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De boliche en boliche
Leer este texto te va a llevar lo mismo que les llevó a Los Redondos
tocar Juguetes perdidos por última vez en Buenos Aires.
Los chillidos de las hamacas a las que les falta un poco de grasa, los
ladridos de los perros, el ruido que hace pegarle con cara interna a la
pelota, el aleteo de las palomas que se ponen de acuerdo para hacer
abandono del lugar y los gritos de tres nenas que juegan a esquivar
colchonetas, conitos y mats de yoga parecen un cuchicheo. Los trece
parlantes prendidos al mismo tiempo convierten a esta plaza en el
Sacoa subterráneo de la peatonal marplatense: cada rinconcito con su
musiquita, cada musiquita un poco más fuerte que la anterior, y un
pronóstico de encefalograma casi plano para los primeros diez
minutos de vuelta en la super cie.
Del otro lado del monumento, Jacka pone todo el peso del cuerpo en
la pierna izquierda y apoya sólo los dedos del pie derecho en el piso.
Sacude la cadera con los brazos en jarra, pega la vuelta y arenga a sus
alumnas: “Isso meninas”. De un parlante más grande y con más luces
que el de Tuerca salen las canciones de la lista con la que da clases:
“Belly Dance Power Music” dice la pantalla de su celular, y en esta
partecita de la plaza se escucha ese hit de la música árabe que ni idea
lo que dice pero que cada tanto hay que tirar dos besitos.
Algo de razón debe tener Amelia con eso de que los nenes no están
tan pendientes de los sonidos de la clase porque una de sus
alumnitas canta Libre soy y Hakuna matata cada vez que las escucha
venir desde la calesita. En ese rincón, a fuerza de un pen drive que
cada tarde se guarda bajo llave, conviven Xuxa, Casi ángeles, Topa,
María Elena Walsh, las de Disney y un truco que es como la fórmula de
la Coca Cola pero a escala barrial: cada cuatro canciones infantiles,
una de Los Decadentes o una cumbia romántica del estilo de “como
los unicorniooos / van desapareciendooo” para que madres y padres
muevan la patita y aguanten un rato -y unos mangos- más.