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¡Jallalla!

,
más que un libro, invocación de la esperanza

Por Darío González Arbeláez


Todos entorno al fuego levantaron los potos de chicha y al unísono declamaron: ‘¡Jallalla,
Pachamama!’, como un gesto de gratitud hacia la progenitora de toda la vida; pero, también,
como celebración de la vida misma e invocación de ‘la esperanza y bienaventuranza’. ¡Jallalla!,
una sola palabra, múltiple significado y múltiple origen: quechua y aimara. Con esa sola palabra
los reunidos en la Casa Comunitaria La Tinkuna, en Cochabamba, Bolivia, concluían el Ritual a
la Pachamama, aquel primer viernes de mes, a mediados del 2015.
Pero, aun cuando Cochabamba resultaba apenas una estación en el viaje de Sandra y Yeison por
los pueblos del Sur; igual los honraba con una preciada ofrenda, -Jallalla-, una joya que se
sumaba a las recogidas en Cusco, Chectuyoc, Cieneguilla, etc. Todas en su singularidad igual de
invaluables: como las 17 horas a pie por los ríales que desde Ollantaytambo conducen hasta
Machu Picchu pueblo; como la soledad y el silencio en un pueblo dormido –Chectuyoc-; o como
la profunda confianza de Heraldo y Sara, que les dejaron su casa a cargo, porque 15 días
conociéndolos era más que suficiente para confiarles la misma.
Regresaron a Medellín en diciembre del 2015, con los zapatos desgastados, ‘la ropa fermentada’,
con prácticamente las mismas pertenencias; pero, eso sí, henchidos de vivencias, imágenes,
palabras y amigos. 10 meses, 4 países (Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia) y un centenar de
cómplices de carretera, de conversadas, de chicherías y de trabajos. Algunos figurantes en las
fotos de Sandra, otros evocados en los versos de Yeison, y los más conservados en la memoria
de ambos, recordados con gratitud cada vez que en la conversa los interrogaban por el viaje.
Hacia los primeros meses de 2016, en la tregua que les dejaba la búsqueda de trabajo, ‘vino el
tiempo de resumir’ y volvieron sobre las fotografías y los poemas nacidos del viaje, advirtiendo
una casual y no planeada complementariedad: descubrieron que el cóndor descrito por Yeison
planeaba en las imágenes capturadas por Sandra; que la enunciada reverencia ante la vastedad
del horizonte, se expresaba en los paisajes fotografiados.
Dicho descubrimiento despertó en Sandra el interés por elaborar un librito, un modesto foto-
poemario que celebrara lo vivenciado; empresa a la cual su enamorado no dudó en sumarse. Y
con tal propósito entre manos, ambos seleccionaron el material, revelaron las fotografías elegidas
y transcribieron los poemas elegidos. Una vez conjugaron la imagen y la palabra, dándole cuerpo
al libro, correspondía bautizarlo; de modo que volvieron sobre las palabras acumuladas durante
10 meses de viaje y notaron de inmediato esa joya ofrendada en La Tinkuna: Jallalla.
Así, a mediados del 2016, nacía Jallalla, un fotopoemario configurado como una acción de
gracias por lo vivido, celebración de lo conocido, invocación de la esperanza residente en el Sur,
como una expresión de bienaventuranza: “(…) las carreteras no son tan extensas cuando caminas
/ acompañado/ o un camionero te levanta por más / de doce horas // Ica-Nasca, Nasca-Arequipa /
cuesta un dedo en dirección al sur / y una conversación / na’má”.
El libro era casi un hecho, tenía lo necesario para serlo, solo restaba el apoyo suficiente para ser
materializado; de modo que Sandra M. Ramírez y Yeison Medina, ambos periodistas egresados
de la UdeA, se dirigieron a la imprenta de su Alma Mater con el proyecto bajo el brazo.
Desgraciadamente, la respuesta de las directivas de la imprenta era un sutil no, argumentando
que el proyecto resultaba muy costoso, que no podían apoyarlo ‘porque todas las fotografías eran
a color’.
Descartada la UdeA, decidieron enviar el libro a un concurso internacional, pero tampoco
salieron favorecidos. Así las cosas, al cerrar el 2016, Jallalla permanecía como un bello proyecto,
ansioso por materializarse, pero carente de los recursos suficientes.
Sin embargo, el ímpetu de ambos porque el libro fuera un hecho era superior a las improbables
posibilidades de que una editorial o ente privado quisiera abanderar el proyecto y llevarlo a feliz
término. De modo que, para principios de 2017, superadas las anteriores decepciones, decidieron
echar mano de la estrategia que su maestro de periodismo, Gonzalo Medina, llamaba
‘mecenazgo popular’: se trataba de acudir a los amigos, familiares, conocidos y demás
interesados que voluntariamente quisieran donar dinero para la realización del proyecto editorial.
Con un video en el cual exponían su propósito y explicaban lo simple que resultaba la impresión
de Jallalla, si cada uno y cada una hacía un aporte, Yeison y Sandra se encargaron de buscar y
contactar a todos sus familiares, a cada uno de sus amigos, de sus compañeros de colegio y
universidad, de sus conocidos, inclusive, a cada uno de los compañeros de viaje, de los amigos
que habían sembrado en los pueblos visitados.
Durante 90 días aguardaron que su llamado tuviera eco…
Y así fue, el mecenazgo popular rindió sus frutos, Jallalla, el fotopoemario que festeja las
amistades hechas en carretera, las complicidades fraguadas al calor de una chicha en los largos
mesones de las piquerías, los intercambios de saberes en las plazas públicas, se materializaría en
virtud de un esfuerzo colectivo y solidario de todos los amigos y familiares, que deseaban
conocer más a fondo lo visto y descubierto por Sandra y Yeison durante su viaje.
Corrieron un par de meses entre la diagramación y la elección de la imprenta, suficientes para
cuidar hasta el último detalle. Hasta que en abril de este año, Jallalla pudo al fin ver la luz y,
asimismo, recordar en la belleza de sus fotografías y la sinceridad de sus versos, el calor de las
gentes del sur y la esperanza y bienaventuranza que albergan sus pueblos.

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