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En la perspectiva de un(a) psicólogo(a) en formación, qué sugiere el argumento

de W. Ospina de que una parte significativa de los problemas del país se deban a
las actitudes de desprecio de las clases dominantes frente a la mayoría de la
población.
Paula Andrea Guzmán Lozano
Universidad Nacional de Colombia
Desde el principio de los tiempos siempre ha existido una gran discriminación
proveniente de los que tienen el poder hacia los que se ven obligados a seguir sus
órdenes. El ser humano es por naturaleza un animal de competencia, pero que aún así,
como cualquier otro, necesita de los demás para poder subsistir, es bien sabido que las
clases dominantes, junto con la democracia, son fundamentales para el buen
funcionamiento de la sociedad y la toma de decisiones de la misma, pero en realidad
nunca ha habido una participación política, económica y social, imparcial por parte de las
clases dominantes y que reconozca a toda la población de un país como iguales, podemos
recordar como ejemplo la época colonial en la que los españoles miraban con desprecio a
los criollos, indios y esclavos negros, a algunos ni siquiera los consideraban seres
humanos, tampoco velaban por sus derechos, al igual que ahora, se aprovechaban de ellos
y de esta desigualdad para hacerse aún más ricos y poderosos, es por esto que podemos
observar que este desprecio es también algo intrínseco y hereditario que lastimosamente
sigue en nuestra cultura hasta el día de hoy, pareciera que a las clases altas les generara
repulsión la población humilde, una ironía si pensamos de donde proviene la mayor parte
de sus ingresos y que sin el resto de la población las clases dominantes serían
simplemente inexistentes.
El argumento de W. Ospina nos da a entender la desigualdad en la que está sumido el
país, ahora es muy común ver a personas viviendo en las calles, suplicando por comida
en los semáforos, incluso niños trabajando para poder comer en lugar de estar estudiando
como cualquier niño debería estar y el Estado, que se supone es el que debe proteger a
toda la nación, se deja llevar solo por lo que quieren unos pocos gracias a su poder. Nos
damos cuenta de que aquí todos hacen lo que sea por sus propios intereses, el egoísmo y
la falta de empatía es como un virus que ataca a nuestra sociedad y no nos permite pensar
en un bien común, debido a que a veces la moral y lo que se cree que es lo correcto no es
suficiente cuando se quiere alcanzar una meta individual, a pesar de que se sepa que la
forma de alcanzar esa meta va a afectar a muchos, es por esto que también existe la
corrupción, cualquier cosa que represente una ventaja será tomada sin necesidad de
recurrir a lo que es “justo” y entonces simplemente no hay garantías con las mismas
oportunidades para todos. Se ve muy bonito la cantidad de promesas con la población,
escritas en un papel, pero cuando se arrebatan los sueños de muchas personas por el
hecho de no haber nacido en un lugar privilegiado, cuando ni siquiera lo que tienen como
derecho natural se cumple, entonces nos damos cuenta que el problema no son los pobres,
es la desigualdad.
La causa de esta falta de empatía es también la exclusión a la población con menos
recursos por parte de las clases dominantes, derivada de una vergüenza generalizada de
sus propias raíces y del país, es aquí cuando los ricos que quieren ser más ricos también
quieren ser extranjeros en su propia tierra, porque el sentimiento de pertenecer a un país
tercermundista los hace automáticamente inferiores, porque para ellos la humildad
también es símbolo de ignorancia y falta de clase y la diferencia cultural es inconcebible;
todas la personas que pasen por sus vidas deben ser clasificadas por medio de su cultura,
ingresos, familia, poder, etc. Los que no cumplen con sus mismos requisitos simplemente
son inferiores y por lo tanto no merecedores de solidaridad, respeto y mucho menos de
igualdad, lo que no les permite ver sus deberes con la población como miembros activos
de la sociedad, y aún así se quejan de la inseguridad que golpea al país, no reconocen su
propio error en esto, ni se dan cuenta que la delincuencia muchas veces es lo único a lo
que pueden recurrir estas personas a las que cada vez más dejan de lado y ven como una
plaga a la cual tienen ignorar ya que no la pueden destruir. Es entonces cuando nos
preguntamos ¿dónde está la dignidad a la que tiene derecho cualquier ser humano? La
respuesta es que no existe, almenos no en todos, la dignidad ahora depende de los
privilegios individuales a los que se tenga acceso principalmente derivados del poder
económico.
En conclusión, la sociedad se ve afectada debido a una inmensa desigualdad social que se
deriva de la gran arrogancia y egoísmo de unos pocos, que logran controlar el país gracias
a sus privilegios y que utilizan cualquier oportunidad para desangrar a la población a
favor de sus intereses individuales, sin importar los daños causados a los demás, porque
que estos últimos son una población discriminada y excluida, una población que los
avergüenza, una población que desprecian y que no merece dignidad ni derechos, y que
aún así es la población que les permite estar donde están. Las personas con pocos
recursos deberán seguir luchando en contra de esta corriente y subsistiendo a pesar de que
cada cosa está en su contra, esperando el día en el que no solo un gobierno, ni unas leyes,
ni una constitución cambien, sino toda una sociedad y toda una forma de pensar y que por
fin se le den las oportunidades que por el simple hecho de ser colombianos merecen, que
se reconozca su dignidad y su valor. Esperamos un día en el que el orgullo de ser
colombiano sea un sentimiento general, que nos llene de amor a la patria y a una sociedad
empática e incluyente, donde no pensemos que por no hacer el mal estamos haciendo el
bien, sino que generemos acciones que ayuden a todos, un día en el que el país no ignore
sus problemas sino que los enfrente con fuerza y con la frente en alto, un día en el que
cada uno de nosotros tengamos la plenitud en nuestros corazones de saber que estamos
contribuyendo y nuestras acciones no lastiman a personas inocentes.
Bibliografía:
Ospina, W. (1996). ¿Dónde está la franja amarilla? Bogotá: Norma.

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