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LA COMUNA DE PARÍS (1871) COMO UTOPÍA

Felipe Aguado Hernández

La Comuna de París de 1871 es uno de los acontecimientos más importantes en la historia


contemporánea en general. Particularmente es decisiva y paradigmática para el movimiento obrero y
para todas aquellas personas interesadas en la transformación profunda de la sociedad. Los
acontecimientos concretos se extendieron entre el 18 de marzo del 1871 al 28 de mayo del mismo año.
Actualmente, ciento cincuenta años después de la revolución comunera, aún despierta interés y, además
de las interpretaciones clásicas, hoy podemos añadir análisis que nos permiten reconocer en la Comuna
el primer momento histórico contemporáneo en que un pueblo pone en marcha una sociedad utopista. Es
lo que intentamos con el presente trabajo

I.CONTEXTO. ANTECEDENTES

Como escribe Freymond (1973, I, 7): La comuna no se entiende sin un conocimiento profundo
del período que la precede, es decir de los años1860-1870. En efecto, ningún acontecimiento histórico se
produce espontáneamente. Viene precedido del desarrollo de múltiples factores y acontecimientos de
carácter económico, social y político. Eso ocurre, obviamente, con La Comuna de París del 1871.
Ha habido historiadores y comentaristas que la han interpretado como una reacción emocional y
visceral de los parisinos ante las tribulaciones y las miserias derivadas de la Guerra Franco-Prusiana del
70-71, que terminó con una tremenda derrota de los ejércitos franceses, mal dirigidos y preparados,
frente a los prusianos. Toda guerra es de por sí un fracaso humano, y los sufrimientos que conlleva
afectan principalmente al pueblo trabajador. Eso ocurre en Francia tras el desastre militar y el fracaso
político que supuso para el orgulloso Imperio de Napoleón III.
La derrota militar, no obstante, no explica por sí sola la revolución del 71 en París y en otros
lugares de Francia. Hay una crisis económica subyacente desde el 1867 que frenó el desarrollo sostenido
de la industria y el comercio desde 1848. Se trata de una de las crisis cíclicas del capitalismo, que se
observan con absoluta nitidez en el S. XIX. El desarrollo económico fue acompañado de la pauperización
de los trabajadores. Lo comprobamos en los documentos de la época y lo leemos con nitidez en el
Manifiesto de la Asociación Internacional de Trabajadores de 1864, más conocido como El Mensaje
inaugural de la Internacional, elaborado y expuesto por Marx, en una asamblea pública en Londres: Es
un hecho de la máxima importancia que la miseria de la masa de los trabajadores no ha disminuido de
1848 a 1864, período que sin embargo se distingue por un desarrollo sin par de la industria, por un
crecimiento inaudito del comercio (Freymond, 1973, I, 43). En el Manifiesto se detallan las miserables
condiciones de alimentación, de salud, de las condiciones del trabajo, especialmente el infantil, de la
vivienda… de los trabajadores.
Desde 1852, el Imperio bonapartista se convierte en el reino de los negocios y las sombras,
como escribía Marx en El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Se asiste a una profunda transformación del
capitalismo. El 18-X-1852, Proudhom escribe a Ch. Edmond: He aquí lo que puedo deciros como
seguro, después de una observación atenta, en París, y en nuestros departamentos, desde hace cuatro
meses: La economía de la sociedad se transforma totalmente. ¡He ahí el hecho! (Dólleans, 1969, 231).

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El capitalismo inicial, individualista, de los famosos “capitanes de industria”, se va transformando en
capitalismo monopolista de cada vez más grandes y anónimas corporaciones mineras, ferroviarias, de
transporte marítimo, del crédito…, una enorme expansión industrial apoyada por la administración
pública. Basta recordar la transformación de París, impulsada por el prefecto Haussmann, que remodela
profundamente la ciudad, enviando a las clases proletarias a la periferia. Algo parecido sucede en otras
ciudades. El crecimiento medio anual subió al 3,5% de 1830 a 1848 y al 5% entre 1851 y 1870. La
industrialización de Francia se consuma durante el Segundo Imperio. La desigualdad, como señala
Piketty (2019, 162), no sólo no decrece durante el S. XIX, sino que se acentúa: Concretamente, si
consideramos Francia en su conjunto, se puede constatar que la participación del percentil superior de
la distribución (el 1 por ciento más rico de la población) en el total de la propiedad privada era de
alrededor del 45 por ciento en 1800-1810, frente al 55 por ciento aproximadamente en 1900-1910. En el
gráfico que acompaña esas líneas, observamos cómo entre 1850 y 1880 el 1% más rico llegó a poseer
entre el 55 y el 60% de toda la propiedad privada.

El desarrollo económico, no acompañado de otro social paralelo, provocó la movilización y las


luchas de los trabajadores, que fueron creciendo en extensión e intensidad hasta el 68-69, fecha en que la
crisis económica del 67 profundiza la crisis social y provoca una gran explosión de luchas obreras en
Francia y en toda Europa. Los testimonios e informes son numerosos (ver Freymond, 1973, pp. 7-40):
Algunas de las más importantes fueron las huelgas de la cuenca minera de Fureau, Gréasque, Gardanne,
Auriol, La Bouilladisse; en Bélgica, la huelga de Charleroi, brutalmente reprimida; en Ginebra, la huelga
de los obreros de la construcción, acompañada de manifestaciones y de solidaridad, con ecos en toda
Europa; las largas huelgas de los tejedores de cintas de Bale, de los algodoneros de Rouen, de los
tipógrafos de Ginebra, de la construcción de Lausana, de Leeswood en País de Gales, de los mineros de
Seraing y Framerie en Bélgica, de los mineros de St.-Etienne, Rive-de-Gier, Firminy, de las ovalistas (la
mayoría mujeres) de Lyon, de los ferrocarriles ingleses, de los sastres de Londres y París, de los
hilanderos de lana de Vienne (Isère). La represión de muchas de estas huelgas es brutal, provocando
muertos, heridos…
Las reivindicaciones de los huelguistas tienen el denominador común, como es lógico, de las
mejoras salariales, pero se van introduciendo otros objetivos respecto a las condiciones de trabajo, que
son horribles en general, respecto a la jornada laboral (se reivindican las diez horas de jornada), en
muchos casos se pide el reingreso de despedidos e incluso la legitimidad de la elección de representantes
de los trabajadores y la legalidad de las organizaciones obreras, generalmente, las cajas de resistencia.

Todo este movimiento no es comprensible sin un apoyo organizativo importante, que va


creciendo año a año. Se van creando sociedades de socorros mutuos, de solidaridad, de resistencia,
algunas de las cuales se van federando e incluso van convergiendo en sindicatos y en la Internacional.
La más notable de estas organizaciones, independientemente de las Trade-Unions británicas, es
la Internacional. Parece cierto que la Internacional no es la promotora de las huelgas, en general, aunque
las apoya y sus miembros participan. Pero como dijo el gran internacionalista y comunero, Varlin, (1977,
79): No fue la Internacional la que lanzó los obreros a la huelga, sino la huelga quien los lanzó a la
Internacional. Los obreros luchan y se movilizan desde sus centros de trabajo, pero pronto se van dando
cuenta de que necesitan contactos, apoyo, respaldo. Entonces, junto con otras formas organizativas,
aparece la Internacional a la que se adhieren. (Ver, Dólleans, 1969, pp. 256 y ss.). La Internacional va
creciendo año a año, y ya al final de los sesenta, mes a mes. De hecho, en Francia, antes del comienzo de

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la guerra, se constatan varias decenas de miles de adherentes a la Internacional, que se va extendiendo
por toda Francia y a Bélgica, Suiza, España, Italia, Alemania y, de forma más débil, a Austria, Holanda,
Dinamarca y EE.UU. Las Trade-Unions británicas no se incorporan a la Internacional, aunque a finales
de los sesenta se implican algo más.

Se ha dicho de La Comuna del 71 que fue un movimiento espontáneo, surgido de la


desesperación, que impulsó formas organizativas y reivindicaciones radicales. Nada más lejos de la
realidad. Es cierto que La Comuna fue una explosión popular, pero detrás de ella, como acabamos de ver,
hay años de luchas, acompañadas de desarrollo de formas organizativas y de creciente conciencia social
y política. Las luchas obreras arrancan casi siempre con reivindicaciones de mejoras salariales o contra
los despidos, pero pronto aparecen reivindicaciones sobre el derecho de asociación o de confederación,
reprimidas duramente en muchas ocasiones. La Internacional, en sus congresos de Bruselas (1868) y
Basilea (1869) se pronuncia a favor del cooperativismo así como de la apropiación colectiva de la tierra,
de las minas, las canteras, los bosques, los medios de transporte; auspicia la organización internacional y
la creación de sociedades de resistencia; apoya la educación universal y laica a cargo de la sociedad y el
trabajo y la igualdad de las mujeres respecto de los hombres. No se toman resoluciones respecto de las
dos últimas cuestiones, pero Varlin, su gran promotor, obtiene un gran respaldo. Varlin escribió: pedimos
que la enseñanza se adjudique a la sociedad, una sociedad verdaderamente democrática, en la que la
dirección de la enseñanza sea la voluntad de todos (Varlin, 1977, 28) y más adelante: de hecho las
mujeres desempeñaron un noble y poderoso papel en el movimiento (Id., 81). Pero esos objetivos no lo
son sólo de la Internacional como organización, sino que se proyectan en la ciudadanía, como bien
muestra el programa que los internacionales proponen a los electores para las elecciones generales de
1869 en Francia:
El pueblo soberano debe él mismo hacer el programa…y elegir entre los ciudadanos a aquellos
que le parezcan más aptos para expresar su voluntad…los mandatarios deberían ser siempre
revocables…y que cada año se les ratifique o no por sufragio universal…
He aquí las reformas que creemos urgentes:
1. Supresión de los ejércitos permanentes…
2. Separación Iglesia y Estado…
3. Reforma general de la legislación; elección de la magistratura por sufragio universal;
establecimiento del jurado...
4. Enseñanza laica e integral, obligatoria para todos y a cargo de la nación…
5. Supresión de los privilegios ligados a los grados universitarios.
6. Libertad de asociación.
7. Libertad de reunión sin restricciones.
8. Libertad de prensa, de imprenta y de librerías…
9. Libertad individual garantizada…
10. Establecimiento del impuesto progresivo; supresión de los impuestos indirectos…
11. Liquidación de la deuda pública.
12. Expropiación de todas las compañías financieras y apropiación por la nación, para
transformarlas en servicios públicos, de la banca, de los ferrocarriles, transporte, seguros y
minas.
13. Los municipios, los departamentos y las colonias serán liberados de toda tutela en lo que
concierne a sus intereses locales y administrados por mandatarios libremente elegidos.

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Es notable la similitud de este programa con las decisiones adoptadas por La Comuna, que
pone claramente de relieve la continuidad entre los movimientos y la conciencia social anterior a
la Comuna y la desarrollada por ella.

Los internacionales no presentan candidatos propios a las elecciones sino que ofrecen su
programa a los republicanos que quieran adoptarlo, comprometiendo su voto por ellos. Aunque
las elecciones no las ganan los republicanos, la oposición obtiene tres millones de votos, el doble
de los obtenidos en las anteriores elecciones del 63. Esto provoca la radicalización de muchos
republicanos.

Otro hecho notable, que agiganta la conciencia política del pueblo parisino, es la gran
manifestación del 12 de enero del 70, en la que intervienen más de 100.000 personas. Se convoca
en protesta por la muerte Víctor Nin, periodista de La Marsellaise, un periódico progresista que
ha estado informando y apoyando todas las huelgas y protestas obreras. De su redacción forman
parte algunos internacionales. Es un acto claramente político contra la familia imperial, acusada
del asesinato del periodista, y contra un régimen corrupto. En la manifestación, junto con los
obreros, marchan también muchas mujeres. Jules Vallés escribió en El Insurrecto: Mujeres por
todos lados. ¡Gran signo!.

Por último, fue también muy importante la huelga de Creusot, bastión industrial del
imperio en 1870, con 10.000 obreros mineros y metalúrgicos. Schnaider, dueño del complejo
industrial, es también presidente de la Cámara Legislativa, lo que simboliza muy bien la
conexión capital-poder político. Los trabajadores, sometidos a condiciones espantosas de trabajo,
con salarios muy bajos, explotan en enero de 1870, abogando por la gestión obrera de su
montepio y la elección de representantes que negociaran con la empresa. Van a la huelga cuando
son despedidos tres de estos. Schnaider hace venir 3.000 soldados y ordena la vuelta al trabajo
para el día 23. Ese día se presentan sólo 123 trabajadores, lo que tiene una enorme repercusión
social y un gran eco en la prensa. La represión es brutal. El propio Varlin es detenido y
encarcelado. Todo ello provoca una solidaridad y un apoyo muy amplios entre el pueblo de París
y de toda Francia. Es de gran interés el “Comunicado a las mujeres del Creusot”, publicado en
La Marseillaise el 13 de abril de 1870: Ciudadanas: Vuestra actitud firme y enérgica, haciendo
frente a las insolentes provocaciones del feudalismo actual, es vivamente apreciada por los
trabajadores de todos los países, y nosotros nos vemos en la obligación de felicitaros (Varlin,
1977, 116).

II.LOS ACONTECIMIENTOS.

Cuando los trabajadores parisinos tomaron el cielo por asalto.

La Comuna duró 72 días, desde el 18 de marzo, fecha que se considera el comienzo de la


revolución, al 28 de mayo, cuando cae la última barricada, en la calle Ramponneau. defendida
finalmente por un solo confederado, durante un cuarto de hora, frente a decenas de soldados de

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Versalles. (Vamos a seguir los relatos de Dólleans, pp. 338 y ss., Lissagaray, pp.499 y ss., Varlin, pp.
137 y ss.).

El 4 de septiembre de 1870, tras la derrota militar del ejército imperial frente al ejército prusiano,
se proclamó la República en el Ayuntamiento de París, sin resistencia por parte del gobierno. El 28 de
enero, después de 5 meses de asedio de París, J. Favre, en nombre del gobierno francés, firma un
armisticio con el gobierno prusiano del canciller Bismarck, que a los ojos de los parisinos es una
capitulación vergonzosa. La Asamblea Nacional de Francia, reunida en Burdeos el 12 de febrero,
nombra a Thiers jefe de gobierno y firma la paz con Prusia el 1 de marzo. El acuerdo concede al
ejército prusiano el derecho a entrar en algunos barrios de París, lo que exaspera a los parisinos que
habían defendido la ciudad con uñas y dientes.

El paro, la miseria y el sufrimiento provocados por la guerra, unidos al estado de ánimo del
pueblo, decepcionado e indignado por la paz firmada, propician un sentimiento generalizado de
rebelión en la población de París. A partir del 15 de febrero se va reconstruyendo la Guardia Nacional,
un cuerpo de ciudadanos voluntarios, la mayoría obreros, no profesionales: Se van federando los
batallones, se redactan unos estatutos, se crea el Comité Central con 26 miembros elegidos por los
guardias. El 27 de febrero la Guardia Nacional recupera 227 cañones, que habían sido comprados por
suscripción popular para defender París, y que tenía custodiados el ejército. Aunque la Internacional
dudaba, Varlin y otros internacionales promueven su participación en las elecciones de la Guardia
Nacional (de hecho varios internacionales son elegidos para el C.C.) y en los posteriores
acontecimientos revolucionarios, que terminan asumiendo y promoviendo plenamente. Éste hecho es
muy importante pues imprime al movimiento comunero un carácter social revolucionario. La Comuna
quedó asociada en el imaginario popular, y también en el de los poderosos, a la Internacional.
Tenemos igualmente una situación de doble poder, típico de los momentos prerrevolucionarios como
ocurriría después en Rusia en el 17 o en Mayo-68 (Aguado, 2017 pp. 65-66 y 2018, pp. 67 y ss.)

El 18 de marzo Thiers ordena al ejército ocupar ciertos barrios y enclaves de la ciudad, así como
recuperar los cañones. Esto no lo acepta el pueblo; las mujeres, como describe la maestra comunera
Louise Michel, se abalanzan sobre los cañones e impiden su recuperación por el ejército. Los generales
al mando ordenan a la Guardia Nacional disparar sobre la muchedumbre. La orden no sólo no se cumple
sino que la Guardia Nacional se une al pueblo. Desmontan a los dos generales y los fusilan
espontáneamente, sin mediar decisión del Comité Central. Los relatos de Lissagaray, Louise Michel, J.
Vallés y E. Varlin son coincidentes. La revolución ha comenzado. Lissagaray, el famoso comunero yerno
de Marx, resume así el 18 de marzo: ¿Qué es el 18 de marzo si no la respuesta instintiva de un pueblo
abofeteado? ¿Dónde hay rastro de complot, de secta, de agitadores?¿Querer una asamblea republicana
contra una asamblea realista? (Dolléans, 1969,335).
El Comité Central lanza un manifiesto en el que queda claro el carácter revolucionario y
socialista del 18 de marzo: Los proletarios de París, en medio de los fracasos y las traiciones de las
clases dominantes, se han dado cuenta de que ha llegado la hora de salvar la situación tomando en sus
manos la dirección de los asuntos públicos … han comprendido que es su deber imperioso y su derecho
indiscutible hacerse dueños de sus propios destinos, tomando el poder (Marx, 2013-a, 31). Los
trabajadores parisienses que toman el cielo por asalto, como escribe Marx a Kugelmann (2013-b, 104),

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aludiendo a los titanes que irrumpieron en el Olimpo, generaron una de las más importantes revoluciones
de la historia y crearon símbolos duraderos para la izquierda revolucionaria: comuna, comunero,
comunista, bandera roja, himnos (la Internacional)…

El 19 de marzo El sol se ha hecho comunero (Varlin, 157) y la bandera roja, símbolo ya para
siempre de todos los revolucionarios, ondea en el Ayuntamiento. La revolución era, en palabras de
J.Vallés, tranquila y bella como un río azul. Thiers ordena evacuar París y el repliegue del ejército a
Versalles. Se marchan el gobierno y buena parte de los funcionarios, así como gran parte de los parisinos
ricos o acomodados (unos cien mil) que abandonan sus casas, sus propiedades y sus negocios. La
Guardia Nacional es de facto, tras la ausencia del gobierno y los funcionarios, la única institución pública
representativa de todo París. Su Comité Central se erige en gobierno provisional. Organiza rápidamente
la defensa de París y toma decisiones urgentes para paliar los problemas de subsistencia de los
ciudadanos y asegurar los servicios públicos y privados abandonados; suspende la venta de objetos
empeñados en el Monte de Piedad, prorroga los vencimientos de pagos y deudas e impide el desahucio
de ciudadanos en alquiler hasta nueva orden; decreta el control de precios de los alimentos. Convoca
elecciones por sufragio universal (desgraciadamente todavía no participan las mujeres) a la Comuna para
el 26 de marzo.

Las elecciones del 26 de marzo arrojan el siguiente resultado: De los 80 miembros electos, un
25% son obreros; un tercio aproximadamente son miembros de la Internacional (entre ellos Varlin) o
muy cercanos a ella (entre ellos J. Vallés); el resto lo constituye una mayoría de delegados formalmente
más radicales: blanquistas de varias tendencias, oradores surgidos del propio movimiento, miembros de
los clubes rojos… No lleva razón Engels (2013-c, 990) cuando escribe: Pero aún es más asombroso el
acierto de muchas de las cosas que se hicieron, a pesar de estar compuesta de proudhonianos y
blanquistas. Los proudhonianos han desaparecido prácticamente como tales. Sólo los miembros de la
Internacional y de las sociedades obreras parisienses tienen una doctrina económica y social definida
(Dólléans, 339), que van aplicando y desarrollando en las pocas semanas con que contaron. Hablamos de
socialistas asamblearios, partidarios de una república social (Varlin, 175). El 28 de marzo, en medio de
una gran alegría popular, es proclamada la Comuna frente al Ayuntamiento.

La Comuna no organiza un gobierno de figuras unipersonales (ministros), sino que crea


comisiones elegidas de comuneros que aplican las decisiones de la Comuna, coordinadas por uno de
ellos. Como muy bien destaca Marx (2013-a, 35): La Comuna no había de ser un organismo
parlamentario, sino una corporación de trabajo, ejecutiva y legislativa al mismo tiempo. No hay
división de poderes, entre legislativo y ejecutivo, sino que sólo hay una asamblea que toma decisiones y
comisiones delegadas, formadas por miembros elegidos y revocables, que las ponen en práctica. Los
cargos públicos debían tener una asignación como la del salario de un obrero. El de la comuna fue un
trabajo eficaz, realizado en 72 días, en una ciudad de dos millones de habitantes, si bien con más
proyectos que realizaciones concretas, debido a la falta de tiempo. La eficacia la mide, por ejemplo, que
10.000 trabajadores comuneros ocupados en la administración pública hicieran el trabajo de los 60.000
funcionarios de antes de la Comuna y más eficazmente que ellos. El falso mito de que la revolución no se
sostiene económicamente ni organizativamente es una de las más falsas ideas inculcadas en la opinión
pública por los detentadores del poder.

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Los trabajos de la Comuna van encaminados en principio a reconstruir la administración de la
ciudad y poner en marcha los servicios. Las primeras medidas globales fueron a abolición del ejército
permanente y de la policía y la separación de la Iglesia y el Estado, forzando a las iglesias a convertirse
en recintos para la reunión ciudadana y la cultura popular. Las escuelas fueron abiertas para todos los
niños de forma universal y gratuita, ofreciendo sin costo alguno a los escolares material de estudio, ropa
y comida y excluyendo la religión de la enseñanza. Los jueces y magistrados, al igual que todos los
funcionarios públicos, debían ser elegidos y revocables. Se crearon guarderías para los hijos de las
obreras y un orfanato. Se arbitraron pensiones para las viudas y huérfanos de la Guardia Nacional caídos
durante el asedio de París. Se devolvieron a los obreros y artesanos sus herramientas, confiscadas durante
el asedio.
Las comisiones de trabajo de la Comuna funcionaron rápida y eficazmente: Las finanzas las
pone en marcha una comisión coordinada por Varlin y Jourde; los correos, otra coordinada por Theise;
otra comisión, coordinada por Avrial, para materiales y armamento; Otra para la moneda, coordinada por
Camélinat; organiza las contribuciones, otra comisión coordinada por Cambault y Foillet; otra comisión,
coordinada por Alavoine, la Imprenta Nacional.
Las tareas tal vez más conocidas son las que desarrolla la “Comisión del intercambio y el
trabajo”, coordinada por Léo Frankl, otro de los más destacados internacionalistas y comuneros.
Intentaron aplicar las ideas socialistas de la Internacional parisiense en el campo del trabajo: autonomía
obrera, sindicalismo, igualdad. Regularon las relaciones obreros/as con los patrones que quedaban,
revisaron el código de comercio, regularon las tarifas aduaneras, iniciaron la transformación de los
impuestos y las estadísticas de trabajo.
El 3 de abril se toma una decisión trascendental: la aprobación de la jornada de 10 horas,
aplicable en principio en los talleres del Louvre y que después se va extendiendo a otras áreas.
Una de las decisiones más importantes y controvertidas fue el decreto del 16 de abril que
permitía la ocupación y socialización de los talleres abandonados por sus dueños huidos, muchos
esenciales para la vida ciudadana. Los ponen en funcionamiento mediante cooperativas obreras que
pagarán una indemnización a sus antiguos dueños.
Se prohibió el trabajo nocturno de los panaderos. Acordaron que la licitación de trabajos y obras
públicas se hiciera transparentemente y que los pliegos de concurso incluyeran salarios dignos para los
obreros y preferencia para las sociedades obreras. Se crea una rigurosa comisión de contabilidad para
verificar las cuentas públicas. Se prepara la disolución del Monte de Piedad. Un decreto del 27 de abril
impide multas y retenciones sobre sueldos y salarios, una práctica abusiva muy común en las empresas,
así como la restitución de las realizados desde el 18 de marzo. Se aborda la regulación del trabajo de las
mujeres y la elección de sus propias delegadas.

La Comuna no era un proyecto sólo de París aunque empezara allí. Tenía vocación de empresa
universal. De hecho se tomaron iniciativas para llevar la revolución a toda Francia y para coordinar otras
“comunas” que habían surgido en otras ciudades como Lyon, Marsella, Narbonne o Limoges, iniciativas
aplastadas por el gobierno de Thiers. Marx resume así parte de la Declaración de la Comuna de París al
Pueblo Francés, de 19 de abril del 71: La Comuna de París había de servir de modelo para todos los
grandes centros industriales de Francia… y la forma política que revistiese hasta la aldea más pequeña del
país…Las comunas rurales de cada distrito administrarían sus asuntos colectivos por medio de una
asamblea de delegados y éstas asambleas, a su vez, enviarían diputados a la Asamblea Nacional de

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delegados de París, entendiéndose que todos los delegados serían revocables en todo momento y se
hallarían obligados por el mandato imperativo (instrucciones) de sus electores…(Marx, 2013-a, 36-37).

Otra cuestión muy significativa en el desarrollo de la Comuna fue la oposición de los socialistas
a la creación de un “Comité de Salud Pública”, de carácter represivo, con tantos recuerdos negativos de
la Revolución del 1789. Hubo una división en la Comuna al respecto y finalmente, aunque se aprobó, el
Comité no funcionó. La Comuna fue, esencialmente, pacífica mientras no la bombardearon y la
asaltaron. Es muy significativa en esta línea la quema de la guillotina en medio de una fiesta popular o la
destrucción de la Columna Vendôme, símbolo del chauvinismo imperialista francés.

No deja de asombrar el cambio de clima de convivencia y de seguridad pública en la ciudad. Ha


desaparecido la delincuencia, la prostitución, las reyertas. Marx escribe (2013-a, 50): maravilloso en
verdad fue el cambio operado por la Comuna de París. De aquel París prostituido del Segundo Imperio
no quedaba ni rastro … Ya no había cadáveres en el depósito, ni asaltos nocturnos, ni apenas hurtos;
por primera vez, desde los días de febrero del 48, se podía transitar seguro por las calles de París, y eso
que no había policía de ninguna clase.

Historiadores y periodistas conservadores han acusado tradicionalmente a la Comuna de


violencia y desmanes. Es cierto que los hubo, como señalamos un poco más adelante, pero en muchísima
menor medida que los del gobierno de Versalles, y en buena medida reactivos frente a acciones
gubernamentales, de una atrocidad sin límites. Y no sólo en el momento de la represión final contra los
comuneros, una vez aplastada la Comuna. Durante todo el asedio hubo múltiples actos de violencia con
prisioneros en situación miserables y ejecuciones de comuneros e internacionalistas apresados por
Versalles. Hubo muchos ofrecimientos de intermediación por parte de diversas instituciones y
organizaciones, bien acogidos, en general, por La Comuna, pero sistemáticamente rechazados por Thiers.
Por ejemplo, los alcaldes y los diputados de Francia que envían una delegación a Versalles, a la que el
gobierno responde: No se negocia con asesinos (Dólleans, 345). También de la Unión Nacional de
Cámaras sindicales, o de periódicos como Le Temps. grupos de diputados, incluso delegaciones de La
Masonería. En realidad Thiers no quería una negociación con La Comuna, sino que quería su
aniquilación total y la extirpación de todas las ideas internacionalistas y la erradicación de los
comuneros, algo que ha sido del gusto de tantos dictadores en la historia. Recordemos a Hitler.
Recordemos a Franco y su aniquilación hasta las raíces de los republicanos.
Tampoco aceptó Thiers el cambio de rehenes, que incluso propuso el Arzobispo de París. Los
versalleses torturaban y fusilaban por centenares a los federados que hacían prisioneros. Los comuneros,
reactivamente, hicieron en represalia algunos rehenes. En el tumulto del asalto, y desesperados, los
comuneros ejecutaron a 6 rehenes, entre ellos el Arzobispo de París y algunos sacerdotes. Algunas
fuentes elevan esta cifra a varias decenas. Algunos historiadores incluyen además, para subir la cifra de
cien ejecutados por los comuneros, a unos cincuenta en la calle de Haxo, información falsa pues consta
que el propio Varlin detuvo esa ejecución en una de sus últimas actuaciones. Unas pocas decenas frente a
cientos, a miles después, mientras la propaganda oficial, y aún hoy muchos historiadores y periodistas,
acusan a los comuneros de asesinos. La basílica del Sacre-Coeur de Montmartre, lugar donde comenzó la
Comuna, fue erigida al parecer, aunque existen algunas discrepancias, en expiación por los “crímenes de
la comuna”, en aplicación de la ley del 24 de julio de 1873.

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También esgrimieron los represores de la comuna y sus escritores allegados los incendios de
París, que se atribuyen a los comuneros, especialmente a las comuneras llamadas ”petroleras”. Es cierto
que ardieron unos doscientos edificios públicos y muchas viviendas durante la Comuna. Pero no es cierto
que fueran los comuneros los únicos responsables. Más de la mitad de los edificios y casi todas las casas
ardieron en los bombardeos del ejército. A otros edificios les prendían fuego los comuneros como
defensa para frenar el asalto de los versalleses: la cronología de los incendios sigue los pasos del avance
del ejército. Sólo muy pocos fueron incendiados con intencionalidad destructiva en medio de la
desesperación de la derrota y de las matanzas gubernamentales y algunos por el propio ejército para
desalojar a los comuneros que los defendían.

El 22 de mayo inicia el Gobierno de Versalles el asalto definitivo de París. Duró hasta el 28 de


mayo, la llamada Semana Sangrienta por los cientos de muertos y heridos, la inmensa mayoría
comuneros, amén de los miles de fusilados por las fuerzas gubernamentales en el momento y en días
posteriores. Los parisinos han construido barricadas, defendidas por el pueblo, incluidas las mujeres;
alguna de esas barricadas fue defendida exclusivamente por mujeres (la de la Plaza Blanche). Los
comuneros defienden París calle por calle, casa por casa. Dólleans escribe (1967, 348): He aquí a Varlin,
Varlin que es el ídolo de los barrios, y ante quien todo callaba al entrar; helo allí en la encrucijada de la
Croix-Touge, a Malon y Jaclard en las Batignoles, a La Cecilia en Montmartre, a Wroblewski, que
rechaza cuatro veces a los versalleses, en la Butte-aux-Cailles, oponiendo al asalto a París una
resistencia desesperada. El 24 La Comuna llama “a todo el mundo a las barricadas”. París no lucha, se
deshace. Un supremo esfuerzo: Varlin, Léo Frankel, Brunel, Delescluze, organizan barricadas en la
Bastilla, en el boulevard Voltaire, en el faubourg del Temple.
Técnicos militares consideran que la toma de París pudo haberse efectuado prácticamente en un
día, dada la inmensa superioridad militar del gobierno que, a sus propias tropas, había unido decenas de
miles de prisioneros franceses capturados en las batallas del año anterior, liberados por Prusia a efectos
de destruir La Comuna. El internacionalismo del capitalismo funcionó aquí por encima o en paralelo de
los intereses de las burguesías nacionales. Thiers quiso alargar los combates para, como dijimos antes,
masacrar sin piedad a los comuneros y destruir las ideas socialistas de la Comuna hasta las raíces y poder
decir: El socialismo se acabó por mucho tiempo. Telegrafió a los prefectos: El suelo está cubierto de sus
cadáveres, este espectáculo horroroso servirá de lección (Dólleans, 349). El ejército tuvo 600 muertos
frente a los miles de comuneros y a los otros miles de fusilados in situ o en sacas, arbitrarias y sin juicio
alguno, entre las cuerdas de prisioneros, o en los días posteriores en las prisiones de Roquette, Mazas, la
Escuela Militar y en el Parque Monceau. Mas de 20.000 comuneros, incluidos mujeres y niños, fueron
fusilados de diez en diez en lo que después se llamó El muro de los comuneros, en el cementerio de Pére-
Lachaise, y que posteriormente es visitado todos los años en el aniversario de la Comuna.
Según una estadística aproximada del General Appert, murieron: 2.901 jornaleros, 2664
cerrajeros, 2293 albañiles, 1569 carpinteros, 1598 empleaos de comercio, 1491 zapateros, 1065
dependientes, 863 pintores, 819 tipógrafos, 766 picapedreros, 681 sastres, 636 ebanistas, 528 joyeros,
382 carpinteros de obra, 347 torneros, 206 costureros, 193 pasamaneros, 182 grabadores, 172
relojeros, 172 grabadores, 159 impresores de papel pintado, 157 matriceros, 106 maestros, 106
encuadernadores y 96 fabricantes de instrumentos, (Dólleans, 350).
Lissagaray completa los datos anteriores (p. 486): 20.000 mujeres y niños muertos durante la
batalla o después de la resistencia (en París y provincias). 3.000 muertos en los depósitos, en pontones,

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en bosques, en prisiones, en Nueva Caledonia, en el destierro …13.700 condenados a penas que para
algunos duraron 9 años. 70.000 mujeres, niños y ancianos privados de su sostén natural o arrojados de
Francia. 107.000 víctimas, he ahí el balance.

Merece la pena transcribir el relato que hacen Lissagaray y Dólleans de la muerte de Varlin por
paradigmático y simbólico. El 25 de mayo, Varlin, junto a un resto de 20 delegados supervivientes,
tienen la última reunión de la Comuna. Se dispersan por las últimas zonas de París aún comuneras,
organizando la última resistencia en barricadas, repartiendo bonos y dinero entre los que lo necesitan,
impidiendo la ejecución de 50 rehenes (vide supra). El 27 de mayo Varlin y los comuneros toman una
última decisión: concentrar los restos de los batallones en el último reducto de resistencia, del lado de
Belleville. El día 28, ya derrotada la Comuna, Varlin, herido, denunciado al parecer por un sacerdote, es
hecho prisionero a culatazos, le arrojan suciedades y lodo, y es arrastrado a Montmartre. Dólleans (350)
describe así la escena: Por las calles escarpadas de Montmartre, Varlin es arrastrado durante una hora.
“Bajo la granizada de golpes, su joven cabeza meditativa, que no había tenido jamás sino pensamientos
fraternales, se convierte en un jigote de carnes, con un ojo colgando fuera de órbita” (Lissagaray).
Cuando llega a la rue des Rosiers, no marcha ya, se lo lleva. Se lo sienta para fusilarlo. Los soldados
destrozan su cadáver a culatazos. Sicre lo despoja, distribuye entre los soldados el dinero hallado en sus
bolsillos y retiene el pequeño reloj que le habían ofrecido los encuadernadores en septiembre de 1864.

III. CONCLUSIONES. INTERPRETACIONES. EL LEGADO.

Es universalmente reconocida la importancia de la Comuna del 71 en la historia del movimiento


obrero así como en la historia general contemporánea. No se han escatimado calificativos, ya críticos ya
laudatorios; los análisis e interpretaciones han visto la luz por cientos, tanto desde la derecha como desde
la izquierda del espectro político en los últimos 150 años. Ya desde el propio 1871 se desató una inmensa
marea de publicaciones sobre la Comuna en periódicos, folletos, libros (Ver: Rubel, 1964). Ésa
precisamente es la mejor muestra de su relevancia histórica.

La derecha histórica, tanto política como intelectual, denostó el atrevimiento del “populacho”, su
supuesta violencia criminal y la destrucción de la república y de la propiedad. Veía tras la Comuna la
mano de la Internacional (menos decisiva, como hemos visto, de lo que la propaganda ultramontana hacía
creer), y tras ella, la del maléfico Karl Marx, que por entonces saltó al primer plano de la prensa
internacional. La burguesía empezó a considerar que el “comunismo” no era ya una amenaza lejana, sino
un peligro real e inminente a las puertas de sus dominios.

Más recientemente, incluso historiadores conservadores han hecho una revisión de esta
interpretación clásica. Van reconociendo el valor de algunas de las reformas de la Comuna y han criticado
la salvaje represión de que fue objeto. Incluso se comienza a considerar como incomprensible el enorme
odio que despertó en la burguesía y las clases acomodadas.

En el ámbito de las izquierdas políticas y de los medios revolucionarios, en general, se saludó a


la Comuna como un hecho decisivo que abría una nueva época en la historia. Se destacaban las decisiones

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organizativas, la democracia directa participativa, las decisiones sociales y económicas, la apertura a la
propiedad colectiva de los medios de producción, la valentía y la capacidad de lucha de todo un pueblo.
Hoy se afina algo más y se apuntan realizaciones de la Comuna que hace 150 años fueron menos
destacadas, como la inclusividad de la revolución, incorporando a personas sin considerar nacionalidad,
creencias, ideas, así como la igualdad de sexos en muchos aspectos del proceso, aunque no se llegara a
plantear el sufragio de las mujeres.

Todas las tendencias políticas y sociales revolucionarias y de izquierdas de la época vieron a la


Comuna como una revolución que respondía en lo esencial a sus propias posiciones políticas y sociales.
La rapidez de los acontecimientos y las circunstancias tan difíciles del asedio, hacen que en la propia
Comuna aparezcan perfiles que pueden ser interpretados de forma diversa. También incide en ello el
hecho de los trabajadores como tales, y no ninguna organización parcial de ellos, tuvieron el control del
proceso, así como la notable cooperación entre todos los comuneros, independientemente de sus ideas.
Las interpretaciones más relevantes en los años posteriores y en las décadas siguientes fueron las de los
anarquistas y los marxistas. Nos centraremos en ellas.

Ambas tendencias coinciden en la interpretación y significado de la Comuna como un


movimiento revolucionario de clase, paradigmático, que, por una parte, pone de manifiesto el poder de los
trabajadores, abriendo un futuro nuevo para la humanidad, y por otro, manifiesta las características de la
revolución y de la organización social que cada tendencia preconiza.

El propio Bakunin escribe (1978,189): El socialismo revolucionario acaba de intentar una


primera manifestación eclosiva y práctica en la Comuna de París … Soy partidario de ella (la Comuna)
sobre todo porque ha sido una negación audaz, muy pronunciada, del Estado. Sin embargo el propio
Bakunin reconoce que Han tenido que oponer un gobierno y un ejército revolucionarios al gobierno y al
ejército de Versalles, o sea que para combatir la reacción monárquica y clerical han debido -olvidando y
sacrificando ellos mismos las primeras condiciones del socialismo revolucionario- organizarse como
reacción jacobina (Id., 193). Aunque estos rasgos “jacobinos” son puntuales y transitorios, adoptados por
razones de premura e inmediatez, entre las más justas teorías y su puesta en práctica hay una distancia
inmensa que no se franquea en unos días (Id., 93). La Comuna, con sus defectos, es una transición
necesaria hacia el futuro: la futura organización social debe ser hecha solamente de abajo arriba, por la
libre asociación y federación de los trabajadores, en las asociaciones primero, después en las comunas,
en las regiones, en las naciones y finalmente en unas gran federación internacional y universal (Id., 197).

Marx, en cambio, interpreta la Comuna como la fórmula prefigurativa del estado proletario: La
Comuna era, esencialmente, un gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora
contra la clase apropiadora, la forma política al fin descubierta para llevar a cabo dentro de ella la
emancipación económica del trabajo (2013-a, 40).

La Comuna estaba formada por los consejeros municipales elegidos por sufragio universal en los
diversos distritos de la ciudad. Eran responsables y revocables en todo momento.

La mayoría de sus miembros eran, naturalmente, obreros o representantes reconocidos de la clase


obrera. La Comuna no había de ser un organismo parlamentario, sino una corporación de trabajo, ejecutiva
y legislativa al mismo tiempo…la policía fue despojada inmediatamente de sus atributos políticos y
convertida en instrumento de la Comuna, responsable ante ella y revocable en todo momento. Lo mismo se

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hizo con las demás ramas de la administración…todos los que desempeñaban cargos públicos debían
desempeñarlos con “salarios de obreros”…En manos de la Comuna se pusieron no solamente la
administración municipal, sino toda la iniciativa llevada hasta entonces por el estado….decretó la
separación de la Iglesia y del Estado y la expropiación de todas las iglesias como corporaciones
poseedoras… Todas las instituciones de enseñanza fueron abiertas gratuitamente al pueblo y al mismo
tiempo emancipadas de toda intromisión de la Iglesia y del Estado…Los magistrados y los jueces habían de
ser funcionarios electivos, responsables y revocables… (2013-a, 35-37)

La democracia directa y participativa con delegados elegidos, revocables y con mandato


imperativo, es el modelo base del estado comunista. La asamblea de delegados asume todos los poderes,
delegando en comisiones para llevar a la práctica sus decisiones. Los funcionarios y magistrados son
todos elegibles y revocables. Como se ha escrito tantas veces, el marxismo tiene desde ahora su teoría del
Estado.

Paralelamente a la constitución del estado proletario se produce la revolución social y


económica: La Comuna pretendía abolir esa propiedad de clase que convierte el trabajo de muchos en la
riqueza de unos pocos. La Comuna aspiraba a la expropiación de los expropiadores. Quería convertir la
propiedad individual en una realidad, transformando los medios de producción, la tierra y el capital, que
hoy son fundamentalmente medios de esclavización y explotación del trabajo, en simples instrumentos de
trabajo libre y asociado (Id., 41) ¡Pero eso es el comunismo, el “irrealizable” comunismo! … (que se
muestra como) … comunismo “realizable” (Id., 41).

Marx, como Bakunin, también vio algunos defectos de la Comuna desde su óptica,
particularmente en sus comienzos. Criticó muy al principio la propia insurrección de la Comuna que
estaría abogada al fracaso si no negociaba con el gobierno. También constató cierta lentitud en la toma de
medidas de carácter militar y político en los primeros días, como que no se marchara contra Versalles o
que El Comité Central convocara tan pronto elecciones y entregara el poder sin haber consolidado la
nueva estructura de decisión. También señaló como negativas algunas medidas económicas,
fundamentalmente respecto al mantenimiento del banco nacional de Francia. Pero todos estos posibles
defectos quedan subsumidos en una gran explosión revolucionaria que quiere cambiar el mundo y que
siempre se verá como un momento importantísimo en la historia de la liberación de los pueblos. El París
de los obreros, con su Comuna, será eternamente ensalzado como heraldo glorioso de una nueva
sociedad. (Id., 70).

Engels en su Introducción a la Guerra Civil en Francia, escrita 20 años después de los


acontecimientos, recoge y resume los análisis de Marx, destacando los aciertos de la Comuna y su
carácter revolucionario como transición a la sociedad del futuro. Hace hincapié explícito en que prefigura
la “dictadura del proletariado”, pieza clave en su teoría de la revolución: Últimamente, las palabras
“dictadura del proletariado” han vuelto a sumir en santo horror a los filisteos… ¿queréis saber qué faz
presenta esta dictadura? Mirad a la Comuna de París: ¡he ahí la dictadura del proletariado! (2013-c,
95).

También Lenin considera a la Comuna como una revolución proletaria prefiguradora del estado
comunista y de la dictadura del proletariado. No obstante, En memoria de la Comuna señala el problema
fundamental de la Comuna, la ausencia de una organización revolucionaria potente: No existía un partido
obrero, y la clase obrera no estaba preparada ni había tenido un largo adiestramiento, y en su mayoría
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ni siquiera comprendía con claridad cuáles eran sus fines ni cómo podría alcanzarlos (2013-d, 110).
Leninistas, trotskistas, maoístas entienden que la gran lección del 71 es que la clase obrera no puede
triunfar sin un partido revolucionario. Marx no se había pronunciado en esos términos.

La influencia social e histórica de la Comuna fue y es enorme. Los exilados y huidos


expandieron los ideales de los comuneros por todo el mundo, sembrando provechosamente sus ideas y
experiencias en la fundación de organizaciones revolucionarias de todo tipo por el mundo entero. La
enorme profusión de artículos periodísticos, folletos y libros, contados por miles en los años siguientes,
también contribuyeron a afianzar su prestigio y su carácter de ejemplo activo. Pero no sólo su impacto
alcanzó los medios revolucionarios y políticos en sentido estricto; se extendió a todos los campos del arte,
la música y la literatura, el cine, el cómic; en este sentido baste recordar, como ejemplo notable, la obra
teatral de Bertold Brecht Los días de la Comuna. En los últimos años, al calor de las nuevas luchas
sociales del tipo 15-M o la Primavera Árabe, se están multiplicando las iniciativas que reivindican y
construyen “comunas” utópicas. El futuro parece estar ahí.

IV. LA COMUNA COMO UTOPÍA

En el título del presente trabajo aludíamos al carácter utopista de la Comuna y queremos


terminarlo con unas reflexiones en ese sentido. Hemos trabajado sobre el carácter de la utopía en varios
de nuestros libros y artículos. Nos remitimos a ellos, reseñados en la Bibliografía adjunta, como oferta de
un trabajo amplio al respecto. Ahora sólo vamos a considerar algunas de aquellas formulaciones
relevantes para la actual ocasión.
En primer lugar, hay que consideran qué entendemos por “utopía”, dada la polisemia de la
palabra y su uso en muchos ámbitos, a veces con sentidos contrapuestos. Se impone deslindar el campo de
la utopía aquí considerado del de otros muchos modos de presentarla, tanto en forma de mitos y de
religiones como de formas literarias, de relatos de viajes o de ciencia-ficción. Todas ellas son planteamientos
interesantes a considerar, pero aquí vamos a primar la formulación socio-política de la utopía, tanto en sus
formas literarias, del tipo de la Utopía de T. Moro, como en los intentos de realización práctica de la misma,
tales como los primeros momentos de los soviets en la Revolución Rusa del 17 (ver: Aguado, 2017,
especialmente el Cap. III), determinadas formas del Mayo-68 (ver: Aguado, 2018, especialmente Cap. V.3)
o del 15-M, aplicables también a la Comuna de París de 1871, que es precisamente uno de los momentos
esenciales de la historia sociopolítica de las utopías. En esta línea entendemos que utopía es el ideal de
persona y sociedad que no existe plenamente pero que podría y debería existir si nos lo propusiéramos.
Se trata por tanto de un proyecto de persona y de sociedad que entendemos como óptimo, que no está
realizado todavía en su totalidad, pero que no es imposible de alcanzar, sino precisamente todo lo
contrario, es realizable, siempre que se trabaje y se luche por él. (Aguado, 2017, 14).

La utopía forma parte de nuestras vidas y de nuestra sociedad, como un elemento intrahistórico
disuelto entre todos y por todas partes, como un difuso sistema nervioso que inerva nuestras vidas y
nuestras sociedades: La utopía somos nosotros.

A partir de aquí podemos formular un cierto criterio de posibilidad de la utopía, los elementos
básicos para que una utopía pueda realizarse:

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1º. Es una utopía todo ideal de persona y sociedad congruente con los derechos humanos, con las
características y capacidades humanas y con las necesidades de conservación de la naturaleza.

2º. La utopía es posible siempre que se trabaje generosa, voluntaria y organizadamente por
conseguirla (Aguado, 2017, 18).

Por lo expuesto en el relato de la Comuna, parece del todo evidente que se cumplieron en ella estos
criterios de posibilidad, puesto que se respetaron y pusieron en práctica los derechos humanos y el respeto
por las personas, luchados voluntariamente con generosidad y organización. Hay momentos puntuales en
que no se tienen en cuenta alguno de estos elementos, pero son muy minoritarios y poco relevantes en el
conjunto de acontecimientos.

Entre la multitud de escritos y prácticas que se dicen utópicas se hace absolutamente necesario
establecer algunos parámetros que nos permitan deslindar con claridad las utopías sociopolíticas de lo que
es literatura fantástica. Podemos concretar estas formas de delimitación de utopía en los siguientes
puntos, que constituirían los criterios de demarcación de la utopía:

1º. Toda utopía arranca de la crítica de la sociedad establecida, intentando hallar las causas de sus
problemas y carencias, generalmente situadas en la propiedad privada de los medios de producción y en
el mal gobierno.

2º. Toda utopía elabora el diseño de una sociedad ideal, donde los problemas de la actual estarían
superados. Para ello habría que suprimir sus causas, la propiedad privada de los medios de producción,
sustituida por la propiedad común de los mismos: el comunismo o comunitarismo; a veces formas
cooperativas.

3º. Toda utopía incluye en el diseño de esa sociedad ideal formas de organización política basadas en la
democracia directa participativa. Por tanto excluye las formas autoritarias de gobierno.

4º. Toda utopía establece formas de desarrollo de las personas, basadas en la educación integral, la
convivencia, la solidaridad, la igualdad, el respeto a la naturaleza y la pluralidad cultural e ideológica.

5º. Toda utopía va acompañada de medios de organización y actuación para conseguirla, en los que se
debe prefigurar la propia utopía. (Este punto precisamente lo aprendimos reflexionando sobre el fracaso
de la utopía en la Revolución Rusa.).(Aguado, 2017, 160-161)

Si aplicamos estos criterios a la Comuna de París del 71 observamos lo siguiente:

Criterio1.- En 1871, Francia era derrotada por Alemania en la llamada Guerra Franco-Prusiana,
con unas graves consecuencias políticas, que se unieron a los problemas económicos, sociales y humanos
que genera toda guerra. El pueblo de París, acuciado por el hambre, la miseria, el dolor y el sufrimiento
por los conciudadanos muertos, heridos y mutilados, decepcionado por la actitud de sus dirigentes
políticos y los empresarios, que huían de la ciudad ante la cercanía del ejército alemán, reclama justicia y
equidad. El pueblo considera a los políticos y grandes empresarios, y al sistema que los encumbra,

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como la causa de sus males y pretende una solución tomando las instituciones municipales y
estatales, para construir una nueva sociedad igualitaria y autogobernada por el pueblo. Estos
hechos nos permiten comprobar cómo en la Comuna se cumple el primero de los criterios de
demarcación de la utopía.

Criterio 2. Paralelamente a la constitución política de la Comuna se produce la revolución social


y económica: La Comuna pretendía abolir esa propiedad de clase que convierte el trabajo de muchos en
la riqueza de unos pocos. La Comuna aspiraba a la expropiación de los expropiadores. Quería convertir
la propiedad individual en una realidad, transformando los medios de producción, la tierra y el capital, que
hoy son fundamentalmente medios de esclavización y explotación del trabajo, en simples instrumentos de
trabajo libre y asociado (Id., 41)¡Pero eso es el comunismo, el “irrealizable” comunismo! … (que se
muestra como) … comunismo “realizable” (Id., 41).

Criterio 3. En cuanto a las formas de organización y los objetivos de los comuneros, hay que
reseñar la puesta en práctica de la democracia directa y participativa con delegados elegidos,
revocables y con mandato imperativo, es el modelo base del estado utopista. La asamblea de delegados
asume todos los poderes, delegando en comisiones para llevar a la práctica sus decisiones.
Al propio tiempo los comuneros no quieren cambiar sólo su ciudad, quieren extender la
transformación a toda Francia y al mundo entero.

Criterios 4 y 5.- Se ha puesto de manifiesto a lo largo del relato de los 72 días de la Comuna su
empeño por una educación universal y laica, la enorme fuerza de la solidaridad, la inclusividad, los
avances, aunque no suficientes, en la igualdad de sexos.

La Comuna es, pues, una revolución utopista, aunque los comuneros no utilicen este término. Lo es
por la identificación de las causas de su situación, por sus objetivos, por sus formas organizativas y de
decisión, por sus objetivos económicos, por sus formas de convivencia y solidaridad. Como en otras
ocasiones históricas, hay que constatar que la utopía es posible si se trabaja por ella, que no es una quimera
que mora en románticas mentes calenturientas, y que, en cambio, ha sido el objetivo de luchas de las
mejores personas que han dado sus vidas para construir un mundo mejor. La Comuna sigue viva hoy, no
sólo en el recuerdo, sino en tantas personas que viven y luchas por la utopía desde tantos y tan diferentes
proyectos, lugares y plataformas.

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