Está en la página 1de 28

FALLA DEL MERCADO O DE LA COMUNIDAD?

PERSPECTIVAS CRITICAS
DE LA INVESTIGACION SOBRE LA PROPIEDAD COLECTIVA*

Bonnie J. McCay y Svein Jentoft

Los argumentos sobre los problemas con “los bienes comunes” en la era moderna derivan
de los intentos por comprender la economía política del capitalismo y, en particular, las
“fallas” de los mercados capitalistas desde la perspectiva de la economía liberal. ¿Por qué,
en una economía capitalista que genera tanta riqueza, hay tanta gente pobre? Esa fue la
pregunta que motivó las conferencias de William Forster Lloyd en la Universidad de
Oxford en la década de 1830 (Lloyd 1977). Él explicaba la pobreza en virtud a una analogía
entre un pastizal colectivo y el mercado de trabajo inglés, y entre un becerro y un niño, el
becerro provisto de “un conjunto de dientes y la habilidad de pastar”, y el niño provisto de
“un par de manos competentes para el trabajo” (Lloyd 1977: 11). Los derechos de ingreso a
la pastura o al mercado de trabajo están abiertos a todos y de esa manera los pastos son
sobrepastoreados y los mercados de trabajo sobresaturados, resultando en bajos salarios y
las miserias de las clases trabajadoras. En un contexto de derechos libres, resembrar los
pastos o elevar los salarios sería de poca utilidad debido a que el sobrepastoreo y la
sobrepoblación serán recurrentes. La visión malthusiana de Lloyd fue rescatada en la
década de 1960 por Garret Hardin (1968), quien añadió a la analogía pastoril el lenguaje de
la utilidad marginal de la economía. Incluso ante la evidencia de signos de sobrepastoreo,
es racional para el propietario individual de ganado añadir más animales al pastizal debido
a que su utilidad será positiva, digamos +1, mientras que su utilidad negativa no es sino una
fracción de –1, debido a que los costos del sobrepastoreo serán pagados también por sus
vecinos. De esta manera, las decisiones racionales de cada individuo se acumulan para crear
un dilema irracional para el grupo, y la libertad se vuelve trágica.

*
La presente es una versión traducida de “Market or community failure?: crítical perspectives on common
property research”, Human Organization, Vol. 57, No. 1, 1998, pp. 21-29. Una primera versión de este
artículo fue publicado como “Unvertrautes Geläde: Gemeineigentum Unter Der Sozialwissenschaftlichen
Lupe”, Kölner Zeitschrift Für Soziologie und Sozialpsychologie, No. 36, Otoño 1996. Ambos autores desean
agradecer el apoyo del Ecopolicy Center for Agricultural, Environmental and Resource Issues at Rutgers
University y a la John D. and Catherine T. MacArthur Foundation. La investigación de McCay para este
artículo recibió también el apoyo de la New Jersey Agricultural Experiment Station, bajo el cual éste es un
Journal Series J98-24161 y el New Jersey Sea Grant College Program. La investigación de Jetoft ha recibido
el apoyo del programa noruego “El Hombre y la Biósfera”. Traducido por Danny Pinedo.

81
El modelo que Hardin revivió fue retomado por estudiosos de la economía
institucional y de los recursos naturales y de la evolución de los derechos de propiedad. La
pregunta cambió de porqué tanta gente pobre a porqué los recursos naturales y económicos
eran desperdiciados y agotados. Con base en la economía institucional y en las nociones de
costos de transacción y externalidades, el problema de los bienes comunes fue definido
como un problema de derechos de propiedad incompletos o inexistentes, lo cual fue
denominado indistintamente “propiedad colectiva” o “acceso abierto”. La propiedad
colectiva, en el sentido de ausencia de derechos de propiedad o de otros controles sobre el
acceso, se ha convertido en la fuente clave de los desincentivos y externalidades; sin
derechos de propiedad bien definidos y exclusivos, los mercados no pueden cumplir con su
tarea de conjugar los intereses individuales y sociales.
La metáfora de la “tragedia de los bienes comunes” se ha convertido en una
explicación popular y académica para muchos problemas sociales y ambientales. Uno de
sus atractivos es sin duda el hecho que, al igual que su cercano pariente de las ciencias
políticas, la teoría de la elección pública, sus prescripciones y supuestos pueden ser
compatibles con los de la “izquierda” política así como con los de la “derecha” política.
Pero no deja de ser cuestionable. En este artículo, revisamos recientes perspectivas críticas
sobre los problemas de los bienes comunes y enfatizamos la importancia de utilizar un
enfoque que reconozca el enraizamiento de las prácticas de extracción de recursos, los
arreglos institucionales tales como los derechos de propiedad y otros rasgos de los dilemas
de los bienes comunes. Este enfoque subraya el rol de las comunidades, que están ausentes
en el modelo neoclásico de la tragedia de los bienes comunes. También llama la atención
sobre la importancia de especificar los derechos de propiedad, los dilemas de los bienes
comunes y cuestiones afines dentro de contextos sociales, económicos, políticos e
históricos discretos y cambiantes.

SUPUESTOS E IDEAS PROBLEMÁTICOS

Los impactos de la idea de la “tragedia de los bienes comunes” sobre las políticas y la
investigación son numerosos y profundos. A pesar de ello, muchos al interior de la
comunidad de investigadores tienen sentimientos encontrados en torno al modelo. Se han
objetado algunos de sus supuestos implícitos y explícitos. Hay también serios

82
cuestionamientos a las recomendaciones para las políticas que se deducen de este modelo (o
narrativa o metáfora o teoría, dependiendo de su representación y uso).
Hardin y otros pueden ser criticados por reducir la propiedad colectiva al acceso
abierto, ignorando la amplia variedad de relaciones de propiedad que se pueden incluir en el
término. Ciriacy-Wantrup y Bishop (1975: 715) fueron los primeros en señalar la necesidad
de distinguir entre “propiedad colectiva” y “propiedad de todos”, siendo esta última una
condición de ausencia de todo derecho de propiedad. Propiedad colectiva se refiere a una
clase muy variable de derechos de propiedad. Entre sus rasgos típicos se encuentran el
derecho a usar algo en común con otros; el derecho a no ser excluido del uso de algo
(MacPherson 1978); y cierta expresión de igualdad y equidad en la asignación de los
derechos: “una distribución de derechos de propiedad sobre los recursos en la cual un
número de propietarios tiene iguales derechos a usar el recurso” (Ciriacy-Wantrup y Bishop
1975: 714).
La propiedad colectiva, como todos los otros tipos de propiedad, es una institución
social antes que un atributo de la naturaleza (McCay y Acheson 1987). “A veces, tanto la
institución como los recursos sujetos a la institución son llamados ‘bienes comunes’. Sin
embargo, es útil diferenciar entre el concepto, la institución y el recurso particular que está
sujeto a la institución” (Ciriacy-Wantrup y Bishop 1975: 715). Ostrom (1990) propone el
uso del término acervo común, en lugar que el de propiedad colectiva, para definir la clase
de recursos que son particularmente problemáticos para las instituciones humanas debido a
las dificultades para establecer sus límites o para fraccionarlos, y a la probabilidad de que
las acciones de una persona puedan afectar el disfrute que otra pueda hacer del recurso, etc.
Un argumento clave de la perspectiva revisionista sobre los temas relacionados a los
“bienes comunes” es por lo tanto la necesidad de distinguir entre los rasgos del recurso y
los de las formas en que la gente elige relacionarse con el recurso y entre sí (Berkes et al.
1989; McCay 1995a).
La crítica de Ciriacy-Wantrup y Bishop abrió la posibilidad de ver la propiedad
colectiva como una institución positiva y no negativa. Como ellos (y otros desde entonces)
han observado, han evolucionado muchas instituciones que regulan el acceso y uso de los
recursos de acervo común, como son las instituciones ribereñas para el manejo del agua,
algunas de las cuales implican la jurisdicción de una comunidad social además de la que
ejerce el estado. La visión más optimista acerca de la propiedad colectiva es respaldada por
modelos de simulación (ej., Axelrod 1984) que muestran que es posible el desarrollo de la

83
coordinación y la cooperación entre usuarios y que ello puede prevenir “tragedias”, incluso
en ausencia de una iniciativa externa.
Así, bajo ciertas condiciones los usuarios de recursos son capaces de manejar los
recursos por sí mismos. Esto ha generado un interés por el manejo comunitario de recursos
de acervo común así como la táctica algo menos “comunitaria” (Rose 1994) de abogar por
sistemas más participativos y democráticos de manejo de recursos, lo cual a menudo se
denomina “co-manejo” (Pinkerton y Weinstein 1995). El co-manejo, donde los aspectos de
la autoridad para manejar son delegados por el estado a los usuarios de los recursos,
organizaciones o comunidades locales, o compartidos con ellos, puede ser reforzado cuando
se funda en derechos de propiedad exclusivos, como es demostrado, por ejemplo, por los
pescadores costeños japoneses descritos por Ruddle (1989), aunque puede funcionar
también bajo condiciones de acceso abierto, como lo muestra el manejo de la pesca de
bacalao en las islas Lofoten de Noruega (Jentoft y Kristoffersen 1989).
A pesar que una visión hobbesiana de que el interés propio impulsa a la elección
pública puede explicar tales instituciones, el ojo crítico puede volverse también sobre el
supuesto del comportamiento basado en el interés propio. Muchos investigadores sociales
se sienten incómodos con la idea, derivada de la economía neoclásica, de usuarios
atomizados y maximizadores de utilidades personales: “Como paradigma, reduce a los
seres humanos a predadores, libres de estrategias y responsabilidades colectivas”
(Bjørklund 1990: 83). En contraste, los investigadores sociales subrayan los aspectos
sociales y morales del comportamiento del usuario. Los usuarios forman comunidades. La
extracción de recursos naturales es guiado por normas y valores sociales, muchos de los
cuales “no son contractuales” (Durkheim 1964) y algunos de los cuales enfatizan la
prudencia y la moderación.

COMUNIDAD Y BIENES COMUNES

Ya sea en su significado moral, experiencial así como social, “comunidad” es, por lo tanto,
clave para la evolución de instituciones viables para los “bienes comunes” (Singleton y
Taylor 1992). Con frecuencia se observa que en la parábola ofrecida por Garret Hardin,
“cada pastor (empresario) actúa esencialmente solo y en función de su propio bienestar, sin
considerar el de los demás; no hay comunidad” (Fife 1977: 76; el énfasis es nuestro). De

84
hecho, Hardin reconocía la existencia de la comunidad, pero argumentaba que un individuo
que sigue “la voz de la comunidad” en el contexto de la propiedad colectiva se enfrenta al
dilema de ser condenado, por un lado, por no ser un ciudadano responsable y, por el otro,
por no ser un individuo racional (Hardin 1968: 1246). Las personas son recompensadas por
ser buenos ciudadanos, pero también por comportarse en forma oportunista. El dilema de
los bienes comunes surge cuando las retribuciones por el comportamiento oportunista
sobrepasan los de ser un buen ciudadano, a tal grado que la gente hará elecciones que en
última instancia tienen resultados subóptimos, incluso a pesar que lo saben muy bien.
Las críticas a este modelo se basan en una variedad de perspectivas y proposiciones
que son básicas, desde las ciencias sociales, para la comprensión de las comunidades
humanas. Los partidarios de la teoría de la elección pública y de la teoría de juegos asumen
la postura del individualismo metodológico y tienden a ver a las comunidades como los
resultados agregados de las estrategias de los individuos, quienes influidos por estructuras
de incentivos a las que algunos de ellos pueden haber contribuido a través de la acción
colectiva. Basta añadir a la situación un poco de experiencia mutua y comunicación para
que el equilibrio resultante sea la cooperación en lugar de la mutua destrucción. Otros
científicos sociales asumen la perspectiva durkheimiana antirreduccionista: las personas
forman redes multilaterales y grupos cuyo carácter es fundamentalmente moral; la
comunidad no es simplemente la “suma” de sus partes individuales, sino que constituye una
totalidad integrada (Durkheim 1964). Así, una flota pesquera es más que un agregado de
botes individuales. Es también un sistema de relaciones sociales que bajo ciertas
circunstancias puede constituir un grupo corporativo (Jentoft y Wadel 1982). Por ejemplo,
entre los saami del norte de Noruega, los pastores forman unidades domésticas que a su vez
forman grupos como el “siida”, la unidad básica de pastoreo de renos, la cual es
instrumental para la toma de decisiones colectivas concernientes al uso de recursos
(Bjørklund 1990: 80-1).
Hay muchas otras perspectivas. Los actores sociales tienen múltiples objetivos y
ocupan una pluralidad de roles que a veces entran en conflicto; la gente atribuye significado
a sus ambientes; tanto medios como fines están infundidos de normas y valores. En lugar de
confrontar al usuario con un dilema insalvable o prohibición ambivalente, la comunidad
puede proporcionar guías normativas y significado a los sacrificios privados envueltos en la
acción colectiva. Fines, medios, normas, roles y demás se construyen socialmente (Berger y
Luckman 1967), en procesos torcidos y deformados por el poder y el dinero (Habermas

85
1984) y por la hegemonía que manipula categorías sociales como raza, clase, género e
incluso ocupación.
Nuestro tema es general: la comunidad existe, importa y determina la naturaleza y
resultados de los problemas relacionados con los bienes comunes. No negamos el problema
de definir comunidad ni los riesgos de esencializar esta construcción. Además, las
instituciones y organizaciones creadas y formadas por los usuarios de los recursos están
situadas dentro de un sistema más grande o al interior de sistemas de diferentes niveles y
escalas, y deben ser analizadas de acuerdo a ello (Ostrom 1995).
Como miembros de una comunidad local o de un grupo étnico, los usuarios son
guiados por principios éticos y/u obligaciones y responsabilidades sociales. La competencia
y la cooperación no son mutuamente excluyentes (Taylor 1987b). En efecto, la competencia
requiere de algún acuerdo sobre las razones por las que se compite, quiénes son los
competidores legítimos y qué estrategias están permitidas. Y la cooperación puede requerir
competencia, como ha sido mostrado en recientes experimentos de toma de decisiones
consensuales sobre el manejo de tierras públicas en los Estados Unidos, donde la amenaza
de nuevas batallas legales y legislativas ayuda a mantener la esperanza y el interés en
formas y foros alternativos para la toma de decisiones.
En lugar de percibir al otro como un forastero, o incluso como un intruso, los
usuarios de recursos comunes pueden verse a sí mismos como “socios” o como un
“nosotros” socialmente integrado (Etzioni 1988: 9). Las cualidades socio-psicológicas
importantes para la colaboración, como la solidaridad, la confianza y el altruismo, están a
menudo limitadas a una comunidad o grupo específico (Portes y Sensenbrenner 1993). Así,
las comunidades de usuarios de recursos no son simplemente agregados de actos
individuales. Con frecuencia, éstas resultan de una acción colectiva deliberada o ganan un
sentido de identidad y propósitos compartidos mediante interacciones pautadas a través del
tiempo. Sin embargo, rasgos como unidad, homogeneidad, coherencia y estabilidad no
deben ser asumidos, mucho menos la capacidad de participar en una acción colectiva o de
llevarla a cabo. Las comunidades no son estáticas sino que cambian a través del tiempo y a
menudo se caracterizan por fisuras sociales, como Barret y Okudaira (1995) han mostrado
incluso para las cooperativas pesqueras japonesas, que han recibido un amplio
reconocimiento como ejemplos exitosos de manejo local y comunitario de recursos
pesqueros.

86
Las comunidades no son sólo entidades geográficas y sociales, sino que se
construyen simbólicamente (Cohen 1985). Como depositarias de significado y referentes de
identidad y pertenencia, las comunidades son más que las coaliciones y relaciones de
transacción en que se convierten en muchos análisis “no densos”. La confiabilidad y la
lealtad resultan de la participación y el compromiso, no sólo de cálculos de interés propio.
Las personas siguen siendo miembros de comunidades y se adhieren a normas y valores
compartidos no necesariamente porque ello ofrece ventajas o por miedo a las sanciones sino
también porque se sienten comprometidos. El oportunista en el Dilema del Prisionero es, en
un sentido más estrecho, un actor racional, pero sus actos pueden ser considerados
inmorales por aquellos que lo rodean o por él mismo.

EXPLICACIÓN, NO DENSA Y DENSA

Las críticas a la Tragedia de los Bienes Comunes de Hardin son problemáticas. Los ricos y
complejos estudios de caso de la literatura sobre los arreglos desarrollados por las
comunidades locales para hacer frente a los problemas con los bienes comunes (ej., McCay
y Acheson 1997, Berkes 1989, Bromley 1992) son con frecuencia interpretados en forma
simplista para apoyar la conclusión de que el manejo exitoso de los bienes comunes
requiere ser de pequeña escala y auto-gestionaria o que cuando se deja a la gente
arreglársela sola lograrán soluciones viables de sus dilemas colectivos. Esto se debe en
parte al poder de la narración del cuento: la perspectiva “comunitaria” comparte con el
modelo de la Tragedia de los Bienes Comunes tanto los poderes persuasivos como los
riesgos analíticos de las metáforas y narrativas poderosas (Rose 1994). Las líneas de un
buen cuento son fácilmente aplicadas a muchas situaciones con el riesgo de falsificar las
más complejas y cambiantes relaciones y procesos sociales, culturales y ecológicos que
están en juego.
Un análisis comparativo riguroso y con base empírica ayuda a enfrentar la tendencia
romantizante. Irónicamente, el cuento de la Tragedia de los Bienes Comunes de Hardin
puede ayudar a esta tarea. Aunque deficiente como modelo que ilumina leyes y principios
generales, puede ser una herramienta analítica útil, un “tipo ideal” weberiano que “hace
posible la descripción de fenómenos empíricos en términos comparables y claros” (Brox
1990: 230). Esto es igualmente cierto para el enfoque comunitario, que examina factores

87
endógenos y exógenos que distinguen entre éxitos y fracasos del manejo comunitario de
recursos comunes (Ostrom 1990; McKean 1992). A partir de un análisis comparativo de
estudios de caso, un cuerpo de teorías de rango medio está ampliando los conocimientos
sobre las condiciones bajo las cuales los grupos de usuarios de recursos pueden crear y
mantener sistemas viables de manejo de los bienes comunes (Ostrom 1990; McKean 1992).
Se ha realizado un trabajo similar sobre las condiciones para el éxito con el “co-manejo” o
colaboración entre varios grupos de interés que van desde los usuarios de los recursos hasta
las agencias del gobierno y grupos de interés público no-gubernamental (Pinkerton y
Weinstein 1995; McCay y Jentoft 1996).
Sin embargo, el enfoque comparativo ha sufrido de una sobredependencia con
respecto a los modelos de análisis “no densos” antes que “densos”. La teoría social está
marcada por el predominio de modelos explicativos “no densos” o abstractos y
generalizantes, basados en los presupuestos de acción racional e individualismo
metodológico (Little 1991). Estos modelos son una guía para las preguntas que se formulan
y proporcionan marcos para el análisis comparativo, como se anotó arriba. Además, los
practicantes de estudios “no densos” reconocen de una forma u otra la importancia de la
cultura y la “comunidad”, pese a que la naturaleza de estas variables es materia de
discusión y, en todo caso, abstracta y general (Ostrom 1992; Singleton y Taylor 1992).
El término “no denso” se usa desde luego para indicar su opuesto, “denso”, que
hasta el momento ha estado escasamente representado en los estudios sobre bienes
comunes. Seguimos a Little (1991) en su apropiación y moderación del término
“descripción densa” de Geertz (1971). Usamos “denso” para indicar una perspectiva más
etnográfica y por lo tanto compleja de las relaciones humano/ambiente. Esta perspectiva
requiere una especificación cuidadosa de los derechos de propiedad y los sistemas de uso
de recursos y su enraizamiento en momentos históricos, relaciones sociales y políticas y
condiciones ambientales discretas y cambiantes.
Una perspectiva “más densa” exige cuestionar el valor de depender fuertemente de
un modelo teórico cuando se intenta dar cuenta y entender situaciones particulares. Por
ejemplo, la dependencia con respecto ya sea del modelo de la Tragedia de los Bienes
Comunes, ya sea de la versión “no densa” de la crítica comunitaria, tiende a estrechar
nuestro enfoque sobre los derechos de propiedad. Numerosas situaciones de uso y abuso de
recursos son analizados casi enteramente en términos de “propiedad colectiva” o “acceso
abierto”. Esto puede ser cierto incluso cuando el tema no son los derechos de propiedad;

88
donde no es posible demostrar si los supuestos del dilema social y el comportamiento
oportunista están en juego; o donde los derechos de propiedad que hacen la diferencia no
son los que están siendo analizados. El resultado es la desviación del foco analítico, lo cual
puede tener repercusiones mayores en las políticas y la gente, como se muestra en la
reciente historia de las pesquerías de Newfoundland, Canadá, donde la explicación de la
desaparición de los recursos pesqueros basada en la Tragedia de los Bienes Comunes, ha
conducido a políticas que se centran en la reducción drástica del empleo en la pesca, pese a
la evidencia de que la mayoría de la gente tenía poca responsabilidad en el colapso de los
stocks de bacalao en el Norte si la comparamos con los efectos de problemas mayores en la
ciencia y la política (Matthews 1993; Finlayson 1994).
Además, si la meta es explicar las interacciones humano-ambientales y sus
consecuencias sociales y ecológicas antes que apoyar o desafiar un modelo particular, hay
razones filosóficas para ser cautos a la hora de abrazar teorías y modelos grandes o de
rango medio y convertirlos en el centro de nuestros análisis (Vayda 1996). El enfoque
“causal/mecánico” de la explicación científica (Kitcher 1985) enfatiza el mostrar las causas
que realmente actúan en una situación particular; este enfoque puede o no exigir el uso de
modelos como el de la Tragedia de los Bienes Comunes o su opuesto.
Un enfoque “denso” requiere poner atención en la especificidad cultural e histórica
y dejar de lado los grandes modelos, si bien no el esfuerzo explicativo. Un ejemplo
sugestivo es el uso académico indebido del término “propiedad colectiva” como sinónimo
de ausencia de todo derecho de propiedad (McCay 1995a). Esto puede estar relacionado al
hecho histórico de que en Norteamérica, la noción de “propiedad colectiva” ha perdido su
significado como algo diferente del poder general del estado, en el sentido de doctrinas
legales y el sentimiento general sobre el “bien público”, quedando el tema reducido al de
“explotación” bajo concesión versus derechos de propiedad privada. Entre las posibles
razones está el hecho que el estatus legal de la “costumbre” comunal no atravesó muy bien
el Atlántico, es decir, desde la ley común inglesa hasta la ley norteamericana, en parte
debido a que los norteamericanos que diseñaron las nuevas instituciones parecían no estar
interesados en los mediadores entre el individuo y sus representantes políticos (Rose 1994).
De manera más general, en el mundo occidental, el surgimiento del individualismo radical,
la práctica capitalista y la teoría económica liberal, estuvieron vinculados a un cambio en la
comprensión de la propiedad: La propiedad llegó a verse como un derecho individual a
excluir a otros del uso o beneficio de algo – es decir, propiedad privada – cuando lógica e

89
históricamente pertenece a una clase más amplia de derechos individuales, incluyendo el
derecho individual a no ser excluido de algo (MacPherson 1978: 202).
El enfoque revisionista “no denso” del problema de los “bienes comunes” es de
lleno modernista, implicando sólo un cambio en el supuesto sobre la naturaleza humana
(más cooperativa) y el grado de interacción social (más colectivo). Argumentamos que un
enfoque más satisfactorio y “más denso” se centraría en las causas y consecuencias de
situaciones particulares, lo cual puede requerir empujar hacia adelante en el espacio o hacia
atrás en el tiempo pero resistir a definiciones a priori de causas y unidades de acción
(Vayda 1996). En ese sentido es posmoderno. Este enfoque añadiría preocupaciones sobre
el interjuego de intereses conflictivos y de significados y definiciones cuestionados y
acordados (Peters 1987). Podría analizar la especificación de los derechos de propiedad y
otros arreglos institucionales en intersecciones particulares de la historia, la política, la
cultura, el tiempo y el espacio. Debe estar abierto a un conjunto más completo de
posibilidades. Situaciones de deterioro de recursos pueden deberse a la discordancia entre
intenciones individuales y metas sociales como producto de derechos de propiedad
imperfectos. Sin embargo, estas situaciones podrían deberse también al conflicto entre
grupos rivales; al oportunismo de elites privilegiadas; a diferencias, de origen interno o
externo, en la habilidad de los grupos para hacer y aplicar arreglos institucionales; o a la
insuficiencia del esfuerzo humano para entender, predecir o controlar la naturaleza.
Nuestros intereses generales son reconocer la realidad e importancia de la
comunidad pero evitar la sobredependencia con respecto tanto al “individuo” como a la
“comunidad” como tales. Un enfoque “más denso” en el análisis requiere la especificidad y
detalle que son necesarios para corregir las tendencias a abrazar modelos demasiado
simplistas y a menudo engañosos.

ENRAIZAMIENTO

La perspectiva analítica que hemos propuesto está relacionada con la noción de


“enraizamiento” introducida a las ciencias sociales por Karl Polanyi, quien argumentaba
“que la economía del hombre, como regla, está imbricada en sus relaciones sociales”
(Polanyi 1957: 46). De manera similar, Granovetter y Swedberg (1992) argumentan que la
acción económica está situada socialmente: imbricada en las instituciones y redes

90
económicas y no-económicas de las relaciones sociales en curso. En su trabajo, el término
“enraizado” tiene dos significados a menudo confusos pero distintos y valiosos. Uno es la
prescripción metodológica de que el análisis de los comportamientos aparentemente
económicos deben centrarse en sus dimensiones sociales. Esta posición refleja el hecho que
todas las economías están en alguna forma enraizadas en otras estructuras más grandes. El
segundo es la afirmación ontológica de que los sistemas culturales difieren en la medida en
que las transacciones económicas están enraizadas en la vida social y en las construcciones
de la cultura. De particular interés al respecto es la noción de Giddens (1994) de un proceso
de “desenraizamiento” según el cual las comunidades locales pierden puntos críticos de
control tanto sobre cuestiones económicas como sobre la gestión.
El punto de vista del enraizamiento es apropiado como una perspectiva analítica
para un estudio “más denso” de los problemas ambientales. Sitúa las dimensiones de la vida
social y la comunidad en un marco analítico preocupado tanto por las causas y
consecuencias de los problemas en el uso y manejo de recursos comunes. Por ejemplo,
Gísli Pálsson critica el enfoque convencional en la antropología de la pesca, el “modelo
natural”, por centrarse sólo en los aspectos técnicos y ecológicos de la producción y de esa
forma no “apreciar las formas en que los sistemas de producción se diferencian con
respecto a sus relaciones sociales”. Él propone un modelo alternativo “que enfatice el acto
de pescar, o cualquier otra actividad extractiva, como inevitablemente enraizado en las
relaciones sociales” (Pálsson 1991: 157-8). El enraizamiento no se refiere sólo a relaciones
sociales. En una investigación sobre las tierras de pastoreo de Botswana, Pauline Peters
(1987) sostiene que “las definiciones de los derechos, de las demandas relativas, de los usos
apropiados y de los usuarios no están sólo enraizadas en conjuntos históricos específicos de
estructuras políticas y económicas sino también en sistemas culturales de significados,
símbolos y valores” (1987: 178). Ella escribe más adelante que “sin [un] sentido más
profundo de las relaciones en las que los usuarios individuales están enraizados, no
podemos penetrar en la dinámica de un bien común, que necesariamente es un sistema
social” (1987: 193). El estudio de Robert Paine sobre el pastoreo de renos entre los saami
de Escandinavia lleva el argumento más lejos: “Los costos de ignorar el factor de
enraizamiento (y en el peor de los escenarios, su eliminación por legislación) puede ser
enorme incluso en términos económicos” (Paine 1994: 193).
Contraria a las perspectivas económicas neoclásica y neo-institucionalista, que ven
al comportamiento racional como si estuviera motivado por el deseo de maximizar

91
ganancias individuales, la perspectiva del enraizamiento considera la racionalidad misma
como “anclada” en un contexto social (Selznick 1992: 57). El usuario está restringido por
un número de intereses, por ejemplo, aquellos que pertenecen a sus roles como miembro de
la comunidad. Por consiguiente, sería mejor preguntarse porqué, en situaciones particulares,
la gente parece estar usando un cálculo racional individual de costos y beneficios en la toma
de sus decisiones, antes que considerarlo como un supuesto fundamental o heurística acerca
de la naturaleza humana: “Es un error suponer que el cálculo individual puede explicar un
sistema de bienes comunes – antes bien, los bienes comunes deben entenderse como social
y políticamente enraizados para explicar el cálculo individual” (Peters 1987: 178). Así,
Davis y Jentoft (1993), en su crítica del supuesto común del individualismo como un rasgo
central de los pescadores artesanales, tienen cuidado en especificar la naturaleza del
individualismo entre los pescadores artesanales de Nueva Escocia. Ellos distinguen dos
tipos de individualismo (el “utilitario” y el “rugged”*), sólo uno de los cuales se ajusta al
escenario de la Tragedia de los Bienes Comunes, e intentan mostrar las condiciones que
llevan al incremento en una de las formas en desmedro de la otra, con consecuencias
hipotéticas para una acción colectiva apropiada.
El modelo de la Tragedia de los Bienes Comunes describe dichas tragedias como el
resultado de fallas del mercado, que se producen debido a derechos de propiedad
imperfectos y por lo tanto a estructuras de incentivos imperfectas. El enfoque que nosotros
defendemos abre la posibilidad de que las tragedias por el mal uso y abuso de los recursos
comunes pueden también ser el resultado de “fallas de la comunidad”. Una hipótesis de
trabajo es que las condiciones sociales que se requieren para las tragedias de los bienes
comunes pueden resultar de situaciones donde los usuarios del recurso carecen de los lazos
sociales que los conectan entre sí y con sus comunidades y donde las responsabilidades y
herramientas para el manejo de los recursos están ausentes, debido quizá a procesos de
“desenraizamiento” (Giddens 1994), pero posiblemente por otras razones endógenas y
exógenas (ver Taylor 1987a). Cierta Tragedia de los Bienes Comunes puede ser el producto
de configuraciones y disrupciones específicas de la vida social antes que un resultado
“natural” del comportamiento racional individual en el contexto de derechos de propiedad
“imperfectos” o indeterminados. Un análisis “denso”, contextualizado y basado en el
“enraizamiento” tendría esto en cuenta como una posibilidad, dependiendo de la evidencia

*
N. del T. El término “rugged” se refiere a los pobladores norteamericanos de áreas rurales que asumieron un
individualismo ideológico caracterizado por su independencia frente a todo agente externo que pudiera

92
empírica. Asumir la perspectiva de Giddens de que las comunidades locales pueden sufrir
los efectos del “desenraizamiento” supone el riesgo de romantizar otra vez las comunidades
locales y olvidar sus antiguos y actuales vínculos con esferas sociales y económicas más
grandes y complejas, que incluyen mercados y sectores organizacionales compuestos de
industrias, profesiones y sociedades nacionales. De manera creciente, éstos y las fuerzas
que guían sus acciones son verdaderamente globales.
No sólo las crisis ecológicas y las fuerzas que las causan están propagándose
globalmente, sino también los modelos prescriptivos para resolver los problemas. En este
proceso, aquellos que se adhieren al modelo de la Tragedia de los Bienes Comunes han
jugado un gran rol en las comunidades académica y política preocupadas por el manejo de
recursos naturales. Éstos no sólo manejan una definición simple y de fácil reconocimiento
del problema de la propiedad colectiva, sino que también proponen guías explícitas para la
acción política. Este es el poder de la metáfora de la Tragedia de los Bienes Comunes
(Boulding 1977). Así, el problema del pastoreo de renos entre los saami es planteado como
estructuralmente idéntico a aquellos que enfrentan los pequeños pescadores de Maine o los
pastores de ganado vacuno de Botswana. En todos los lugares las soluciones propuestas son
las mismas: el cercamiento de los espacios colectivos, con preferencia a través de la
privatización aunque, si es necesario, a través de restricciones regulatorias impuestas por el
gobierno.
La noción analítica del enraizamiento puede aplicarse también a situaciones en las
que los usuarios de los recursos colectivos están sujetos a un proceso político que tiene
lugar a nivel nacional e internacional, y que está fuertemente configurado por los patrones y
prácticas institucionales más amplios de cada país (Jentoft y McCay 195: 236; Meyer y
Rowan 1977). La perspectiva del enraizamiento está relacionado estrechamente con la
“ecología política”, que pone de relieve el impacto de fuerzas extralocales sobre los
sistemas de recursos naturales. Recibe también la influencia de una ciencia social
consciente del poder del discurso y la comunicación, incluyendo los roles de las fuerzas
culturales, políticas y otros en la formación de los expertos científicos y la toma de
decisiones formales sobre el ambiente (Litfin 1994).

recortar las libertades individuales.

93
FUERZAS DESENRAIZADORAS Y FALLA DE LA COMUNIDAD: AGENDAS
PARA LA INVESTIGACIÓN

Las tragedias del agotamiento y abuso de recursos comunes son numerosas. El problema
que nos ocupa es cómo explicarlos. El enfoque de la Tragedia de los Bienes Comunes
localiza la causa en la ausencia de derechos de propiedad privada, lo cual conduce a la
“falla del mercado”. El enfoque que sugerimos deja abierta la pregunta de cuál es la causa
de una tragedia en particular, pero mediante el énfasis en el enraizamiento abre la
posibilidad de la “falla de la comunidad” como una causa importante. Se pasa de
preguntarse sobre la existencia de una u otra forma de derechos de propiedad a preguntarse
porqué algunas comunidades tienen éxito en prevenir o aminorar los problemas en el uso y
manejo de recursos colectivos y otras no.
El acceso abierto y otras configuraciones de derechos de propiedad (incluyendo la
propiedad privada en algunas circunstancias) pueden ser la causa en algunos casos;
relaciones internas y externas de poder y autoridad pueden ser la causa en otros; rápido
crecimiento poblacional y cambio tecnológico pueden ser parte de la causa; soborno,
corrupción y otros patrones de comportamiento que erosionan los sistemas de manejo de
recursos y su aplicación pueden estar implicados. Las potenciales explicaciones son
muchas.
Sin restar importancia al asunto de la necesidad de mantener abierta la pregunta de
qué es lo que está en juego en un caso particular, nos centramos en la necesidad de
investigar dos poderosas causas de falla de la comunidad: el estado y el mercado. La ironía
trágica es que estas son también las prescripciones políticas más conocidas para las
Tragedias de los Bienes Comunes.

ESTADO Y FALLA DE LA COMUNIDAD

El mensaje de Hardin no es tan poco prometedor como opina la mayoría de críticos. Un


estado proactivo puede prevenir la Tragedia. El estado debe lograr una rol dirigente en el
diseño, implementación y aplicación de regulaciones sobre los recursos. El estado tiene un
rol legítimo que cumplir en el manejo de recursos naturales. La pregunta no es porqué el
estado debe interferir sino cómo debe hacerlo. Hardin identifica dos opciones: intervenir

94
mediante sanciones – prohibiendo y sancionando el comportamiento del usuario que es
contrario al interés colectivo; y mediante incentivos – proporcionando incentivos para
estimular a los usuarios a actuar en beneficio de lo colectivo. En ambos casos la idea es
compensar la falta de responsabilidad entre los usuarios atrapados en una Tragedia de los
Bienes Comunes o Dilema del Prisionero y corregir la falla del mercado en la provisión de
una solución por sí mismo. Desafortunadamente, los resultados sólo han sido muy
frecuentes inequidades, ineficiencias y gruesos desmanejos.
Por lo tanto, es importante preguntarse si el estado tiene la habilidad para asumir el
rol de administrador. Las agencias y cuerpos legislativos del gobierno varían en su
capacidad para manejar “los bienes comunes” que se les confían. Incluso si las agencias
gubernamentales fueran completamente expertas en el rol administrativo, podrían haber
ambigüedades e impactos sociales involuntarios, algunos de ellos sutiles. En casos
particulares, el estado aparece como parte del problema antes que como la solución. Taylor
sostiene:

[E]s tal vez irónico que el estado deba ser presentado como el salvador de la gente atrapada en un
Dilema del Prisionero [y otros problemas de acción colectiva] en una sociedad grande; pues
históricamente el estado ha jugado indudablemente un gran rol en proveer las condiciones bajo las
cuales las sociedades pudieron crecer y, por supuesto, en construir sistemáticamente grandes
sociedades y destruir pequeñas comunidades. El estado ha actuado de esta forma con el propósito de
hacerse aún más necesaria [Taylor 1987b: 167].

Se ha planteado una crítica similar y más directa con respecto al manejo de recursos
pesqueros. Kasdan (1993: 7-8) argumenta que: “[a]plicar la perspectiva de la Tragedia de
los Bienes Comunes que trata a las comunidades como si fueran totalmente carentes de las
habilidades para manejar recursos locales debido a la irrestricta competencia individual,
resulta en políticas que dan lugar a las mismas condiciones que esa perspectiva presupone”.
Davis y Jentoft (1989: 208) afirman, otra vez con referencia al recurso pesquero, que “la
redefinición de la participación en la pesca como un privilegio concedido por el gobierno a
los individuos a través del otorgamiento de licencias de ingreso limitado, contradice las
prácticas o actitudes entre los pescadores artesanales que subordinan el interés individual a
la organización y resultados colectivos”. En resumen, las típicas soluciones propuestas para
las Tragedias de los Bienes Comunes, que van desde las restricciones regulatorias y los
programas de racionalización hasta la privatización y cuasiprivatización (como en las
cuotas individuales transferibles y permisos de emisiones transferibles), pueden reducir la
capacidad de las comunidades para manejar sus recursos de acervo común. Irónicamente,

95
una consecuencia es que el estado se vuelve aún más indispensable. Así, la aplicación de
políticas derivadas del modelo de Hardin puede resultar en una profecía que crea las
condiciones para su propio cumplimiento, como Maurstad (1992: 16) afirma que está
sucediendo en la pesca a pequeña escala en Noruega: “La tragedia es que no había tragedia
hasta que se introdujeron las soluciones para contrarrestarla. Por lo menos no lo sabemos a
ciencia cierta. Lo que sabemos es que ahora las condiciones para la tragedia de Hardin
están siendo creadas”. Esta es una importante agenda para la investigación social.
La intervención burocrática en el manejo de recursos puede tener una latente
función desenraizadora. En efecto, esto significa la “separación de las relaciones sociales de
los contextos locales de interacción” (Giddens 1994: 21) con respecto a las
responsabilidades que previamente eran de interés de los usuarios de bienes comunes.
Vínculos verticales – el individuo vis-à-vis el gobierno – tienen prioridad sobre los vínculos
horizontales como aquellos que los usuarios tienen entre sí y que son vividos al interior de
su comunidad local y con respecto a los bienes comunes. Antiguos patrones de relación
cooperativa y simbiótica son transformados en relaciones competitivas y “posicionales”
(Hirsch 1976), volviendo a los usuarios dependientes de sus relaciones con el gobierno y
probablemente de sus relaciones entre sí mismos. Así, las condiciones que conducen a la
acción social – solidaridad, confianza, igualdad – son erosionadas. Cuando eso ocurre, la
Tragedia de los Bienes Comunes es inevitable, pero no tanto como resultado de una falla
del mercado como los economistas de los recursos insistirían, sino más bien como resultado
de una falla de la comunidad.

MERCADO Y FALLA DE LA COMUNIDAD

El estado no es el único responsable de la falla de la comunidad. Las comunidades sufren la


presión de fuerzas internas y externas como los mercados. Con referencia a la región Asia-
Pacífico, Kenneth Ruddle argumenta que “la comercialización y monetización de las
economías anteriormente locales, y principalmente de subsistencia o de intercambio
recíproco o de trueque, lo cual ahora las vincula a mercados externos... ‘conduce’ al
resquebrajamiento de sistemas de manejo tradicional a través del debilitamiento o colapso
total de la autoridad moral tradicional” (Ruddle 1993: 1). En el análisis final, los procesos
pueden evolucionar hacia una situación en que el mercado penetra y redefine las relaciones

96
sociales, las cuales se convierten en básicamente instrumentales y utilitarias. La interacción
social se vuelve estratégica y egocéntrica. En la medida que la vida de la comunidad
evoluciona de acuerdo a la lógica del mercado, asume un carácter señalado por Polanyi
(1957: 57): “En lugar de que la economía esté enraizada en las relaciones sociales, las
relaciones sociales están enraizadas en el sistema económico”. De ahí el siguiente
argumento de Jürgen Habermas (1984): la vida cotidiana de los seres humanos está siendo
dominada cada vez más por las transacciones monetarias y el control burocrático.
Al igual que muchos otros investigadores sociales, instamos a prestar mayor
atención al potencial de las instituciones de co-manejo y la inclusión del conocimiento de
los usuarios en el manejo de recursos como una forma de reinsertar las responsabilidades de
manejo en la comunidad local. La posibilidad de restaurar o no aquellas cualidades de las
comunidades, que previamente la hicieron capaz de manejar sus recursos, y así revertir las
tendencias desenraizadoras de los sistemas modernos de manejo, es un tema de
investigación obligatorio. Un caso al respecto que debe prestarse al análisis empírico es el
reciente experimento de la “cuota de desarrollo comunitario” (CDC) en el estado de Alaska.
Los resultados hasta el momento parecen variados. En su estudio de este sistema Townsend
(1996) encuentra en las comunidades poca evidencia de soluciones cooperativas a los
problemas de manejo de pesquerías. Si la devolución de la autoridad para el manejo y la
“comunalización” de los derechos sobre los recursos son prerrequisitos necesarios para
reinsertar los sistemas de manejo en las comunidades, difícilmente son suficientes, por lo
menos si la meta es más que generar renta económica.
Si bien los esquemas de manejo participativo y de devolución como los del CDC y
el co-manejo son promisorios en muchos aspectos, hay razones para ser escépticos. Hay
tanto peligro en el uso descuidado de la metáfora comunitaria como en la metáfora del
pastor codicioso que ignora los efectos de su comportamiento egoísta sobre los demás. Las
comunidades no están siempre bien integradas ni son siempre homogéneas, cooperativas y
equitativas en la distribución de sus recursos. Los esquemas de autogestión y co-manejo
bien pueden resultar en el ahondamiento de dichas inequidades (Davis y Bailey 1996). Sin
embargo, hay razones similares para ser escépticos sobre las otras dos metáforas que se
usan frecuentemente con respecto a la propiedad colectiva. La noción del oportunista está
basada en la idea de un actor atomístico y socialmente desenraizado, quien siempre seguirá
una lógica egocéntrica y de costo-beneficio en sus decisiones, transfiriendo los costos a los
demás. De manera similar, a un nivel colectivo, a menudo se usa la metáfora del “zorro en

97
el gallinero” para probar la futilidad de los modelos de co-manejo. Otra vez, la suposición
es la del comportamiento oportunista, es decir, que está en el interés natural de los usuarios
de los recursos conspirar para la sobreexplotación, incluso si forman parte de un grupo
organizado. En contraste, la perspectiva del enraizamiento argumenta que las
organizaciones, que son parte de marcos sociales y culturales más grandes al interior de los
cuales operan, son legitimadas por dichos marcos. Los controles y disposiciones normativos
se aplican a las organizaciones de usuarios tanto como al usuario individual.
La ironía trágica al cual nos referimos incluye la dependencia sobre regímenes
basados en el mercado para manejar recursos y ambientes colectivos. En parte como
respuesta a la percepción de problemas en el manejo gubernamental, “la nueva economía de
recursos” defiende la tesis de recortar las libertades de los bienes comunes que
supuestamente conducen a su ruina, principalmente mediante la creación de la propiedad
privada, como en el libro de Gary Libecap “Locking Up the Range” (1981), el cual
proponía la privatización de las extensas tierras públicas del oeste norteamericano. Existe
una literatura similar sobre las virtudes de la privatización de la tierra y otros recursos en el
Tercer Mundo. Se asume que la privatización proporcionará incentivos y retribuciones a los
usuarios que cosechen los recursos responsablemente y de acuerdo a su interés de largo
plazo, disminuyendo así la presión hacia el sobreuso. La carga de la investigación en esta
literatura neoinstitucionalista es, entonces, explicar porqué las soluciones que implican
propiedad privada aún no han aparecido allí donde ellas no existen. “La persistencia de
derechos de propiedad aparentemente perversos frente a lo que parecerían ser alternativas
obvias” (Libecap 1989) se identifica como un punto de entrada importante al estudio de
procesos de cambio institucional. Una perspectiva alternativa, la que nosotros defendemos,
cuestionaría fuertemente la “aparente perversidad” de los derechos de propiedad comunal,
pública y otros derechos de propiedad no-privados. La meta no es tanto descubrir porqué la
gente puede ser reacia a privatizar el acceso y otros derechos, a pesar de que es una
pregunta importante, sino examinar estas preguntas en relación a otras acerca del
enraizamiento, el desenraizamiento y los funcionamientos de las comunidades. Además,
recomendamos una investigación continua de las ramificaciones sociales y culturales de los
sistemas de regulación basados en el mercado, como las “cuotas individuales transferibles”
para la pesca, y sobre cómo estos intentos de minimizar la “falla del mercado” en el manejo
de recursos pueden relacionarse al éxito y fracaso de la comunidad (McCay 1995b).

98
COMENTARIOS FINALES

El modelo de la Tragedia de los Bienes Comunes ha tendido a naturalizar ciertas


condiciones institucionales y humanas – acceso abierto, egoísmo, codicia, competencia – y
a satanizar la propiedad colectiva y los miembros de las comunidades. La crítica
multidisciplinaria de las últimas dos décadas ha intentado restaurar la relatividad cultural y
situacional de las condiciones de esa tragedia y los valores y potenciales de los derechos
poseídos en común. Esta crítica tiene firmes raíces en las ciencias sociales, como lo muestra
la atención que le da a los contenidos y contextos sociales y culturales de situaciones
enmarcadas como “los bienes comunes”. Temas fundamentales en las ciencias sociales, que
incluyen las relaciones entre el individuo y la sociedad, la naturaleza de la comunidad, el
enraizamiento del comportamiento económico y el rol de las instituciones colectivas como
el estado, son tratados en recientes debates sobre cómo entender y tratar la ecología humana
de los bienes comunes.
Sugerimos que las tragedias de los bienes comunes sean pensados como ejemplos de
“falla de la comunidad” tanto como de falla del mercado. En este contexto planteamos una
construcción flexible y expansiva de comunidad, una que se estiraría desde la unidad
doméstica hasta los asientos del gobierno central, y más allá, hasta las alianzas libres entre
los conservacionistas o entre empresarios, las frágiles instituciones de las relaciones
internacionales, las más robustas instituciones del comercio global e incluso las
“comunidades epistémicas” (Haas 1990) de científicos y otros involucrados en los intentos
de enfrentar los problemas ambientales de acervo común. La tarea es entonces determinar,
para un caso dado de abuso evidente de recursos colectivos, dónde radican las fallas y qué
puede hacerse al respecto. Esto requiere explorar cómo los diversos actores entienden los
derechos de propiedad y cómo estos significados son traducidos en comportamiento,
costumbre y ley. Ello requiere entender la naturaleza de los conflictos en torno a los
derechos y responsabilidades, los roles de la ciencia y otras formas de conocimiento
especializado y de los procesos globales más grandes que afectan el manejo de la tierra y
los recursos naturales alrededor del mundo. También requiere entender, respetar y construir
desde las capacidades sociales y políticas de las comunidades locales, pero también de las
fuerzas desenraizadoras de la sociedad moderna.
Las fuerzas externas como los mecanismos del estado y el mercado pueden jugar un
rol constructivo e incluso crucial en el manejo de recursos. Sin embargo, hemos advertido

99
sobre sus impactos más ambiguos cuando los supuestos y modelos engañosos son
traducidos en políticas públicas en forma tal que produce las mismas condiciones bajo las
cuales ocurre la Tragedia. En algunos casos las fuerzas del estado y/o del mercado han
jugado un rol crítico en erosionar la capacidad de acción colectiva de las comunidades. En
otros casos la falla puede explicarse por los defectos ya predominantes a nivel de la
comunidad, como la falta de conocimiento, desorganización, estratificación, conflictos de
interés, rivalidad interétnica, etc. Así, “la falla de la comunidad” pueden ser tanto resultado
como causa de las iniciativas del gobierno central. En qué medida la reinserción de los
sistemas de manejo a través de la devolución de las funciones de regulación a las
comunidades locales puede ayudar a restaurar estas cualidades cruciales para la acción
colectiva es un tema importante, el cual requiere iniciativas audaces de parte de las
comunidades, el gobierno y otras organizaciones y de una investigación social reflexiva y
diseñada críticamente.

REFERENCIAS CITADAS

Axelrod, R.
1984 The evolution of cooperation, New York, Basic Books.

Barret, G. y T. Okudaira
1995 “The limits of fishery cooperatives?: community development and rural
depopulation in Hokkaido, Japan”, Economic and Industrial Democracy,
Vol. 16, pp. 201-232.

Berger, P. L. y T. Luckmann
1967 The social construction of reality, New York, Doubleday Anchor.

Berkes, F.; D. Feeny, B. J. McCay y J. M. Acheson


1989 “The benefits of the commons”, Nature, Vol. 340, pp. 91-93.

100
Bjørklund, I.
1990 “Sami reindeer pastoralism as an indigenous resource management system in
Northern Norway: a constribution to the common property debate”,
Development and Change, Vol. 21, pp. 75-86.

Boulding; K.
1977 “Commons and community: the idea of a public”, en G. Hardin y J. Baden
(eds.), Managing the commons, San Francisco, W. H. Freeman and
Company, pp. 280-294.

Bromley, D. W. (ed.)
1991 Making the commons work: theory, practice, and policy, San Francisco,
Institute for Contemporary Studies.

Brox, O.
1990 “Common property theory: epistemological status and analytical utility”,
Human Organization, Vol. 49, No. 3, pp. 227- 235.

Ciriacy-Wantrup, S. y R. Bishop
1975 “ ‘Common property’ as a concept in natural resources policy”, Natural
Resources Journal, Vol. 15, pp. 713-727.

Cohen, A. P.
1985 The symbolic construction of community, London, Tavistock Publications.

Davis, A. y L. Kasdan
1984 “Bankrupt government policies and belligerent fishermen responses:
dependency and conflict in the Southwest Nova Scotia small boat fisheries”,
Journal of Canadian Studies, Vol. 19, No. 1, pp. 108-124.

101
Davis, A. y S. Jentoft
1989 “Ambivalent co-operators: organisational slack and utilitarian rationality in
an Eastern Nova Scotian fisheries cooperative”, Maritime Anthropological
Studies, Vol. 2, No. 2, pp. 194-211.
1992 “Self and sacrifice: an investigation of small boat fisher individualism and its
implications for producer cooperatives”, Human Organization, Vol 52, No.
4, pp. 356-367.

Davis, A. y C. Baily
1996 “Common in custom, uncommon in advantage: common property, local
elites, and alternatives apporaches to fisheries management”, Society and
Natural Resources, Vol 9, No. 3, pp. 251-266.

Durkheim, E.
1964 The division of labour in society, New York, The Free Press.

Etzioni, A.
1988 The moral dimension: toward a new economics, New York, The Free Press.

Fife, D.
1976 “Killing the goose”, en G. Hardin y J. Baden (eds.), Managing the commons;
San Francisco, W. H. Freeman and Company, pp. 76-81.

Finlayson, A. C.
1993 Fishing for truth: a sociological analysis of the Northern cod stock
assessments from 1977 to 1990, St. John’s, Institute of Social and Economic
Research.

Geertz, C.
1971 The interpretation of cultures, New York, Basic Books.

Giddens, A.
1994 The consequences of modernity, Stanford, Polity Press.

102
Granovetter, M. y R. Swedberg (eds.)
1991 The sociology of economic life, Boulder, Westview Press.

Haas, P. M.
1989 Saving the Mediterranean: the politics of international environmental
cooperation, New York, Columbia University Press.

Habermas, J.
1984 The theory of communicative action, Boston, Beacon Press.

Hardin, G.
1968 “The tragedy of the commons”, Science, Vol. 162, pp. 1243-1248.

Hirsch, F.
1977 Social limits to growth, Cambridge, Harvard University Press.

Jentoft, S.
1990 “Fisheries co-management: delegating government responsability to
fishermen’s organizations”, Marine Policy, Vol. 13, No. 2, pp. 137-154.

Jentoft, S. y T. Kristofferssen
1989 “Fishermen’s co-management: the case of the Lofoten fishery”, Human
Organization, Vol. 48, No. 4, pp. 55-67.

Jentoft, S. y B. J. McCay
1995 “User participation in fisheries management: lessons drawn from
international experiences”, Marine Policy, Vol. 19, No. 3, pp. 227-246.

Jentoft, S. y C. Wadel (eds.)


1984 I samme båt: sysselsettingssystemeri fiskerinæringen, Oslo,
Universitetsforlaget.

103
Kasdan, L.
1992 “Market rationality, productive efficiency, environment and community: the
relevance of local experience”, ponencia presenta al Congreso Internacional
de Ecología, Hermosillo, México, abril 15-17.

Kitcher, P.
1985 “Two approaches to explanation”, Journal of Philosophy, Vol. 32, pp. 632-
639.

Libecap, G. D.
1981 Locking up the range, Cambridge, Ballinger Publisher Co.
1989 Contracting for property rights, New York, Columbia University Press.

Litfin, K.
1984 Ozone discourses: sicence and politics in global environmental change, New
York, Columbia University Press.

Little, D.
1991 Varietes of social explanation: an introduction to the philosophy of social
science, Boulder, Westview Press.

Lloyd, W. F.
1977[1833] “On the checks to population”, reimpreso en G. Hardin y J. Baden
(eds.), Managing the commons, San Francisco, W. H. Freeman and
Company, pp. 8-15.

MacPherson, C. B.
1978 “The meaning of property”, en C. B. MacPherson (ed.), Property:
mainstream and critical positions, Toronto, University of Toronto Press, pp.
1-13.

104
Matthews, D. R.
1993 Controlling common property: regulating Canada’s East coast fishery,
Toronto, University of Toronto Press.

Maurstad, A.
1991 “Closing the commons-opening the ‘tragedy’: regulating North-Norwegian
small-scale fishing”, ponencia presenta a la 3ra. Conferencia de la
International Association for the Study of Common Property, Washington,
D. C., septiembre 17-20,

McCay, B. J.
1995a “Common and private concerns”, Advances in Human Ecology, Vol. 4, pp.
89-116.
1995b “Social and ecological implications of ITQs: an overview”, Ocean and
Coastal Management, Vol. 28, Nos. 1-3, pp. 3-22

McCay, B. J. y J. M. Acheson
1987 “Human ecology of the commons”, en B. J. McCay y J. M. Acheson (eds),
The question of the commons: the culture and ecology of communal
resources, Tucson, University of Arizona Press, pp. 1-34.

McCay, B. J. y S. Jentoft
1996 “From the botton up: pasticipatory issues in fisheries management, Society
and Natural Resources, Vol. 9, No. 3, pp. 237-250.

McKean, M. A.
1992 “Success on the commons: a comparative examination of institutions for
common property resources management”, Journal of Theoretical Politics,
Vol. 4, No.3, pp. 247-281.

Meyer, J. W. y B. Rowan
1997 “Institutionalized organizations: formal structure as myth and ceremony”,
American Journal of Sociology, Vol. 83, No. 2, pp. 340-363.

105
Ostrom, E.
1990 Governing the commons: the evolution aof institutions for collective action,
New York, Cambridge University Press.
1992 “Community as the endogenous solution of commons problems”, Journal of
Theoretical Politics, Vol. 4, No. 3, pp. 343-351.
1994 “Designing complexity to govern complexity”, en S. Hanna y M.
Munasinghe (eds.), Property rights and the environment: social and
ecological issues, Washington, D. C., The Beijer International Institute of
Ecological Economics & The World Bank, pp. 33-46.

Paine, R.
1995 Herders of the tundra: a portrait of saami reindeer pastoralism,
Washington, Smithsonian Institution Press.

Pálsson, G.
1990 Coastal economies, cultural accounts: human ecology and Icelandic
discourse, Manchester, Manchester University Press.

Peters, P. E.
1986 Embedded systems and rooted models: the grazing lands of Botswana and
the commons debate”, en Bonnie J. McCay y James A. Acheson (eds.), The
question of the commons: the culture and ecology of communal resorices,
Tucson, University of Arizona Press, pp. 171-194.

Pinkerton, E. y M. Weinstein
1996 Fisheries that work; sustainability through community-based management.
A report of the David Suzuki Foundation, Vancouver, B. C.., The David
Suzuki Foundation.

Polanyi, K.
1957 The great transformation, Boston, Beacon Press.

106
Portes, A. y J. Sensenbrenner
1993 “Embeddedness and inmigration: notes on the social determinants of
economic action”, American Journal of Sociology, Vol. 98, No. 6, pp. 1320-
1350.

Rose, C. M.
1994 Property and persuasion: essays on the history, theory, and rethoric of
ownership, Boulder, Westview Press.

Ruddle, K.
1993 “External forces and change in traditional community-based fishery
management systems in the Asia-Pacific region”, Maritime Anthropological
Studies, Vol. 6, No. pp. ½, 1-37.

Selznick, P.
1991 The moral commonwealth: social theory and the promise of community,
Berkeley, University of California Press.

Singleton, S. y M. Taylor
1992 “Common property, collective action and community”, Journal of
Theoretical Politics, Vol. 4, No. 3, pp. 309-324.

Taylor, L.
1987ª “The river would run redwith blood: community and common property in an
Irish fishing settlement”, en B. J. McCay y J. M. Acheson (eds.), The
question of the commons: the culture and ecology of communal resources,
Tucson, University of Arizona Press, pp. 290-307.

Taylor, M.
1987b The possibility of cooperation, Cambridge, Cambridge University Press.

107
Townsend, R. E.
1995 “Fisheries management implications of Alaskan community development
quotas”, ponencia presentada al Workshop on Social Implications of Quota
Systems in Fisheries, Vestman Islands, Iceland, mayo 25-26.

Vayda, A. P.
1996 Methods and explanations in the study of human actions and their
environmental effects, CIFOR/WWF Special Publication, Jakarta, Center for
Interational Forestry Research & World Wide Fund for Nature.

108

También podría gustarte