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Halo de la Desesperación
Arik Eindrok
Para Roxana Elizabeth,
la única razón para no estar triste en esta existencia absurda
Si pudiera observarte sonreír
en los momentos de mayor incertidumbre,
eso bastaría para creer que la existencia
pudiese tener un sentido
en el halo de la desesperación
Sería bastante triste que, al morir, no pueda deshacerme de todo lo que soy. La
verdad es que he depositado todas mis esperanzas en ello, o al menos las pocas
que me quedan. Sí, la muerte es ya lo único por lo que vivo.
Tal vez podría amarme a mí mismo como tanto se dice, pero entonces ¿qué
sería de los momentos más relucientes y de mis textos más sublimes? Odiarse
a sí mismo es una infinita fuente de gloria e inspiración que ninguna clase de
amor propio podría ofrecer.
Siempre que quiero ponerme realmente triste y arruinar mis días voy y me
planto frente al espejo, entonces hallo infinitas razones para deprimirme hasta
el infierno.
Los panteones no deberían de existir más. ¿Es que acaso no ha bastado con
toda la miseria y estupidez que un humano ha esparcido en su vida como para
que todavía vayamos a llorarle y arrojarle flores cuando afortunadamente ha
dejado de ensuciar este mundo?
Creo que me gustaría hablar con ese dios del que tanto se enorgullecen los
cristianos, apuesto a que ambos nos llevaríamos tan bien, pues ambos somos
pésimos creando y tomando decisiones. Y, lo principal, también nos importa
un bledo lo que le pase a los demás.
¿Para qué intentar hacer las cosas bien cuando sé que mi naturaleza es el
fracaso?
Todo cuanto soy me parece una verdadera náusea. Jamás creí que llegaría el
día en que ya no me soportaría ni por un segundo más. Y, aun así, aún tengo
miedo de colocar la navaja en mi cuello, de extirparme desde la raíz este
malestar interno. Ya no quiero que el espejo se burle más de mí cuando planto
mi marchitada alma en los recovecos de sus insanas fauces, ya no deseo
despertar y trastornarme por seguir siendo lo que más detesto.
Me enamoré de ti como un estúpido, pero como uno que adoraba esa estupidez
y hallaba en ella un temporal remedio para esta putrefacta herida en mi alma,
misma que solo tu calidez y tu aroma podían sanar en los mínimos instantes en
que me condecías lo más hermoso: tus ojos sobre mi repugnante humanidad
posar.
Ahora entiendo por qué el amor es también solo otra herramienta más de la
pseudorealidad. Justamente lo supe hoy cuando a otro te vi, con lujuria
extrema y en la sombra del cariño, tu espíritu obsequiar.
Si te beso, entonces podría entrar en un dilema eterno del cual solo conseguiría
escapar loco, enamorado o muerto, o todo a la vez.
Quién iba a imaginarse que los humanos ensuciarían de este modo tan
repugnante y violento la existencia. Verdaderamente nunca debió habérseles
concedido tan magnífico regalo, pues lo único que saben hacer es
reproducirse, crear guerras y envilecerse cada día de su miserable, patética y
asquerosa vida.
II
Nunca fuimos el uno para el otro, nunca estuvimos destinados a estar juntos.
Lo único que ocurrió entre tú y yo fue que nos engañamos lo suficientemente
bien como para creer que el amor podía salvarnos de nuestra miseria
existencial.
Aún recuerdo esos tiempos donde creía que el mundo humano podía cambiar,
indudablemente debí estar más loco de lo que estoy ahora para ilusionarme
con tan ridículas ideas. O, tal vez, aún no había descubierto lo deplorable y
aciaga que puede llegar a ser la naturaleza del humano en la cúspide de su
estupidez y avaricia.
Tal vez aún respire, aún conserve mi cuerpo las funciones más elementales
que simulen que estoy vivo. Sin embargo, mi alma, o lo que sea esa vibración
interna, ha muerto desde hace mucho. Lo único que evita que me suicide es,
paradójicamente, la idea del suicidio.
El dilema existencial es a la vez lo más absurdo y sublime que podemos rozar,
pues nos llena de amargura y felicidad al mismo tiempo. Nos eleva hacia un
inmarcesible estado de lucidez mientras nos carcome el corazón y nos quema
las entrañas. No es bueno permanecer en esa incertidumbre por tanto tiempo,
pues lo único que restará será el recuerdo de lo que alguna vez fuimos, pero
¿no es incluso esto mejor que permanecer vivo?
No cabe la menor duda de que, para que este mundo cambie, primero debe ser
exterminada la mayor parte de la humanidad, si no es que toda.
El aburrimiento producido por la existencia es algo tan profundo e hiriente que
termina por conquistar cada recoveco de la mente, tornándolo todo en un vil
pandemónium de amargura. Aunque, dentro de eso, también hay una gran
máscara de verdades olvidadas.
Podría quedarme a tu lado cada noche, justo como ahora, sin necesidad de tus
labios rozar ni tu cuerpo desnudar. Podría amarte y pretender que a tu lado
quiero mi vida desperdiciar. Pero, al fin y al cabo, sé que no funcionaría, que
no podría existir un amor para mí que no fuera el sueño suicida.
Todo es tan ridículo en el mundo, todas las personas suelen ser tan simples.
Los sueños siempre encadenados a la mundanidad, al materialismo y a lo
carnal; las esperanzas centradas en un triste despertar. Este mundo no va a
ningún lado, no tiene ninguna oportunidad de cambiar. Lo mejor que podemos
hacer mañana al despertar es, sin duda, una bala en nuestra cabeza incrustar.
Cuando besé tus labios por vez primera, hallé miles de razones más sensatas
para existir que las implantadas por la pseudorealidad desde mi nacimiento en
esta aciaga humanidad.
Si pudiera tan solo llevarte a un lugar en donde pudiera ser más sincero
nuestro amor, ya habríamos fusionado nuestro pensamiento y huido de todo el
rencor.
Podría ser que no exista escapatoria alguna, que todos los caminos conduzcan
solo al vacío, que toda esperanza esté impregnada de un pesimismo eterno.
Podría ser que, al final, la humanidad siempre haya estado conminada a
pudrirse bajo el ojo luminiscente del gran demiurgo: la pseudorealidad.
También así era todo más llevadero, sin la desesperación de existir, sin el
deseo de suicidarse cada mañana. Entonces me negaba a aceptar que la vida
fuese eso en el fondo: una bonita mentira que nos mantenía alejados
temporalmente de la hermosa libertad que era la muerte.
Las personas son estúpidas, mientras más pronto se entienda más rápidamente
sellaremos este mundo bajo la perfecta noche de los suicidas fulgurantes.
Tal vez estaremos destinados a estar juntos en cualquier universo, puede que
tus ojos sean los que revivan mi alma e ilustren con majestuosidad mis
mejores lienzos. Sin embargo, prefiero que estés con él, que continúes
viviendo en este engañoso plano de enfermos.
Tanto tú como yo somos tan solo títeres de una falsa realidad que nos hace
creer que este imprudente acto sexual representa la más elevada muestra de
amor.
La miseria existencial había perforado tanto mi alma que, al morir, sentí como
si hubiese vuelto a la vida.
III
Aislarse del mundo y de los humanos debería ser considerado un acto de amor
propio y de divina sensatez.
Dicen que drogarse, alcoholizarse, fumar y demás cosas similares hacen daño
y matan, pero nadie advierte nunca que el simple hecho de existir en este
infierno de estúpidos humanos y dominado por la pseudorealidad ya es, de
hecho, la muerte misma.
Si esto es la vida, entonces preferiría morir infinitamente. Si esto que creo ser
yo es todo lo que soy, entonces preferiría hundirme en el vacío hasta que el
último rastro de mí se pudra y se desfragmente.
La poesía suicida ya no era efectiva para contrarrestar todos los males que
existir alborotaba en mi maltrecha humanidad, la filosofía existencialista ya
tampoco solazaba los inútiles esfuerzos de mi corazón por no dejar de palpitar.
Aquellos que con más derecho de existir se creen suelen ser también los que
más se ciegan y explotan a fondo la infinita estupidez que tan naturalmente
emana de sus pobres, patéticas y adoctrinadas mentes.
Gracias al cielo que aún quedan suficientes botellas de alcohol por vaciar en
mi alcoba, pues no sé qué haría los días que me restan de aquí a que me
cuelgue teniendo que soportar mi tediosa, horripilante y miserable humanidad.
La vida sería demasiado aburrida sin la idea del suicidio. Es realmente esto lo
que me ha salvado de morir todo este tiempo, y aquello por lo que mi mente
aún se siente como si me perteneciera de verdad, aunque sé que, mucho o
poco, también dentro mí, en lo más profundo, solo me engaño.
Decir que hay que casarse, tener hijos, formar una familia y envejecer con
alguien, entre otros tonterías, es la prueba más evidente de que, en nuestro
interior, hemos perdido la batalla contra la incertidumbre existencial.
Siempre que me preguntan por qué no me suicido de una buena vez suelo
responder de manera bastante sencilla: porque soy un verdadero maestro del
optimismo y aún me engaño con la verdad.
No sé cómo pueden los humanos vivir tan tranquilamente siendo tan
dominados por la estupidez y la monotonía. Supongo que algún día estarán
libres de esa animal fantasía en la que se revuelcan hasta ahogar su llanto y
esconder su hipocresía. Y ese día no podrá ser otro que cuando la muerte al fin
apague la antorcha de falsedad que siempre guio sus miserables vidas.
No hay dolor más grande que existir, excepto hacerlo sabiendo que no tiene
ningún sentido.
IV
Existir es tan tedioso cuando caen todos los velos que el moldeamiento nos
había colocado.
La existencia del humano ni siquiera debería ser tomada en serio, pues es tan
miserable y putrefacta que reflexionar sobre ella parece el mejor camino hacia
el suicidio.
Las elucubraciones más profundas siempre serán aquellas que nos dejen un
peor sabor de boca. De lo contrario, solamente nos estaremos engañando de
nuevo, tal y como lo hemos hecho desde que hemos nacido.
Ellos no pueden entenderlo, por eso es mejor no hablar con nadie. Los
humanos aún no están listos para percatarse de su miseria existencial, es mejor
dejar que se entretengan un poco más con la retahíla de falacias que
confeccionan su patética y podrida vida.
Todo parece mejor cuando llega la idea del suicidio a mi cabeza, es así como
consigo despertar y soportar un día más de este lóbrego y humano martirio.
Cualquiera que aún no comprenda que los gobiernos, las religiones y las
organizaciones no son sino marionetas de la pseudorealidad debe ser aún más
estúpido que el humano promedio, y eso ya es bastante.
No puede pretenderse querer cambiar el mundo sin haber antes destruido las
estructuras de poder y los asquerosos medios de comunicación que mantienen
adormecidos y controlados a los rebaños.
Hablo desde luego, de derrocar todos los sistemas que no son sino
ramificaciones del mismo parásito: gobiernos, religiones, corporaciones,
televisoras, farmacéuticas, milicias, bancos y todo lo que tenga que ver con
sexo, entretenimiento y dinero. Solo entonces podremos recuperar la libertad
que tanto se nos ha negado.
Es mejor vivir engañado, creyendo que el mundo es un lugar bello y que los
humanos son en general buenos. Este tipo de ideología no es sino otra
herramienta de control de masas que crea en las mentes una quimera sobre la
existencia, la cual es, desde luego, una pestilente, horrorosa y cruel
enfermedad.
Comprender que todo es absurdo no es algo para lo que los humanos estén
preparados, ellos solamente quieren existir el mayor tiempo posible sin
importar si tiene o no sentido su miserable, cerval y repugnante forma de vida.
El mundo en el que habitamos está jodido y lo estará hasta que luchemos por
nuestra libertad, tal y como lo han hecho unos cuántos rebeldes quienes se
atrevieron a darle la contra a la pseudorealidad. Pero, mientras sigamos
creyendo que el sexo y el dinero son todo lo que hay, y que reproducirse es el
único fin de la existencia, nada; en verdad nada cambiará.
Incluso ahora ser yo es algo que no puedo seguir soportando, la agonía de esta
existencia humana me desquicia al borde del suicidio. Y es que todo lo que
siempre quise ser es exactamente lo que en este mundo no podría nunca
florecer.
Vendrán los días donde las tormentas escarlatas se apoderen de los corazones
abandonados, donde las tinieblas cerúleas cubran la mayor parte del templo
desterrado. Entonces todo habrá cesado, ya no habrá que preocuparse más por
existir en un mundo podrido y comprado. La muerte nos aceptará a todos,
aunque muy pocos serán dignos de su divino legado.
Sí, estar borracho y drogado no era ser diferente al rebaño. Sin embargo, ya no
había otra opción para permanecer vivo en este sombrío engaño.
Creía que aquella noche sería la última, pues había perdido la capacidad de
entender lo que sentía. Tantos pensamientos tergiversados en mi cabeza, tantas
maneras de poner fin a esta insulsa falacia llamada vida. Y yo aún permanecía
aquí, aunque no tuviera sentido, intentando todavía respirar un poco en este
pantano lúgubre y nauseabundo en el que se había tornado mi patética
existencia.
¿Es que acaso existe otra manera más agónica de suicidarse un poco día con
día que enamorarse de alguien que ya se ha enamorado de otra persona?
Seguirá siendo un misterio hasta el último de mis días suicidas el hecho de que
una raza tan patética y banal como la humana no pueda percatarse de su triste
destino.
Y quizá lo mejor sea que las cosas continúen como hasta ahora, que la
existencia siga siendo tan trivial y que la humanidad continúe su triste y
anodino rumbo hacia el abismo, porque así todo terminará más pronto y el
orden reinará nuevamente tras una absurda avalancha de caos y perdición.
Solo era azar, todo partía del mismo punto. Lo bueno y lo malo, amar y odiar,
aceptar y rechazar, enamorarse y ser infiel, decir la verdad y mentir, crear y
destruir, vivir y morir. Y así con todo en la existencia; de hecho, esta podría
ser solo una de las múltiples que podrían coexistir de manera independiente.
Siendo así, si todo esto no es más que una mera combinación de posibilidades
entre un cúmulo infinito, entonces nada, pero absolutamente nada tendría
sentido, pues cualquier cosa no sería sino una simple casualidad.
Fornicar y embriagarse eran los máximos placeres a los que se podía recurrir
para olvidar por unos momentos lo absurdo que era existir.
Cada parte de ti me parecía perfecta, y tal vez solo por eso recordé tu sonrisa y
el primero beso que me obsequiaste antes de dejarme caer para siempre en la
etérea boca de la muerte.
V
Me detuve frente a la puerta con la esperanza de volver atrás, pero ¿serviría de
algo? ¡No, para nada! Ya no podía posponerlo por más tiempo, pues el
sufrimiento no cesaría… Hoy debía ir y ahogar esta pésima imagen que
reconocía como yo, y al que toda mi vida siempre rechacé y odié. Esta noche
reiría eternamente, esta noche por fin le haría el amor a la muerte.
No sabes cuánto te amé, pues fuiste el ser más hermoso que pudo haber
iluminado mi oscuro destino. No sabes cómo hubiera deseado haberte hecho
feliz, pero es imposible, es solo un desatino. Pues yo no soy aquel a quien
amaste, sino un pobre trastornado que lo único que espera ya es el suicidio.
Debatir con los demás es el acto de un necio y un imbécil. Dar a los demás
algo de qué debatir es el acto de un pensador experimentado.
Sería sublime acabar con el humano de manera definivita, aunque acaso sea
solo una quimera. ¡Por el amor de dios! Que alguien termine de una buena vez
con esta civilización tan adoctrinada y ridícula antes de que yo termine de
enloquecer.
Al salir a las calles me invade una sensación aún más intensa de repulsión y
náuseas, pues si existe algo verdaderamente putrefacto es observar con mis
propios ojos a los humanos en pleno deleite de estupidez y sinsentido; cosa
que, por cierto, cumplen de manera tan natural como respirar.
El mundo humano es más bien el lugar donde uno puede ser un humano,
adoctrinado y adorador de falsas concepciones, y, aun así, ser considerado un
personaje digno de admiración y respeto.
Convendría más ser sordo y ciego en este mundo asqueroso que han
confeccionado los amos de la banalidad (los humanos), pues así se evitaría
tener que escuchar y ver sus monumentales obras hacia el sinsentido y la
ignominia.
Nada más contradictorio de dos personas jurándose fidelidad eterna. Pero ¿qué
puede esperarse de una raza retrógrada y adoctrinada como la humana? No
están aún a la altura para comprender que la naturaleza auténtica no es otra
sino la poligamia. Dejemos, pues, que continúen martirizando sus corazones y
sus cuerpos con la falsedad del supuesto amor humano.
Desear a otras personas además del ser que se cree amar no es para nada un
pecado ni nada parecido. Estas estupideces solo han sido herramientas de
control implantadas y esparcidas por las élites de las religiones y los gobiernos
en su obsesiva demencia por querer controlar nuestros actos sexuales.
Los sentimientos humanos existen tan solo para hacernos creer que poseemos
otras cualidades además de fornicar y hacer guerras.
Entonces no sabía lo que me ocurría, pero siempre era así… Después del sexo,
experimentaba una necesidad suprema de soledad, una inquebrantable
repugnancia se apoderaba de mi ser y mi cabeza quedaba aún más trastornada
que cuando intentaba acabar conmigo al llegar el bello anochecer.
Y pensar que en algún momento se supuso que el humano podría llegar a ser
una criatura magnífica. ¡Por favor! Ni siquiera hemos logrado conquistar
nuestra aberrante sed de sexo y poder, mucho menos hemos dejado de creer
que existe un dios.
El ojo que todo lo ve sabe de lo que hablo, pues puede atravesar mi carne y mi
alma. Sin embargo, hay en todo esto una parte positiva: morir tras haber
doblegado la iluminación.
Jamás, ni siquiera por equivocación, debe creerse que los gobiernos y las
religiones, así como demás organizaciones mundiales que no son sino títeres
del nuevo orden, buscan, ante todo, el bienestar del pueblo. Estas aberraciones
del poder siempre buscarán su propio beneficio y tendrás intereses perversos
cobijados en supuestas obras benéficas. Lo mejor que puede hacerse, aunque
sea solo un sueño, es acabar con ellas y proclamar la auténtica libertad.
¿Qué me impediría matar a otro ser? Es obvio que nada, realmente nada. Lo
único que se necesita es mandar al demonio todos esos atavismos y conceptos
implantados sobre el bien y el mal. La moral de la humanidad entonces ya no
me afectará y podré matar a placer sin necesidad de sentir remordimiento ni
pesar, pues entonces seré ya no un humano más, sino el superhombre ante el
cual todo mortal deberá fenecer.
Todos los cantantes, actores y deportistas no son sino una consecuencia más
de esta tergiversada y putrefacta matrix donde ser imbécil es símbolo de
admiración. O ¿no es absurdo que estos humanos amasen fortunas mientras
hay millones que no tienen nada qué tragar?
Basta hacer una profunda reflexión, y sincera, claro, para percatarse de que
nacer en este mundo está lejos de ser una bendición. De hecho, pareciera que
la existencia en este infierno no es sino un castigo arrojado sin ningún tipo de
piedad.
Existir, ¿hay acaso algo de bueno en ello? ¿Puede alguien dar crédito de que
realmente tiene o no sentido hacerlo? Entonces ¿para qué aferrarnos a tanta
crueldad y podredumbre? ¿Por qué no terminar de una vez por todas con los
dolores de este mundo en ruinas y cubierto de la peor suciedad, o sea, la
humanidad?
VI
Indudablemente, la existencia y reproducción de la humanidad ha sido una
tragedia de dimensiones estratosféricas. Pero ¿a quién se culpará ahora?
¿Acaso a dios o al diablo? ¿Acaso existirán? ¿No será que todo ha sido solo un
error producto del caos absurdo?
La aniquilación de los humanos parece ser una idea más que magnificente, y,
por ello, se ha intentado inculcar una supuesta moral donde asesinar es malo.
Pero detengámonos un momento a pensar quienes son los que han decidido
esto, ¿no son también asesinos? Creo que la respuesta es obvia…
Ya ni siquiera podía mirar o escuchar a los humanos sin sentir asco y aversión.
Aunque, ciertamente, esto era bueno, a la vez que también era una tortura. Lo
preocupante sería que no tuviera esta concepción, es decir, que me sintiera a
gusto entre esos gusanos de percepciones pusilánimes.
Si de algo tengo que estar agradecido en esta vida es, desde luego, de la
existencia del suicidio.
Hay que aceptar que estamos solos, es el primer paso para la evolución
espiritual. El segundo, y más importante, es reconocer que la humanidad,
incluyéndonos, es un error nauseabundo que no podemos perpetuar. Y,
finalmente, hacer nuestra la esencia más satisfactoria y pura de todas: el
encanto suicida.
No tiene caso hablar con los humanos, están ya demasiado contaminados por
la pseudorealidad. Se aferrarán con mayor vigor a su propia esclavitud y
siempre encontrarán la manera de evadir su libertad. Es mejor destruirlo todo,
desde las bases, para que no quede ningún vestigio de lo que fue esta patética,
putrefacta y absurda civilización humana.
Quería ser olvidado por el mundo, tal vez así yo olvidaría también que en
alguna ocasión a él estuve ligado y ante él fui tan susceptible en mi terrenal
existencia.
Solo los humanos miserables sienten tal afecto por la vida, pues la falsedad es
su símbolo; pero aquellos que logran despojarse de ese absurdo traje humano
son los que en la muerte hallan la redención.
La verdadera burla era pensar que alguna vez un ser tan insolente, ínfimo e
intrascendente como el humano creyó que su naturaleza era la creación de
algún dios.
Estoy hastiado de esta vida de fantasía, como quien se asquea de vivir muy
pronto y piensa en el suicidio como la forma más pura para aniquilar todas las
creaciones de las cuales emana su existencia.
Viles criaturas cuyos placeres se hallaban entre los más bajos y pestilentes.
¿Para esto es que el humano había vivido durante todos estos siglos? ¿Esto
era, concluyentemente, lo mejor que una divinidad podía formar? ¿No sería
acaso más sensato asumir, incluso por simple sentido común, que la
humanidad era únicamente un accidente en este mundo infame y decadente?
Cuántas batallas libré para soportar la vida, sin percatarme jamás de la dulzura
con que la muerte me esperaba para hacerme suyo por la eternidad.
Si realmente existiese una entidad divina, dudo mucho que quisiera darse a
conocer sabiendo el oneroso error cometido al dar nacimiento a tan fútil y
aciaga humanidad.
La única razón para que continúe en esta vida es el implacable deseo de saber
si el humano puede corromperse todavía más.
Quiero morir, quiero desistir, quiero abandonar esta lucha contra mí mismo y
contra lo que en mi cabeza se ha implantado para que jamás pueda recuperar el
espíritu que me ha sido arrebatado desde que comencé a vivir.
Que alguien mate de una buena vez a la existencia, que me parece como si la
vida hubiera asesinado a la muerte.
Solo espero que en el más allá, sea cual sea, no vuelva a encontrarme nunca
más con humanos.
Cualquier cosa preferiría con tal de no vivir, aunque fuese eternamente morir.
VII
La humanidad era solo excremento que nunca se detenía. Y este mundo
insensato era el único sanitario disponible, que para desgracia de muchos y
fortuna de unos cuantos, se hallaba eternamente descompuesto.
Considero que una persona sensata y decente, por simple cuestión de respeto,
no debería tener muchas esperanzas en esta existencia miserable y, por ende,
no debería ser muy extensa su estancia en tal alegoría fallida.
Todo cuando podía hacer era esperar el momento del quiebre, el día en que al
fin pudiera abandonar mi contaminada forma humana, el día del tan soñado
último suspiro, el del más hermoso suicidio.
Qué fatal locura fue la aparición del primer humano. ¿Qué especie de
irrazonable maldición le llevó a su reproducción?
No entendía nada sobre la existencia humana, tan solo que no estaba hecha
para realizar sublimes obras ni para trascender más allá de este triste planeta
divagante en la eternidad del infinito.
A veces no sé por qué existimos, quizá nuestro destino sea solo el sufrimiento
espiritual al vernos sumidos en este infierno humano.
Creo que ni siquiera se puede hablar de decepción, pues es evidente que los
humanos serán siempre una aberración, o, tal vez, simplemente seamos
nosotros, los soñadores sublimes y suicidas, los tristes extranjeros en este
mundo putrefacto y sexual.
Te prometí que te amaría toda la vida, aunque ni siquiera pude evitar no ceder
ante la tentación de otras bocas exóticas. Pretendimos ser uno solo, pero
fuimos, en realidad, solo dos estrellas que refulgieron muy intensamente y se
apagaron demasiado rápido en este vasto y caótico universo. Nuestro amor ha
sido sellado bajo el conjuro de la irracional falacia proveniente de un tropel de
ilusorios y sugestivos ensueños.
Por lo menos, cuando llegue el momento final, sabré que, si en algo tuvo
sentido está putrefacta y ominosa existencia, fue conocerte y haberme fundido
contigo en la cerúlea noche de las caricias más profundas y los besos menos
inocentes.
Y sí, creo que los razonamientos sobre el absurdo de la existencia son muy
loables, tanto que debemos tenerlos muy en cuenta a la hora de intentar un
ilusorio optimismo en la existencia como la mayoría lo hace cuando llegan, si
es que ocurre, a reflexionar sobre estas cuestiones.
Ese absurdismo del que ya no podemos deshacernos y que nos corroe desde el
interior de nuestro ser, que solo se va por instantes, pero que siempre vuelve
con mayor fuerza, eso es, en resumen, haber entrado en el halo de la
desesperación. Y, una vez inmerso, el único camino viable será el suicidio
sublime.
En fin, era siempre lo mismo al llegar a este atroz punto del que solo podía
arrancarme la bebida, la prostitución o la poesía. Ya ni siquiera sé cómo
llamarle a esa mescolanza tan infame de sensaciones deprimentes y trágicas
que engloban el absurdo en el que me hallo inmerso… ¿Será acaso esa la
desesperación de existir? ¿Será que estoy llegando al centro del halo de la
desesperación? ¡Demonios, creo que sí!
Me gustas mucho, aún más que la idea de mi suicidio, y eso es, para mi
atribulada y futura muerte, algo sumamente preocupante, pues me engaño al
creer que contigo la vida podría tener un sentido…
¡Qué ridiculez creer que me amas! Pues es probable que, tan pronto como
alguien te folle mejor, me abandonarás y te arrojarás en los infames brazos de
un nuevo amante. Es evidente que debo disfrutarte, pues, al concluir esta
noche, volveremos cada uno, al mismo tiempo, a nuestro original estado: la
soledad y la perdición.
El amor puede ser una estupidez, sobre todo el nuestro, pero, al menos,
conocerte ha tenido para mí más sentido que cualquier otro instante
absurdamente vivido.
Que los humanos adoren aquello que los destruye es la majestuosa y gran obra
que ha fraguado la pseudorealidad.
Hacer que los miserables amen su propia miseria existencial, y, más aún, que
contribuyan a expandirla y perpetuarla lo más que se pueda, es, en resumen, el
punto fundamental que se debe cumplir para que un mundo como este, tan
deplorable e infecto, continué su asqueroso y banal ciclo de miseria
existencial.
VIII
Así son los humanos, seres que adoran, por encima de todo, la banalidad de su
miserable y fétida existencia, basada por completo en sexo y dinero.
No hay forma, no podemos hacer nada. Y eso también es parte del absurdo de
la existencia, del halo de la desesperación… Solo podemos entrenarnos para
ser dignos del suicidio sublime y ya, pues este mundo está condenado. No
podremos vencer a la pseudorealidad a un nivel global, solo individualmente.
Si la existencia es algo tan sagrado, ¿por qué habría de serle concedida a seres
tan despreciables, ambiciosos y putrefactos como los humanos? Es un absurdo
y un desperdicio que no puede tolerarse más, y la imposibilidad de que cese
hace aún más miserable mi vida.
Creo que vivir nunca he tenido ningún sentido, ni pies ni cabeza, pero lo
verdaderamente fatal sería que morir tampoco lo tuviera.
Sería incluso inmoral no sentirse asqueado de los humanos, sería una grosería
que no merecería perdón alguno no suicidarse tras haber entrado plenamente
en el halo de la desesperación.
Cuando la poesía dejó de serme algo útil para desaburrirme de esta existencia
tan inútil, comprendí que era ya hora de extinguir mi lóbrega esencia.
No se puede vivir sin literatura, poesía ni arte, puesto que son estas quienes
nos dan una ligera probada de lo que no es la vida.
Todo lo que creemos resulta, en última instancia, no ser sino una estupidez.
Estamos mucho más adoctrinados de lo que nos imaginamos y, aun así, en el
colmo del cinismo, afirmamos ser libres y racionales.
Contigo creí ser feliz, en tus labios creí vislumbrar algo más maravilloso que
en la muerte misma. Pero solo era yo engañándome, pues todo fue un sueño.
Solo era yo recordándote, antes de meterme una bala en el cerebro.
Los humanos no querrán escuchar ni ver nada que no tenga que ver con sexo,
dinero y estupidez. Así son felices siendo esclavos de la pseudorealidad, sin
percatarse del gran engaño que guía y nutre sus ominosas vidas. Y, si por
casualidad llegan a percatarse un poco de esto, preferirán ignorarlo, afirmando
que así son felices, agarrándose con la mayor fuerza posible a su propia
ignominia.
Hay que tener en cuenta que es cierto: cada vez el nivel de imbecilidad
aumenta de modo casi exponencial. Pero ¿qué se puede esperar de unos padres
que no han hecho otra cosa que trabajar para mantenernos, mirar televisión y
llevar una absurda vida familiar? Lo más vomitivo es saber que, pese a
nuestros tristes esfuerzos, terminaremos, de una u otra manera, hundiéndonos
en la misma cloaca de pestilencia existencial que todo el infame mundo
humano.
Todo tenderá siempre al mismo fin, a la esclavitud mental, porque así está
configurada la pseudorealidad. Todo está pensado de modo que sus engranajes
(nosotros) continuemos siendo productivos dentro de este sistema absurdo. Es
como un trabajador que cumple sus funciones ciegamente sin cuestionar jamás
por qué diablos lo hace, solo lo hace y ya. Así son los humanos, solo existen y
ya, sin sentido ni razón.
IX
Tal vez también el problema radica en que desde pequeños nos enseñan a
obedecer a alguien o algo. O sea que, en cierta manera, desde que nacemos
nos vemos despojados de nuestra libertad. Ni hablar de las familias más
puritanas y atascadas de prejuicios absurdos que solo arruinan a los niños, ya
de por sí desdichados por haber nacido en este mundo.
En conclusión, no deberían de existir las familias, los padres, los hijos ni nada
de eso. Pero, como estamos en una sociedad todavía demasiado anticuada para
comprender esto, se seguirá con el mismo patrón arruina-mentes.
¿Qué es más patético? ¿Tener hijos o tener que soportar a quienes los tienen?
Da igual, solo quiero que este mundo inverosímil y plagado de humanos
moldeados se termine de una buena vez. ¡Oh, dios! Si en verdad existes,
concédeme solo este ínfimo deseo.
Quisiera que solo fuera eso de lo que hablara, así quizá podría no sentirme tan
agobiado, pero hay muchas cosas que me abruman y que necesito saber. La
filosofía me gusta mucho, es cierto, pero solo es un camino de entre millones,
un fruto que deleito pero que no calma mis ansias por atiborrarme de
sabiduría.
Qué miserable debe ser una raza que prefiere permanecer felizmente ignorante
a luchar por un cambio verdadero en este fatídico sinsentido.
Creo que leo por gusto a muy contados autores, pues en su mayor parte la
literatura es intrascendente como la especie que la crea, pero también porque
necesito despejar mi cabeza de lo que escribo; de otro modo, ya no estaría
vivo.
Qué triste es este asunto del tiempo: siempre esperamos que pase rápido y
cuando menos esperamos, nos hallamos mirando hacia atrás convertidos en un
recuerdo perdido en la inmensidad de la telaraña sagrada que todo lo envuelve.
Cuando menos esperamos, ya no somos nada más que nostalgia, memorias y
ganas de morir con el tiempo más lento.
Las cosas bellas de la vida, si es que hay alguna, terminan por extinguirse y
opacarse en los humanos debido al acondicionamiento. Todos olvidamos la
poesía, el arte y la literatura, o la verdadera ciencia, tan solo por el falso dios.
Y es que en este mundo hay que tener ese pedazo de papel para comer y, más
aún, para existir. Tan lamentable y precaria concepción sin duda representa la
perdición del mundo, la ruin brujería de la pseudorealidad triunfando.
Me siento zaherido al percibir cómo tantos humanos pueden hallar ese sentido
que tanto se me escapa tan trivialmente, o al menos engañarse para creer que
sus vidas lo tienen. Si pudiera volver a ser como ellos… pero no, estoy
malditamente enfermo y la pseudorealidad no funcionó como cura.
Es una de las más recónditas dudas saber si alguien aún podría apreciar ese
raro material que no vale un centavo en un mundo como el nuestro, pero que
lo vale todo en un universo más majestuoso que el que pudieran comprar las
personas más ricas de esta mentira sacrílega.
Todas las personas de este mundo son unos cerdos, unos malditos y viles
depravados sexuales ahítos de parafilias y de aberrantes fantasías. Y es
tragicómico ver cómo se rehúsan a aceptarlo tan solo por seguir los ominosos
principios de una sociedad cada vez menos inteligente.
¿Por qué se seguirá recurriendo a una moral ficticia para esconder lo que en el
fondo somos? Es realmente una estupidez fingir ante la sociedad que no
poseemos deseos sexuales y homicidas, y, en la soledad, donde nadie nos ve,
entregarnos a las más bajas y degradantes prácticas.
Cuando nos percatamos de que ningún otro ser, por muy querido que nos sea,
podrá darle sentido a nuestra miserable existencia; y que, asimismo nosotros
no haremos lo propio con la suya, entonces se está más cerca de penetrar en el
halo de la desesperación.
La pseudorealidad es siempre fuerte, sabe lo que cada uno anhela. Más aún,
conoce nuestras debilidades, nuestros vicios y nuestras obsesiones. En este
punto, me atrevo a decir que, mientras no nos matemos, seremos, mucho o
poco, esclavos de sus obsequiosas mentiras.
Creer que el mundo está bien, que la vida es agradable y que se puede ser feliz
en esta existencia es gritarle a todo el mundo que se es un humano que jamás
ha querido cuestionar nada en su putrefacta y mísera esencia.
Este mundo es horrible, y quien diga lo contrario que se quite la venda de los
ojos y que se informe de los infinitos casos de violación, pederastia, abusos,
extorsiones, homicidios, guerras, narcotráfico, y, sobre todo, de las élites que
manipulan a los gobiernos, los bancos y las religiones para perpetuar esta
absurda y puerca estructura que nos domina.
Esta existencia es más bien una tragicomedia donde somos forzados a tomar
parte. Pero ¿no se puede acaso ser un poco más rebelde y explorar un poco los
caminos de la muerte?
X
Y tal vez somos seres absurdos y trastornados que no pertenecen realmente a
este mundo humano tan contaminado. Quizá sólo seguimos con vida para
presenciar la consagración del caos infinito en la noche del último apocalipsis.
Ser o no ser, vivir o morir, amar u odiar… Cada uno de estos dilemas se
tornaba tan espantosamente absurdo cuando se contemplaba el único factor
relevante en la irrelevancia humana: el suicidio.
El verdadero poeta nunca deja de buscar el camino hacia su propio yo, jamás
se conforma con las enseñanzas de ninguna doctrina, nunca sigue ciegamente
los mandatos de ningún gobernante, nunca acepta estúpidamente los patrones
impuestos por las élites; pero, sobre todo, nunca está satisfecho con la miseria
existencial que todo lo ha conquistado.
Las palabras de los grandes maestros son bonitas y resuenan con vigor en el
bello cielo azul, pero no podrían serme más ajenas desde que he decidido
adoptar el sufrimiento como el único guía de mi absurda vida.
Me siento bastante satisfecho con su partida, pues, de otro modo, habría tenido
que degollarla cuando el éxtasis sexual hubiese llegado a su fin, lo cual no
estaba nada lejano.
Sí, basta con contemplar por unos instantes a los humanos para percatarse de
que no tienen gran cosa que decir. Incluso, aquellos considerados menos
miserables, terminan por formar parte fundamental de esta vomitiva
pseudorealidad.
Ese es el mayor absurdo de los humanos: viven y pregonan sus ideales, pero
no estarían dispuestos a morir por ellos. El miedo a la muerte los apabulla, los
sumerge en un éxtasis de vida completamente ridículo, pues también sus vidas
terminan por ser intrascendentes.
XI
Últimamente me estoy terminando de convencer de que lo mejor para la
humanidad sería la extinción. Y es que, en realidad, no se perdería gran cosa;
acaso nada, considerando los niveles tan brutales de absurdidad y estupidez
existencial a los que se ha llegado.
La mayoría de la humanidad está tan ciega que se conforman con sexo, dinero,
materialismo, efímero poder y demás bagatelas. He ahí lo máximo a lo que
puede aspirar el supuestamente brillante humano. Pero la cuestión más
inquietante es: ¿acaso vale la pena dejar que una criatura tal continúe
existiendo?
¿Qué era el amor sino la mayor desgracia en la que reparábamos todos cuando
intentábamos acercarnos ciegamente a la supuesta felicidad terrenal?
Prefiero ser odiado y defender mis creencias hasta el fin, aunque esté
equivocado, que ser idolatrado por una caterva de humanos adoctrinados que
solo siguen los patrones que otros han implantado sin cuestionar nada, sin
escuchar jamás la voz de su verdadero yo.
Lo único que confirmo con el pasar del tiempo es la belleza que existe en la
soledad y en el deseo suicida, y lo absurdo y execrable que resulta la compañía
de cualquier idiota.
Tal vez nosotros, los poetas rebeldes y suicidas, somos, en realidad, la falla, el
error, la equivocación, lo que debe ser exterminado. Quizás este mundo
humano es así, y así será por siempre: naturalmente absurdo, horrible y
repugnante.
La única razón para sonreír cada mañana es saber que, por la noche, podré
tener nuevamente la oportunidad de ser libre, de degustar el exquisito manjar
de la poesía más sibilina: el suicidio.
Ser libres nos atemoriza, ser esclavos nos libera. Vivir nos enferma, morir nos
da esperanza.
Solo ayúdame a encontrar una manera para sentir que aún respiro... Dame una
sola razón por la que valga la pena seguir vivo.
Nunca había respuestas, nunca había nada. Y todas mis preguntas se ahogaban
en el frío crepúsculo de esta noche trágica y suicida. Al borde del colapso,
sumergido en llanto y con la navaja hundiéndose en mis muñecas, así me
hallaba yo en el día fatal. Y, aunque la muerte ya se acercaba para cobijarme,
seguía sin obtener una pista que resolviera el acertijo de mi existencia. Fue
entonces cuando pensé que morir era tan absurdo y estúpido como vivir.
Un día más, un día menos. ¿Qué más da? ¿Qué más puede esperarse de este
mundo insano y de sus repugnantes habitantes? ¿No sería mejor suicidarnos
para complacer a nuestros instintos profanos?
El suicidio era lo mejor, lo único que realmente amaría en esta vida que tanto
daño me ocasionó. Y, cuando mi sufrimiento me arrojase hacia sus brazos, me
entregaría a él sonriendo y con la cara invadida de felicidad.
¿Qué hacer cuando pareciera que ya nada resulta interesante en esta existencia
tan anodina? ¿Qué especie de remedio podría hacer que mi cabeza se
conectara de nuevo a esta realidad estúpida? Necesitaba algo más que una
droga, que una solución mágica. Necesitaba suicidarme cuanto antes.
Cualquier clase de sueño o meta carecía de todo sentido desde que daba por
hecho que mi existencia, siempre solitaria y ridículamente inútil, no era sino
un infinito homenaje a lo absurdo.
Qué triste pensar que alguna vez tuve una mínima oportunidad de ser feliz en
esta existencia nauseabunda. Indudablemente me engañé a la perfección,
fragüé quimeras que terminarían por trastornar mi mente endeble. Y mi
corazón, cansado ya de tanto dolor, se detuvo finalmente. Y mi alma, aterrada
de haber existido sin razón, se desintegro para siempre.
No había nada que indicara que yo tenía que vivir. Esa era la realidad que
tanto me empeñaba en negar, pero que, invariablemente, tuve que aceptar para
mi espíritu suicidar.
Día tras día, siempre con el mismo peso de una vida sin ningún sentido,
siempre divagando entre fantasmas y dilemas carcomidos, siempre deseando
solamente la muerte para evadirme eternamente de todo lo que nunca había
querido: existir.
Era relajante adornarse un poco los brazos, pero sin llegar a la parte
culminante del proceso. Tan solo requería un alivio momentáneo, deshacer
todas esas locuras en mi horrenda imaginación, apaciguar el averno en mi
interior. La sangre derramada valía la pena, emplear navaja no era una
condena.
Cortarse un poco las muñecas para poder respirar un poco más, llorar
abundantemente cada noche para poder sobrevivir solo un amanecer más.