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El matrimonio y la familia también son “don y comunión”

En la nota de mayo, vimos que estas dos categorías que estamos usando para leer los misterios de
la fe y de la vida cristiana, a saber, “don de sí mismo” y “comunión”, se aplicaban a la relación de
creación que tiene el ser humano con su Creador. Pues el hombre ha sido creado a “imagen y
semejanza” de su Creador (Gn 1, 26s): Dios, por amor, le participa al hombre algunas de sus
características supremas: ser personal, con inteligencia, voluntad, libertad. Y esto es un don
grandioso... que permite que el hombre pueda acceder a una comunión con Dios de un orden
superior a todo los demás seres del mundo: el hombre puede entrar en Alianza de conocimiento y
amor con su Creador.
Ahora bien, como vinimos mostrando desde el principio, el Dios cristiano es la Trinidad: Padre,
Hijo y Espíritu Paráclito. Por eso, en la fe cristiana hablamos de una “Trinidad creadora” y decimos
que “la creación es obra de la Santísima Trinidad” (CCE 290-292).
Entonces, el ser humano es creado “imagen y semejanza” –no de un Dios solitario– sino de un
Dios que es Comunión de Personas. De ahí, que ya desde su “ser imagen y semejanza” el ser
humano está hecho para la comunión. Por tanto, el concepto de “imagen de Dios” tiene dos
aspectos:
– la naturaleza humana es creada «a imagen y semejanza» de la naturaleza divina; pues –como la
naturaleza divina– también la naturaleza humana existe, con inteligencia, voluntad, libertad, etc.
– y la comunidad humana es creada «a imagen y semejanza» de la Comunión consustancial de las
Personas divinas, y –por eso– con una “vocación estructural” para el diálogo, el amor y la
comunión.
Y, como comenzábamos a ver en la nota del mes pasado, la comunión interpersonal humana se
realiza de modo paradigmático en el matrimonio y la familia.
Pues el ser humano no existe “en abstracto” sino como mujer y como varón. Y en este “ser
mujer” y “ser varón” hay una orientación estructural y dinámica al don mutuo, porque son “el uno
para el otro” (CCE 371); y esto produce una comunión en que la “unidad de los dos” (CCE 372) y
su “igualdad” (CCE 369a) no anulan unas enriquecedoras “diferencias queridas por Dios” (CCE
369b).
Por eso, el matrimonio y la familia son un verdadero llamado a un estado particular de la vida
cristiana: es la vocación de constituir una “iglesia doméstica”... de la cual surgen todas las otras
vocaciones cristianas.
Y en “la familia… el hombre y la mujer son llamados al don de sí en el amor y en el don de la
vida” (CCE 2207). Complementariamente, “la familia cristiana es una comunión de personas,
reflejo e imagen de la comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo” (CCE 2205; cf. 2204).
Mirando la misma experiencia familiar desde otro ángulo, volvemos a ver las dos claves –“don de
sí mismo y comunión”– entrelazadas de varios modos (y, conjuntamente, aparecen el nivel del ser y
el del obrar).
Pues la persona recibe el don de la vida y nace en una “familia de origen” que es una comunidad
de ser (consanguinidad) que promueve la comunidad de amor (afecto entre padres e hijos,
fraternidad entre los hermanos).
Y, al crecer, la persona contrae matrimonio: comunidad de amor que –al hacer de los cónyuges
“una sola carne” los constituye en una comunidad de ser– de la cual surgirán los hijos... y continúa
esta dinámica del don y de la comunión, en el ser y en el amor.
Y en esto, la familia cristiana se parece –de nuevo– a la Trinidad divina, que es un misterio de
comunión, ya desde su mismo ser trinitario.
Por eso, en la “base metafísica” de la comunión trinitaria, afirmamos la consustancialidad
numérica: “es la infinita connaturalidad de Tres Infinitos” (CCE 256), que son una “comunión
consustancial” (CCE 248): “la Santísima Trinidad vivificante, consubstancial e indivisible” (CCE
689).
Y en la “cumbre moral” de la comunión trinitaria, contemplamos que Dios mismo es “eterna
comunicación de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo” (CCE 221), “el misterio de la Comunión del
Dios Amor, uno en tres Personas” (CCE 1118); porque “Dios es amor y vive en sí mismo un
misterio de comunión personal de amor” (CCE 2331): “el Misterio de la Comunión de la Santísima
Trinidad” (CCE 738).
Por eso, se ha dicho que “la consustancialidad de las Personas Divinas define un ritmo interior
propiamente divino que se basta a sí mismo tanto desde el punto de vista del ser, ya que expresa una
plenitud; como desde el punto de vista del amor, ya que... las personas entre las que “circula” esta
plenitud de ser, no son de ninguna manera "para-sí mismas", sino que se constituyen en y por las
otras”.1
Que el Espíritu Santo –Quien es “la Comunión en Persona” y el “Don derramado en nuestros
corazones”– nos ayude a comprender y, sobre todo, a vivir este misterio de comunión que es... cada
uno de nosotros. Amén.

1
G. LAFONT, Peut-on connaitre Dieu en Jésus-Christ? Problematique, Paris, 1969, 293.

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