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ALBERTO MAGGI

EDICIONES EL ALMENDRO
En torno al Nuevo Testamento, N.° 21

Los numerosos obstáculos que presenta la lectura de los evangelios


plantean la cuestión ile si es posible un acercam iento a ellos en el
que, además de la iluminación del Espíritu Santo, indispensable,
se pueda recurrir a la luz, tan necesaria, del sentido com ún ¿Es p o ­
sible acercarse a los evangelios mediante una lectura que suscite la
fe y que no la exija previamente, porque baya que aceptar ciega­
m ente episodios y mensajes aparentem ente contrarios a la razón y
al sentido com ún?
liste es uno de los m uchos interrogantes que plantea una lectura
que no sea acrítica ni fanática de los evangelios. Interrogantes que
dependen, en parte, del hecho de encontrarse el lector ante una
traducción de un texto transmitido hace Jo s mil años en una
lengua muerta y con imágenes provenientes de una cultura
oriental muy diferente de la nuestra.
En este libro se trata de dar respuesta a estos interrogantes propo­
niendo una serie de reflexiones dirigidas a aquellos «no creyentes»
que intenten una primera aproximación a los evangelios y a
quienes, siendo «creyentes», deseen descubrir las riquezas escon­
didas en textos tan importantes para la vida Je t cristiano.

Alberto Maggi, hermano de la Orden de los Siervos de M aría, ha


cursado estudios en las facultades teológicas pontificias «Ma-
rianum» y «Gregoriana» de Roma y en la "Ecole Bimique et Archéo-
logique Fran^aise» de Jerusalén. Corno director del C.entro Studi
liihlici «(,. Vanucci» de M ontefano (M e), se dedica a la divulga­
ción, a nivel popular, de la investigación científica en el sector bí­
blico mediante publicaciones, programas de radio y conferencias
en Italia y en otros países; colabora con la revista Rocca. Ha pu­
blicado en Ediciones El Almendro Nuestra Señora de los Herejes y
en la editorial Cittadella de Asís Roba Ja preti, Padre dei poveri,
2 vols. (traducción y com entario de las Bienaventuranzas y del
Padre Nuestro de M ateo); ha sido responsable de la transmisión
del program a l a liuona Notizia ép ertu tti! de Radio Vaticana.
EN TO R N O AL NUEVO TESTAM EN TO
Serie dirigida por
JESUS PELAEZ

V o l ú m e n e s p u b l ic a d o s :

1. Jesús Peláez: La otra lectura de los Evangelios, I.


2. Juan M ateos-Fernando Cam acho: El horizonte hnmano. La pro­
puesta de Jesús.
3. Jesús Peláez: La otra lectura de los evangelios, II. Ciclo C.
4. Juan M ateos-Fernando Cam acho: Evangelio, figuras y símbolos.
5. Jo sé Luis Sicre-José María Castillo-Juan Antonio Estrada: La Iglesia y
los Profetas.
6. Alberto Maggi: Nuestra Señora de los Herejes.
7. Rafael J. García Avilés: Llamados a ser libres. «Seréis dichosos». Ci­
clo B.
8. Juan Mateos: La utopía de Jesús.
9. Rafael J. García Avilés: Llamados a ser libres. -No la ley, sino el
hombre*. Ciclo B.
10. Jack Dean Kingsbury: Conflicto en Marcos. Jesús, autoridades, discí­
pulos.
11. jo se p Rius-Camps: El éxodo del hombre libre. Catequesis sobre el
Evangelio de Lucas.
12. Carlos Bravo: Galilea año 30. Para leer el Evangelio de Marcos.
13. Rafael J. García Avilés: Llamados a ser libres. -Para que seáis hijos».
Ciclo C.
14. Manuel Alcalá: El evangelio copto de Felipe.
15. Jack Dean Kingsbury: Conflicto en Lucas. Jesús, autoridades, discí­
pulos.
16. Howard Clark Kee: ¿Qué podemos saber sobre Jesús?
17. Franz Alt: Jesús, el p rim er hombre nuevo.
18. Antonio Pinero y Dimas Fernández-Galiano (eds.): Los Manuscritos
del M ar Muerto. Balance de hallazgos y de cuarenta años de estu­
dios.
19. Eduardo Arens: Asía M enor en tiempos de Pablo, Lucas y Juan. As­
pectos sociales y económ icos para la com prensión del Nuevo Testa­
mento.
20. J. Riches: El m undo de Jesús. El judaismo del siglo i, en crisis.
21. Alberto Maggi: Cómo leer el evangelio y no perder la fe.
22. Phem e Perkins: Jesús com o maestro, la enseñanza de Jesús en el con ­
texto de su época.
ALBERTO MAGGI

COMO LEER
EL EVANGELIO
y no perder la fe

$
EDICIONES EL ALMENDRO
CORDOBA
Traducción castellana de Jesús Peláez de la obra
de Alberto Maggi, Come leggere i l 1'angelo e non perdere la fede, Citta-
della Editrice, Asís, 1997

Agradecimiento
Mi más sincero agradecim iento a las Profesoras Annalú Martignago,
Serenella Zanardl y a Fray Ricardo Pérez del Centro Studl Dibltct,
que han colaborado generosam ente en la preparación final del texto
y en la revisión de la traducción de los textos originales de la Biblia.

Editor: J esús P elAez

© Copyright by A l b i í r t o M a g g i
EDICIONES EL ALMENDRO DE CORDOBA, S. L.

El Almendro, 10 Castaño, 11
Apartado 5 066 Polígono Industrial -El Guijar»
Teléfono y Fax 957 274 692 Tel.: 918 701 797. Fax: 918 702 400
14006 C ó r d o b a 28500 Arganda del Rey ( M a d r i d )
E-mail: almendro@indico.com
Internet: http://www.indico.com /aea/asociados/almendro.lum

ISBN: 84-8005-038-1
Depósito legal: S E -1328-2005

Impresión: P u b lid is a
CONTENIDO

S iglas .............................................................................................................................. 9

I n t r o d u c c i ó n ............................................................................................................. 13

¿D io s? U n c u er n o d e s a l v a c ió n ..................................................................... 19

El pr e fe r id o d e J esús ( J n 13,23) .................................................................. 25


El abu elo d e J esús (M t 2 ,1 - 1 2 ; Le 2 ,1 - 2 0 ) ............................................ 31

D ivina carnicería (M t 8 , 1 - 4 ) .......................................................................... 39

¿C uántas v e c e s , hija mía? (Jn 4 ,1 - 4 2 ) ........................................................ 47

J esús y fl m on señ or (M e 1 2 , 2 8 - 3 4 ) ............................................................ 55

El ad elan tam ien to d e una pro stituta (L e 7 ,3 6 - 5 0 ) ...................... 63

P ec a d , h erm anos (M t 9 , 1 - 8 ) ............................................................................ 71

E l D ios q u e margina (M e 5 , 2 5 - 3 4 ) ............................................................ 79

¿M ilagros ? N o , gracias (Jn 4 ,4 6 - 5 4 ) ......................................................... 87

E nanos y bailarinas (M t 1 4 ,1 - 1 2 ; M e 6 , 1 7 - 2 9 ) .................................. 95

R ic o s y v en d id o s (M e 1 0 ,1 7 - 2 2 ) .................................................................. 103

Los calzo n cillo s d e los sa cer d o tes 0 n 8 , 1 - 1 1 ) ............................... 111

El santo blasfem o (Jn 5 , 1 - 1 8 ) ........................................................................ 119

D em o n io s po r to d a s partes (L e 4 ,3 1 - 3 7 ) ............................................. 127

E x c o m u lg a d o po r gracia d e D ios (Jn 9 ) ............................................. 135


8 Contenido

E l d io s v a m p ir o (Me 11,12-25; 12,38-13,2) ...


C o r a z ó n d e m amá (Mt 20,17-34) ....................
L a m u je r d e l e v a n g e l io (Me 14,3-9) ..............
S a n e d r ín y s o b o r n o s (Mt 28) .........................
C o n c l u s i ó n : E l s a n t o , e l p a p a y e l e v a n g e l io

G l o s a r io ..........................................................................................

B i b l i o g r a f ía ..................................................................................

L is t a d e p e r í c o p a s e v a n g é l ic a s c o m e n t a d a s ..
SIGLAS

Abd Abdías Is Isaías


Ag Ageo Jds Judas
Am Amós Jdt Judit
Ap Apocalipsis J1 Joel
Bar Bamc Jn Juan
Cant Cantar de los Cantares IJn 1.aJuan
Col Colosenses 2 Jn 2.a Juan
1 Cor 1.a Corintos 3 Jn 3.a Juan
2 Cor 2.a Corintos Job Job
1 Cr 1.° Crónicas Jos Josué
2 Cr 2.° Crónicas Jr Jeremías
Dn Daniel Jue Jueces
Dt Deuteronomio Lam Lamentaciones
Ecl Eclesiastés Le Lucas
Eclo Eclesiástico Lv Levítico
Ef Efesios 1 Mac 1.° Macabeos
Esd Esdras 2 Mac 2.° Macabeos
Est Ester Mal Malaquías
Éx Éxodo Me Marcos
Ez Ezequiel Miq Miqueas
Elm Filemón Mt Mateo
Flp Filipenses Nah Nahún
Gál Gálatas Neh Nehemías
Gn Génesis Nm Números
Hab Habacuc Os Oseas
Hch Hechos 1 Pe 1.a Pedro
Heb Hebreos 2 Pe 2.a Pedro
10 Siglos

Prov Proverbios 2 Sm 2.° Samuel


1 Re 1.° Reyes Sof Sofonías
2 Re 2.° Reyes 1 Tes 1.a Tesalonicenses
Rom Romanos 2 Tes 2.a Tesalonicenses
Rut Rut 1 Tim 1.a Timoteo
Sab Sabiduría 2 Tim 2.a Timoteo
Sal Salmos Tit Tito
Sant Santiago Tob Tobías
1 Sm 1.° Samuel Zac Zacarías

Abreviaturas de los tratados del Talmud

M Misná
Y Talmud de Jerusalén
B Talmud de Babilonia
B.B. Baba Batra (daños)
B.M. Baba Mezia (daños)
B.Q. Baba qamma (daños)
Ber. Berakot (bendiciones)
Kel. Kelim (cosas impuras)
Mek. Es. Mekhilta sobre el Éxodo
P.Ab. Pirqe Aboth (sentencias de dotes)
Pea. Pea (límites)
Pes. Pesahim (pascua)
Qid. Qiddushim (matrimonio)
Sanh. Sanhedrin (tribunales)
Shab. Shabbat (sábado)

Fuentes antiguas

Fij\vio J o s e f o , Antigüedades Judías.


— Guerra judía.
L o ta ro i di S e g n i, II disprezzo del mondo, edición a cargo de
R. D’Antiga (Pratica Editrice, 1994).
P o s id ip o de C asandua, El hermnafrodita.
T á cito , Anales.
Siglas 11

A pócrifos d el N uevo Testam ento

D e la in fa n c ia d e l Salvador.
M em orias d e N icodem o (A ctas d e Pilatos).
Pistis Sophia.
P rotoevangelio d e Santiago .
E vangelio d e P edro.
E vangelio copto d e Tomás.
E vangelio d e M aría (P ap iro Rylands).
INTRODUCCION

Los evangelios han sido escritos para suscitar la fe en


Jesús de Nazaret.
El evangelista Juan afirma explícitamente que «Jesús rea­
lizó... otras muchas señales que no están escritas en este
libro; éstas quedan escritas para que creáis que Jesús es el
Mesías, el hijo de Dios, y, creyendo, tengáis vida unidos a
Él* (Jn 20,31) y en la carta de Pablo a los Romanos se en ­
cuentra esta preciosa observación: «La fe sigue al mensaje y
el m ensaje es el anuncio del Mesías» (Rom 10,17).
Sin embargo, cuántos de los que se acercan a los evan­
gelios se lamentan de que, con frecuencia, la lectura de
estos textos no sólo no suscita la fe, sino que la lleva hasta
el punto de ponerla en crisis; y esto no por la evidente difi­
cultad de vivir una enseñanza que requiere madurez y con s­
tancia, sino porque las formulaciones que hay en estos
textos son muchas veces un desafío al sentido común. De
ahí que se diga que hay que tener fe para creer lo que se
dice en los evangelios.
Esta afirmación sitúa al no creyente en un círculo vi­
cioso: no puede com prender el evangelio, porque no tiene
aquella fe que solamente le puede venir del conocim iento
del mismo evangelio...
En todo caso hay que reconocer que el primer en ­
cuentro con los evangelios no es alentador: desde el prin­
14 Introducción

cipio se tiene la sensación de hallarse ante un libro de fá­


bulas o de relatos mitológicos.
Como en las fábulas, en los evangelios se dan situa­
ciones inverosímiles, con revoloteos de ángeles que re­
suelven todos los problemas y de demonios despreciables
que los crean.
Es legítimo hacerse la pregunta: ¿De verdad existían en
aquel tiempo los ángeles?
¿Y hoy?
¿Por qué no se aparecen ya?
Es fácil responder que no se «aparecen-, porque los
hombres no tienen fe.
Pero el evangelio afirma que el sacerdote Zacarías tam­
poco tenía fe cuando un ángel de tanto renombre com o G a­
briel se le apareció (Le 1,20).
La actividad de Jesús no presenta menos escollos para su
com prensión. Durante su vida, Jesús apenas curó una do­
cena de leprosos.
¿Cómo no preguntarse por qué no curó a todos los que
había en su tiempo?
Y sobre todo ¿por qué no los cura hoy ya?
Él, que tiene el poder de devolver la vida a los muertos,
apenas resucitó en total a tres muertos: la hija de Jairo, el
hijo de la viuda de Naín y Lázaro... ¿Y los otros? ¿En lista de
espera para el día de la resurrección, al final de los tiempos?
Trasmitidos para suscitar la fe, los evangelios plantean
enorm es interrogantes.
¿Qué puede significar que Jesús haya conseguido quitar
el hambre de millares de personas con -cinco panes y dos
peces- (Mt 14,17)?
Hoy sufren hambre muchas más personas que en
tiempos de Jesús... ¿Para cuándo otras multiplicaciones de
panes?
Jesús ha asegurado que cuantos creen en él harán «obras
aún mayores* que las realizadas por él (Jn 14,12). Dado que,
Introducción 15

después de Jesús, no ha conseguido ninguno multiplicar ni


panes ni peces, ¿quiere decir esto que en dos mil años de
cristianismo no ha habido nadie con una fe tan grande
«como un grano de mostaza»? (Le 17,5).
Jesús había garantizado a sus discípulos que ellos serían
capaces com o él de «curar enfermos, resucitar muertos, lim­
piar leprosos y echar demonios» (Mt 10,8), pero es fácil
constatar que, incluso en el mundo llamado cristiano, los
enferm os raras veces son curados, los muertos perm anecen
muertos, la lepra cambia de nombre, pero sigue siendo co n ­
siderada un castigo divino y son los dem onios los que
apresan a los hom bres en el infierno del odio.
El «sermón de la montaña», que se presenta en el evan­
gelio com o el discurso más importante de Jesús, se abre con
la desconcertante proclamación «Dichosos los pobres de es­
píritu» (Mt 5,3).
En realidad nunca una bienaventuranza ha sido tan te­
mida y evitada com o ésta: cuantos viven pobres, a la pri­
mera ocasión, abandonan sin ningún lamento la pobreza,
m ofándose de que Jesús la haya elevado a categoría de bien­
aventuranza. Y aquellos que no son pobres no com prenden
por qué deberían sentirse dichosos sum ándose a la nutrida
tropa de miserables de este mundo, en lugar de em peñarse
en intentar reducir la miseria y la pobreza.

CUANDO JESÚS SE ENFURECE

El sentido común choca continuam ente con los dispa­


rates e incongruencias que se encuentran ya en el mensaje,
ya en los episodios evangélicos.
Si puede com prenderse que «a quien tiene se le dará»,
cóm o no levantar una querella sindical por la injusta expre­
sión «a quien no tiene, hasta lo que tiene, se le quitará?»
(Me 4,25).
16 Introducción

¿Cómo conseguirá el ciego de Betsaida, al que Jesús,


para curarlo, «lo sacó fuera de la aldea» volver a casa «sin en­
trar en la aldea- (Me 8,36)?
Pero hay un episodio sobre todos que som ete a dura
prueba la fe del creyente: el de la maldición de la higuera
(Me 11,12-14).
Tras buscar y no hallar fruto en la higuera, Jesú s la mal­
dice y ésta «se seca desde la raíz».
Es verdad que aquel día Jesús no debía estar de buen
humor, pues después de maldecir la higuera corrió al
templo con un látigo para «echar a los que vendían y com ­
praban allí y volcar las mesas de los cambistas», pero no hay
modo de superar el desconcierto provocado por el com por­
tamiento airado de Jesús con un árbol inocente, máxime
cuando el evangelista añade deliberadamente: «De hecho
no era tiempo de higos» (Me 11,13).
La escena no puede sino provocar desorientación; o
Jesús fue un insensato o el evangelista se equivocó al sub­
rayar la imposibilidad de encontrar fruto en el árbol en
aquella estación del año.
Los numerosos obstáculos que la lectura de los evange­
lios presenta plantean la cuestión de si es posible un acer­
cam iento en el cual, más allá de la iluminación del Espíritu
santo, indispensable, se pueda recurrir también a la del sen­
tido común, igualmente necesaria.
¿Es posible acercarse a los evangelios por medio de una
lectura que suscite la fe, y que no la exija de modo que
tengan que ser aceptados ciegam ente episodios o mensajes
aparentem ente contrarios a la razón y al sentido común?
Éstos son algunos de los numerosos interrogantes y pro­
blem as que plantea una lectura de los evangelios que no
sea acrítica ni fanática.
Problemas que dependen, en parte, del hecho de que el
lector se encuentra frente a una traducción de un texto tras­
mitido hace dos mil años en una lengua ya muerta y con
Introducción 17

imágenes tomadas de una cultura oriental muy diferente de


la occidental.
En este libro, que recoge los artículos (revisados y reor-
denados) publicados en la revista Rocca bajo el título «Cómo
leer el Evangelio sin perder la fe», se tratará de responder a
estos interrogantes con una serie de reílexiones dirigidas a
aquellos «no creyentes» que deseen descubrir las riquezas
escondidas en textos tan importantes para la vida del cris­
tiano.
¿DIOS? UN CUERNO DE SALVACIÓN

La buena noticia de Jesús es expresada por los evange­


listas preferiblemente por medio de imágenes más que por
form ulaciones teológicas. Por esta razón cuando se lee el
evangelio es necesario distinguir qué es lo que pretende c o ­
municar el autor y cóm o lo expresa.
El mensaje que transmite el evangelista es la Palabra de
Dios siempre actual en el tiempo. El modo de presentarla,
sin embargo, pertenece a su mundo cultural.
Algunos ejem plos tomados del lenguaje común ayudan
a com prender esta distinción entre el mensaje y el modo de
transmitirlo.
Fulanito se encuentra en precarias condiciones econó­
micas es una frase formulada de modo correcto, pero será
más incisiva si se expresa con una imagen: Fulanito está sin
blanca. Tam bién se puede decir de uno que se ha quedado
muy sorprendido, pero más gráfico es decir que se ha caído
de las nubes.
Del descarado se dice que es un cara dura , un tem pera­
mento extravagante es el de tino que tiene pájaros en la ca­
beza y si alguno es particularmente nervioso se dice que es
un manojo de nervios. Igualmente el orador aburrido hace
bostezar al público y del que le toca la lotería se dice que
ha sido besado por la diosa Fortuna.
En la cultura española se com prende que estas expre­
20 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

siones son modos de hablar que no hay que entender al pie


de la letra. Pero estas expresiones, leídas después de dos
mil años en otras culturas, podrían ser tomadas literalmente.
Las figuras usadas en la cultura oriental no siempre equi­
valen a las occidentales, y con frecuencia son diametral­
mente opuestas; la oca, imagen de sabiduría en el mundo
hebreo (B er 9,57a) lo es de estupidez en el occidental. En el
evangelio, Jesús se refiere a Herodes llamándolo «ese
zorro...» (Le 13,32). Este animal, que en la cultura occidental
representa la astucia, en el mundo semítico se consideraba
el animal más insignificante: «es mejor ser la cola de un león
que la cabeza de un zorro» (P. Ab. 4,20). Jesús no considera
a Herodes astuto, sino insignificante.
En el lenguaje ordinario, las imágenes se ilustran fre­
cuentem ente con números: el vaso que se rompe lo hace en
mil pedazos; las cosas se repiten cien veces, se dice «te llevo
esperando tina hora», o «hace un siglo que no te veo; se dan
dos pasos, se habla del tercer mundo y se dice algo a los
cuatro vientos.
En la Biblia los números, por lo común, no tienen tanto
un valor aritmético cuanto figurado.
Ya desde las primeras páginas se encuentran cifras con
valor sim bólico, de los siete días de la creación (Gn 2,2) a la
edad de los patriarcas: Matusalén, el que vivió más que
todos, llegó, ni más ni menos, a la edad de 969; Adán vivió
sólo 930 y Noé, que fue padre a los 500 años de vida, llegó
hasta los 950. Después el Creador se enfada con la huma­
nidad y fija para todos el límite de 120 años de vida
(Gn 6,3).
Los números tienen igualmente un valor figurado en los
evangelios. El número tres significa completamente. Pedro
reniega de Jesús tres veces y cuando anuncia Jesús que re­
sucitará al tercer día (Mt 16,21) no da indicaciones para el
triduo pascual, sino que asegura que volverá a la vida de
modo definitivo, con la derrota completa de la muerte.
¿Dios? Un cuerno de salvación 21

El número siete significa todo, el doce Israel, cuarenta


una generación, cincuenta es el número que designa la ac­
ción del Espíritu Santo (Pentecostés) y setenta, el número de
las naciones paganas.
En el lenguaje cotidiano para expresar la testarudez de
un individuo se dice que está sordo para lo que no le inte­
resa; el obstinado está ciego y quien tiene una conducta va­
cilante cojea.
En la Biblia, ceguera y sordera indican obstinación
(Is 42,18-19) y en los evangelios los ciegos no son los que
no ven, sino aquellos que no quieren o no pueden ver el
ideal de hombre propuesto por Jesús.
Por esto Jesús llama a los fariseos -ciegos y guías de
ciegos» (Mt 15,14).
Los dos ciegos de Jericó representan a los discípulos
Santiago y Juan que ambicionan los puestos de prestigio
(Mt 20, 20-23). Cegados por una tradición que presentaba
un Mesías guerrero según el modelo del violento rey David,
no ven al Cristo que «ha venido no para ser servido, sino
para servir y dar su vida por todos» (Mt 20,28).
La misión de Jesús de devolver la vista a los ciegos
(Le 4,18) y de curar otras enferm edades no mira tanto a lo
físico de las personas cuanto a su interioridad.
Esta misión puede ser continuada por la comunidad de
creyentes con propuestas y acciones que permitan a los
hombres alcanzar la plenitud de la condición humana, co ­
rrespondiente al designio de Dios sobre el hombre.
Los evangelistas, describiendo las curaciones realizadas
por Jesús, no pretenden presentar un Cristo ambulante de
primeros auxilios, sino la acción profunda del Señor que
tiende a eliminar los obstáculos que impiden acoger su
m ensaje. Por esto los evangelistas evitan la palabra griega
que significa milagro y en su lugar usan preferiblem ente el
término signo.
En los evangelios no hay milagros, sino signos que Jesú s
22 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

hace y que la comunidad de los creyentes está obligada a


continuar.

LOS CUERNOS DE IJUÍAS

En la Biblia existen numerosas expresiones idiomáticas


que no tienen el significado que parecen presentar literal­
mente.
Derramar aceite sobre la cabeza (Sal 23,5) equivale a
perfumar y echar las sandalias (Sal 60,10), a conquistar.
Amontonar carbones encendidos sobre la cabeza de alguien
(Rom 12,20) no significa quemarlo, sino sacarle los colores
a la cara, avergonzarlo.
Zacarías anuncia al Liberador esperado con la expresión
bíblica un cuerno de salvación (Le 1,69), donde el cuerno,
sím bolo de fuerza, tiene el significado de potente y se refiere
a la fuerza de Dios (Sal 18,3).
Cuando estos criterios no se tienen presentes en la tra­
ducción, el texto resulta ininteligible.
El lector ordinario, que no tiene por qué conocer todos
estos giros lingüísticos, encontrará incompresible la invita­
ción que hace el rey David a su oficial Urías: «Anda a casa a
lavarte los pies» ( 2Sm 11,8).
Lavarse los pies es un eufemismo para indicar dormir
con la m u je ril Sam 11,11).
David, que «en el tiempo en que los reyes acostumbran a
ir a la guerra» prefería quedarse en Jerusalén haciendo el
amor, había obtenido los favores de la esposa de Urías, mien­
tras éste estaba luchando contra los amonitas (2 Sm 11,1).
Llamado de nuevo, Urías a Jerusalén, el rey David in­
tenta atribuirle la paternidad del niño que espera Betsabé.
Dado que Urías, cornudo pero no estúpido, rechaza la­
varse los pies, David no tiene otra salida que asesinarlo
(2Sm 11,14-17).
¿Dios? Un cuerno de salvación 23

Un claro ejem plo de cóm o una expresión puede ser


comprendida sólo si se la sitúa en su contexto cultural, se
encuentra en el bautismo de Jesús.
Juan anuncia la llegada de Jesús com o aquél del que no
es digno de desatar la correa de la sandalia (Jn 1,27).
En la cultura occidental la expresión puede parecer un
ejem plo piadoso de humildad por parte de Juan Bautista.
El contenido de la frase es, en realidad, mucho más rico.
La fórmula desatar la correa de la sandalia pertenece a las
normas jurídicas que regulaban el matrimonio hebreo, y se
refieren a la ley del Levirato (del latín levir, cuñado), institu­
ción que se encargaba de conservar el patrimonio del clan
familiar (Dt 25,5-10).
Cuando una mujer se quedaba viuda sin haber tenido
hijos, el cuñado tenía la obligación de fecundarla (Gn 38).
El niño nacido de esta unión debería llevar el nombre del
marido difunto.
Si el cuñado se negaba, el pariente jurídicamente más
próximo, adquiría el derecho de dejar embarazada a la
viuda mediante la cerem onia llamada del descalce, que co n ­
sistía en quitar la sandalia del pie del que tenía el derecho a
hacerlo (Rut 4,7-8).
Conociendo este contexto cultural, la expresión usada
por el Bautista se inserta en la simbología hebrea de la rela­
ción matrimonial entre Dios-esposo e Israel-esposa (O s 2).
Juan, de quien el pueblo creía que era el Mesías esp e­
rado (Jn 1,19-20) afirma que el derecho a fecundar a Israel
no le pertenece; él no es el esposo, sino Jesús (Jn 3,29-30).

EVANGELIOS PARA ANALFABETOS

Llegados a este punto surge una pregunta espontánea:


¿Los evangelios son tan difíciles de interpretar?
¿No han sido escritos con un lenguaje accesible a todos?
24 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

Ciertamente es así.
Los evangelios no han sido escritos para ser leídos, sino
oídos, dado que la mayor parte de los primeros creyentes
eran analfabetos (Hch 4,13).
Los evangelistas, literatos idóneos de las com unidades
cristianas, transmitían sus escritos a otras com unidades
donde el lector, persona de cultura expresam ente encargada
para ello (Ap 1,3) no se limitaba a leer el texto, sino que lo
interpretaba y lo explicaba a la gente.
En un lugar particularmente difícil del evangelio de
Marcos, el autor hace expresam ente una advertencia: «Que
el lector preste atención» (Me 13,14).
Naturalmente para vivir en plenitud el mensaje de Jesú s
es suficiente incluso una lectura no profunda.
Expresiones com o «Amad a vuestros enemigos, haced el
bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen,
rezad por los que os maltratan» (Le 6,27) no necesitan tanto
de explicación cuanto de ser llevadas a la práctica.
Pero si se quiere com prender «lo que es la anchura y lar­
gura, la altura y profundidad» (Ef 3,18) del amor del Padre
contenido en la Escritura es necesario un trabajo de investi­
gación. Los evangelistas de hecho no presentan un relato
histórico de lo que Jesús realizó, sino una teología de lo que
la comunidad puede hacer: no una vida de Jesús, sino su
significado en la vida de la comunidad. No hechos extraor­
dinarios para suscitar la admiración en el lector, sino una in­
vitación para continuar la obra de Jesús (Jn 14,12).
EL PREFERIDO DE JESÚS
(Jn 13,23)

Jesús declara que su misión consiste en manifestar a


todo hom bre el amor de Dios, sumergiendo («bautizando»)
al hombre en el Espíritu, la fuerza creadora del Padre (Jn
1,33).
Esta acción de Jesús va dirigida a todos.
Como el Padre, Jesús no ama al hombre gracias a sus
méritos, porque es bueno, sino que éste tiene la posibilidad
de hacerse bueno, porque es objeto de un amor sin condi­
ciones.
Dirigiendo este amor hacia los «ingratos y malvados»
(Le 6,35), Jesús desmiente la visión de un dios justiciero. El
Padre no le ha encom endado destruir, sino dar vida: «Dios
no envió el Hijo al mundo para que dé sentencia contra el
mundo, sino para que el mundo se salve por él» (Jn 3,17). La
actividad de Jesús no consistirá en «cortar y echar al fuego a
todo árbol que no dé buen fruto» (Le 3,9), sino en «cavar al­
rededor y echar estiércol» (Le 13,8), favoreciendo las condi­
ciones vitales necesarias para producir fruto.
Cuando Jesús se encuentra con alguien, los evangelistas
dicen que «lo vio» (Me 1,16), utilizando el mismo verbo
usado siete veces en el libro del Génesis en el relato de la
creación: «Y vio Dios que era bueno» (Gn 1,3.10.12.18.21.
25.31).
Jesús, el Hombre-Dios, cuando encuentra a alguien lo
26 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

«ve» con la misma mirada del Dios de la creación, una mi­


rada que com unica amor («Jesús se le quedó mirando y le
mostró su amor», Me 10,21).
El creador mira «la tierra informe y desierta» y le parece
buena (Gn 1,2.10), y su mirada la transforma, le comunica
vida animándola: «Envías tu espíritu y los creas, y repueblas
la faz de la tierra» (Sal 104,30).
Jesú s fija su mirada creadora en el caos de la persona
para re-crearla con su amor com o canta el profeta Sofonías:
«Te renovará con su amor» (Sof 3,17). El hombre, cuando
encuentra al Señor, no es nunca humillado por la penosa vi­
sión de sus propias miserias, sino embriagado por la inago­
table riqueza del amor de Dios (Le 15).
En sintonía con el Dios que «no mira la apariencia, sino
el corazón» (1 Sm 16,7), los evangelios enseñan que es ne­
cesario encontrar a Jesús para aprender a mirar a las per­
sonas, acontecim ientos y cosas con la mirada misma del
Creador, la misma con la que Jesús miraba incluso a sus ase­
sinos: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen»
(Le 23,34).
Al fariseo piadoso que ve su casa manchada por la pre­
sencia de «una pecadora» (Le 7,36-50), Jesús le reprende por
su mirada y lo invita a ver a un ser humano: «¿Ves esta
mujer?».
Igualmente, mientras los ojos del fariseo ven un «pe­
cador y un publicano», los de Jesús ven «un hombre» sentado
al mostrador de los impuestos (Mt 9,9) y en lugar de evitar
al que era considerado la personificación del pecado, lo in­
vita a com er a su casa.
El am or derramado escandalosam ente sobre quien no lo
m erece provoca en todo momento las protestas de cuantos
regulan la conducta propia de acuerdo con la fiel obser­
vancia de la Ley.
A su protesta Jesús replica: «¿O ves tú con malos ojos (lit.
tienes el ojo malo) que yo sea generoso?» (Mt 20,15).
El preferido deJesús 27

Para tener la mirada de Jesús es necesario sustituir el ojo


«malo» por el «generoso» (Mt 6,22-23), expresiones figuradas
que indican, respectivamente, avaricia y generosidad
(Dt 15,9-11), y sintonizar la capacidad de amor con la de un
Dios generoso capaz de «tener misericordia de todos»
(Rom 11,32).
Esta nueva visión es fruto de la fe de los individuos,
único «colirio para untárselo en los ojos y ver» (Ap 3,18).
Jesús «toca» los ojos de los ciegos, pero éstos se abren en
la medida de su propia fe: «Que se os cumpla, según la fe
que tenéis» (Me 9,29) y com o sucedió al celoso fariseo
Saulo, que «incluso teniendo los ojos abiertos no veía nada»,
es necesario que le caigan «de los ojos una especie de es­
camas» (Hch 9,8-18) para recuperar la vista y reconocer a
Dios (Hch 9,5).

F.L NÚMEKO IJNO

Al presentar a los individuos vistos con los «ojos» de


Jesús, los evangelistas tienen predilección por los «perso­
najes representativos».
Éstos son individuos que se presentan de modo anó­
nimo, por cuanto su realidad trasciende la dimensión histó­
rica para proyectarse en la actualidad de cualquier tiempo.
A través del recurso literario de eliminar toda referencia
anagráfica, los evangelistas presentan personajes en los que
cualquier lector se puede ver reflejado.
Una tradición, crecida de modo paralelo a los evangelios
y que ha tenido su vértice en los evangelios apócrifos, «ha
bautizado» de hecho a estos anónimos, creando no poca
confusión en la com prensión de los evangelios.
Con el mismo procedimiento con el cual la pecadora
anónima, protagonista del evangelio de Lucas (7,36-50), ha
sido identificada con María de Magdala, al discípulo amado
28 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

(que no «predilecto») por Jesús se le ha dado el nom bre de


«Juan». Pero el evangelista, incluso presentando muchas
veces a este discípulo, evita cuidadosamente darle otra
identidad a no ser la de ser objeto del amor de Jesús. El
evangelio no pretende dar a conocer las proezas del «nú­
mero uno» entre los discípulos, una persona digna de recor­
darse con admiración nostálgica, sino que muestra cuál es
para Jesú s el com portamiento del discípulo ideal que todos
pueden aspirar a ser.
Por eso, desde el principio del evangelio, el autor pre­
senta a un discípulo del que nunca dará detalles, siempre
presente en los momentos clave de la vida de Jesús: el lla­
mamiento, la cena, la muerte, la resurrección.
Al aparecer Jesús, este discípulo, ya seguidor de Juan el
Bautista, abandona diligentemente a su maestro para seguir
al nuevo maestro del que no se separará ya nunca, mos­
trándose así dispuesto a acoger la novedad anunciada por el
Bautista (Jn 1,26-39).
La tradición, además de bautizar con el nombre de «Juan»
a este discípulo, lo ha considerado siempre el «benjamín» de
los discípulos de Jesús y le ha dado el apelativo de discí­
pulo «predilecto».
La representación iconográfica de la última cena ali­
menta la interpretación de este discípulo com o el -preferido»
de Jesús, representándolo reclinado lánguidamente sobre el
pecho del Señor.
Naturalmente la responsabilidad de esta melindrosa re­
presentación no es del autor del evangelio.
En el evangelio no hay discípulos «predilectos»: es sola­
mente Jesú s el «predilecto» del Padre (Mt 3,17). El discípulo
anónim o se describe com o aquél a quien Jesús amaba»
(13,23) o «al que Jesús quería bien» (Jn 20,2), términos que
no indican un amor o amistad preferente, sino la relación
normal que Jesús establece con todos los que lo acogen y le
dan su adhesión.
El preferido de Jesús 29

En el mismo evangelio estas expresiones se encuentran


referidas tanto a Lázaro com o a sus hermanas María y Marta:
«Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro»
(jn 11,5.3-11). Ser amado por Jesús y ser su amigo no son
prerrogativas de un personaje particular, sino característica
de todo miembro de la comunidad: -Vosotros sois mis
amigos», asegura Jesús (Jn 15,14) y esta amistad se basa en
la aceptación del ideal común de manifestar visiblemente el
amor del Padre en la propia existencia (Jn 15,12).
En la descripción de la última cena, el evangelista, al
decir que este discípulo -se reclinaba sobre el pecho de
Jesús» (Jn 13,23), no pretende señalar la privilegiada posi­
ción de un discípulo favorito del maestro, sino una pro­
funda verdad teológica válida para todos los que intentan
seguir a Jesús.
Al com ienzo de su evangelio, Juan, para mostrar a Jesús
com o el que está en total sintonía con el Padre, usa una ex ­
presión figurada: Jesús está -en el seno del Padre» (jn 1,18).
«Estar en el seno (o regazo) de alguien» significa tener con él
una intensa e íntima comunión (el pobre Lázaro a su muerte
es transportado -al seno de Abrahán», Le 16,22).
El término traducido por «seno» es utilizado por el evan­
gelista sólo dos veces en su evangelio: en el prólogo, refe­
rido a Jesús, y en la cena referido al discípulo anónimo, po­
niendo los dos temas en estrecha relación.
Como Jesús goza de la plena intimidad con Dios, igual­
mente sus discípulos y lodos los creyentes son llamados a
esta relación con él y con el Padre (Jn 17,21).
Esta comunión, expresada en la cena, prepara y funda la
escena siguiente, la crucifixión, donde estará también pre­
sente el discípulo anónimo.
El cuarto evangelio es el único que no refiere la invita­
ción a cargar con la cruz com o condición para el segui­
miento de Jesús, pero es también el único en señalar la pre­
sencia de algunas personas junto a la cruz (Jn 19,25-27).
30 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

Estar ju n to a la cruz de Jesús no es sólo un signo de


com pasión solidaria con el crucificado, sino que significa
estar disponible com o él para la donación de la propia vida.
Y el discípulo anónimo, presente junto a la cruz, manifiesta
haber com prendido el significado de la cena y muestra de
este modo tener la misma capacidad de Jesús de entregar la
vida por amor a sus amigos (Jn 15,13).
En la sucesión de acontecim ientos que siguen a la
muerte de Jesús, el discípulo anónimo llegará el primero al
sepulcro de su maestro (Jn 20,2-8) y será el único en per­
cibir la presencia del Señor vivo y vivificante (Jn 21,7).
Apareciendo al principio del evangelio com o el primer
discípulo de Jesús, su presencia — siempre anónima—
cierra el relato evangélico en el que el discípulo se presenta,
no solam ente com o capaz de dar un testimonio autorizado
de cuanto ha experimentado, sino también de transmitirlo a
otros (Jn 21,24).
El evangelista, incluso presentando a este discípulo anó­
nimo com o el ideal de seguidor de Jesús, subraya que no es
el m odelo a seguir.
Simón Pedro, el discípulo que siempre se equivocó en
todo, que llegó hasta a traicionar a su maestro negándolo,
ahora quisiera tener un guía seguro para estar cierto de no
errar y pide poder seguir las huellas del discípulo perfecto.
Pero Jesús no se lo permite («Tú sígueme», Jn 21,22): es
Jesús el único camino a seguir (Jn 14,6) y el único modelo
para aprender a amar igual que nos sentimos amados.
EL ABUELO DE JESÚS
(Mt 2,1-12; Le 2,1-20)

¿Cómo se llamaba el abuelo de Jesús?


La respuesta depende del evangelio que se consulte. En
Mateo el nombre del abuelo de Jesús es Jacob (Mt 1,16),
pero en Lucas es Eli (Le 3,23).
Ciertamente para la historia de la salvación no es impor­
tante conocer el nombre exacto del padre de Jo sé, pero esta
discrepancia entre los evangelistas es solamente el aspecto
m enor de las grandes diferencias que se encuentran entre
un evangelio y otro.
Profundas divergencias que impiden conocer con exac­
titud lo que Jesús hizo y dijo históricamente, incluso en
aquellos aspectos considerados importantes en la tradición
cristiana com o la -última cena». Este episodio es narrado por
los tres evangelistas, que no se ponen de acuerdo ni en las
palabras pronunciadas por Jesús sobre el pan y el vino, ni
en los gestos que las acompañaron.
De hecho los evangelistas no se preocuparon de trans­
mitir con exactitud los acontecim ientos históricos, sino la
verdad de fe contenida en ellos.
La verdad es una, los modos de formularla son dife­
rentes, com o sucede en Mateo y Lucas, que com ienzan sus
evangelios con una misma verdad presentada por medio de
situaciones y personajes diferentes. La verdad que quieren
transmitir es que los individuos, marginados por la religión
32 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

y mantenidos alejados de Dios, son en realidad los primeros


en percibir su presencia en medio de la humanidad. Esto es
lo que quieren transmitir los evangelistas. Los modos de
transmitirlo, el cómo , son diferentes.

LOS DOCE REYES MAGOS

La tendencia, habitual en el pasado, a poner nom bre a


aquellos personajes que los evangelistas presentan de modo
rigurosamente anónimo, no ha eludido hacerlo con los
magos. La vaga información dada por Mateo de que «al­
gunos magos llegaron de Oriente a Jerusalén» no pareció
suficiente, hasta el punto que se quiso precisar su número,
sus nom bres e incluso su censo.
Para el número se parte de un mínimo de dos (com o se
encuentra en una pintura de la catacumba de los santos
Pedro y Marcelino), que se convierte en cuatro en el siglo
tercero (catacum ba de Santa Domitila), hasta llegar a un má­
xim o de doce en algunas listas de la Edad Media.
Finalmente se establece el número por los regalos que
llevan al niño («oro, incienso y mirra-) y queda fijado en tres.
Muy pronto se pasó de la hipótesis a la certeza de que
los Magos fueron reyes, según lo escrito en el Salmo 72,10:
«Que los reyes de Sabá y Arabia le ofrezcan sus dones-.
Más com plicado resulta determinar sus nombres.
Entraron en com petencia una lista oriental y otra etíope.
De las dos predominó la propuesta occidental, y los Magos,
definitivamente tres y reyes, pasaron a llamarse Gaspar,
Melchor y Baltasar. En clima de paridad se estableció que
uno fuese blanco, otro amarillo y el tercero negro.
Tanto folclore ha hecho pasar a segundo término la gran
importancia de estos personajes, definidos por Crisóstomo
los primeros padres de la Iglesia ( Comentario a Mateo, 7,4),
transformados en simples figurillas del pesebre.
El abuelo de Jesús 33

En la antigüedad el término magos indicaba aquellos


que se dedicaban a las artes ocultas, desde los adivinos a
los astrónomos-sacerdotes.
En el Antiguo Testam ento griego (versión de los Setenta)
se los cita una sola vez, en el libro de Daniel, unidos a los
astrólogos y a los encantadores com o intérpretes de sueños
(Dn 2,20; 2,2).
Charlatanes y embusteros por lo general, los magos no
gozaban de buena fama, hasta el punto de que esta palabra
terminó por significar engañador, corruptor.
Para la cultura y la religión judías los magos son perso­
najes doblem ente impuros, por ser paganos y por dedicarse
a una actividad condenada por la Biblia (Lv 19,26) y severa­
mente prohibida a los judíos: «El que aprende algo de un
mago m erece la muerte» (Shab. V, 75a).
Tam bién en el Nuevo Testamento el término mago tiene
siempre connotaciones negativas (Hch 8,9-24); en la catc­
quesis primitiva se prohíbe a los cristianos la práctica de la
magia, situada entre la prohibición de robar y la de abortar
(Did. 2,2).
Sin embargo, para Mateo, los magos, aquellos que la re­
ligión declara excluidos de la salvación, son los primeros en
darse cuenta de la presencia de Dios en la humanidad y en
informar de ello a los judíos que, en lugar de alegrarse, se
alarman: «Herodes se sobresaltó, y con él Jerusalén entera»
(Mt 2,3). Herodes convoca a los sumos sacerdotes y escribas
para informarse sobre el lugar donde debía nacer el Mesías:
este título revela que a quien teme Herodes, y con él toda
Jerusalén, es al Mesías, el liberador de Israel.
El terror que le sobrecoge es el mismo que, según la tra­
dición, se apoderó del Faraón y de todos los egipcios al en ­
terarse del nacimiento de Moisés referido a ellos por los
magos (Ant. 2,205): la llegada del liberador sumergió en el
pánico a los dominadores que decidieron la matanza de
todos los niños hebreos (Ex 1,16-22).
34 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

Ahora el anuncio del nacimiento del nuevo rey alarma a


Herodes (que en cuanto idumeo no tenía derecho a ser rey
de los judíos y temía por la estabilidad de su trono), y con
él se amedrenta «toda Jerusalén».
Isaías había profetizado para Jerusalén un futuro esplen­
doroso: «Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la
gloria del Señor am anece sobre ti» (Is 60,1), pero en el evan­
gelio de Mateo, Jerusalén, desde el primer momento al úl­
timo, aparece envuelta en tinieblas.
La estrella, signo divino percibido solamente por estos
paganos impuros, no brilla sobre Jerusalén: la luz del Señor
no se aparece a aquellos que en su nombre excluyen, sino
a los excluidos; en esta ciudad, tan santa com o asesina, no
será posible tener la experiencia de Jesús resucitado.
Sólo después de que los magos abandonen Jerusalén,
comparada en el libro del Apocalipsis con Egipto, tierra de
esclavitud (Ap 11,8), vuelve a brillar la estrella para indicar
hacia donde deben dirigirse: «Al ver la estrella les dio mu­
chísima alegría» (Mt 2,10). El evangelista subraya el co n ­
traste entre el susto de Herodes (y de todo Jerusalén) y la
alegría de los magos.
Cuando se manifiesta Dios, el rey y los habitantes de la
Ciudad Santa temen por lo que perderán: el trono y el
templo; los magos se alegran por aquello que han venido a
ofrecer com o regalo: «oro, incienso y mirra».
«Al entrar en casa, vieron al niño» (Mt 2,11).
No en un palacio real, sino en una habitación com ún
está la presencia del verdadero rey; no en el templo, sino en
una casa reside el «Dios con nosotros» (Mt 1,23).
Los m agos, advertidos por Dios de no volver a Ile-
rodes en Jerusalén, se vuelven a su tierra «por otro ca ­
mino», expresión muy rara en el Antiguo Testam ento que
se utiliza para indicar el abandono del santuario de Bet-el,
la Casa de Dios { IR e 13,9-10) donde se adoraba el becerro
de oro (IR e 12,26.33), convertida, por esto, en sím bolo del
El abuelo deJesús 35

lugar idolátrico por excelencia: Bet-Aven, Casa funesta


(O s 4,15).
Jerusalén para el evangelista no es la ciudad santa donde
se acoge a Dios, sino la casa del pecado donde Jesú s será
asesinado: lo que no logró Herodes lo conseguirán los
sumos sacerdotes (Mt 26,65-66).

DE LOS ESTABLOS A LAS ESTRELLAS

La curiosidad hacia los misteriosos magos no se ha diri­


gido hacia los pastores de Belén, que quedaron afortunada­
mente en el anonimato (Le 2,1-20).
Si Mateo ha dado primacía a la dimensión universal po­
niendo com o mensajeros del Señor a los magos paganos,
que eran considerados los más apartados de Dios y e x ­
cluidos por Israel, el evangelista Lucas pone de relieve el as­
pecto de los marginados dentro de la sociedad judía.
En la época de Jesú s los pastores no gozaban de dere­
chos civiles y eran tenidos por parias en la sociedad.
Embrutecidos por su trabajo vivían inmersos en el envi­
lecim iento, y desde el punto de vista de las normas reli­
giosas en la impureza total, sin ninguna posibilidad de re­
dención, por cuanto eran ignorantes de la Ley divina y
estaban imposibilitados para practicarla. Eran considerados
y tratados del mismo modo que las bestias, con una dife­
rencia a favor de éstas: «Se puede sacar fuera un animal
caído en un foso, pero no a un pastor- (Tos. B.M. 2,33).
Los pastores, considerados pecadores em pedernidos, no
sólo no son excluidos de la salvación, sino que están entre
los primeros en la lista de las personas que el Mesías deberá
eliminar a su llegada, según la enseñanza del rey Salomón:
En el reino del Señor «no habitará ningún hombre acostum ­
brado al mal» (Sal. Salom. 17,24-28)..
Precisamente a éstos, los más alejados de Dios, se
vuelve el «Angel del Señor» (expresión que no indica un ser
36 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

distinto de Dios, sino el mismo Señor en la forma tangible


con la que se manifiesta a los hombres): «y la gloria del
Señor los envolvió de claridad» (Le 2,9).
«Todos los impíos serán aniquilados en masa», pronosti­
caba el piadoso salmista (Sal 37,38). Pero cuando Dios en ­
cuentra a los pecadores no los aniquila con el fuego des­
tructor: los envuelve con su amor.
No palabras de condena, sino anuncio de «una gran ale­
gría», el nacimiento de aquél que los librará de la margina-
ción. Anuncio que es confirmado por «una muchedumbre
del ejército celestial que alababa a Dios diciendo: gloria a
Dios en lo alto, y paz en la tierra a los hom bres de su
agrado» (Le 2, 13-14).
La gloria de Dios se manifiesta visiblemente com uni­
cando paz (felicidad) a todos los hombres en cuanto desti­
natarios de su amor.
En el mismo tiempo en que el Poder representado por el
em perador Octavio, el «César Augusto», piensa hacer un
censo de «toda la tierra» a él sometida, para que ninguno
evada el pago de los tributos, el Amor se manifiesta con un
mensaje de liberación dirigido a lodos los hombres: «Hoy os
ha nacido un Salvador.»
Al dominador — a quien, em baucador com o todos los
poderosos, se le hacía llamar «salvador de todo el mundo»—
se contrapone la «buena noticia» del nacimiento del verda­
dero «Salvador».
Y los pastores van a Belén a transmitir la buena noticia
que han recibido.
Para encontrar a Dios no hay que ir a Jerusalén, sino
a Belén donde Dios había dicho: «Yo no veo com o los
hombres, que ven la apariencia. El Señor ve el corazón»
(IS am 16,7).
Pastores y magos que, en cuanto pecadores y paganos,
no pueden acercarse al Dios del templo, tienen acceso libre
a Dios en el hombre.
El abuelo deJesús 37

Aquellos a los que la religión ha recluido en las tinieblas,


son los primeros en darse cuenta de la luz que brilla, m ien­
tras cuantos viven en el esplendor perm anecen en las tinie­
blas.
Cuando Jesús, don de Dios a la humanidad, se presenta
en la historia, ningún sacerdote de Jerusalén se apercibirá
de ello. La gente de mala vida (pastores) y los paganos
(m agos), sí.
Las dos categorías de personas que los sacerdotes man­
tenían excluidas de la salvación a causa de su com porta­
miento moral y religioso perciben los signos de Dios.
Sus censores, no.
Escribe el evangelista que «todos los que lo oyeron, qu e­
daron sorprendidos de lo que decían los pastores- (Le 2,18).
Desde que el mundo es mundo, Dios premia a los
buenos y castiga a los malos; ¿qué novedad es esta de un
Dios «bondadoso con los ingratos y malvados?- (Le 6,35).
Si Dios en lugar de castigar a los pecadores les de­
muestra su amor, ¡ya no hay religión!
Todos se desconciertan con esta tremenda novedad, in­
cluso María. Pero ella no la rechaza, sino que la acoge, para
continuar estando en sintonía con un Dios siempre nuevo.
Y los pastores «se volvieron glorificando y alabando a Dios-:
glorificar y alabar a Dios se consideraba una tarea exclusiva
de los ángeles (Le 2,13-14). Después de haber tenido la e x ­
periencia del Dios-Amor, esta tarea es posible incluso para
los pastores.
DIVINA CARNICERÍA
(Mt 8,1-4)

Puede parecer extraño que un episodio tan grave


com o la matanza de «todos los niños de dos años para
abajo en Belén y sus alrededores» (Mt 2,16), ordenada por
1Ierodes, sea narrado solam ente por M ateo e ignorado por
los otros evangelistas; en particular llama la atención el si­
lencio de Lucas, el evangelista que «lo ha investigado todo
con rigor desde el principio» (Le 1,3) y, que narra, al igual
que Mateo, los episodios relativos al nacim iento de Jesú s
(Le 1,3).
Que algunos hechos considerados importantes por un
evangelista sean ignorados por otro, depende de la línea
teológica que el autor del evangelio se fijó previamente, y
que es propia de cada uno de ellos. Solamente se puede
llegar a la plena com prensión de los episodios expuestos en
un evangelio cuando se conoce el esquem a seguido por el
evangelista.
Mateo es el único que narra la matanza de los inocentes,
porque su línea teológica tiende a seguir las huellas de la
vida de Moisés, presentando, sin embargo, a Jesús com o su­
perior a aquél de quien se había dicho: «No ha surgido en
Israel otro profeta com o Moisés» (Dt 34,10).
Para hacer com prender a sus lectores el parangón entre
Moisés y Jesús, el evangelista divide su obra en cinco
partes, com o los cinco primeros libros de la Biblia (Penta­
40 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

teuco), considerados obra de Moisés, donde se desarrolla su


vida y enseñanza.
Como Moisés fue salvado por una intervención divina
de la matanza de los niños hebreos, decretada por el faraón
(Ex 1,15-22; 2,1-10), igualmente Jesús se salvará de la ma­
tanza de los niños betlemitas ordenada por Herodes.
El culmen de la vida de Moisés llega cuando sube a un
monte (Sinaí) para recibir de Dios el Decálogo, com o códice
de alianza con el pueblo (Ex 19-20); Jesús, com o Moisés,
también sube a un monte, pero será él mismo, el hombre-
Dios quien proclame con las Bienaventuranzas la nueva
alianza. Finalmente, Mateo es el único evangelista que co n ­
cluye su evangelio situando a Jesús en un monte, porque
sobre un monte (N ebo) concluyó la existencia de Moisés
(Dt 34,1-5); pero mientras la muerte de Moisés pone fin al
libro del Deuteronomio, el evangelio de Mateo termina pre­
sentando a Jesús resucitado, manifestando una vida capaz
de superar la muerte. Y si Moisés, antes de morir, tuvo ne­
cesidad de asegurarse un sucesor en la figura de Josué
(Dt 34,9), Jesús, más vivo que nunca, no tiene necesidad de
vicarios, y declara a los suyos: -Yo estoy con vosotros todos
los días» (Mt 28,20).

¿PLACAS DE EGIPTO?

Moisés y Jesús son los liberadores de su pueblo.


Los métodos usados son diversos.
Si Moisés se recuerda por «los terribles portentos» que
había obrado en presencia de todo Israel (Dt 34,12), masa­
crando a enemigos e israelitas en nombre de Dios, Jesús
dará su vida y será asesinado en nombre de Dios.
Del Dios de Moisés.
Moisés, para llevar a los hebreos a la fe en Dios, no
duda en desencadenar luchas fratricidas («mate cada uno,
Divina carnicería 41

aunque sea al hermano, al com pañero, al pariente, al ve­


cino») haciendo masacrar de una sola vez «unos tres mil
hom bres del pueblo» (Ex 32,27-28); para librar a su gente de
la esclavitud egipcia desencadena contra el opresor una
serie de prodigios tradicionalmente conocidos com o las
doce plagas de Egipto, aunque en la narración el término
plaga (Ex 11,1) se utiliza solamente para designar el último
prodigio-, la matanza de «todos los primogénitos de Egipto,
desde el primogénito del Faraón que se sienta en el trono
hasta el primogénito de la sierva que atiende al molino, y
todos los primogénitos del ganado» (Ex 11,5).
Antes de esta divina carnicería, Dios y Moisés dirigen
contra los egipcios un creciente número de calamidades.
Se inicia con la transformación del agua del Nilo en
sangre, prodigio realmente modesto que no impresionó
grandemente a los egipcios por cuanto «los magos de Egipto
hicieron lo mismo con sus encantamientos» (Ex 7,22); lo
mismo sucedió con la invasión de las ranas. Los magos se
rindieron, sin embargo, al tercer prodigio, al no conseguir
«producir mosquitos» (Ex 8,14).
Después de los mosquitos tocó el turno a las moscas
(Ex 8,17), seguido de la matanza del ganado (de los egip­
cios, pero «del ganado de los israelitas no murió ni una res»
(Ex 9,6) y de las «úlceras», que atacaron incluso a los magos
poniéndolos definitivamente fuera de com bate (Ex 9,8-11).
En el hit-parade de las desgracias, en el séptimo puesto
se colocó «el terrible pedrisco» seguido de «las langostas» y
de «las densas tinieblas» (Ex 9,13-10,23).
Mateo es el único evangelista que presenta, en contra­
posición a las diez plagas, una concatenación de diez a c­
ciones de Jesús dirigidas a liberar al pueblo, las cuales en
lugar de sembrar desventuras com unicarán vida incluso a
los «enemigos» (Mt 8,9).
Si en las plagas los elem entos de la naturaleza y los ani­
males se usan com o m edio para castigar a los hom bres, en
42 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

los gestos de Jesús son los animales (cerdos, Mt 8,28-34) y


los elem entos de la naturaleza hostiles al hombre ( mar y
vientos, Mt 8,23-27) los que son dominados.
Las diez plagas culminan con la muerte del faraón.
A las diez acciones de Jesús sigue la resurrección de la
hija de un personaje que el evangelista presenta sim ple­
mente com o «jefe» (Mt 9,18-26), omitiendo ya la especifica­
ción «de la sinagoga», ya el nombre de «Jairo» (com o se lee
en los otros evangelios, Me 5,22; Le 8,41), para colocarlo en
paralelo con el faraón, el jefe de los egipcios.

SANIDAD Y COMISIONES

El sermón del monte termina con el desconcierto de las


multitudes que se quedaron impresionadas de la enseñanza
de Jesús que «enseñaba con autoridad y no com o los le­
trados» (Mt 7,28-29).
La gente se da cuenta de que la enseñanza de Jesús
viene de Dios y que la doctrina de los letrados no tiene la
procedencia divina que ellos querían hacer creer.
D espués de la exposición teórica del am or de Dios,
Jesú s pone en práctica lo anunciado y, a través de diez a c­
cion es dirigidas a com unicar vida, demuestra hasta dónde
llega el am or del «Padre que hace salir su sol sobre malos
y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos»
(Mt 5,45).
La primera de estas acciones tiene por protagonista un
leproso (Mt 8,1-4). La lepra, instrumento de castigo de Dios
para con los culpables, era temida com o una maldición di­
vina (Nm 12,9-12; 2Re 15,5). El leproso era considerado
com o un «aborto que sale del vientre, con la mitad de la
carne comida» (Nm 12,12).
Rápidamente reconocibles, pues debían llevar las vesti­
duras rasgadas y gritar: «¡Inmundo! ¡inmundo!» (Lv 13,45), los
Divina carnicería 43

leprosos vivían separados de la sociedad y no podían acer­


carse a nadie ni nadie podía acercarse a ellos.
Equiparados a los cadáveres, su curación era consid e­
rada tan imposible com o la resurrección de un muerto
(2Re 5,7). A lo largo de la Biblia se conocen solam ente dos
curaciones de leprosos: la de María, hermana de Moisés, lle­
vada a cabo por Dios (Nm 12,9-15), y la del Naamán el sirio
realizada por el profeta Elíseo (2Re 5,1-14).
La situación de los leprosos era de desesperanza, porque
sólo Dios podía quitarles la lepra, pero la Ley enseñaba
que, sólo tras ser purificados, podían dirigirse a Dios. Y
para ello debían subir al templo de Jerusalén donde les es­
peraban cuarenta latigazos si se aventuraban a entrar (Kel.
Tos. 1,8).
Pero si el acceso al Dios del templo está prohibido,
siempre es posible acceder al Dios que se manifiesta en el
hombre Jesús.
Y un leproso, transgrediendo la Ley que le prohibía todo
contacto humano, toma la iniciativa, se acerca a Jesú s y le
pide: «Señor, si quieres, tu puedes purificarme».
El leproso no pide ser curado de la lepra, sino ser p u ri­
fica d o , esto es, que se le quite aquella impureza que le im­
pide dirigirse a Dios, el único que habría podido curarlo de
la terrible enfermedad (la curación de la lepra no bastaría,
sin embargo, para volver pu ro al hombre).
El evangelista subraya este propósito, omitiendo en la
narración términos com o curación o curar, poniendo en
evidencia el carácter religioso de la petición de purificación.
En el único caso de curación, narrado por la Biblia, lle­
vada a cabo por un individuo, el profeta Elíseo, verdadero
hombre de Dios, para respetar la ley rechaza todo contacto
con el leproso a quien no quiere ni ver, curándolo a dis­
tancia (2Re 5,10).
Jesús, por el contrario, no huye del leproso, sino que
transgrediendo la Ley (Nm 5,1-4), -extendió la mano y lo
44 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

tocó» (Mt 8,3)- «Extender la mano» es la expresión con la que


se describe la acción liberadora de Dios y de Moisés en las
diez plagas: »Yo extenderé la mano y heriré a Egipto-
(Ex 3,20). *Extiende tu mano sobre Egipto, haz que la lan-
'gosta invada el país» (Ex 10,12).
Si este gesto provoca destrucción y muerte, la acción de
Jesús se realiza para restituir la vida: -Quiero, queda limpio»
(Mt 8,3).
A la petición del leproso -si quieres, puedes limpiarme»,
el Señor no responde -puedo», sino -quiero»: por primera
vez, demuestra Jesú s que el designio de Dios, ya anunciado
en el «Padre nuestro» (Mt 6,10), es la eliminación de cual­
quier barrera que impida a su amor alcanzar a todos los
hom bres para darles la posibilidad de llegar a ser hijos
suyos.
Jesús, el Dios con nosotros (Mt 1,23), revela la falsedad
de una legislación que pretendía provenir de Dios y que en ­
señaba que era necesario ser puro para acercarse a él. Jesú s
demuestra que la acogida del amor de Dios es la que hace
puros: «Y en seguida quedó limpio de la lepra» (Mt 8,3).
Y con la lepra se deshace también la enseñanza de lo
escribas basada en la discriminación entre los hom bres en
nombre de Dios; el Señor dirige su amor («queda limpio»)
también al individuo que se consideraba castigado por
Dios.
Jesús no rehabilita al hombre por sus méritos, sino gra­
tuitamente, com o don del amor de Dios.
No así los sacerdotes del templo que especulan con los
sufrimientos humanos y cobran com isiones por cualquier
cosa.
De hecho los sacerdotes tenían el poder de declarar cu­
rado a un leproso o no, y de permitirle su reinserción en la
sociedad (Lv 14,1-32).
Este precioso certificado de curación realizada era co n ce­
dido mediante la extorsión (que los sacerdotes llamaban
Divina carnicería 45

«ofrecimiento») de «dos corderos sin defecto, una cordera


añal sin defecto, doce litros de flor de harina de ofrenda,
amasada con aceite y un cuarto de litro de aceite» (Lv 14,10).
Impuesto sobre la salud que intentó cobrar también
Guejazí. Este, criado de Eliseo, pensó sacar algo de la ac­
ción del profeta, que había curado gratuitamente al leproso
y, una vez sano, «porfió a Naamán, hasta que le metió en
dos costales seis arrobas de plata con dos mudas de ropa,
que entregó a un par de esclavos para que se los llevasen»
(2Re 5,23). La codicia del criado sería severam ente casti­
gada: «Que la enfermedad de Naamán se te pegue a ti y a
tus descendientes para siempre», le dijo Eliseo (2Re 5,27).
Como el profeta Eliseo, Jesús cura gratuitamente al le­
proso, y ahora lo envía al sacerdote para «ofrecer el dona­
tivo que mandó Moisés com o prueba contra ellos» (Mt 8,4).
No es un respetuoso obsequio de Jesús a la legislación
(que él mismo ha transgredido), sino una invitación ten­
dente a hacer tomar conciencia al leproso y a los sacerdotes
de la novedad de la buena noticia de Dios.
La prueba que Jesús envía a los sacerdotes es que Dios
actúa al contrario de ellos («sus jefes juzgan por soborno,
sus sacerdotes predican a sueldo, sus profetas adivinan por
dinero-, Mi 3,11), y el hombre es invitado a experim entar la
diferencia entre el don gratuito del Dios de Jesús y la ava­
ricia del insaciable Dios de los sacerdotes.
¿CUÁNTAS VECES, HIJA MÍA?
(Jn 4,1-42)

«El que conversa mucho con una mujer se hace daño a sí


mismo, olvida el estudio de la Ley y termina en la gehenna»
(P. Ab. 1,5).
Así enseña la tradición judía tomando por m odelo a
aquel Dios que -no habló con mujer, a no ser justa, e in­
cluso aquella vez con motivo» (Ber. r. 20,6). De hecho el
Señor, ofendido por la inocente mentira de Sara que,
porque estaba asustada, negó haberse reído (Gn 18,15), no
dirigió nunca más la palabra a una mujer.
En este am biente cultural la revolucionaria normalidad
con que Jesús se relacionaba con las mujeres no debía ser
bien vista, com o aparece en el evangelio de Juan donde los
discípulos, habiendo sorprendido al Señor hablando con
una samaritana «se quedaron extrañados de que hablase
con una mujer».
En efecto, este cara a cara entre Jesús y una mujer un
tanto vivaz no solamente desconcertó a sus contem porá­
neos, sino que puso siempre en apuros a los moralistas que,
prontos a ver ocasiones de pecado en cualquier situación,
se em peñaron en justificar a los discípulos, diciendo que
«éstos no sospechaban ciertamente nada malo» (Agustín,
Com. a Juan, 15,29).
Por otro lado, si la facilidad con que Jesús concedió la
absolución a una mujer sorprendida en flagrante adulterio
Cómo leer el evangelio y no perder la fe

(Jn 8,2-11) o a la prostituta (Le 7,36-50), sin una palabra de


reproche, ha escandalizado siempre a los santurrones y de­
votos censores, éstos encuentran su revancha justamente en
el episodio del diálogo entre Jesús y la samaritana (Jn 4,1-
42). Aquí, al fin, Jesús se reviste de celoso moralista y en ­
juicia la vida privada de la desdichada a la que pide cuenta
exacta de sus numerosos amantes:
«Ve a llamar a tu marido y vuelve aquí. La mujer le con ­
testó: — No tengo marido. Jesús le dijo: — Has dicho muy
bien que no tienes marido, porque maridos has tenido
cinco, y el que tienes ahora no es tu marido. En eso has
dicho la verdad» (Jn 4,16-18).
Esta es la primera y única vez que Jesús indaga sobre la
vida privada de una persona.
Pero ¿es una lección de moral lo que quiere transmitir el
evangelista Juan?
Como de costum bre son los evangelistas quienes en ca­
minan al lector hacia la justa interpretación de sus escritos,
y lo hacen dándole claves de lectura que le ayuden a com ­
prender lo que aquél quiere comunicar.

LAS ESPOSAS DE DIOS

La perícopa de la Samaritana se interpreta a la luz del


libro de Oseas, el profeta de Samaría que, partiendo de su
trágica situación matrimonial, fue el primero en utilizar la
imagen nupcial para indicar las relaciones entre Dios y su
pueblo.
A pesar de que Gomer, la mujer de la que había tenido
tres hijos, lo traicionó con muchos amantes, el profeta co n ­
tinuaba estando enamorado de su esposa de una manera
tan obstinadamente fiel, que le sirvió para com prender la
inmensidad del amor de Dios hacia su pueblo.
Cuando Oseas encuentra finalmente a su mujer después
de la enésima fuga, la ataca de un modo furibundo pasán-
¿Cuántas veces, hija mía? 49

dolé lista de sus innumerables culpas de esposa infiel y


madre infame, pero junto a la sentencia («Por esto...O, en
lugar de una condena, sale de su corazón la propuesta de
un nuevo viaje de bodas:
«Voy a seducirla, llevándomela al desierto y hablándole
al corazón... Aquel día me llamarás «esposo mío» y no me
llamarás: Idolo mío» (O s 2,16.18).
Habiendo comprendido Oseas que la mujer buscaba en
sus amantes aquel amor que no podía recibir de un marido-
dueño, cambia su comportamiento; el amor que fomenta
con su esposa es incompatible con el estado de subordina­
ción al cual la mujer se atenía en relación a su marido
Cseñor m ío) y le propone una relación más íntima ( marido
mío)-. «Me casaré contigo para siempre» (O s 2,21).
El comportamiento del profeta, obviamente, no fue com ­
prendido por sus contem poráneos que lo tomaron por in ­
sensato y demente.
Pero Oseas, tan enamorado de su mujer com o para co n ­
cederle el perdón sin asegurarse de su arrepentimiento real,
intuye que también para Israel la conversión no será la co n ­
dición para recibir el perdón de Dios, sino su efecto.
Mientras la tradición religiosa predicaba que era n ece­
sario arrepentirse para obtener el perdón de los pecados
(Eclo 17,24), Oseas com prende que el perdón de Dios se
concede antes de que se solicite, com o se formulará más
tarde en el Nuevo Testamento: «El Mesías murió por noso­
tros cuando éramos aún pecadores: así demuestra Dios el
amor que nos tiene» (Rom 5,8).
Jesús, a quien el evangelista ha presentado ya con los
rasgos del esposo (Jn 3,29), sigue com o Oseas las huellas de
la adúltera y, al encontrarla, se dirige a ella llamándola se­
ñora (lit. mujer con el significado de mujer/esposa). En el
evangelio de Juan, Jesús se dirige con este apelativo a tres
personajes femeninos: la madre (Jn 2,4; 19,26), la samari-
tana (Jn 4,21) y María Magdalena (Jn 20,15).
50 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

Son las tres «esposas de Dios»: la madre de Jesús repre­


senta la esposa siempre fiel de la antigua alianza, de la que
Jesú s proviene; la samaritana, la adúltera que el esposo re­
conquista con su amor y María Magdalena, la esposa de la
nueva alianza.

QUF.MA DE SAMARITANOS

Dice el evangelista que, para ir de Judea a Samaría, Jesús


«tenía que pasar por Samaría» (}n 4,4).
Este itinerario 110 se rige por motivos topográficos (los
viajeros que eran precavidos evitaban la peligrosa Samaría y
pasaban por Transjordania), sino por la necesidad de recon­
quistar a la adúltera samaritana.
El encuentro con la mujer no com ienza bien.
Era bien sabido que los judíos despreciaban a las mu­
jeres samaritanas, consideradas inmundas desde la cuna
(Nidda 4,1); no obstante esto, Jesús 110 se dirige a la mujer
desde lo alto de su superioridad de varón hebreo, sino
desde lo bajo de su condición de hombre necesitado:
«Dame de beber»; la mujer reacciona de modo polém ico re­
cordándole los contrastes raciales: «¿Cómo tú, siendo judío,
me pides de beber a mí, que soy samaritana?» (Jn 4, 9).
Y el evangelista explica que «los judíos no se tratan con
los samaritanos» (Jn 4,9), expresión diplomática para decir
que se creen religiosamente superiores, siempre en nombre
de Dios, naturalmente.
El odio entre judíos y samaritanos se remontaba a siete
siglos antes, cuando, después de la deportación de los habi­
tantes de Samaría en Asiria, la región se repobló de colonos
extranjeros, y pronto los samaritanos resultaron ser un fruto
mestizo nacido del cruce entre colonos y habitantes del
lugar (2Re 17,24-28).
La mescolanza racial había tenido también efectos reli­
¿Cuántas veces, hija mía? 51

giosos y los samaritanos, aunque continuaron adorando a


Yahvé, le daban culto también a las divinidades traídas por
los colonos (2Re 17,29-34).
Esta contaminación con divinidades paganas hacía a los
samaritanos despreciables a los ojos de los judíos, que les
impidieron colaborar en la reconstrucción del templo de J e ­
rusalén (Esd 4,1-3) y, equiparándolos a los paganos, les
prohibieron el acceso al santuario.
En la Biblia los samaritanos son com o los filisteos, los
enemigos por excelencia, y son piadosamente definidos
com o «el pueblo necio que habita en Siquén». En tiempos
de Jesús, las personas piadosas evitaban pronunciar el tér­
mino samaritano (Le 10,37), considerado uno de los peores
insultos (jn 8,48). *
La hostilidad entre judíos y samaritanos se reavivó vio-\j
lentamente del año 6 al 9 d.C. cuando los samaritanos co n ­
siguieron interrumpir las celebraciones de Pascua espar- ^
ciendo de noche huesos humanos en el templo (Ant. 18,29).
Desde entonces, el odio entre judíos y samaritanos es- j
tara tan extendido que llega hasta el grupo de Jesú s y es
con ocido el deseo de los beligerantes discípulos Santiago ^
y Ju an de ver a todos los samaritanos fulminados: «Señor,
si quieres decim os que caiga un rayo y los aniquile»
(Le 9,54).
A la agresividad verbal de la samaritana, Jesús responde
superando las divisiones raciales, con la oferta de un regalo ^
extraordinario, el «don de Dios... el agua viva».
La samaritana se declara dispuesta a acoger esta miste­
riosa «agua viva», capaz de quitar para siempre la sed.
Y es en este momento cuando Jesús cambia brusca
mente de argumento y pasa del agua al lecho, recordando a
la adúltera los cinco maridos, más el que tiene actualmente.
En la lengua hebrea Baal, título que se daba a la divi­
nidad, significa marido o Señor: el adulterio de Samaría
consistía en haber abandonado a Dios para volverse a los
52 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

otro cinco dioses adorados en la región, para los que los sa­
maritanos habían construido cinco templos en otras tantas
colinas (2 Re 17,24-41; Ant. 9,288), dato que subraya el
evangelista repitiendo en el relato cinco veces el término
marido.
En este episodio no se procesa a una mujer ligera, sino
que se denuncia la infidelidad de Samaría.
Para poder acoger el don del amor de Dios, Jesús invita
a la mujer a romper con las otras divinidades, que prometen
una felicidad que no pueden dar («Voy a volver con mi ma­
rido, porque entonces me iba mejor que ahora», Os 2,9).
La mujer, una vez comprendido que lo que Jesús le está
diciendo no toca a su vida privada, sino a su relación con
Dios, va rápidamente al núcleo del problema: «Señor, veo
que tú eres profeta. Nuestros padres celebraron el culto en
este monte; en cam bio, vosotros decís que el lugar donde
hay que celebrarlo está en Jerusalén» (jn 4,19-20).
La samaritana cree que la relación con Dios se ve favo­
recida con el culto en un determinado santuario y, ahora
que está dispuesta a volver al verdadero Dios, quiere saber
dónde encontrarlo. Pero Jesús declara terminada la época
de los santuarios: «Créeme, mujer: Se acerca la hora en que
no daréis culto al Padre ni en este monte ni en Jerusalén»
(Jn 4,21).
Si el dios de la religión necesita un templo y un culto, el
Padre, para ser tal, tiene necesidad de hijos que se le pa­
rezcan.
La semejanza con su amor es el único culto que el Padre
requiere.
A la mujer que deseaba saber dónde dirigirse para
ofrecer culto a Dios, Jesús responde que es Dios quien se le
ofrece, dándole su misma capacidad de amor.
El Señor no espera dones de los hombres, sino que él se
hace don para ellos, porque «el Dios que hizo el mundo y
todo lo que contiene, ese que es Señor de cielo y tierra, no
¿Cuántas veces, hija mía? 53

habita en templos construidos por mano de hombre, ni le


Nirven manos humanas, com o si necesitara de alguien, él
que a todos da la vida y el aliento y todo» (Hch 17,24-25).
Este es el clam oroso anuncio del que se hace portavoz la
mujer, invitando a los samaritanos a ir a «ver a un hombre...».
Jesús, que ha derribado las barreras religiosas y naciona­
listas, no es considerado ya com o un judío, sino com o un
hombre.
La nueva época sin santuarios, inaugurada por él, hace
su misión universal, consintiendo incluso a los herejes, los
samaritanos excom ulgados, acoger «al salvador del mundo».
JESÚS Y EL MONSEÑOR
(Me 12,28-34)

En la parábola del sembrador {Me 4,1-20) Jesús advierte


que su mensaje, comparado a una semilla portadora de
vida, sembrada en cuatro terrenos, solamente se desarrolla
plenamente en uno.
En los restantes, el fracaso es total.
La plenitud de vida ofrecida por Jesús a todos, es acogida
por pocos: «Hay más llamados que escogidos» (Mt 22,14).
Según Jesús, uno de los impedimentos para acoger el
m ensaje es la riqueza, pues ningún rico ha entrado a formar
parte de la comunidad de Jesús, si no es a condición de des­
prenderse de sus bienes (Le 14,33; Mt 27,57).
El otro gran obstáculo es la religión.
Los evangelios presentan esta paradoja; cuanto más lejos
se está de la religión tanto más fácil es percibir la presencia
de Dios en la propia existencia; cuanto más religioso se es,
más dificultad se encuentra en reconocer y acoger al Señor
en sus manifestaciones.
Los que se consideran pecadores tienen posibilidad de en­
trar en el reino; aquéllos que los consideran com o tales, no.
Entre los adeptos a lo sagrado y Jesús se da una inco­
municación total.
Ciertamente faltó poco para que Jesús implicase en el
proyecto de su reino a uno de los exponentes más impor­
tantes de la religión, un teólogo oficial.
56 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

En el evangelio de Marcos se describe el acercam iento


de un letrado a Jesú s (Me 12,28-34).
Los letrados eran personas piadosas que, después de
una vida enteramente dedicada al estudio de la Biblia, a
edad avanzada (cuarenta años), recibían, por medio de la
imposición de las manos, el espíritu que bajó sobre Moisés
(Nm 11,16-17); eran considerados los sucesores inmediatos
de los profetas.
Tenían por tarea la salvaguardia de la Ley que era custo­
diada fielmente «por siempre jamás, eternamente» (Sal 119,44)
porque «todo lo que hizo Dios durará siempre: no se puede
añadir ni restar» (Eclo 3,14).
Llevaban hábitos y distintivos religiosos que resaltaban
su dignidad y el pueblo se dirigía a ellos llamándolos respe­
tuosamente rabí ( monseñor) (Mt 23,7-8).
Su enseñanza se equiparaba a la misma palabra de Dios:
«Todas las palabras de los letrados son palabras del Dios
vivo» (Ber. M. 1,3), decreta el Talmud; su indiscutida auto­
ridad era confirmada por la Biblia: el letrado «presta servicio
ante los poderosos y se presenta ante los jefes... su fama vi­
virá por generaciones» (Eclo 39,4.9).
Por su magisterio, considerado infalible, los letrados
gozaban ante el pueblo de un prestigio e influencia que
superaban los del sumo sacerdote e incluso los del mismo
rey. Reputación que quedará arruinada apenas inicie Jesús
su enseñanza.
La gente, oyéndolo, reconoce que Jesús tiene el man­
dato divino de enseñar ( la autoridad) y no los letrados
(Me 1,21-28).
Marcos inserta el episodio del letrado en la ofensiva final
desencadenada contra Jesús por una coalición de fariseos,
herodianos y saduceos con una serie de preguntas-trampa
para cogerlo en falta y así poder denunciarlo.
Dado que las respuestas de Jesús han enm udecido a sus
interlocutores, le llega el turno al letrado.
Jesús y el monseñor 57

Éste plantea a Jesús una pregunta, cuya respuesta se


daba por descontado: ¿Qué mandamiento es el primero de
lodos?- (Me 12,28).
Amantes de la casuística, estos letrados habían co n se­
guido identificar en la Ley unos 613 preceptos que regu­
laban la vida del individuo.
De éstos, 365 (tantos com o días tiene el año) eran
prohibiciones y 248 (núm ero de los elem entos que se creía
que com ponían el cuerpo humano) las obligaciones que
todo creyente debe observar.
Naturalmente el letrado conoce ya la respuesta a su pre­
gunta: Mateo y Lucas subrayan que éste va «para tentar» a
Jesús (Mt 22,35; Le 10,25).
Su pregunta no va dirigida a aprender, sino a confirmar
o controlar las posiciones teológicas poco ortodoxas profe­
sadas por aquel extraño galileo que pretende «conocer las
escrituras sin haber estudiado» (Jn 7,15).
Los mandamientos han sido dados com o norma de com ­
portamiento para los hombres, pero Dios mismo observaba
al m enos uno de ellos: el descanso sabático.
Para los letrados era éste indiscutiblemente el manda­
miento más importante: el sábado «el Creador no trabaja»
(Mek. Es. 20,11).
Esta convicción tenía sus raíces en las expresiones co n ­
tenidas en el Génesis, donde se narra que Dios, terminada
la creación en el séptimo día, «descansó de su tarea de
crear» (Gn 2,3). Considerado el más importante de los man­
damientos, su observancia equivalía al cumplimiento de
toda la Ley (Ber. Y. 1).
Al contrario, la desobediencia al descanso sabático equi­
valía a la transgresión de todos los mandamientos, siendo
castigada con la muerte (Ex 31,14).
Jesús no sólo no observó nunca el descanso prescrito en
día de sábado, sino que lo violó sistemáticamente.
58 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

¿Que el sábado está prohibido no sólo cuidar a los en ­


fermos, sino incluso visitarlos? (Shab. B. 12a). Pues bien,
Jesú s visita, cuida y cura a los enferm os ese día (Le 13,14).
¿Que el sábado no se puede caminar más de nove­
cientos metros? («dos mil codos», Nm 35,5; Sota M. 5,3). Pues
bien, ¿qué día mejor para las giras de Jesús con sus discí­
pulos, que agravan la transgresión arrancando las espigas
de grano, uno de los 39 trabajos principales prohibidos en
día de sábado? (Me 2,23-28).
¿Que el sábado está severamente prohibido transportar
cualquier peso? (Jr 17,21-27). Jesús invita al hombre en ­
fermo a no hacer caso: «Levántate, carga con tu camilla y
echa a andar», suscitando la viva protesta de las autoridades:
«Es día de precepto y no te está permitido cargar con la ca­
milla» (Jn 5,8-10).
Con estos antecedentes era de esperar que Jesú s no se
habría atenido a la doctrina oficial.
Uno que no ha respetado nunca el sábado, no puede
ciertamente considerar la observancia de este mandamiento
la más importante.
De hecho, contrariamente a la expectativa del letrado
que le ha preguntado cuál consideraba el mandamiento más
importante, Jesús responde sobrepasando no sólo la teo­
logía tradicional, sino incluso los mismos mandamientos.
Ignorando provocativamente las tablas de Moisés, Jesús
se remonta al «Escucha Israel» (Dt 6,4-9), el «Credo» que los
hebreos recitaban dos veces al día: «Escucha, Israel: El Señor
nuestro Dios es el único Señor; amarás al Señor tu Dios con
todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con
todas tus fuerzas» (Me 12,29-30).
La pregunta del letrado giraba en torno a un solo man­
damiento, el más importante.
Para Jesús, sin embargo, el amor a Dios no es perfecto si
no se traduce en amor al próximo; por esto añade a su res­
puesta un precepto contenido en el libro del Levítico
Jesús y el monseñor 59

(19,18): «El segundo es éste: Amarás a tu prójimo com o a ti


mismo. No hay ningún mandamiento mayor que éstos».
La reacción del escriba a la provocación de Jesú s es po­
sitiva, demostrando estar en sintonía con la línea propug­
nada por los profetas de la prevalencia del amor al prójimo
sobre el culto que se debe rendir a Dios: «Muy bien, Maes­
tro, es verdad lo que has dicho, que Él es uno solo y que no
hay otro fuera de Él; y que amarlo con todo el corazón y
con todo el entendimiento y con todas las fuerzas y amar al
prójimo, com o a uno mismo supera todos los holocaustos y
sacrificios».
El exponente de una tradición religiosa que sostenía la
necesidad de innumerables prácticas religiosas para estar
seguros de la comunión con Dios, com prende que éstas son
totalmente secundarias y que el amor a Dios no se prueba
por el culto que se le da, sino por al amor hacia el hombre,
com o enseña el profeta Oseas: «misericordia quiero y no sa­
crificios» (O s 6,6; Mt 9,13; 12,7).

LOS LETRADOS: SI LOS CONOCKS, EVÍTALOS

Al talante abierto demostrado por el letrado, responde


Jesús con una invitación implícita: «No estás lejos del reino
de Dios» (Me 12,34). Expresión que remite a la predicación
inicial de Jesús: «Está cerca el reinado de Dios. Enmendaos
y tened fe en esta buena noticia» (Me 1,15).
'Iod o el que está por el bien del hombre, no se halla
lejos del reino, pero para entrar en él es necesaria la con ­
versión, un cam bio radical de mentalidad en la escala de los
valores que regulan la propia existencia, renunciando a
toda clase de prestigio para poder poner la propia vida al
servicio de los hombres.
Por esto Jesús, al único letrado que se había ofrecido vo­
luntariamente a seguirlo («Maestro, te seguiré adonde quiera
60 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

que vayas»), le había objetado: «Las zorras tienen madri­


gueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene
dónde reclinar la cabeza» (Mt 8,19-20).
Mientras la Escritura enseñaba que no se puede fiar uno
«de un hombre que no tiene un nido» (Eclo 36,27), Jesús
avisa al letrado, acostumbrado a los «primeros puestos»
(Me 12,39), que, para seguirlo, hay que abandonar toda am ­
bición de honores y de prestigio, aceptar ser considerados
los últimos de la sociedad y valer m enos que los animales
considerados más inútiles (los pájaros, Le 12,6; Mt 6,26) e
insignificantes (las zorras, Ne 3,35; P. Ab. 4,20).
Una invitación, una propuesta.
Pero el letrado no da la adhesión a Jesús.
Perm anece con su saber teológico que no se trasforma
en práctica.
Para él se trataba solamente de una cuestión teórica
(«dicen, pero no hacen», Mt 23,3), y no da el paso de la
adhesión a un Jesús que lo invitaba a colaborar de hecho en
la construcción de una sociedad nueva (el reino), desem ba­
razándose de todo elem ento de injusticia, de toda preten­
sión de superioridad.
La reacción de Jesús es inesperadamente dura. Co­
mienza ridiculizando la enseñanza de los letrados, dem os­
trando su inconsistencia (Me 12,35-37), invitando a la gente
a abrir los ojos y a librarse de su dominio: aquellos que pre­
tenden ser los guías espirituales del pueblo no sólo no en ­
tran en el reino, sino que impiden el acceso incluso a los
que quisieran entrar en él (Mt 23,13).
La invectiva termina poniendo en guardia ante esta cate­
goría de personas, cuya religiosidad así exhibida y ostentada
esconde en realidad intereses inconfesables (Me 12,38-40).
En com pañía de Jesús se encuentran descreídos y peca­
dores, pero no los pertenecientes a la jerarquía religiosa que
en los evangelios son presentados siempre hostiles a Jesús
hasta el punto de quererlo muerto.
Jesús y el monseñor 61

Personas y lugares religiosos se revelarán los más p e li­


grosos para el H om bre-D ios.
En una sinagoga se tomará la decisión de asesinarlo
(M e 3,1-6) y en el tem plo intentarán apedrearlo (Jn 10,31-33).
La condena d e Jesús a muerte emanará del más alto
cargo religioso del país, el sum o sacerdote, con la a proba­
ción de to d o el Sanedrín: setenta y una excelentísim as y re­
verendísim as personas que desencadenarán contra Jesús
tod o su rencor escu pién dole en la cara, abofeteán dolo, g o l­
peán d olo y m ofándose de él (M t 26,65-68).
EL ADELANTAMIENTO
DE UNA PROSTITUTA
(Le 7,36-50)

La primera y la última mujer que aparecen en el N u e v o


Testam ento son prostitutas (M t 1,3-5; A p 17,16-18), p ero la
pecadora del relato d e Lucas (Le 7,36-50) es la única m ere­
triz protagonista de un encuentro confidencial con Jesús.
A unqu e el evangelista había m antenido el personaje
anónim o, el d eseo de asegurar su redención llev ó en el pa­
sado a identificar erróneam ente a esta prostituta con María
de Magdala, mujer qu e no tiene nada que ver con el p erso­
naje d e Lucas, pero que, colocada por Juan junto a la cruz
de Jesús (Jn 19,25), ha llevad o a la tradición a ve r en ella a
la Magdalena arrepentida, para respiro de bienpensantes y
moralistas.
El o fic io más antiguo del m undo fue ejercido tam bién
por una antecesora d e Jesús c o m o Rajab (M t 1,5; Jos 2,1), ti­
tular de un co n o cid o y frecuentado albergue junto a los
muros de la ciudad, púdica perífrasis utilizada p o r el histo­
riador Flavio Josefo para indicar un burdel (Ant. 5,7), o
c o m o Tam ar que ejercía la profesión, pero con un toqu e de
distinción: prostituta, sí, pero sagrada (G e n 38,21). Cuando
la autoridades judías echan en cara a Jesús «N osotros no
hem os nacido de prostitución» (Jn 8,41), el énfasis co n te­
nido en aquel «nosotros» es una alusión a los orígen es os­
curos d e Jesús y a las manchas de su familia.
Para com p ren d er el escándalo suscitado por la presencia
64 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

de la prostituta en el banquete que el fariseo Simón d io en


honor de Jesús, es necesario situar el ep iso d io y los p erso­
najes en la cultura de la época.

LOS FARISEOS

Los fariseos son laicos piadosos que, para acelerar la lle­


gada del reinado de Dios, se em peñan en vivir cotidiana­
m ente las prescripciones exigidas al sacerdote en el p erío d o
lim itado durante el qu e presta servicio en el tem plo (L v 9-
10; 21-22,1-9).
Su estilo d e vida los distingue y separa de la gen te
com ún (d e d o n d e el térm ino fariseo que significa sepa­
rado). La vida de un fariseo está dom inada por la p reocu ­
pación de observar fielm ente los seiscientos trece preceptos
d e la Ley.
O bsesion ado por el exacto cum plim iento del descanso
en día de sábado, el fariseo está atento a no realizar nin­
gu n o de los 1.521 trabajos prohibidos y a n o caer en la gra­
vísima transgresión d e escribir ni siquiera dos letras del alfa­
b eto (Shab. M. 12,3).
El otro gran cu idado concierne a la ley de la pureza que
observa con una m inuciosidad obsesiva, para evitar ser to ­
ca d o o tocar inadvertidam ente objetos y personas impuras,
v o lv ie n d o de este m o d o nulas las innum erables oraciones
qu e jalonan su jornada: desde el canto del g a llo («B en dito el
qu e d io inteligencia al g a llo para distinguir entre el día y la
noch e») cuando abre los ojos («B en dito el qu e vu elve v i­
dentes a los ciegos») hasta que los cierra («B en dito aquél
qu e hace caer los lazos del sueño sobre mis ojos») (Ber.
B. 60b).
T o d o un tratado, llam ado de las Bendiciones prescribe
cuáles y cuántas son las oraciones que hay que recitar para
ser gratos a un D ios q u e pretende ser b e n d ecid o por el
El adelantamiento de una prostituta 65

hom bre en tod o m om ento del día y en cualquier lugar


d o n d e éste se encuentre, incluso desde la letrina: «B endito
el Señor q u e ha form ado al hom bre con sabiduría y ha
creado en él muchos agujeros. Está claro qu e si uno se abre
y otro se obtura no le sería posible vivir» (Ber. B. 60b).
Jesús d efin e toda la categoría de los fariseos c o m o hipó­
critas-. en lugar de practicar las buenas obras para qu e los
hom bres «glorifiquen al Padre del cielo» (M t 5,16), hacen
alarde de sus innumerables d evocion es para ser glorificados
por los hom bres (M t 6,2).
Pervirtiendo las obras de piedad que, en lugar de ha­
cerlas a favor de los hom bres, las hacen en p ro v ec h o
propio, los fariseos desvían hacia sí la gloria qu e debía ser
para Dios: creen rendir culto a Dios, p ero en realidad se
ponen idolátricam ente en su lugar y, c o m o enseña la Escri­
tura, «la invención de los ídolos es el principio de la prosti­
tución (Sab 14,12). Pero esta form a de prostitución no só lo
no es desaprobada por el m undo religioso, sino qu e es
alentada y presentada c o m o m o d e lo de perfección .

LA PROSTITUTA

Si en todas las culturas el nacim iento de una niña nunca


ha sido desead o (»Felicidades e hijos varones»), en el m undo
judío, dom in ad o por los varones, aqu ello se consideraba
una auténtica desgracia ratificada por la Palabra de D ios
(«P or una mujer e m p e z ó la culpa y por ella m orim os todos»
Sab 25,24), por el Talm ud («El m undo no pu ed e existir sin
hom bres y mujeres, p ero felices aquellos cuyos hijos son
varones y ay de aquél cuyos hijos sean hembras», B.B.B.
16b) y codificada p o r la oración, recitada tres veces al día
por to d o varón hebreo, que da gracias a D ios de este m odo:
«B endito aquél que no m e ha hecho ni pagano, ni mujer ni
villano» (Ber. Y. 13b).
66 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

Cuando en una familia había ya un par d e niñas no era


tolerada otra niña (c u y o nacim iento vo lvía impura a la
m adre por casi tres meses, Lv 12,2-5); en este caso era
normal tom ar a la recién nacida y «exponerla», esto es, aban­
donarla fuera de la aldea, co m o da testim onio la literatura
de la ép oca y la misma Biblia: «Un hijo lo educa cualquiera,
aunque sea pobre; a una hija se la ex p o n e siem pre, aunque
se sea rico» (P o sid ip o de Casandra); «Te arrojaron fuera a
cam po abierto, asqueados de ti, el día en qu e naciste»
(E z 16,5).
Si la recién nacida sobrevivía a los animales vagabundos,
era «salvada» por los com erciantes de esclavos que, al am a­
necer, m erodeaban la periferia de las aldeas y ciudades en
su búsqueda. A cción en m od o alguno filantrópica, sino c o ­
mercial: la pequeña era recogida y criada para ser destinada
a la prostitución.
A los cin co años la niña debutaba en los prim eros juegos
eróticos. A los oc h o estaba ya preparada para una relación
com pleta.
Todavía en el siglo n Justino denunciaba qu e «se criaban
turbas de niñas para usarlas torpem ente» (1.a A pol. 27.29).

U N A C O M ID A QUF. A C A B Ó M AL

El fariseo ha com etid o la imprudencia de invitar a Jesús


a comer.
Jesús n o es un huésped conciliador. Todas las veces que
fue invitado a com er por los fariseos h izo que se les indi­
gestara la com ida a quienes lo habían hospedado (L e 11,37-
54; 14,1-24).
El relato se desarrolla con una escalada de tensión.
Los huéspedes, c o m o es costum bre en las com idas fes­
tivas, están ya reclinados sobre divanes situados en círculo
en torno a una mesa, cuando entra «una de aquéllas m u­
jeres».
El adelantamiento de una prostituta 67

La casa del fariseo, d o n d e n o entra nada q u e n o haya


sido previam ente purificado (M e 7,3-4), se mancha con la
presencia de una «mujer conocida en la ciudad c o m o p eca ­
dora» (L e 7,37).
Subrayando la sorpresa de los presentes, el evangelista
escribe qu e ésta «llegó con un frasco de perfum e, se c o lo c ó
detrás d e él junto a sus pies, llorando, y e m p e z ó a regarle
los pies con sus lágrimas» (Le 7,38).
C om o si la escena no fuese ya bastante incóm oda, el
evangelista añade una pincelada de co lor rosa: los cabellos.
Considerados un arma irresistible, de gran im pacto e ró ­
tico (Judit Para seducir a H olofern es «se soltó el cabello»,
Jue 10,3), está proh ibido a las mujeres mostrarlos.
La mujer siem pre lleva v e lo y solam ente el día d e las
bodas deja descubierta su cabeza. El resto de la vida no
muestra nunca sus cabellos, ni siquiera en casa, y el m arido
pu ede repudiar a la mujer que se atreve a salir sin v e lo ,
porqu e «la mujer d eb e llevar en la cabeza una señal d e suje­
ción» (1 Cor 11,10).
Solam ente las prostitutas sueltan su cabellera para se­
ducir a sus clientes.
Y esta prostituta no só lo ex h ib e im pu nem ente sus ca
bellos, sino q u e los utiliza para secar los pies de Jesús d es­
pués d e haberlos perfu m ado y, con su boca, n o deja de
besarlos.
¿Y Jesús?
Nada.
Ninguna reacción.
Dejarse solam ente rozar por una de aquellas mujeres
vu elve al hom bre im puro e inhábil para su relación con
D ios (lo s rabinos prescriben que hay que estar distantes de
una prostituta al menos cuatro codos (d o s m etros).
¿Cóm o es qu e Jesús no se aparta?
¿Por qu é n o la reprende?
Para el fariseo Simón está claro que Jesús no es un p ro ­
68 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

feta; de serlo «sabría quién es la mujer que lo está tocan do y


qu é clase de mujer es: una pecadora» (Le 7,39).
Adem ás ¿cóm o era posible que pasase por hom bre de
D ios «un com ilón y un borracho, am igo de recaudadores y
descreídos»? (Le 7,34).
En el ep isod io se confrontan dos visiones: la del fariseo,
acostum brado a juzgar de acuerdo con los parám etros reli­
giosos, y la de Jesús, manifestación visible del am or del
Padre que no ha v e n id o a juzgar sino a «buscar lo que es­
taba perd id o y a salvarlo» (Le 19,10).
Al fariseo Simón, que no ve una mujer, sino una peca­
dora, Jesús le corrige su forma de mirar: «¿Ves esta mujer?».
Pero es el fariseo quien, aun llam ándolo Maestro, quiere
enseñar a Jesús («Este, si fuese profeta, sabría quién es la
mujer que lo está tocando y qué clase de mujer es: “una p e ­
cadora”», Le 7, 39).
A q u ello que a los ojos del religioso es una transgresión
d e la moral y una incitación al pecado, para Jesús no es otra
cosa qu e una m anifestación reconocida de fe («Tu fe te ha
salvado», Le 7,50).
El fariseo v e muerte (p e c a d o ) en lo que era una m ani­
festación de vida (fe ).
Jesús v e vida allí d o n d e parece que hay pecado: «Dios
no v e c o m o los hom bres, que ven la apariencia. El Señor v e
el corazón» (IS a m 16,7).
La pecadora no ha ido a Jesús para pedirle el perdón de
sus pecados, sino para darle gracias por un perdón qu e
sabe que ha ob ten id o ya de antem ano de aquel D ios qu e
Jesús ha anunciado co m o «bondadoso con los ingratos y
m alvados» (Le 6,35); y ha expresado su recon ocim ien to a
Jesús del único m o d o que es capaz, usando todas las armas
d e qu e dispone: cabellos, boca, perfum e y manos expertas
en el tocar (e l v e rb o em p lea d o por el fariseo para describir
la acción de la mujer tiene una fuerte carga erótica: «palpar»,
«tocar»).
El adelantamiento de una prostituta 69

Jesús no la invita a «no pecar más» (c o m o ha h ech o con


la adúltera, Jn 8,11) y no le pide cambiar de oficio, p orq u e
a una mujer d e esta clase no le es posible.
N o pu ed e v o lv e r a la familia (si la ha tenido alguna v e z ),
pero pu ed e entrar en la com unidad del reino: inm ediata­
mente después de este ep iso d io el evangelista añade qu e se
habían u nido al gru po de Jesús algunas mujeres curadas de
malos espíritus y en ferm edades (Le 8,2).
Mientras los fariseos se lamentan de que el reinado de
D ios tarda en manifestarse a causa de los pecados d e las
prostitutas y de los publícanos, Jesús les advierte q u e si
echan una ojeada verán que incluso los publícanos y las
prostitutas le han c o g id o ya la delantera (M t 21,31).
El reino esperado por estos religiosos era reservado a
unos p o cos privilegiados que podían presentar una c o n ­
ducta inmaculada: los justos que entraban en él p o r sus p ro ­
pios méritos.
Lo inaugurado p o r Jesús es la esfera del am or del Padre,
d o n d e no se entra p o r méritos, sino por la m isericordia de
aquél qu e «encerró a todos en la rebeldía, para tener m iseri­
cordia de todos- (R om 11,32) y d o n d e hay lugar para «malos
y buenos- (M t 22,10), incluidos los publícanos (M t 9,9) y las
prostitutas.
PECAD, HERMANOS
(Mt 9,1-8)

Mientras truenan contra el pecado y lanzan rayos contra


los pecadores, los sacerdotes se auguran para sus adentros
no só lo que la gente continúe pecando, sino que com eta
pecados en abundancia.
Ésta es la denuncia dirigida por D ios contra los sacer­
dotes q u e «se alimentan del pecado d e mi pu eb lo y con sus
culpas matan el hambre» (O s 4,8), no diferenciándose d e los
sacerdotes paganos qu e «venden las víctimas de sus sacrifi­
cios para aprovecharse de ellas».
El clero v iv e con las ofrendas de alim entos q u e el
pu eb lo hace a D ios para ob tener el perdón de los pecados.
Para m antener un flujo continuo de dones, los sacer­
dotes alimentan continuam ente en el hom bre el sentido de
su indignidad de cara a Dios, de su irrem ediable co n dición
de pecador, pon ién d ose c o m o los únicos indispensables
m ediadores entre D ios que pu ede co n ced er el perdón y el
hom bre que es perdonado.
En el caso funesto de qu e la gente no pecase más o en ­
contrase un sistema diverso del qu e la religión im pon e para
ob tener el perdón de los pecados, los sacerdotes no ten­
drían d e qu é comer.
C om o la rapacidad de los pastores de Israel (definidos por
el profeta Isaías «perros hambrientos e insaciables», Is 56,11),
tam bién la avid ez d e los sacerdotes era con ocid a y temida:
72 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

«C om o bandidos al acech o se confabulan los sacerdotes;


asesinan cam ino de Siquén, perpetran villanías» (O s 6,9).
Los sacerdotes, habiendo tom ado por leyes divinas las
propias codicias, no tenían ningún reparo en exhibir sin
pu dor su propia voracidad: «Cuando una persona ofrecía un
sacrificio, mientras se guisaba la carne, venía el ayudante
del sacerdote em puñando un tenedor, lo clavaba dentro de
la olla, caldero, puchero o barreño, y tod o lo qu e en gan ­
chaba el tenedor se lo llevaba al sacerdote. Así hacían con
todos los israelitas qu e acudían a Siló. Incluso antes de
quem ar la grasa, iba el ayudante del sacerdote y decía al
que iba a ofrecer el sacrificio: «Dam e la carne para el asado
del sacerdote. T ien e que ser cruda, no te aceptaré carne c o ­
cida». Y si el otro respondía: — «Prim ero hay que quem ar la
grasa, lu ego puedes llevarte lo que se te antoje». Le repli­
caba: «No. O m e la das ahora o me la llevo por las malas»
(1 Sm 2,13-16).

PAGUE TRES POR EL PRECIO DE U N O

Beneficiarios d e los pecados de los hom bres no eran so­


lamente los sacerdotes, sino el m ism o tem plo de Jerusalén.
C onsiderado la banca más importante del M ed io
Oriente, el tem plo debía su riqueza a las ofrendas que tod o
el p u eb lo tenía qu e llevar para obtener el perdón d e las
culpas o para recibir particulares favores.
T o d o h ebreo tenía la obligación de ir a Jerusalén con
ocasión de las tres grandes fiestas agrícolas religiosas
( Pascua, Pentecostés y Tabernáculos, Ex 23,14-17).
La subida a Jerusalén no era solam ente devocion al.
La perentoria advertencia atribuida a D ios p o r la Biblia
en b e n eficio de los sacerdotes es explícita: «Nadie se pre­
sentará ante m í con las manos vacías» (Ex 34,20; Eclo 35,4),
Pecad, hermanos 73

y para evitar m alentendidos los sacerdotes establecían c ó m o


y de cuánto debían estar llenas estas manos.
El libro del Levítico contiene una lista precisa de tarifas
d on d e se indica qué hay que ofrecer p o r cada culpa para
obtener el perdón.
Por la culpa de un jefe del pueblo, D ios pide «un m acho
cabrío sin defecto» (L v 4,23), pero «si es un propietario el
que por inadvertencia traspasó alguna proh ibición del
Señor, incurriendo así en reato, al darse cuenta de la trans­
gresión com etida, ofrecerá una cabra sin d efecto en sacri­
ficio expiatorio» (L v 4,27-28).
C om o alternativa, D ios se contenta incluso con un co r­
dero (L v 4,32).
Para otras culpas está previsto solam ente un carnero
(L v 5,15).
Si el oferen te es pobre, D ios aplaca su en ojo p o r «dos
tórtolas o dos pichones» Lv 5,7), y si no tiene m edios bastará
con un p o c o de harina, pero que sea «flor de harina» .
En el m om ento del sacrificio del animal, estaba estable­
cid o p o r decreto d ivin o que las partes m ejores (p ech u ga y
pierna) fuesen para los sacerdotes (L v 7,28-35) y, siem pre
por voluntad de Dios, estaba destinado a los sacerdotes «lo
m ejor del aceite, del vin o y del trigo» (N m 18,12).
T o d o s los días se ofrecían en el tem p lo millares de ani­
males para expiar las innumerables transgresiones de la Ley
que hacían impuro al hom bre.
En tiem pos de Jesús los m ercados de animales para los
sacrificios eran gestionados por la familia del sum o sacer­
dote Anás.
Verdadera víctim a sacrificial, el peregrino se veía o b li­
g a d o a com prar al sum o sacerdote un animal que lu ego le
debía ofrecer también... y si quería com er debía com prar la
carne en las carnicerías de Jerusalén, todas controladas por
Anás, el sum o sacerdote y carnicero de Dios.
SACFRDOTFS EN SUSPENSIÓN DF PAGOS

I¿i acción de Jesús se dirige a elim inar de raíz este c o ­


m ercio sagrado.
Rem ontándose a la más genuina tradición profética de
denuncia de un culto no requerido por D ios (p e r o qu e por
desgracia es el qu e gusta a los hombres, Am 4,5), Jesús d e ­
nunciará el tem plo c o m o «cueva de ladrones» (M t 21,13)
d o n d e se o fre ce a D ios aqu ello que se le roba al hom bre.
Ya el profeta Oseas había dicho claramente que el qu e se
hace ilusiones de buscar al Señor «con ovejas y vacas no lo
encontrará jamás» (O s 5,6) y a Miqueas, que se preguntaba
con qué cosas se podría presentar dignam ente ante el Señor
(si «con becerros de un año» o «con un millar de carneros o
d iez mil arroyos de aceite»), Dios le había respondido:
«H om bre, ya te he explicado lo que está bien, lo que el
Señor desea de ti: que defiendas el derech o y ames la lealtad
y que seas humilde con tu Dios» (M iq 6,6-8; 1 Sm 15,22).
La relación con D ios no se establece a través del culto,
sino con la vida: «Misericordia qu iero y no sacrificios»
(O s 6,6; Mt 9,13).
Los evangelistas desarrollan esta temática en la narración
d e la curación del paralítico de Cafarnaún (Mt 9,1-8), e p i­
so d io importante porqu e es la única v e z en los evan gelios
en los que Jesús perdona los pecados (en Lucas el perdón
es co n ce d id o tam bién a la prostituta, Le 7,48).
A Jesús que, tanto con su enseñanza c o m o con sus
obras, ha presentado a un D ios que dirige hacia todos su
am or (M t 8,1-13), «intentaban acercarle un paralítico ech ado
en un catre» (M t 9,2).
Jesús qu e ve en esta gente la fe, se vu elve al paralítico
con palabras cargadas de afecto: «¡Anim o, hijo! Se te per­
donan tus pecados» (M t 9,2).
La fe , esto es, la adhesión a Jesús, cancela los pecados
del hom bre.
Pecad, hermanos 75

A sim ple vista pu ed e parecer que la acción d e Jesús d e ­


frauda las expectativas del en ferm o que quizá contaba con
ser curado.
Pero no era ésta la esperanza del paralítico que, en la
cultura de la época, era tenido por un cadáver qu e respi­
raba y, p o r tanto, ten id o por incurable.
En toda la Biblia no existe un so lo caso d e curación de
personas com pletam ente paralizadas, y en el Talm ud,
d o n d e se ruega por tod o y por todos, no se encuentra una
sola oración para p edir la curación de un paralítico.
La frase pronunciada por Jesús desencadena la reacción
en colerizada de los teó lo g o s oficiales presentes, q u e en ­
cuentran incom patible la fácil absolución con cedida por el
Señor con la doctrina tradicional enseñada p o r ellos y
em iten inm ediatam ente su sentencia con autoridad.
A lu d ien d o a Jesús en tono fuertem ente d esp ectivo, c o ­
mentan escandalizados: «Éste blasfema- porqu e, c o m o en ­
seña su catecism o, «sólo D ios pu ede perdonar los pecados»
(M e 2,7).
El evangelista subraya la total incom patibilidad entre
Dios y la institución religiosa que pretende representarlo: la
primera v e z que los m iem bros de la jerarquía religiosa escu­
chan a Jesús, no só lo n o reconocen en él la palabra d e Dios,
sino que lo denuncian c o m o blasfem o.
La acción de Jesús d e restituir vida es para los d e fe n ­
sores de la ortodoxia un crimen d ign o de muerte (L v 24,16),
y de hecho Jesús será con den ado c o m o blasfem o a la pena
capital por el sum o sacerdote, máxima autoridad religiosa, y
por tod o el sanedrín: «El sum o sacerdote se rasgó las vesti­
duras diciendo: — «Ha blasfem ado, ¿qué falta hacen más tes­
tigos? Acabáis de oír la blasfemia, ¿qué decidís?» C ontes­
taron: «Pena de muerte» (M t 26,65-66).
El gesto de Jesús es p eligroso para el sistema.
Ha perd on a d o los pecados de aquel fulano sin ni si­
quiera nom brar a D ios y sin que el paralítico le haya p e d id o
76 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

perdón, con fesado sus pecados, recitado el mea ctdpa y,


sobre todo, sin qu e haya pagado en penitencia ni siquiera
un polluelo.
Si se toma en serio la enseñanza d e Jesús d e que, para
ob ten er el perdón de los pecados, basta perdonar las culpas
a otro (M e 11,25), p orqu e «donde el perdón es un hecho, no
hay necesidad de más ofrendas por el pecado» (H e b 10,18),
el p u eb lo no tendrá por qué ir más al santuario para o b ­
tener la absolución, y vendrá la bancarrota del tem p lo y el
d e se m p leo de los sacerdotes.
La institución se alarma: «Este hom bre realiza muchas se­
ñales. Si lo dejam os seguir así, todos van a darle su adhe­
sión» (Jn 11,47).
Es el prim er ch oqu e entre Jesús y las autoridades reli­
giosas.
Mientras Jesús ve en los portadores del paralítico la fe,
en los teó lo g o s v e la maldad de sus pensamientos.
Jesús no los encara en el plano teo ló g ico , sino en el de
la vida: «¿Qué es más fácil, decir “se perdonan tus pecados"
o decir “levántate y echa a andar”»?
Q u e una persona haya sido perdonada realm ente por
D ios no es un hecho visible y ninguno lo pu ed e garantizar,
p e ro la curación d e un en ferm o considerado incurable es
verificable por todos.
Y, sin esperar respuesta alguna, Jesús pasa a la acción y
cura al paralítico que «se levantó y se m archó a su casa».
Jesús n o se ha lim itado a perdonar al hom bre su pasado de
pecador, sino que le ha transmitido fuerza vital para una
nueva vida, y la gente presente en el ep isod io, habiendo
co m p ren d id o que esta capacidad no es una facultad ex clu ­
siva d e Jesús, «da gloria a Dios, que ha dado a los hom bres
tal autoridad». El m ontaje teo ló g ic o de los escribas cae por
tierra junto con la im agen del D ios predicado p o r ellos. Si
só lo D ios pu ede al m ism o tiem po «perdonar las culpas y
curar las enferm edades» (Sal 103,3), D ios está con Jesús.
Pecad, hermanos 77

N o es él quien blasfema, sino las autoridades religiosas


las qu e calumnian a D ios presentándolo d eseoso de los sa­
crificios del hom bre.
T e ó lo g o s y sacerdotes que tenían la tarea d e enseñar,
•hacen perecer al p u eb lo por falta de conocim iento» (O s 4,6).
Para tutelar los prop ios intereses y el p rop io prestigio,
éstos han llegado hasta el punto de falsificar la misma ley de
Dios que se glorían d e observar escrupulosam ente: «¿Por
qué decís: “Som os sabios, tenem os la Ley del Señor?” si la
ha falsificado la pluma falsa de los escribanos» (Jr 8,8).
Las autoridades religiosas y espirituales transmiten al
pu eblo una idea falsa de D ios y de sus exigencias, em p u ­
jándolo de hecho a adorar un íd o lo falso cread o para uso y
abuso propio. Y el p u eb lo es con du cid o a la absurda situa­
ción de que cuanto más cree venerar a Dios más se aleja en
realidad de él: «Ha m ultiplicado los altares para pecar»
(O s 8,11).
EL DIOS QUE MARGINA
(Me 5,25-34)

«Hemorroisa»: con este p o co elegante apelativo se pre­


senta en los evan gelios a una mujer anónima qu e «llevaba
doce años con flujo d e sangre-, y protagonista del e n ­
cuentro con Jesús (M e 5,25-34).
El evangelista inserta en la narración un detalle m uy im ­
portante que amplía el significado del ep isod io: el núm ero
«doce-, cifra qu e alude idílicam ente a Israel form ado d esd e
el principio por d o ce tribus (G e n 49, 1-28); la especificación
de qu e la mujer está afectada por la en ferm edad desd e los
«doce años- es un apunte literario con el que el evangelista
indica qu e este personaje representa a Israel; el significado
del relato no se limita a la protagonista del ep isod io, sino
que se extien de a to d o el pu eb lo judío. En el pasado, el
d eseo d e poner nom bre a tod o y a todos, h izo qu e se lla­
mase Verónica a esta mujer anónima, haciéndola p rota go­
nista después del encuentro con Jesús en el cam ino del cal­
vario (E va n gelio de N icod em o, 7).
En el m undo oriental, cuando una persona estaba e n ­
ferma, se consideraba señal d e p o c o am or llamar a un único
m édico; en este caso se convocaba el m ayor núm ero p o ­
sible d e m édicos con el resultado de multiplicar las pres­
cripciones contradictorias y los honorarios.
P rob a b lem en te p o r esta causa es p o c o liso n jero el
ju icio qu e los co n tem p orá n eos tenían de los m éd icos,
80 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

q u e eran co n sid erad os c o m o una a sociación d e d e lin ­


cuentes.
Si la Biblia resalta el com portam iento del m éd ico («la e n ­
ferm edad es larga, el m éd ico se ríe», Eclo 10,10), el Talm ud,
d e m o d o m ucho más exped itivo, condena a toda la clase
médica: «El m ejor de los m édicos es d ign o de la gehenna»
(Q id d . 4,14).
H abien do so b revivid o a los m édicos qu e la habían lle­
va d o a la miseria total, la mujer está ahora en una situación
desesperada.
El evangelista la describe co m o afectada por una «h em o­
rragia/flujo de sangre» (clínicam ente «metrorragia crónica»,
pérdida d e sangre independientem ente del flujo menstrual).
En la cultura hebrea, en la que la sangre es la misma
vida de la persona («La vida d e tod o ser vivien te es su
sangre», Lv 17,14), la pérdida de la sangre significa la pér­
dida d e la vida; esta mujer está m uriendo lentamente.
Pero no só lo esto.
Una mujer por esta en ferm edad es considerada impura y
equiparada a una leprosa (Zab. 5,1.6): no pu ede acercarse a
nadie ni nadie pu ede acercársele; si está desposada, no
pu ede tener relaciones con su marido, y si es soltera, no
pu ed e casarse.
Por su situación la religión la condena a la esterilidad; el
constante flujo de sangre la lleva a la muerte. La mujer no
tiene ninguna esperanza ni otra salida que no sea esperar la
muerte.

FL DIOS GIN ECÓ LO G O

El único que podría salvarla es Dios.


Pero ella, «impura», no pu ede ni siquiera pensar en v o l­
verse al «tres veces Santo» (Is 6,3) que ha establecido tajan­
tem ente que tod o lo relativo al sexo sea clasificado c o m o
«impuro».
El Dios que margina 81

N o fiándose de los hombres, el m ism o Señor tiene cui­


dado d e enumerar con abundancia detalles, dignos de un
manual m édico, todos los casos que hacen «impuros» al
hom bre y a la mujer, condición que imposibilita la com u ni­
cación con D ios (L v 5,2-3; 22,3).
El nacim iento de un niño hace -impura por siete días» a
la madre, que «pasará treinta y tres días purificando su
sangre» (L v 12, 1-5) (lo s núm eros se duplican cuando el na­
cim iento es de una niña, Lv 12,1-5).
El hom bre es considerado impuro, no só lo en caso de
gonorrea (blen orragia), enferm edad venérea conocida en la
época, sino también por la mera «emisión de sem en» qu e lo
hace «im puro hasta la tarde»; «si un hom bre se acuesta con
una mujer y tiene una polución, se bañará y quedará im ­
puro hasta la tarde» (L v 15,18).
Más com plicada se presenta la situación de la mujer:
«Ésta, cuando tenga su menstruación, quedará manchada
durante siete días» (L v 15,19).
Durante este tiem po es semejante a una contagiada de
peste. A las mujeres en estas circunstancias les está p roh i­
b id o entrar en el santuario y participar en el culto; Flavio Jo­
sefa las coloca entre «los leprosos y los que tienen gonorrea»
en el ele n co de personas que no pueden ni siquiera c e le ­
brar la Pascua (Guerra Judía 6,9,3).
N o só lo «quedará im puro hasta la tarde quien la toque»,
sino qu e la mujer contaminará «el sitio don de se acueste o
d o n d e se siente; mientras esté manchada, quedará impuro»
(L v 15,24).
La situación se agrava en caso de irregularidad en las
m enstruaciones que hacen impura a la mujer durante tod o
el tiem p o del flujo.
Una v e z -curada del flujo, contará siete días y después
quedará pura. El octa vo día tomará dos tórtolas o dos p i­
chones, los presentará al sacerdote, a la entrada de la tienda
del encuentro» (L v 15,28-29).
82 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

Las ya fatigosas y mortificantes prescripciones dictadas


por D ios m ism o serán aceptadas y ampliadas por la tradi­
ción rabínica que hará tragicóm icos estos preceptos.
En la última sección del Talmud, d o n d e se enum era tod o
lo qu e pu ede hacer a alguien impuro, se dedica tod o un tra­
tado a las im purezas menstruales de la mujer, pero, no
siendo bastante, el tema de las menstruaciones se encuentra
disperso por to d o el Talmud, con prescripciones qu e son
una m ezcla de prim itivism o por tratarse de conocim ientos
g in ec o ló g ico s aproxim ativos, tabúes, supersticiones y terro­
rism o religioso.
Se enseña que -una mujer irregular (e n su regla) no d eb e
tener relaciones y no tiene d erech o a la dote ni a la d e v o lu ­
ción d e sus bienes; su m arido la d eb e repudiar y no tomarla
nunca más» (N id B. 12b); el descuido en la observancia de
los preceptos de la menstruación causa la muerte d e la
mujer (Ber. B. 31b).
Se describe con precisión incluso el tam año d e la gota
d e sangre suficiente para tener que recurrir a los ritos de
purificación ( del tamaño de un grano de mostaza, Ber. B.
31a) y se avisa que es peligroso tener relaciones con una
mujer durante su menstruación porqu e «cuando una mujer
con la menstruación pasa entre dos hom bres, si es al c o ­
m ien zo del período, provoca la muerte d e uno de ellos y si,
al final, hace surgir una pelea entre ambos» (P e s 3a).

EL DIOS QUE LIBERA

En un m undo don de los rabinos parecían más expertos


en g in ecolog ía que en teología, Jesús lleva la relación con
D ios a su verdadera dignidad.
Es el com portam iento hacia los otros el qu e perm ite o
no la com unión con D ios y no la observancia de reglas in­
ventadas por los hom bres (M t 15,1-20).
El Dios que margina 83

El encuentro d e la desesperada «hemorroísa» — mujer


m oribunda— , con la vida qu e Jesús com unica tiene lugar
mientras éste se dirige hacia la casa de Jairo, uno d e los
jefes de la sinagoga, para ir a «im ponerle las manos» a su hija
a punto de m orir (M e 5,23).
El evangelista subraya que la mujer ha o íd o hablar de
Jesús, y lo que ha o íd o suscita en ella una nueva esperanza,
dándole fuerza para llevar a cabo su gesto.
Jesús tiene ya fama de anunciar con palabras y gestos
concretos que el am or de D ios se dirige a todos y n o re c o ­
noce las discrim inaciones m orales y religiosas que dividen a
los hom bres en categorías de puros e impuros (M e 1,40-45;
2,1-17).
Sobre todo, Jesús no acepta ningún im pedim ento puesto
por los hom bres entre el am or de D ios y éstos.
La mujer c o g e al vu elo la oportunidad de este encuentro
con Jesús y piensa: «si le toco, aunque sea la ropa, m e sal­
varé».
La ley d e Dios le im pide tocar a cualquiera, p e ro el
d eseo d e vida es más fuerte que tod o tabú moral y religioso.
Si continúa ob servan d o la Ley n o com eterá peca d o,
pero morirá; si intenta transgredirla tiene una esperanza de
vida.
La mujer se escon de entre la multitud que sigue a Jesús
y cuando se encuentra de espaldas a éste, esperando que
ninguno se dé cuenta, le toca el manto e «inm ediatam ente
se secó la fuente d e su hemorragia, y notó en su cu erp o que
estaba curada d e aquel tormento».
Pero a la pobrecilla no le ha da d o tiem po d e sentirse cu­
rada cuando se le presenta un mal trance. D e hecho Jesús,
dándose cuenta, se vu elve inm ediatamente y pregunta:
«¿Quién me ha tocado la ropa?».
Solam ente los discípulos, entre toda la multitud, no se
han d a d o cuenta de la tensión del m om ento, y con p o c o
respeto se vu elven a Jesús tratándolo de irreflexivo: «Estás
84 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

v ie n d o qu e la multitud te apretuja ¿y sales preguntando


“quién me ha toca d o”»?
Obtusos, c o m o siem pre, acom pañan a Jesús, p e ro no lo
siguen.
Están junto a él, p ero no le son cercanos; por esto son
siem pre refractarios a la vida que Jesús transmite y com u ­
nica a cuantos se le acercan.
Según los discípulos Jesús «está m irando a la multitud»,
p e ro la mirada del Señor busca a su alrededor «para distin­
guir a la qu e había sido».
A la pobrecilla no le queda ahora otra cosa qu e ser des­
cubierta y esperar una terrible reprim enda: «¿Cómo has p o ­
dido, mujer impura, tocar a un hom bre d e Dios?».
Su gesto ha transmitido su impureza a Jesús, qu e ahora
está también infectado.
El libro del Levítico avisa que transgredir la ley d e la pu­
reza ocasiona el castigo de parte de Dios: «Precaved a los is­
raelitas de la im pureza, para que no mueran por su im pu­
reza, por haber profan ado mi morada entre vosotros»
(L v 15,31).
La mujer la ha liado y ahora espera la hum illación pú­
blica y el castigo.
Pero tod o esto no le quitará la alegría d e haber sido cu­
rada y devuelta a la vida. Y así saca fuerzas de flaqueza y,
asustada y tem blorosa, confiesa la transgresión.
A la mujer que estaba excluida por causa de su en fer­
m edad del am or de Dios, en lugar de un reproche le llega
un e lo g io alentador, al oír có m o su transgresión es con sid e­
rada un gesto de fe: «Hija, tu fe te ha salvado»; en la versión
de M ateo, Jesús la alienta expresam ente («Anim o», Mt 9,22).
A q u ello que, a ojos de la religión, es un sacrilegio, para
Jesús es una expresión de fe.
En lugar de ser castigada por la transgresión, Jesús le au­
gura un futuro de serenidad: «Márchate en paz y sigue sana
d e tu tormento».
El Dios que margina 85

El abism o que la religión había puesto entre la santidad


de D ios y la im pureza de los hom bres es anulado por Jesús
que se v u elv e a la mujer llamándola «Hija», expresión tan
cargada de íntima com u nión c o m o para anular toda dis­
tancia.
La mujer, que ha encontrado a Jesús, oprim ida por su
mal (lit.: «torm ento»), una v e z que ha experim en tado la cu­
ración, no es enviada a ir al tem plo para la ofrenda prescrita
de agradecim iento (L v 15,29), sino a «marchar en paz»,
don de el h ebreo «shalom», paz, expresa tod o el conjunto de
circunstancias que hacen plenam ente feliz a una persona.
¿MlIJiGROS? NO, GRACIAS
(Jn 4,46-54)

Los -signos» cum plidos por Jesús y narrados en los eva n ­


gelios son m anifestaciones del amor de D ios a la huma­
nidad, no perceptibles por cuantos esperan dem ostraciones
de p o d er (Jn 2,18):
«Pues mientras los judíos piden señales y los griegos
buscan saber, nosotros predicam os un Mesías ca lcificado,
para los judíos escándalo, para los paganos locura» (I C o r
22-23).
Los sedientos de lo extraordinario, incapaces de rec o ­
nocer a D ios en lo cotidiano, piden insistentemente a Jesús
que les muestre «una señal del cielo» (M t 16,1-4).
C om o el profeta Elias buscan a D ios en «el huracán tan
violen to, que descuajaba los montes y hacía trizas las peñas
delante del Señor, en el terrem oto y en el fu ego» (I R e 19,11-
12). A cuantos le piden «milagros» que vuelvan en b e n eficio
p ro p io las leyes físicas que regulan el m undo, Jesús res­
pon de con una invitación a la «conversión», un cam bio en
las leyes que regulan las relaciones sociales en b en eficio de
los otros.
Su enseñanza no deja espacio a la espera de interven­
ciones espectaculares de lo alto, sino que es una invitación
a practicar con fidelidad un am or al alcance d e todos:
-Porque tuve hambre y m e disteis de comer, tuve sed y m e
disteis de beber, fui forastero y m e recogisteis, estuve des­
88 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

nudo y me vestísteis, en ferm o y m e visitasteis, estuve en la


cárcel y fuisteis a verm e- (M t 25,35-36).
N o hay necesidad de que el Señor «m ultiplique» los
panes. Basta con distribuir proporcionadam ente los que ya
hay (M t 14,13-21).
N o es m enester gritar «Sálvanos Señor» (M t 8,25), sino
darse cuenta de que la salvación se ha realizado ya y ha­
cerla operativa (M e 16,16).
Por esto en los evan gelios no se encuentra nunca la pa­
labra griega que significa «milagro», y Jesús presenta siem pre
un duro rechazo a la petición de hacer «signos y prodigios».
La expresión «signos y prodigios», que se refiere a los tan
estrepitosos c o m o funestos portentos de M oisés (E x 7,3-9),
se atribuirá siem pre a los que se llaman a sí m ism os ungidos
del Señor y falsos profetas qu e «ofrecerán señales y p rod i­
gios, que engañarían, si fuera posible, también a los e le ­
gidos» (M t 24,24), pero no será nunca utilizada para indicar
la actividad vivificadora de Jesús.
Por las acciones del Señor, los evangelistas prefieren uti­
lizar los térm inos «signos» y «obras», gestos que potencian la
vida de los hom bres desde dentro com u nicándole la misma
capacidad de amar de Jesús.
Estas acciones n o son una prerrogativa exclusiva de
Jesús, sino una facultad que tod o creyente está ob liga d o a
mostrar c o m o efecto de la adhesión a Cristo: «Sí, os lo ase­
guro: Q uien m e presta adhesión, hará obras c o m o las mías
y aún m ayores» (Jn 14,12).

¿QUIÉN DEBE MAJAR?

El paso que va de la espera pasiva de m ilagros para


cam biar el m undo al em p eñ o activo por transformarlo, se
presenta en el ev a n ge lio de Juan d e m o d o figurado.
Escribe el evangelista que «había un dignatario real, cu yo
hijo estaba en ferm o en Cafarnaún» (Jn 4,46).
¿Milagros? No, gracias 89

N o se habla c o m o sería de esperar de «un padre ( o un


h om b re) cu yo único hijo...*, sino de un -dignatario real» (e l
térm ino g rieg o indica a alguien perteneciente a la familia
real, más que a un sim ple dependiente o «funcionario»).
El protagonista de la narración se identifica hasta tal
punto con su papel que n o se presenta co m o hom bre, ma­
rido o padre, sino sólo c o m o «dignatario real».
A través de la figura rigurosam ente mantenida en el an o­
nimato de un individuo que goza de gran autoridad y pres­
tigio en la sociedad, el evangelista representa a cualquier
persona qu e ejerza poder.
El dignatario se da cuenta (un p o c o tarde) de que su
único hijo, su heredero, está en las últimas.
Sabiendo que Jesús se encontraba en Caná de Galilea, le
salió al encuentro p id ién d ole «que bajase y curase a su hijo,
que estaba a punto de morir». N o dice qu é clase de en fer­
m edad tiene, porqu e ésta, co m o se desvelará más tarde, se
llama «dignatario real».
El dignatario, hom bre importante, cu yo papel en la corte
lo ha co lo ca d o en el vértice de la sociedad, no interpela a
uno a quien considera inferior, sino a aquél que tiene p o r
más poderoso: Jesús Mesías, el H om bre-D ios.
Y le suplica entrar en acción, «que baje», con una inter
ven ción que actúe con eficacia y rapidez desde fuera sobre
su p ro p io hijo m oribundo.
Pu ede parecer desconcertante el áspero reproche qu e
Jesús dirige a un padre llen o de angustia por el p rop io hijo:
«C om o no veáis señales portentosas, no creéis».
Jesús no responde a una sola persona, sino que usando
el plural («c o m o no veáis... no creéis») se dirige a todos
aqu ellos qu e se reconocen en el personaje del dignatario:
aqu ellos que buscan siem pre soluciones desde fuera, que
sean tal v e z costosas, difíciles, «con señales portentosas» a su
exclusiva disposición.
Incapaces de escudriñarse por dentro, éstos no se dan
90 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

cuenta d e qu e el rem ed io sería sencillo, al alcance de la


mano, p e ro tal que los obligaría a mirar en su p ro p io inte­
rior; p e ro esta visión no sería dem asiado hermosa (a qu ellos
qu e buscan «signos» son calificados por Jesús c o m o «genera­
ción perversa y adúltera», Mt 16,4).
El dignatario no com p ren d e el reproche d e Jesús diri­
g id o a qu e no busquen soluciones portentosas de lo alto, e
insiste: «Señor, baja antes que se muera mi chiquillo».
La suya no es una oración, sino una orden: baja..., in-
tervén..., cura», insistiendo en el e q u ív o c o de pedir a Jesús
aqu ello que se espera deba hacer el m ism o dignatario.
Y mientras tanto se pierde el tiem po: el hijo está m
riéndose, el dignatario real insiste y Jesús no da un paso.
La persistente súplica del dignatario es un intento de ad­
judicar a Jesús la responsabilidad del agravam iento de la
con dición del prop io hijo: «antes que muera».
Jesús tiene la culpa si el hijo se agrava.
«Si hubieses estado aquí, mi herm ano no habría muerto»,
reprocha Marta a Jesús (Jn 11,21); «¿No te importa q u e mu­
ramos?, claman los discípulos contra un Jesús adorm ecid o
(M e 4,38).

IMPOTENTE PODER

Frente a la espera del acontecim iento prod igioso qu e se


le ha ped id o, Jesús replica: «Eres tú quien d eb e bajar y tu
hijo vivirá». En esta invitación se encuentra el nú cleo del
problem a y la causa de la en ferm edad del hijo del digna­
tario: «baja tú».
El dignatario ha p e d id o a Jesús que «baje» de lo alto de
su om nipotencia para obrar un milagro.
Pero Jesús no puede.
Q u ien está «en lo alto» no es Jesús, qu e «no ha ve n id o
para ser servido, sino para servir» (M t 20,28), sino el digna­
tario.
¿Milagros? No, gracias 91

Éste d e b e bajar y abandonar su privilegiada posición,


porqu e los títulos honoríficos, en cuanto prestigiosos, son
incapaces d e com unicar vida, y un hijo, si no recibe la vida
del padre, no pu ede existir: muere.
El dignatario, habituado a con cebir jerárquicam ente las
relaciones con los otros, habla del hijo utilizando la palabra
•chiquillo», térm ino qu e en la lengua griega significa tam ­
bién -siervo» e indica la inferioridad y la sumisión del hijo
respecto al padre.
Jesús le recuerda qu e es su “hijo», vo ca b lo qu e e x ig e una
relación d e igualdad debida a la com unicación d e vida entre
padre e hijo.
La dinám ica del relato se com p ren d e m ejor si se inserta
en la cultura de la época, en la qu e se creía que la vida era
transmitida íntegra y exclusivam ente por el padre (p o r esto
no existe en la lengua hebrea el térm ino «progenitor» sino
«padre» y madre» con papeles com pletam ente diversos:
mientras el padre es el que «engendra» al hijo, la función de
la m adre consiste en alimentarlo y después «darlo a luz»,
Is 45,10).
La causa de la en ferm edad mortal del hijo es la falta de
relación con el padre; el evangelista subraya lo dram ático
del caso indicando que se trata de un hijo único («el» hijo).
La grave responsabilidad del dignatario real es el haber
sido separado del papel a él atribuido p o r la sociedad, sa­
crificando «paternidad» por «dignidad». Solam ente ahora éste
se da cuenta d e qu e con tod o su p o d er es im potente para
salvar al hijo.
Pero siem pre es posible — c o m o en este caso— la c o n ­
versión: «Se fió el hom bre de las palabras qu e le dijo Jesús y
se puso en camino».
Jesús lo ha invitado a una auténtica relación con el hijo
enferm o, a no esperar de D ios el m ilagroso «maná del cielo»
para alim entarlo y darle vida, sino a convertirse él m ism o en
pan para el hambriento.
92 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

Mientras los hom bres le piden una «señal para que v ié n ­


dola le crean» (Jn 6,30), Jesús lo invita prim ero a creer para
hacerse después señal visible; el dignatario en lugar d e es­
perar «señales y prodigios- de lo alto, com p ren d e qu e d eb e
ser él m ism o una señal eficaz para el hijo.
A qu él que había com en zad o p id ien d o a Jesús «ponerse
en cam ino- com p ren d e que la causa de la en ferm edad era
su «estar en lo alto- y qu e debía bajarse, despojarse de su
dignidad real, para v o lv e r a ser un hom bre. Sólo desde el
m om ento en que em pieza a bajar, a ponerse en cam ino,
Juan lo llama «hombre».
En cuanto el potente abandona el pedestal de su propia
posición, com ienza la m etam orfosis: ya no es un «digna­
tario- qu e ordena, sino un hom bre que cree («Se fió el
hom bre...-) y el personaje importante vu elve a ser persona.
«Cuando iba ya bajando lo encontraron sus siervos y le di­
jeron que su chico vivía».
El hom bre continúa descendiendo, se pon e en el nivel
del en ferm o y éste vive.
Está claro cuál era la en ferm edad del hijo: la ausencia
del padre.
A qu él que debía transmitirle la vida, no existía ya.
Era solam ente un personaje tan distante c o m o para no
p o d er transmitir otra cosa que muerte.
El hom bre «les preguntó a qué hora se había puesto
mejor, y ellos le contestaron: «Ayer a la hora séptima se le
quitó la fiebre». C ayó en la cuenta el padre de que había
sido aquélla la hora en que le había dicho Jesús: «Tu hijo
vive, y creyó él con toda su familia».
El hijo no só lo ha m ejorado, sino que está curado.
Porqu e el dignatario, «bajando- ha vu elto a ser en prim er
lugar «hom bre» y después «padre», aquel que transmite al
hijo la vida para hacerlo igual a sí.
Por primera v e z en el relato aparece la «familia» que
antes no existía, porqu e no se podía llamar así a la casa del
¿Milagros? No, gracias 93

dignatario real don de todos eran sus subordinados. El d ig ­


natario qu e había ido a Jesús para pedirle que curase a su
hijo ha descubierto ser él m im o el en ferm o que debía ser
curado.
ENANOS Y BAILARINAS
(Mt 14,1-12; Me 6,17-29)

M ateo y Marcos, los dos evangelistas que narran la e je ­


cución de Juan el Bautista (M t 14,1-12; Me 6,17-29), om iten
deliberadam ente en su versión de los hecho dar el nom bre
de la principal protagonista del relato, presentada sola­
mente c o m o «hija de Herodías».
En una narración en la que todos los personajes llevan
nom bre (e l festejado es Herodes, el muerto es Juan, la qu e
pide el asesinato, H erodías) llama la atención la om isión del
nom bre d e la hija de Herodías, Salomé, de «Shalom», «paz»
(Ant. 18,136.137).
Habitualm ente los evangelistas presentan un personaje
anónim o cuando, más allá de su real dim ensión histórica, lo
creen representativo de cuantos se pueden recon ocer en
sus rasgos: es raro que de una persona, de la que se sepa
c ó m o se llama, se evite el nom bre.
En el ep iso d io la om isión del nom bre se explica p orqu e
Salom é es presentada c o m o persona sin carácter ni v o ­
luntad propia, sólo co m o peón de una intriga macabra en la
qu e los evangelistas prefiguran el com p lot que llevará al
asesinato de Jesús.

LA CORTE DEL ZOMBI

H erodías está furibunda.


96 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

Un fanático salvaje predicador está a punto de hacer


saltar por tierra su plan fatigosam ente llevad o a cabo.
Se había casado con uno de los hijos de H erod es el
Grande, Filipo, un buen hom bre sin ninguna am bición.
Éste, acusado de com p lot y desheredado, se había ido
con su familia a Roma don d e llevaba una vida de sim ple
ciudadano.
D em asiado p o c o para la am biciosa Herodías, que so ­
ñaba con una existencia más agitada de la que le permitía
su gris marido.
La oportunidad le vin o con ocasión de una visita a Roma
de su cuñado, H erodes Antipas, de cincuenta años.
Am ante del lujo c o m o su padre, había heredado de él
una «tetrarquía» (la cuarta parte del rein o ) que abarcaba las
regiones de Galilea y Perea.
Herodías, consciente de no p o d er perder esta ocasión
para cam biar de m arido, seduce y conquista a su cuñado.
A ban don ad o Filipo y repudiada por H erodes su legítim a
mujer, H erodías se instala finalm ente en la corte.
Para H erodes esta mujer será el principio de sus desd i­
chas y total ruina: ya sólo para comenzar, el suegro, Aretas,
rey d e los nabateos, se vengará del ultraje sufrido por su
hija aniquilándole su ejército (Ant. 18,9-1 ü).
A continuación, em pujado por la insaciable Herodías,
qu e ya se veía de reina, a pedir al em p erad or Calígula la an­
siada corona de «rey» (en lugar d e contentarse con el sim ple
título de «tetrarca-), H erodes será depuesto por Calígula y
en via d o al ex ilio a Lión en las Galias (39 d.C.), d o n d e será
m atado p o c o después por orden del m ism o em perador.
Pero ahora el peligro para Herodías está representado
p o r Juan Bautista, qu e denuncia a H erodes por haber ac­
tuado contra la Ley de Dios: «N o te es lícito tener la mujer
de tu hermano».
Juan no reprocha a H erodes haber repudiado a la pri­
mera mujer o ser po líga m o (h ech os perm itidos por la Bi­
Enanos y bailarínas 97

blia), sino haber tom ado por mujer a la mujer de su her­


mano, en contra de la expresa proh ibición del libro del Le-
vítico (20,21).
La ira y el m ied o de Herodías se deben al hecho d e que
no só lo H erod es considera a Juan un hom bre «justo y santo»,
escu chándolo con gusto, sino que para p rotegerlo d e las in­
trigas de su mujer lo ha recluido en la cárcel de su palacio
(según Flavio Josefo, la fortaleza de M aqueronte junto al
Mar Muerto, Ant. 18,5,2).
Finalmente lle g ó para Herodías el día p rop icio para d e ­
sembarazarse del in cóm od o profeta («quería quitarle la vida,
pero no había p o d id o ») «cuando H erod es p o r su aniversario
d io un banquete». El térm ino g rieg o utilizado p o r los eva n ­
gelistas para indicar este día no es el de «cum pleaños», sino
otro v o c a b lo que indica la conm em oración del nacim iento
de una persona ya difunta.
La elección de los evangelistas es intencionada: H erod es
que representa el poder, la esfera de la muerte, aunque, fí­
sicam ente viv o , está ya muerto, y cuando cu m ple años n o
pu ede añadir vida sino sólo muerte sobre muerte.
En el día siniestro de su cum pleaños-aniversario fú­
nebre, H erodes o fre ce una cena «a sus magnates, a sus o fi­
ciales y a los notables de Galilea», la acostumbrada fauna de
enanos y bailarinas que, obsequiosa, rodea desde siem pre a
los pod erosos de turno que, conscientes de no ser amados,
gustan d e ser adulados.
Durante la fiesta sucede un hecho inaudito para una
corte oriental: la hija d e Herodías se pon e a bailar para los
com ensales.
La danza de una princesa no tiene precedentes en aquel
m undo, por cuanto eran só lo las bailarinas-prostitutas las
que bailaban durante los banquetes.
H erodías, que, para conservar el p o d er alcanzado con si­
dera lícito cualquier m edio, no duda en prostituir a su
propia hija que es p o c o más que adolescente: los e v a n g e ­
98 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

listas la presentan con un térm ino g rie g o que indica una


muchacha en edad casadera, hecho qu e tenía lugar en el
m undo hebreo entre los d o ce o trece años de edad.
La escena del banquete resalta un m o d e lo q u erid o por la
literatura judía, el de Ester y del rey Asuero.
Pero mientras Ester seduce al rey para salvar al p u eb lo
de la muerte (Est 5-7), H erodías prostituye a su hija para
asesinar a u n inocente.
H erodes está satisfecho: ha o frecid o a sus com ensales
un espectáculo im pensable en las otras cortes orientales y
d ig n o de la gran Roma.
Aunqu e princesito de provincia, se siente ya un gran rey
qu e pu ed e dispon er de su reino y prom ete a la muchacha:
«Pídem e lo que quieras, que te lo daré».
Una fanfarronada.
H erodes es una nulidad, un sim ple adm inistrador de un
territorio no suyo, sino de los conquistadores rom anos, del
que no tiene ni siquiera p o d er para ced er ni un palm o de
terreno: con singular ironía, el evangelista Marcos, desde
este m om ento en adelante, lo llamará siem pre «el rey».
D e hecho H erodes Antipas no es sino un m ediocre prín­
cip e de poca monta que Jesús define c o m o «zorro» (L e 13,22),
animal qu e en la cultura hebrea no representa la astucia
sino la insignificancia.
La «hija de Herodías», sin identidad ni personalidad, tiene
qu e preguntar a la m adre qué es lo que quiere, y H erodías
tiene ya preparada la petición que d eb e hacer al m arido: «la
cabeza d e Juan Bautista».
La hija, dispuesta a tod o con tal de co m p lacer a su
m adre, va precipitadam ente a H erodes («en tró ella en se­
guida adon d e estaba el rey») y transmite la petición d e la
du lce mamaíta; y con un añadido p rop io relativo al m od o
(«ahora mismo... en una bandeja»), ordena term inantem ente:
«Q u iero que ahora m ism o me des en una bandeja la cabeza
d e Juan Bautista».
MF.NÚ MACABRO

La larga narración de la muerte d e Juan Bautista, la única


en la qu e Jesús no es protagonista, sirve a los evangelistas
para preparar a los lectores a la muerte del Mesías.
C on form e se van delin ean d o los perfiles de los p erso­
najes aparece clara la analogía con los protagonistas d e la
pasión de Jesús.
H erod es y Pilatos se com portan del m ism o m odo:
am bos saben qu e el hom bre, cuya muerte se pide, es in o­
cente, y quisieran librarlo.
Pero no pueden, porqu e no son libres.
Creen d eber juzgar a un prisionero, pero son ellos
mismos los prisioneros del p rop io poder.
H erodes no pu ede salvar a Juan, porqu e ha d ado su pa­
labra delante de todos los com ensales y, ya se sabe, un p o ­
d eroso no pu ede decir nunca «me he equ ivocad o», p orqu e
pon e en ju ego su prestigio; entre la propia infalible palabra
y la vida de un inocente es ésta última la que d e b e sacrifi­
carse, aunque ello pueda producir pasajeras lágrimas de c o ­
co d rilo («el rey se puso triste»).
Pilatos es el g ob ern ad or que, a pesar d e haber pasado a
la historia por la teatral exhibición con la que había m os­
trado las manos limpias («se lavó las m anos cara a la gente»,
Mt 27,24), las tenía bien sucias de sangre, c o m o recuerda el
ev a n ge lio de Lucas cuando refiere el ep iso d io de «aquellos
galileos, cuya sangre había m ezclado Pilatos con la d e las
víctim as qu e ofrecían» (Le 13,1).
Éste, aunque co n ven cid o de la inocencia de Jesús, lo
deja m orir ced ien d o a la extorsión de las autoridades reli­
giosas: «¡Si sueltas a ése, no eres am igo del César! (Jn 19,12).
Para Pilatos no está en ju ego una amistad, sino su ca­
rrera.
D e hecho «A m igo del César» era un am bicion ado hon or
c o n ce d id o por el em perador c o m o prem io por la lealtad,
100 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

qu e permitía entrar a form ar parte del círculo exclu sivo de


los íntimos del César (1 Mac 2,18).
Y Pilatos, d eb ien d o eleg ir entre el sacrificio d e un in o
cente y la propia carrera, no tiene dudas.
U nidos en el perm itir la injusticia, Pilatos y H erod es en ­
cuentran su amistad en la condena de Jesús: «Aquél día .se
hicieron am igos H erod es y Pilatos» (Le 23,12).
La hija de Herodías, que lo hace todo con tal de com ­
placer a los dos poderes, el de la madre y el de Herodes, a los
que está sometida, anticipa el com portam iento de los habi­
tantes de Jerusalén, capaces de aplaudir a Jesús («¡Llosanna!»,
Mt 21,9) y unos minutos después, instigados por las autori­
dades religiosas, también de gritar «¡Crucifícalo!» (Mt 27,22).
El com portam iento d e Herodías, presentada en la narra­
ción con los rasgos de la terrible Jezabel — reina q u e no
contenta con «exterm inar a todos los profetas del Señor-
buscaba asesinar al profeta Elias (1 Re 18,13; 19,2)— , re- ;
cuerda la actuación de las autoridades religiosas qu e matan
a los profetas y apedrean a los invitados de Dios (M t 23,34-
37).
La denuncia de Juan constituía un p eligro para la p osi­
ción alcanzada por Herodías.
Jesús será una am enaza para el prestigio de los sumos
sacerdotes, que, interesados de verdad por su muerte, se
com portan exactam ente c o m o la mujer de H erodes.
C om o ella, también ellos han com etid o adulterio, abju­
rando de Dios, único rey de Israel (Sal 5,3), y aceptando el
d om in io d e un rey pagano («N o tenem os más rey que el
César», Jn 19,15).
En la cena de Herodes, la única com ida que aparece es
un m acabro plato con la cabeza de Juan: «un verd u go fue,
lo d ecapitó en la cárcel, le llevó la cabeza en una bandeja y
se la d io a la muchacha: y la muchacha se la d io a su
madre».
El día en qu e H erod es habría d eb id o dar gracias por el
Enanos y bailarinas 101

don de la vida, él la quita y la ofrece de com ida en el ban­


quete d o n d e los muertos se alimentan de muerte y generan
fantasmas: H erodes o y e n d o hablar de Jesús creerá qu e se
trata d e «aquél Juan a quien y o le corté la cabeza» y cuya
muerte continúa ob sesion án d olo (M e 6,14-16).
La única luz en un ep iso d io tan tétrico la pon en los dis­
cípulos de Juan que, a riesgo de encontrar el m ism o final
que su maestro, van a recoger el cadáver y lo p on en en un
sepulcro.
Pero la muerte del grano de trigo se convierte en ali­
m ento para la vida (Jn 12,24), y los evangelistas hacen se­
guir inm ediatam ente después del banquete de la m uerte el
de la vida: el ep iso d io del reparto d e los panes y peces, e le ­
mentos vitales qu e alimentan a «cinco mil hom bres»
(M e 6,30-44).
RICOS Y VENDIDOS
(Me 10,17-22)

¿Qué es lo que pu ed e im pedir al hom bre alcanzar la p le ­


nitud de su condición humana, anunciada por Jesús y p ro ­
puesta p o r los evangelistas co m o «buena noticia»?
El rechazo de una oferta de plena felicidad pu ede estar
m otivado solam ente por algo más atractivo qu e lo q u e se
propone.
Esto «más atractivo» es identificado p o r los evangelistas
con la seguridad que la sociedad ofrece al hom bre a cam bio
de la plena aceptación y sumisión a tres grandes poderes: el
econ óm ico, el religioso y el político, sobre los cuales
aquélla se cimenta.
Jesús denuncia c o m o en em igo núm ero uno de D ios y su
eterno antagonista a -Mammón», íd o lo qu e en los evan gelios
representa la divinización de la riqueza. Este dios-dinero, de
fascinación irresistible, delante del cual todos están dis­
puestos a inclinarse, seduce a los hom bres alentándolos con
la perspectiva de la felicidad que la acum ulación de bienes
pu ede garantizar (M t 6,24).
En realidad, c o m o todos los ídolos, esta divinidad, falsa
y embustera, engaña a los hom bres y traiciona a quien le da
culto. En lugar de dar la felicidad prom etida, -Mam m ón»
destruye a cuantos lo adoran.
El rey A cab que, em pujado por la codicia, se adueña de
la viña de Nabot, es acusado por el profeta Elias de haberse
104 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

«vendido- a los bienes que creía haber adquirido (IR e ,


21,20.25).
Los profetas enseñan que uno se hace igual a lo q u e se
ama: «Se consagraron a la Ignom inia y se hicieron abom ina­
bles c o m o su idolatrado- (O s 9,10; cf. Jr 2,5).
El ansia de p oseer condu ce en realidad a la posesión
(«venta-) del individu o que, en lugar de servirse de sus p ro­
pios bienes, es dom in ad o por ellos.
Los evan gelios refieren un ep iso d io qu e muestra clara­
m ente c ó m o el hom bre prefiere perm anecer en la infeli­
cidad, p ero con abundancia de bienes, a ser feliz con poco.
El ev a n ge lio de Marcos (19,17-22) presenta a «un indi­
viduo-, acuciado por una fuerte angustia, que, en cuanto v e
a Jesús, se echa a correr hacia él y se le postra «de rodillas».
En este ev a n ge lio corren solam ente el en d em on iad o
(M e 5,6) y este personaje anónim o, y se arrodillan delante
de Jesús únicamente el lep roso (M e 1,40) y este «individuo».
H acien do seguir este ep isod io al del leproso y el e n d e m o ­
niado, el evangelista trata de pon er al lector en el cam ino d e
la recta interpretación.
La utilización de los verb os «correr» y «postrarse de rod i­
llas» unen tem áticam ente los tres episodios, indicando que
estos personajes están oprim idos por una angustia tan inso­
portable c o m o para em pujarlos a transgredir públicam ente
las co n ven cion es que regulan la vida social. En Oriente, de
hecho, no existe la prisa y correr es un com portam iento re­
prochable.
C om o el lep roso era tenido por castigado y rechazado
por D ios a causa de sus pecados (N m 12,9-10) y el e n d e ­
m on iado era prisionero d e su propia violencia («se golpeab a
con piedras», Me 5,5), el «individuo», qu e va corriendo al en ­
cuentro de Jesús, «postrándose ante él», muestra ser también
una persona excluida por Dios, esclava d e un p o d er qu e lo
dom ina, lo vu elve prisionero y lo destruye.
Creadas estas expectativas en el lector, Marcos sola­
Ricos y vendidos 105

mente al final d e la narración desvela la identidad d e «tal in­


dividuo», m ostrándolo con la única característica qu e lo
hace reconocible: la riqueza.
El anónim o personaje tiene «muchas posesiones», e x p re ­
sión con la que se indica a los terratenientes; M ateo y Lucas
apuntan qu e es «muy rico» (M t 19,22; Le 18,23; 12,19).
Aquella co n dición social que, para la m entalidad com ún,
ofrece el m áxim o grado de seguridad, produce según los
evangelistas solam ente angustia.
El ansia de este individu o de «muchas posesiones» es d e ­
bida a la inseguridad d e p o d er «m erecer» (lit. ser acreedor
d e ) la vida eterna».
En los evan gelios los únicos preocu pados por el más
allá son las personas bien situadas en esta tierra: los ricos y
religiosos qu e quieren asegurarse p o d er estar tan bien y tan
seguros en la otra vida c o m o lo están en ésta (Le 10,25;
18,18). En el eva n gelio de Marcos, así c o m o en el de M ateo
y Lucas, las raras veces que Jesús habla de la vida eterna es
siem pre a petición de alguno que está preocu pado, intere­
sado o que siente curiosidad por ella.
El Mesías no ha ve n id o a anunciar c ó m o p o d er «heredar
la vida eterna», sino c ó m o construir el «reino de Dios».
Por esto responde de m o d o brusco a la petición.
Si su interlocutor está preocu pado solam ente del «cóm o»
heredar la vida eterna, se ha eq u ivoca d o de dirección. En
tod o caso Jesús le refresca el catecismo: para entrar en la
vida eterna basta observar los mandamientos.

CINCO MANDAMIENTOS MÁS U N O

Enum erando al individu o en cuestión los m andam ientos


que perm iten alcanzar la vida eterna, Jesús om ite aqu ellos
que miran a las ob ligacion es para con Dios.
Según Jesús no son indispensables para la «salvación» los
Cómo leer el evangelio y no perder la fe

lies mandamientos exclusivos de Israel, cuya observancia ga­


rantizaba a esla nación el «status» de pu eblo elegido, al tiem po
que confirma el valor de cinco mandamientos esenciales vá­
lidos para cualquier hombre, hebreo o pagano, creyente o
no, que contemplan comportam ientos básicos de justicia en
relación con el prójimo: «no matar, no com eter adulterio, no
robar, no dar falso testimonio, honrar al padre y a la madre*.
Para com p rend er el significado de los dos últimos m an­
dam ientos es conveniente situarlos en el con texto cultural
de la época.
«N o dar falso testim onio» no equ ivale sim plem ente a «no
mentir».
El «falso testim onio» es la acusación injusta con la q u e se
condena a una persona a la pena capital (D t 19,18).
El «honor» qu e hay que dar al padre y a la m adre no c o n ­
siste solam ente en el «respeto» o en la «obediencia» debida a
los padres, sino en su m anutención económ ica, en cuanto
qu e los padres ancianos quedaban totalm ente a cargo de los
hijos, y la pobreza se consideraba c o m o un gran deshonor:
«¿En qué consiste el hon or al padre? En alimentarlo, v e s­
tirlo... (P e a 15b; Eclo 3,1-16).
Entre los cin co m andam ientos enum erados, Jesús in­
serta tam bién, con gran habilidad, el d e «no defraudar», alu­
d ie n d o a un p recep to con ten id o en el libro del D eu tero-
nom io: «N o defraudarás al asalariado p o b re y necesitado, le
darás su salario el m ism o día, antes de qu e se pon ga el sol»
(D t 24,14).
Jesús introduce este p recep to antes del m andam iento de
honrar (m an ten er) a los padres: las ob ligacion es hacia la fa­
milia no exim en del d eber hacia los otros, en este caso los
asalariados; y al individu o d e «muchas posesiones» le re­
cuerda que en la base de toda riqueza pu ede estar el fraude
(cf. Sant 5,4).
«Maestro», responde triunfante el tal — «todo esto lo he
ob servad o desde pequeño».
Ricos y vendidos 107

Ahora se siente mejor.


Se le ha pasado, aunque por p o c o tiem po, la angustia.
Él es un p erfecto observante de la Ley, practicándola
desde la infancia. Es m uy rico y también muy religioso.
Por lo dem ás a los ricos no les resulta difícil ser reli­
giosos: cuando se tiene la panza llena es más fácil que
nazca un d eseo de recon ocid o conjuro hacia A qu el a quien
se considera la fuente de tanta providencia.
Pero ¿cóm o este individuo, tan rico y tan piadoso, está
angustiado por la vida eterna?
La m otivación está contenida en la respuesta de Jesús:
«Entonces Jesús se le q u e d ó m irando y le m ostró su am or
diciéndole: Te falta tod o (lit. «una cosa te falta**): v e a ven d er
lo d o lo que tienes y dáselo a los pobres, qu e tendrás en
Dios tu seguridad (lit. “tu riqueza”); y anda, ven y sígueme**.
Jesús le quita su seguridad ilusoria de hom bre rico y pia­
doso: «¡Te falta todo!» La traducción: «Una sola cosa te falta»
induce a pensar en un cu m plido por parte d e Jesús («eres
tan bravo, haz un esfu erzo más y pondrás la guinda en la
tarta»).
En la sim bología numérica hebrea, cuando falta a una
cifra la unidad es c o m o si faltase tod o (e l pastor que tiene
100 ovejas y la mujer que tiene 10 m onedas, cuando se le
pierde el uno se quedan sin nada (Le 15,4.8).
Jesús no recon oce los méritos del piadoso rico y no lo
elogia, sino que le hace notar que le falta todo, pues tanta
riqueza y la constante práctica religiosa no lo han hecho un
hom bre feliz (e n la versión de M ateo el individu o es con s­
ciente d e sus carencias y pregunta: «¿Qué m e falta»?,
Mt 19,20).
La observación de Jesús nace de la mirada creadora del
H om bre-D ios que «no mira la apariencia» (1 Sm 16,7), sino
que v e el corazón.
Mientras los hom bres ven la riqueza y la envidian, la m i­
rada de D ios desenmascara la miseria y la com p ad ece: «Tú
108 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

dices: soy rico, tengo reservas y nada m e falta. A u n qu e no


lo sepas, eres desventurado y miserable, pobre, c ie g o y des­
nudo» (A p 3,17).
Jesús p rop on e al rico angustiado p on er la propia segu ­
ridad en D ios ocupán dose de la felicidad de los otros. Esto
permitirá al Padre tener cuidado de su felicidad.
A quien le falta todo, Jesús le p rop on e fiarse de D ios
para poder, co m o el salmista, exclam ar «no me falta nada»
(Sal 23,1).
El don de sí m ism o es un cam ino practicable por todos y
perm ite a cualquiera asemejarse al Cristo qu e «siendo rico se
h izo p obre para hacer ricos a los pobres» (2 Cor 8,9) y reali­
zarse plenam ente alcanzando el ideal d esead o por el Crea­
dor de la humanidad: la condición divina (Jn 1,12).
Encontrar a Jesús no trae siem pre bienes.
El piadoso rico va angustiado al encuentro de Jesús y
v u elv e d e él «entristecido y afligido».
Ha id o a Jesús para tener más y Jesús lo invita a dar más.
Se ha vu elto al Señor para saber c ó m o ob tener en el fu­
turo la vida eterna y Jesús lo invita a tener ya en el presente
la con d ición divina.
El obstáculo para la plenitud de vida a la que Jesús lo in­
vita es la riqueza, y el m otivo de la aflicción es «porqu e
tenía muchas posesiones».
En la com unidad de los creyentes, Jesús no adm ite
ningún rico (rico es quien tiene), sino solam ente señores
(señ or es quien d a ) co m o él.
Mientras el leproso, después del encuentro con Jesús, se
curó (M e 1,42) y el en dem on iad o recuperó su sano juicio
(«se fue de allí y se puso a proclam ar por la D ecápolis lo qu e
Jesús le había hecho», Me 5,20), el rico, precisam ente por no
renunciar a cuanto posee, ha ele g id o venderse otra v e z al di­
nero, prefiriendo estar angustiado, triste y aíligido, pero rico.
Jesús le había propuesto experim entar dim ensiones ili­
mitadas: «Tendrás un tesoro en el cielo».
Ricos y vendidos 109

El rico, «siervo de sus propios haberes, en lugar de señor


ile ellos- (A m b ro sio ), ha preferid o el angosto y obtuso hori­
zonte d e quien cree solam ente en aqu ello qu e se pu ede
tocar: el dinero, la riqueza. Es más fácil para Jesús liberar a
un hom bre de los dem on ios que lo poseen qu e de la ri­
queza, c o m o «es más fácil que un cam ello pase por el o jo de
una aguja que no q u e entre un rico en el reino de Dios-
(M c 10,25); el rico es el único personaje en todos los evan ­
g elios que rechaza la invitación a seguir a Jesús.
LOS CALZONCILLOS DE LOS SACERDOTES
(Jn 8,1-11)

La im agen de D ios que se dedu ce de la lectura de la Bi­


blia es un tanto contradictoria. La contradicción refleja las
diferentes culturas, espiritualidad y circunstancias de las d e ­
cenas d e autores que han com puesto aquellos escritos qu e
después han con flu ido en la Biblia y que se declaran glo-
balm ente «Palabra de Dios».
D e una primera lectura de la Biblia salen al m enos dos
im ágenes contrastantes de Dios: la de «Creador» y la de «Le­
gislador».
El Creador se entusiasma con su creación y n o pu ede
m enos d e exclam ar cada v e z que tod o lo que va haciendo
es «bueno... muy bueno» (G e n 1).
El Legislador no hace otra cosa que pon er carteles con el
letrero de «prohibido» (L v 11).
El Creador eleva a la dignidad de su palabra la serenata un
p o co «audaz» de un enam orado a su querida: «¡Qué hermosa
eres, mi amada, qué hermosa eres! (Cant 4,1). «Esa curva de
tus caderas com o collares; tu om bligo, una copa redonda re­
bosando licor; tu vientre, m ontón de trigo, rodeado de azu­
cenas; tus pechos co m o crías mellizas de gacela (Cant 7,2.4).
El Legislador llega a prescribir con m eticulosidad o b se­
siva hasta el material y la largura de los calzoncillos d e los
sacerdotes: «de lino qu e les cubran sus partes, de la cintura
a los muslos» (E x 28,42).
112 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

El D ios creador ama la vida.


El D ios legislador la hace im posible.
Para el prim ero tod o es puro (T it 1,15).
Para el segundo to d o es pecam inoso.
El Creador quiere elevar al hom bre a su m ism o nivel.
El Legislador lo aleja.
El D ios creador busca personas que se le asemejen.
El Legislador, súbditos que le obedezcan . Mientras la se­
mejanza desarrolla al hom bre y lo condu ce a la plenitud de
la libertad, la obedien cia le quita la serenidad y le produce
angustia.
La observancia religiosa separa de los no practicantes y
crea la superioridad.
La sem ejanza aproxim a a todos y lleva al servicio.
Insertándose en la línea de los profetas, Jesús n o só lo
tom ó partido decididam ente a favor del D ios creador, o p o ­
niéndose al Legislador y a sus representantes, sino que llev ó
el con ocim ien to de D ios a un nivel todavía más profundo,
presentándolo c o m o «Padre»: aquél que no se limita a crear
a lgo extern o a sí, sino que por am or com unica su propia
vida a la humanidad.
Un am or que no es con dicion ado por las respuestas del
hom bre, sino que se p rop on e incesantem ente para trans­
mitir vida.
Con esta actitud, Jesús, m anifestación visible d e este
Dios, se vu elv e a los individuos qu e encuentra o qu e le
salen al encuentro, -bautizándolos», esto es, su m ergiéndolos
en la realidad del am or del Padre.
Los personajes varones que aparecen en los evan gelios
son en su mayoría negativos.
Incluso los mismos discípulos son presentados c o m o o b ­
tusos y hostiles a Jesús.
Hasta durante la última cena, después de la com unión,
en lugar d e dar gracias, se ponen a discutir violentam ente
entre ellos sobre quién es el más importante: «Surgió entre
Los calzoncillos de los sacerdotes 113

ellos una disputa sobre cuál de ellos debía ser considerado


el más grande» (Le 22,24).
Al contrario, los aproxim adam ente veinte personajes fe ­
m eninos presentes en los evan gelios son todos positivos, a
ex cep ción de la am biciosa «madre de los hijos de Z eb ed e o »
(M t 20,20-28), y de Herodías, adúltera y asesina (M t 14,1-
11).
Las mujeres son presentadas en los evan gelios c o m o las
que, cron ológica y cualitativamente, han a co g id o y c o m ­
prendid o prim ero a Jesús: desde la madre, que es grande no
p orqu e lo haya dado a luz, sino porqu e ha sabido hacerse
discípula del hijo, a María Magdalena, primera testigo y
anunciadora d e la resurrección.
Pero hay un personaje fem en in o inquietante, cuya em ­
barazosa historia constituyó una especie de «patata caliente-,
que, al m enos por un siglo, ninguna com unidad cristiana
aceptó en su eva n gelio y que en los siguientes siglos, fue
cuidadosam ente censurada por los Padres de la Iglesia de
lengua griega.
Solam ente en el siglo m los on ce escandalosos versículos
encontraron hospitalidad en un eva n gelio que no era el o ri­
ginario y debieron esperar otros doscientos años antes de
ser insertados en la lectura litúrgica.
Actualmente este ep isod io co n ocid o con el título de «La
mujer adúltera», se encuentra en el evan gelio de Juan (8,1-11).
El estilo de este relato, su gramática y los térm inos
usados en él excluyen que haya sido com puesto por el
autor del eva n gelio d e Juan, siendo atribuido unánim e­
m ente a Lucas.
En efecto, si esta perícopa se quita del ev a n ge lio d e
Juan, éste es más lineal, mientras qu e si se inserta en
Le 21,38 encuentra en él su contexto natural.
Su estilo, temática y lenguaje son propios de Lucas, el
evangelista que ha hecho del am or m isericordioso de Jesús
el leitmotiv de su evan gelio.
114 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

Pero la actitud del Señor con relación a la adúltera fue


considerada peligrosa por la vacilante estabilidad conyugal
en las com unidades cristianas, y contradictoria con el rigor
del sacram ento de la penitencia en liso en la Iglesia prim i­
tiva, de m o d o que ninguna com unidad quería este relato in­
serto en su ev a n ge lio porqu e — c o m o escribe preocu pado
Agustín— podía hacer creer «a las esposas la im punidad de
su pecado» {De Coniug. Adult. 11,7,6).
El relato está am bientado en el tem plo de Jerusalén. El
espacio don de D ios debía manifestar su am or se convierte
en una trampa mortal.
La temática del ep iso d io censurado se refiere a la e le c ­
ción del D ios en el que hay que creer: el Dios legislador
que castiga con la muerte la desobediencia a sus leyes o el
Padre q u e no condiciona su am or al com portam iento del
hom bre.
Un D ios que mala o uno qu e salva.
Conducen a Jesús a «una mujer sorprendida en adulterio».
El m atrim onio en Israel se contraía en dos etapas: los
«esponsales», cerem onia durante la que la muchacha de
d o ce años y el hom bre d e d iecio ch o son declarados m arido
y mujer, v o lv ie n d o después cada uno a su casa; y, un año
después, las «bodas», m om ento a partir del que com ienza la
vida en común.
Si se com ete adulterio entre el espacio de tiem po q u e va
de los esponsales a las bodas, la pena prevista es de lapida­
ción (D t 22,23-24), c o m o piden a Jesús los escribas y fari­
seos para la adúltera sorprendida en el acto.
Para el adulterio después de las «bodas», la mujer es es­
trangulada (Sanh 11,1.6). Así pues, la «mujer», arrastrada
hasta Jesús, apenas tiene doce-trece años.
En una cultura en la que los m atrim onios se decidían
por las familias y los esposos se conocían con frecuencia so ­
lamente el día de los esponsales, el adulterio era com ún
(au nqu e no fácil).
I.os calzoncillos de los sacerdotes 115

Los varones que hacen las leyes (para después enm asca­
rarlas co m o «Palabra de D ios») se previen en al respecto.
Mientras un hom bre es culpable de adulterio só lo si la
mujer con la que se une es hebrea y casada (ten ien d o, p o r
tanto, perm iso para sobrepasarse con todas las nubiles o pa­
ganas), para la mujer «adulterio» es cualquier relación con
un hom bre (D t 22,22-29; Lv 20,10).
¿Y en caso de duda?
Se deja la decisión al juicio de Dios.
En el libro de los Núm eros (5,11-31) se prescribe qu e la
mujer sospechosa de adulterio sea llevada al sacerdote que
le descubrirá la cabeza (solam en te las prostitutas llevan la
cabeza descubierta) y le hará b eber un jarro llen o de agua
don de ha esparcido ya la ceniza del suelo del santuario y
disuelto la tinta con la que había escrito en un rollo todas
las acusaciones del marido.
Si a la pobre le da d o lo r de barriga es señal inequ ívoca
de que es culpable y es condenada: Palabra de Dios.
A Jesús, «los escribas y fariseos» le han preparado una
trampa.
La mujer ha sido cogida en «flagrante adulterio» (e l evan ­
gelista subraya hasta el m om ento: “al alba”). M oisés, p o r­
tavoz de Dios, m andó apedrear a «mujeres co m o ésta». ¿De
parte de quién se alinea Jesús?
Sea cual fuere la respuesta, Jesús se perjudica perd ien d o
la reputación o la libertad.
Si está de acuerdo con el D ios legislador, sufrirá inm e­
diatam ente un descenso en el índice de popularidad ante
aquella masa de m arginados y pecadores que lo siguen p o r
haber visto en él un mensaje de esperanza y misericordia.
Si es contrario a lo que M oisés ha m andado, la policía
del tem plo está preparada para arrestarlo c o m o sacrilego
blasfem o y p eligroso subvertidor de la Ley dictada palabra a
palabra p o r D ios mismo.
Jesús responde escribiendo -en la tierra», gesto sim bólico
116 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

que alude a la denuncia del profeta Jeremías hacia cuantos


■han abandonado la fuente de agua viva» y «serán escritos en el
polvo- (Jr 17,13), esto es, entre los muertos. Para Jesús aque­
llos que cobijan sentimientos de muerte están ya muertos.
Jesús denuncia que tan celosa defensa d e la Ley por
parte de los escribas y fariseos sirve solam ente para enm as­
carar su o d io mortal.
A la vista de la insistencia de los acusadores para qu e se
pronuncie, Jesús da una respuesta que desactiva sus planes
de muerte.
«Q uien de vosotros esté sin pecado, que tire la primera
piedra contra ella».
El evangelista anota que «se fueron uno a uno, c o m e n ­
zando por los ancianos».
C om o en la historia d e Susana narrada en el libro d e Da­
niel (D n 13), estos «ancianos» no son los «viejos», sino los
-presbíteros», esto es, los influyentes m iem bros del Sanedrín,
que gozaban entre los escribas y fariseos de gran prestigio y
tenían el derech o de juzgar.
Este grupo, que se había m ostrado com pacto cuando se
trataba de condenar, se disgrega cuando se v e en p elig ro de
ser desenm ascarado («se fueron uno a uno»).
C om pren dido bien por Pablo («¿Quién condenará? Cristo
Jesús, que ha muerto, más aún, que ha sido resucitado, y
que está a la derecha d e D ios e intercede por nosotros»,
Rom 8,34) y descrito magistralmente por Agustín («Q u edan
solo dos, la m iserable y la misericordia», Com. a Juan 33,5),
el com portam iento de Jesús, el único «en el qu e no hay p e ­
cado» ( l j n 3,5) no es de condena.
Los jueces han con du cid o a Jesús a una adúltera para
condenarla; él v e una mujer a la que hay que ayudar.
Jesús que «no ha v e n id o a juzgar», sino a salvar (Jn 3,17),
no reprueba a la mujer y ni siquiera la invita a arrepentirse
y a pedir perdón cuando m enos a Dios: éste le ha sido ya
co n ced id o incondicionalm ente.
Los calzoncillos de los sacerdotes 117

Y con el perdón del Padre ha recibido tam bién la fuerza


necesaria para vo lv e r a vivir: «vete, y de ahora en adelante
no pequ es más».
El D ios legislador, abandonado de sus policías, ha d e­
jado la escena del lincham iento al legítim o D ios del tem plo,
un Padre que manifiesta su am or y no «rom pe la caña cas­
cada» (M t 12,20), sino que la refuerza con su perdón v iv ifi­
cante.
EL SANTO BLASFEMO
(Jn 5,1-18)

Una sola fiesta de las seis que jalonan el ev a n ge lio de


Juan no tiene otro calificativo que la fiesta de -los judíos»
(Jn 5,1), expresión con la qu e el evangelista no indica casi
nunca a los pertenecientes al pu eb lo de Israel, sino a las au­
toridades religiosas y los jefes del pueblo.
Siguiendo la cron ología de Juan, esta fiesta anónim a
pu ede ser identificada con Pentecostés, en la que se co n ­
m em oraba la prom ulgación de la Ley en el Sinaí: «Pente­
costés es el día en que fue dada la Ley» (P e s 68b).
El evangelista sitúa la fiesta en Jerusalén, en una «pis­
cina» (m ás exactam ente en una cisterna-aljibe de recogida
de agua de lluvia) d e la que da el nom bre: «Bethesda».
Tres veces se citan en el eva n gelio de Juan nom bres «en
hebreo», y siem pre en relación con el asesinato de Jesús:
— En las piscina d e «Bethesda» se toma la decisión de
matarlo (Jn 5,2.18);
— En el tribunal llam ado «Gábbata» se le condena a
muerte (Jn 19,13-16).
— En el «G ólgota» se ejecuta la sentencia (Jn 19,17-18).
El hecho de que el evangelista diga que es la fiesta de
«los judíos» subraya que es fiesta solam ente para los jefes,
mientras la gente es descrita c o m o «una m uchedum bre de
enferm os: ciegos, tullidos, resecos (lit. entu m ecidos) y no
c o m o un p u eb lo en fiesta.
120 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

El día en qu e los jefes celebran la ley, el evangelista d e ­


nuncia los efectos de su uso en el pueblo.
La Ley, convertida en instrumento de dom in io, sirve para
reprim ir y atrofiar los estímulos vitales del hom bre, v o lv ié n ­
d o lo incapaz de ver (c ie g o ), sin autonom ía (tu llid o ) y va ­
cia d o d e vida (en tu m ecid o).
Indiferentes ante la triste situación del pueblo, los jefes
hacen fiesta, y el esplen dor de la cerem onia oculta el sufri­
m iento d e la gente: «Había un hom bre allí que llevaba
treinta y o c h o años con su enferm edad».
El núm ero «38» alude a la tragedia del E xod o que, de
prom esa d e libertad, se transform ó en un gran fracaso, en
cuanto q u e ninguno de los hom bres escapados d e la escla­
vitud d e Egipto, alcanzó la tierra de la libertad, sino que
todos m urieron en el desierto: «Anduvim os cam inando
treinta y o c h o años, hasta que desapareció del cam pam ento
toda aquella generación de guerreros, co m o les había ju­
rado el Señor» (D t 2,14; Nm 14,20-33).
El uso intencionado del núm ero 38 y la ausencia de es­
pecificación de la dolencia indican que en la en ferm edad de
este hom bre se representa la trágica situación del pu eb lo sin
esperanza: c o m o los antecesores en el desierto, no ha al­
canzado la libertad y está en espera de la muerte.
La tierra prom etida se ha transformado en tierra d e escla­
vitud y la felicidad garantizada por D ios a su pu eb lo es una
quim era que, cada v e z más lejana en el tiem po, se trans­
form a en desesperación en lugar de ser fuente de esperanza
consoladora: «Nuestros huesos están calcinados, nuestra es­
peranza se ha desvanecido; estamos perdidos» (E z 37,11).

F.L DIOS AGUAFIESTAS

Las autoridades hacen fiesta, fin gien do ignorar que para


D ios la verdadera fiesta consiste en «enderezar al op rim id o y
d efen d er al huérfano» (Is 1,17) y n o en p o m p osos rituales:
El santo blasfemo 121

-Vuestras solem nidades y fiestas las detesto; se m e han


vu elto una carga q u e no soporto más. Cuando extendéis las
manos, cierro los ojos; aunque m ultipliquéis las plegarias,
no os escucharé...» (Is 1,14-15); «retirad de mi presencia el
barullo de los cantos, no qu iero oír la música de la cítara»
(A m 5,23).
D ios no o y e las cantilenas litúrgicas sino -el clam or de
los pobres» (Job 34,28).
El C reador ignora los ritos que le ofrecen los «pastores
de Israel», y su mirada se vu elve al pueblo, verdadera v íc ­
tima sacrificial de esta fiesta: «V ién d olo Jesús ech a d o y n o ­
tando qu e llevaba m ucho tiem po....»
Jesús, que v e lo que las autoridades ignoran, tom a la ini­
ciativa con el en ferm o («¿quieres ponerte sano?») y lo esti­
mula a reem prender el cam ino de la libertad: «Levántate,
carga con tu camilla y echa a andar».
En la acción de Jesús se realiza la prom esa de D ios de
cuidar d e su pueblo: »Yo m ism o condu ciré mis ovejas al
pasto... vendaré a las heridas, curaré a las enferm as...»
(E z 34,1-31), c o m o estaba p rofetizado en el libro de Eze-
quiel contra los pastores de Israel «que se apacientan a sí
mismos» y no «han fortalecido a las débiles, ni curado a las
enferm as, ni ven d a d o sus heridas».
El ep iso d io en cuestión es la primera de las dos trans­
gresiones del descanso sabático por parte d e Jesús narradas
en el e v a n g e lio de Juan.
Q u e D ios hubiese term inado la creación el séptim o día
era una verdad revelada indiscutible que ninguno se atrevía
a pon er en duda.
Jesús, sí.
Él no está de acuerdo con el autor del libro del G énesis
y con la doctrina oficialm ente enseñada de qu e -Dios había
con clu id o toda su tarea y descansó en el día séptim o d e
toda su tarea» (G n 2,1), y afirma: -Mi Padre, hasta el pre­
sente, sigue trabajando y y o también trabajo» (Jn 5,17).
122 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

Para Jesús la creación no só lo no está terminada, sino


qu e «espera con impaciencia- la plena realización de los
hom bres c o m o «hijos de Dios» (R om 8,19)-
Éste es el design io del Padre para quien Jesús trabaja in­
fatigablem ente, con la finalidad de extender a todos los
hom bres la acción vivificante de Dios.
Y Jesús prolonga la acción del Creador com u nicando
vida aun en sábado, día en el que está prohibida cualquier
actividad y en el que el Talm ud veta expresam ente curar a
los enferm os: «N o se pu ed e curar una fractura, ni siquiera
meterla en agua fría» (Shab.M. 20,5).
Una v e z más la acción del D ios Creador agua la fiesta al
D ios legislador, y la aséptica cerem onia litúrgica se arruina
p or la irrupción de la vida.

TEMPLO DEL PECADO

El hom bre que durante años ha sido esclavo de su p rop io


lecho, señor al fin de quien lo había dom inado y capaz de
autonomía («ech ó a andar»), cae bajo la ira de las autoridades
que, ante su curación, reaccionan de m odo negativo.
N o hay un sentim iento de solidaridad hacia el en ferm o
com pletam ente restablecido y capaz de caminar con sus
propios pies, sino un reproche am enazador: «Es día d e pre­
cep to y no te está perm itido cargar con tu camilla».
D e hecho, la transgresión com enzada por Jesús ha sido
com pletada por el en ferm o con el transporte de su camilla,
acción prohibida en día de sábado, y por cuya d e so b e­
diencia estaba prevista la pena de muerte: «Guardaos muy
bien de llevar cargas en sábado y de meterlas por las
puertas d e Jerusalén» (Jr 17,21).
En el relato, la expresión «carga con tu camilla», aparece
cuatro veces para subrayar que éste es el hecho que alarma
a las autoridades.
El santo blasfemo 123

Jesús ha ordenado al enferm o: «Levántate, carga con tu


camilla y echa a andar».
Las autoridades ordenan exactam ente lo contrario: «N o
te está perm itido cargar con tu camilla».
La ob ediencia a las autoridades m antiene al hom bre en
la enferm edad; la acogida de la palabra d e Jesús vu elv e al
in d ividu o capaz de caminar con sus propios pies.
Por esto ahora los jefes están más preocu pados p o r el
autor d e la curación: «¿Quién es el hom bre que te dijo:
Carga con tu camilla y echa a andar?».
Lo qu e de hecho les alarma no es tanto la transgresión
com etida por el enferm o, sino que haya uno que incite a la
gente a no observar la Ley, y acom pañe esta invitación con
eficaces signos de vida.
La curación obrada por Jesús pu ede ser para las multi­
tudes la tan esperada señal del cielo para la liberación de
to d o el pu eb lo (e l agua que «se agita»), realizando lo d es­
crito p o r Ezequiel en la visión de la llanura llena de «huesos
calcinados qu e eran el p u eb lo d e Israel» a los que el espíritu
vu elve a dar vida: «Penetró en ellos el aliento, revivieron y
se pusieron en pie» (E z 37,10-11).
Mientras tanto, el hom bre curado, hallado por Jesús en
el tem plo, es am onestado severam ente a «no pecar más, no
sea q u e te ocurra a lgo peor».
Para el evangelista quedarse en el tem plo significa
aceptar voluntariam ente ser dom inado por la institución re­
ligiosa, renunciando a la plenitud de vida que Jesús co m u ­
nica e incurriendo en a lgo peor que la enferm edad: la
muerte.
El «pecado», citado por primera v e z en el eva n gelio de
Juan c o m o «pecado del m undo» (1,29), es la voluntaria re­
nuncia a la vida y la sumisión a las tinieblas, sím b olo de
muerte.
Mientras para Jesús el p eca d o es ir contra la vida, para
los dirigentes consiste en ir contra la Ley.
124 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

Para las autoridades el bien y el mal d epen den de la o b ­


servancia de la Ley; para Jesús, del com portam iento con re­
lación a los hombres. N o es el hom bre quien d eb e respetar
la ley, sino ésta la qu e d eb e tener respeto al hom bre.
En realidad, a los jefes les importa un com in o la Ley;
ellos son los prim eros en transgredirla cuando va contra sus
intereses: « ¿No fue M oisés quien os d ejó la Ley? Y, sin em ­
bargo, ninguno de vosotros cum ple esa Ley» (Jn 7,19).
Su interés por la obedien cia de la Ley es solam ente el
instrumento para som eter al pu eb lo que recon oce de este
m o d o su p o d er y perm ite a las autoridades saber hasta
d ó n d e pu ede llegar su dom in io, cargando cada v e z más «a
los hom bres con cargas insoportables» (Le 11,46).
Si la violación del descanso sabático marca el inicio de la
persecución de los dirigentes contra Jesús, su pretensión de
llamar Padre suyo a D ios desencadena los instintos hom i­
cidas de las autoridades que «trataban de matarlo, ya qu e no
só lo suprimía el descanso del precepto, sino también lla­
maba a D ios su p rop io Padre, haciéndose él m ism o igual a
Dios» (Jn 5,18).
El p royecto de Dios sobre la humanidad — que todos los
hom bres lleguen a ser hijos suyos (Jn 1,12)— es considerado
por las autoridades religiosas un crimen d ign o de muerte,
por minar las mismas bases del sistema religioso, conside­
rado indispensable m ediador entre Dios y los hombres.
Jesús denuncia qu e aqu ellos que pretenden enseñar en
nom bre de Dios, en realidad no lo conocen: -Nunca habéis
escuchado su v o z ni visto su figura, y tam poco conserváis
su m ensaje entre vosotros; la prueba es que no dais fe a su
en viado» (Jn 5,37).
C uando esta palabra se les manifiesta, la consideran una
execrable herejía que hay que extirpar con el hom icidio:
«N o te apedream os p o r ninguna obra excelente, sino por
blasfem ia; porqu e tú, sien do un hom bre, te haces Dios»
(Jn 10,33).
El santo blasfemo 125

El Dios, cuya santidad se había m anifestado en la libera­


ción de su pu eb lo (E z 20,41), será considerado blasfem o
por cuantos pretenden dom inar a los hom bres en su
nom bre: las autoridades religiosas que tienen -por padre al
diablo, hom icida desde el principio» (Jn 8,44).
DEMONIOS POR TODAS PARTES
(Le 4,31-37)

En el uso atento de los vocablos em p leados para trans­


mitir el mensaje de Jesús, los evangelistas distinguen entre
«diablo» y «dem onio», térm inos diferentes y de significado
distinto qu e se confunden con frecuencia.
«D iablo» es el equ ivalente g rieg o del vo ca b lo h eb reo «sa­
tanás» («adversario», «enem igo»), que en la Biblia hebrea se
usa indistintamente para indicar ya la acción del «A ngel del
Señor» (ex p resión que indica a D ios mismo, Ex 16,7), ya a
personas, c o m o David, en em ig o de los filisteos (1 Sm 29,4)
o Amán, adversario del pu eb lo h eb reo (Est 7,4).
D e las d iez veces qu e aparece en el AntiguoTestam ento,
la única en que «Satanás» es utilizado c o m o nom bre p ro p io
es en el libro de las Crónicas (1 Cr 21,1), d o n d e el autor, en
una teología más desarrollada, imputa a «Satanás» la inten­
ción de hacer el censo de Israel, acción que había sido o ri­
ginalm ente atribuida al Señor: «El Señor v o lv ió a en co le ri­
zarse contra Israel e instigó a D avid contra ellos: Anda, haz
el censo de Israel y ju d á » (2Sam 24,1).
Con el térm ino «Satanás» se representan tam bién figuras
genéricas c o m o el «acusador» (Sal 109,6), título de un fun­
cionario de D ios que form a parte de la corte celeste: «Un día
fueron los ángeles y se presentaron al Señor; entre ellos
lleg ó tam bién Satanás» (Job 1,6).
En un a p ócrifo tardío, «Satanás» se convierte en el
128 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

nom bre del ángel que rechaza adorar a Adán, el prim er


hom bre creado, y que es arrojado por eso a la tierra con sus
ángeles ( Vida lat. de Adán y Eva 12-16).
Contrariamente a lo qu e m uchos creen, en la Biblia no
aparece la fábula del bellísim o y muy am bicioso ángel, de
nom bre Lucifer, arrojado por Dios para siem pre del paraíso
y transform ado en un horrible diablo.

D K M O N IO G AY

En lengua hebrea no existe el térm ino «dem onio» (d e l


g rie g o «d evorador de cadáveres»).
Cuando la Biblia, en una sociedad culturalmente más
desarrollada, se tradujo a la lengua griega, se tom aron dis­
tancias con relación no sólo a aquellos seres interm edios
entre divinidades y hombres, sino también a los personajes
m itológicos que se encontraban por d o qu ier en el texto
co m o sirenas, arpías, centauros, sátiros, faunos, duendes,
gn om os y espectros, que fueron traducidos todos con el
m ism o térm ino gen érico de «dem onio» (L v 17,7).
Con esta misma palabra se designaron también las d iv i­
nidades extranjeras, polém icam ente degradadas a espíritus
malignos, c o m o Gad, el dios aram eo de la fortuna, y el
«gen io protector» de la casa (Is 65,11; Dt 32,17).
Tal v e z los traductores exageraron a lgo y designaron
también c o m o dem on ios a los gatos salvajes (Is 34,14) y a
las cabras (Is 13,21).
El d em on io más popular del Antigu o Testam ento es As-
m o d e o («A qu él que hace m orir»): en em ig o declarado de las
uniones conyugales. A Sara «le fue matando todos los m a­
ridos (hasta siete) cuando iban a unirse a ella, según cos­
tumbre» (T o b 3,8). Tobías, también aspirante a m arido suyo,
preocu p a d o de que pudiera sumarse a los siete precedentes
cadáveres, salvó la vida con un rem ed io extraño.
Demonios por todas partes 129

Sabiendo que A sm od eo, d em on io particularmente débil


de estóm ago, no soporta «el «olor del h ígado y del corazón
del pez», ech ó esos ingredientes en el brasero del incienso y
«el o lo r del p ez con tu vo al dem on io, que escapó hasta el
confín de Egipto» (T o b 8,3).
La sobriedad de la Biblia hebrea y griega respecto a dia­
blos y dem on ios (n o registra ningún caso d e posesión dia­
bólica y d escon oce el térm ino «endem oniado»), contrasta
con su proliferación en el judaismo, ép oca precedente a la
actuación d e Jesús, en que el núm ero y la variedad d e d e ­
m onios creció con desmesura dejan do espacio a la fantasía
más desenfrenada: «Cada uno de nosotros tiene mil [d e m o ­
nios] a la izquierda y d ie z mil a la derecha» (Ber. 6a).
En un m undo en el qu e algunos no com ían alubias, c o n ­
ven cid os d e qu e contuviesen las almas de los muertos
(P lin io, Hist. nat. 18,118), tod o lo que aparecía m aravilloso
o proveniente de causas desconocidas (c o m o la insolación,
causada por el «d em on io del m ediodía», Sal 91,6) era identi­
ficado c o m o dem on io o acción dem oníaca.
Cada d em on io tenía su especialidad: la borrachera era
p rovocada por el d em on io Shimadon (Ber. R. 36,3), la c e ­
guera por Shabrirri (A b . Z. 3a. bar) y la peste por Q u eteb
(D t 32,24).
En el Talmud, las hipótesis sobre el origen de los d e m o ­
nios son d e lo más variado.
Se cree qu e son herederos de los •■Nephiiim», gigantes
orientales nacidos de la unión entre seres celestes y las pri­
meras mujeres: «En aquel tiem po — es decir, cuando los
hijos de D ios se unieron a las hijas del hom bre y e n g e n ­
draron hijos— habitaban la tierra los gigantes» (G n 6,4).
Tam bién hay quien sostiene la teoría de la evolu ción : «La
hiena, después de siete años, se hace m urciélago, el mur­
ciéla g o vam piro, el vam piro hortiga, la hortiga espino, y
éste, al fin después de siete años, se convierte en dem on io»
(B .Q . 16,1).
130 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

O tros piensan que son criaturas incompletas: D ios había


cread o ya sus almas, pero cuando iba a m od ela r sus
cuerpos lleg ó el sábado, lo ob servó dejando de trabajar, y
estas almas, que habían q u ed a d o sin cuerpo, resultaron ser
los dem on ios (Ber. r. 7,5).
La noche es su reino incontrastable («D e n o c h e está
proh ib id o saludar a quien sea por tem or a que pueda ser un
dem onio», Sanh. 44a).
Si el sexo de los ángeles era un enigm a, el d e los d e m o ­
nios que, c o m o los humanos «com en y beben, se re p ro ­
ducen y mueren» (H ag. B. 16a), estaba claro: eran m achos,
hembras y gays.
La dem onisa más céleb re es Lilith (Is 34,14), insaciable
doncella lujuriosa qu e se introduce hábilm ente en la cam a
d e los hom bres para hacer el amor con ellos. El Talm u d ad­
vierte: «El que duerm e será c o g id o por Lilith» (Shab 151b).
En la cama le plantea una despiadada co m p eten cia
Ormas, el d em on io qu e se viste de mujer con la in ten ción
de engañar y seducir incluso a los hombres.
Q u ien desea saber si ha sid o visitado de noche p o r un
d em o n io basta con que: «tom e ceniza cernida, la esparza en
torno a la cama, y por la mañana verá las huellas d e patas
d e gallo» (Ber. 6a), y «quien le quiera ver, que llev e la p la ­
centa d e una gata negra, nacida de una gata negra p r im o g é ­
nita, nacida a su v e z de una prim ogénita, y la sequ e en el
fu ego, la triture, se ponga una poca en los ojos, y en ton ces
lo verá» (Ber. 6a).

Q UIÉN END EM ONIA A QUIÉN

En contraste con la exuberante d e m on olog ía d e l ju­


daism o, los evangelistas tratan el tema con m ucha s o ­
briedad.
El diablo aparece poqu ísim o en los evan gelios, q u e no
Demonios por todas partes

registran ningún caso de posesión por parte de Satanás,


sino s ó lo por parte de los dem onios, defin id os tam bién
c o m o -espíritus impuros».
A e x c e p c ió n del ev a n ge lio de Juan, d o n d e no aparece
ningún c a s o de en dem on iado, los evangelistas aplican la ca­
tegoría d e posesión dem oníaca a aquellos im pedim entos in­
teriores (preju icios, ideologías, intereses) qu e dom inan al
hom bre y lo vu elven refractario al p royecto de Dios.
Estos obstáculos son individuados por los evangelistas
en la tradición religiosa y en la doctrina oficial, impuesta
por los escribas y practicada por los fariseos.
La prim era v e z que Jesús se encuentra frente a un e n d e ­
m on ia d o es, por cierto, en un am biente dom in ad o por la
institución religiosa: la sinagoga.
Jesús, huido de la sinagoga de Nazaret, d o n d e han in­
tentado m atarlo (Le 4,16-30), trata de ex p on er de n u evo su
m ensaje en la de Cafarnaún (Le 4,31-37).
Al co n trario que en Nazaret don d e la escucha de sus pa­
labras había p rovoca d o un furor hom icida, en Cafarnaún se
prod u ce una explosión d e entusiasmo p o r parte de la gente
que se sien te finalm ente liberada, «im presionada por su en ­
señanza, porqu e hablaba con autoridad».
H a b la r con «autoridad» era prerrogativa exclusiva d e los
escribas, los únicos que habían recibido oficialm ente por
m andato d ivin o la potestad de enseñar la Escritura.
C on su enseñanza, Jesús desm iente esta pretendida auto­
ridad d e los escribas que no sólo no hacen que se con ozca
la palabra d e Dios, sino que la sustituyen por una m iserable
«com p on en d a de usos humanos» (Is 29,13), haciendo pasar
de con traban d o doctrinas que son «preceptos humanos» por
el ú nico m andam iento de Dios (M t 15,9).
P e ro hay uno que no soporta la reacción entusiasta del
au ditorio: «un hom bre qu e tenía un espíritu, un d em o n io in­
m undo y se puso a gritar a grandes voces: ¿Que tienes tú
contra nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has v e n id o a destruirnos?»
132 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

¿Quién se siente am enazado de destrucción por las pala­


bras de Jesús?
El evangelista resalta pretendidam ente la extrañeza de
una sola persona anónim a («un h om b re-) q u e habla en
plural en defensa de una ciase («contra nosotros-).
La enseñanza de Jesús no se había d irigid o contra nin­
guno, pero fue la reacción positiva d e la gen te la q u e arrojó
el descrédito sobre el prestigio d e los escribas, dejan d o
claro a todos que éstos no tenían ningún m andato divin o.
Jesús, enseñando «con autoridad, n o c o m o los letrados»
(M e 1,22), destruye d e raíz toda su autoridad.
El en dem on iad o se siente am en a za d o p o r el m ensaje d e
Jesús: junto con el prestigio de los escribas, la enseñanza
del Señor destruye también las certidum bres del p o seíd o ,
fundadas en la obedien cia a aquellas autoridades q u e ha
considerado siem pre expresión d e la voluntad divina.
D efen d ien d o la fe en las instituciones religiosas, el p o ­
seíd o d efien d e su misma fe.
El «grito fuerte» del en d em on iad o am plifica la alarma lan­
zada por las autoridades: «¿Qué hacemos?, p o rq u e ese
hom bre realiza muchas señales. Si lo dejam os seguir así,
todos van a darle su adhesión...» (Jn 11,47-48).
El mensaje de Jesús desenmascara a los escribas y fari­
seos: son las autoridades religiosas y espirituales las q u e en ­
dem onian al pueblo, haciéndole adherirse a una enseñanza
qu e no vien e de Dios.
Los escribas y fariseos no só lo n o entran en el rein o d e
D ios y no dejan entrar a los q u e quieren entrar en él
(M t 23,13), sino que arrastran a la p erdición a cuantos creen
y o b ed ecen su doctrina y los hacen «dignos del fu eg o » el
d o b le que ellos (M t 23,15).
Mientras la enseñanza religiosa d e los escribas tendía a
som eter al hom bre, privándolo de la capacidad d e juicio y
de libertad, el mensaje de Jesús hace al hom bre libre y le
descubre nuevas posibilidades y capacidades d e amor.
Demonios por todas partes 133

Por esto la palabra de Jesús, más eficaz que las num e­


rosas palabras de los escribas, obtiene el efecto de liberar al
p o seíd o «sin hacerle ningún daño-.
Éste creía que el abandono de la Ley habría sido la causa
de todos los males y experim enta al contrario que el mal
consistía justamente en la sumisión a la Ley.
Las m odalidades de la liberación del p o seíd o causan to­
davía más adm iración por parte de todos los presentes que
unánim em ente la atribuyen a la «palabra» de Jesús («¿Qué
palabra es ésta?»), considerada eficaz no só lo para el caso
presente, sino capaz de expulsar todos los «espíritus in­
mundos».
Jesús ha con segu ido p o n er en práctica en la sinagoga de
Cafarnaún a qu ello que solam ente había p o d id o anunciar en
la de Nazaret: «Me ha enviado... a proclam ar la libertad a los
cautivos y la vista a los ciegos, a pon er en libertad a los
oprim idos» (Le 4,18).
Y la gente experim enta que la fuerza contenida en e
mensaje de Jesús es capaz de liberar de los con d icion a ­
m ientos creados por la religión que im piden descubrir el
verd a d ero rostro del Padre a toda persona esclava.
EXCOMULGADO POR GUACIA DE DIOS
(Jn 9)

«Bien y mal, vida y muerte... tod o vien e del Señor»


(E clo 11,14) qu e se defin e a sí m ism o «creador d e la des­
gracia» (Is 45,7) y asegura que «no sucede una desgracia en
la ciudad que no sea causada por Yahvé» (A m 3,6).
La creencia, contenida en el Antigu o Testam ento, d e que
D ios es el autor de las desdichas que se abaten sobre la hu­
manidad, deja al hom bre solam ente la posibilidad de
aceptar resignado lo que el Señor le envía, esperando que
éste no apriete m ucho la mano.
«Si aceptam os de D ios los bienes, ¿no vam os a aceptar
los males?» (Job 2,10), replica Job a la mujer que lo reprende
por haber b en d ecid o al Señor por todas las desgracias que
le han caído encima: «El Señor me lo dio, el Señor m e lo
quitó, ben dito sea el nom bre del Señor» (Job 1,21).
La con vicción de que los males y las en ferm edades son
un castigo, en viado por D ios a causa de las culpas de los
hom bres, estaba tan arraigada en la época de Jesús qu e
cuando un hebreo encontraba a una persona con alguna
minusvalía bendecía al Señor, autor del m erecido castigo:
«Q uien v e a un mutilado, un ciego, un leproso, un cojo, diga
“B endito el juez justo”» (Ber. 58b).
Pero si la en ferm edad guarda siem pre relación con el
peca d o del hom bre, ¿cóm o podía explicarse el sufrim iento
de los niños sin duda inocentes?
136 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

Para los rabinos la solución era muy sencilla: los p e ­


qu eños son el ch ivo expiatorio de las culpas de los adultos,
c o m o enseñan la Biblia y el Talm ud al presentar un «Dios
celoso: que castiga la culpa de lo padres en los hijos, nietos
y bisnietos cuando lo aborrecen* (Ex 20,5): «Cuando en una
generación hay justos, éstos son castigados por los pecados
de esa generación. Si no hay justos, los niños sufren en ­
tonces por los males de la ép oca» (Shab 33b).

LA M IRADA CREADORA

Fruto de esta mentalidad es la pregunta qu e los discí­


pulos hacen a Jesús al ver a un hom bre c ie g o d e naci­
m iento: «Maestro, ¿quién tuvo la culpa de qu e naciera ciego:
él o sus padres?».
La ceguera no era considerada una en ferm edad cual­
quiera, sino que, por im pedir el estudio de la Ley, se creía
una m aldición divina, agravada por el anatema del rey
D avid qu e odiaba a los ciegos hasta el punto de prohibirles
la entrada en el tem plo d e Jerusalén: «A esos cojos y ciegos
los detesta David. Por eso se dice: “Ni co jo ni c ie g o entre en
el tem p lo ”» (2Sam 5,8).
Jesús responde exclu yen d o taxativamente cualquier rela­
ción entre culpa y en ferm ed ad («ni él ha p eca d o ni sus pa­
dres») y advierte a los discípulos que incluso en aquel indi­
viduo, tenido por p ecador por la religión y exclu id o de la
sociedad (se trata de un m en d igo), se manifestará visib le­
m ente la obra de Dios.
El evangelista ha co m en za d o la narración subrayando
qu e la mirada de Jesús se ha posado sobre el hom bre in­
m erso en las tinieblas para com pletar en él la obra del D ios
autor de la luz: «Al pasar v io Jesús a un hom bre c ie g o de na­
cim iento».
Jesús repite en el c ie g o los gestos del Creador, qu e «m o­
Excomulgado por gracia de Dios 137

d e ló al hom bre de arcilla del suelo» (G e n 2,7): -hizo barro


con la saliva y le untó barro en los ojos».
Enviado a ir a lavarse en la piscina de Siloé, el hom bre
-vo lvió con vista».
Las personas presentes en la escena, incapaces d e ev a ­
luar el suceso, en lugar de alegrarse con el hom bre curado,
lo conducen a los fariseos para oír su parecer, descon cer­
tados por el hecho de qu e Jesús «había hecho barro y le
había abierto los ojos en sábado», quebrantando el más im ­
portante de los mandamientos.
La curación del c ie g o pon e alerta a los fariseos. Éstos,
cultivadores de la muerte, no toleran ninguna m anifestación
de vida, y habituados a referirse a los hechos con la ley en
mano, no se felicitan por el hom bre curado, sino qu e se
alarman por las circunstancias de esta curación (hacer barro
es uno d e los treinta y nueve trabajos prohibidos en día de
sábado, Shab 7,2) y le piden inform ación únicam ente sobre
«cóm o» ha sido curado.
D e la respuesta del hom bre, los fariseos deducen que
Jesús «no vien e de parte de Dios, porqu e no guarda el p re­
cepto».
Ellos saben lo d o lo que Dios pu ede hacer o no.
Y da d o que D ios no pu ede ir contra su propia Ley, e
eviden te que el autor de la grave infracción (la curación no
interesa) ha actuado contra el Señor que ha m andado co n ­
denar a muerte a quien, incluso haciendo prodigios, desvía
al p u eb lo (D t 13,1-6).
A qu ellos a los que Jesús ha llam ado antes esclavos del
p eca d o (Jn 8,34) sentencian ahora que Jesús es el pecador.
Pero en algunos fariseos la ostentosa seguridad teológica
se resquebraja frente a la evidencia del hecho («¿cóm o
pu ede un hom bre, siendo pecador, realizar semejantes se­
ñales»?) y vu elven a interrogar otra v e z al hom bre, pregu n­
tándole su op in ión sobre el individuo que lo había curado.
La respuesta de que se trata indudablem ente de un en ­
138 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

v ia d o de D ios («es un profeta») hace entrar en escena a las


autoridades religiosas («los judíos»).
Éstas no pueden admitir que, transgrediendo el m anda­
m iento del sábado, que incluso el m ism o D ios observa, al­
guien pueda haber ob ra d o el bien.
N o p u dien do aceptar contradicción alguna en su d o c ­
trina, buscan negar la verdad del hecho, insinuando la duda
del fraude y, con vocad os los padres del c ie g o que decía
haber sido curado, los acusan de estar al frente del em ­
brollo: «¿Es éste vuestro hijo, el que vosotros decís que
nació ciego? ¿Cómo es qu e ahora ve?».
La curación del hijo es considerada por las autoridades
un crim en del que deben responder sus padres.
A tem orizados y llenos de pavor, éstos descargan toda
responsabilidad sobre su hijo: «Preguntádselo a él, ya es
m ayor de edad; él dará razón de sí mismo».
La cobardía de los padres es justificada por el e v a n g e ­
lista adu cien do que «los padres respondieron así por m ied o
a los dirigentes judíos, porqu e los dirigentes tenían ya co n ­
v e n id o q u e fuera exclu ido de la sinagoga quien lo recon o­
ciese por Mesías».
Esta expu lsión com portaba sanciones n o só lo a nivel re­
ligioso, sino graves consecuencias en el ám bito social: el e x ­
pulsado era tratado c o m o un contagiado por la peste, con
quien no se podía ni com er ni beber y de quien había que
mantenerse a dos metros de distancia (M .Q .B . 16a).

Y SIN EMBARGO VE

Por tercera v e z el hom bre qu e había estado c ie g o es


c o n vo c a d o e interrogado por las autoridades, que intentan
hacerle recon ocer que ha sido a lgo m alo para él la recu pe­
ración d e la vista a m anos d e un pecador.
H abien do cam biado en un abrir y cerrar d e ojos d e la
Excomulgado por gracia de Dios 139

co n dición de beneficiario d e un m ilagro a la de im putado,


el hom bre evita la trampa que le tienden las autoridades re­
ligiosas y no entra en el terreno teológico. Entre la verdad
dogm ática y la propia experiencia vital, es esta última la
más importante: «Si es pecador o no, no lo sé; una cosa sé,
que y o era c ie g o y ahora veo».
Pero la alegría del hom bre, que había pasado de las ti­
nieblas a la luz, ni siquiera es tomada en consideración por
las autoridades, porqu e para éstas no pu ede haber nada de
bu en o en la transgresión de la Ley de Dios.
Habituados a encontrar en los libros sagrados, escritos
siglos atrás, una respuesta válida para cada situación de sus
contem poráneos, los jefes religiosos piensan no tener nada
que aprender o m odificar y ven cualquier novedad c o m o un
atentado contra Dios, qu e ha determ inado para siem pre en
su Ley el com portam iento del hom bre, al que no le queda
sino som eterse a las normas establecidas en otros tiem pos y
para otros hombres.
Los dirigentes, a costa de negar la evidencia, no pu eden
admitir la curación del hom bre, porqu e esto dañaría la au­
toridad d e su enseñanza. Si alguno d eb e sufrir a causa de
esto en adelante, paciencia, D ios proveerá.
Pero la obstinación del hom bre que no se doblega a su
autoridad y que no quiere reconocer que para él habría sido
m ejor perm anecer ciego, aumenta la ira de los jefes que
vuelven de nuevo a interrogarlo acerca de las circunstancias
de la curación: «¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?» «Abrir
los ojos a los ciegos» es una imagen con la que el profeta
Isaías indica la liberación de la tiranía (Is 35,5; 42,7). La rep e­
tición de esta expresión siete veces en la narración quiere su­
brayar aqu ello que preocupa realmente a las autoridades:
que la gente abra los ojos.
Los dirigentes religiosos pueden avasallar e im pon er sus
verdades, mientras que el pu eblo no ve, p ero si alguien c o ­
m ienza a abrir los ojos a la gente, están perdidos.
140 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

Cansado del en ésim o interrogatorio, el hom bre curado


se niega a responder y pregunta a las autoridades si tanto
interés no se deba acaso a que quieran hacerse tam bién
ellos discípulos de Jesús.
Jamás: ellos son discípulos de Moisés, no pretenden se­
guir a un vivo, sino venerar un muerto.
D efensores del D ios Legislador, no pueden com p ren d er
las acciones del C reador que se manifiesta com u nicando
vida al hom bre.
Aparentem ente anim ados por el c e lo del honor d e D ios
(«D a gloria a Dios»), en realidad solam ente piensan en sal­
vaguardar su poder, usando el nom bre de D ios para sofocar
la vida qu e él comunica.
El evan gelista subraya la graved a d del co m p orta m ien to
d e las autoridades q u e no só lo no qu ieren ver, sin o q u e
im pid en qu e la g en te vea y que, para no p erder su p ro p io
prestigio, «llaman bien al mal y mal al bien» (Is 5,20), in­
cu rrien d o en lo qu e es d e fin id o en los otros e v a n ­
g e lio s c o m o im p erd on a b le «blasfem ia contra el Espíritu»
(M t 12,31). Las autoridades, no sabien do ya qu é argu m en­
tación teo ló g ic a o p o n e r a la evid en cia del hecho, tom an el
atajo d e los insultos. R ecord an do al hom bre, cu lp a b le d e
ver, q u e es un m aldito de D ios («E m p ecatad o naciste d e
arriba abajo, ¡y vas tú a darnos leccion es a nosotros!»), re­
curren a la vio len cia institucional («lo echaron fu era») y
hacen realidad en él la am enazada exp u lsión d e la sina­
goga.
Pero los jefes religiosos que excom u lgan a los hom bres
en nom bre d e Dios son en realidad los verdaderos e x c o ­
m ulgados.
Su indiferencia por el bien de los hom bres, unida a la
pretensión de indicarles el cam ino, los hace culpables d e su
ceguera, «guías ciegos» (M t 23,16) qu e causan la ruina del
pueblo: «Si fuérais ciegos, no tendríais pecado; pero c o m o
decís qu e veis, vuestro pecado persiste».
Excomulgado por gracia de Dios 141

Jesús, una v e z que supo que el hom bre curado por él


había sido echado de la sinagoga, corrió en su búsqueda.
La expulsión de la institución religiosa no causa en el
hom bre la ruina tan temida, sino que es la ocasión p ro v i­
dencial para el encuentro con el Señor. Expulsado por la re­
ligión, el hom bre encuentra la fe.
EL DIOS VAMPIRO
(Me 11,12-25; 12,38-13,2)

Para la com prensión de los evan gelios es im portante c o ­


nocer las particulares técnicas literarias con las qu e éstos
han sido com puestos; de otro m o d o los ep isod ios narrados
resultan incom prensibles o francam ente desfigurados.
Para la elaboración del texto, los evangelistas usan e s ­
quem as y estructuras que responden a reglas bien precisas
en el arte de la escritura, com unes a su cultura.
IJna de las estructuras narrativas frecuentem ente usada
en los evan gelios es la del «tríptico».
En arte se entiende por «tríptico» un cuadro com p u esto
por una tabla central y dos laterales: lo que aparece pintado
en éstas no se entiende si no se pon e en relación con lo que
se representa en la parte central.

LA HIGUERA Y LA CUEVA DE LADRONES

Una de las acciones más extrañas e insensatas de Jesús


es la de haber m aldecido a una pobre higuera culpable de
no dar frutos en una estación qu e no era la de higos
(M e 11,12-14.20-22).
Indudablem ente este ep isod io, separado del contexto,
pu ede hacer nacer sospechas acerca del equ ilibrio psíqu ico
de Jesús.
144 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

La perícopa d e la m aldición de la higuera, construida


según el esquem a del tríptico, form a parte de las dos tablas
laterales que adquieren su significado solam ente en relación
con la tabla central, qu e es la de la entrada de Jesús en el
tem p lo de Jerusalén (M e 11,15-19).
En la primera parte del tríptico (M e 11,12-14) escribe el
evangelista que Jesús buscando frutos de una higuera, «no
en contró más que hojas».
El árbol engaña: el esplendor exterior enmascara su total
esterilidad. El m otivo d e la ausencia de frutos, subrayado
por el evangelista con la expresión «no era tiem po de higos»
une este ep iso d io a la primera palabra pronunciada por
Jesús en este evan gelio: «Se ha cu m plido el plazo, está cerca
el reinado de Dios. Enmendaos y tened fe en esta buena n o­
ticia» (M e 1,15).
Junto a la vid, la higuera era una de las plantas con las
qu e se representaba a Israel: «La higuera es la casa de Israel»
(A p o c . de Pedro, 2; 1 Re 5,5; Os 9,10). D ios había estable­
cid o con Israel un pacto: si el p u eb lo hubiese practicado sus
enseñanzas, él lo habría protegido, y los hebreos con su
vida refulgente d e justicia y santidad habrían d e b id o hacer
ver a los pu eblos colindantes que el D ios de Israel era el
verd a d ero Dios (D t 6-7).
Pero la infidelidad del p u eb lo había hecho qu e si Israel
era igual a las naciones paganas en cuanto a la opresión y
violencia, su posición era más grave, puesto q u e la injusticia
se ejercía en nom bre del verdadero Dios.
Jesús, ven id o para pedir cuenta del fruto de esta alianza,
encuentra qu e Israel se había con vertido en un lupanar de
injusticias y perversidades, don de «profetas y sacerdotes son
unos im píos, hasta en mi tem plo encuentro maldades»
(Jer 23,11).
El «tiem po» no había sido de frutos, haciendo vanos
todos los cuidados del Señor para con su pueblo, c o m o
constataron amargam ente los profetas: «Esperó que diese
El Dios vampiro 145

uvas, p ero d io agrazones. Esperó de ellos derecho, y ahí te­


néis: asesinatos; esperó justicia, y ahí tenéis: lamentos»
(Is 5,2.7).
Por esto Jesús declara caducada la alianza porque, c o m o
la higuera sin frutos, aquélla es ya inútil. En la otra tabla del
tríptico (M e 11,20-21) está la confirm ación de lo anunciado
por Jesús: “la higuera se secó de raíz».
En el centro de los dos episodios relativos a la higuera,
el evangelista inserta la irrupción de Jesús en el tem p lo
(M e 11,15-19).
El ep iso d io es co n o cid o c o m o la «expulsión d e los m er­
caderes del tem plo», pero Jesús no expulsa solam ente a los
ven dedores: junto a éstos expulsa también a los com p ra­
dores («se puso a echar a los que vendían y com praban
allí»).
La acción de Jesús no tendía a purificar el tem plo, sino a
abolir su culto.
Por esto se lanza contra el sacro m ercado e im pide el
paso d e los utensilios necesarios para el culto.
Priván d olo de las ofrendas, Jesús g olp ea en su fuente la
vitalidad del tem plo que, c o m o la higuera sin linfa vital, «se
seca d e raíz».
En la figura de la higuera estéril el evangelista representa
el tem plo, sím b olo de la institución religiosa que, con to d o
su esplen d or de palacios sagrados, sagradas cerem onias, sa­
grados adornos, sagrada vajilla, escon de la ausencia total de
Dios.
En este lugar don de tod o es dem asiado santo, n o hay ya
lugar para el único Santo: de él, en verdad, no se siente
gran nostalgia, en cuanto que está bien reem p lazado p o r la
presencia de su más concreto r iv a l«Mammón », el dios-lucro.
Jesús denuncia que el tem plo, llam ado a ser la casa de
oración para todos los pueblos, se haya transform ado en
realidad en una «cueva de ladrones».
Esta expresión, que indica el lugar don d e los bandidos
146 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

escon den lo robado, está tom ada de una invectiva contra el


tem plo y el culto en la qu e el profeta Jeremías anunciaba la
destrucción total del tem plo: «¿Creéis que es una cueva de
bandidos este tem plo que lleva mi nombre?... Por eso trataré
al tem plo que lleva mi nom bre, y os tiene confiados, y al
lugar qu e di a vuestros padres y a vosotros lo m ism o que
traté a Siló» (Jr 7,11.14).
Las autoridades religiosas han transform ado el lugar
santo en una cueva de la que no tienen ni siquiera n ece­
sidad de salir para andar a depredar a sus víctimas: la gente
acude allí voluntariam ente, creyen d o que para ellos es un
bien ser exp olia d os para gloria de D ios (y los bolsillos de
los sacerdotes).

LA V IU D A Y LAS SANGUIJUELAS

La única v e z que en los evan gelios se lanza una m aldi­


ción es en el ep isod io de la higuera, y la sola v e z que Jesús
dirige palabras de drástica condena hacia alguien en el
ev a n ge lio de Marcos es en la invectiva a los escribas que
«recibirán una sentencia muy severa» (M e 12,40).
M aldiciones y condena dirigidas a la institución religiosa,
representada por el tem plo, y a los escribas, qu e con su te o ­
logía justifican sus pretensiones, son el hilo conductor que
une las escenas de la higuera y del ep isod io co n o cid o c o m o
«el ó b o lo de la viuda» (M e 12,41-44).
Este ep isod io, estructurado también según el esquem a
del tríptico, presenta en la primera tabla la denuncia de
Jesús a los escribas qu e «se com en los hogares de las viudas»
(M e 12,38-40); en la parte central, la ofrenda d e la viuda
(M e 12,41-44), y en la última tabla el anuncio de la destruc­
ción del tem plo (M e 13,1-2).
Después del ep iso d io de la irrupción de Jesús en el
tem plo, las autoridades llenas de m ied o y alarmadas «bus­
El Dios vampiro 147

caban una manera de acabar con él», pero desisten a causa


del pu eb lo qu e «estaba im presionado de su enseñanza»
(M e 11,18).
N o p u dien do p o r ahora lanzar el ataque final, tod o el sa­
nedrín com pu esto por los sumos sacerdotes, los escribas y
los ancianos, desencadena contra Jesús una oleada d e e m ­
boscadas, tendente a desacreditarlo y hacerle perder la
aprobación de la gente: una v e z aislado será más fácil elim i­
narlo.
C onsiderado elem en to p eligroso p o r las autoridades reli­
giosas y civiles, se lanzan contra Jesús todos unidos, o lv i­
dando rivalidades y anim adversiones, desde los piadosos
«fariseos» revueltos con los disolutos «herodianos» (M e 12,13)
que es c o m o decir el diablo y el agua santa (e l diablo son
los herodianos), a los ultraconservadores saduceos y toda la
inteligentsia, representada por los escribas (M e 12,18-37).
El resultado de los ataques a Jesús, una v e z esquivadas
hábilm ente todas las trampas e insidias contra él tendidas,
es que el índice de su popularidad crece más aún: «la m ul­
titud, q u e era grande, disfrutaba escuchándolo» (M e 12,37).
Y justamente dirigién dose a la multitud, Jesús la p o n e en
guardia contra los escribas, categoría fácilm ente identifi-
cable por tres características: en lugar de vestirse c o m o el
com ún de los mortales, «les gusta pasearse con sus largas
vestiduras», haciendo ostentación con un hábito religioso
particular que los hace rápidam ente recon ocibles y que,
sobre todo, indica claram ente que son personas en contacto
directo con Dios.
Pero la abundancia de tela em pleada para mostrar a los
otros tanta asiduidad con el padre-eterno no consigu e es­
con der su desenfrenada sed de honores, su ansia d e ser re­
verenciados y de «ser saludados en las plazas»; y c o m o no se
v iv e solam ente para la gloria y para el espíritu (la carne es
siem pre d éb il), el d eseo de ser bien vistos y recon ocibles en
las cerem onias, junto con el de «tener los prim eros asientos
148 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

en las sinagogas» va de la m ano con el de asegurarse -los


prim eros puestos en los banquetes».
D ado qu e el apetito se hace al comer, los escribas tienen
adiestradas sus voraces mandíbulas «devoran d o las casas de
las viudas bajo pretexto de largos rezos».
Es éste el crim en más grave que Jesús les imputa.
La figura de la viuda en la Biblia ha representado siem ­
pre (junto con los huérfanos y los extranjeros) a aqu ellos a
los que les falta protección y que están a la total m erced de
los prepotentes (Is 1,17; Jr 7,6).
Por este m otivo Dios, que se preocupa de los m iem bros
más débiles de la sociedad, establece que, con una parte de
las ofrendas al tem plo, se asista a las viudas y a los huér­
fanos (D t 14,28-39).
Jesús no tolera que cuantos pretenden ser la v o z oficial
de Dios, en lugar de alimentar a las viudas, las hagan morir
de hambre.
Y justo cuando está p on ien d o en guardia a la multitu
frente a aquellos que en nom bre de Dios explotan a las
viudas, v e a «una p obre viuda echar dos m onedas» en el te­
soro, la banca del tem plo, la estancia especial «repleta de ri­
quezas indescriptibles, tantas que era incontable la cantidad
de ofrendas» (2M ac 3,6).
H e aquí quién es el verd a d ero dios del tem plo.
N o el Padre que se ocupa de los pobres, sino el tesoro,
el dios-lucro cu yo culto cruento e x ig e continuam ente v íc ­
timas para despojar.
En lugar de ver saciada su hambre con los impuestos del
tem plo, la viuda echa «todo lo qu e tenía para vivir» en el te­
soro, monstruo que en gu lle con las m onedas la vida misma
de la pobre viuda para vomitarlas después en los bolsillos
de los sacerdotes y de los adeptos al culto, que ofrecen a
D ios lo que sustraen a los pobres.
Jesús constata la ineficacia de su enseñanza que choca
con la fuerza de una tradición de la cual incluso las víctimas
El Dios vampiro 149

son las más convencidas sustentadoras, y con una institu­


ción que d eb e su misma razón de ser a la explotación de la
gente.
Jesús no aprecia el gesto de la mujer. Sus palabras no
son un e lo g io de la generosa fe de la viuda, sino un lam ento
sobre esta pobre víctim a de la religión que se desangra por
m antener en pie la estructura que la explota.
Jesús no pu ede tolerar que el Padre, c o n o cid o con el tí­
tulo de -defensor de las viudas» (Sal 68,6), sea transform ado
en un vam piro que las desangra.
Por esto, en la última tabla del tríptico, inm ediatam ente
después de este ep isod io, Jesús anuncia que la única solu ­
ción ya posible es la definitiva desaparición del tem p lo
op resor de los pobres: «N o dejarán ahí piedra sobre piedra,
que no derriben» (M e 13,2).
CORAZÓN DE MAMÁ
(M t 20,17-34)

D e las cuatro madres nom bradas en el E van gelio de


Mateo, la de los Z eb ed e o s es la única qu e no tiene nom bre,
y cuando es citada no se la recuerda c o m o mujer de Ze-
b ed eo, sino únicam ente co m o la madre de sus hijos.
Esta mujer, que v iv e en función de sus hijos, d e hecho es
con ocid a solam ente c o m o «la madre d e los hijos d e Ze-
b ed eo» (M t 20,20). Es nom brada adem ás form ando parte del
gru p o de mujeres qu e han «seguido a Jesús desde Galilea
para asistirlo» (M t 27,55). Pero el fin últim o de este servicio
se desvela en una intervención que desenmascara una am ­
bición desde tiem po incubada, y arroja una luz tan negativa
sobre esta mujer que Lucas, el evangelista qu e exalta el
papel d e las mujeres en su evan gelio, se v e o b liga d o a cen ­
surar to d o el episodio.
Jesús contem pla Jerusalén y por tercera v e z trata de
hacer com p ren d er a los discípulos su programa: «Mirad, es­
tamos subiendo a Jerusalén y el H om bre va a ser en tregado
a los sumos sacerdotes y letrados: lo condenarán a muerte y
lo entregarán a los paganos, para que se burlen de él, lo
azoten y lo crucifiquen» (M t 20,18-19).
Jesús no podía ser más claro: en Jerusalén, el hijo de
D ios no será coron ad o rey de la Ciudad Santa, sino clavado
en un patíbulo d o n d e morirá c o m o un «m aldito de Dios*
(D i 21,23; Gál 3,13).
152 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

Jesús trata de hacer com p ren d er a sus discípulos qu e no


sube a Jerusalén para quitar el p o d er a cuantos lo detentan,
sino que va para ser m atado por los representantes d e D ios
y del César.
Las otras dos veces en las que Jesús ha intentado hacer
co m p ren d er a sus discípulos el significado de la subida a Je­
rusalén, la acogida por parte de ellos no había sido buena;
más aún, la primera ve z, Jesús había sido expresam ente in­
crepado por Pedro a quien no agradaba su funesto p ro ­
grama (M t 16,21-23). Al segundo intento los discípulos se
habían inquietado m om entáneam ente, pero, después, la
perspectiva de perm anecer sin un jefe había tenido c o m o
efec to el desencadenam iento de un litigio sobre la com ún
aspiración de tod o el grupo: «¿Quién es más grande en el
reino de Dios?» (M t 18,1).
Esta tercera vez, la declaración de Jesús sobre la ya cer­
cana muerte y resurrección es interrumpida por la in op or­
tuna acción de una mujer: «Entonces se acercó a Jesús la
madre d e los Z eb ed eos con sus hijos para rendirle h o m e­
naje y pedirle algo».
El evangelista subraya el gesto de la mujer qu e se inclina
delante de Jesús, pero en realidad el bajarse en gesto de hu­
m ildad escon de el d eseo de elevarse por encim a de los
otros. D e hecho la im perativa dem anda de la mujer es:
«D ispon qu e cuando tú reines, estos dos hijos m íos se
sienten uno a tu derecha y el otro a tu izquierda».
Con esta dem anda la madre, y con ella los hijos, d e ­
muestran ser com pletam ente sordos a cuanto ha sido anun­
cia d o por Jesús, p orqu e están cegad os por sus sueños de
gloria («P o r m ucho qu e oigáis no entenderéis», Mt 13,14).
Sentarse a derecha e izquierda de alguien significa tener
el m ism o p o d er (I R e 2,19). La mujer del Z eb ed eo, deseosa
de una carrera ascendente para sus propios hijos, ordena a
Jesús proced er rápidam ente al nom bram iento d e Santiago y
Juan c o m o «prim eros ministros» de su reino.
Corazón de mamá 153

C om entando esta escena, Jerónim o liquida la interven­


ción d e la madre de los hijos de Z e b e d e o c o m o «causada
por la im paciencia típicam ente fem enina... un error de
mujer dictado p o r el am or materno- (111,21).
Q u é cosa no haría una madre con tal de ve r coloca d os a
sus p rop ios hijos.
Pero la madre no sabe que está em pujando a la ruina a
sus hijos y d ivid ien d o al grupo de los discípulos.
En lugar de responder a la mujer, Jesús se vu elve d irec­
tamente a los dos discípulos y les pregunta si tam bién ellos
están d e acuerdo con la petición de su madre, si son con s­
cientes d e las crecientes dificultades qu e habrán de afrontar
para perm anecer a su lado y que se concretarán en la co n ­
dena a muerte.
El d iá lo g o se d esen vu elve en un plano eq u ívo co . M ien ­
tras qu e para los discípulos «sentarse a derecha e izquierda-
de Jesús significa asegurarse los prim eros puestos en pa­
lacio, para Jesús se trata de ser capaces de afrontar el d es­
honor y la muerte infamante: «¿Sois capaces de pasar el
trago qu e v o y a pasar yo?-.
Los dos presuntuosos discípulos, dispuestos a tod o con
tal de consegu ir el poder, no tienen ninguna duda y res­
pon den descaradamente: «Podem os».
Cuestión de tiem po.
Un par de días después, durante la cena con Jesús, afir­
marán heroicam ente estar preparados para m orir con él
(M t 26,35), pero de pronto, después de la cena, en Getse-
maní, cuando finalm ente se encuentren d e cara al «cáliz»
qu e hay que beber, se revelarán pusilánimes, fuertes sola­
m ente en su torpeza.
A la petición de Jesús de estar cerca de él en aquellos te­
rribles instantes que precederán al arresto del hijo de D ios
«con machetes y palos, co m o si fuera un bandido» (M t 26,55),
responderán durm iéndose profundam ente, prontos, sin e m ­
bargo, a despertarse de g o lp e al prim er atisbo de p eligro
154 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

para su integridad física y a huir c o m o conejos: «Todos los


discípulos lo abandonaron y huyeron» (M t 26,56).
«El qu e quiera venirse conm igo, que reniegue d e sí
m ismo, qu e cargue con su cruz y entonces m e siga», había
d ich o Jesús (M t 16,24); pero en el patíbulo, a derecha e iz­
quierda, no estarán los dos discípulos, sino «dos ladrones»
(M t 27,38). Mientras tanto el resultado inm ediato de la re­
com endación de la m adre d e los discípulos es la enésim a
disputa en el interior del gru po de los seguidores d e Jesús,
que «se indignaron contra los dos hermanos» no ciertam ente
por sus pretensiones, sino por haberse adelantado con en ­
g añ o en la carrera sin exclusión de zancadillas para ocupar
los puestos más importantes (Mt 18,1).
T o d os los discípulos están con ven cid os de seguir a un
Mesías victorioso por el cam ino del triunfo. Y Jesús, con pa­
ciencia verdaderam ente divina, intenta una v e z más ha­
cerles com p rend er quién es y qué quiere hacer, y qu e su
reino no tiene nada que ver con lo im aginado y esperado
por ellos.
Su idea d e un reino basado en el p oder y en el dom inio,
no só lo los separa del reino anunciado por Jesús, sino que
los vu elve en tod o semejantes a los paganos, d o n d e «los
jefes de las naciones las dom inan y los grandes les im ponen
su autoridad».
A continuación Jesús advierte a los discípulos qu e su c o ­
munidad no deberá imitar la estructura del pod er existente
en la sociedad: «N o será así entre vosotros; al contrario, el
qu e quiera hacerse grande sea servidor vuestro y el que
quiera ser prim ero sea siervo vuestro».
Jesús había enseñado a los suyos que «le basta al discípulo
con ser co m o su maestro» (M 10,25), y ahora les pide
aprender de él, que «no ha ven ido para que le sirvan, sino
para servir y para dar su vida en rescate por todos» (M t 20,28).
A la petición de la madre de Santiago y Juan, y al suce­
sivo encuentro con el resto del grupo, el evangelista hace
Corazón de mamá 155

seguir un ep iso d io muy importante, la última curación reali­


zada por Jesús, última ocasión para recibir de él la vida
antes de que sea matado.
La escena q u e sigue a la petición de los dos discípulos
tiene por protagonistas a dos ciegos, personajes en los qu e
el evangelista representa la ceguera de Santiago y Juan, dis­
cípulos que, tentados por la am bición del poder, no llegan a
«ver» la voluntad de D ios en el itinerario de Jesús.
Mientras Jesús se ha presentado a sí m ism o c o m o uno
que saldrá al paso de calumnias y persecuciones, y ha invi­
tado a sus discípulos a afrontar valientem ente el desp recio
d e la sociedad («si al cabeza de familia le han puesto de
m ote Belcebú, ¡cuánto más a los de su casa», Mt 10,25),
estos cieg os son figura d e los discípulos, incapaces de ver
porque, en lugar de seguir al Mesías d esp reciado «en su
tierra y en su casa» (Mt 13,57), siguen sueños de gloria.
Para facilitar la identificación de los dos am biciosos dis­
cípulos con los dos ciegos, el evangelista, con un artificio li­
terario, hace desaparecer del relato a todos los discípulos
dejan do en escena únicam ente a los ciegos y la multitud.
Después coloca toda una serie de térm inos que perm iten al
lector identificar en los dos ciegos de Jericó a los hijos de
Z eb ed eo.
Santiago y Juan habían p ed id o estar sentados a la d e ­
recha y a la izquierda de Jesús en su reino. Los dos ciegos
son presentados sentados, pero «junto al cam ino», expresión
que en el ev a n ge lio d e M ateo se encuentra únicam ente en
la parábola del sem brador (M t 13,1-23).
C om o «una semilla sembrada junto al camino», la en se­
ñanza de Jesús se ha perdido a causa d e la am bición y el
d eseo de p o d er («el M alo»): «Siempre qu e uno escucha el
mensaje del Reino y no lo entiende, vien e el M alo y se lleva
lo sem brado en su corazón» (M t 13,19).
A través de estas im ágenes, el evangelista quiere signi­
ficar qu e cuantos están dom inados por la am bición y el
156 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

p o d er son com pletam ente refractarios a la sim iente-m ensaje


de Jesús, igual que los dos discípulos que, mientras Jesús
habla d e muerte, persiguen ideales de grandeza: «Por
m ucho que veáis no percibiréis» (M t 13,14).
Los dos ciegos, o y e n d o qu e pasaba Jesús, se pusieron a
gritar: «¡Señor, ten piedad de nosotros, hijo de David!».
En esta invocación está la causa de la ceguera. Los dos
ciegos, co m o los discípulos, reconocen en Jesús al Señor,
p ero en ten did o c o m o «hijo de David».
El «hijo» en la cultura hebrea es aquél que se asem eja al
padre en el com portam iento.
Los discípulos están ciegos, porqu e piensan que Jesús es
«hijo de David», esto es, que se com porta co m o el gran rey
d e Israel qu e unificó todas las tribus y d io gran expansión al
reino, y que asignó a sus más íntimos am igos los puestos
más importantes (2 Sam 8,15-18).
Pero Jesús es el «hijo de D ios vivo» (M t 16,16, no el «hijo
de David», Mt 22,41-45).
En el program a d e Jesús hay un reino, pero el de Dios,
n o el de Israel.
Tam bién Jesús ensanchará los confines del reino, pero
d an d o la vida y no quitándola a los otros, c o m o el sangui­
nario David, que «no dejaba con vida hom bre ni mujer»
(1 Sm 27,9).
Si a D avid n o se le permitirá construir el tem p lo a Dios,
p orqu e sus m anos «han derram ado mucha sangre»
(l C r 22,8), Jesús, fuente de vida, con su sangre, será el ve r­
dadero tem p lo de D ios (Jn 2,19-21).
Jesús se vu elve a los dos ciegos con la misma pregunta
form ulada a la m adre de sus discípulos (¿Qué quieres?):
«¿Qué queréis qu e haga por vosotros?».
Los dos ciegos/discípulos piden a Jesús p o d er recuperar
la vista, y Jesús, en via d o de D ios «para abrir los ojos a los
ciegos» (Is 42,6), «les tocó los ojos y al m om ento recu pe­
raron la vista».
Corazón de mamá

Los discípulos parecen ahora capaces de seguir a Jesús y


no solam ente de acom pañarlo... p ero la curación obrada
por Jesús se mostrará ineficaz y aquellos mismos ojos lib e­
rados volverán a las tinieblas; el seguim iento de Jesús se d e ­
tendrá en G etsem aní «porqu e sus ojos no se les mantenían
abiertos» (M t 26,43).
Jesús había p e d id o a Santiago y a Juan (junto a P e d ro )
vigilar y orar para «no ceder a la tentación» (M t 26,41).
Los tres que aspiraban a ser «tenidos por colum nas» de la
com unidad (G ál 2,9), en lugar de vigilar se duerm en; la ten­
tación los ha vencido.
LA MUJER DEL EVANGELIO
(Me 14,3-9)

Juan Bautista desarrolló su actividad solam ente con


hom bres y para hombres.
La única v e z que se encontró con una mujer p erd ió la
cabeza en el sentido literal de la palabra: fue «decapitado»
(M e 6,17-29).
En el Talm ud está escrito que es m ejor qu e «las palabras
de la Ley sean destruidas por el fu eg o en v e z de ser en se­
ñadas a las mujeres» (Sota B. 19a) y en la lengua hebrea no
se co n o ce un térm ino para indicar «discípula»; esta palabra
existe solam ente con term inación masculina. En un m undo
d o n d e se afirma que «la m ejor de las mujeres practica la id o ­
latría» (Q id . Y. 66cd) y se consideran desgraciados aquellos
padres a los que les nace una niña (Q id B. 82ab), el co m ­
portam iento de Jesús hacia las mujeres encontró dificultades
para ser com p ren d id o y aceptado por parte de la co m u ­
nidad cristiana primitiva. Incapacidad que se refleja en los
apócrifos, escritos m enos preocu pados por la ortodoxia,
pero quizá más cercanos a la realidad histórica.
En estos textos se advierten todas las tensiones entre los
hom bres, capitaneados por Pedro, y las mujeres, represen­
tadas p o r María Magdalena.
Pedro, en nom bre de los discípulos, se dirige al Señor la­
m entándose de que «nosotros no seam os capaces d e so ­
portar a esta mujer {María Magdalenal, porqu e ella nos quita
160 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

toda ocasión de hablar: no lia dejado hablar a ninguno de


nosotros, sino que es ella la que habla siem pre» ( Pistis
Sophia 36).
María M agdalena responde por su parte acusando a
Pedro «que está acostum brado a am enazarm e y odia nuestro
sexo» ( Pistis Sophia 2,72).
La presencia de las mujeres en la com unidad cristiana
debía ser totalm ente insoportable para los discípulos
cuando en el E vangelio de Tom ás (a p ó c rifo de la mitad del
siglo n) Pedro pide expresam ente que las mujeres sean arro­
jadas de la com unidad: «Simón Pedro dijo: ¡Que María se
aleje de nosotros, porqu e las mujeres no m erecen la vida!».
Jesús a coge la petición de Pedro, transform ando a M ag­
dalena en M agdaleno: «Jesús respondió: Ea, y o la v o lv e ré
hom bre», para llegar a la dedu cción teológico-espiritual de
que só lo «si la mujer se hace hom bre entrará en el reino de
los cielos» ( Evangelio de Tomás, 114).
Probablem ente la igual dignidad y libertad d e palabra
connaturales al mensaje de Jesús habían llevad o a cierto d e ­
sorden a las mujeres que, hambrientas de saber, después de
m ilenios de fo rza d o mutismo, finalm ente podían tom ar la
palabra.
Su locuacidad en las asambleas, que parecía confirm ar
lo escrito en el Talm ud («d iez m edidas de palabras d escen ­
dieron al m undo, d e las que nueve cogieron las mujeres, y
una los hombres», Q id B. 49b), em pu jó a Pedro a preguntar:
«¡Señor m ío, que cesen de preguntar las mujeres, de m o d o
qu e nosotros también preguntemos!». Y una v e z más Jesús,
condescendiente con las lam entaciones de Pedro, «dice a
María y a las mujeres: «Dadle a vuestros herm anos varones
la oportunidad de preguntar también ellos» (P.S. 2,146).
En estos apócrifos parecen reflejarse las consecuencias
de las gravosas y discriminatorias lim itaciones introducidas
por un interpolador en la Carta a los Corintios.
Éste, buscando quitar la palabra concedida p o r Pablo a
Ixi mujer del evangelio 161

las mujeres (IC o r 11,5), y no pu diendo remitirse a la en se­


ñanza de Jesús, d ebe recurrir al Antiguo Testam ento: «Las
mujeres guarden silencio en la asamblea, no les está perm i­
tido hablar; en v e z de eso, que se muestren sumisas, co m o
lo dice también la Ley. Si quieren alguna explicación, que
les pregunten a sus maridos en casa, porqu e está fe o que
hablen mujeres en las asambleas» (I C o r 14,34-35; Gn 3,16).
En la primera carta a Tim oteo está escrito: «La mujer, qu e
escuche la enseñanza quieta y con docilidad. A la mujer no
le consiento enseñar ni im ponerse a los hom bres»
(I T im 2,11-12).
Para justificar tanta misoginia, el autor hace lo im posible,
llegan do incluso a incom odar a Adán y Eva, porqu e -a Adán
no lo engañaron, fue la mujer quien se d ejó engañar y c o ­
m etió el pecado» (IT im 2,14). Para las pobres mujeres, la
única salvación consiste en imitar a las conejas y traer hijos
sin parar: «Llegará a salvarse por la maternidad» (1 T m 2,15),
dejan do abierto el problem a de si el consejo es vá lid o tam­
bién para las núbiles y las vírgenes.
Pero la rivalidad hom bre-m ujer se vislumbra también en
las diversas líneas teológicas seguidas por los evangelistas:
¿A quién se con ced e la primera aparición de Jesús resuci­
tado? ¿A María de Magdala y a las mujeres (Jn 20,11-18;
Mt 28,1-9) o a los hombres? (Le 24,13-43; 1 Cor 15,3-8).
En este clim a de im pronta masculina (e l en vu elto d e
espiritualism o es el más desp iad ad o), aparece aún más
sorp ren d en te lo qu e está escrito en el ev a n g e lio de
Marcos, d o n d e el ú nico ep iso d io qu e Jesús p id e q u e sea
d a d o a co n o ce r al m undo en tero es la acción realizada p o r
una mujer: «Os aseguro que en cualquier parte del m undo
en tero d o n d e se proclam e esta buena noticia, se record a ­
rá tam bién en su hon or lo qu e ha h ech o ella» (M e 14,9;
Mt 26,13).
LA CASA DF.L LEPROSO

La acción se desen vu elve en «Betania, en la casa de


Simón, el leproso», cuando «faltaban dos días para la Pascua
y los Ázim os, y los sumos sacerdotes y los letrados andaban
buscando có m o dar muerte a Jesús pren d ién d olo a traición»
(M e 14,1).
Betania, situada frente a Jerusalén, es la aldea de la que
Jesús salió para subir al tem plo y arrojar «a los que vendían
y com praban» (M e 11,12-15).
Mientras en Jerusalén, en el sanedrín, se decid e el asesi­
nato de Jesús, en Betania, en la casa de un leproso, consi­
derad o m aldito por Dios, encuentra refu gio el D ios con los
hom bres (e s significativo que la etim ología popu lar man­
tenga c o m o significado de Betania «Casa de los pobres»).
En la escena de Betania se describen tres reacciones d i­
ferentes a la decisión de matar a Jesús, tomada por las au­
toridades: la acción d e la mujer representa a cuantos han
e le g id o seguir hasta el límite a su m aestro afrontando c o n ’
él la cruz; la reacción indignada de los discípulos m ani­
fiesta la incom prensión por la muerte de Jesús, considerada
«una pérdida», y la traición d e Judas indica el a ban don o de
Jesús p o r parte de cuantos miran sobre to d o su p ro p io in­
terés.
«Estando él [Jesús] reclinado a la mesa... lleg ó una
mujer». Esta mujer, cu yo gesto deberá ser d ado a co n ocer al
«m undo entero», es anónim a (solam ente en el ev a n g e lio de
Juan la mujer es identificada c o m o María, hermana d e Lá­
zaro, Jn 12,3): más allá de la realidad histórica, en este per­
sonaje el evangelista representa el m od elo d e adhesión a
Jesús con el que tod o lector puede identificarse.
La mujer, qu e tiene con sigo «un frasco de perfu m e de
nardo auténtico de m ucho precio, qu ebró el frasco y se lo
fue derram ando en la cabeza».
En los evan gelios cualquier detalle que de suyo no
La mujer del evangelio 163

ayude a arrojar luz sobre el texto (q u e el perfum e sea de


nardo o d e jazmín, ¿qué cambia?) tiene siem pre un signifi­
cado cargado de connotaciones teológicas. En esta acción,
la única del eva n gelio en que Jesús p id e que se divulgu e
por todos sitios, el evangelista cuida los detalles en riq u e­
cién d olos de significado.
El perfum e es sím bolo de vida que se o p o n e al hedor de
la muerte (m ientras Lázaro, muerto, yace en el sepu lcro
«despide mal olor»), pero después, en el banquete al que
asiste resucitado, «toda la casa se llena de la fragancia del
perfum e» (Jn 11,39; 12,2-3).
Pero el perfum e es también sím bolo de amor, y para e v i­
denciar este significado el evangelista especifica qu e es de
nardo.
Este preciosísim o ungüento, extraído de las raíces de
una planta típica de la India es hasta tal punto costoso q u e
era con frecuencia falsificado (Plin io, Hist. nat. 12,72); en
toda la Biblia aparece únicamente en el Cantar d e los Can­
tares para expresar el amor de la esposa para con el esposo:
«Mientras el rey estaba en su diván, mi nardo despedía su
perfum e» (Cant 1,12; 4,13.14).
Marcos, que recon oce en Jesús abiertam ente al Esposo
(M e 2,19), sim boliza en la mujer anónim a la com unidad-es-
posa y presenta la relación de amor entre Jesús y cuantos lo
siguen con la imagen, querida por los profetas, de la rela­
ción nupcial entre D ios y su p u eb lo (O s 2).
El evangelista, para precisar que este nardo es -genuino»,
utiliza un térm ino que significa «auténtico» referido a cosas,
y «fiel» cuando se atribuye a personas.
Este recurso literario sirve a Marcos para representar con
la im agen del perfum e genu ino el am or fiel de la mujer.
Finalmente se subraya que este perfum e de «gran valor»,
es valora d o por los escandalizados com ensales «en más de
trescientos denarios».
T e n ien d o en cuenta que el salario m ed io de un o b rero
164 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

era de un denario al día (M t 20,2), el valor del perfu m e c o ­


rresponde a casi un año de salario.
El -gran valor» de este perfum e, expresión del am or au­
téntico, es una ulterior alusión al Cantar de los Cantares: «Si
alguien quisiera com prar el am or con todas las riquezas de
su casa, se haría despreciable» (Cant 8,7).
Mientras Judas piensa ganar a lgo traicionando al amor, la
mujer demuestra a Jesús un am or que no tiene precio,
porqu e el amor, el auténtico, no calcula, «no busca su in­
terés» (1 Cor 13,5).
Tam bién la acción de rom per el vaso y derramar el un­
gü ento sobre la cabeza de Jesús es rica en significado sim ­
b ólico. El am or no pu ede ser verdadero si no se hace don,
y en el gesto de quebrar el vaso la mujer intenta expresar la
ofrenda d e su vida, c o m o hará Jesús (M e 10,45).
Marcos precisa adem ás que el ungüento es derram ado
por la mujer sobre la cabeza d e Jesús.
El evangelista equipara la acción de la mujer a la de los
profetas encargados d e ungir al rey de Israel: «C oge la acei­
tera y derrámasela sobre la cabeza, diciendo: “A sí dice el
Señor: T e unjo rey de Israel”» (2R e 9,1-3; 1 Sm 10,1).
Con su acción la mujer recon oce en Jesús el verd a d ero
rey y se declara dispuesta a dar su vida con aquel que, al­
gunos días después, será crucificado c o m o «Rey de los Ju­
díos» (M e 15,26).
Gracias a este gesto la mujer se convierte para Jesús en
«perfum e de su conocim iento» («D o y gracias a Dios, que
constantem ente nos asocia a la victoria que él ob tu vo por el
Mesías y qu e por m ed io nuestro difunde en todas partes el
perfu m e de su conocim iento», 2 Cor 2,14).
Pero si la mujer, derram ando el perfum e, se muestra dis­
puesta a dar su propia vida, otros, aqu ellos que «acom ­
pañan» a Jesús, pero no lo «siguen», encuentran inútil la
muerte del Mesías y reaccionan enojados: «¿Por qu é se ha
m algastado así el perfume?».
La mujer del evangelio 165

Jesús había dicho: «El qu e quiera poner a salvo su vida,


la perderá; en cam bio, el que pierda su vida por causa mía
y de la buena noticia, la pondrá a salvo- (M e 8,35).
La mujer ha aceptado esta «pérdida» de la vida, y lo ha
m anifestado en la «pérdida de perfum e» para convertirse ella
misma en «perfum e de Cristo... olor qu e da vida y só lo vida»
(2 Cor 2,15-16).
En la reacción indignada del grupo, que considera un
derroche el derram am iento del perfum e, el evangelista re­
presenta a cuantos no han aceptado la invitación a la en ­
trega total de sí mismos.
Éstos, que quieren «salvar la propia vida», consideran un
error la m uerte de Jesús y no están dispuestos a seguirlo por
el cam ino de la cruz.
D e hecho, según Marcos, en el G ólgota no habrá ningún
hom bre, sino solam ente las mujeres «que, cuando él estaba
en Galilea, lo seguían prestándole servicio, y adem ás otras
muchas qu e habían subido con él a Jerusalén» (M e 15,40).
SANEDRÍN Y SOBORNOS
(M t 28)

La tradición iconográfica de Pascua consagra la im agen


de Jesús resucitado que sale victorioso del sepulcro con el
estandarte de la cruz en mano, con a lb orozo de ángeles y
terror de guardias.
Esta fantasiosa descripción, contenida en un a p ócrifo d el
siglo ii ( Evangelio de Pedro , 36-40), está ausente d e los
cuatro evan gelios reconocidos com o auténticos P or Ia
Iglesia.
Los evangelistas no describen el m om ento de la resu­
rrección de Jesús, sino solam ente lo acaecido después: si
ninguno ha sido testigo de la resurrección, todos p u ed en
serlo d e Jesús resucitado.
En el eva n gelio de Mateo, son dos mujeres las p r o ta g o ­
nistas del encuentro con el resucitado, -María M agdalena y
la otra María1' (m adre de Santiago y de José), yu presentadas
c o m o las qu e «habían seguido a Jesús desde G a lilea para
servirlo» y testigos d e la crucifixión y sepultura (M t 27,55-
56).
Mientras las dos discipulas están junto al sep u lcro, «la
tierra tem b ló violentam ente, porque el ángel del S e ñ o r b ajó
del cie lo y se acercó, corrió la losa y se sentó encim a».
«El ángel del Señor», expresión con la que se indica la ac­
ción d e D ios m ism o cuando se comunica con la hu m an id ad
(E x 3,2-6), ha aparecido ya al com ienzo del e v a n g e lio d e
168 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

M ateo para anunciar la vida d e Jesús y lu ego para d e fe n ­


derla de la trama hom icida de H erod es (M t 1,20.24; 2,13).
Esta tercera intervención suya tiende a confirm ar qu e la
vida, cuando p roced e d e Dios, es indestructible.
El terrem oto que acom paña su venida es uno de los
signos qu e en el Antigu o Testam ento precedían a la mani­
festación de Dios: en el libro del É xodo está escrito que,
antes de qu e Yah vé descendiese sobre el Sinaí, «toda la
montaña tem blaba» (E x 19,18).
Tam bién este terrem oto p reced e a una revelación divina,
c o m o cuando Jesús ex p iró y «la tierra tem bló» (M t 27,51): en
la muerte de Jesús se había revela d o tod o el am or de Dios,
en la resurrección se manifiestan las consecuencias de su
am or fiel.

F.L M UERTO ESTÁ V IV O . LOS VIVO S, MUERTOS

El ángel corre la piedra del sepulcro, que separaba d e fi­


nitivam ente el m undo d e los muertos del de los vivos, y se
sienta sobre ella, con la posición típica del ve n ce d o r
(A p 2,21): con la resurrección de Jesús la muerte ha sido d e ­
finitivam ente vencida.
La irrupción de la vida se convierte, sin em bargo, en una
experiencia funesta para cuantos son guardianes de la
muerte: en lugar de ser vivificados por la m anifestación del
D ios d e la vida, los guardias se vu elven «com o muertos».
N o teniendo vida en sí, no sólo no consiguen percibirla
cuando ésta se manifiesta, sino que se introducen aún más
«en tinieblas y en sombras d e muerte» (Le 1,79).
Ellos se autoexcluyen del anuncio del ángel que, ig n o­
rando a los guardias qu e han tenido m ied o d e la aparición
hasta el punto de desfallecer, anima solam ente a las dos
mujeres: «N o tengáis m iedo. Ya sé que buscáis a Jesús el
crucificado; no está aquí, ha resucitado, c o m o tenía dicho».
Sanedrín y sobornos 169

Y les encarga ir a decir a los discípulos que Jesús, resucitado


de los muertos, los precederá en Galilea; allí lo verán.
Una v e z co m p ren d id o que no se pu ed e buscar entre los
muertos al que v iv e (Le 24,5), las dos mujeres abandonan
rápidam ente el sepulcro, y con form e se alejan de la tumba,
su tem or se desvanece, sustituido por una gran alegría qu e
es confirm ada por el encuentro con Jesús.
La fe de las discípulas en la resurrección no se basa en la
visión de un sepulcro vacío, que había sido también visto
por los guardias, sino en la experiencia de Jesús v iv o y v iv i­
ficante qu e se les acerca y las saluda diciendo: «Alegraos».
Esta expresión, que aparece solam ente dos veces en el
E van gelio de Mateo, es la misma que se utiliza al final de las
bienaventuranzas: «Estad alegres y contentos, que grande es
la recom pensa que D ios os da; p orqu e lo m ism o persi­
guieron a los profetas que os han precedido» (M t 5,12).
La primera palabra pronunciada por Jesús resucitado
está unida a la recom pensa por la fidelidad a las b ien a ven ­
turanzas incluso en la persecución. Esta «recom pensa» es
una vida capaz de superar la muerte, ahora visible en Jesús,
que confirm a a las mujeres cuanto les había anunciado el
ángel: los discípulos si quieren ve rlo deben subir a Galilea.
La necesidad de ir a Galilea, que en el relato de la resu­
rrección aparece tres veces para subrayar la importancia del
encuentro en esta región, no es com prensible desd e el
punto de vista histórico.
La incongruencia es que, mientras Jesús está muerto, es
sepultado y resucita en el sur, en Judea, en Jerusalén, y los
discípulos están en aquella ciudad, se les dice qu e si
quieren ve rlo deben subir al norte, a Galilea: ¿por qué rec o ­
rrer más de cien kilóm etros y aplazar por tanto al m enos
tres o cuatro días el importante encuentro con Jesús resuci­
tado?
En los evan gelios de Lucas y de Juan, Jesús se aparece a
sus discípulos en Jerusalén el m ism o día de la resurrección:
170 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

«Aquel día prim ero de la semana, estando atrancadas las


puertas del sitio don d e estaban los discípulos, por m ied o a
los dirigentes judíos, lleg ó Jesús, haciéndose presente en el
centro, y les dijo: Paz con vosotros» (Jn 20,19; Le 24,36).
El ev a n ge lio de Marcos contiene la cita en Galilea c o m o
en M ateo (M e 16,7), pero lu ego el último redactor, aña­
d ien d o los ep isod ios de las apariciones, escribe qu e Jesús el
m ism o día de la resurrección «se apareció a los O nce, es­
tando ellos a la mesa» (M e 16,14).
M ateo es ciertam ente el único evangelista que co n d i­
ciona la aparición de Jesús resucitado a Galilea (M t 26,32),
indicación qu e no guarda relación con un itinerario g e o g rá ­
fico, sino con un cam ino de fe.
C om o las mujeres han encontrado a Jesús solam ente
después de haberse alejado del sepulcro, así los discípulos
com p ren d en que, si quieren ver al Señor, deben abandonar
Jerusalén, ciudad de muerte «que mata a los profetas y a p e­
drea a cuantos Dios sigue enviándoles» (M t 23,37), ciudad
don de, según Mateo, Jesús resucitado no se aparecerá
nunca.
Por esto los on ce discípulos suben a Galilea, y a pesar
de qu e Jesús no había especificad o el lugar preciso para el
encuentro, van «al m onte que Jesús les había indicado»
(M t 28,16).
Ni el «m onte» (sin n om bre), ni tam poco Galilea, indican
un punto topográfico, sino teológico. El único m onte d e G a­
lilea qu e aparece en el ev a n ge lio de M ateo es el lugar
d o n d e Jesús anunció con las bienaventuranzas el program a
del reino de Dios.
El evangelista quiere hacer com prender que, si se quiere
encontrar a Jesús resucitado, es necesario situarse en el ám ­
bito de las bienaventuranzas y practicarlas (M t 5,1-10).
Experim entar a Jesús resucitado no es un p rivilegio co n ­
c e d id o hace dos mil años a una decena de privilegiados,
sino una posibilidad ofrecida a los creyentes de todos los
Sanedrín y sobornos 171

tiem pos: la visión de D ios no es un p rem io reservado para


el futuro, sino una constante, cotidiana experiencia en el
presente para los «lim pios de corazón», las personas lím ­
pidas y transparentes, proclam adas dichosas porqu e «verán»,
experim entarán a D ios d e m od o perm anente en su exis­
tencia (M t 5,8).
Los discípulos son once, está ausente Judas, el h om bre a
quien «más le valdría no haber nacido» (M t 26,24).
El «m onte» es el lugar de aquellos que, aceptando las
bienaventuranzas, han e le g id o voluntariam ente junto con la
pobreza el com partir generosam ente cuanto tienen y son.
Judas no pu ede estar entre ellos. Él, «ladrón» (Jn 12,6) es un
adorador del dios Mamm ón , cu yo culto cruento pid e conti­
nuam ente sacrificios humanos.
Por treinta sid o s de planta, el precio de un esclavo,
Judas ha v e n d id o a Jesús y a sí m ism o (M t 26,14-16;
Ex 21,32).
Pero si Jesús, por dinero, ha encontrado la muerte física,
Judas, el «hijo de la perdición» (Jn 17,12), por dinero, ha ido
al encuentro de la aniquilación definitiva de su persona, e n ­
gu llid o por la muerte eterna (M t 19,28; 27,3-10).

SACERDOTES DEL DIOS «M A M M Ó N »

Mientras las mujeres van a llevar un anuncio de vida,


tam bién los guardias llevan un mensaje, pero de muerte: las
mujeres van a los discípulos, que ahora por primera v e z
Jesús llama sus «hermanos», por cuanto «cum plen la v o ­
luntad del Padre» (Mt 12,50); los guardias van a sus e n e ­
m igos, aquellos que cum plen los deseos de su padre, el
diablo, «hom icida desde el principio» (Jn 8,44).
«Los sumos sacerdotes se reunieron con los senadores,
llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una suma
considerable, encargándoles: «D ecid que sus discípulos
172 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

fueron d e n och e y robaron el cu erpo mientras vosotros d o r­


míais. Y si esto llega a oíd os del gobernador, nosotros lo
calm arem os y os sacarem os de a p u ro s »».
A qu éllos, tomada la considerable suma d e dinero, «si­
guieron las instrucciones. Por eso corre esta versión entre
los judíos hasta el día de hoy».
Los guardias eran rom anos al servicio del gobern ad or.
Eran los d o m in ad ores d e Palestina: y sin em b argo los c o n ­
quistadores fueron conqu istados por la «suma c o n sid e­
rable».
Dispuestos a traicionar al gobernador, a jurar en falso,
los guardias, con tal de em bolsarse unas pocas m onedas,
son en realidad m ercenarios prontos a venderse a quien
más ofrezca.
El ep is o d io de los guardias com prados se narra sola­
m ente en el eva n gelio de Mateo, d o n d e el din ero aparece
siem pre con una luz siniestra y c o m o instrumento de
muerte de parte del rival de Dios, Mamm ón , el dios-lucro.
Con el din ero los sumos sacerdotes se habían a p od erad o
de Jesús, traicionado y ve n d id o por Judas, y con el din ero
ahora intentan im pedir el anuncio de la resurrección.
Jesús había dicho que no era «posible servir a D ios y a
Mamm ón ».
Si de cara a esta alternativa «los fariseos, q u e eran
am igos d el dinero, se burlaban de él» (L e 16,13-14), los
sumos sacerdotes habían e le g id o sin duda a qué dios servir.
Ellos son sacerdotes de Mamm ón , el dios falso que
op rim e y com unica muerte.
Q u ien tiene por dios el din ero no pu ed e ser testigo d e la
resurrección, sino sólo su negador.
Judas, p o r dinero, ha traicionado a su maestro, pero los
sumos sacerdotes con el dinero han traicionado a Dios.
Los sum os sacerdotes y fariseos escon den la verdad para
m antener sus propios privilegios, definen a Jesús «un em ­
bustero» y a la resurrección c o m o «una impostura» (M t 27,63-
Sanedrín y sobornos 173

64), incurriendo en lo qu e se define en los evan gelios c o m o


-calumnia contra el Espíritu» (M t 12,31-32).
El sanedrín, que se había reunido ya para dar muerte a
Jesús (M t 26,3-59; 27,1.7.62), lo hace ahora para im pedir la
noticia de la resurrección.
Y el eva n gelio de M ateo se cierra con el preten did o c o n ­
traste entre «enseñanzas»: mientras las últimas palabras de
las autoridades religiosas son las instrucciones dadas a los
guardias para ocultar la vida del resucitado, la última en se­
ñanza de Jesús a sus discípulos se dirige a com unicar vida
indestructible a la humanidad entera: «Id y haced discípulos
de todas las naciones, bautizadlos para vincularlos al Padre
y al H ijo y al Espíritu Santo» (Mt 28,19).
CONCLUSIÓN
EL SANTO, EL PAPA Y EL EVANGELIO

Hay dos personajes que, para bien o para mal, han in­
flu ido am pliam ente en la historia del cristianismo.
U no se había enam orado de la buena noticia traída por
Jesús hasta identificarse con ella.
El otro apenas ha sido tratado de refilón.
Uno lle g ó a santo, el otro a papa. El papa fue refractario
al evan gelio.
H oy el santo es más actual qu e nunca y el papa es ig n o ­
rado.
D e hecho, mientras el hum ilde Juan, hijo de la señora
Pica y Bernardone de Asís, c o n o cid o con el n om bre de
Francisco, está presente con su estilo de vida y con sus e n ­
señanzas, ninguno se acuerda del belicoso Lotario, hijo de
los condes de Segni, llegado a papa con el nom bre de In o ­
cen cio III.
Los dos vivieron en la misma ép oca y fueron hijos de la
m entalidad y de la cultura d e aquel tiem po.
A m b os leyeron el m ism o eva n gelio y eligieron seguir a
Jesús.
Pero los m odos de manifestar este seguim iento son e x ­
trem adam ente diferentes.
Si todavía hoy se ora y se canta con las palabras de Fran­
cisco («A lab ad o seas mi Señor...-), los escritos de Lotario,
por suerte, se han olvidado.
176 Cómo leer el evangelio y no perder la fe

Lotario escribió cuando todavía era cardenal El desprecio


d el m u n d o , libro que durante casi seis siglos fue un bestse-
11er y form ó, o m ejor deform ó, la espiritualidad cristiana.
Francisco escribió só lo unas pocas, pero incisivas líneas to ­
davía válidas.
Lotario, con fu n dien d o su tétrico pesim ism o con santas
inspiraciones, escribió:
«El hom bre es co n ceb id o de la sangre putrefacta por el
ardor de la lujuria, y se pu ede decir qu e ya están junto a su
cadáver los gusanos funestos. D e v iv o en gen d ró lom brices
y piojos, de muerto engendrará gusanos y moscas; de v iv o
ha cread o estiércol y vóm ito, de m uerto producirá pu dre­
dum bre y hedor; de v iv o ha ceb a d o a un so lo hom bre, de
m uerto cebará gusanos sin número... Felices aquellos que
mueren antes de nacer y que antes d e co n ocer la vida han
prob ad o la muerte... mientras vivim os m orim os continua­
m ente y dejarem os de ser muertos cuando acabem os de
vivir, porqu e la vida mortal no es otra cosa que una muerte
viviente...» ( D e c o n t. m u n d i 3,4).
Según Lotario, cuando Jesús resucita a Lázaro llora «no
p orqu e Lázaro había muerto, sino más bien porqu e lo lla­
maba de la muerte a la miseria d e la vida» (1,25).
Si para Lotario tod o es horrible y fuente de llantos, para
Francisco to d o es b ello y fuente de bendición: «Alabado
seas mi Señor con todas tus criaturas... Tu eres santo, Señor
D ios único, qu e haces cosas estupendas... Tú eres belleza...»
( C á n tico de la C riatu ras y A la ba n za s de D ios Altísim o').
Frente a los problem as d e la ép oca am bos respondieron
con soluciones diferentes.
El Papa Inocencio III es el papa más p oderoso del m e­
dievo, aquél que llevará hasta el culmen la concepción de la
realeza papal, y el estado de la Iglesia a su máxima extensión.
Es él quien sueña que la iglesia está a punto de derrum ­
barse, pero ésta será salvada por el herm ano Francisco: «Ve,
repara mi casa que, c o m o ves, está toda en ruinas».
Conclusión. El santo, el papa y el evangelio 177

El papa pensó salvar la Iglesia anunciando la cuarta cru­


zada contra los sarracenos y c o n v o c ó incluso un co n cilio
(Lateranense IV ) para definir aproxim adam ente unos se­
tenta m odos de hacer la -guerra santa» o bien có m o matar a
los infieles del m od o más eficaz (y nunca se mata con tanto
gusto c o m o cuando se asesina en nom bre de D ios).
Francisco fue desarm ado al sultán y se hizo su am igo.
In ocen cio, hom bre b elicoso y violen to, d io co m ie n zo a
la primera form a de Inquisición (la ep isc o p a l) y q u e m ó en
la hoguera a cuantos en la Iglesia no estaban de acu erdo
con él. Tétrico en vida, su fin fue macabro.
M urió cuando estaba a punto de subir en su caballo con
la espada en m ano para com batir a los en em igos y su ca­
dáver, abandonado de lod os y en avan zado estado de des­
com p osición , fue desp ojad o y robado por los ladrones en la
catedral de Perugia.
Francisco, al acercarse la muerte, se hizo desvestir y
pon er desnu do en tierra y murió cantando un him no de ala­
banza, rod ead o del am or de sus hermanos.
Un único Señor, un so lo evan gelio, dos respuestas d ife ­
rentes, un so lo santo.
GLOSARIO

Apócrifo: Escrito considerado como no inspirado y, consi­


guientemente, no admitido en el canon o lista de li­
bros sagrados.
A rameo.- Lengua semítica, muy semejante al hebreo, hablada
en Israel en tiempos de Jesús.
Baal: (Señor). Propietario. Patrono. Marido. A veces indica
el nombre de divinidades paganas.
Diezmo: Décima parte de los productos de la tierra y de los
animales que hay que ofrecer para el mantenimiento
del templo.
Escriba: Máxima autoridad judía en el campo legislativo y re­
ligioso.
Fariseos: Grupo de laicos observantes de las mínimas prescrip­
ciones de la Ley, especialmente de los preceptos re­
lativos a lo puro y lo impuro.
Gehenna: (en hebreo: ge-binnoti, abreviación de ge-ben-
bimnon: valle del hijo de Hinnom). Valle al sur de Je-
insalén donde se realizaban sacrificios humanos en
honor al Dios Moloc; transformado en basurero en
tiempos de Jesús.
Judaismo: Movimiento religioso originado después de la vuelta
del destierro de Babilonia.
LXX: Traducción griega de la Biblia Hebrea
Mesías: -Ungido» (del Señor). Cristo es la traducción griega.
Rabbí: Título honorífico usado en Israel para designar a los
estudiosos e intérpretes de la Biblia.
180 Glosario

Rabino: Guía espiritual-jurídico de la comunidad hebrea.


Sábado: Día de descanso, de absoluta abstención del trabajo y
culmen de la semana hebrea. El sábado comienza la
tarde del viernes al despuntar la primera estrella y
termina la tarde del sábado.
Sinagoga. (Casa de la asamblea). Lugar de reunión y de oración
de la comunidad hebrea.
Talmud: (Estudio). Indica el conjunto de la Misná, más el co­
mentario a la misma hecho por los rabinos. Es cono­
cido como Talmud de Jerusalén (o palestinense) y
Babilonio, según el lugar de formación.
Yahvé: Vocalización de YIIW H, tetragrama sagrado del
nombre de Dios, cuya exacta pronunciación se des­
conoce. En su lugar los hebreos leen Adonai (Señor
mío).
BIBLIOGRAFÍA

Para profundizar en los temas tratados se remite a las siguien­


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LISTA DE PERÍCOPAS
EVANGÉLICAS COMENTADAS

Visita de los magos y pastores (Mt 2,1-12; Le 2,1-20) ........ 31


Donativos al templo. La viuda pobre (Me 12,41-44) .......... 146
El principal mandamiento (Me 12,28-34) ........................... 55
El enfermo de la piscina (Jn 5,1-18)................................... 119
La Samaritana (Jn 4,1-42) ................................................... 47
Maldición de la higuera (Me 11,12-25) .............................. 143
El hombre rico (Me 10,17-22) ............................................ 103
La pecadora y el fariseo (Le 7,36-50) ................................. 63
El paralítico (Mt 9,1-8) ....................................................... 71
La muerte de Juan Bautista (Mt 14,1-12; Me 6, 17-29) ....... 95
La adúltera (Jn 8,1-11)........................................................ 111
El funcionario real (Jn 4,46-54) ......................................... 87
El leproso (Mt 8,1-4) .......................................................... 39
La hemorroísa (Me 5,25-34) ............................................... 79
El endemoniado (Le 4,31-37)............................................. 127
El discípulo amado (Jn 13,23) ........................................... 25
El ciego (Jn 9) .................................................................... 135
La madre de los hijos del Zebedeo (Mt 20,17-34) ............. 151
La unción en Betania (Me 14,3-9) ...................................... 159
La tumba vacía (Mt 28) ...................................................... 167

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