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CARDENAL LEON-JOSEPH SUENENS

PRESENTE Y FUTURO DEL CONCILIO


De los cuatro moderadores del Concilio -Cardenales Agagianian, Döpfner, Lercaro y
Suenens- este último es el único superviviente. En su momento (4.12:1962) fue el
protagonista del nuevo giro que dio el Concilio durante la primera sesión y que
significó la entrada de ese aire fresco que Juan XXIII había pretendido que penetrase
en la Iglesia cuando anunció su celebración. La documentación sobre ese momento
histórico se publicó por primera vez en NRT [1985]. En el artículo, el anciano
Cardenal, con su gran conocimiento de la génesis y del desarrollo de los documentos
conciliares, puntualiza algunas de las grandes aportaciones del Concilio y da una
mirada a su futuro.

Das II. Vatikanische 20 Jahre später. Glaube im Prozess. Christein nach dem II.
Vatikanum. Für Kart Rahner. E. Klinger-K. Wittstadt ed. (1984) 182-199.

I. MIRADA RETROSPECTIVA

El contexto del Concilio

Para comprender tanto la revolucionaria importancia del Concilio, como sus


limitaciones, debemos trasladarnos a la situación de la Iglesia en la década de los 60.
Sin pretender resumir todo el polifacético contexto de aquellos años, me limitaré a
alguno de los problemas que hacían vibrara los espíritus por aquel entonces.

El Concilio decidió, no sin titubeos, limitarse a la Iglesia como tal y a su problemática,


y éste fue el hilo conductor de su trabajo: No entró en las controversias teológicas que
entonces enardecían y dividían los ánimos, como' la hoy ya muerta Teología de la
muerte de Dios; la duda exegética, aun de la misma persona de Cristo y de su palabra,
planteada por Bultmann o la enconada polémica levantada por libros como Hoñest to
God (Sincero para con Dios) de Robinson, que desconcertaban a un buen número de
lectores cristianos. Tales contestaciones formaban el trasfondo sobre el que destacaba el
Concilio, sin implicarse directamente en ellas. Creo que esta mirada retrospectiva será
útil para no cargar sobre el Concilio inquietudes que se originaron fuera de él.

Toda eclesiología ahonda sus raíces en una cristología. El Concilio (y con él Pablo VI)
lo expresó con insistencia. Sin embargo, su cometido era indicar las consecuencias de la
fe para nuestro tiempo y no debía supeditar su punto de partida a cuestiones
coyunturales. Lo normal fue que elaborara. como texto primario la Constitución Lumen
Gentium, que resultó su documento fundamental. Y ya que tuve que ocuparme de la
última revisión de este texto como relator en la Comisión coordinadora*, y dada la
importancia que la teología da a la 'acogida' que el pueblo de Dios dispensa a los
trabajos conciliares, es obvio que lo elija para reflexionar acerca de la acogida que le fue
otorgada en los comentarios pertinentes, que, por desgracia, no siempre hicieron justicia
a su contenido.
CARDENAL LEON-JOSEPH SUENENS

El Misterio de la Iglesia

Este título del 1er capítulo de la LG es una confesión de fe que desde el principio se le
reconoce a la Iglesia el puesto que le corresponde.A la pregunta dirigida al Concilio -
Iglesia, ¿tú qué dices de ti misma? -éste da una respuesta orientada hacia lo esencial
relacionando la Iglesia con la Trinidad. Hay que reconocer, con todo, que ni este título
ni el siguiente llegaron debidamente a la opinión pública.

¿Qué entendemos por Iglesia? Casi siempre nos quedamos en la superficie, viéndola
como una institución, una entidad más, con estructuras jurídicas inflexibles, una historia
agitada y un presente lleno de acontecimientos, entre los que damos preferencia a los
más espectaculares. Y es bien sabido que las instituciones tienen hoy mala fama. Por
esto era de capital importancia dejar en claro la naturaleza de la Iglesia en cuanto tal.

Se trata de una realidad visible e invisible a la vez: la vemos y al mismo tiempo creemos
en ella. Es natural y sobrenatural, divina y humana: tras unas facciones humanas oculta
el rostro de Dios. ¿Por qué sorprendernos si la Iglesia continúa en medio de nosotros la
vida de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre?

La primera ojeada que echamos a la Iglesia alcanza su realidad humana. Totalmente,


engarzada en la humanidad, está sujeta, como cualquier otra realidad terrenal, a la
inestabilidad, la imperfección y la falta de unidad. Más aún, su misión de ser levadura
en la masa la obliga a adaptarse, sin renunciar a su propia esencia, a un mundo en
constante evolución, sometido en estos momentos a cambios extraordinarios y en vías
de un rápido devenir de su historia. La fe agudiza, sin embargo, nuestra vista, que así
alcanza el misterio de la Iglesia en cuanto tal: el Reino de Dios, que empieza ya en la
tierra; la historia de Dios entre los hombres, que avanza día a día. Por su naturaleza, la
Iglesia es un organismo vivo, como lo es una semilla, un grano de mostaza (Mt 13, 31
s). Está sujeta, por tanto, a la ley del crecimiento, con todo lo inherente a su dinámica,
pero también a su lent itud y dificultades. Pero en el punto de partida está el Señor.
Cristo vive y sigue actuando en ella con su palabra y sus sacramentos, por medio del
Espíritu Santo que la vivifica desde su interior. Y esta presencia eficaz y activa del
Espíritu es la razón de ser de nuestro optimismo y de nuestra inconmovible confianza.

No resulta fácil distinguir entre lo que viene de Dios y lo que viene de los hombres: aquí
en la tierra, la Iglesia peregrina paso a paso hacia el maestro, envuelta en el polvo del
camino y agobiada por lo empinado de la cuesta. No se debe confundir la Iglesia
triunfante en el cielo con la Iglesia militante que avanza en la noche a la luz de las
estrellas que sólo la fe percibe.

La catequesis se ha de esforzar todavía mucho para lograr que los cristianos descubran
el verdadero rostro de la Iglesia: Cristo viviente en su Cuerpo Místico. El cristiano tiene
que saber qué dice cuando en su profesión de fe habla de "una, santa, católica y
apostólica Iglesia". Y tiene que ser consciente de que no ha y dos iglesias, la
`institucional' y la 'carismática', sino una sola con una doble dimensión, la visible: y la
invisible, que actualiza y completa la obra de Cristo y del Espíritu. Si quiere volver a
descubrir a "nuestra madre, la santa Iglesia", tiene que reaprender a mirarla con los ojos
de la fe, releer el capítulo preliminar de la Lumen Gentium, de una riqueza espiritual
extraordinaria, que todavía no ha calado lo bastante en la conciencia cristiana.
CARDENAL LEON-JOSEPH SUENENS

El Pueblo de Dios

Este título del segundo capítulo de la LG se ha repetido hasta la saciedad, mientras el


contenido resulta a menudo ambiguo y confuso. Demasiadas veces se tomó la expresión
'Pueblo de Dios' como equivalente de 'laicos'. El P. Sullivan, en el Osservatore Romano
del 14.10.1982, reiteró que esta interpretación es falsa. No se trata de la contraposición
entre `pueblo' y `gobierno', sino entre el común llamamiento de todos los bautizados -
incluidos el Papa y los Obispos- y la diversa vocación de los laicos, religiosos y
sacerdotes, que se estudia a continuación.

Lo que pretendía mi propuesta, aceptada por el Concilio, de invertir el orden de los


capítulos, anteponiendo el que trata del Pueblo de Dios en su totalidad al de la jerarquía,
era resaltar nuestra identidad como bautizados, al margen de la diversidad de las
funciones. A los laicos se les dedica el capítulo cuarto, no el segundo. Esta aclaración es
necesaria para acabar con la interpretación 'democrática', que no corresponde a su
contenido.

Esta confusión, junto al desconocimiento fáctico del 'misterio de la Iglesia', ha afectado


precisamente al nivel pastoral en que se había situado el Concilio. Cómo es sabido, el V
II proclama la primacía del Espíritu Santo, con sus dones y cansinas, como fuente de la
vida eclesial, y fomentó a colaboració n de organismos corresponsables, p.ej los
consejos sacerdotales y pastorales; pero tales organismos, creados para conllevar la
responsabilidad, lejos de insertarse siempre en el misterio de la Iglesia, enriquecida por
los dones del Espíritu, son demasiadas veces, por autoritarismo, germen de
discrepancia. La pastoral de la Iglesia sólo puede prosperar en un clima de unidad de fe,
de esperanza y de amor, en la solidaridad apostólica.

Cierto que la alusión a los carismas en el texto propuesto por los Padres del Concilio
suscitó protestas, como si la manifestación del Espíritu hoy sólo tuviera cabida en los
archivos de la primitiva Iglesia. La Lumen Gentium ha destacado, al contrario, su
importancia y actualidad, apropiándose las palabras del Apóstol: "No extingáis el
Espíritu; examinadlo todo y quedaos con lo bueno" (1 T 5,19.21; LG, 12).

El Espíritu sigue actuando en la Iglesia de los cinco continentes bajo el nombre de


renovación carismática o eclesial.. Nosotros, los responsables de la Iglesia institucional,
debemos estar dispuestos a acoger esta renovación positivamente, valorando como es
debido las inmensas riquezas que contiene, y concediéndole la iniciativa que le
corresponde, si queremos evitar las desviaciones que el espíritu del mal no dejaría sin
duda de suscitar.

El texto acerca de los carismas, que tanto Pablo VI como Juan Pablo II han evocado,
tiene un significado profético: Nos urge a facilitar al Espíritu Santo que complete su
obra de gracia, sin ahogar el trigo entre las espinas.

Los Obispos

El V I había acentuado el primado del Papa sin haber podido elaborar una visión global
de la jerarquía, al ser interrumpido en 1870 por la guerra germano- francesa. El tercer
CARDENAL LEON-JOSEPH SUENENS

capítulo de la LG da un paso importante para aclarar el papel de los obispos, sucesores


de los Apóstoles, subrayando con insistencia la importancia de la iglesia local, regida
por un obispo, y su corresponsabilidad en la evangelización del mundo. No me atrevería
a afirmar que se haya entendido suficientemente hasta qué punto las iglesias ol cales
pregonan el misterio de la única Iglesia de Cristo, cuya encarnación concreta en el
espacio y la historia son. No sin razón hablaba Pablo, no de las Iglesias de Efeso,
Corinto o Roma, sino siempre en singular, de la Iglesia que está en Efeso, en Corinto o
en Roma. También en este tema hemos de evitar el aplicar a la Iglesia un concepto de
sociedad que no tiene en cuenta su realidad divina múltiple: la Iglesia es ante todo una
comunión de iglesias entorno a la iglesia de Roma.

Juan Pablo II deseaba acentuar su papel pastoral como obispo de Roma: en esta línea es
posible el diálogo. La relación armónica entre los dos concilios vaticanos todavía no se
ha cerrado, pero se vislumbra una salida.

Otra institución establecida por Pablo VI durante el Concilio son los síno dos
episcopales. No se trata de un 'concilio en miniatura', puesto que a los concilios se
convoca, con pleno derecho de decisión, a todos los obispos de la tierra y no sólo a sus
representantes. Las diferencias son por tanto esenciales. Según la definición formulada
en el Concilio por el Cardenal Marella, "el sínodo puede ser considerado como símbolo
y signo de la colegialidad, pero no como expresión de una colegialidad establecida en el
sentido doctrinal de la palabra, como lo sería un concilio ecuménico".

En la actualidad, el sínodo, `lugar de reflexión' al servicio del Papa, no tiene ningún


poder decisorio. El futuro nos dirá si la limitada comunidad de los sínodos, que en cada
reunión sinodal se rehace de nuevo, consta de unos pocos obispos de cada continente y
tiene el encargo de continuar el trabajo incoado, no podría ejercer junto al Papa un papel
más importante y duradero.

II. MIRADA HACIA EL FUTURO


El V. II en perspectiva ecuménica

El V. II fue un cambio de rumbo decisivo hacia la unión visible de los cristianos y nos
ayuda a redescubrir las riquezas que nuestra separación del pensamiento y vida cristiana
de nuestros hermanos orientales nos ha hecho perder a lo largo de la historia. Sin la
separación del Oriente en el siglo XI, tal vez no se hubiera dado la Reforma. Esta es, en
gran parte, una reacción contra los abusos jurídicos y escolásticos y las pequeñeces de la
iglesia latina. El aggiornamento ha significado la recuperación a gran escala, por la
iglesia latina, de los valores que la iglesia oriental siempre ha conservado. Creo que la
importancia ecuménica del V. II ya hubiera sido enorme por su sola actitud, aunque no
hubiera promulgado ningún decreto ecuménico.

Pienso en la denominación de la Iglesia como 'Pueblo de Dios', en la colegialidad de los


obispos y de las iglesias locales, en la importancia que ha dado a la epíclesis*, a la
liturgia en la lengua del pueblo, a la concelebración, la comunión bajo ambas especies,
al diaconado permanente; en la múltiple apertura ecuménica en diversos documentos,
empezando por el Decreto UR.
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Esta herencia común recobrada hace sentir su efecto en el actual desenvolvimiento


interior y ecuménico de la Iglesia. Es una aportación rica en esperanzas de futuro, sobre.
todo para las iglesias- de Asia y África, que deben expresarse en su propio estilo, más
cercano al oriental.

El V. II en perspectiva de futuro

Todos recordamos aún esta oración de Juan XXIII "Oh Espíritu Santo, enviado por el
Padre en el nombre de Jesús, que asistes con tu presencia a la Iglesia haciéndola
infalible, renueva en nuestros días, como en un nuevo Pentecostés, tus prodigios en la
Iglesia que, dirigida por Pedro, está reunida con María en unísona, suplicante y continua
oración, para que dilate el Reino del divino Salvador, Reino de verdad y de justicia, de
amor y de paz" .

La clave de esta plegaria es el ruego de que el Concilio sea el instrumento de un "nuevo


Pentecostés", renovando y robusteciendo así la Iglesia de nuestro tiempo. Es una
invitación a` meditar detenidamente sobre esta Iglesia, nacida en el Cenáculo, reunida
con el primer grupo de discípulos y santas mujeres, dedicados todos a la "oración en
común con María, la madre de Jesús" (Ac 1,14).

Todavía no hemos captado todas las consecuencias del "bautismo en el fuego del
Espíritu Santo". Lo que entonces se siguió fue la transformación de los angustiados y
titubeantes "discípulos" del crucificado y sepultado Jesús de Nazaret, en apóstoles y
testigos de Cristo resucitado y viviente. Unidos también en oración constante, en
pequeños grupos eclesiales, debemos pedir y esperar el espíritu de renovación,
transformarnos por la muerte y resurrección de Cristo, abrirnos al Espíritu Santo y a sus
dones, conscientes de la gracia inicial del bautismo y la confirmación. Entendida así, la
vivencia de un nuevo Pentecostés se convierte en la clave del futuro.

El Concilio V. II entra en la historia como una experiencia "pentecostal" universal, que


cada cristiano debe apropiarse. Pablo VI, continuando el pensamiento de su predecesor,
lo expresó así:

"Hay` que reconocer también a nuestro predecesor Juan XXIII una intuición profética,
al esperar como fruto del concilio -algo así como un nuevo Pentecostés. Nos mismo
hemos deseado hacer nuestro el mismo punto de vista y las mismas esperanzas... Las
necesidades y peligros de este siglo son tan grandes, los horizontes de una humanidad
que se dirige hacia una convivencia universal que nunca logra realizar son de tal
amplitud, que su auténtica salvación sólo puede darse en una nueva comunicación del
don de Dios. ¡Que venga pues el Espíritu Creador a renovar la faz de la tierra!"
(Gaudete in Domino, 9.5.1975).

Nos enfrentamos a un serio problema que antes no existía o que al menos no era tan
agudo ni tenía tal extensión mundial: la descristianización de la juventud, que rechaza
la fe heredada en un determinado espacio social. Los jóvenes ansían hallar a Jesucristo
en su vida y poderle descubrir a través del auténtico. testimonio de vida de los
cristianos. El cardenal Benelli nos animaba, en la Conferencia Episcopal Europea en
Roma, el 27.6.1979, a empezar una pastoral recristianizadora, basada en la vivencia
consciente de nuestra realidad cristiana. El "discípulo" que encuentra al Señor, se
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convertirá en apóstol en la experiencia personal de un nuevo Pentecostés y transmitirá el


mensaje al mundo.

El V. II ha sido una gracia de Pentecostés siempre actual, no estática sino dinámica y


siempre eficaz, tal como lo expresó Bernanos: "sólo se puede conservar la gracia
antigua, recibiendo una nueva".

Vivimos en una era de tribulación y de esperanza. Creo que, a medida que pase el
tiempo, el Concilio constará cada vez más como una fecha importante en la historia de
la Iglesia. Y con gusto suscribo la frase del estimado patriarca de la iglesia melkita
Maximos IV, cuyas intervenciones en las sesiones conciliares eran, a menudo, como un
soplo de aire fresco: "Hay puertas que el Espíritu Santo ha abierto y que nadie puede ya
cerrar".

Tradujo y condensó: RAMON PUIG MASSANA

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