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CAPÍTULO CUARTO

EL ORIGEN DE LAS LIBERTADES INDDIVIDUALES

SUMARIO: I. INTRODUCCIÓN.– II. LA DECLARACIÓN DE DERECHOS


NORTEAMERICANA.– 1. Los orígenes de la libertad de creencias en las colonias
americanas.– 2. La Declaración de independencia.– 3. La Constitución y las libertades
individuales.– III. LA DECLARACIÓN FRANCESA DE LOS DERECHOS DEL HOMBRE.–
IV. INDIVIDUO Y COMUNIDAD.– 1. Autonomía vs. paternalismo.– 2. Libertad religiosa y
libertad de pensamiento.– 3. La ideología del Estado y la libertad de creencias.

I. INTRODUCCIÓN

La historia de los siglos XVI al XVII anuncia el fin de un período y el comienzo de un nuevo
marco de convivencia para la humanidad. Como todo tiempo terminal es un momento agitado,
convulso.
En este período histórico, conocido con el nombre de Edad Moderna se producen cambios
formales y estructurales que aporta el Estado moderno, pero las raíces del Estado continúan siendo
las mismas que soportaron la comunidad política en el mundo clásico y en la cristiandad medieval.
Por una parte se encuentran los partidarios de las monarquías absolutas y confesionales
avalados por la tradición como soporte de la comunidad política, por otro lado aquellos que miran el
futuro, que pretenden una nueva sociedad, defensores de la tolerancia, el pacto en la sociedad, la
separación Iglesia-Estado, que es tanto como decir la ruptura de la comunidad política y de la
comunidad cultural etc.
El cambio político cultural que se produce con la Revolución americana y la Revolución
francesa es un cambio histórico fundamental porque supone la ruptura de una concepción política
tradicional y la apertura a un nuevo modelo en el que el Estado inicia su andadura sin ese soporte
clásico y se aventura a conciliar un Estado, aparentemente neutral en su ideología, con un pluralismo
ideológico, religioso, político y social de sus miembros.
Las Declaraciones de Derechos americana y francesa son, por tanto, el punto de partida de
una nueva cultura política. Y a diferencia de otras declaraciones de derechos, tienen la virtud de
marcar el rumbo a los demás Estados, porque estas declaraciones no tienen una vocación localista o
particular. Basada la libertad en la propia naturaleza humana, tienen un claro carácter universal
aplicable en todos los pueblos, naciones y Estados, porque son libertades universales que deben ser
reconocidas y protegidas en cualquier punto del universo.
No se debe olvidar, no obstante, que el detonante de este cambio político y cultural,
favorecido por los abusos del absolutismo político, va a ser la reivindicación de la libertad de
creencias. Una libertad que se convierte, en la primera de las libertades especializadas, como
expresión de la capacidad de autodeterminación personal en relación con las convicciones más
profundas del ser humano.

II. LA DECLARACIÓN DE DERECHOS NORTEAMERICANA

1. Los orígenes de la libertad de creencias en las colonias americanas

La emigración anglosajona hacia las colonias norteamericanas ha tenido causas muy

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diversas; sin embargo, una de las más relevantes ha sido la religiosa. Muchos emigrantes buscaban
en las colonias un lugar en que pudieran encontrar la libertad para vivir de acuerdo con sus
creencias. Esta expectativa no siempre se hizo realidad; los asentamientos se hicieron
frecuentemente por grupos religiosos que elegían un territorio y rechazaban o prohibían la presencia
de otros grupos distintos.
La hostilidad hacia otros grupos y la intolerancia consiguiente tuvo como protagonistas
principales a la Iglesia ortodoxa anglicana que sin embargo, fueron desbordados por la apatía de los
clérigos de la Iglesia oficial y el constante incremento de población perteneciente a otros credos
religiosos y los puritanos más activa e intransigente asentados principalmente, en Nueva Inglaterra y
Massachusetts, donde la intolerancia sólo se vio frenada por la inmigración de otros grupos
religiosos.
En Maryland, fundada por católicos, la Asamblea aprobó, en 1649 un Acta de Tolerancia en
la que se reconoció el libre ejercicio de la libertad religiosa y la prohibición de que se obligue a
nadie a asumir unas creencias o ejercer una religión contra su consentimiento.
En Pennsylvania, donde se asentaron los cuáqueros, W. Penn llevó a cabo el “Santo
experimento”, en el que se ensayó la aplicación más amplia de la libertad religiosa, siendo
reconocida en el art. 1 de la Constitución. Disposiciones análogas fueron adoptadas en Rhode Island
y Providence, reconociendo que ninguna persona podría ser molestada por diferencia de opinión en
materia de religión, siendo libre de tener y disfrutar de sus propios juicios y opiniones en lo
referente a materias religiosas.
El reconocimiento de la tolerancia y de la libertad religiosa tiene en las colonias
norteamericanas un doble origen: el acuerdo (convenant) entre los colonos y la concesión por parte
del monarca. Esto último no deja de sorprender si se tiene en cuenta la férrea disciplina que se
aplicaba en la metrópoli, en la que la religión anglicana, como religión de Estado, excluía a
cualquier otra religión disidente.
La oposición radical a la Iglesia anglicana de los grupos religiosos disidentes, el
anticlericalismo, surgido en la propia metrópoli y trasladado a las colonias, así como la influencia de
la Ilustración fueron componentes decisivos para la formación de la ideología revolucionaria, que
había de llevar a cabo el proceso de independencia de las colonias. La libertad de conciencia para
todos los grupos religiosos y la libertad frente a la Iglesia anglicana se convirtieron en ideas políticas
de la revolución, que se plasmarían ya en la declaración de Derechos de Virginia: Donde se
reconocía a todos los hombres su derecho al libre ejercicio de la religión de acuerdo con el dictamen
de su conciencia.

2. La Declaración de Independencia

Las manifestaciones a favor de la tolerancia y de la libertad religiosa, que hemos advertido


en los acuerdos de las colonias, se van a complementar con la declaración de independencia de cada
una de ellas, que se va a producir a lo largo del año de 1775. El 7 de junio de 1776 el Congreso
ratifica estas declaraciones de independencia al declarar que las colonias unidas son, y de pleno
derecho deberán ser, Estados libres e independientes que se hallan liberadas de toda alianza con la
Corona británica y que toda conexión política entre ellas y el Estado de Gran Bretaña está y debería
estar totalmente disuelta.
A pesar de ello, el Congreso encargó a una comisión la elaboración de un nuevo documento,
conocido como la Declaración de Independencia, y que fue aprobado el 4 de julio de 1776. El
significado real de este documento parece ser su comunicación a los pueblos del mundo de la

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decisión adoptada por las colonias y las razones en que se ha basado. Es un documento, por tanto, de
dimensión universal, en el que se declaran unos principios que pretenden tener también validez
universal.
El primer principio declara, que todos los hombres han sido creados iguales y que poseen
ciertos derechos inalienables, entre los que se encuentran la vida, la libertad, y la búsqueda de la
felicidad.
El reconocimiento de estos derechos, como previos a su condición de ciudadano y su carácter
inalienable, constituyen la primera formulación de las libertades públicas en sentido moderno.
El segundo principio expresa el carácter contractualista o pactista del Gobierno. La idea del
pacto como fundamento del Gobierno tiene una justificación: la garantía de las libertades
individuales. Por eso si no cumple esos fines, el Gobierno, que nace del consentimiento pe los
gobernados, puede abolirlo e instituir un nuevo Gobierno.
El texto, atribuido a Jefferson guarda una estrecha relación con la Declaración de Derechos
del Buen Pueblo de Virginia, aprobada unos días antes (12 de junio 1776) y cuya autoría se atribuye
también a Jefferson.
El reconocimiento de las libertades de todos los hombres y de unos derechos innatos,
basados en la naturaleza humana, no puede perderse por su incorporación al estado de sociedad: la
vida y la libertad; la propiedad; la felicidad y la seguridad.
Por otra parte, el poder es inherente al pueblo y, en consecuencia, procede de él. Los
magistrados son sus mandatarios y servidores y responsables ante él. Y si un Gobierno resulta
inadecuado a estos principios, una mayoría de la comunidad tiene el derecho indiscutible,
inalienable e irrevocable de reformarlo, alterarlo o abolirlo.
La declaración de Virginia viene directamente del corazón de la naturaleza y proclama los
principios de gobierno para todos los pueblos de todos los tiempos futuros». Estos principios de
validez universal suponen la ruptura con toda la tradición anterior, donde los derechos individuales
son concesiones del poder y el individuo sólo tiene derechos si goza de un estatus dentro de la
comunidad. La división individuo-comunidad constituye el primero de los dos grandes factores
revolucionarios de la Declaración de Derechos americana. La segunda división será la separación
Iglesia-Estado.
Nada de esto saben las leyes inglesas. No quieren éstas reconocer un derecho eterno, natural;
sólo reconocen un derecho que viene de los antepasados: los derechos antiguos, indiscutibles, del
pueblo inglés».
En las teorías políticas citadas, comenzando por la democracia ateniense, el poder reside en
la comunidad que lo cede o transfiere al príncipe o al magistrado, que queda sometido a las leyes de
la comunidad, que es la única competente para aprobarlas. Por ello, la vulneración de la ley puede
ser causa legítima de deposición del magistrado. La relación, en todo caso, es entre la comunidad y
el magistrado o príncipe, careciendo de relevancia el individuo, cuya situación jurídica dependerá de
la concesión que le haga la comunidad.
La apelación a los derechos históricos, individuales o familiares se hace frente al déspota o
tirano que incumple la ley en virtud de la cual la comunidad ha reconocido determinados derechos o
privilegios. Su suerte está vinculada a la de la comunidad, de manera que fuera de la comunidad
pierde o carece de todo derecho.
La transición medieval del Derecho viejo al Derecho nuevo, del Derecho consuetudinario o
espontáneo al Derecho de nueva creación pone en tensión la relación poder-comunidad,
estableciendo mecanismos de salvaguarda de la comunidad frente a los poderes del rey. Al amparo
de los derechos de la comunidad se pretenden defender derechos o libertades individuales históricas

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(privilegios, franquicias, etc.), pero siempre frente al poder (rey) e invocando la concesión de la
comunidad.
La idea contractual que se recupera en la Declaración americana tiene un doble significado:
a) El pacto entre los individuos para constituir la comunidad política. Ello quiere decir que el
pacto social reconoce y garantiza los derechos y libertades de todos los hombres de los
que no se puede privar, por tanto se produce una frontera entre el individuo y la
comunidad que salvaguarda dichos derechos. No tiene precedente históricos.
b) Que el poder reside en la comunidad política y los magistrados son sus representantes y
mandatarios. Este significado sí tiene antecedentes históricos, como antes hemos visto,
pues el pacto entre comunidad y poder constituye un elemento clásico, cualquiera que
haya sido sus aplicaciones, de la doctrina política. Su vigencia es un rechazo claro del
absolutismo político y un reencuentro con las teorías políticas clásicas y medievales.

3. La Constitución y las libertades individuales

Las libertades públicas han sido incorporadas a la Constitución de Estados Unidos de 1787 a
través de enmiendas a la Constitución, materializadas principalmente en las nueve primeras
aprobadas en 1791.
La libertad religiosa, de palabra, de prensa, de reunión (enmienda 1.); de poseer y llevar
armas (enmienda 2.); la inviolabilidad del domicilio, de las personas y de los documentos privados
(enmiendas 3. y 4.); derechos penales y procesales (enmiendas 5., 6. y 7.); integridad personal y
limitación de fianzas y multas (enmienda 8.), etc., constituyen el principal elenco de derechos y
libertades reconocidas y garantizadas con rango constitucional.
Especial significado tiene – en el marco de este estudio – la primera enmienda en la que se
recogen dos cláusulas de gran relevancia en el constitucionalismo norteamericano La primera
cláusula se refiere a la prohibición de establecer por el Congreso una religión oficial, abriendo paso
a la implantación del sistema de separación entre Iglesia y Estado.
La segunda consiste en la garantía del libre ejercicio de la religión, con lo que alcanza la
máxima expresión el derecho de libertad religiosa.
La separación Estado-Iglesia parece a la vista de los constituyentes americanos una
condición necesaria para el pleno disfrute y ejercicio de la libertad religiosa. Pero, en el contexto
histórico en que se produce constituye la ruptura radical con un principio tradicional, sublimado con
el absolutismo político y confesional, que establecía una vinculación indisoluble entre unidad
política y unidad religiosa.
Es por todo ello que la separación Iglesia-Estado, sancionada en la primera enmienda,
supone llevar a la praxis política por primera vez la doctrina cristiana fundacional de la separación
entre religión y política. La incompetencia del Estado en asuntos religiosos y la incompetencia de la
Iglesia en asuntos políticos quedaba sancionada plenamente, sin dejar resquicios a posibles y
posteriores interferencias.
La separación es una condición necesaria para el ejercicio de la libertad religiosa y el
legítimo pluralismo confesional. El respeto a esta libertad y al principio de igualdad exigen esta
toma de postura del poder político basada en la neutralidad.
Neutralidad que consiste no sólo en la prohibición al Gobierno de que éste se inmiscuya en la
práctica religiosa de las personas, sino también en la prohibición al Gobierno de un tratamiento de
favor o preferencial a alguna de las confesiones religiosas frente a las demás, en definitiva garantizar
la libertad religiosa y la igualdad del pluralismo confesional.

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III. LA DECLARACIÓN FRANCESA DE LOS DERECHOS DEL HOMBRE.

La Revolución francesa tiene como finalidad derogar el antiguo régimen. Aunque la mayoría
de los diputados no pretendían la abolición de la monarquía y de la aristocracia, sin embargo las
reformas introducidas paulatinamente y la resistencia del rey a admitir otras acabaron por producir
un cambio político sustancial con la abolición de la monarquía absolutista y del antiguo régimen.
La primera reforma significativa fue proponer que el tercer Estado se constituyera en
Asamblea Nacional, invitando a los otros dos Estados a que se incorporasen a ella. Tras un largo
debate, el tercer Estado se proclamaba Asamblea Nacional, depositaria de la soberanía popular.
El 9 de julio la Asamblea se autoproclama Asamblea Constituyente, llevando a cabo así el
primer acto de la Revolución, un acto incruento que constituía la primera victoria de la burguesía.
La Asamblea Nacional – después de proceder a la derogación de los derechos feudales y
proclamar a Luis XVI regenerador de la libertad francesa – aprobó el marco ideológico del nuevo
Estado francés contenido en la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 26 de
agosto de 1789.
La declaración tiene las pretensiones de validez universal que le presta el origen natural de
los derechos y libertades. La universalidad conduce a los asambleístas a marginar referencias
concretas a Francia, desechando otros proyectos que miraban más directamente al pueblo francés.
Este sentido de la universalidad alcanza también a la religión, pero para que pueda
comprender a todos utiliza la fórmula deísta “ser supremo”. «La cuestión religiosa se vacía de
cualquier referencia social y se reduce a tomar como testigo al ser supremo, simple indicación de un
lugar fijo en el orden del discurso que, no obstante, asegura la receptividad de la declaración por
parte de los ciudadanos». Esta mención, efectivamente, acoge una fórmula deísta, resultado de una
transacción entre la posición de algunos diputados ateos, que argumentaban que el hombre tiene sus
derechos por su misma naturaleza y no los recibe de nadie, y la necesidad de conseguir la adhesión
del pueblo francés, en su gran mayoría católico.
Identificada con los principios de la Ilustración, la Declaración señala, como meta de la
sociedad, la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre. El Gobierno por
su parte, está instituido para garantizar al hombre el goce de sus derechos naturales e
imprescriptibles, que son: la libertad, la seguridad, la propiedad y la resistencia a la opresión.
El paralelismo con la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América y la
Declaración de Virginia resulta evidente, evocando las fuentes comunes y la posible influencia de
aquella sobre la Declaración francesa.
La fuente de la ley es la voluntad general; ahí reside la soberanía popular, por lo que se
consuma uno de los objetivos de la Revolución: el derrocamiento del absolutismo político. El poder
ya no reside en el rey – ni de manera absoluta, ni de forma compartida con el pueblo, el poder reside
en el pueblo a través de la fórmula de la soberanía popular, que se expresa en la ley a través de la
voluntad general.
Como libertades concretas y especializadas, la Declaración reconoce que: «Nadie puede ser
inquietado por sus opiniones, incluso religiosas, en tanto que su manifestación no altere el orden
público establecido por la ley» (art. 10), y que: «La libre comunicación de os pensamientos y de las
opiniones es uno de los derechos más preciados del hombre; todo ciudadano puede, por tanto,
hablar, escribir e imprimir libremente, salvo la responsabilidad que el abuso de esta libertad
produzca en los casos determinados por la ley» (art. 11).
La Declaración reconoce así expresamente la libertad de pensamiento de creencias así como

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la libertad de expresión, por cualquiera de los procedimientos habituales.
El carácter universalista de la Declaración se vuelve a hacer patente en el art. 16, en el que
se enuncia un principio genérico y universal: «Toda sociedad en la cual la garantía de los derechos
no está asegurada ni la separación de poderes establecida no tiene Constitución. » Se establecen aquí
dos principios o requisitos necesarios que cualquier pueblo que quiera dotarse de Constitución debe
necesariamente cumplir: el reconocimiento de los derechos y libertades públicas y la división de
poderes. Este principio se extenderá con gran rapidez como un criterio de valoración de las
Constituciones posteriores, devaluando aquellas que no se inspiran en estos principios.
En 1793 se promulgó una segunda Declaración de Derechos, fruto de la correspondiente
Revolución. Su importancia ha sido, sin embargo, mucho menor, a pesar de ser más amplia y
completa.

IV. INDIVIDUO Y COMUNIDAD

1. Autonomía vs. paternalismo

La Ilustración es la salida del hombre de su incapacidad de servirse de su propio


entendimiento sin la menor guía de otro (minoría de edad). Uno mismo es culpable de ello si bien la
causa de ella no reside en la carencia de entendimiento, sino en la falta de decisión y valor para
servirse por sí mismo de él sin la guía del otro. Sapere audere! . Ten valor de servirte de tu propio
entendimiento!, He aquí el lema de la Ilustración.
Si Kant habla de la minoría de edad es porque en la sociedad había estado instalado un
sistema paternalista que, calificando a todos los miembros como menores de edad, les sustraía la
capacidad de la toma de decisiones que le afectaban a sí mismos, y en nombre de esta supuesta
incapacidad, unos dirigentes cualificados tomaban las decisiones en nombre de las gentes, de cada
individuo, oficialmente discapacitado para ello.
El paternalismo ha sido un sistema tenaz y persistente que en algunos campos han estado
vigentes hasta fechas recientes y en la práctica continúa estando en muchos casos y en muchos
ambientes. El paternalismo religioso el paternalismo político jurídico el paternalismo médic6, etc.,
han supuesto la instalación de los seres humanos en una permanente minoría de edad.
El paternalismo religioso comienza a resquebrajarse en el siglo XVI, pero no se hará
realidad hasta el siglo XVIII con la proclamación del derecho de libertad religiosa.
Lo mismo ocurrirá con el paternalismo político y judicial, que se resquebrajará con el
reconocimiento de las libertades individuales y de garantías penales y procesales.
La justificación histórica del paternalismo se ha basado en la incapacidad de
entendimiento de la mayoría. Al principio esta justificación era tan razonable como el argumento de
que algunos personajes (el sacerdote, el rey, el juez, el médico) tenían el privilegio exclusivo de ser
intermediarios con los dioses, es decir, la capacidad de conocer la voluntad divina y ser los
instrumentos adecuados para hacer lo que los dioses quisieran que se hiciera. La mirada atónita del
ser que acudía a uno de estos personajes reflejaba perfectamente que se encontraban ante un ser
superior, un ser privilegiado, amado por los dioses, a quien le confiaban sus deseos y sus secretos y
ante los que sólo cabía admitir sus decisiones, cualquiera que fueran los resultados.
Más tarde los conocimientos divinos se fueron mezclando con los conocimientos humanos.
No hace mucho tiempo todavía circulaba en este país un lema que refleja la superioridad de la
jerarquía, fuente de toda sabiduría: «El que manda más, sabe más y siempre tiene razón. » El gesto
de algunos mandatarios refleja este lema, un lema inadecuado para ser dicho en una sociedad

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democrática, pero posible de hacer en esa misma sociedad.
Locke supo ver con nitidez esta responsabilidad personal en el ámbito de las creencias, y al
tiempo que negaba al magistrado civil toda competencia en este ámbito, manifestaba con meridiana
claridad lo siguiente: «... el cuidado de las almas no está encomendado al magistrado civil ni a
ningún otro hombre. No está encomendado a él por Dios, porque no es verosímil que Dios haya
dado nunca autoridad a ningún hombre sobre otro como para obligarlo a profesar su religión. Esta
profesión de fe que hagamos, cualquiera que sea el culto exterior que practiquemos, si no estamos
completamente convencidos en nuestra mente de que la una es verdad y el otro agradable a Dios, tal
profesión y tal práctica, lejos de ser un avance, constituirán, por el contrario, un gran obstáculo para
nuestra salvación.
Desde la religión y con argumentos religiosos Locke declara la autonomía individual en
materia de creencias y desmonta la concepción paternalista como instrumento necesario para realizar
los fines religiosos personales. La influencia posterior de Locke en las Declaraciones de derechos
americana y francesa no es necesario resaltarla.

2. Libertad religiosa y libertad de pensamiento

Locke ha defendido con argumentos y ha sostenido con firmeza el derecho de libertad


religiosa. El mismo derecho que pasará a tomar parte de los fundamentos de la sociedad americana,
reflejado en la Declaración de Derechos de Virginia y en la primera enmienda a la Constitución.
La Declaración de Derechos francesa reconoce, en cambio, la libertad de opinión incluso
religiosa. ¿Se está hablando de dos cuestiones distintas o ambas Declaraciones se refieren al mismo
ámbito de libertad?
Aunque desde nuestro punto de vista hayamos adoptado el nombre de libertad de creencias
queremos designar, en cualquier caso, el todo, la integridad de ese mundo espiritual, motor de la
persona y auténtico artífice de ese despliegue exterior, capaz de desarrollar el hombre como sujeto
activo en los diferentes campos de la realidad humana.
El carácter central de esa dimensión del ser humano, que es su mundo espiritual, permite
afirmar que esa libertad que garantiza su desarrollo y desenvolvimiento es, precisamente, la primera
y la fuente de las demás libertades. Las circunstancias han querido – o han exigido – que fuera la
primera libertad reivindicada y reconocida; Todas las libertades espirituales, según la denominación
francesa, se reconducen a esta libertad primaria y fundamental que es la libertad de creencias.

3. La ideología del Estado y la libertad de creencias

La Revolución americana y su tabla de derechos y libertades han permanecido, sin excesivos


sobresaltos, desde su reconocimiento hasta la actualidad. No ha tenido tanta fortuna, inicialmente, la
Revolución francesa. El viejo Continente se defendió de las nuevas ideas y de las nuevas
instituciones. El arraigo de las libertades democráticas fue lento y penoso.
Más diversidad se va a producir, sin embargo, en el reconocimiento y aplicación del derecho
de libertad religiosa. La principal dificultad tropezó con el hecho de que la mayor parte de los
Estados europeos, después de la Revolución francesa, conservaron su carácter confesional.
Hasta después de 1965, con motivo de la celebración del Concilio Vaticano II la Iglesia
Católica no reconoció la libertad religiosa ni cuestionó la confesionalidad del Estado. A partir de ese
momento se produjo un cambio paulatino, de manera que se fue reconociendo en la mayor parte de
los Estados el derecho de libertad religiosa sustituyendo la confesionalidad del Estado por un

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separatismo amistoso y cooperante.
La neutralidad ideológica del Estado no se ha producido, por tanto, de una manera total,
quedando vestigios de la anterior confesionalidad y, especialmente, signos elocuentes de
desigualdad entre confesiones religiosas.
El separatismo de inspiración americana se ha extendido a la mayoría de los Estados
europeos. En principio se pretende la separación del Estado de cualquier confesión religiosa, lo que
equivale a impedir cualquier pretensión de una Iglesia estatal u oficial. Esto en Europa ha supuesto
la ruptura con aquella confesión mayoritaria que, tiempo atrás, ha gozado del estatus de la religión
oficial.
No obstante, hay que distinguir dos manifestaciones del separatismo: a) El que podríamos
llamar más radical, y que se puede identificar con el laicismo y que tiene como características
principales la incomunicación entre el Estado la confesión limitando determinadas actividades e las
confesiones y privándolas de cualquier subvención o beneficio económico.
b) El separatismo cooperativo, en cambio, parte de la separación orgánica y funcional del
Estado y de las confesiones, de su mutua independencia, y, por consiguiente, de la ausencia de
interferencias entre ambas entidades. Sin embargo, esta independencia es compatible con el
mantenimiento de una serie de relaciones de cooperación, en la que el Estado, normalmente,
coadyuva económicamente al cumplimiento de algunos fines o actividades de la confesión:
asistencia religiosa, enseñanza, patrimonio histórico-artístico, etc.
La oposición a las religiones ha repercutido también en la actitud de los Estados y, en
concreto, en la ideología antirreligiosa. En estos Estados coincide esta toma de postura con la
prohibición del derecho de libertad religiosa. Entre las ideologías más significativas en este campo
en Europa conviene destacar el ateísmo.
Nos vamos a referir únicamente al ateísmo marxista, que por su carácter de ideología
política, cuando ha alcanzado el poder ha impuesto como ideología del Estado el ateísmo,
desarrollando una actividad contraria a los ideales y movimientos religiosos.
La libertad de pensamiento garantiza el derecho a opinar y expresar ideas o creencias como
las antes dichas. El problema surge cuando en virtud de esas ideas se prohíbe a los demás el
ejercicio de su libertad de pensamiento o su libertad de religión. Nos devuelve a aquellos tiempos en
que una férrea confesionalidad impedía cualquier libertad. La prohibición de libertad religiosa en
aquellos países en los que ha llegado al poder el comunismo es una violación tan grave de los
derechos y libertades como lo ha podido ser cualquiera de los que hemos comentado anteriormente.

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