparte no tenía la menor intención de realizar el código


de la naturaleza ni la de legislar por la humanidad. Más bien tenía la firme voluntad de
terminar io antes posible y, con el fin de obligar a los miembros del consejo de estado
encargados de la redacción del anteproyecto del Código a trabajar duro, presidió personal-
mente cincuenta y siete sesiones de las ciento cuarenta que celebró el Consejo, y se
ocupó de imponer sus ideas personales en los capítulos sobre el matrimonio y el divor-
cio.

Interviniendo en las discusiones - aunque el verdadero padre del Código Napoleónico fué
Cambacérès - el Primer Cónsul declaró: "¿Es que no quieren Vds. que las mujeres tengan
que prometer obediencia? ... Hay que encontrar una fórmula para el oficial del estado civil
que contenga una promesa de obediencia y de fidelidad para la mujer. Esta tiene que saber
que al salir de la tutela de su familia, pasa a la de su marido. ¡La obediencia! Esta pala-
bra es necesaria sobre todo para París, donde las mujeres se creen con el derecho de
hacer lo que quieren y no se preocupan más que de placeres y de "toilette" (ponerse gua-
pas). ¡Si no fuera porque envejecemos, no necesitaría mujeres!".

Más tarde, dijo: "La mujer da hijos al hombre; ella le pertenece como el frutal pertence
al jardinero".
Pág. 25

El Código napoleónico codificó todo lo anterior a cualquier ley escrita y el derecho canóni-
go, como el derecho civil se limitaron, en un princio,a constatarlo, antes de reglamentarlo,
aunque no conocemos jurisprudencia francesa alguna que disminuyera la obligación de obe-
diencia de la esposa al esposo; por el contrario, la obligación del marido de ofrecer a
ia mujer "todo lo que le sea necesario" es un delicado eufemismo y una protección bastante
ineficaz.

Por lo que respecta a la propiedad, la ley trataba a las mujeres como a los menores. Se
les prohibía firmar contratos sin el consentimiento de su marido o su padre, y bajo el
régimen de gananciales la mujer no tendrá derecho de fiscalización, de control ni de oposi-
ción a cualquier acto efectuado por su marido. Este podrá disponer de los bienes ganan-
ciales en beneficio de toda persona, precisaba el Código, sin que su mujer tenga, legalmen-
te, derecho a presentar objeción alguna.

Igualmente, ia mujer debía aceptar todas las deudas anteriores al matrimonio que tuviera el
marido, y, cualquiera que fuera su origen, se consideraban como deudas de la pareja, mien-
tras que el pago sus propias deudas se consideró de una forma mucho menos ventajosa.
Sin el consentimiento de su marido, la mujer no podía pedir un juicio ni defenderse; tampo-
co podía aceptar una sucesión, una donación o un legado, vender o hipotecar un inmueble,
etc. No podía marcharse de Francia, aunque fuera por un corto período, sin la autorización
de su marido. Por el contrario, el legislador portegió a la mujer de los peligros de la
pérfida correspondencia y de la tentación, autorizando al marido a leer su correo.

Finalmente, el sábado 29 de octubre de 1904 se produjo la reacción: en pleno barrio Latino,


las mujeres quemaron el Código Civil, protestando por la glorificación de principios que,
durante cien años, habían desposeído a ia mujer de toda capacidad. Aquel día, en presencia
del Presidente de la República, tanto juristas como intelectuales, los miembros del Gobierno
y del cuerpo diplomático ai completo, habían alabado la gran obra que comenzó con la
revolución y termino durante el Consulado: del Código Civil.

En 1926 se celebró en París el primer Congreso feminista internacional. Durante esta reu-
nión, organizada también contra el Código Napoleónico, y bajo la presidencia de la jurista
Suzanne Grinberg, abogadas de Francia, Bélgica, Holanda y Rumania, cuyas legislaciones
se basaban en el Código Napoleónico, colmaron de reproches a los que lo habían redactado,
quienes diseñaron un estatuto de la mujer que la clasificaba entre los incapaces, al lado
de los menores, de los alienados y de los condenados a cadena perpétua.

Esta es la herencia que las mujeres (la otra mitad del pueblo francés) recogieron de la
revolución: de hecho, una cita malograda, no sólamente con la condición social y política
sino igualmente con la emancipación femenina, porque, si bien es cierto que las reivindica-
ciones naturales de las mujeres de la Revolución se pueden aproximar a las ideas de
las feministas contemporáneas, el Código Napoleónico impidió cualquier desarrollo posterior
de las ideas feministas. Y si también es cierto que las leyes se inspiran generalmente
en los comportamientos sociales, la Comunidad Europea, por el contrario, siguió el camino
inverso al inscribir en el Tratado de Roma el principio de igualdad entre mujeres y hombres,
principio de obligada aplicación en todos los Estados miembros.
Pág. 26

Dominique Godineau, al final de su importante obra, "Les Citoyennes Tricoteuses" concluye:


"Las militantes del período revolucionario, las "tricoteuses" (tejedoras), dieron una realidad
a la ciudadana... aunque después se les olvidó, nosotras les debemos esta herencia".

Que la lección de 1789 produzca sus frutos y que las Europeas, utilizando instrumentos
jurídicos, políticos y socioculturales, la fuerza, la voluntad y la perseverancia, consigan
sus reivindicaciones.

Que la lúcida Olympe de Gouges, sólo por sus ideas, no tenga que seguir haciendo méritos
para obtener el reconocimiento de las mujeres. Herederas de sus Derechos, lo son también
del deber de continuar su trabajo desde que escribió, en 1789: "Dicen que mis ideas no
están suficientemente desarrolladas. Y el diamante que cae en las manos del joyero para
ser pulido, aunque en bruto, no es menos diamante..."

DÉCLARATION DES DROITS DE LA


FEMME ET DE LA CITOYENNE,

A décréter par l'Assemblée nationale dans


ses dernières séances ou dans celle de
la prochaine legislature.

P R É A M B U L E .

Les mères, les filles , les soeurs , repré-


sentantes de lanatioii,deinandentd'êtrc cons-
tituées en assemblée nationale. Considérant
q l'ignorance , l'oubli ou le mépris des
c'. its de la femme, sont les seules causes
des malheurs publics et de la corruption des
gouvernemens, ont résolu d'exposer dane
une déclaration solemnele , les droits natu-
rels , inaliénables et sacrés de la femme,
Pág. 27

L É X I C O

Pág- 2

Madame Roland (Manon Jeanne Phillpon) 1745-1793 : Casada con Roland de la Platière,
fué la musa de los girondinos de junio de 1791 a junio de 1793. Era una exaltada, pero
demostró un valor excepcional al ser guillotinada ei 18 de brumario*del año II de la Repú-
blica. Ella fué la que pronunció la célebre frase: "Libertad, cuantos crímenes se cometen
en tu nombre". (Ver bibliografía).

Michelet (Jules) 1798-1874 : El más importante historiador francés, profesor del Collège
de France. En 1833 se publicó su monumental Histoire de France y en 1847 el primer tomo
de su Histoire de ia Révolution française. (Ver bibliografía).

Restauración : Régimen político vigente en Francia durante los reinados de Luis XVIII y
Carlos X, desde la caída del imperio (1814) hasta la Revolución de Julio (1830).

Monarquía de Julio : Régimen de Francia desde 1830 hasta 1848. A finales de la Revolución
de 1830 - que se terminó en el mes de julio - la burguesía liberal sentó sobre el trono
de Francia al Duque de Orleans, con el nombre de Luis Felipe I.

Burke (Edmond) 1728-1797 : Miembro de la Cámara de los Comunes, gran orador, apodado
el "Cicerón británico". Uno de los más implacables enemigos de la Revolución francesa,
puso en guardia a sus compatriotas contra el contagio. (Ver bibliografía).

Taine (Hippolyte) 1828-1893 : Filósofo, crítico e historiador francés. Le debemos un Essai


de critique et d'histoire (1858) y Origines de la France contemporaine (1858-1893). (Ver
bibliografía).

Mortimer-Ternaux : Historiador del Terror, utilizó una documentación muy importante hoy
en día desaparecida. (Ver bibliografía).

Terror : Gobierno de hecho, basado en la fuerza y ia coerción. Comenzó el 10 de agosto


de 1792 y se terminó con la caída de Robespierre (el 10 de termidor* de 1794) con Danton,
personajes principales. Se le puede calificar de "paranoia represiva", hasta tal punto las
ejecuciones fueron masivas: 2.000 en París sólo en el mes de junio de 1794. La guillotina
funcionaba hasta seis horas al día. Durante este período murieron unos 500.000 presos
y unos 300.000 detenidos.

Lamartine (Alphonse de) 1790-1869 : Poeta francés autor de las Méditations poétiques y
de las Harmonies poétiques et religieuses (1820 y 1830 respectivamente), puso su talento
al servicio de las ideas liberales al escribir en 1847 la Histoire des Girondins.

Girondinos : Llamados también "Brissotins" en nombre del diputado Brissot, miembro del
grupo. Grupo político electo por el departamento de la Gironde, contaba con más de 150
diputados, de los 745 de los que se componía la Convención. Este grupo intentó evitar
la muerte del rey. El 31 de Octubre de 1793 fueron eliminados por la "Montagne**".

**Montagnards : Nombre burlesco con el que se conocía a los 120 diputados extremistas
de la cámara legislativa que se sentaban en los escaños más altos, a la izquiera de la
Asamblea. Entre ellos, Danton, Marat y Robespierre, responsables del Terror.

* Brumário: Ver nota al pié de la página 22


* Termidor: undécimo mes dei calendario republicano francés.

(5)
Pág. 28

Blanc (Louis) 1811-1882 : Publicista, historiador y hombre político francés nacido en Madrid.
En su Histoire de Dix ans" habla de un período del reinado de Luis Felipe (1811-1822).
(Ver bibliografía).

Esquiros (Henri-Alphonse) 1814-1876 : Literato francés autor de obras sobre Inglaterra.


(Ver bibliografía).

P á g . 3
Mujeres de la Halle (Mercado) : Barriga de París desde Felipe Augusto de Francia. Había
mercado de trigo, de pescado, de carne, de vinos, de cuero y de tejidos, generalmente
gestionados por mujeres que fueron las primeras insurrectas de la Revolución.

P á g . a

Mirabeau (Honoré Gabriel Rlquetti, conde de Mirabeau-Tonneau) 1749-1791 : Célebre por


la frase que dirigió a Dreuz-Brézé que le pidió que se retirara el 23 de junio al terminar
los estados generales, "Nosotros estamos aquí por deseo expreso de la nación; sólo la
fuerza bruta podría desmantelarnos", y no "Nosotros estamos aquí por la voluntad del pue-
blo; sólo saldremos por la fuerza de las bayonetas". Mirabeau encama la Revolución de
1789.

Orleans (Louis Philippe Joseph, Duque de) apodado Philippe Egalité (igualdad) (1747-1791)
Descendiente del hermano de Luis XIV. Se sospecha fuertemente que fomentó la toma de
la Bastilla y la marcha sobre Versal les. Aspiró a la corona de Luis XVI pero murió en
la guillotina el 6 de noviembre de 1793.

Palacio Real : Situado en el corazón de París, fué uno de los principales centros de la
Revolución. Entre sus jardines, albergaba teatros, cafés y casas de juego, permaneciendo
abierto toda la noche.

Lacios (Pierre Ambroise François Choderlos de) 1741-1803 : Autor de éxito de "Liaisons
dangereuses" (Relaciones peligrosas) eri 1792. Este título ilustra, paradójicamente, las
asombrosas complacencias de las que se beneficiaba el personaje más turbio de la Revo-
lución.

Maillard (Stanislas Marie) 1763-1794 : Pasante de alguacii, borracho, fracasado, el 5 de


octubre sugirió a las mujeres que habían invadido el Ayuntamiento de París que marcharan
sobre Versal les. Después, poniéndose a la cabeza del cortejo, se impuso improvisadamente
como portavoz de la asamblea.

P á g . 5
Estados generales : Asamblea representativa de tres órdenes: nobleza, clero y pueblo
llano. Luis XVI los convocó el 1 de mayo de 1789 pero no hizo ninguna reforma. Se atasca-
ron durante un mes con el procedimiento y una vez terminaron las sesiones, el pueblo
llano, negándose a abandonar la sala, proclamó la famosa república de Mirabeau. El 7
de julio, bajo la presidencia de Lefranc de Pompignan, la asamblea se dio el nombre de
Asamblea Nacional Constituyente, atribuyéndose así el derecho superior de hacer la consti-
tución y el de determinar los poderes del rey. Este acontecimiento es el origen político
de la Revolución.
Pág. 29

P á g . 6

Georges Rudé : Historiador de la Revolución francesa y profesor de historia de la Univer-


sidad Concordia de Montreal. (Ver bibliografia).

Hardy (Simon) : Realizó un diario manuscrito de los acontecimientos de la víspera y el


principio de la Revolución de Paris. "Mes ioisirs, ou journal d'événements tels qu'ils par-
viennent à ma connaissance" (mi tiempo libre, o diario de los acontecimientos tal y como
llegan a mis oídos), MS. en 8 volúmenes. París, 1764-1789. Biblioteca Nacional. Fonds
français, Nös. 6680 a 6687.

Assignats (papel moneda): Emisión de billetes "asignados" sobre los bienes de la Iglesia,
al decidir la Constituyente vender dichos bienes. Esta emisión de papel moneda provocó
la más colosal pérdida de valor frente a la moneda en metal.

Fersel (Axel, Conde de) 1755-1810 : Oficial sueco perdidamente enamorado de María Anto-
nieta. Perparó la fuga a Varennes e intentó salvar a la familia real encerrada en la prisión
del Tempie (templo).

P á g . "7

Federados : Nombre por el que se conoce a los 20.000 guardias nacionales provinientes
de toda Francia para celebrar el 14 de julio de 1792 y que jugaron un importante papel
en la insurección del 10 de agosto de 1792.

Seccionarios : Miembros de las 48 secciones que formaban, por decreto de la Constituyente


del 21 de mayo de 1790, los distritos de París.

Goncourt (Edmond, 1822-1896, y Jules, 1830-1870, Huot de : Escritores franceses. Edmond


reunía en el granero de su hotel de Auteuil a un pequeño cenáculo, germen de la famosa
Academia Goncourt. (Ver bibliografía).

P á g . 8

Periódico "Actes des Apotres": Fundado por Peltier, este órgano de la monarquía se publicó
desde el 3 de noviembre de 1789 hasta octubre de 1791. Sus redactores, Suleau, Mirabeau
y Rivarol, ridiculizaban a los partisanos de la Revolución.

"Club" : Palabra de origen inglés que designó, a partir de 1788, a las sociedades en las
que se discutía de política. En estos clubes, los diputados prepararon los debates para
los Estados Generales.

Carlyle (Thomas) 1795-1881 : Historiador y crítico inglés. Uno de los primeros que escri-
bió una historia de la Revolución francesa que vivió una curiosa aventura. Después de
haber terminado el manuscrito de la historia de la Revolución, le dejó distraídamente sobre
su escritorio. Su asistenta, con ánimo de poner orden, pensó que se trataba de viejos
papeles y los quemó. Carlyle necesitó diez años para volver a escribir su historia. (Ver
bibliografía).

Pauline Léon : Nació en París el 28 de septiembre de 1768. Vendedora y fabricante de


chocolate, solicitó, el 6 de marzo de 1792, que las parisinas tuvieran derecho a formar
una guardia nacional femenina. Se casó con el rabioso Ledere. Ambos fueron detenidos
y luego puestos en libertad el 4 de fructidor (duodécimo mes del año revolucionario francés)
del año II. La historia no volvió a hablar de ellos.

Club de los Jacobinos : El más célebre club de la Revolución. Fundado por los diputados
bretones durante los Estados Generales, se estableció en octubre de 1789 en el convento
de los Jacobinos (dominicanos) de la rue Saint-Honoré. Obtuvo 200 diputados, 155 sucursa-
Pág. 30

les en provindas y 1.200 afiliados en París. Acusados de los excesos del Terror, la Con-
vención declaró su disolución el 12 de noviembre de 1794.
Buzot (François Nicolas Léonard) 1760-1794 : Diputado del pueblo llano y voz de Madame
Roland de la que estaba enamorado. Propuso la disolución del club de los jacobinos y
se suicidó después de la ejecución de su amiga.

P á g . 9

Chaumette (Pierre Gaspard, llamado Anaxágoras) 1763-1794 : Uno de los dirigentes del
"Club des Cordeliers". Homosexual, sentía un odio feroz por las prostitutas, pronunció
el 1 de octubre de 1793, en pleno Terror, un terrible requisitorio contra las mujeres públi-
cas que la Convención juzgó excesivo. Murió guillotinado en París el 13 de abril de 1794.

Robespierre (Maximilien Marie Isidore de) 1755-1794 : Sin lugar a dudas el personaje más
misterioso de la Revolución, un enigma para los historiadores. ¿Fué el alma de la revolu-
ción, hasta el punto de llevar el título de Incorruptible? ¿Fué el monstruo sanguinario
que retrata Aulard? Robespierre planteará, aún por mucho tiempo, numerosas cuestiones
a la historia, incluso el enigma de su muerte: el atentado del gendarme Merda que le rompió
la mandíbula de un golpe de pistola pasa aún por una tentativa de suicidio. Un simple
control de identidad le envió al cadalso el 28 de julio de 1794 (el 10 de termidor) fecha
del final del Terror.

Lacombe (Claire, llamada Rose) 1765-después de 1798 : Actriz de provincia, Claire utilizó
su talento de cómica, dicen, para excitar a las masas y conducirlas al asalto de las Tulle-
rías, el 10 de agosto de 1792. Dirigió la Sociedad fundada por Pauline Léon contra los
jacobinos. El 26 de agosto de 1793, se batió junto con sus compañeras contra tas vendedo-
ras de ia Halle (mercado). El 30 de octubre de 1793, el Comité de Salud Pública, harto,
ordena el cierre de la "Société Claire Lacombe". Detenida el 31 de marzo de 1795 y libera-
da en agosto del mismo año, actuó en Nantes en 1796. Después desapareció de la escena
sin que se sepa lo que fué de ella.

Convencionales : El 21 de septiembre de 1792 la Asamblea Constituyente cambió su nombre


por el de Convención, imitando a los Estados Unidos. La Convención estuvo dominada por
los Girondinos hasta el 2 de junio de 1793 y votó la muerte de Luis XVI. Después los
montañeros (montagnards) instalaron el régimen del Terror hasta el 9 de termidor (ver nota
al pié de la pág. 27) del año II (1794). Luego, en manos de los que acabaron con Robes-
pierre, se la llamará, equivocadamente, "reacción termidoriana". La Convención desapare-
ció el 26 de octubre de 1795.

P á g . I O

Desmoulins (Camile) 1760-1794 : Abogado de París, el 12 de julio de 1789 anunció, subido


a una mesa del Palacio Real, la destitución de Necker, Ministro de Luis XVI, provocando
así la masacre de los patriotas. El 14, está entre los vencedores de la Bastilla. Miembro
del Club des Cordeliers, fué amigo de Danton, junto al que fué guillotinado. Podemos com-
parar a Desmoulins con el típico periodista moderno de verdadero talento, que comprendió
demasiado tarde los desenfrenos de la Revolución.

Condorcet (Jean Antoine Nicolas de Carl lat, marqués de) 1743-1794 : Matemático, el " ú l -
timo de los filósofos" según Michelet. Sus generosas ideas nunca fueron escuchadas por
estar contra la corriente de la Revolución. Su excelente proyecto sobre instrucción pública
no fué tenido en cuenta. Detenido en Clamart y encerrado en Bourg-la-Reine, terminó enve-
nenándose.

La Harpe (Jean-François de) 1739-1803 : Amigo de Voltaire, La Harpe, temible crítico litera-
rio abrió un curso de literatura en vísperas de ia Revolución, su obra principal se editó
en 16 volúmenes.
Pág. 31

Talleyrand­Pérlgord (Charles Maurice de) 1754­1838 : El Diablo Cojo (tenía un pié deforme)
es, en la historia de Francia, o el mejor estratega, político y hombre de Estado, o el mayor
veleta que se preocupaba sólo por sus Intereses. Desde 1780 hasta su muerte estuvo mez­
clado en todos los regímenes, en todas las intrigas, en todos los compromisos. Traicionó
a todos sus amigos, como a sus enemigos, pero siempre se mantuvo fiel a Francia.

P á g . 17

Malesherbes (Guillaume Chrétien de Lamoignon de) 1721­1794 : Primer Presidente del Tribu­
nal de Impuestos y Director de la Librería en 1750. Protegió a ios filósofos y dejó divulgar
la Enciclopedia. El 13 de diciembre de 1792 se ofreció, junto a Tronchet y de Sèze, a
defender al rey. Era un viejo de 73 años acompañado por su hija y sus nietos cuando
subió al cadalso.

Fouguier­Tlnvlle (Antoine Quentin Fouquler, llamado) 1746­1795 : O scuro personaje que


se convirtió el 13 de marzo de 1793 en uno de los sustitutos del acusador público del
tribunal revolucionarlo y que pasó a ser acusador titular reemplazando a Faure. Durante
16 meses ejecutó a María Antonieta, a los girondinos, a Bamave, a los "Hébertistes",
a Danton y a sus amigos, y, finalmente, a su jefe: Robespierre. Durante su juicio, que
duró 39 días, pretendió que se había limitado a cumplir la ley. Finalmente subió a la gui­
llotina el 7 de mayo de 1795.

P á g . 18

Directorio : Régimen de Francia que duró desde el 26 de octubre de 1795 hasta el 10 de


noviembre de 1799.

P á g . 2 0

Guerras de Vendée (Poitou) : El 3 de marzo de 1793 toda la Vendée se inflama. La razón


de esta insurección realista, contrarevolucionaria y católica, fué la leva de 300.000 nombres
votada por la Convención el 23 de febrero de 1793. Hasta 1796, la Vendée será devastada,
a fuego y sangre, por 12 columnas infernales bajo las órdenes de Turreau. La caima
volvió después de la caída de Robespierre, cuando Hoche obtuvo, en 1796, la rendición
de los "blancos" (realistas), al acordar la amnistía de ios "azules" (republicanos).

P á g . -2.Λ

Carrier (Jean­Baptiste) 1756­1794 : Procurador de la ciudad de Auri I lac, enfermo de locura


criminal, que mostrará rapidamente en toda su amplitud. Enviado el 14 de agosto para acabar
con la insurección realista de Nantes, organizó ahogamientos por centenas, inventando
los "barcos a válvulas". El número de sus víctimas se estima en 10.000. Finalmente, fué
guillotinado en París el 16 de diciembre de 1794. Este "misionero del Terror" declaró, según
Michelet, durante su interrogatorio: "Aqui todo es culpable, hasta la campanilla del Presi­
dente".

P á g . 2 4

Cambacères (Jean­Jacques Régis de) 1753­1824 : Miembro electo del "Conseil des Cinq­
Cents" (Consejo de los quinientos), después Segundo Cónsul, desempeño un papel mucho
más Importante junto a Napoleón, que el que desempeño durante la Revolución, donde no
dejó huellas. Fué el encargado de preparar el Concordato y su participación en la redacción
del Código Civil fué considerable.
Pág. 32

C R O N O L O G I A S U C I N T A

Antes de los Estados Generales : Cuadernos de quejas (cahiers de doléances) y petición


de las mujeres.

5 de mayo de 1789 : Apertura de los Estados Generales

14 de julio de 1789 : Toma de la Bastilla.

26 de agosto de 1789 : Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.

27 de agosto de 1789 : Confirmación de la Ley Sálica.

5 y 6 de octubre de 1789 : Las mujeres van a Versal les. El Rey es traído a Paris.

22 de diciembre de 1789 : Se excluye a las mujeres del derecho electoral.

Enero de 1790 : Théroigne de Méricourt funda el Club de Amigas de la Ley.

23 de febrero de 1790 : Abolición de las órdenes monásticas.

3 de julio de 1790 : Condorcet se pronuncia sobre la admisión de las mujeres al derecho


de ciudadanía.

14 de julio de 1790 : Federación nacional.

Noche del 15 ai 16 de abril de 1791 : Arresto de Th. de Méricourt por el caballero de


Valette, por orden de los austríacos.

Marzo de 1791 : Etta Palm d'Aelder funda el Club patriótico y la Sociedad patriótica de
beneficencia de las Amigas de la Verdad.

8 y 15 de abril de 1791 : Abolición de los derechos feudales, abolición del privilegio


de masculinidad.

21 de junio de 1791 : Fuga de la familia real.

17 de Julio de 1791 : Masacre en el Campo de Marte.

Se decreta el arresto de Etta Palm.

Olympe de Gouges: Declaración de los Derechos de la Mujer y de


la ciudadana.

30 de septiembre de 1792 : Fin de la Asamblea Constituyente.

Desarrollo de los Clubs femeninos.

10 de agosto de 1792 : Toma de las Tul lerias, insurección de la Comuna de París.

30 de agosto de 1792 : Ley sobre el divorcio.

1792 : Masacres de septiembre.


Se excluye a las mujeres de las elecciones a la Convención (sufragio universal).
Pág. 33

20-25 de septiembre de 1792 : Se admite a las mujeres como testigos civiles.

21 de enero de 1793 : Ejecución de Luis XVI.

Febrero-Marzo de 1793 : Primera coalición.

10 de mayo de 1793 : Sociedad de Republicanas-Revolucionarias.

31 de mayo-2 de junio : Insurección parisina; fin de los Girondinos.

24 de junio de 1793 : Voto de la Constitución llamada de 1793. Las mujeres pierden sus
derechos políticos.

13 de julio de 1793 : Asesinato de Marat.

16 de octubre de 1793 : Ejecución de María Antonieta.

20 de octubre de 1793 : Disolución de los Clubs de mujeres.

Noviembre de 1793 : Ejecución de Olympe de Gouges y de Madame Roland.

Diciembre de 1793-enero de 1794 : Delegación de mujeres para pedir la libertad de los


prisioneros retenidos sin razón.

Abril de 1794 : Ejecución de Danton y de Chaumette y arresto de Claire Lacombe.

28 de julio de 1794 : Ejecución de Robespierre y de Saint-Just.

Abril-mayo de 1795 : Insurección popular. El 4 de pradial (24 de mayo) del año I l i : prohi-
bición a las mujeres de asistir a asambleas políticas.

26 de octubre de 1795 : Fin de la Convención.

* * *
Pág. 34

B I B L I O G R A F I A

Ei predominio de documentos franceses no es debido a una elección arbitraria,


sino al origen histórico de unas fuentes que no podíamos, evidentemente, evitar.
En todo caso hemos indicado, cuando ésto ha sido posible, la o las traducciones
en los otros idiomas así como sus ediciones. Con el fin de facilitar la investiga-
ción hemos respetado igualmente el título de las diferentes ediciones de una misma
obra, incluso las más antiguas, y ia ortografía de los nombres y apellidos de
los autores.

(6)
p. 35

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CUADERNOS DE MUJERES DE EUROPA

"MUJERES DE EUROPA", bimestral., se pubLica en Las nueve Lenguas de La


Comunidad Europea, iguaL que Los cuadernos de "MUJERES DE EUROPA".
Los números disponibLes en este momento son Los siguientes :

Na 22 - La Mujer y La Música (1985)


Na 23 - IguaLdad de Oportunidades (2 a Programa de Acción 1986-1990)
Na 25 - EL Derecho Comunitario y Las Mujeres (1987)
a
N 26 - Mujeres y Hombres de Europa en 1987)
Na 27 - Mujeres de Europa : 10 años (1988)
Na 28 - La Mujer y La TeLevisión en Europa (1988)
a
N 29 - Las Mujeres en La AgricuLtura (1988)
Na 30 - La Mujer en cifras (1989)
Na 31 - La Atención a La infancia en Las Comunidades Europeas 1985-1990
a
N 32 - Mujeres en Hungría (1991)

"MUJERES DE EUROPA" y sus cuadernos se envían reguLarmente a todas Las


personas que Lo soLiciten (responsabLes de asociaciones femeninas,
parLamentarios, sindicaListas, periodistas, bibLiotecas, centros de
investigación, servicios ministeriaLes, etc), especificando su foco
de interés.

ResponsabLe : Fausta DESHORMES LA VALLE


Jefa deL Servicio Información Mujeres
200, rue de La Loi
1049 - BRUXELLES (BeLgique)

ISSN 1012-1897
Número de catáLogo : CC-AG-91-002-ES-C

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