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Las emociones representan un área donde muchas personas fallan, y donde más carencias
se aprecian en la personalidad de un individuo. Existen dos extremos en el que muchas
personas caen: o se desbordan emocionalmente sin ningún tipo de control, o reprimen su
expresión emocional.
Algunas emociones, tales como la rabia, la tristeza, el dolor, o el miedo, han sido
estigmatizadas culturalmente y catalogadas como una debilidad, por lo que hay la tendencia
a negarlas o reprimirlas.
Pero la palabra de Dios no avala tal creencia. Revisemos la expresión de Efesios 4:26:
“Airaos, pero no pequéis…”. ¡Puedo airarme y no pecar! Sentir ira no es pecado, como
tampoco lo es sentir miedo, tristeza, o dolor. Las emociones son neutras en lo moral. Las
emociones primarias (miedo, rabia, tristeza, dolor, alegría, placer – bienestar) nos son ni
buenas ni malas, ni positivas ni negativas. Son, simplemente, una respuesta natural de
nuestro organismo ante situaciones con que el entorno nos confronta.
En algunos contextos, hay ciertas emociones que son catalogadas como negativas: el miedo
es de cobardes, la rabia es de los faltos de cordura, la tristeza es de débiles. Pero cómo dice
Maickel Malamed: “Lo moral está en la acción, sino en el sentimiento”. Lo malo no está,
por ejemplo, en la rabia, sino en lo que hacemos cuando estamos enojados. Qué hacemos
con la ira, es lo importante: ¿La usamos para poner límites, o para responder ante una
situación de peligro o amenaza, o para movilizarnos a la acción ante situaciones de
injusticia? ¿O la usamos para actuar con violencia hacia otras personas, ofender, o para
transgredir los derechos de otras personas?
««No permitan que la ira los haga cometer pecados»; que la noche no los sorprenda
enojados.»
Efesios 4:26 no da a entender que no somos una marioneta de nuestras emociones; que
podemos experimentarlas, pero encauzarlas y gobernarlas según un sistema de principios
como la verdad, la justicia, el amor, la piedad, entre otros, y no ser movidos por ellas para
pecar. Esto aplica no sólo a la rabia, sino también al miedo, a la tristeza y cualquiera otra
emoción.
“Airaos, pero no pequéis”, es una frase que pone de manifiesto el carácter no moral del
enojo y, en general y por extensión, de cualquier emoción. Así, como lo expresa el apóstol
Pablo, es inevitable enojarse (o experimentar miedo, o dolor, etc.), pero si podemos evitar
pecar, por ejemplo, cuando nos enojamos. Pablo no dice: airaos y cuando estés enojado
reprime el enojo, porque es malo estar enojado; sino que cuando estemos enojados, no
pequemos.
Para ese propósito Dios nos ha dotado del fruto del Espíritu Santo (Gálatas 5:22): “Más el
fruto del Espíritu Santo es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
mansedumbre, templanza” (más adelante ampliaremos este punto).
El fruto del Espíritu Santo, representa fortalezas espirituales para capacitarnos para vencer
nuestras debilidades y carencias emocionales. El fruto del Espíritu Santo nos es dado para
que adquiramos estabilidad, fortaleza y sanidad emocional. El fruto del Espíritu Santo nos
es dado para sanar nuestras emociones y para gobernarlas según la voluntad de Dios.
««No permitan que la ira los haga cometer pecados»; que la noche no los sorprenda
enojados.»
Pablo distingue entre emociones y estados de ánimo:. Aquí se sugiere que la ira puede
prevenirse en degradarse en pecado, si se le coloca un tiempo límite de duración: no se
ponga el sol sobre vuestro enojo”.
Este pasaje nos enseña la diferencia entre emociones y estados de ánimo. Una cosa es
experimentar la rabia puntualmente, como una reacción aguda, ante una situación o evento,
y otra permanecer con rabia, adoptar la rabia como un hábito. Asimismo, no es lo mismo
experimentar la tristeza ante la pérdida de un ser querido como una respuesta de corto
plazo, que permanecer en la tristeza hasta que esta se convierta en un estado de ánimo,
dando lugar a la depresión. Igualmente, el dolor o el miedo, pueden convertirse en estados
emocionales patológicos, cuando su permanencia se alarga en el tiempo.
Cuando la rabia, que es el caso que trata el apóstol Pablo en Efesios 4:26, se cronifica, se
añeja, se convierten en resentimiento, rencor, amargura u odio.
««No permitan que la ira los haga cometer pecados»; que la noche no los sorprenda
enojados.»
Efesios 4:26
Día 4
Efesios 4:31-32 es un llamado a quitarse las emociones y las actitudes tóxicas. Quítese
expresa la idea de abandonar, quitar o arrancar; lo cual supone un cambio deliberado.
Estos dos últimos versículos están en gran contraste el uno con el otro. Por ejemplo, el
versículo 31, menciona una lista adicional de aquello que contrista al Espíritu Santo. Estos
son los pecados de una naturaleza emocional. Y el versículo 32 tenemos las respuestas
emocionales que Dios quiere que tengamos.
La amargura es un estado mental irritable que perturba la paz mental. La amargura significa
gusto amargo, aflicción o disgusto. Literalmente veneno punzante. El enojo y la ira son
arrebatos de pasión. La ira denota una disposición fija, una actitud cronificada; y el enojo,
se refiere a la explosión del momento. Llevan implícita la idea de malestar o ánimo adverso
hacia alguien, que puede incluso degenerar en deseo de venganza y violencia.
Una de las razones clave para que los creyentes sean tan propensos al odio y la amargura es
su incapacidad de perdonar a quienes los han herido. El perdón es la cura contra el
resentimiento, el odio y la amargura. El perdón es terapeútico.
En contraste, como acción intencional, la palabra de Dios, nos exhorta a ser bondadosos,
corteses y misericordiosos; y a practicar el perdón. Esa es la actitud que debe predominar
en el creyente: perdonar, en vez de magnificar las faltas de los otros. Y la forma de hacerlo
es según el modelo de Cristo: “…como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”.
Ahora, el perdonar es una decisión de convicción, más que una emoción. No se trata de lo
que siento, sino de algo que me resuelvo a realizar, en obediencia a Dios. Como regla
general nuestras emociones se alinean a nuestras acciones.
«Sean amables y considerados unos con otros, y perdónense como Dios los ha
perdonado a través de Cristo.»
La ira o enojo es una de las emociones más complejas de gestionar con sabiduría. El enojo
puede contaminar el corazón del hombre, si no se maneja adecuadamente, pudiendo
degenerar en amargura, rencor, odio, deseos de venganza y violencia.
Notemos que en Mateo 5:21 -22 Jesús no se refiere al enojo puntual y momentáneo, sino al
enojo que se alberga por largo tiempo en el corazón, vale decir, al enojo carnal. La
expresión “cualquiera que se enoje contra su hermano” está en presente participio,
indicando que se trata de un enojo continuo, permanente, sostenido; que no perdona.
Hay dos palabras griegas que se traducen como enojo en la Biblia (W. Barclay):
Thymós: cuyo sentido es el de la llama que enciende la paja seca que rápido se prende y
rápido se extingue.
Jesús está hablando aquí de enojo (orguê), que se refiere a un enojo viejo, añejado,
permanente, que se niega a perdonar. Es el enojo contra el cual también amonesta el apóstol
Juan: “Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida…” (1 Juan 3:15). Este es el
enojo que retiene el perdón. Para el Señor Jesús ese tipo de enojo está en el mismo nivel
que el asesinato; y ambos son dignos de juicio. Para Él, esa actitud continua de la ira, es
espiritualmente hablando tan dañina como el homicidio real. El enojo carnal es la base del
odio, la venganza y el asesinato.
Ese es el enojo del cual el apóstol Pablo nos previene al decirnos: “No se ponga el sol sobre
tu enojo” (Efesios 4:26). Vale decir “no dejes que se ponga el sol y tú todavía permanezcas
enojado”. Es como si Pablo le estuviera poniendo un límite corto a la duración de la ira,
para evitar así los efectos tóxicos que genera la cronificación de ésta.
«»Ustedes han oído que se les dijo a los antepasados: “No mates, y el que cometa
asesinato tendrá que responder ante un juez”.»
«Pero, ahora yo les digo que todo el que se enoje con otro tendrá que responder ante
el tribunal. El que insulte a alguien, tendrá que responder ante el Consejo; y el que
maldiga a otro, tendrá que responder por eso en el fuego del infierno.»
Temblad del hebreo ragáz, literalmente significa estar lleno de una violenta emoción (ya
sea ira o temor); estar en estado de conmoción que hace caer muy bajo el umbral que
dispara la ira.
Estas palabras fueron dichas por David cuando estaba huyendo de Absalón. David estaba
muy indignado a causa de la injusticia de que estaba siendo objeto por su propio hijo, quien
quería matarlo y quitarle el reino. Sin embargo, él actúa con dominio propio, y se responde
a sí mismo: “temblad, y no pequéis”. “Meditad (reflexionad) en vuestro corazón estando en
cama, y callad (literalmente, cesad, detened y reposad)”. Esta frase se podría traducir:
Permanece callado en vuestro corazón, conversando contigo mismo y refrenando tu lengua,
abandonando la queja y el resquemor (el rumiar).
David sabía que en el estado de conmoción en que se encontraba, necesitaba serenarse para
evitar una espiral ascendiente de la ira, que puede ser desatada como furia o violencia.
David sabía lo que expresa un experto como Daniel Goleman: “La ira se construye sobre la
ira”. Cuando el organismo está cargado de estrés y ansiedad acumulada, como en el caso de
David, la ira puede expresarse con una intensidad muy marcada. De ahí la importancia de
callar / detener (dejar de rumiar la situación o problema) el flujo de pensamientos que
alimentan en forma incremental la ira, evitando así que ésta se intensifique y estalle en
forma impulsiva y violenta. Una frase ilustrativa de esta estrategia es “no echarle más leña
al fuego”. Un fuego que no se alimenta y atiza termina por apagarse. Se requiere, entonces,
poner en paréntesis ese monólogo interno que alimenta y construye los argumentos, razones
y justificaciones que refuerzan y mantienen activo (alargan) el estado de conmoción
emocional.
David también sabía que una vez que la ira se desata a altos niveles de intensidad, la
persona pierde la cordura -la capacidad de discernimiento, de pensar con claridad y sentido
común.
«Tiemblen y dejen de pecar. Cuando se vayan a dormir, piensen acerca de eso que
tanto les molesta y guarden silencio. Selah»
La palabra de Dios nos dice que la ira de Dios es por un momento. Dios no se queda
pegado en la ira. Ese debería ser un modelo para la gestión emocional (no sólo de la ira,
sino de todas las emociones) de los creyentes.
Pero si me quedo, por ejemplo, rumiando la rabia, ésta puede hacerse crónica y perjudicial,
evolucionar como violencia, odio, rencor y resentimiento; o instalarse como mal humor e
irritabilidad; como una forma de ser y estar en el mundo, como una respuesta poco flexible
y poco adaptativa.
Nuestro esquema cognitivo también es otra forma de alargar la presencia de las emociones
en el tiempo
Se requiere, entonces, poner en paréntesis ese monólogo interno – esos pensamientos - que
alimentan y construyen las razones / justificaciones en forma de argumentos y que
refuerzan y mantienen activo (alargan) el estado de conmoción emocional.
«Porque su enojo dura sólo por un momento, pero luego su favor sigue dando vida.
Por la noche hubo llanto, pero al amanecer hubo canto.»
La palabra de Dios nos exhorta a no afanarnos, sino, por el contrario, nos invita a diluir y
contrarrestar el afán a través de la oración para convertirlo en paz: “Por nada estéis
afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego,
con acción de gracias”.
La oración permite trasladar el peso y la carga en el alma del creyente al corazón y las
manos de Dios. En ese sentido, podemos decir que la oración es terapéutica; una poderosa
fuente de paz y gozo. La oración trae gozo y paz al corazón del creyente cristiano, porque
conecta a éste con la fuente del gozo y la paz: Dios.
• Sincera devoción
Se necesita orar con sincera devoción y reverencia: “…en toda oración y ruego”.
• Acción de gracias
San Pablo nos exhorta a que “sean conocidas nuestras peticiones delante de Dios”, siendo
concretas y específicas.
«No se preocupen por nada, más bien pídanle al Señor lo que necesiten y agradézcanle
siempre.»
«La paz de Dios hará guardia sobre todos sus pensamientos y sentimientos porque
ustedes pertenecen a Jesucristo. Su paz lo puede hacer mucho mejor que nuestra
mente humana.»
Filipenses 4:7
Día 9
Efesios 4:26 deja entrever que se puede experimentar enojo (y cualquier otra emoción) y no
pecar. Muchas personas consideran algunas emociones como inapropiadas o negativas, o
las consideran una debilidad, tales como el enojo, la tristeza o el miedo, por lo que tienden
a reprimir o negar dichas emociones. Pero las emociones no son ni buenas ni malas, ni
positivas ni negativas. Son expresiones de nuestra condición humana que expresan una
necesidad, por demás necesarias en su función adaptativa antes las demandas del entorno.
Jesús, nuestro modelo, de persona espiritual, experimentó toda la gama de emociones que
pueden experimentar los seres humanos, pero sin pecar ni dejarse dominar por ellas. Jesús
experimentó tristeza como se aprecia en los acontecimientos de la muerte de Lázaro; sintió
enojo cuando observó cómo los mercaderes profanaban el templo; asimismo experimento
alegría cuando le traían los niños; y también experimentó miedo, como se aprecia en su
experiencia en el Getsemaní.
Ahora, si Jesús el Hijo de Dios, se permitió tener una vida con emociones, por qué algunos
creyentes, pretenden negar sus emociones.
Hay personas que tienen aprehensión con sentir algunas emociones, pensando que las
emociones tienen una connotación moral, o que pueden dañarlos, o las consideran
inapropiadas, pero las emociones no tienen calificativos morales.
Por otra parte, una emoción es una experiencia y no una decisión, ni una condición, ni un
destino o conclusión, ni mucho menos un resultado final. Es sencillamente una información
que procede desde nuestro interior, un sistema de señales que expresan una realidad interna,
una necesidad.
Como parte de un proceso muy humano que son, las emociones tienen una función
adaptativa esencial antes las demandas del entorno, por lo que resulta importante
escucharlas, permitirlas, concienciarlas, asimilarlas y no interrumpirlas, ni evitarlas, ni
reprimirlas, sino facilitar que la emoción madure en nosotros y nos informe que está
pasando, para luego tomar una acción. Sobre todo, si sabemos que Jesús nos comprende
(Hebreos 4:15).