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¿No es un llanto amedrentado a golpes, una amnesia autoimpuesta para lograr una
paz artificial que cala en los huesos y yace cómo insostenible? Como ese dolor de
quien se sabe enfermo pero no detecta porque o cómo, un electrodoméstico que
funciona a medias pero no se sabe por qué. Un sistema autorreferencial cuyo botón
de reset está siendo presionado por cada uno de nosotros, al observar, al ver, al
vivir. ¿O qué son los discursos fragmentados para aplicarse a nuestro contexto de
alguien que murió hace veinte años y la idolatría a hombres únicos que no estaban
solos al construir nuestra patria?
Una historia donde callar, olvidar e ignorar está normalizado, donde la propaganda
y la información pululan para que las conclusiones malintencionadas no sean
constituidas por una voz enorme en muchos casos, sino que sea el murmullo de un
pueblo que intenta unir las pesquisas sin terminar de entenderlas.
Se habla hoy de una protesta molecular, donde todos los que estamos en
desacuerdo con el mandato somos enemigos del orden, donde el estado tiene
potestad para elegir a sus objetivos y asesinarlos a sangre fría con ocho balazos.
Pero creo que más allá de ello habitamos una historia molecular, un análisis
microscópico que pierde el sentido al traerse a lo macro pues no es posible
distinguir entre personas, ideas o ficciones.
La historia molecular es peligrosa porque no habla del mundo, de los contextos. Nos
muestra contenidos variados perdidos en un mar infinito de datos que no coinciden
entre sí, pues minimizados cómo están no encuentran una unión lógica.
Bogotazo, 1948
Que hoy vivamos lo que nuestros compatriotas sufrieron hace cuarenta años o
incluso hace ochenta no es gratuito, la historia requiere un contexto, un hilo
conductor que nos hable no de cúmulos nebulosos de personas que vivieron algo,
ni de líderes atómicos que generaron el cambio, sino de gente, que como nosotros
tenía miedo, creencias, aspiraciones y deseos. Que tuvo un pasado, un presente y
un futuro. Porque no estamos solos, venimos de la gente que está atrás, por obvio
que suene.
Gente que tenía familias, amigos, que vivía, que dolía y actuaba en consecuencia,
que se sentía traicionada por sus dirigentes, que estaba falta de esperanza. De nada
nos sirve escuchar de nuevo la historia de un oprimido que venció al opresor en la
dialéctica si no entendemos el gran esquema de las cosas, ese que nos deja ver que
llevamos las mismas dinámicas desde el nacimiento de las patrias liberadas de los
españoles. Que esta amnesia, esta memoria selectiva y atómica constituye una
cadena de odio, de bandos que des-personaliza a quienes los integran y los reducen
a ideas mínimas abstractas, cuando los humanos somos una profunda fuente de
complejidad, con historias y sentires.
La historia atomizada nos rompe, nos reduce, nos oprime y nos duele porque nos
aleja de la realidad. Nos duele porque nos aísla del mundo, nos hace sentir solos,
individualizados en un universo vastamente infinito. Nos duele porque nos hace
incapaces de hallar los patrones dolorosos que expresamos hoy en memes, ayer en
caricaturas y antes mucho antes en arlequines y trovadores.
La historia atomizada tiene todas las respuestas, así sean incorrectas, no admite
espacios para el cuestionamiento, la reflexión o la lectura profunda de los hechos,
no hay nada conectado, todo pasó en una caja negra que es peligrosa de entender.
Nuestro pueblo herido y doliente hoy recuerda su historia, por lo menos la reciente,
es consciente de por quién y con qué objetivo votó. Recuerda además cómo ese
caudillo de cartón, ese ídolo del espectáculo le dio la espalda a su nación y hoy con
el señalamiento de la protesta atomizada, nace el conjunto, la comunidad que no se
aglomera en un espacio sino que, con ayuda del gran hermano, se despliega, se
hace transparente y se muestra con la verdad a todo el mundo.
Merecemos algo más que eso, como colombianos, como seres humanos,
merecemos por el hecho de estar vivos, entender que el ser arrojados al mundo
tuvo antecedentes, causas y consecuencias. Que nuestros actuares y los de quienes
habitan nuestro contexto temporal nos afectan, nos duelen y nos construyen,
porque alienados solo permitimos la creación de reformas, la existencia de
caudillos y la desaparición de ideas, que nos deben habitar.
Merecemos, cómo pueblo, entender los fenómenos que nos rodean, no sólo los
sociales, sino los tecnológicos, comprender aquello que utilizamos cómo
herramienta para aprovecharlo al máximo y entender que el poder democrático nos
pertenece a todos y ello nos responsabiliza a todos.
Hoy llamo a todo aquel que pudiera leerme, a destruir la atomización de la historia y
a construir una historia común en donde entendamos cómo llegamos aquí para no
volver a este punto nunca más.