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EVANGELINA CORONA, NOMBRE FUNDAMENTAL DEL PROTESTANTISMO

MEXICANO DEL SIGLO XX


Leopoldo Cervantes-Ortiz
13 de enero, 2021

Más que triunfos, lo que he tenido son cambios bruscos en mi vida, cambios que no esperaba.
[...] Pienso que hay que despertar con alegría y con los ojos alzados al cielo para contemplar las
maravillas que Dios nos permite ver. Y si a veces tenemos problemas, pues hay que llorar
cuando los tenemos. Y si tenemos dolores, pues hay que curarnos.
E.C.C., Contar las cosas como fueron

El 2 de enero, a los 82 años, falleció la activista social, exdiputada federal, pero, sobre todo
militante protestante, Evangelina Corona Cadena. Reconocida ampliamente en los sectores
sociopolíticos como la fundadora del Sindicato de Costureras 19 de Septiembre, a raíz de la
lucha que encabezó luego del terremoto de esa fecha de 1985. Esa labor le dio una enorme
visibilidad dentro y fuera de México, como deja constancia la nota publicada en el sitio
Marseille News, cuatro días después de su muerte. Así se expresó la secretaria de Gobernación
(Interior) Olga Sánchez Cordero: “Recuerdo con mucho cariño y respeto a Evangelina Corona,
quien tras su partida física dejará una huella indeleble en la historia de la defensa de las
trabajadoras y lucha feminista”.
Por ello no resulta exagerado considerarla como la mujer más importante del
protestantismo mexicano del siglo XX, a contracorriente de otras presencias femeninas de
filiación evangélica, cuya actuación puede ser vista de manera compleja y hasta controvertida
ideológicamente. Tales son los casos de Soledad González Dávila (fallecida en 1953),
colaboradora cercana del presidente Plutarco Elías Calles (1924-1928); Graciela Amador
(1898-1951), nieta del liberal Juan Amador, integrante del Partido Comunista Mexicano,
esposa del pintor David Alfaro Siqueiros, escritora y marionetista; Eva Sámano Bishop,
profesora normalista y esposa del presidente Adolfo López Mateos (1958-1964); o de la
economista María de los Ángeles Moreno Uriegas, expresidenta del Partido Revolucionario
Institucional (1994-1995), con una larga carrera política, quien coincidió con Corona Cadena
en la LV Legislatura.
Originaria del pequeño estado de Tlaxcala (a unos 120 km al este de la capital), con
escasos estudios formales y una larga trayectoria en la iglesia presbiteriana, fue la primera
mujer en ser ordenada como Anciana de Iglesia (miembro del cuerpo directivo local, el
Consistorio) en medio de una enorme polémica, en febrero de 1995, pues la denominación a la
que perteneció (la Iglesia Nacional Presbiteriana) se ha negado sistemáticamente a reconocer
los ministerios femeninos. El rechazo y disciplina de que fue objeto por ese motivo no mermó
en absoluto su fidelidad eclesial y, por el contrario, su nombre se volvió sinónimo de la
búsqueda de formas más incluyentes de ser iglesia. Su ejemplo ha movilizado a muchas
mujeres hacia una praxis más esperanzadora acerca de su participación formal en las
comunidades. Específicamente, su testimonio impactó a las pastoras mexicanas que han sido
ordenadas en el país y en otras iglesias como la Presbiteriana de Estados Unidos y la
Evangélica Española, con una militancia muy similar a la suya.
Los años que dedicó a las tareas sociales y políticas pueden dividirse en dos, bastante
bien definidas: los dedicados a la organización y consolidación del sindicato de costureras
(que llamó tanto la atención de Elena Poniatowska, quien la entrevistó en varias ocasiones),
entre 1985 y 1991 (un vídeo sobre su trabajo sindical y político puede verse aquí; y la tarea
política como diputada por el Partido de la Revolución Democrática (1991-1994) y candidata
a la presidencia municipal de Ciudad Nezahualcóyotl (1993), además de varios años en una
oficina gubernamental de la Ciudad de México.
Todas esas experiencias están reunidas en el volumen Contar las cosas como fueron,
publicado por Documentación y Estudios de Mujeres en 2007; véase también el Boletín núm.
30 de Demac, que reúne los textos de la presentación del libro, en donde su estilo verbal,
coloquial, franco y diáfano, tan destacado por quienes la escucharon, es completamente
perceptible. Allí aparecen la descripción de su infancia campesina, los avatares de su mudanza
a la capital, el viacrucis laboral, la vida amorosa, las decepciones y desafíos eclesiales (dos
capítulos imperdibles), la inesperada dirigencia sindical, la participación política y su nueva
etapa laboral.
Asimismo, Evangelina Corona tuvo una importante participación en reuniones como
“Las iglesias evangélicas y el Estado mexicano” (1992), el Congreso de ministerios femeninos
en el Seminario Teológico Presbiteriano (1996) o la asamblea de la Fraternidad Teológica
Latinoamericana (Chile, 1992), que proyectaron su nombre en el ámbito evangélico
hispanoamericano.

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